Lucía sintió un pequeño zarandeo en el
hombro. Por un momento, creyó que estaba aún en casa de su madre, y que era
ella quien la despertaba, más dormida que la propia Lucía, para que fuera al
cole.
Pero no era un movimiento brusco, sino suave
y delicado. No la agarraban y tiraban del hombro para que se despertase, sino que
era más bien una caricia, un roce acompañado de una voz suave.
Abrió los ojos y vio a su tía Sara, que le sonreía
inclinada hacia la cama.
-Hora de levantarse, mi amor.
Lucía tenía mucho sueño. Volvió a cerrar los
ojos y se cubrió entera con la mantita.
-¡Pero bueno! –exclamó su tía. En su voz no
se notaba una reprimenda, sino un tono divertido y juguetón-. ¡No sabía que
tenía una marmota por sobrina!
Lucía siguió dentro de las sábanas, acurrucándose
aún más. El pañal sonó cuando lo hizo con ese sonido de plástico tan
característico.
-Umm… ¿Qué puedo hacer ahora? –seguía
diciendo su tía con el mismo tono alegre-. Veamos si así mi marmotita sale de
su madriguera.
Lucía oyó como tía Sara agitaba el bibe. La
perspectiva de tomarse el biberón habría hecho que saliese de la cama, pero
estaba tan cansada… Cuando por fin podía dormir bien, tenía que madrugar para
ir al cole. No era justo.
Y hablando de dormir bien… Se llevó las manos
a la parte delantera del pañal y las metió por dentro del pantaloncito del
pijama; le gustaba mucho tocar el pañal y lo sentía como ayer por la mañana, de
modo que dedujo que se había hecho pipí otra vez. Pero era increíble; con el
pañal ni notaba que estaba mojada, aunque se sentía un poco rara teniendo pipí,
de modo que hizo un esfuerzo para salir de debajo de las sábanas y que su tía
la cambiase. Además, tía Sara la estaba despertando de manera muy dulce, nada
parecido a lo que Lucía estaba acostumbrada.
Cuando asomó la cabecita por debajo de las
sábanas, tía Sara se abalanzó sobre ella y empezó a cubrirla de besos. Lucía se
intentó zafar como pudo, pero no había manera. Su tía la tenía bien agarrada
con los brazos, que en ese momento parecían tentáculos, y que además, le hacían
cosquillas.
-Ayyy –Lucía intentaba hablar pero la risa no
la dejaba-. Para, tía Sara… Jijijijijijiji… ¡Eres peor que un pulpo!
-¡Soy un pulpo que no va a renunciar a su
presa, la pequeña marmota dormilona! –y dicho esto le subió la camiseta del
pijama y le empezó a hacer pedorretas en la barriga.
De esta manera, la parte de arriba del pañal
quedaba a la vista, pero a Lucía no le importó.
-¡Para! Jijijijijijji… ¡Para, porfi! –Lucía
casi se iba a hacer pipí otra vez de la risa. Le gustaba sentir el pañal puesto
mientras jugaba con su tía. No se movía ni nada. Se sentía muy segura aunque
llevase pipí-. ¡Me levantaré! Jijijijijiji ¡Lo prometo, me levantaré!
Tía Sara la soltó, y Lucía se sentó en la
cama, de rodillas, y se llevó las manos a la parte delantera del pañal.
-Casi me hago pipí otra vez –le dijo, aún
riéndose un poco.
Su tía también le sonrió y se llevó las manos
hacia la espalda.
-¿A qué no sabes lo que tengo aquí detrás?
–le pregunto con una sonrisa pícara.
Por supuesto, Lucía lo sabía, y su tía sabía
que ella lo sabía, pero solo pretendía jugar con ella. Lucía se sentía muy
querida.
-¡Bibe! –exclamó Lucía.
Y empezó a abrir y cerrar la boca, pidiendo
que se lo diese.
-¿Quieres tu bibe? –le preguntó su tía mientras
sacaba el bibe d detrás suya y lo agitaba delante de Lucía.
-¡Sí!
-Pues aún no le has dado un beso de buenos
días a tu tía –le dijo imitando un tono de reproche.
Esta vez fue Lucía la que se abalanzó sobre
ella. Le empezó a dar besos en una mejilla como si le fuese la vida en ello. Su
tía intentaba apartarla con una mano mientras que con la otra sujetaba su
biberón. Habían intercambiado los papeles. Esta vez, Lucía era el pulpo.
-¡Quítate de encima, calamar! ¡Arr! –le decía
su tía imitando el tono de un pirata.
-¡Me quitaré de encima cuando me des mi bibe!
–le contestaba Lucía jugando.
Finalmente, tía Sara pudo zafarse de ella y tumbarla
con dos movimientos boca arriba sobre la cama; su tía era muy fuerte. Con todo
el revuelo, a Lucía se le había bajado un poco el pantalón del pijama, dejando
al descubierto casi todo el pañal. Lucía se llevó las manos hacia él y se rió
nerviosa. Parecía que sí que le seguía dando un poquito de vergüenza que la
viesen con pañal.
-Cámbiame, tía Sara –le dijo.
Su tía se inclinó hacia ella y le preguntó
abriendo mucho los ojos y fingiendo sorpresa.
-¿Quieres que te cambie el pañal? O sea, que
te ponga otro…
-¡Nooo! –exclamó Lucía riéndose-. Que me
quites el pañal, digo –y se rió otra vez.
-Claro, cielo –le contestó su tía
pellizcándole la mejilla-. Voy a quitarte ahora mismo el pañalito.
Lucía adoptó la postura de ponerle y quitarle
el pañal: tumbada boca arriba perpendicular al borde de la cama.
Su tía se acercó y le terminó de bajar el
pantaloncito. Lucía se agitó, un poco inquieta, le habían entrado ganas de que
le quitasen ese pañal mojado.
-Tranquila, guisantito. Ya te lo estoy
quitando –le dijo tía Sara. Debió de notar las ansias de Lucía.
La verdad era que su tía la había conocido
muy rápido. Ya sabía muchas cosas de los gustos de Lucía. Cosas que ni su madre
de verdad sabía ni se había preocupado por saberlas.
Tía Sara le separó las cintas de los dos
lados del pañal y se lo abrió. Lucía sonrió, y su tía, creyendo que le había
sonreído a ella, se la devolvió. O quizás solo sonreía por ver a Lucía sonreír.
El caso es que Lucía disfrutaba mucho cuando
le quitaban el pañal mojado, y también le había gustado cuando anoche su tía le
puso el pañal con tantos mimos y ella se quedaba embobada mirando al techo, sorprendiéndose
de lo cómoda que estaba con el pañal. Con su pañal.
Tía Sara le levantó las piernas y le extrajo
el pañal de su culito. La limpió con mucho cuidado y le subió los
pantaloncitos. Lucía se incorporó de rodillas sobre la cama.
-¡Bibe!
Sara le sonrió. Se subió también a la cama y
se sentó con las piernas cruzadas, apoyada en la pared. Cogió el biberón, que
se había quedado tirado sobre la cama, mezclado entre las sábanas a
consecuencia de la doble pelea mañanera, y le hizo un gesto a Lucía de que se
acercase a su regazo. Lucía gateó hasta ella, sorprendiéndose de esa actitud de
bebé que estaba mostrando, aunque no le importaba. Se acurrucó mirando hacia
arriba sobre las piernas cruzadas de su tía y abrió mucho la boca. Tía Sara,
con una sonrisa muy tierna, se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la
cara y llevó el bibe hasta los labios de su sobrina.
Cuando la tetina del mismo estaba cerca de su
boquita, Lucía estiró el cuello y la cerró, sujetando la tetina fuertemente con
los labios. Empezó succionar de ella, haciendo que la leche saliese y cayese en
su boquita. Tía Sara preparaba unos bibes muy ricos, y eso que los ingredientes
eran los mismos que usaba su madre.
Lucía se fue tomando el bibe haciendo ese
sonido que tanto le tranquilizaba, parecido a un bebé al chupar su chupete.
Chopchopchopchochopchopchop.
Lucía estaba abrazada a la cintura de su tía,
y ella la sujetaba con un brazo, incorporando un poco su cabecita y acercándole
el bibe con la otra mano.
Cuando Lucía de tomaba el biberón, tía Sara
siempre la miraba sonriendo, con una expresión de felicidad en su rostro en el
que participaba su boca, pero sobre todo sus ojos. Lucía podía notar que era
una expresión de felicidad auténtica; quizás por eso no le importaba, ya que de
otro modo, le habría resultado un poco incómodo que la mirasen mientras se
tomaba el biberón.
Conforme se lo iba acabando, su tía lo iba
inclinando cada vez más para que así la leche no dejase de caer. Lucía no podía
creer que Sara nunca le hubiese dado el biberón a nadie. Lo hacía tan bien…
Poner y quitar pañales le había costado un
poquito pero ahora sí que lo hacía muy bien también. Sin embargo, con el
biberón era otro tema. A Lucía nunca le habían dado el bibe (bueno, de pequeña
seguro que sí), su madre, después de gritarle que se levantase, se lo dejaba
sobre la mesita de noche, que era una caja de cartones vino. Lucía era muy
dormilona y odiaba madrugar, por eso tardaba mucho en despertarse y se tomaba
el biberón frío. Aunque lo malo no era eso, sino que siempre llegaba tarde al
colegio. Y había días que incluso ni iba.
Sin embargo su tía la despertaba delicadamente,
jugaba con ella y le daba el biberón de esa manera tan cariñosa. Lucía nunca
hubiese creído que pudiera llegar a acostumbrarse a su nueva vida de esa manera
tan rápida, y ni mucho menos llegar a querer tanto a su tía.
Una tía que había tenido que ponerle pañales
para dormir, pero Lucía sabía que no le quedaba más remedio ya que ella mojaba
la cama y que a su tía le había dolido ponérselos, sin embargo, a Lucía le
había sorprendido lo cómodo que era el pañal y lo segura que estaba con él, con
la certeza de que podía hacerse pipí por la noche y no despertarse.
Terminó de tomarse el biberón y su tía se levantó con ella en brazos de la
cama y comenzó a soltarle los gases.
Esa era otra de las cosas que su madre no
había hecho nunca. Siempre que se tomaba el biberón, Lucía pasaba una hora
aguantándose pedetes y eructos. A veces le salían en clase, con lo que todos
los niños se reían de ella. Entre eso y que Lucía cambiaba de colegio cada dos
por tres, nunca había podido hacer amigos. Esteban era el niño con el que más
tiempo había estado jugando.
Terminó de eructar, se rió un poco porque eso
sí que le daba vergüenza, y su tía la dejó sentada sobre la cama. Le dio un
beso en la frente.
-Qué bonita eres –le dijo-. Bueno –añadió
mientras cogía el biberón de una mesita de noche de verdad-, ahora voy a
desayunar yo. Vístete que enseguida nos vamos –le dio otro beso.
-¿Tengo tiempo de trenzarme el pelo? –le
preguntó Lucía.
-¿Sabes trenzarte el pelo? –se extrañó tía
Sara.
-Ajá –asintió Lucía-. ¿Por qué?
-No, por nada… -contestó. Luego sacó su móvil
de un bolsillo de su bata y miró la hora-. Sí, tienes tiempo –y salió de la
habitación-. ¡Mierda, si aún me tengo que vestir yo! –la oyó exclamar Lucía.
Su tía, a pesar de ser un adulto, se
comportaba muchas veces de una manera más parecida a un niño: veía dibujos, no
le importaba tener comida en el salón, se sentaba con las piernas cruzadas
sobre la cama… Pero no era inmadurez, como su madre, que sí que se comportaba
de una manera mucho más desastrosa para un adulto, sino que era su forma de
ser. Lucía sonrió para sí misma y empezó a vestirse.
Salió de su habitación ya peinada, vestida y
con la mochila al hombro. Esperaba que a su tía no se le hubiese olvidado
hacerle el sándwich. Entonces la vio saltando por el pasillo a la pata coja,
abrochándose el zapato y sosteniendo unos papeles con la boca. Al final, logró
llegar hasta el sofá. Bueno, más bien se cayó en el sofá. Terminó de atarse los
cordones y se levantó.
-¿Estás ya lista, Lucía? –levantó la cabeza y
la miró. De repente se fijó en sus dos trenzas-. ¡Pero qué guapa estás,
guisantito! ¡Todos los niños de tu clase van a querer salir contigo!
-¡Ay, cállate! –Lucía se puso muy roja.
-Bueno, a ver –tía Sara empezó a hablar
consigo misma-. Tengo los papeles de la matrícula, el móvil, la cartera, las
llaves, el sándwich de Lucía… Vale, creo que ya puedo irme.
Salió corriendo pasando por delante de Lucía
y llegó hasta la cocina. De pronto, Lucía la oyó volver corriendo al salón.
-¡Lucía! ¡Que me olvidaba de ti! –la cogió
por la pechera y tiró de ella.
Lucía se dejó arrastrar con cara de susto.
Ya fuera del edificio, su tía le iba hablando
mientras andaban hacia el cole. O iba hablando otra vez consigo misma, Lucía no
estaba muy segura.
-Vale, sales a las dos y media, lo que me da
tiempo a salir del trabajo y venir a buscarte… O también se lo puedo decir a
Laura… No, me da tiempo… Bueno, podríamos turnarnos… En fin, ya lo veremos…
Fue en ese momento cuando Lucía se percató
que estaba a punto de empezar un cole nuevo y comenzó a ponerse nerviosa.
Desgraciadamente, había estado en muchos colegios, pero siempre se asustaba a
la hora empezar en uno. Sin embargo, en esta ocasión, todo el tema del pañal
había hecho que lo del cole nuevo pasase a un segundo plano.
De pronto llegaron a él. Era un colegio con
una fachada marrón y una puerta verde que precedía un patio de piedras. Encima
de la puerta de entrada podía leerse Colegio Público Federico García Lorca.
-¿Quién es Federico García Lorca? –preguntó
Lucía.
-Un poeta que mataron los franquistas
–contestó tía Sara.
-¿Quiénes son los franquistas?
Su tía sonrió, divertida.
-Buff, esa es una historia muy larga. Pregúntaselo
a Laura cuando volvamos a verla, sobre todo si te aburre el tema del que está
hablando. Dices franquistas y se tirará un buen rato despotricando de ellos. Y
con razón –añadió-. Pero hazme un favor, Lucía. No le preguntes a tu profesora
el primer día por los franquitas. Si quieres, hazlo más adelante, pero el
primer día no –sonrió-. Bueno, entremos.
Lucía se fijó en que había muchos niños
esperando también a que sonase el timbre para entrar; su tía, sin embargo, le
dijo que ellas debían entrar antes, que tenían una reunión con el secretario
del colegio. A Lucía, le daba mucha vergüenza que en su primer día la viesen
entrar con un adulto. Tía Sara le debía de estar leyendo el pensamiento porque
le dijo:
-Mira, Lucía, vamos a hacer una cosa. Entra
tú primero y espérame justo al lado de la puerta. Al rato entraré yo y así no
te verán entrar con un adulto, que creerán que soy tu madre.
A Lucía le pareció una idea genial.
Entró, nerviosa, procurando no mirar hacia
atrás, ya que vería a los demás niños mirando que hacía una alumna entrando
antes de que sonase el timbre. ¿Y si pensaban que era una empollona?
Cuando ya estuvo dentro, cerró la puerta
rápidamente tras de sí. Vio un banco y se sentó a esperar a tía Sara, que entró
tras un considerable periodo de tiempo.
-Bueno, vamos –le dijo-. El despacho del
secretario tiene que estar por ahí –y ambas pasaron por un pasillo que empezaba
a mano izquierda.
Tía Sara iba mirando en los carteles de las
puertas que se encontraban, buscando el despacho del secretario.
-Pedro Martínez, secretario. Aquí es –llamó.
-Adelante –dijo una voz grave desde dentro.
Sara pasó y Lucía la siguió.
Al verlas, el secretario se levantó enseguida
de su mesa. Lucía pudo ver que era una persona alta, con el pelo muy corto y
que vestía tejanos y una camisa a cuadros en la que llevaba una chapa en la
solapa. Lucía pudo ver que en ella estaba escrito ‘Más recortes en educación,
menos futuro para la región’.
-Ah, usted debe ser Sara Blanc, la tutora
legal de Lucía Creus. Y su tía, por supuesto –dijo estirando la mano hacia ella.
Tía Sara le devolvió el saludo-. Y aquí tenemos a Lucía –añadió, mirándola con
una sonrisa.
También le extendió la mano. Lucía se la
devolvió, tímida. Era la primera vez que alguien le ofrecía su mano para que la
estrechase.
Pedro Martínez, se apoyó en su mesa y se
metió las manos en los bolsillos. Tenía una postura distendida, relajada, y que
trasmitía seguridad.
-Bueno –dijo mirándolas a las dos a la vez-,
Lucía, tu clase es Sexto A. Tienes hoy a primera hora Lenguaje con la señorita
Isabel, que también te dará Matemáticas, Conocimiento del Medio y Plástica
–cogió un papel del escritorio y se lo dio a Lucía, que vio que era un horario.
Pedro Martínez continuó hablando-. En cuanto a los libros, tus profesores
sabrán mejor que yo cuales son, pero creo recordar que son todos de la
Editorial Santillana menos el de Inglés, que es de Oxford Class, que suena muy
difícil pero luego verás que no es tan complicado –añadió con una sonrisa-. Tu
clase está en la tercera planta, puesto que ya sois los mayores del colegio, en
el segundo pasillo a la izquierda.
Lucía asintió con la cabeza.
-Aquí traigo los papeles para la matrícula
–dijo tía Sara mostrando el montón de folios que había llevado esa mañana
sujetados con la boca.
-Ah, sí –exclamó el secretario-. El libro de
familia y eso, ¿no?
-Ajá –contestó su tía.
-Vale, déjalos por aquí –dijo cogiéndolos y
dejándolos él mismo sobre la mesa-. La directora es la que tiene que firmar la
matrícula, llegará más tarde –hizo una pausa. Las miró y les sonrió-. Pues por
mi parte esto es todo. El timbre está a punto de sonar –añadió mirando
fugazmente su reloj, luego levantó a la cabeza y miró a Lucía-, ¿tienes alguna
pregunta, Lucía?
Lucía dio un respingo.
-No, no… Está todo bien… -dijo con voz
bajita.
El secretario empezó a informarles de las
actividades extraescolares: pintura, fútbol, baile, un taller de escritura… El
último sí le llamó la atención a Lucía
-Es los Martes y Jueves de seis a siete y
media –dijo el secretario-. Lo da un autor que ha publicado varios libros, Javi
Carrasc.
En ese momento sonó el timbre.
-Vale, hora de ir a clase… Y yo de empezar a
trabajar –dijo el secretario.
Tía Sara le dio las gracias por todo y las
dos salieron del despacho. En el hall del colegio, los niños ya habían empezado
a entrar, pero Lucía y su tía no los veían desde ese punto del pasillo.
-Bueno, Lucía –su tía se puso en cuclillas
hasta quedarse a su altura-, sé que no hace falta que te lo diga porque eres
muy lista… Y tampoco estoy segura de qué debo decir… Pero… Pórtate bien… ¿No?
–estaba muy insegura.
Lucía se rió un poco. Era más bien una risa
nerviosa. Ojalá llevase un pañal.
-Sí, tía Sara. Lo sé.
-Claro que lo sabes, eres listísima –se le
empezaron a humedecer los ojos-. Cualquier cosa que necesites, lo que sea… En
secretaría tienen mi número… Pero a lo mejor deberías llamarme tú directamente,
deberías venir con móvil… ¿Es buena idea que vengas con un móvil al colegio…?
Mira, no sé… –la besó en la frente-. Que peinado más chulo te has hecho. Nos
vemos a la salida. A las dos y media estaré aquí para recogerte –volvió a
besarla-. Pásatelo bien. Ahora, sal tú antes que yo –y le guiñó un ojo.
Lucía le dijo que vale y salió del pasillo.
En el hall aún quedaban algunos niños rezagados. Lucía subió por las escaleras,
recordando dónde le había dicho el secretario que estaba su clase.
<<Tercera planta, segundo pasillo a la
izquierda>>
Ya estaba allí. La puerta estaba abierta.
Cogió airé y entró.
Dentro había un gran escándalo porque aún no
había llegado la profesora, pero cuando entró Lucía, fue bajándose el griterío
progresivamente hasta quedar en un murmullo, del que Lucía podía oír cosas como
‘Eh, esa es la nueva’, ‘Es la chica nueva’ o ‘¿Has visto que trenzas?’
Lucía buscó con la mirada a quien había dicho
eso para saber si se trataba de un comentario ofensivo. Enseguida vio que debía
de haberlo dicho la niña rubia con el pelo lacio vestida con un vestido verde
que la miraba de forma despectiva.
<<La popular de la clase, pensó>>
Lucía odiaba a ese tipo de personas.
Lucía buscó con la mirada y encontró un sitio
vacío en la última fila de la clase. Caminó hacia él escuchando aún algunos
comentarios provenientes del murmullo. Dejó la mochila en el suelo, apoyada en
una de las patas del pupitre y se sentó.
En ese momento entró la profesora de
Lenguaje. Era una mujer de mediana edad, con la cabellera marrón y rizada y que
caminaba de una forma muy decidida. Los alumnos en cuanto la vieron entrar,
corrieron a sentarse en sus pupitres. Parecía una profesora que sabía imponer
disciplina. Dejó sus cosas sobre su mesa y miró a la clase.
-Buenos días, chicos –les dijo-. Hoy me ha
dicho el secretario que tenemos una nueva alumna en clase –miró uno de los
papeles que había dejado en la mesa y volvió a levantar la cabeza-. Lucía
Creus… ¿Dónde estás sentada, Lucía? –lucía levantó la mano-. Bien, ¿por qué no
vienes a la pizarra y te presentas? Así sabremos algo más de ti.
Lucía se levantó. Siempre que empezaba en un
cole nuevo le tocaba esa parte, estaba ya acostumbrada y se había aprendido un
párrafo con su presentación completa para soltarla y volver siempre a sentarse
en su sitio lo antes posible; pero conforme iba andando hasta la pizarra se
daba cuenta de que se párrafo ya no le valía.
Ya no vivía en una casa vieja que tendría que
abandonar pronto con una madre que no le hacía caso y con un novio de su madre
que le hacía menos caso aún, en una casa falta de amor y cariño. Ahora vivía
con una persona que realmente la quería y se preocupaba de ella, que le ponía
películas de anime, le daba el biberón y hasta le ponía el pañal con tal
ternura que parecía su propia madre.
Mientras iba pensando esto, ya había llegado
hasta la pizarra. Estaba enfrente de la clase y en blanco. Intentó no parecer
insegura, pero estaba muy nerviosa. Dos docenas de caras la miraban, esperando
unas palabras que tenían que salir de su boca pero que parecían que no
encontraban el camino.
-¿Por qué no empiezas por tu nombre? –le dijo
amablemente la profesora Isabel.
Lucía empezó a hablar, pero su voz salió
temblorosa, como si estuviese hecha de gelatina.
-Me-me llamo Lu-Lucía… y-y soy de Sarrià…
Pero ahora vivo con mi tía aquí al lado.
-¿Por qué vives con tu tía? –preguntó un niño
de la segunda fila.
-Arturo, no he dicho que podáis preguntarle
–le reprendió la profesora Isabel lanzándole una mirada de advertencia. Sigue,
Lucía. ¿Cuáles son tus hobbies?
-Me-me gustan las películas de anime y
Detective Conan.
-¿Qué te gustaría ser de mayor? –le preguntó
la profesora.
-Escritora.
-¿Escritora? –parecía sorprendida-. Vaya, me
alegro mucho de oír eso. ¿Significa que tienes una gran imaginación y que te
gusta leer verdad?
-Sí…
-¿Cuál es tu libro preferido?
-Las Lágrimas de Shiva.
-¿Las Lágrimas de Shiva? Pero es un libro
para niños más mayores...
-Sí, pero … Bueno, me da igual… No se me hace
muy pesado -añadió.
-Vaya, Lucía. Realmente me has dado una grata
sorpresa –la profesora parecía muy satisfecha-. ¿Hay algo más que quieras
contarnos sobre ti?
<<Tomo biberón, duermo con una muñeca y
llevo pañales>>.
Pero no dijo nada de eso.
Se volvió a su pupitre y empezó la clase.
La profesora Isabel era una docente exigente,
pero se notaba que le encantaba su trabajo. No se preocupaba solo de que sus
alumnos aprendieran sobre la materia, sino también sobre la vida, respeto y
valores humanos. Lucía notó eso enseguida. Les hizo leer un poema de un tal
Miguel Hernández que dedicaba a la Libertad. Y les puso una canción después sobre
ese poema. La profesora Isabel le preguntó varias cosas a Lucía sobre la
materia y ella supo respondérselas. Lenguaje era una asignatura que se le daba
bastante bien.
Después tuvieron Conocimiento del Medio, y
eso no se le daba tan bien. La profesora Isabel le hizo una pregunta y Lucía no
supo la respuesta. No volvió a preguntarle en esa clase.
Lucía sabía que lo hacía para ver el nivel
que tenía. Realmente era una buena profesora.
Cuando salieron al patio, cada niño se juntó
con su grupo de amigos, por lo que Lucía se quedó un poco sola.
Bueno, bastante sola.
Sacó el sándwich que le había preparado tía
Sara y fue a comérselo a un banco alejada del bullicio.
Se dio cuenta de lo diferente que estaba
siendo este primer día de colegio. Normalmente, ella estaba feliz cada vez que
empezaba un nuevo cole, pero esta vez era muy distinto.
En las otras ocasiones, Lucía quería ir al
colegio para poder estar lejos de su casa, donde se sentía como una tortuga a
la que solo se preocupaban de darle de comer; su madre no jugaba con ella ni le
ponía películas así que Lucía se dedicaba a ver la tele en la cocina o a jugar
sola con su muñeca.
Sin embargo, esta vez era muy distinto. Con
tía Sara se sentía valorada y querida. Ella jugaba con ella, veían películas
juntas, le daba el bibe y hasta le ponía pañales. Y eso que al principio la
convivencia con su tía había sido horrible, se hacía pipí en la cama y no se
podía dormir. Pero tía Sara le había puesto pañales para evitarl; y aunque en un
principio a Lucía no le gustaba nada el pañal, enseguida se había acostumbrado
a él, y le encantaba que su tía se lo pusiese. Hacía que se sintiera muy
querida; le daba mucho amor sentir como tía Sara le ponía el pañal con tanta
ternura… Cuando aprendió a ponérselo.
Se le escapó una risita, recordando lo torpe
que era su tía al principio poniéndole el pañal. Pero ahora lo hacía muy bien y
Lucía echaba de menos eso en ese momento del día.
Se sorprendió porque solo llevaba dos días
llevando pañal.
Realmente se había acostumbrado muy pronto a
él.
Miro a su alrededor.
Estaba en un patio sin nadie que le hiciese
caso, y quería estas en casa, con su pañal, tomando bibe y viendo películas con
tía Sara.
Se empezó a poner muy triste. Le costaba
comerse el sándwich, no porque estuviese malo sino porque cuando uno está
triste, siempre es más difícil comer, pero su tía se lo había preparado con
mucho amor y no iba a dejarlo a medias. Se lo acabó, y lamentó haberlo hecho,
porque ahora no tenía nada en que ocupar el tiempo. Se quedó ahí sentada, sola,
observando a los demás niños jugar.
Intentó encontrar a los que iban a su clase.
Vio a la niña rubia que se había reído de ella. Estaba con un corro de
admiradoras riéndose de algo. Lucía las observó un rato a ver si la miraban a
ella pero no era así; miraban a los chicos que jugaban al fútbol. La chica
además no era nada guapa; ocultaba sus nada agraciados rasgos faciales con una
gran cantidad de maquillaje, pero esa nariz enorme no había forma de taparla.
Lucía sonrió. Seguro que tenía una
inseguridad con ello. Se lo guardó para sí misma por si alguna vez tenía que
utilizarlo.
Lucía se aburría. Tampoco podía ir a buscar a
Esteban porque estaba en otro patio, y no estaba segura de dónde se encontraba.
Además aún no sabía si a los niños se les permitía ir a patios de otros cursos.
Suspiró. Miró la hora en un reloj que había encima
de una de las porterías de la pista de fútbol. No sabía cuánto duraba el
recreo, pero se le estaba haciendo demasiado largo.
En el trabajo,
Sara no daba una derecha. Estaba muy nerviosa pensando en el primer día de
colegio de Lucía. Se equivocó varias veces al devolver el cambio y se le
cayeron las latas de tomate en conserva cuando las estaba colocando en una
estantería.
-¡Sara, despierta!
–le dijo una de sus compañeras en tono de broma.
Pero lo cierto era
que sí que tenía que espabilarse y concentrarse en el trabajo.
Miraba cada poco
tiempo la hora en su teléfono móvil, esperando que diesen las dos en punto para
salir e ir a recoger a Lucía.
El día se le hizo eterno
pero por fin llegó la hora de salir. Terminó de despachar rápidamente a los dos
últimos clientes, se despidió fugazmente de sus compañeros y salió echando humo
del supermercado.
El colegio no
estaba a más de quince minutos a pie desde el supermercado, pero Sara quería
estar lo antes posible para situarse cerca de la puerta y que su sobrina la
viese enseguida.
Cuando llegó había
ya varios padres esperando para recoger a sus hijos.
Sonó el timbre y
Sara empezó a buscar a Lucía con la mirada. No la vio y se empezó a poner
nerviosa pero al poco su sobrina asomó por una de las puertas.
Levantó la mano y
la llamó.
-¡Lucía! ¡Lucía,
aquí!
Lucía se acercó a
ella. Estaba roja como un tomate.
-Tía Sara, por
favor, que vergüenza –le dijo abriendo mucho los ojos y evitando mirarla.
-¿Qué pasa? –le
preguntó. Y entonces cayó en la cuenta-. Ah, vale. Lo siento.
Sara se puso en el
lugar de Lucía. Todos los demás padres esperaban a sus hijos sin llamarlos,
incluso los que eran más pequeños, y ella se había puesto a llamar a Lucía como
si ésta volviese de misión en Irak.
De camino a casa,
Sara le preguntó por su día.
Lucía le dijo que
había ido bien, pero parecía un poco deprimida.
-¿Has hecho algún
amigo o alguna amiga?
-No…
Sara la notó
bastante deprimida.
-Bueno –le dijo
para animarla-, ¡ya verás cómo mañana sí que conoces a alguien! Al fin y al
cabo, hoy era solo el primer día –le acarició la mejilla-. ¿Has visto a
Esteban?
-No, estamos en
patios separados…
-Yaa… Pero pensaba
que a lo mejor sí que podías haberlo visto entrando a clase o…
-Pues no.
Sara se dio cuenta
de que no tenía ganas de hablar, así que no insistió.
No había sido un
buen día para Lucía así que la dejaría descansar.
Preparó para comer
hamburguesas de pollo. Ella y Lucía comieron en silencio. Sara intentó sacar
algún tema de conversación que no tuviera que ver con el colegio pero Lucía
tampoco parecía muy dispuesta a hablar. Cuando estaban tomando el postre, Lucía
por fin dijo una frase de más de una palabra.
-Tía Sara, ¿puedes
ponerme ahora el pañal, que vaya a dormir la siesta?
-¡Claro, cariño!
–le sonrió y le apretó su manita-. ¿Tienes sueño?
-Un poquito.
-Vale, pues
acábate el flan que te pongo tu pañal y te vas a dormir –le dijo con una
sonrisa.
Lucía también
sonrió un poquito, Sara había aprendido a notar cuando Lucía estaba feliz. Se
acabó el flan rápidamente y juntas se dirigieron a la habitación.
Cuando llegaron,
Lucía se tumbó baca arriba sobre la cama, esperando a que Sara le pusiese el
pañal. Sara notó a que a su sobrina ya no le importaba tanto tener que llevar
puesto un pañal para dormir. Recordó como la primera vez que le puso uno,
estaba muy molesta y no quería llevarlo, pero esta mañana se había mostrado muy
juguetona con ella, y parecía que no le molestaba el pañal.
Y ahora, cuando le
había preguntado si podía ponerle uno y Sara le había contestado que sí, Lucía
parecía más animada.
Sara ya sabía que
Lucía había aceptado que necesitaba llevar pañales para dormir, pero parecía
que el pañal también hacía que se sintiese segura en otros aspectos. Estaba
segura de que su sobrina no había pasado un buen día en el colegio y eso le
preocupaba, pero por otra parte era normal, solo era el primer día. Y el primer
día siempre es duro.
Sin embargo,
parecía que el pañal, no solo había conseguido que Lucía pudiese dormir
cómodamente, sino que también se sintiese feliz.
<<Dormir
bien hace mucho, pensó Sara>>
Sacó un pañal de
la bolsa y se acercó con él a Lucía. Lo dejó a su lado sobre la cama y le bajó
los pantaloncitos.
-¿Qué dibujo lleva
el pañal? –preguntó.
-Es de Esmeralda
–contestó Sara.
Sara le quitó las
braguitas y le levantó las piernas. Abrió el pañal y le pasó la parte de tras a
Lucía por el culete. Le bajó las piernecitas y se lo pasó por delante. Lucía
sonrió, esta vez de abiertamente, con esa sonrisa tan bonita que tenía.
-Es la primera vez
que te veo sonreír desde que has venido del cole –le dijo Sara, sonriendo
también.
-Sí…
-¿Es que te gusta
el pañal? –le preguntó Sara.
-No… -contestó
Lucía flojito, girando la cabeza a un lado para no mirarla.
-A tu tía no la
engañas –le dijo Sara haciéndole cosquillas en la barriga.
Lucía se rió.
-Bueno, me gusta
un poquito –dijo muy flojito y separando un poco el dedo pulgar del índice.
-¡Lo sabía! –Sara
se inclinó y le empezó a hacer cosquillas en su barriguita.
-¡Para, porfi! –le
decía Lucía sin poder contener la risa-. ¡Para, para! Jijijijiji…
Sara se incorporó,
apartándose un mechón de pelo que le caía por la frente, miró a Lucía, que se
reía, y terminó de ponerle el pañal. Se lo ajustó de nuevo, ya que Lucía se
había movido cuando le había empezado a hacer cosquillas, y le abrochó las dos
cintas adhesivas, dejándoselo bien sujeto.
-Ale, ya está
–Lucía se incorporó y Sara la vio allí de pie con su pañal. Estaba muy mona-.
¿Quién me iba a decir a mí que aprendería tan pronto a poner pañales?
-No es tan difícil
–le dijo Lucía riendo y tocándose el pañal por la parte de atrás.
Sara se ofendió en
broma.
-¡Pues la próxima
vez te lo pones tú! –le dijo dándole con el pantalón que le había quitado.
-Nonono –Lucía
corrió a abrazarla-. Perdón, perdón, perdón –le decía mientras apretaba un lado
de su cara a la barriga de Sara.
Sara la cogió en
peso, aguantándola con ambos brazos en el culete, por lo que podía sentir el
tacto del pañal por fuera. Lucía estaba tan mona con él puesto… La llevó hasta
la cama y la dejó con cuidado apoyada sobre la almohada. Le quitó la camiseta y
comenzó a ponerle el pijama. No sabía por qué, pero le salía natural hacer
esto. Preparó a Lucía para dormir y la arropó, para que se sintiese segura
entre sus manitas. Sara se giró y empezó a buscar algo con la mirada.
<<¿Qué
pasa?, pensó Sara>>.
Enseguida cayó en
la cuenta.
¡Peppy!
Buscó a Peppy, y
la encontró sobre la mesa del escritorio, la llevó hasta la cama y se la dio a
Lucía, que la aferró con una de sus manitas, se acomodó de nuevo, haciendo que
el pañal sonase con su movimiento, y se acurrucó.
-Descansa, cielo
–le dijo Sara.
Le dio unos
golpecitos suaves en la parte en la que el pañal abultaba debajo de las
sábanas, apagó la luz y saló de la habitación.
American Horror Story la estaba esperando.
American Horror Story la estaba esperando.
Nunca me cansos de leer tus historias seguí asi grande tony
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
EliminarGrandes esos lectores! :D
ola me encanta tu historia es pero q pronto subas mas capítulos
ResponderEliminarHola!
EliminarEstoy ya preparando el siguiente!
Como siempre cada capitulo mejor que el anterior, sigue asi!!
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias, Migue!!
EliminarSaludos!