26 de abril de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 7: El Colegio

Lucía sintió un pequeño zarandeo en el hombro. Por un momento, creyó que estaba aún en casa de su madre, y que era ella quien la despertaba, más dormida que la propia Lucía, para que fuera al cole.
Pero no era un movimiento brusco, sino suave y delicado. No la agarraban y tiraban  del hombro para que se despertase, sino que era más bien una caricia, un roce acompañado de una voz suave.
Abrió los ojos y vio a su tía Sara, que le sonreía inclinada hacia la cama.
-Hora de levantarse, mi amor.
Lucía tenía mucho sueño. Volvió a cerrar los ojos y se cubrió entera con la mantita.
-¡Pero bueno! –exclamó su tía. En su voz no se notaba una reprimenda, sino un tono divertido y juguetón-. ¡No sabía que tenía una marmota por sobrina!
Lucía siguió dentro de las sábanas, acurrucándose aún más. El pañal sonó cuando lo hizo con ese sonido de plástico tan característico.
-Umm… ¿Qué puedo hacer ahora? –seguía diciendo su tía con el mismo tono alegre-. Veamos si así mi marmotita sale de su madriguera.
Lucía oyó como tía Sara agitaba el bibe. La perspectiva de tomarse el biberón habría hecho que saliese de la cama, pero estaba tan cansada… Cuando por fin podía dormir bien, tenía que madrugar para ir al cole. No era justo.
Y hablando de dormir bien… Se llevó las manos a la parte delantera del pañal y las metió por dentro del pantaloncito del pijama; le gustaba mucho tocar el pañal y lo sentía como ayer por la mañana, de modo que dedujo que se había hecho pipí otra vez. Pero era increíble; con el pañal ni notaba que estaba mojada, aunque se sentía un poco rara teniendo pipí, de modo que hizo un esfuerzo para salir de debajo de las sábanas y que su tía la cambiase. Además, tía Sara la estaba despertando de manera muy dulce, nada parecido a lo que Lucía estaba acostumbrada.
Cuando asomó la cabecita por debajo de las sábanas, tía Sara se abalanzó sobre ella y empezó a cubrirla de besos. Lucía se intentó zafar como pudo, pero no había manera. Su tía la tenía bien agarrada con los brazos, que en ese momento parecían tentáculos, y que además, le hacían cosquillas.
-Ayyy –Lucía intentaba hablar pero la risa no la dejaba-. Para, tía Sara… Jijijijijijiji… ¡Eres peor que un pulpo!
-¡Soy un pulpo que no va a renunciar a su presa, la pequeña marmota dormilona! –y dicho esto le subió la camiseta del pijama y le empezó a hacer pedorretas en la barriga.
De esta manera, la parte de arriba del pañal quedaba a la vista, pero a Lucía no le importó.
-¡Para! Jijijijijijji… ¡Para, porfi! –Lucía casi se iba a hacer pipí otra vez de la risa. Le gustaba sentir el pañal puesto mientras jugaba con su tía. No se movía ni nada. Se sentía muy segura aunque llevase pipí-. ¡Me levantaré! Jijijijijiji ¡Lo prometo, me levantaré!
Tía Sara la soltó, y Lucía se sentó en la cama, de rodillas, y se llevó las manos a la parte delantera del pañal.
-Casi me hago pipí otra vez –le dijo, aún riéndose un poco.
Su tía también le sonrió y se llevó las manos hacia la espalda.
-¿A qué no sabes lo que tengo aquí detrás? –le pregunto con una sonrisa pícara.
Por supuesto, Lucía lo sabía, y su tía sabía que ella lo sabía, pero solo pretendía jugar con ella. Lucía se sentía muy querida.
-¡Bibe! –exclamó Lucía.
Y empezó a abrir y cerrar la boca, pidiendo que se lo diese.
-¿Quieres tu bibe? –le preguntó su tía mientras sacaba el bibe d detrás suya y lo agitaba delante de Lucía.
-¡Sí!
-Pues aún no le has dado un beso de buenos días a tu tía –le dijo imitando un tono de reproche.
Esta vez fue Lucía la que se abalanzó sobre ella. Le empezó a dar besos en una mejilla como si le fuese la vida en ello. Su tía intentaba apartarla con una mano mientras que con la otra sujetaba su biberón. Habían intercambiado los papeles. Esta vez, Lucía era el pulpo.
-¡Quítate de encima, calamar! ¡Arr! –le decía su tía imitando el tono de un pirata.
-¡Me quitaré de encima cuando me des mi bibe! –le contestaba Lucía jugando.
Finalmente, tía Sara pudo zafarse de ella y tumbarla con dos movimientos boca arriba sobre la cama; su tía era muy fuerte. Con todo el revuelo, a Lucía se le había bajado un poco el pantalón del pijama, dejando al descubierto casi todo el pañal. Lucía se llevó las manos hacia él y se rió nerviosa. Parecía que sí que le seguía dando un poquito de vergüenza que la viesen con pañal.
-Cámbiame, tía Sara –le dijo.
Su tía se inclinó hacia ella y le preguntó abriendo mucho los ojos y fingiendo sorpresa.
-¿Quieres que te cambie el pañal? O sea, que te ponga otro…
-¡Nooo! –exclamó Lucía riéndose-. Que me quites el pañal, digo –y se rió otra vez.
-Claro, cielo –le contestó su tía pellizcándole la mejilla-. Voy a quitarte ahora mismo el pañalito.
Lucía adoptó la postura de ponerle y quitarle el pañal: tumbada boca arriba perpendicular al borde de la cama.
Su tía se acercó y le terminó de bajar el pantaloncito. Lucía se agitó, un poco inquieta, le habían entrado ganas de que le quitasen ese pañal mojado.
-Tranquila, guisantito. Ya te lo estoy quitando –le dijo tía Sara. Debió de notar las ansias de Lucía.
La verdad era que su tía la había conocido muy rápido. Ya sabía muchas cosas de los gustos de Lucía. Cosas que ni su madre de verdad sabía ni se había preocupado por saberlas.
Tía Sara le separó las cintas de los dos lados del pañal y se lo abrió. Lucía sonrió, y su tía, creyendo que le había sonreído a ella, se la devolvió. O quizás solo sonreía por ver a Lucía sonreír.
El caso es que Lucía disfrutaba mucho cuando le quitaban el pañal mojado, y también le había gustado cuando anoche su tía le puso el pañal con tantos mimos y ella se quedaba embobada mirando al techo, sorprendiéndose de lo cómoda que estaba con el pañal. Con su pañal.
Tía Sara le levantó las piernas y le extrajo el pañal de su culito. La limpió con mucho cuidado y le subió los pantaloncitos. Lucía se incorporó de rodillas sobre la cama.
-¡Bibe!
Sara le sonrió. Se subió también a la cama y se sentó con las piernas cruzadas, apoyada en la pared. Cogió el biberón, que se había quedado tirado sobre la cama, mezclado entre las sábanas a consecuencia de la doble pelea mañanera, y le hizo un gesto a Lucía de que se acercase a su regazo. Lucía gateó hasta ella, sorprendiéndose de esa actitud de bebé que estaba mostrando, aunque no le importaba. Se acurrucó mirando hacia arriba sobre las piernas cruzadas de su tía y abrió mucho la boca. Tía Sara, con una sonrisa muy tierna, se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la cara y llevó el bibe hasta los labios de su sobrina.
Cuando la tetina del mismo estaba cerca de su boquita, Lucía estiró el cuello y la cerró, sujetando la tetina fuertemente con los labios. Empezó succionar de ella, haciendo que la leche saliese y cayese en su boquita. Tía Sara preparaba unos bibes muy ricos, y eso que los ingredientes eran los mismos que usaba su madre.
Lucía se fue tomando el bibe haciendo ese sonido que tanto le tranquilizaba, parecido a un bebé al chupar su chupete.
Chopchopchopchochopchopchop.
Lucía estaba abrazada a la cintura de su tía, y ella la sujetaba con un brazo, incorporando un poco su cabecita y acercándole el bibe con la otra mano.
Cuando Lucía de tomaba el biberón, tía Sara siempre la miraba sonriendo, con una expresión de felicidad en su rostro en el que participaba su boca, pero sobre todo sus ojos. Lucía podía notar que era una expresión de felicidad auténtica; quizás por eso no le importaba, ya que de otro modo, le habría resultado un poco incómodo que la mirasen mientras se tomaba el biberón.
Conforme se lo iba acabando, su tía lo iba inclinando cada vez más para que así la leche no dejase de caer. Lucía no podía creer que Sara nunca le hubiese dado el biberón a nadie. Lo hacía tan bien…
Poner y quitar pañales le había costado un poquito pero ahora sí que lo hacía muy bien también. Sin embargo, con el biberón era otro tema. A Lucía nunca le habían dado el bibe (bueno, de pequeña seguro que sí), su madre, después de gritarle que se levantase, se lo dejaba sobre la mesita de noche, que era una caja de cartones vino. Lucía era muy dormilona y odiaba madrugar, por eso tardaba mucho en despertarse y se tomaba el biberón frío. Aunque lo malo no era eso, sino que siempre llegaba tarde al colegio. Y había días que incluso ni iba.
Sin embargo su tía la despertaba delicadamente, jugaba con ella y le daba el biberón de esa manera tan cariñosa. Lucía nunca hubiese creído que pudiera llegar a acostumbrarse a su nueva vida de esa manera tan rápida, y ni mucho menos llegar a querer tanto a su tía.
Una tía que había tenido que ponerle pañales para dormir, pero Lucía sabía que no le quedaba más remedio ya que ella mojaba la cama y que a su tía le había dolido ponérselos, sin embargo, a Lucía le había sorprendido lo cómodo que era el pañal y lo segura que estaba con él, con la certeza de que podía hacerse pipí por la noche y no despertarse.
Terminó de tomarse el biberón  y su tía se levantó con ella en brazos de la cama y comenzó a soltarle los gases.
Esa era otra de las cosas que su madre no había hecho nunca. Siempre que se tomaba el biberón, Lucía pasaba una hora aguantándose pedetes y eructos. A veces le salían en clase, con lo que todos los niños se reían de ella. Entre eso y que Lucía cambiaba de colegio cada dos por tres, nunca había podido hacer amigos. Esteban era el niño con el que más tiempo había estado jugando.
Terminó de eructar, se rió un poco porque eso sí que le daba vergüenza, y su tía la dejó sentada sobre la cama. Le dio un beso en la frente.
-Qué bonita eres –le dijo-. Bueno –añadió mientras cogía el biberón de una mesita de noche de verdad-, ahora voy a desayunar yo. Vístete que enseguida nos vamos –le dio otro beso.
-¿Tengo tiempo de trenzarme el pelo? –le preguntó Lucía.
-¿Sabes trenzarte el pelo? –se extrañó tía Sara.
-Ajá –asintió Lucía-. ¿Por qué?
-No, por nada… -contestó. Luego sacó su móvil de un bolsillo de su bata y miró la hora-. Sí, tienes tiempo –y salió de la habitación-. ¡Mierda, si aún me tengo que vestir yo! –la oyó exclamar Lucía.
Su tía, a pesar de ser un adulto, se comportaba muchas veces de una manera más parecida a un niño: veía dibujos, no le importaba tener comida en el salón, se sentaba con las piernas cruzadas sobre la cama… Pero no era inmadurez, como su madre, que sí que se comportaba de una manera mucho más desastrosa para un adulto, sino que era su forma de ser. Lucía sonrió para sí misma y empezó a vestirse.
Salió de su habitación ya peinada, vestida y con la mochila al hombro. Esperaba que a su tía no se le hubiese olvidado hacerle el sándwich. Entonces la vio saltando por el pasillo a la pata coja, abrochándose el zapato y sosteniendo unos papeles con la boca. Al final, logró llegar hasta el sofá. Bueno, más bien se cayó en el sofá. Terminó de atarse los cordones y se levantó.
-¿Estás ya lista, Lucía? –levantó la cabeza y la miró. De repente se fijó en sus dos trenzas-. ¡Pero qué guapa estás, guisantito! ¡Todos los niños de tu clase van a querer salir contigo!
-¡Ay, cállate! –Lucía se puso muy roja.
-Bueno, a ver –tía Sara empezó a hablar consigo misma-. Tengo los papeles de la matrícula, el móvil, la cartera, las llaves, el sándwich de Lucía… Vale, creo que ya puedo irme.
Salió corriendo pasando por delante de Lucía y llegó hasta la cocina. De pronto, Lucía la oyó volver corriendo al salón.
-¡Lucía! ¡Que me olvidaba de ti! –la cogió por la pechera y tiró de ella.
Lucía se dejó arrastrar con cara de susto.
Ya fuera del edificio, su tía le iba hablando mientras andaban hacia el cole. O iba hablando otra vez consigo misma, Lucía no estaba muy segura.
-Vale, sales a las dos y media, lo que me da tiempo a salir del trabajo y venir a buscarte… O también se lo puedo decir a Laura… No, me da tiempo… Bueno, podríamos turnarnos… En fin, ya lo veremos…
Fue en ese momento cuando Lucía se percató que estaba a punto de empezar un cole nuevo y comenzó a ponerse nerviosa. Desgraciadamente, había estado en muchos colegios, pero siempre se asustaba a la hora empezar en uno. Sin embargo, en esta ocasión, todo el tema del pañal había hecho que lo del cole nuevo pasase a un segundo plano.
De pronto llegaron a él. Era un colegio con una fachada marrón y una puerta verde que precedía un patio de piedras. Encima de la puerta de entrada podía leerse Colegio Público Federico García Lorca.
-¿Quién es Federico García Lorca? –preguntó Lucía.
-Un poeta que mataron los franquistas –contestó tía Sara.
-¿Quiénes son los franquistas?
Su tía sonrió, divertida.
-Buff, esa es una historia muy larga. Pregúntaselo a Laura cuando volvamos a verla, sobre todo si te aburre el tema del que está hablando. Dices franquistas y se tirará un buen rato despotricando de ellos. Y con razón –añadió-. Pero hazme un favor, Lucía. No le preguntes a tu profesora el primer día por los franquitas. Si quieres, hazlo más adelante, pero el primer día no –sonrió-. Bueno, entremos.
Lucía se fijó en que había muchos niños esperando también a que sonase el timbre para entrar; su tía, sin embargo, le dijo que ellas debían entrar antes, que tenían una reunión con el secretario del colegio. A Lucía, le daba mucha vergüenza que en su primer día la viesen entrar con un adulto. Tía Sara le debía de estar leyendo el pensamiento porque le dijo:
-Mira, Lucía, vamos a hacer una cosa. Entra tú primero y espérame justo al lado de la puerta. Al rato entraré yo y así no te verán entrar con un adulto, que creerán que soy tu madre.
A Lucía le pareció una idea genial.
Entró, nerviosa, procurando no mirar hacia atrás, ya que vería a los demás niños mirando que hacía una alumna entrando antes de que sonase el timbre. ¿Y si pensaban que era una empollona?
Cuando ya estuvo dentro, cerró la puerta rápidamente tras de sí. Vio un banco y se sentó a esperar a tía Sara, que entró tras un considerable periodo de tiempo.
-Bueno, vamos –le dijo-. El despacho del secretario tiene que estar por ahí –y ambas pasaron por un pasillo que empezaba a mano izquierda.
Tía Sara iba mirando en los carteles de las puertas que se encontraban, buscando el despacho del secretario.
-Pedro Martínez, secretario. Aquí es –llamó.
-Adelante –dijo una voz grave desde dentro.
Sara pasó y Lucía la siguió.
Al verlas, el secretario se levantó enseguida de su mesa. Lucía pudo ver que era una persona alta, con el pelo muy corto y que vestía tejanos y una camisa a cuadros en la que llevaba una chapa en la solapa. Lucía pudo ver que en ella estaba escrito ‘Más recortes en educación, menos futuro para la región’.
-Ah, usted debe ser Sara Blanc, la tutora legal de Lucía Creus. Y su tía, por supuesto –dijo estirando la mano hacia ella. Tía Sara le devolvió el saludo-. Y aquí tenemos a Lucía –añadió, mirándola con una sonrisa.
También le extendió la mano. Lucía se la devolvió, tímida. Era la primera vez que alguien le ofrecía su mano para que la estrechase.
Pedro Martínez, se apoyó en su mesa y se metió las manos en los bolsillos. Tenía una postura distendida, relajada, y que trasmitía seguridad.
-Bueno –dijo mirándolas a las dos a la vez-, Lucía, tu clase es Sexto A. Tienes hoy a primera hora Lenguaje con la señorita Isabel, que también te dará Matemáticas, Conocimiento del Medio y Plástica –cogió un papel del escritorio y se lo dio a Lucía, que vio que era un horario. Pedro Martínez continuó hablando-. En cuanto a los libros, tus profesores sabrán mejor que yo cuales son, pero creo recordar que son todos de la Editorial Santillana menos el de Inglés, que es de Oxford Class, que suena muy difícil pero luego verás que no es tan complicado –añadió con una sonrisa-. Tu clase está en la tercera planta, puesto que ya sois los mayores del colegio, en el segundo pasillo a la izquierda.
Lucía asintió con la cabeza.
-Aquí traigo los papeles para la matrícula –dijo tía Sara mostrando el montón de folios que había llevado esa mañana sujetados con la boca.
-Ah, sí –exclamó el secretario-. El libro de familia y eso, ¿no?
-Ajá –contestó su tía.
-Vale, déjalos por aquí –dijo cogiéndolos y dejándolos él mismo sobre la mesa-. La directora es la que tiene que firmar la matrícula, llegará más tarde –hizo una pausa. Las miró y les sonrió-. Pues por mi parte esto es todo. El timbre está a punto de sonar –añadió mirando fugazmente su reloj, luego levantó a la cabeza y miró a Lucía-, ¿tienes alguna pregunta, Lucía?
Lucía dio un respingo.
-No, no… Está todo bien… -dijo con voz bajita.
El secretario empezó a informarles de las actividades extraescolares: pintura, fútbol, baile, un taller de escritura… El último sí le llamó la atención a Lucía
-Es los Martes y Jueves de seis a siete y media –dijo el secretario-. Lo da un autor que ha publicado varios libros, Javi Carrasc.
En ese momento sonó el timbre.
-Vale, hora de ir a clase… Y yo de empezar a trabajar –dijo el secretario.
Tía Sara le dio las gracias por todo y las dos salieron del despacho. En el hall del colegio, los niños ya habían empezado a entrar, pero Lucía y su tía no los veían desde ese punto del pasillo.
-Bueno, Lucía –su tía se puso en cuclillas hasta quedarse a su altura-, sé que no hace falta que te lo diga porque eres muy lista… Y tampoco estoy segura de qué debo decir… Pero… Pórtate bien… ¿No? –estaba muy insegura.
Lucía se rió un poco. Era más bien una risa nerviosa. Ojalá llevase un pañal.
-Sí, tía Sara. Lo sé.
-Claro que lo sabes, eres listísima –se le empezaron a humedecer los ojos-. Cualquier cosa que necesites, lo que sea… En secretaría tienen mi número… Pero a lo mejor deberías llamarme tú directamente, deberías venir con móvil… ¿Es buena idea que vengas con un móvil al colegio…? Mira, no sé… –la besó en la frente-. Que peinado más chulo te has hecho. Nos vemos a la salida. A las dos y media estaré aquí para recogerte –volvió a besarla-. Pásatelo bien. Ahora, sal tú antes que yo –y le guiñó un ojo.
Lucía le dijo que vale y salió del pasillo. En el hall aún quedaban algunos niños rezagados. Lucía subió por las escaleras, recordando dónde le había dicho el secretario que estaba su clase.
<<Tercera planta, segundo pasillo a la izquierda>>
Ya estaba allí. La puerta estaba abierta. Cogió airé y entró.
Dentro había un gran escándalo porque aún no había llegado la profesora, pero cuando entró Lucía, fue bajándose el griterío progresivamente hasta quedar en un murmullo, del que Lucía podía oír cosas como ‘Eh, esa es la nueva’, ‘Es la chica nueva’ o ‘¿Has visto que trenzas?’
Lucía buscó con la mirada a quien había dicho eso para saber si se trataba de un comentario ofensivo. Enseguida vio que debía de haberlo dicho la niña rubia con el pelo lacio vestida con un vestido verde que la miraba de forma despectiva.
<<La popular de la clase, pensó>> Lucía odiaba a ese tipo de personas.
Lucía buscó con la mirada y encontró un sitio vacío en la última fila de la clase. Caminó hacia él escuchando aún algunos comentarios provenientes del murmullo. Dejó la mochila en el suelo, apoyada en una de las patas del pupitre y se sentó.
En ese momento entró la profesora de Lenguaje. Era una mujer de mediana edad, con la cabellera marrón y rizada y que caminaba de una forma muy decidida. Los alumnos en cuanto la vieron entrar, corrieron a sentarse en sus pupitres. Parecía una profesora que sabía imponer disciplina. Dejó sus cosas sobre su mesa y miró a la clase.
-Buenos días, chicos –les dijo-. Hoy me ha dicho el secretario que tenemos una nueva alumna en clase –miró uno de los papeles que había dejado en la mesa y volvió a levantar la cabeza-. Lucía Creus… ¿Dónde estás sentada, Lucía? –lucía levantó la mano-. Bien, ¿por qué no vienes a la pizarra y te presentas? Así sabremos algo más de ti.
Lucía se levantó. Siempre que empezaba en un cole nuevo le tocaba esa parte, estaba ya acostumbrada y se había aprendido un párrafo con su presentación completa para soltarla y volver siempre a sentarse en su sitio lo antes posible; pero conforme iba andando hasta la pizarra se daba cuenta de que se párrafo ya no le valía.
Ya no vivía en una casa vieja que tendría que abandonar pronto con una madre que no le hacía caso y con un novio de su madre que le hacía menos caso aún, en una casa falta de amor y cariño. Ahora vivía con una persona que realmente la quería y se preocupaba de ella, que le ponía películas de anime, le daba el biberón y hasta le ponía el pañal con tal ternura que parecía su propia madre.
Mientras iba pensando esto, ya había llegado hasta la pizarra. Estaba enfrente de la clase y en blanco. Intentó no parecer insegura, pero estaba muy nerviosa. Dos docenas de caras la miraban, esperando unas palabras que tenían que salir de su boca pero que parecían que no encontraban el camino.
-¿Por qué no empiezas por tu nombre? –le dijo amablemente la profesora Isabel.
Lucía empezó a hablar, pero su voz salió temblorosa, como si estuviese hecha de gelatina.
-Me-me llamo Lu-Lucía… y-y soy de Sarrià… Pero ahora vivo con mi tía aquí al lado.
-¿Por qué vives con tu tía? –preguntó un niño de la segunda fila.
-Arturo, no he dicho que podáis preguntarle –le reprendió la profesora Isabel lanzándole una mirada de advertencia. Sigue, Lucía. ¿Cuáles son tus hobbies?
-Me-me gustan las películas de anime y Detective Conan.
-¿Qué te gustaría ser de mayor? –le preguntó la profesora.
-Escritora.
-¿Escritora? –parecía sorprendida-. Vaya, me alegro mucho de oír eso. ¿Significa que tienes una gran imaginación y que te gusta leer verdad?
-Sí…
-¿Cuál es tu libro preferido?
-Las Lágrimas de Shiva.
-¿Las Lágrimas de Shiva? Pero es un libro para niños más mayores...
-Sí, pero … Bueno, me da igual… No se me hace muy pesado -añadió.
-Vaya, Lucía. Realmente me has dado una grata sorpresa –la profesora parecía muy satisfecha-. ¿Hay algo más que quieras contarnos sobre ti?
<<Tomo biberón, duermo con una muñeca y llevo pañales>>.
Pero no dijo nada de eso.
Se volvió a su pupitre y empezó la clase.
La profesora Isabel era una docente exigente, pero se notaba que le encantaba su trabajo. No se preocupaba solo de que sus alumnos aprendieran sobre la materia, sino también sobre la vida, respeto y valores humanos. Lucía notó eso enseguida. Les hizo leer un poema de un tal Miguel Hernández que dedicaba a la Libertad. Y les puso una canción después sobre ese poema. La profesora Isabel le preguntó varias cosas a Lucía sobre la materia y ella supo respondérselas. Lenguaje era una asignatura que se le daba bastante bien.
Después tuvieron Conocimiento del Medio, y eso no se le daba tan bien. La profesora Isabel le hizo una pregunta y Lucía no supo la respuesta. No volvió a preguntarle en esa clase.
Lucía sabía que lo hacía para ver el nivel que tenía. Realmente era una buena profesora.
Cuando salieron al patio, cada niño se juntó con su grupo de amigos, por lo que Lucía se quedó un poco sola.
Bueno, bastante sola.
Sacó el sándwich que le había preparado tía Sara y fue a comérselo a un banco alejada del bullicio.
Se dio cuenta de lo diferente que estaba siendo este primer día de colegio. Normalmente, ella estaba feliz cada vez que empezaba un nuevo cole, pero esta vez era muy distinto.
En las otras ocasiones, Lucía quería ir al colegio para poder estar lejos de su casa, donde se sentía como una tortuga a la que solo se preocupaban de darle de comer; su madre no jugaba con ella ni le ponía películas así que Lucía se dedicaba a ver la tele en la cocina o a jugar sola con su muñeca.
Sin embargo, esta vez era muy distinto. Con tía Sara se sentía valorada y querida. Ella jugaba con ella, veían películas juntas, le daba el bibe y hasta le ponía pañales. Y eso que al principio la convivencia con su tía había sido horrible, se hacía pipí en la cama y no se podía dormir. Pero tía Sara le había puesto pañales para evitarl; y aunque en un principio a Lucía no le gustaba nada el pañal, enseguida se había acostumbrado a él, y le encantaba que su tía se lo pusiese. Hacía que se sintiera muy querida; le daba mucho amor sentir como tía Sara le ponía el pañal con tanta ternura… Cuando aprendió a ponérselo.
Se le escapó una risita, recordando lo torpe que era su tía al principio poniéndole el pañal. Pero ahora lo hacía muy bien y Lucía echaba de menos eso en ese momento del día.
Se sorprendió porque solo llevaba dos días llevando pañal.
Realmente se había acostumbrado muy pronto a él.
Miro a su alrededor.
Estaba en un patio sin nadie que le hiciese caso, y quería estas en casa, con su pañal, tomando bibe y viendo películas con tía Sara.
Se empezó a poner muy triste. Le costaba comerse el sándwich, no porque estuviese malo sino porque cuando uno está triste, siempre es más difícil comer, pero su tía se lo había preparado con mucho amor y no iba a dejarlo a medias. Se lo acabó, y lamentó haberlo hecho, porque ahora no tenía nada en que ocupar el tiempo. Se quedó ahí sentada, sola, observando a los demás niños jugar.
Intentó encontrar a los que iban a su clase. Vio a la niña rubia que se había reído de ella. Estaba con un corro de admiradoras riéndose de algo. Lucía las observó un rato a ver si la miraban a ella pero no era así; miraban a los chicos que jugaban al fútbol. La chica además no era nada guapa; ocultaba sus nada agraciados rasgos faciales con una gran cantidad de maquillaje, pero esa nariz enorme no había forma de taparla.
Lucía sonrió. Seguro que tenía una inseguridad con ello. Se lo guardó para sí misma por si alguna vez tenía que utilizarlo.
Lucía se aburría. Tampoco podía ir a buscar a Esteban porque estaba en otro patio, y no estaba segura de dónde se encontraba. Además aún no sabía si a los niños se les permitía ir a patios de otros cursos.
Suspiró. Miró la hora en un reloj que había encima de una de las porterías de la pista de fútbol. No sabía cuánto duraba el recreo, pero se le estaba haciendo demasiado largo.

En el trabajo, Sara no daba una derecha. Estaba muy nerviosa pensando en el primer día de colegio de Lucía. Se equivocó varias veces al devolver el cambio y se le cayeron las latas de tomate en conserva cuando las estaba colocando en una estantería.
-¡Sara, despierta! –le dijo una de sus compañeras en tono de broma.
Pero lo cierto era que sí que tenía que espabilarse y concentrarse en el trabajo.
Miraba cada poco tiempo la hora en su teléfono móvil, esperando que diesen las dos en punto para salir e ir a recoger a Lucía.
El día se le hizo eterno pero por fin llegó la hora de salir. Terminó de despachar rápidamente a los dos últimos clientes, se despidió fugazmente de sus compañeros y salió echando humo del supermercado.
El colegio no estaba a más de quince minutos a pie desde el supermercado, pero Sara quería estar lo antes posible para situarse cerca de la puerta y que su sobrina la viese enseguida.
Cuando llegó había ya varios padres esperando para recoger a sus hijos.
Sonó el timbre y Sara empezó a buscar a Lucía con la mirada. No la vio y se empezó a poner nerviosa pero al poco su sobrina asomó por una de las puertas.
Levantó la mano y la llamó.
-¡Lucía! ¡Lucía, aquí!
Lucía se acercó a ella. Estaba roja como un tomate.
-Tía Sara, por favor, que vergüenza –le dijo abriendo mucho los ojos y evitando mirarla.
-¿Qué pasa? –le preguntó. Y entonces cayó en la cuenta-. Ah, vale. Lo siento.
Sara se puso en el lugar de Lucía. Todos los demás padres esperaban a sus hijos sin llamarlos, incluso los que eran más pequeños, y ella se había puesto a llamar a Lucía como si ésta volviese de misión en Irak.
De camino a casa, Sara le preguntó por su día.
Lucía le dijo que había ido bien, pero parecía un poco deprimida.
-¿Has hecho algún amigo o alguna amiga?
-No…
Sara la notó bastante deprimida.
-Bueno –le dijo para animarla-, ¡ya verás cómo mañana sí que conoces a alguien! Al fin y al cabo, hoy era solo el primer día –le acarició la mejilla-. ¿Has visto a Esteban?
-No, estamos en patios separados…
-Yaa… Pero pensaba que a lo mejor sí que podías haberlo visto entrando a clase o…
-Pues no.
Sara se dio cuenta de que no tenía ganas de hablar, así que no insistió.
No había sido un buen día para Lucía así que la dejaría descansar.
Preparó para comer hamburguesas de pollo. Ella y Lucía comieron en silencio. Sara intentó sacar algún tema de conversación que no tuviera que ver con el colegio pero Lucía tampoco parecía muy dispuesta a hablar. Cuando estaban tomando el postre, Lucía por fin dijo una frase de más de una palabra.
-Tía Sara, ¿puedes ponerme ahora el pañal, que vaya a dormir la siesta?
-¡Claro, cariño! –le sonrió y le apretó su manita-. ¿Tienes sueño?
-Un poquito.
-Vale, pues acábate el flan que te pongo tu pañal y te vas a dormir –le dijo con una sonrisa.
Lucía también sonrió un poquito, Sara había aprendido a notar cuando Lucía estaba feliz. Se acabó el flan rápidamente y juntas se dirigieron a la habitación.
Cuando llegaron, Lucía se tumbó baca arriba sobre la cama, esperando a que Sara le pusiese el pañal. Sara notó a que a su sobrina ya no le importaba tanto tener que llevar puesto un pañal para dormir. Recordó como la primera vez que le puso uno, estaba muy molesta y no quería llevarlo, pero esta mañana se había mostrado muy juguetona con ella, y parecía que no le molestaba el pañal.
Y ahora, cuando le había preguntado si podía ponerle uno y Sara le había contestado que sí, Lucía parecía más animada.
Sara ya sabía que Lucía había aceptado que necesitaba llevar pañales para dormir, pero parecía que el pañal también hacía que se sintiese segura en otros aspectos. Estaba segura de que su sobrina no había pasado un buen día en el colegio y eso le preocupaba, pero por otra parte era normal, solo era el primer día. Y el primer día siempre es duro.
Sin embargo, parecía que el pañal, no solo había conseguido que Lucía pudiese dormir cómodamente, sino que también se sintiese feliz.
<<Dormir bien hace mucho, pensó Sara>>
Sacó un pañal de la bolsa y se acercó con él a Lucía. Lo dejó a su lado sobre la cama y le bajó los pantaloncitos.
-¿Qué dibujo lleva el pañal? –preguntó.
-Es de Esmeralda –contestó Sara.
Sara le quitó las braguitas y le levantó las piernas. Abrió el pañal y le pasó la parte de tras a Lucía por el culete. Le bajó las piernecitas y se lo pasó por delante. Lucía sonrió, esta vez de abiertamente, con esa sonrisa tan bonita que tenía.
-Es la primera vez que te veo sonreír desde que has venido del cole –le dijo Sara, sonriendo también.
-Sí…
-¿Es que te gusta el pañal? –le preguntó Sara.
-No… -contestó Lucía flojito, girando la cabeza a un lado para no mirarla.
-A tu tía no la engañas –le dijo Sara haciéndole cosquillas en la barriga.
Lucía se rió.
-Bueno, me gusta un poquito –dijo muy flojito y separando un poco el dedo pulgar del índice.
-¡Lo sabía! –Sara se inclinó y le empezó a hacer cosquillas en su barriguita.
-¡Para, porfi! –le decía Lucía sin poder contener la risa-. ¡Para, para! Jijijijiji…
Sara se incorporó, apartándose un mechón de pelo que le caía por la frente, miró a Lucía, que se reía, y terminó de ponerle el pañal. Se lo ajustó de nuevo, ya que Lucía se había movido cuando le había empezado a hacer cosquillas, y le abrochó las dos cintas adhesivas, dejándoselo bien sujeto.
-Ale, ya está –Lucía se incorporó y Sara la vio allí de pie con su pañal. Estaba muy mona-. ¿Quién me iba a decir a mí que aprendería tan pronto a poner pañales?
-No es tan difícil –le dijo Lucía riendo y tocándose el pañal por la parte de atrás.
Sara se ofendió en broma.
-¡Pues la próxima vez te lo pones tú! –le dijo dándole con el pantalón que le había quitado.
-Nonono –Lucía corrió a abrazarla-. Perdón, perdón, perdón –le decía mientras apretaba un lado de su cara a la barriga de Sara.
Sara la cogió en peso, aguantándola con ambos brazos en el culete, por lo que podía sentir el tacto del pañal por fuera. Lucía estaba tan mona con él puesto… La llevó hasta la cama y la dejó con cuidado apoyada sobre la almohada. Le quitó la camiseta y comenzó a ponerle el pijama. No sabía por qué, pero le salía natural hacer esto. Preparó a Lucía para dormir y la arropó, para que se sintiese segura entre sus manitas. Sara se giró y empezó a buscar algo con la mirada.
<<¿Qué pasa?, pensó Sara>>.
Enseguida cayó en la cuenta.
¡Peppy!
Buscó a Peppy, y la encontró sobre la mesa del escritorio, la llevó hasta la cama y se la dio a Lucía, que la aferró con una de sus manitas, se acomodó de nuevo, haciendo que el pañal sonase con su movimiento, y se acurrucó.
-Descansa, cielo –le dijo Sara.
Le dio unos golpecitos suaves en la parte en la que el pañal abultaba debajo de las sábanas, apagó la luz y saló de la habitación.
American Horror Story la estaba esperando.

6 comentarios:

  1. Nunca me cansos de leer tus historias seguí asi grande tony

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  2. ola me encanta tu historia es pero q pronto subas mas capítulos

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  3. Como siempre cada capitulo mejor que el anterior, sigue asi!!
    Saludos

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