26 de abril de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 7: El Colegio

Lucía sintió un pequeño zarandeo en el hombro. Por un momento, creyó que estaba aún en casa de su madre, y que era ella quien la despertaba, más dormida que la propia Lucía, para que fuera al cole.
Pero no era un movimiento brusco, sino suave y delicado. No la agarraban y tiraban  del hombro para que se despertase, sino que era más bien una caricia, un roce acompañado de una voz suave.
Abrió los ojos y vio a su tía Sara, que le sonreía inclinada hacia la cama.
-Hora de levantarse, mi amor.
Lucía tenía mucho sueño. Volvió a cerrar los ojos y se cubrió entera con la mantita.
-¡Pero bueno! –exclamó su tía. En su voz no se notaba una reprimenda, sino un tono divertido y juguetón-. ¡No sabía que tenía una marmota por sobrina!
Lucía siguió dentro de las sábanas, acurrucándose aún más. El pañal sonó cuando lo hizo con ese sonido de plástico tan característico.
-Umm… ¿Qué puedo hacer ahora? –seguía diciendo su tía con el mismo tono alegre-. Veamos si así mi marmotita sale de su madriguera.
Lucía oyó como tía Sara agitaba el bibe. La perspectiva de tomarse el biberón habría hecho que saliese de la cama, pero estaba tan cansada… Cuando por fin podía dormir bien, tenía que madrugar para ir al cole. No era justo.
Y hablando de dormir bien… Se llevó las manos a la parte delantera del pañal y las metió por dentro del pantaloncito del pijama; le gustaba mucho tocar el pañal y lo sentía como ayer por la mañana, de modo que dedujo que se había hecho pipí otra vez. Pero era increíble; con el pañal ni notaba que estaba mojada, aunque se sentía un poco rara teniendo pipí, de modo que hizo un esfuerzo para salir de debajo de las sábanas y que su tía la cambiase. Además, tía Sara la estaba despertando de manera muy dulce, nada parecido a lo que Lucía estaba acostumbrada.
Cuando asomó la cabecita por debajo de las sábanas, tía Sara se abalanzó sobre ella y empezó a cubrirla de besos. Lucía se intentó zafar como pudo, pero no había manera. Su tía la tenía bien agarrada con los brazos, que en ese momento parecían tentáculos, y que además, le hacían cosquillas.
-Ayyy –Lucía intentaba hablar pero la risa no la dejaba-. Para, tía Sara… Jijijijijijiji… ¡Eres peor que un pulpo!
-¡Soy un pulpo que no va a renunciar a su presa, la pequeña marmota dormilona! –y dicho esto le subió la camiseta del pijama y le empezó a hacer pedorretas en la barriga.
De esta manera, la parte de arriba del pañal quedaba a la vista, pero a Lucía no le importó.
-¡Para! Jijijijijijji… ¡Para, porfi! –Lucía casi se iba a hacer pipí otra vez de la risa. Le gustaba sentir el pañal puesto mientras jugaba con su tía. No se movía ni nada. Se sentía muy segura aunque llevase pipí-. ¡Me levantaré! Jijijijijiji ¡Lo prometo, me levantaré!
Tía Sara la soltó, y Lucía se sentó en la cama, de rodillas, y se llevó las manos a la parte delantera del pañal.
-Casi me hago pipí otra vez –le dijo, aún riéndose un poco.
Su tía también le sonrió y se llevó las manos hacia la espalda.
-¿A qué no sabes lo que tengo aquí detrás? –le pregunto con una sonrisa pícara.
Por supuesto, Lucía lo sabía, y su tía sabía que ella lo sabía, pero solo pretendía jugar con ella. Lucía se sentía muy querida.
-¡Bibe! –exclamó Lucía.
Y empezó a abrir y cerrar la boca, pidiendo que se lo diese.
-¿Quieres tu bibe? –le preguntó su tía mientras sacaba el bibe d detrás suya y lo agitaba delante de Lucía.
-¡Sí!
-Pues aún no le has dado un beso de buenos días a tu tía –le dijo imitando un tono de reproche.
Esta vez fue Lucía la que se abalanzó sobre ella. Le empezó a dar besos en una mejilla como si le fuese la vida en ello. Su tía intentaba apartarla con una mano mientras que con la otra sujetaba su biberón. Habían intercambiado los papeles. Esta vez, Lucía era el pulpo.
-¡Quítate de encima, calamar! ¡Arr! –le decía su tía imitando el tono de un pirata.
-¡Me quitaré de encima cuando me des mi bibe! –le contestaba Lucía jugando.
Finalmente, tía Sara pudo zafarse de ella y tumbarla con dos movimientos boca arriba sobre la cama; su tía era muy fuerte. Con todo el revuelo, a Lucía se le había bajado un poco el pantalón del pijama, dejando al descubierto casi todo el pañal. Lucía se llevó las manos hacia él y se rió nerviosa. Parecía que sí que le seguía dando un poquito de vergüenza que la viesen con pañal.
-Cámbiame, tía Sara –le dijo.
Su tía se inclinó hacia ella y le preguntó abriendo mucho los ojos y fingiendo sorpresa.
-¿Quieres que te cambie el pañal? O sea, que te ponga otro…
-¡Nooo! –exclamó Lucía riéndose-. Que me quites el pañal, digo –y se rió otra vez.
-Claro, cielo –le contestó su tía pellizcándole la mejilla-. Voy a quitarte ahora mismo el pañalito.
Lucía adoptó la postura de ponerle y quitarle el pañal: tumbada boca arriba perpendicular al borde de la cama.
Su tía se acercó y le terminó de bajar el pantaloncito. Lucía se agitó, un poco inquieta, le habían entrado ganas de que le quitasen ese pañal mojado.
-Tranquila, guisantito. Ya te lo estoy quitando –le dijo tía Sara. Debió de notar las ansias de Lucía.
La verdad era que su tía la había conocido muy rápido. Ya sabía muchas cosas de los gustos de Lucía. Cosas que ni su madre de verdad sabía ni se había preocupado por saberlas.
Tía Sara le separó las cintas de los dos lados del pañal y se lo abrió. Lucía sonrió, y su tía, creyendo que le había sonreído a ella, se la devolvió. O quizás solo sonreía por ver a Lucía sonreír.
El caso es que Lucía disfrutaba mucho cuando le quitaban el pañal mojado, y también le había gustado cuando anoche su tía le puso el pañal con tantos mimos y ella se quedaba embobada mirando al techo, sorprendiéndose de lo cómoda que estaba con el pañal. Con su pañal.
Tía Sara le levantó las piernas y le extrajo el pañal de su culito. La limpió con mucho cuidado y le subió los pantaloncitos. Lucía se incorporó de rodillas sobre la cama.
-¡Bibe!
Sara le sonrió. Se subió también a la cama y se sentó con las piernas cruzadas, apoyada en la pared. Cogió el biberón, que se había quedado tirado sobre la cama, mezclado entre las sábanas a consecuencia de la doble pelea mañanera, y le hizo un gesto a Lucía de que se acercase a su regazo. Lucía gateó hasta ella, sorprendiéndose de esa actitud de bebé que estaba mostrando, aunque no le importaba. Se acurrucó mirando hacia arriba sobre las piernas cruzadas de su tía y abrió mucho la boca. Tía Sara, con una sonrisa muy tierna, se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la cara y llevó el bibe hasta los labios de su sobrina.
Cuando la tetina del mismo estaba cerca de su boquita, Lucía estiró el cuello y la cerró, sujetando la tetina fuertemente con los labios. Empezó succionar de ella, haciendo que la leche saliese y cayese en su boquita. Tía Sara preparaba unos bibes muy ricos, y eso que los ingredientes eran los mismos que usaba su madre.
Lucía se fue tomando el bibe haciendo ese sonido que tanto le tranquilizaba, parecido a un bebé al chupar su chupete.
Chopchopchopchochopchopchop.
Lucía estaba abrazada a la cintura de su tía, y ella la sujetaba con un brazo, incorporando un poco su cabecita y acercándole el bibe con la otra mano.
Cuando Lucía de tomaba el biberón, tía Sara siempre la miraba sonriendo, con una expresión de felicidad en su rostro en el que participaba su boca, pero sobre todo sus ojos. Lucía podía notar que era una expresión de felicidad auténtica; quizás por eso no le importaba, ya que de otro modo, le habría resultado un poco incómodo que la mirasen mientras se tomaba el biberón.
Conforme se lo iba acabando, su tía lo iba inclinando cada vez más para que así la leche no dejase de caer. Lucía no podía creer que Sara nunca le hubiese dado el biberón a nadie. Lo hacía tan bien…
Poner y quitar pañales le había costado un poquito pero ahora sí que lo hacía muy bien también. Sin embargo, con el biberón era otro tema. A Lucía nunca le habían dado el bibe (bueno, de pequeña seguro que sí), su madre, después de gritarle que se levantase, se lo dejaba sobre la mesita de noche, que era una caja de cartones vino. Lucía era muy dormilona y odiaba madrugar, por eso tardaba mucho en despertarse y se tomaba el biberón frío. Aunque lo malo no era eso, sino que siempre llegaba tarde al colegio. Y había días que incluso ni iba.
Sin embargo su tía la despertaba delicadamente, jugaba con ella y le daba el biberón de esa manera tan cariñosa. Lucía nunca hubiese creído que pudiera llegar a acostumbrarse a su nueva vida de esa manera tan rápida, y ni mucho menos llegar a querer tanto a su tía.
Una tía que había tenido que ponerle pañales para dormir, pero Lucía sabía que no le quedaba más remedio ya que ella mojaba la cama y que a su tía le había dolido ponérselos, sin embargo, a Lucía le había sorprendido lo cómodo que era el pañal y lo segura que estaba con él, con la certeza de que podía hacerse pipí por la noche y no despertarse.
Terminó de tomarse el biberón  y su tía se levantó con ella en brazos de la cama y comenzó a soltarle los gases.
Esa era otra de las cosas que su madre no había hecho nunca. Siempre que se tomaba el biberón, Lucía pasaba una hora aguantándose pedetes y eructos. A veces le salían en clase, con lo que todos los niños se reían de ella. Entre eso y que Lucía cambiaba de colegio cada dos por tres, nunca había podido hacer amigos. Esteban era el niño con el que más tiempo había estado jugando.
Terminó de eructar, se rió un poco porque eso sí que le daba vergüenza, y su tía la dejó sentada sobre la cama. Le dio un beso en la frente.
-Qué bonita eres –le dijo-. Bueno –añadió mientras cogía el biberón de una mesita de noche de verdad-, ahora voy a desayunar yo. Vístete que enseguida nos vamos –le dio otro beso.
-¿Tengo tiempo de trenzarme el pelo? –le preguntó Lucía.
-¿Sabes trenzarte el pelo? –se extrañó tía Sara.
-Ajá –asintió Lucía-. ¿Por qué?
-No, por nada… -contestó. Luego sacó su móvil de un bolsillo de su bata y miró la hora-. Sí, tienes tiempo –y salió de la habitación-. ¡Mierda, si aún me tengo que vestir yo! –la oyó exclamar Lucía.
Su tía, a pesar de ser un adulto, se comportaba muchas veces de una manera más parecida a un niño: veía dibujos, no le importaba tener comida en el salón, se sentaba con las piernas cruzadas sobre la cama… Pero no era inmadurez, como su madre, que sí que se comportaba de una manera mucho más desastrosa para un adulto, sino que era su forma de ser. Lucía sonrió para sí misma y empezó a vestirse.
Salió de su habitación ya peinada, vestida y con la mochila al hombro. Esperaba que a su tía no se le hubiese olvidado hacerle el sándwich. Entonces la vio saltando por el pasillo a la pata coja, abrochándose el zapato y sosteniendo unos papeles con la boca. Al final, logró llegar hasta el sofá. Bueno, más bien se cayó en el sofá. Terminó de atarse los cordones y se levantó.
-¿Estás ya lista, Lucía? –levantó la cabeza y la miró. De repente se fijó en sus dos trenzas-. ¡Pero qué guapa estás, guisantito! ¡Todos los niños de tu clase van a querer salir contigo!
-¡Ay, cállate! –Lucía se puso muy roja.
-Bueno, a ver –tía Sara empezó a hablar consigo misma-. Tengo los papeles de la matrícula, el móvil, la cartera, las llaves, el sándwich de Lucía… Vale, creo que ya puedo irme.
Salió corriendo pasando por delante de Lucía y llegó hasta la cocina. De pronto, Lucía la oyó volver corriendo al salón.
-¡Lucía! ¡Que me olvidaba de ti! –la cogió por la pechera y tiró de ella.
Lucía se dejó arrastrar con cara de susto.
Ya fuera del edificio, su tía le iba hablando mientras andaban hacia el cole. O iba hablando otra vez consigo misma, Lucía no estaba muy segura.
-Vale, sales a las dos y media, lo que me da tiempo a salir del trabajo y venir a buscarte… O también se lo puedo decir a Laura… No, me da tiempo… Bueno, podríamos turnarnos… En fin, ya lo veremos…
Fue en ese momento cuando Lucía se percató que estaba a punto de empezar un cole nuevo y comenzó a ponerse nerviosa. Desgraciadamente, había estado en muchos colegios, pero siempre se asustaba a la hora empezar en uno. Sin embargo, en esta ocasión, todo el tema del pañal había hecho que lo del cole nuevo pasase a un segundo plano.
De pronto llegaron a él. Era un colegio con una fachada marrón y una puerta verde que precedía un patio de piedras. Encima de la puerta de entrada podía leerse Colegio Público Federico García Lorca.
-¿Quién es Federico García Lorca? –preguntó Lucía.
-Un poeta que mataron los franquistas –contestó tía Sara.
-¿Quiénes son los franquistas?
Su tía sonrió, divertida.
-Buff, esa es una historia muy larga. Pregúntaselo a Laura cuando volvamos a verla, sobre todo si te aburre el tema del que está hablando. Dices franquistas y se tirará un buen rato despotricando de ellos. Y con razón –añadió-. Pero hazme un favor, Lucía. No le preguntes a tu profesora el primer día por los franquitas. Si quieres, hazlo más adelante, pero el primer día no –sonrió-. Bueno, entremos.
Lucía se fijó en que había muchos niños esperando también a que sonase el timbre para entrar; su tía, sin embargo, le dijo que ellas debían entrar antes, que tenían una reunión con el secretario del colegio. A Lucía, le daba mucha vergüenza que en su primer día la viesen entrar con un adulto. Tía Sara le debía de estar leyendo el pensamiento porque le dijo:
-Mira, Lucía, vamos a hacer una cosa. Entra tú primero y espérame justo al lado de la puerta. Al rato entraré yo y así no te verán entrar con un adulto, que creerán que soy tu madre.
A Lucía le pareció una idea genial.
Entró, nerviosa, procurando no mirar hacia atrás, ya que vería a los demás niños mirando que hacía una alumna entrando antes de que sonase el timbre. ¿Y si pensaban que era una empollona?
Cuando ya estuvo dentro, cerró la puerta rápidamente tras de sí. Vio un banco y se sentó a esperar a tía Sara, que entró tras un considerable periodo de tiempo.
-Bueno, vamos –le dijo-. El despacho del secretario tiene que estar por ahí –y ambas pasaron por un pasillo que empezaba a mano izquierda.
Tía Sara iba mirando en los carteles de las puertas que se encontraban, buscando el despacho del secretario.
-Pedro Martínez, secretario. Aquí es –llamó.
-Adelante –dijo una voz grave desde dentro.
Sara pasó y Lucía la siguió.
Al verlas, el secretario se levantó enseguida de su mesa. Lucía pudo ver que era una persona alta, con el pelo muy corto y que vestía tejanos y una camisa a cuadros en la que llevaba una chapa en la solapa. Lucía pudo ver que en ella estaba escrito ‘Más recortes en educación, menos futuro para la región’.
-Ah, usted debe ser Sara Blanc, la tutora legal de Lucía Creus. Y su tía, por supuesto –dijo estirando la mano hacia ella. Tía Sara le devolvió el saludo-. Y aquí tenemos a Lucía –añadió, mirándola con una sonrisa.
También le extendió la mano. Lucía se la devolvió, tímida. Era la primera vez que alguien le ofrecía su mano para que la estrechase.
Pedro Martínez, se apoyó en su mesa y se metió las manos en los bolsillos. Tenía una postura distendida, relajada, y que trasmitía seguridad.
-Bueno –dijo mirándolas a las dos a la vez-, Lucía, tu clase es Sexto A. Tienes hoy a primera hora Lenguaje con la señorita Isabel, que también te dará Matemáticas, Conocimiento del Medio y Plástica –cogió un papel del escritorio y se lo dio a Lucía, que vio que era un horario. Pedro Martínez continuó hablando-. En cuanto a los libros, tus profesores sabrán mejor que yo cuales son, pero creo recordar que son todos de la Editorial Santillana menos el de Inglés, que es de Oxford Class, que suena muy difícil pero luego verás que no es tan complicado –añadió con una sonrisa-. Tu clase está en la tercera planta, puesto que ya sois los mayores del colegio, en el segundo pasillo a la izquierda.
Lucía asintió con la cabeza.
-Aquí traigo los papeles para la matrícula –dijo tía Sara mostrando el montón de folios que había llevado esa mañana sujetados con la boca.
-Ah, sí –exclamó el secretario-. El libro de familia y eso, ¿no?
-Ajá –contestó su tía.
-Vale, déjalos por aquí –dijo cogiéndolos y dejándolos él mismo sobre la mesa-. La directora es la que tiene que firmar la matrícula, llegará más tarde –hizo una pausa. Las miró y les sonrió-. Pues por mi parte esto es todo. El timbre está a punto de sonar –añadió mirando fugazmente su reloj, luego levantó a la cabeza y miró a Lucía-, ¿tienes alguna pregunta, Lucía?
Lucía dio un respingo.
-No, no… Está todo bien… -dijo con voz bajita.
El secretario empezó a informarles de las actividades extraescolares: pintura, fútbol, baile, un taller de escritura… El último sí le llamó la atención a Lucía
-Es los Martes y Jueves de seis a siete y media –dijo el secretario-. Lo da un autor que ha publicado varios libros, Javi Carrasc.
En ese momento sonó el timbre.
-Vale, hora de ir a clase… Y yo de empezar a trabajar –dijo el secretario.
Tía Sara le dio las gracias por todo y las dos salieron del despacho. En el hall del colegio, los niños ya habían empezado a entrar, pero Lucía y su tía no los veían desde ese punto del pasillo.
-Bueno, Lucía –su tía se puso en cuclillas hasta quedarse a su altura-, sé que no hace falta que te lo diga porque eres muy lista… Y tampoco estoy segura de qué debo decir… Pero… Pórtate bien… ¿No? –estaba muy insegura.
Lucía se rió un poco. Era más bien una risa nerviosa. Ojalá llevase un pañal.
-Sí, tía Sara. Lo sé.
-Claro que lo sabes, eres listísima –se le empezaron a humedecer los ojos-. Cualquier cosa que necesites, lo que sea… En secretaría tienen mi número… Pero a lo mejor deberías llamarme tú directamente, deberías venir con móvil… ¿Es buena idea que vengas con un móvil al colegio…? Mira, no sé… –la besó en la frente-. Que peinado más chulo te has hecho. Nos vemos a la salida. A las dos y media estaré aquí para recogerte –volvió a besarla-. Pásatelo bien. Ahora, sal tú antes que yo –y le guiñó un ojo.
Lucía le dijo que vale y salió del pasillo. En el hall aún quedaban algunos niños rezagados. Lucía subió por las escaleras, recordando dónde le había dicho el secretario que estaba su clase.
<<Tercera planta, segundo pasillo a la izquierda>>
Ya estaba allí. La puerta estaba abierta. Cogió airé y entró.
Dentro había un gran escándalo porque aún no había llegado la profesora, pero cuando entró Lucía, fue bajándose el griterío progresivamente hasta quedar en un murmullo, del que Lucía podía oír cosas como ‘Eh, esa es la nueva’, ‘Es la chica nueva’ o ‘¿Has visto que trenzas?’
Lucía buscó con la mirada a quien había dicho eso para saber si se trataba de un comentario ofensivo. Enseguida vio que debía de haberlo dicho la niña rubia con el pelo lacio vestida con un vestido verde que la miraba de forma despectiva.
<<La popular de la clase, pensó>> Lucía odiaba a ese tipo de personas.
Lucía buscó con la mirada y encontró un sitio vacío en la última fila de la clase. Caminó hacia él escuchando aún algunos comentarios provenientes del murmullo. Dejó la mochila en el suelo, apoyada en una de las patas del pupitre y se sentó.
En ese momento entró la profesora de Lenguaje. Era una mujer de mediana edad, con la cabellera marrón y rizada y que caminaba de una forma muy decidida. Los alumnos en cuanto la vieron entrar, corrieron a sentarse en sus pupitres. Parecía una profesora que sabía imponer disciplina. Dejó sus cosas sobre su mesa y miró a la clase.
-Buenos días, chicos –les dijo-. Hoy me ha dicho el secretario que tenemos una nueva alumna en clase –miró uno de los papeles que había dejado en la mesa y volvió a levantar la cabeza-. Lucía Creus… ¿Dónde estás sentada, Lucía? –lucía levantó la mano-. Bien, ¿por qué no vienes a la pizarra y te presentas? Así sabremos algo más de ti.
Lucía se levantó. Siempre que empezaba en un cole nuevo le tocaba esa parte, estaba ya acostumbrada y se había aprendido un párrafo con su presentación completa para soltarla y volver siempre a sentarse en su sitio lo antes posible; pero conforme iba andando hasta la pizarra se daba cuenta de que se párrafo ya no le valía.
Ya no vivía en una casa vieja que tendría que abandonar pronto con una madre que no le hacía caso y con un novio de su madre que le hacía menos caso aún, en una casa falta de amor y cariño. Ahora vivía con una persona que realmente la quería y se preocupaba de ella, que le ponía películas de anime, le daba el biberón y hasta le ponía el pañal con tal ternura que parecía su propia madre.
Mientras iba pensando esto, ya había llegado hasta la pizarra. Estaba enfrente de la clase y en blanco. Intentó no parecer insegura, pero estaba muy nerviosa. Dos docenas de caras la miraban, esperando unas palabras que tenían que salir de su boca pero que parecían que no encontraban el camino.
-¿Por qué no empiezas por tu nombre? –le dijo amablemente la profesora Isabel.
Lucía empezó a hablar, pero su voz salió temblorosa, como si estuviese hecha de gelatina.
-Me-me llamo Lu-Lucía… y-y soy de Sarrià… Pero ahora vivo con mi tía aquí al lado.
-¿Por qué vives con tu tía? –preguntó un niño de la segunda fila.
-Arturo, no he dicho que podáis preguntarle –le reprendió la profesora Isabel lanzándole una mirada de advertencia. Sigue, Lucía. ¿Cuáles son tus hobbies?
-Me-me gustan las películas de anime y Detective Conan.
-¿Qué te gustaría ser de mayor? –le preguntó la profesora.
-Escritora.
-¿Escritora? –parecía sorprendida-. Vaya, me alegro mucho de oír eso. ¿Significa que tienes una gran imaginación y que te gusta leer verdad?
-Sí…
-¿Cuál es tu libro preferido?
-Las Lágrimas de Shiva.
-¿Las Lágrimas de Shiva? Pero es un libro para niños más mayores...
-Sí, pero … Bueno, me da igual… No se me hace muy pesado -añadió.
-Vaya, Lucía. Realmente me has dado una grata sorpresa –la profesora parecía muy satisfecha-. ¿Hay algo más que quieras contarnos sobre ti?
<<Tomo biberón, duermo con una muñeca y llevo pañales>>.
Pero no dijo nada de eso.
Se volvió a su pupitre y empezó la clase.
La profesora Isabel era una docente exigente, pero se notaba que le encantaba su trabajo. No se preocupaba solo de que sus alumnos aprendieran sobre la materia, sino también sobre la vida, respeto y valores humanos. Lucía notó eso enseguida. Les hizo leer un poema de un tal Miguel Hernández que dedicaba a la Libertad. Y les puso una canción después sobre ese poema. La profesora Isabel le preguntó varias cosas a Lucía sobre la materia y ella supo respondérselas. Lenguaje era una asignatura que se le daba bastante bien.
Después tuvieron Conocimiento del Medio, y eso no se le daba tan bien. La profesora Isabel le hizo una pregunta y Lucía no supo la respuesta. No volvió a preguntarle en esa clase.
Lucía sabía que lo hacía para ver el nivel que tenía. Realmente era una buena profesora.
Cuando salieron al patio, cada niño se juntó con su grupo de amigos, por lo que Lucía se quedó un poco sola.
Bueno, bastante sola.
Sacó el sándwich que le había preparado tía Sara y fue a comérselo a un banco alejada del bullicio.
Se dio cuenta de lo diferente que estaba siendo este primer día de colegio. Normalmente, ella estaba feliz cada vez que empezaba un nuevo cole, pero esta vez era muy distinto.
En las otras ocasiones, Lucía quería ir al colegio para poder estar lejos de su casa, donde se sentía como una tortuga a la que solo se preocupaban de darle de comer; su madre no jugaba con ella ni le ponía películas así que Lucía se dedicaba a ver la tele en la cocina o a jugar sola con su muñeca.
Sin embargo, esta vez era muy distinto. Con tía Sara se sentía valorada y querida. Ella jugaba con ella, veían películas juntas, le daba el bibe y hasta le ponía pañales. Y eso que al principio la convivencia con su tía había sido horrible, se hacía pipí en la cama y no se podía dormir. Pero tía Sara le había puesto pañales para evitarl; y aunque en un principio a Lucía no le gustaba nada el pañal, enseguida se había acostumbrado a él, y le encantaba que su tía se lo pusiese. Hacía que se sintiera muy querida; le daba mucho amor sentir como tía Sara le ponía el pañal con tanta ternura… Cuando aprendió a ponérselo.
Se le escapó una risita, recordando lo torpe que era su tía al principio poniéndole el pañal. Pero ahora lo hacía muy bien y Lucía echaba de menos eso en ese momento del día.
Se sorprendió porque solo llevaba dos días llevando pañal.
Realmente se había acostumbrado muy pronto a él.
Miro a su alrededor.
Estaba en un patio sin nadie que le hiciese caso, y quería estas en casa, con su pañal, tomando bibe y viendo películas con tía Sara.
Se empezó a poner muy triste. Le costaba comerse el sándwich, no porque estuviese malo sino porque cuando uno está triste, siempre es más difícil comer, pero su tía se lo había preparado con mucho amor y no iba a dejarlo a medias. Se lo acabó, y lamentó haberlo hecho, porque ahora no tenía nada en que ocupar el tiempo. Se quedó ahí sentada, sola, observando a los demás niños jugar.
Intentó encontrar a los que iban a su clase. Vio a la niña rubia que se había reído de ella. Estaba con un corro de admiradoras riéndose de algo. Lucía las observó un rato a ver si la miraban a ella pero no era así; miraban a los chicos que jugaban al fútbol. La chica además no era nada guapa; ocultaba sus nada agraciados rasgos faciales con una gran cantidad de maquillaje, pero esa nariz enorme no había forma de taparla.
Lucía sonrió. Seguro que tenía una inseguridad con ello. Se lo guardó para sí misma por si alguna vez tenía que utilizarlo.
Lucía se aburría. Tampoco podía ir a buscar a Esteban porque estaba en otro patio, y no estaba segura de dónde se encontraba. Además aún no sabía si a los niños se les permitía ir a patios de otros cursos.
Suspiró. Miró la hora en un reloj que había encima de una de las porterías de la pista de fútbol. No sabía cuánto duraba el recreo, pero se le estaba haciendo demasiado largo.

En el trabajo, Sara no daba una derecha. Estaba muy nerviosa pensando en el primer día de colegio de Lucía. Se equivocó varias veces al devolver el cambio y se le cayeron las latas de tomate en conserva cuando las estaba colocando en una estantería.
-¡Sara, despierta! –le dijo una de sus compañeras en tono de broma.
Pero lo cierto era que sí que tenía que espabilarse y concentrarse en el trabajo.
Miraba cada poco tiempo la hora en su teléfono móvil, esperando que diesen las dos en punto para salir e ir a recoger a Lucía.
El día se le hizo eterno pero por fin llegó la hora de salir. Terminó de despachar rápidamente a los dos últimos clientes, se despidió fugazmente de sus compañeros y salió echando humo del supermercado.
El colegio no estaba a más de quince minutos a pie desde el supermercado, pero Sara quería estar lo antes posible para situarse cerca de la puerta y que su sobrina la viese enseguida.
Cuando llegó había ya varios padres esperando para recoger a sus hijos.
Sonó el timbre y Sara empezó a buscar a Lucía con la mirada. No la vio y se empezó a poner nerviosa pero al poco su sobrina asomó por una de las puertas.
Levantó la mano y la llamó.
-¡Lucía! ¡Lucía, aquí!
Lucía se acercó a ella. Estaba roja como un tomate.
-Tía Sara, por favor, que vergüenza –le dijo abriendo mucho los ojos y evitando mirarla.
-¿Qué pasa? –le preguntó. Y entonces cayó en la cuenta-. Ah, vale. Lo siento.
Sara se puso en el lugar de Lucía. Todos los demás padres esperaban a sus hijos sin llamarlos, incluso los que eran más pequeños, y ella se había puesto a llamar a Lucía como si ésta volviese de misión en Irak.
De camino a casa, Sara le preguntó por su día.
Lucía le dijo que había ido bien, pero parecía un poco deprimida.
-¿Has hecho algún amigo o alguna amiga?
-No…
Sara la notó bastante deprimida.
-Bueno –le dijo para animarla-, ¡ya verás cómo mañana sí que conoces a alguien! Al fin y al cabo, hoy era solo el primer día –le acarició la mejilla-. ¿Has visto a Esteban?
-No, estamos en patios separados…
-Yaa… Pero pensaba que a lo mejor sí que podías haberlo visto entrando a clase o…
-Pues no.
Sara se dio cuenta de que no tenía ganas de hablar, así que no insistió.
No había sido un buen día para Lucía así que la dejaría descansar.
Preparó para comer hamburguesas de pollo. Ella y Lucía comieron en silencio. Sara intentó sacar algún tema de conversación que no tuviera que ver con el colegio pero Lucía tampoco parecía muy dispuesta a hablar. Cuando estaban tomando el postre, Lucía por fin dijo una frase de más de una palabra.
-Tía Sara, ¿puedes ponerme ahora el pañal, que vaya a dormir la siesta?
-¡Claro, cariño! –le sonrió y le apretó su manita-. ¿Tienes sueño?
-Un poquito.
-Vale, pues acábate el flan que te pongo tu pañal y te vas a dormir –le dijo con una sonrisa.
Lucía también sonrió un poquito, Sara había aprendido a notar cuando Lucía estaba feliz. Se acabó el flan rápidamente y juntas se dirigieron a la habitación.
Cuando llegaron, Lucía se tumbó baca arriba sobre la cama, esperando a que Sara le pusiese el pañal. Sara notó a que a su sobrina ya no le importaba tanto tener que llevar puesto un pañal para dormir. Recordó como la primera vez que le puso uno, estaba muy molesta y no quería llevarlo, pero esta mañana se había mostrado muy juguetona con ella, y parecía que no le molestaba el pañal.
Y ahora, cuando le había preguntado si podía ponerle uno y Sara le había contestado que sí, Lucía parecía más animada.
Sara ya sabía que Lucía había aceptado que necesitaba llevar pañales para dormir, pero parecía que el pañal también hacía que se sintiese segura en otros aspectos. Estaba segura de que su sobrina no había pasado un buen día en el colegio y eso le preocupaba, pero por otra parte era normal, solo era el primer día. Y el primer día siempre es duro.
Sin embargo, parecía que el pañal, no solo había conseguido que Lucía pudiese dormir cómodamente, sino que también se sintiese feliz.
<<Dormir bien hace mucho, pensó Sara>>
Sacó un pañal de la bolsa y se acercó con él a Lucía. Lo dejó a su lado sobre la cama y le bajó los pantaloncitos.
-¿Qué dibujo lleva el pañal? –preguntó.
-Es de Esmeralda –contestó Sara.
Sara le quitó las braguitas y le levantó las piernas. Abrió el pañal y le pasó la parte de tras a Lucía por el culete. Le bajó las piernecitas y se lo pasó por delante. Lucía sonrió, esta vez de abiertamente, con esa sonrisa tan bonita que tenía.
-Es la primera vez que te veo sonreír desde que has venido del cole –le dijo Sara, sonriendo también.
-Sí…
-¿Es que te gusta el pañal? –le preguntó Sara.
-No… -contestó Lucía flojito, girando la cabeza a un lado para no mirarla.
-A tu tía no la engañas –le dijo Sara haciéndole cosquillas en la barriga.
Lucía se rió.
-Bueno, me gusta un poquito –dijo muy flojito y separando un poco el dedo pulgar del índice.
-¡Lo sabía! –Sara se inclinó y le empezó a hacer cosquillas en su barriguita.
-¡Para, porfi! –le decía Lucía sin poder contener la risa-. ¡Para, para! Jijijijiji…
Sara se incorporó, apartándose un mechón de pelo que le caía por la frente, miró a Lucía, que se reía, y terminó de ponerle el pañal. Se lo ajustó de nuevo, ya que Lucía se había movido cuando le había empezado a hacer cosquillas, y le abrochó las dos cintas adhesivas, dejándoselo bien sujeto.
-Ale, ya está –Lucía se incorporó y Sara la vio allí de pie con su pañal. Estaba muy mona-. ¿Quién me iba a decir a mí que aprendería tan pronto a poner pañales?
-No es tan difícil –le dijo Lucía riendo y tocándose el pañal por la parte de atrás.
Sara se ofendió en broma.
-¡Pues la próxima vez te lo pones tú! –le dijo dándole con el pantalón que le había quitado.
-Nonono –Lucía corrió a abrazarla-. Perdón, perdón, perdón –le decía mientras apretaba un lado de su cara a la barriga de Sara.
Sara la cogió en peso, aguantándola con ambos brazos en el culete, por lo que podía sentir el tacto del pañal por fuera. Lucía estaba tan mona con él puesto… La llevó hasta la cama y la dejó con cuidado apoyada sobre la almohada. Le quitó la camiseta y comenzó a ponerle el pijama. No sabía por qué, pero le salía natural hacer esto. Preparó a Lucía para dormir y la arropó, para que se sintiese segura entre sus manitas. Sara se giró y empezó a buscar algo con la mirada.
<<¿Qué pasa?, pensó Sara>>.
Enseguida cayó en la cuenta.
¡Peppy!
Buscó a Peppy, y la encontró sobre la mesa del escritorio, la llevó hasta la cama y se la dio a Lucía, que la aferró con una de sus manitas, se acomodó de nuevo, haciendo que el pañal sonase con su movimiento, y se acurrucó.
-Descansa, cielo –le dijo Sara.
Le dio unos golpecitos suaves en la parte en la que el pañal abultaba debajo de las sábanas, apagó la luz y saló de la habitación.
American Horror Story la estaba esperando.

9 de abril de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 6: La Noticia

Este es con diferencia el capítulo más largo de esta historia hasta el momento. Quería hacerlo así para compensaros un poco el tiempo que he tardado en publicarlo. Aprovecho también para decir que Lucía quiere biberón constará de 10 capítulos.


Lucía quiere biberón - Capítulo 6: La Noticia



La alarma del móvil sonó estrepitosamente. Sara alargó el brazo desde la cama e intentó apagarla a tientas en la oscuridad. Deslizaba el dedo por la pantalla táctil intentando poner fin al estruendo y la vibración, pero el móvil no estaba por la labor de hacerle caso. Finalmente, le quitó la carcasa exterior y le sacó la batería.
Se volvió a meter debajo de las sábanas. Sabía que tenía que salir pronto, pues corría el riesgo de quedarse dormida de nuevo. Se desperezó y estiró todas sus extremidades y se destapó. Se incorporó en la cama y volvió a estirarse y crujirse algunas articulaciones de su cuerpo que habrían escandalizado a cualquier quiropráctico. Finalmente se levantó.
Hoy se había puesto la alarma más temprano de lo normal. Quería saber cómo había dormido Lucía en su primera noche con pañal. Se había propuesto hacerlo todo lo más cómodo posible para ella, como cuando acababa de mudarse, así que iba a aparecer en su habitación con su biberón ya hecho.
Dormir con pañal era otro cambio muy importante para Lucía, no tanto como irse a vivir con una persona a la que había visto dos veces en su vida pero sí podía llegar a ser algo traumático, como había leído por Internet.
Se puso la bata y fue hasta la cocina a prepararle el biberón. Ese día cogió el que tenía el plástico de la tetina de color rojo. Calentó la leche, luego le echó el Cola-Cao, lo removió y lo vertió en el biberón.
Camino del cuarto de Lucía lo fue agitando para que se mezclase todo mejor.
Abrió la puerta de la habitación y entró sigilosamente. Lucía estaba dormida, por primera vez desde que vivía con ella. Sara dejó el biberón sobre la mesita de noche y encendió la luz de la lamparita. Lucía dormía acurrucada, abrazándose a Peppy. Estaba muy mona. Sara lamentaba despertarla, el corazón le decía Cinco minutitos más, pero la cabeza le decía Ya es hora de levantarse.
Tocó a su sobrina suavemente en el hombro y le susurró.
-Lucía… -le hablaba con voz muy suave-. Ya es hora de levantarse, cielo.
Lucía gimoteó medio dormida y se acurrucó más. A Sara le pareció muy adorable. Además, eso indicaba que había dormido profundamente.
-Guisantito –Sara le acarició la cabeza-, a levantarse, mi amor.
Lucía se desperezó y estiró lo bracitos. A Sara le recordó a ella misma, y sintió por dentro aún más amor por su sobrina.
-¿Qué hora es? –preguntó la niña mientras abría los ojos lentamente.
-La hora de levantarse –contestó Sara acariciándole la mejilla-. ¿Has dormido bien?
-Sí… -Lucía parecía sorprendida.
-¿Te ha molestado el pañal?
-No… -Lucía parecía más sorprendida por esto.
-¿Te has hecho pipí? –le preguntó Sara con delicadeza.
-No sé… -Lucía metió las mano debajo de las sábanas y se palpó la parte delantera del pañal, como si se acabase de acordar que llevaba puesto uno-. Hoy no me he despertado.
El pañal había conseguido que Lucía pudiese dormir toda la noche de un tirón. Se hubiese hecho pipí o no, había sido una buena idea ponérselo.
-Vamos a verlo, ¿vale? –le dijo.
Lucía echó las sábanas hacia delante y se fue incorporando de la cama. Al destaparse, Sara pudo ver cómo el pañal le asomaba por encima del pantalón del pijama. Lucía se puso en la misma posición que había adoptado la noche anterior cuando Sara le puso el pañal.
Ahora esperaba que su tía se lo revisase, pero la verdad es que Sara aún era torpe con todo esto de los pañales.
Le bajó con cuidado los pantaloncitos del pijama, dejando al descubierto el pañal de las princesas Disney. Lucía tenía la cabeza ladeada, parecía que no quería ver cómo Sara le quitaba el pañal. Le desabrochó las dos cintas adhesivas y le separó el pañal del cuerpecito. Cuando dejó la parte de dentro al descubierto, Sara pudo ver que estaba de color amarillento, señal de que se había hecho pipí. Le levantó las piernas a Lucía y le extrajo el pañal completamente. Lo dejó a un lado de la cama, el contrario al que Lucía tenía la cabeza girada.
A Sara el pañal mojado abierto sobre la cama le trasmitía algo extraño.
<<No creo que el pañal se deba dejar así, pensó>>
¡Una bola! ¡Cuando Laura le cambiaba el pañal a Esteban hacía un bola con él!
Sara cogió el pañal y lo empezó a aplastar, pero se volvía a abrir.
<<A Laura se le quedaba hecho una pelota, ¿por qué a mí no?>>
¡Las cintas! ¡Laura lo dejaba sujeto luego con las cintas!
Volvió a abrir el pañal, maldiciendo para sí misma y con un poco de asquete y separó las cintas adhesivas, que se habían quedado pegadas a la parte de dentro. Lo enrolló, dejando las cintas a los lados y cuando estuvo hecho una bola, lo sujetó de nuevo con las cintas adhesivas. Al haber pegado y despegado las cintas varias veces, tanto la noche anterior cuando le puso el pañal como ahora mismo, éstas habían perdido gran parte de su fijación y amenazaban con despegarse. Sara tiró el pañal al suelo y fue por fin a limpiar a Lucía.
Su sobrina había girado la cabeza al otro lado y había visto a Sara peleándose con el pañal.
-Lo siento, cielo –se disculpó-. Pero no soy muy buena en esto de cambiar pañales. Voy a limpiarte.
-Tenía pipí, ¿no? –le preguntó Lucía.
Sara no vio motivos para mentirle.
-Sí, guisantito –dijo-. ¿Pero has visto que con el pañal has podido dormir cómoda toda la noche?
-Sí… -contestó Lucía.
Sara la limpió y le puso las braguitas. Lucía se incorporó y se subió el pantalón del pijama.
-¿Puedes darme ya el bibe? –preguntó.
-¡Claro que sí, cielo!
Lucía se subió de nuevo a la cama, esperando su biberón. Sara lo cogió y notó que ya no estaba tan caliente. Había tardado muchísimo en quitarle el pañal a Lucía. La próxima vez tenía que darse más prisa.
Pero estaba siendo un poco injusta consigo misma. Al fin y al cabo, era la primera vez que cambiaba un pañal, poco a poco lo iría haciendo mejor.
Le puso el biberón a Lucía en la boca, ésta se aferró a la tetina con los labios y se acurrucó en el regazo de Sara.
-¿Está caliente, Lucía? –le preguntó-. Puedo meter la leche en el microondas si se ha quedado frío.
-Está bien –contestó la niña.
Al hablar, unas gotitas de leche se le cayeron por la comisura de la boca. Sara se las limpió con el dedo pulgar y siguió dándole el biberón.
-¿Has visto que hoy no hemos tenido que ducharte como los otros días, que con el pañal has dormido sequita?
Su sobrina asintió con la cabeza mirándola a los ojos sin dejar de tomar biberón. Sara le sonrió y la apretó junto a ella. Estaba muy satisfecha de que su idea hubiese resultado y que su Lucía hubiese podido dormir cómodamente una noche entera.
Terminó de darle el biberón y de echarle los gases, le dijo que se vistiese, cogió el pañal mojado del suelo y salió de la habitación. Fue hasta la cocina y lo tiró en el cubo de basura de debajo del fregadero.
No tenía ganas de cocinar, de modo que cogió uno de los tuppers que tenía en el congelador y lo dejó sobre la encimera.
Le apetecía vaguear. Lucía empezaría el colegio mañana, de modo que hoy era su último día de ‘’vacaciones’’. Fue hasta el sofá, dispuesta a ponerse al día con las series que había dejado a medias desde que Lucía se vino a vivir con ella.
Empezó con American Horror Story. No había terminado de ver la intro cuando Lucía apareció en el salón.
-¿Qué estás viendo, Tía Sara? –le dijo.
Sara pausó el capítulo.
-Una serie de miedo.
-¿Puedo verla contigo?
-No, cielo. Esta es para mayores.
-Jo…
Lucía se volvió hasta su cuarto. Sara se sintió mal.
-Espera, Lucía –la llamó.
-¿Qué pasa? –Lucía volvió a entrar.
-¿Quieres ver Detective Conan?
-¡Sí! –contestó.
Sara suspiró.
-Bien, ven aquí.
Lucía corrió hasta el sofá y se acurrucó junto a ella. Sara paró definitivamente American Horror Story y fue hasta la carpeta de las series de dibujos animados. Buscó el capítulo de Detective Conan en el que se habían quedado y le dio al play.
Pasaron la mañana viendo las aventuras de Shinichi Kudo. Lucía estaba encantada, pero Sara echaba de menos a Evan Peters. Comieron en el salón el tupper congelado, que resultó ser de macarrones. Dejaron el plato vacío sobre la mesa del salón.
Sara pensó que en algún momento de su vida tendría que limpiar el salón.
Convenció a Lucía de ver otra serie por la tarde, pues la voz de Kogoro Mouri le salía ya por las orejas. Finalmente se pusieron Nicky, la aprendiz de bruja.
Más anime. A Sara le gustaba el anime pero es que a Lucía le apasionaba. Sin embargo, notó que su sobrina estaba dando cabezadas en el sofá.
-¿Tienes sueño, Lucía? –le preguntó.
-Un poco –contestó la niña.
-¿Quieres que te acueste a dormir la siesta? –preguntó Sara pensando en American Horror Story.
-Umm… Vale.
Sara paró la película de Miyazaki y se levantó. Sin saber por qué, cogió a Lucía en brazos y la llevó hasta su cuarto. Al llegar la dejó sobre la cama.
-Voy a ponerte un pañal, ¿vale, cielo? –le dijo con delicadeza.
-Vale –contestó Lucía.
-Ponte tú el pijamita mientras.
Sara salió de la habitación, fue hasta la suya y volvió con la bolsa de los pañales. Sacó uno y se acercó con él hasta la cama.
-Túmbate boca arriba, cariño –le dijo.
Lucía obedeció. Sara le bajó los pantaloncitos y vio que Lucía llevaba las braguitas puestas. Todavía no se había acostumbrado a que tenía que llevar un pañal para dormir. Y era normal, puesto que solo lo había llevado una noche.
Le quitó las braguitas.
-Uy –dijo Lucía al darse cuenta de que se las había dejado puestas-. Se me ha olvidado.
Sara le sonrió.
-La costumbre –le contestó sonriendo.
Le levantó las piernas y le pasó el pañal por el culete. Le pasó la otra parte por delante y se dio cuenta que de nuevo lo había dejado demasiado alto por detrás. Le volvió a levantar las piernas y le bajó un poco el pañal. Ahora sí. Le pasó la parte delantera por las entrepierna y se lo sujetó abrochándole las cintas fuertemente.
-A ver, ponte de pie –Lucía se levantó-. ¿Te aprieta?
Lucía se palpó el pañal por delante y por detrás, mirándoselo por primera vez.
-No, está bien –contestó la niña.
Sara se sintió aliviada.
-Menos mal, voy cogiendo práctica –dijo riendo.
Lucía seguía mirándose el pañal.
-¿Te gusta, cielo? –Lucía dejó de mirarse el pañal rápidamente y volvió la cabeza hacia donde estaba Sara, como si se hubiese percatado de pronto de que estaba ahí-. El pañal –aclaró Sara-. Si te gusta.
Lucía se lo volvió a mirar.
-Sí… -dijo-. Es bonito.
Sara sonrió.
-¿Te pones tú el pijama, cariño? –le dijo pensando en Evan Peters.
Estaba demasiado enganchada a American Horror Story.
-Vale –contestó.
-Descansa, cielo –le dijo Sara.
Y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Por fin. American Horror Story la esperaba. Se dio cuenta de todo el tiempo que llevaba sin tener un momento para ella. Probablemente, desde que Lucía llegó a su vida.
Pero no llevaba ni una semana con ella. Sin embargo, a Sara le parecía mucho más tiempo. Pensó que hasta incluso podría hacerse un porro. Se había propuesto no volver a fumar yerba cuando Lucía se vino a vivir con ella, por aquello de dar ejemplo, pero su sobrina no tendría por qué enterarse.
Además, Laura también fumaba, no delante de Esteban, pero lo hacía. Y eso no la convertía en una peor madre.
Aunque lo que de verdad hacía que Sara se sintiese culpable al fumar mariguana era todo lo que había pasado su madre por culpa de la adición a las drogas de su hermana. Aunque Laura solo fumaba yerba, nunca había probado otra cosa ni tenía intención de hacerlo.
Fue hasta su habitación y sacó del fondo del último cajón de la cómoda su riñonera. Dentro llevaba el grinder, la yerba, el papel y todo lo necesario para hacerse un canuto. Se lo preparó y se sentó en el sofá a disfrutar de American Horror Story. Y de Evan Peters.
Se lo encendió, le dio al play… Y sonó el timbre.
<<Mierda, joder, mierda, puta, hostias>>
Pensó en no abrir, pero si seguían llamando despertarían a Lucía. Apagó el porro en el cenicero y fue hasta la puerta.
-¿Quién es? –preguntó antes de abrir.
-Satanás –le respondió una voz conocida.
Abrió la puerta y se encontró con Laura.
-Tía, ¿qué haces aquí?
-Tenía la tarde libre y he pensado en pasarme. Además, tengo que darte una buena noticia.
-¿Una buena noticia para mí? –se extrañó Sara.
-No, egocéntrica. Hablaba de mí.
-Bueno, pasa –Sara se apartó para que entrase-. Iba a ver un capítulo de American Horror Story pero se ve que el universo no quiere que lo haga.
Llegaron hasta el salón. Laura tiró el bolso en la mesa y se dejó caer en el sofá.
-Que bien huele –dijo mirándola con una sonrisa pícara.
-Estaba a punto de fumarme uno cuando has tocado mi timbre –le espetó cariñosamente.
Sara cogió el porro y se lo volvió a encender. Le dio una calada que le supo a gloria y expulsó el humo lentamente.
-¿Quieres? –se lo ofreció a Laura.
-Gracias –Laura lo cogió y también le dio una calada-. Bueno –dijo después de expulsar el humo-, ¿qué tal Lucía? ¿Ha aceptado dormir con el pañal?
Sara se levantó a abrir la ventana para que el humo no se quedase condensado en el salón.
-Pues la verdad es que muy bien –contestó-. Bueno, al principio se mostró un poco reticente como es normal, pero luego sí se lo puse.
-¿Y qué tal?
-Pues fatal. No he puesto un pañal en mi vida y estaba súper torpe. Tuve que…
-Tú no –le cortó Laura-. Lucía.
-Ah… Pues Lucía… –Sara pensó. Estaba a punto de iniciar una perorata sobre lo mala que era poniendo pañales cuando Laura la había cortado-. Pues me dio la sensación de que estaba cómoda con él. Esta noche no se ha despertado al hacerse pipí y eso es lo importante.
-¿Ah, no? –preguntó Laura mientras le daba otra calada al porro. No lo había soltado todavía.
-No. Y estaba tan mona con su pañal puesto abrazando a Peppy...
-¿Quién es Peppy?
-Su muñeca.
-Ah, vale –parecía que Laura se había ido de la conversación un momento-. Pero recuerda que el pañal es solo algo provisional. Un parche mientras solucionas el verdadero problema que es que una niña de 10 años siga mojando la cama.
-Ya, ya lo sé –contestó Sara-. Pero es un buen comienzo.
-Cierto –Laura le dio otra calada-. ¿Y qué tal tú con el pañal? ¿Te hiciste mucho lío?
-Ni te lo imaginas –contestó Sara-. Primero le puse el pañal por detrás muy alto, luego se lo dejé muy suelto… -Laura se reía-. En fin, al final se lo logré poner. Y esta mañana para quitárselo más de lo mismo. No sabía hacerlo una bola, un caos –a Laura le había dado un ataque de risa-. Y dame ya el porro, anda.
Sara se lo quitó de las manos y le dio una calada. Laura aún tardó en superar el ataque de risa.
-Perdona, cariño –le dijo-. No ha sido el porro, es que me he acordado de la primera vez que le puse el pañal a Esteban. Acaba de nacer y eso hacía que tuviese que ir aún con más cuidado –hizo una pausa en la que se terminó de serenar-. Al final te conviertes en una experta cambia-pañales.
-No, si ahora para echarse la siesta parece que se lo he puesto mejor –Laura la señaló con dedo asintiendo con la cabeza-. Eso me recuerda… -a Sara le vino de pronto la promesa que le había hecho a Lucía la noche anterior-. Le prometí a Lucía que no le diría a nadie que llevaba pañales. Y pienso cumplirla. Tú lo sabes porque te lo dije antes de que se los pusiese, de modo que estás en una especie de vacío legal, pero no se lo digas a Esteban.
-Descuida, lo prometo –Laura levantó la palma de la mano en un gesto que pretendía ser solemne.
-Gracias –Sara le sonrió-. Tampoco le digas lo del biberón a nadie. Sospecho que tampoco le gustaría que Esteban se enterase.
-Ni te rayes –dijo Laura como finiquitando el tema.
Sara le dio otra calada y dejó escapar el humo por la nariz. Miró el porro y casi iba ya por la boquilla
-Tía, te lo has fumado entero –le reprochó.
-Bueno, al próximo invito yo –Laura estaba recostada sobre el respaldo del sofá y tenía los ojos cerrados. De pronto los abrió rápidamente y se activó como un resorte-. Tía, que se me olvidaba la razón principal por la que he venido.
-¿Qué pasa? ¡Cuenta!
Laura se incorporó hacia ella.
-Pues resulta que me  ha llamado un amigo que trabaja en una agencia de actores y hay una productora estadounidense buscando por aquí a una actriz para una película ambientada en la época isabelina. Quieren que tenga acento extranjero –Laura estaba muy emocionada, hablando muy deprisa. Se le notaba que estaba ansiosa por llegar a la conclusión-. Total, que me ha pasado los requisitos y las medidas y las cumplo. ¡Voy a hacer un casting para una productora de Hollywood!
Sara tardó un rato en asimilar lo que su amiga le acababa de decir. Tras un segundo de pausa en el que le brotó una sensación de envidia en su interior se lanzó como loca a abrazarla, pero parecía que la persona que lo hacía no era ella. El gesto le salió forzado y algo antinatural. Sin embargo, ambas cayeron  en el sofá. La felicitó una vez. Dos. Tres. Volvió a abrazarla. Volvió a felicitarla.
Siempre con esa voz que no parecía la suya.
-Bueno, ya vale, ¿no? –dijo Laura, aunque estaba visiblemente emocionada-. Que aún no me han dado el papel ni nada.
-Pero tía –le dijo Sara cogiéndola por los hombros y mirándola fijamente a los ojos-, seguro que lo consigues, ya verás.
Otra vez esa voz.
-Uh, ojalá –hizo una pequeña pausa que Sara aprovechó para abrazarla de nuevo-. De momento, vamos a hacer el casting a ver qué pasa.
-Te lo van a dar. Ya lo verás.
¿Quería que se lo dieran? La pregunta le explotó en su mente. Debía alegrarse por su amiga, pero su reacción había sido demasiado entusiasta, y falsa. Aunque por suerte, era buena actriz y Laura no lo había notado. ¿Era mejor actriz que Laura? Ella siempre había pensado que sí, aunque su amiga no lo hacía nada mal. Pero los requisitos para el papel los tenía Laura, no ella. Así que no le quedaba otra que alegrarse por su amiga. Ya le llegaría a ella su momento.
¿Le llegaría? Todos los actores soñaban con que les llegase su momento para triunfar, y solo les pasaba a unos pocos. A los demás, les tocaba resignarse y esperar. Y mientras tanto no parar de actuar y de actuar.
Se quitó esos pensamientos de la cabeza. Ahora tocaba apoyar a Laura. Era como su hermana. Le parecía un poco arrogante por su parte no alegrarse por ella. Debía alegrarse, así que no entendía por qué tenía que forzar esa emoción en su cuerpo y que no fuera algo que le saliese natural.
Se hicieron otro porro, ergo Laura no la invitó al siguiente, y se pusieron a hablar de la obra que llevaban en marcha con la compañía de teatro, La Celestina, y de su inminente estreno.
-Yo creo que aún no estamos para representarla, pero es Alfred quien manda así que… -decía Laura
-Ya –asintió Sara-. Estoy de acuerdo pero aquí se trata de lanzarse a la piscina, sino, no se estrena nunca.
-Sí, pero si te lanzas a la piscina para pegarte un planchazo prefiero quedarme tomando el sol en la hamaca…
En esas estaban cuando Sara oyó la voz de Lucía, que la llamaba desde su habitación.
-¡Sara! ¡Ya estoy despierta! ¿Puedes venir, porfi?
-¡Voy, cariño!
Laura le sonrió.
-A cambiar el pañal, madraza –le dijo.
-Cállate –le contestó Sara en voz baja, también sonriendo.
Llegó hasta la habitación de su sobrina, y al entrar la encontró sentada en la cama.
-¿Me quitas el pañal, tía Sara?
-Claro, cielo.
-¿Quién ha venido? Os estaba oyendo hablar –dijo Lucía mientras se recostaba bocarriba en la cama.
-Mi amiga Laura –Sara se acercó a ella y le bajó los pantaloncitos del pijama-. ¿Tienes pipí?
-No sé –contestó-. Creo que sí.
-Vamos a verlo –Sara le desabrochó las cintas del pañal-. ¿Has dormido bien con el pañal, cariño?
-Sí –contestó Lucía-. Me quedé dormida enseguida.
Laura sonrió para sus adentros. Verdaderamente había sido una buena idea ponerle pañales a Lucía.
Al separarle el pañal de su cuerpecito, vio que efectivamente estaba mojado.
-Sí te has hecho pipí, cielo –le dijo delicadamente, sin ningún tono de reproche.
-Vaya… -Lucía parecía un poco triste. A pesar de habérselo dicho con delicadeza, su sobrina se lo tomó como una pequeña reprimenda. Debía de tener más cuidado en el futuro-. Lo siento.
-¡Guisantito! –Sara sonrió, esta vez hacia fuera-. ¡No pasa nada, cariño! ¿Para qué está el pañal si no?
Lucía sonrió un poquito. Sara le levantó las piernecitas y extrajo el pañal entero. Le volvió a bajar las piernas con cuidado y enrolló el pañal, haciendo una bola con él. Había aprendido de sus errores, de modo que esta vez le salió a la primera. Limpió a Lucía y le dijo que ya podía vestirse.
-¿Y mi bibe? –preguntó la niña.
¡Se le olvidaba el biberón! Entre el pañal de Lucía, la noticia de Laura y el porro se le había olvidado el biberón de por la tarde de Lucía.
<<Voy a dejar de fumar, pensó>>
-Voy a preparártelo –le dijo-. Vístete y te lo traigo.
Fue hasta la cocina, le preparó el biberón y regresó con él a la habitación de Lucía. Estaba ya vestida, esperando su bibe sobre la cama. Sara se lo tendió y Lucía lo cogió enseguida y se lo llevó a la boca.
Chopchopchopchopchopchopchop.
Sara le sonrió. Le pellizcó cariñosamente el pie y volvió al salón con Laura.
-¿Qué tal? –le preguntó su amiga.
-Muy bien. A la primera.
-¿Tenía pipí?
-¡Shh! –le dijo Sara-. Que se oye -y añadió muy bajito-. Sí, tenía pipí –se dejó caer en el sofá-. Perdona que haya tardado tanto, pero he ido a prepararle el biberón.
-¿Se lo vas a quitar al final?
-¿El qué?
-El biberón
-Acabo de ponerle pañales para dormir –dijo como si eso respondiese a su pregunta
-¿Y? –era evidente que lo que había dicho no respondía a la pregunta.
-Y –enfatizó-, no creo que sea buena idea intentar quitárselo. Y más ahora que va a empezar un cole nuevo. Por no olvidar que aún acaba de mudarse aquí. Son muchos cambios y el biberón le ayuda –dijo-. ¿Podemos hablar de otra cosa? Lucía nos va a oír y se supone que tú no sabes ni que lleva pañales ni que toma biberón.
Laura hizo el gesto de cerrarse la boca con una cremallera. Siguieron hablando toda la tarde sobre teatro, las trabas que tenía el oficio de actor y del grupo de teatro.
En un momento dado, Lucía apareció en el salón. Se sentó con ellas en el sofá y la conversación derivó a películas de anime y a cuando iban a ver a Esteban.
-Otra tarde que venga, me lo traigo conmigo. Hoy está con su padre –dijo Laura.
Ya casi era la hora de cenar. Habían pasado toda la tarde hablando. Laura, al despedirse, le prometió a Lucía volver con Esteban muy pronto. Sara le dio las gracias por venir y le volvió a desear suerte para el casting.
-¿Por qué le has dicho Suerte a Laura cuando se ha ido? –le preguntó Lucía mientras Sara empezaba a preparar la cena.
Sara suspiró.
-Porque se va a presentar a una prueba para una película.
-¿Va a salir en la tele?
-No lo sé, cielo –la verdad era que no tenía ganas de hablar de Laura.
Terminó de preparar la cena. Puré de verduras y lomo de cerdo a la plancha. Se sentó con Lucía a la mesa y ambas cenaron. Reinaba un silencio incómodo. Sara todavía estaba pensando en la noticia que le había dado Laura. Una parte de su interior esperaba que no consiguiese el papel. Eso hizo que se sintiese muy cabreada consigo misma. ¿La convertía eso en una persona arrogante? Tenía que alegrarse por ella. Era su amiga. Su mejor amiga. Una hermana para ella, aunque no podía evitar sentirse un poco... Celosa.
Pero debía apartar esa idea de su cabeza. Primero porque hacía que se sintiese una mierda de persona; segundo y más importante, porque mañana Lucía empezaba en el nuevo cole, y eso exigía un montón de cosas por preparar.
-Mañana te tienes que levantar pronto. Te acuerdas, ¿no?
-¿Por qué?
-Empiezas el cole, Lucía –le dijo. Le salió algo molesta. Seguía dándole vueltas a lo de Laura. Tenía que quitárselo de la cabeza ya-. Te lo dije ayer, ¿no te acuerdas?
-Se me había olvidado... –su sobrina bajó la cabeza hacia el cuenco de puré.
-Lucía…
Sara no podía culparla. Se lo había dicho una vez de pasada, y luego había llegado todo el tema del pañal y eso había absorbido cualquier otro pensamiento que pudiese tener tanto ella como Sara.
-No te preocupes, cariño. Es normal –estiró su brazo para cogerle la mano-. Entre lo del pañal y todo... La verdad es que yo también tengo otras cosas en la cabeza, perdona –su sobrina no contestó. Sara le apretó la manita y decidió ponerse optimista-. Bueno, tenemos que prepararte la mochila, cielo. ¿Qué te parece si después del puré te preparo un batido de fresa y nos ponemos con ello?
-Como quieras… -contestó la niña.
Terminaron de cenar en silencio. Lucía se fue a su habitación. Sara dejó que estuviese un rato sola. Terminó de fumarse el porro que había dejado a medias por la tarde, limpió todo el salón y fue hasta el cuarto de Lucía. Llamó antes de entrar.
-¿Se puede?
-Sí –contestó su sobrina desde el interior.
Al entrar, la encontró sentada en la mesa del escritorio.
-¿Qué haces, cielo?
-Estaba preparándome las cosas para el cole. He terminado y he hecho un dibujo.
¿Preparándose las cosas para el cole? Sara de verdad admiraba a esa niña. Era mucho más lista y espabilada que los demás niños de su edad. Al menos, eso creía Sara. No conocía a muchos niños de su edad.
Pero seguro que a ningún se lo ocurría prepararse por sí solo las cosas para empezar un nuevo colegio.
De todas formas, debía comprobar si se las había preparado bien. Pero decidió que lo que mejor le podía venir a su sobrina en ese momento era que se interesase por el dibujo.
-¿Qué has dibujado, cariño? –le preguntó mientras se inclinaba para estar a la altura de Lucía.
La pequeña le mostró el dibujo. En él se podía ver a una niña y a una mujer cogidas de la mano rodeadas de lo que parecían ser árboles.
-Somos yo y tú en el parque –le dijo señalando el folio-. Iba a dibujar también a Laura y Esteban pero no me cogían.
A Sara se le revolvió el corazón, decidió que no era momento para corregirle a Lucía esa expresión errónea y se fijó bien en el dibujo de su sobrina.
Nunca la habían dibujado. Y no podía soportar que la niña a la que hacía solo un momento le había hablado mal ahora la estuviese dibujando junto con ella. Unas lágrimas se le escaparon de los ojos.
-Cariño –la abrazó muy fuerte-. Es precioso.
-¿Por qué lloras, tía Sara? –le preguntó Lucía, con la boca taponada a causa de los brazos de Sara.
-Porque eres tan bonita, tan buena… -la apretó aún más contra ella y le cayeron más lágrimas conforme iba a hablando-. Yo te hablo mal y tú haces un dibujo de las dos…
-No pasa nada, tía Sara –Sara se separó de ella. Seguía llorando-. Es que entre lo del… Bueno, lo del pañal… Y eso… Se me había olvidado lo del cole.
-Es normal, cariño –Sara se limpió las lágrimas con el dorso de la mano-. ¡Guisantito! –y se volvió a abrazar a ella.
Le dio unos sonoros besos en la mejilla, haciéndole cosquillas a Lucía, que se rió y también la abrazó.
-Bueno, vale ya de llorar –dijo Sara para animar el ambiente, aunque la verdad es que solo estaba llorando ella-. ¿Qué te has llevado para el cole?
Lucía se levantó y fue hasta la mochila.
-He cogido solo una libreta. Aún no sé los libros que llevamos ni nada. Iba a meter el estuche cuando terminase el dibujo.
Esa niña era increíble. Demasiado madura para su edad.
-Perfecto, cielo –le dio un beso en la mejilla-. Perdón de nuevo por hablarte mal –le volvió a besar-. Mañana te preparo el bocadillo, ¿de qué lo quieres? ¿O prefieres un sándwich?
-Umm –pensó Lucía-. ¿Tienes Nocilla?
-¿Nocilla? –no, no tenía Nocilla-. No, guisantito. Pero puedo pedirle a la vecina.
-No… No hace falta –dijo enseguida Lucía-. Si no tienes Nocilla… Umm… De queso.
Queso sí tenía. Además ya cortado en lonchas.
-Perfecto. ¡Un bocadillo de queso para la niña más lista del mundo!
-No soy la más lista del mundo –Lucía se ruborizó.
-De todas las niñas que conozco de tu edad, sí.
-¿Conoces a muchas niñas de mi edad? –preguntó Lucía.
-Umm… Paso palabra –admitió Sara.
Lucía se rió.
-¿Me vas a poner el pañal, tía Sara?
A Sara esa pregunta la pilló un poco de sorpresa. Sí. Tenía que ponérselo. Pero el tono de Lucía no parecía de desazón, sino más bien expectante.
-Sí, cielo –le contestó-. Te voy a poner el pañal. Si te levantas seca un día, a la noche siguiente no te lo pongo, ¿te parece? –la verdad es que era una buena idea que se le acababa de ocurrir.
-Umm… Vale.
Sara le revolvió el pelo.
-Ve poniéndote el pijama que voy a prepararte el bibe y te pongo el pañal.
-¡Vale! –dijo Lucía emocionada. Realmente tenía ganas de su biberón, pensó Sara.
Cuando regresó a la habitación agitando el biberón de leche con Cola-Cao caliente, Lucía estaba tumbada boca arriba sobre la cama, en la posición de ponerle el pañal.
Sara dejó el biberón en el escritorio y sacó un pañal de la bolsa, que estaba dentro del armario. Lucía la debía de haber guardado allí cuando vino Laura por la tarde, para que no la viese.
Se acercó con el pañal hasta su sobrina y lo dejó plegado sobre la cama, al lado de ella. Le bajó a Lucía el pantaloncito del pijama (ya no llevaba puestas las braguitas) y abrió el pañal, dejándolo preparado para ponérselo en el culete. A continuación, le levantó las dos piernecitas y le pasó el pañal por detrás. Esta vez sí que se lo dejó a la altura correcta. Sonrió a su sobrina, pero ésta estaba mirando hacia el techo. Parecía que no quería ver cómo le ponían el pañal. Después, le pasó el pañal por delante, separándole un poquito las piernecitas. Ahora el pañal sí que se quedaba perfecto para abrochárselo. Separó una cinta adhesiva y la abrochó sobre la tira de las princesas Disney. Este pañal tenía a Bella. Luego separó la otra y también la abrochó.
-Ale, ya está –le dijo.
Se separó un poco para ver su obra. La verdad es que el pañal le quedaba perfecto a Lucía. Y además estaba muy mona con él puesto.
Lucía se levantó de un salto y se subió el pantalón del pijama. Se metió dentro de la cama y se tapó hasta la cintura con las sábanas.
-¡Bibe! –pidió con una sonrisa.
Sara se la devolvió y se acercó con el biberón hasta ella. Se sentó en el borde de la cama y se dio unos golpecitos en el muslo para que Lucía se acomodase sobre su regazo. La niña salió de las sábanas gateando y se acurrucó abrazándose a su cintura. Pidió el biberón haciendo el gesto de chupar con los labios. Sara le sonrió de nuevo y le acercó el biberón a la boquita. Lucía se aferró a la tetina y se lo empezó a tomar.
Chopchopchopchopchopchopchop.
La pequeña se lo tomaba muy rápido. Movía los labios muy deprisa para chupar más leche.
-Más despacio, cielo. Nadie te lo va a quitar –Sara se rió.
En ese momento, viendo a su sobrina tomándose su bibe, siendo evidente lo mucho que le gustaba. Viéndola abrazada a ella, sintiendo su cariño con su abrazo por la cintura, decidió que no iba a quitarle el biberón. A Lucía le gustaba; es más, le encantaba tomárselo. Y no era nada perjudicial para su salud. Por no hablar del bonito momento que compartían las dos.
Lucía terminó de tomárselo. Sara la aupó para que echase los gases. Sentía el pañal por fuera del pijama de su sobrina. Le daba la sensación de que así estaba protegida. Además, la primera experiencia con el pañal había sido buena; Lucía había podido dormir cómodamente toda la noche.
Cuando terminó de eructar, la balanceó un poco sujetándola con un brazo contra su pecho mientras que con el otro le preparaba las sábanas. Cuando terminó, le dejó suavemente sobre la cama y la tapó. Le puso a Peppy al lado -recordó que tenía que coserle un vestido- y le dio un beso suave en la frente.
-Buenas noches, guisantito. Que duermas bien.
-Buenas noches, Sara –le contestó acurrucándose junto a la muñeca.
Al hacerlo, el pañal hizo un poco de ruido. Sara sonrió para sí misma, satisfecha de que su sobrina llevase un pañal y pudiese dormir bien.
Apagó la luz de cuarto y salió.
Se dirigió hasta su habitación. Mañana entraba a trabajar. La baja se le acababa en el mismo momento en el que Lucía empezase el colegio. Sacó de su armario su traje de cajera y lo extendió sobre la cama. Estaba algo arrugado, pero valdría. Además no tenía ni pizca de ganas de ponerse a planchar a esas horas. Lo que tenía era un sueño que se moría, y mañana le esperaba un día duro. Se puso el pijama, luego activó un sinfín de alarmas en el móvil para no quedarse dormida y apagó la luz.

Lucía escuchó la luz de la habitación de tía Sara apagarse, y esperó un poco para asegurarse de que su tía estuviese dormida. Cuando calculó que debía de haber pasado tiempo suficiente, encendió la luz de la lámpara de la mesita y salió de la cama. Quería verse el pañal tranquilamente.
Se lo palpó por fuera del pantalón y notó que era muy grueso. Cualquiera que la viese a una distancia prudencial sabría que lleva puesto un pañal. La parte de arriba asomaba por encima del pantalón; se lo bajó para verse el pañal entero.
La verdad es que era muy bonito. Todo en distintos tonos de rosa, con Bella dibujada sobre la cinta de arriba. Se lo tocó por ambos lados con las manos y el sonido del plástico le gustó. Giró unas cuentas veces para ver cómo reaccionaba el pañal. Éste ni se movió. Su tía se lo había sujetado muy fuerte. A Lucía le gustó eso, hacía que se sintiese segura y protegida. Andó un poquito por la habitación y el pañal siguió sin despegarse ni un milímetro de su cuerpo.
A Lucía le había sorprendido también lo cómodo que era, pero sobre todo el hecho de haberse mojado por la noche y no despertarse gracias al pañal. Había dormido plácidamente sin enterarse de que se había hecho pipí.
Creía que el pañal le iba a resultar molesto y que se despertaría en cuanto se mojase, como siempre; pero tía Sara había acertado: había podido dormir toda la noche aún haciéndose pipí.
Se sentó en la cama y se miró el pañal. Se sentía muy segura con él. Ya no importaba si se hacía pipí, el pañal la protegería y la mantendría seca. Por no hablar de que también era muy bonito. Se levantó y fue hasta el armario a ver de qué princesas eran los otros.
Abrió con cuidado las puertas, que chirriaban un poco, y espero sin respirar a ver si se oía algún ruido en la habitación de tía Sara que indicase que se hubiese despertado. No fue así, de modo que empezó a sacar los pañales de la bolsa.
Había de Esmeralda, La Sirenita, Pocahontas, Jazmín, Mulán, Cenicienta, otro de Bella… El paquete era veinte pañales, ahora quedaban diecisiete, y las princesas se repetían. Cogió uno de cada princesa y regresó con ellos hasta la cama.
El diseño de todos los pañales era el mismo: distintos tonos de rosa con un dibujo de una princesa Disney en la parte de arriba. El más bonito era el de Mulán. Mañana le pediría a tía Sara que le pusiese un pañal de Mulán.
Dejó de nuevo los pañales dentro de la bolsa, procurando que se quedasen iguales para que tía Sara no sospechase de su pequeña aventura nocturna, ya que se suponía que se había quedado en la cama casi dormida. Al final no pudo dejarlos exactamente iguales, pero sí se preocupó de que el primero que se viese fuera de la misma princesa del que había cuando tía Sara sacó el pañal de Bella para ponérselo.
Regresó a la cama. Estaba muerta de sueño y mañana empezaba el colegio nuevo.
Era extraño, en cualquier otra noche de antes de empezar en un cole nuevo (y había empezado en unos cuantos), Lucía se ponía muy nerviosa y no conseguía dormir, pero esa noche, y teniendo en cuenta que el gran cambio era que había empezado a dormir con pañales, el hecho de empezar un colegio nuevo había pasado a segundo plano. Como le había dicho a tía Sara, dormir con pañal había apartado de su cabeza cualquier otra preocupación.
Se tumbó boca arriba, y antes de taparse le vino un bostezo acompañado de un desperezo. Se recreó en él, le encantaba desperezarse. Estiró todas sus extremidades, y al levantar las piernas, le encantó esa postura llevando un pañal. Pataleo suavemente y apretó los puñitos agitando un poquito los brazos. Se sentía como un bebé de verdad.
Gateó hasta la almohada y se tapó con las sábanas. El pañal sonaba con cada uno de sus movimientos, y eso también le gustó. Se acurrucó apretando a Peppy contra su pecho y cerró los ojos, lista para quedarse dormida.