6 de noviembre de 2016

Lucía quiere biberón - Capítulo 1: La Llegada

Lucía llegó a su casa una fría y lluviosa mañana de Noviembre. Llevaba puesto un chubasquero de color amarillo, y  en una mano sujetaba una pequeña mochila y en la otra una muñeca de trapo. Permanecía inmóvil bajo la lluvia mientras el taxista sacaba su equipaje del maletero. Sara, al verla por la ventana, se apresuró a bajar con un paraguas para que la niña no se mojase.
Al llegar al portón desde su sexto piso, Lucía estaba ya más que calada y el taxista la acompañaba hacia la entrada. Sara les abrió la puerta a los dos.
-¿Es usted Sara Blanchett? –le preguntó el hombre.
-Sí, lo soy –respondió.
-Marcus Locknet, encantado –le dijo mientras le estrechaba la mano-. He sido yo quien ha traído a esta encantadora princesita hasta aquí.
Sara le sonrío a Lucía, que no apartaba la vista del suelo. Al ver que la niña no se inmutaba, Sara volvió a mirar a Marcus.
-Ha permanecido callada durante todo el trayecto –le explicó-. Desde que salimos de casa de su madre no ha dicho ni una palabra –miró a Lucía-, que por otro lado es normal.
-Claro –asintió Sara-. Bueno, si queréis ir subiendo…
-Sí, hay que descargar todo esto.
-¿Tienes ganas de ver tu habitación, Lucía? –le preguntó Sara.
La niña no contestó.
Sara y Marcus se miraron.
Sara le dijo que no iban a coger todos en el ascensor con el equipaje así que primero subió ella con Lucía y después los seguiría Marcus.
-Es este, el sexto –le dijo a Sara mientras abría la puerta del ascensor.
Salieron al rellano. Sara la llevó hasta su piso y metió la llave en la cerradura. Le dijo a lucía que entrase mientras ella daba la luz en el interruptor de la derecha.
-Bienvenida, Lucía –le dijo-. Espero que estés tan a gusto como en casa de tu madre.
Inmediatamente pensó que a lo mejor no había sido una buena idea hacer ese comentario.
Le quitó el chubasquero y lo colgó del perchero.
-¿Quieres que llevemos esta mochilita y a tu muñeca a tu habitación?
Lucía no contestó.
Sara estaba bastante incómoda. Sabía que el comienzo iba a ser difícil, pero no contaba con que la niña no dijese ni una palabra. Además, ella no era una total desconocida para su sobrina. Se habían visto varias veces, aunque siempre había sido en la fugaces visitas que le hacía su hermana con ella para pedirle dinero a Sara.
Llevó a Lucía hasta su habitación. El piso de Sara era realmente pequeño. A parte de la habitación donde ella dormía, sólo había otra más que estaba ocupada con todos los trastos que las personas con una casa más grande guardaban en el desván. Sara tuvo que pasar dos días acondicionando ese cuarto para poder acoger a su sobrina.
Era una habitación pequeña. Sara había comprado una cama, un armario y un escritorio. También le había dicho a su amiga Laura que fuera una tarde con ella para ayudarla a pintar. El resultado de todo eso era un cuarto acogedor, con las paredes en verde clarito y con lo imprescindible para una niña de 10 años. Tampoco es que Sara, con su pequeño sueldo de cajera pudiera permitirse más, y con el teatro no ganaba un duro.
Lucía no dio ninguna muestra de que le gustase su nueva habitación. Tampoco de que no le gustase. Simplemente no mudó el gesto.
Sara le colgó su mochila en la silla del escritorio.
-¿Qué quieres que hagamos con tu muñequita? –le preguntó en un tono amable y dulce-. ¿La ponemos en la cama o quieres seguir teniéndola contigo? –Lucía no dijo nada-. ¿Eh? –insistió cariñosamente Sara.
-Cumigo –contestó en voz bajita y sin despegar los labios.
-¿Cómo? –le preguntó Sara con voz amable-. No te he entendido bien, cariño.
-Conmigo –repitió la niña.
Sara sonrió. Era un comienzo. Si Lucía sólo había abierto la boca para no perder a su muñeca debía ser porque ésta significaba mucho para ella. Sara lo tendría en cuenta para más adelante.
Se oyó el timbre. Debía de ser Marcus con las maletas. Y así era. Cuando Sara abrió la puerta, entró con sólo dos pequeñas maletas de equipaje de mano.
-Bueno, pues esto es todo –le dijo-. Me marcho. El asistente social debería venir en un par de días. Traerá los papeles de la adopción y todo. Lo urgente, según me han dicho al recogerla, era sacarla de allí lo antes posible. Ah, y son 70 euros, que no me han pagado.
Sara suspiró. Fue hasta la cocina a por su monedero. Volvió con el dinero y se lo dio al taxista, quien lo contó minuciosamente.
-¿No me va a dar nada por haber subido las maletas?
-¿Pensaba dejar que lo hiciese la niña sola? –contestó Sara con otra pregunta.
-¿No podría haberla ayudado usted?
-Esto no es un concurso de ver quien hace más preguntas, Marcus –le dijo Sara, cansada aunque sorprendida a la vez por la actitud del taxista.
La gente podía ser muy simpática, hasta que llegaba el momento de hablar de dinero. Era una de las cosas que Sara había visto más en su vida, pero no dejaba de enfadarle como la primera vez.
Marcus se encogió de hombros y se dirigió a la puerta.
-¿Ha podido ver a mi hermana en su casa? –le preguntó sin poder contenerse.
-No –respondió Marcus secamente-. A la niña me la ha entregado una vecina.
-Chencha –pensó Sara en voz alta. Había hablado con ella ayer.
-No me dijo su nombre –dijo Marcus. Y salió y cerró la puerta tras de sí.
Sara suspiró y llevó a las maletas hasta la habitación de Lucía. Ella se encontraba sobre la cama, abrazando su muñeca.
-Ya ha subido el taxista tus maletas, ¿quieres que coloquemos tu ropa en el armario? –le dijo alegremente.
Lucía no respondió, pero a Sara ya no le sorprendió. Abrió sus maletas y comenzó a deshacerlas. Dentro, había poca cosa: unas pocas camisetas, dos pares de pantalones pantalones, una falda, unas cuantas braguitas, unos cuantos calcetines… También había dos muñecas de juguete, una toalla… Y un biberón.
Sara lo cogió y se lo mostró a Lucía.
-¿Es tuyo, cielo?
Lucía no dijo nada.
‘Vaya estupidez de pregunta’, pensó. Era evidente que el biberón era suyo. Lo que le sorprendía a Sara era que una niña de 10 años tomase biberón todavía.
-Mami me lo daba –dijo Lucia al ratito-. El bibe.
Típico de su hermana, pensó Sara. Claudia había sido siempre una persona muy vaga. Seguro que era mucho mejor darle un biberón a su hija que enseñarle a beber de un vaso. Pero comparado con la manera que tenía su hermana de educar a sus hijos, el hecho de que Lucía todavía tomase biberón con 10 años era algo anecdótico.
-¿Pero ya eres mayor para el biberón, no? –le preguntó Sara con toda la delicadeza que pudo.
Como respuesta, Lucía se encogió de hombros.
Cuando ya hubo terminado de guardarle la ropa en el armario, lo que le llevó muy poco tiempo, le puso los dibujos en la televisión y fue hasta la cocina. Quería dejarle un tiempo a solas para que se sintiera más relajada y se fuera acostumbrado poco a poco a su nuevo hogar.
Sara se miró la mano y vio que se había traído el biberón hasta la cocina. Lo guardó en un armario, pensando que si podía evitar dárselo, mejor. Lucía ya era muy mayor para tomar biberón.
De pronto sonó el teléfono. Sara lo cogió y era Chencha, la vecina de su hermana. Sólo llamaba para saber si Lucía había llegado bien. Sara le dijo que sí y Chencha empezó con una perorata sobre lo mal que lo había pasado la niña, los malos tratos que había sufrido, las condiciones en las que había tenido que ver a su madre… Se cortaba un poco porque Claudia no dejaba de ser la hermana mayor de Sara, aunque ella estaba acostumbrada a que fuera así desde eran pequeñas.
Claudia tenía 32 años y durante toda su vida había estado dando vueltas de un lado a otro, sin asentarse nunca. En su camino le habían acompañado muchos hombres distintos; distintos y poco recomendables. Los que no le pegaban le daban drogas. Los que no, las dos cosas. Sara y su madre habían tenido que ir más de una vez a recogerla de hospitales con sobredosis que harían que lo de Uma Thurman en Pulp Fiction fuera un simple mareo.
La cosa no cambió cuando tuvo a Lucía. Sara y su madre pensaron que quizá  la llegada de una hija sirviese para que Claudia sentase la cabeza. Nada más lejos de la realidad. Y el hecho de que el padre de la niña no hubiese aparecido nunca tampoco ayudaba mucho. Claudia se sentía sobrepasada por la llegada de un bebé que le daba una responsabilidad las 24 horas del día, y trataba de escaparse de ella recurriendo a las drogas. Se gastaba el poco dinero que ganaba en cocaína, speed, anfetas… Lo que podía pillar. Se olvidaba de pagar el alquiler, lo que hacía que fuera cambiando de casa cada dos por tres. Pedía dinero a su madre. Sara le decía que la ayudase no por ella, sino por la pobre niña que no tenía culpa ninguna de la madre que le había tocado. Finalmente, el último desahucio que vivió Claudia, y el aparecer desnuda en un hospital con una sobredosis mientras Lucía lloraba sola en su casa, hicieron que su madre sufriese un ataque al corazón y muriese.
Durante el funeral, Sara le echó la culpa a Claudia. La acusaba de haber matado a su madre. Y a día de hoy sigue pensándolo. Desde ese día, Sara no había querido saber nada más de su hermana. Aunque seguía interesándose por el estado de su sobrina preguntándoles a las vecinas.
Ahora hacía unos años que parecía que Claudia había dado cierta estabilidad a su vida. Había encontrado a un buen hombre con un trabajo decente y ella estaba terminando un curso de peluquería. Esto había hecho que Lucía pudiear ir durante más de 6 meses al mismo colegio. Sara se alegraba por ella, pero también por su hermana. No dejaba de desearle lo mejor. Los servicios sociales habían levantado un poco la vigilancia sobre ella. Pero un día, Claudia amaneció drogada en la puerta de su casa. Según los vecinos, esa noche habían oído discusión en su casa y después habían visto como Claudia salía corriendo. A la mañana siguiente estaba tirada en la calle, llena de moratones y con una sobredosis de cocaína. Si los moratones se los había hecho su novio o alguien durante esa noche que estuvo fuera, nunca se supo, porque el novio había desaparecido. Sea como fuere, los servicios sociales decidieron que había llegado el momento de quitarle a esa madre la custodia de su hija.
Así fue como Lucía ha acabado viviendo con su pariente más cercano y como Claudia ha terminado interna en un centro de desintoxicación.
La conversación por teléfono con Chencha la había hecho rememorar la vida de su hermana y la dejó bastante mal. En cualquier caso, ahora era ella quien tenía la responsabilidad de criar a Lucía, y lo iba a hacer lo mejor que pudiera.
Llegó al salón y encontró a Lucía donde la había dejado. Le preguntó si le gustaban esos dibujos para entablar conversación, pero la niña contestó con un Sí escueto. A la hora de cenar, Sara le preparó salchichas, que luego metió en un perrito caliente. Pensó que una cena divertida ayudaría a que Lucía se sintiese mejor. La niña se mostró más predispuesta a conversar e incluso intercambiaron un par de frases sobre Detective Conan, una serie anime que les gustaba a las dos. Sara pensó que podría usarla para acercarse a ella. También lo tendría en cuenta.
El problema llegó a la hora de dormir. Sara la acompañó a la habitación y le ayudó a ponerse el pijama. Hasta ahí, todo normal. Pero cuando llegó el momento de meterse en la cama, Lucía permaneció quieta.
-¿No me vas a dar mi bibe? –preguntó tímidamente y poniendo carita de pena.
¡El bibe! Sara se había olvidado del dichoso biberón.
-¿Tu madre te daba el biberón todas las noches? –preguntó.
-Me lo daba para que me lo tomase yo. Uno para desayunar, uno para merendar y otro para dormir.
‘Jesús’, pensó Sara. Ahora veía la relación que tenía Lucía con el biberón. Para ella, tomarse un biberón era lo más normal del mundo. Lo había hecho durante toda su vida.
Teniendo en cuenta que Lucía acababa de llegar a una nueva casa y que todo era nuevo para ella, Sara pensó que lo mejor que podía hacer era darle también un biberón. Cuando ya estuviera acomodada se encargaría de quitárselo.
-¿Con qué te preparaba el bibe mamá, cielo? –le preguntó.
-Con Cola-Cao.
Sara salió de la habitación y se dirigió hasta la cocina. Cogió el biberón del armario y lo llenó de leche. De pronto, se dio cuenta que no sabía cuanta cantidad de leche le había echado pues esas marcas en mililitros que tenía el biberón no le decían nada. Vertió la leche del biberón en un vaso y vio que había echado demasiado. Tiro la leche que sobraba por el fregadero y volvió a verter el contenido en el biberón. Ahora se dio cuenta que no había calentado la leche. Mosqueada consigo misma, aunque también tenía que recordar que era la primera vez que preparaba un biberón, vertió la leche en un vaso y lo metió en el microondas. Al minuto lo sacó y le echó dos cucharadas de Cola-Cao. Lo removió todo con la cuchara y lo vertió de nuevo en el biberón. Ahora sí. Por fin.
Cerró el biberón enroscándole la tetina y fue con él hasta la habitación de su sobrina. Lucía estaba esperando sobre la cama. Cuando la vio aparecer con su bibe, inmediatamente extendió las manos hacia él. Sara le tendió el biberón y Lucía lo cogió enseguida. Se tumbó bocarriba sobre la cama, y cuando ya hubo encontrado la postura, se llevó el biberón a la boca y empezó a chupar de su tetina. Sara la miraba y se le revolvía el corazón. Al contrario de lo que creía que iba a ser un espectáculo humillante el ver a una niña de 10 años tomándose un biberón, Lucía estaba realmente mona. Parecía que había estado tomando biberón toda su vida, y seguro que había sido así. Parecía que el biberón formaba parte ella, como si fuera una proyección de sus extremidades, que había nacido ya sujetando un biberón y llevándoselo a los labios. Era evidente que a Lucía le gustaba su biberón. No era sólo por tomarse la leche ahí, era por el placer de chupar de esa tetina, de acurrucarse junto a él, de estar un buen rato tomándose la leche calentita.
Sara la miraba con ternura. Cuando Lucía terminó, se tiró un pequeño eructo.
-Perdón –dijo enseguida sonrojándose.
Sara no pudo evitar soltar una carcajada. Al poco, Lucía se unió a su risa. Estuvieron las dos riendo juntas un buen rato. Sara paró un momento para ver a su sobrina reír. Le encantaba verla así. Seguro que no había tenido muchos momentos como ese a lo largo de su vida. Cuando Lucía paró, ambas se quedaron mirándose.
-Va, a dormir, guisantito, que ya es tarde –le dijo Sara con una sonrisa.
Lucía se metió entre las sábanas. De pronto, Sara cayó en una cosa.
-Oye, cuando te tomabas el biberón, ¿tu madre te hacía expulsar los gases?
-¿Qué? –se extrañó Lucía.
-Si te daba golpecitos en la espalda para que te tirases eructos.
-No –Lucía parecía confusa-. ¿Eso se puede?
-¡Claro! –exclamó Sara sorprendida. Le extrañaba bastante que Claudia nunca le hubiera hecho expulsar los gases a su hija.
Bueno, en realidad no le extrañaba tanto.
Cogió a su sobrina por las axilas y la sacó de la cama.
-Cuándo te tomas el bibe, ¿te tiras pedetes? –le preguntó.
-¿Cómo lo sabes? –le contestó Lucía con los ojos como platos.
-Porque tu tía es bruja –le dijo sonriendo.
-¿Sí? ¿Eres bruja?
-Sí, pero es un secreto. No se lo puedes decir a nadie.
Lucía hizo el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.
Sara pegó a su sobrina a su pecho y le empezó a dar golpecitos en la espalda. Era la primera vez que le tenía que sacar los gases a un bebé. Bueno, Lucía no era una bebé.
Al poco rato, su sobrina eructó.
-¡Uy! –dijo tapándose la boca enseguida.
Sara rio.
-¡No pasa nada, tonta! ¡Para eso te lo estoy haciendo!
Cuando eructó otra vez la dejó sobre la cama.
-¡Sí que he eructado veces! –dijo su sobrina, feliz.
-Tenías muchos gases acumulados, Lucía –le contestó riendo.
-¡Jijiji, debe ser eso!
-Ale, a dormir ya, ¿vale?
-Vale… -contestó ya cerrando los ojos. De pronto, los abrió rápidamente-. ¿Me puedes dar a Peppy?
-¿A quién? –se extrañó.
-A Peppy. Está sobre el escritorio.
¡Ah! Peppy era su muñeca de trapo. Sara la cogió y se la llevó a la cama. Hasta el momento, no había tenido tiempo de observar a la muñeca. Estaba hecha totalmente de trapo y rellenada con arena. Le recordó a la muñeca de Los Mundos de Coraline, sólo que esta llevaba puesto un viejo vestido azul hecho con lo que parecía un paño de cocina viejo. Sara se dijo que en cuanto pudiese, le cosería un vestido mejor a Peppy.
Le dio la muñeca a su sobrina, que la abrazó y se acurrucó junto a ella. Sara la arropó y fue a salir de la habitación.
-Tía Sara –la llamó su sobrina.
Sara se giró.
-Dime, cariño.
-Hacía mucho que no me llamabas así.
-¿Así cómo?
-Guisantito.
A Sara se le revolvió el corazón. ¿Cómo era posible que de alguien como su hermana hubiese salido algo como Lucía?
-¿Te acuerdas de cuando te llamaba así? –le preguntó Sara visiblemente emocionada.
-Sí –contestó Lucía-. Recuerdo que viniste una Navidad cuando vivíamos en Badalona y me regalaste un peluche de cocodrilo gigante.
-¡Es verdad! –exclamó Sara, que de eso no se acordaba-. ¿Y dónde está ahora?
-Mi madre lo empeñó para comprarse unas pastillas para el dolor de barriga.
‘Para el dolor de barriga, seguro’, pensó Sara.
-Bueno, Lucía, ahora sí que ya es hora de dormir, ¿vale?
-¡Vale! –dijo sonriendo. Se dio la vuelta y se tapó con las sábanas-. Buenas noches…
-Buenas noches, cariño –le dijo Sara dulcemente-. Que descanses.
Salió de la habitación, cerró la puerta tras de sí y apagó la luz.

10 comentarios:

  1. Hola Tony, muy buen capitulo, sigue con el siguiente, como siempre, la calidad de tus historias es unica!

    ResponderEliminar
  2. Cuando continuas la historia?? Necesito más capítulos por favor :)

    -A

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola! Pues van a venir muy pronto, a finales de esta semana o principios de la próxima :)

      Eliminar
  3. Lucía no usa pañales??

    ResponderEliminar
  4. Muy buena amigo soy nuevo en tu blog pero he estado leyendo tus historias ya hace tiempo y me gustan mucho me encanta como escribes espero que sigas asi y mucho exito.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola! Bienvenido al blog! Espero que te sigan encantando y que podamos seguir leyéndonos por aquí durante mucho tiempo! :)

      Eliminar