26 de marzo de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 18: Restos de pipí seco



En el coche, de vuelta a casa, estoy sentado en el asiento del copiloto. Chupando mi chupete, con una pierna pegajosa por los restos de pipí seco y llevando un pañal mojado. Mami conduce lentamente y de vez en cuando me mira de soslayo, pensando que no me doy cuenta, con unos ojos humedecidos llenos de compasión y pesar.
Lo he fastidiado todo.
Todo.
Me he hecho pipí encima delante de mis amigos. Luego me han visto con un pijama de bebé,  llevando un pañal y con un chupete en la boca. Me han visto llorar como un bebé y lanzarme a los brazos de Mami, pidiéndole entre lágrimas que me cambiase el pañal.
Ya saben cómo soy.
Ya saben lo que soy.
Y el lunes ya lo sabrán el resto de mis amigos del colegio.
Cosas así, tan fuertes, tan impactantes para niños de 12 años, no pueden mantenerse mucho tiempo en secreto. Seguro que mismo momento, Ronald, Joseph y Eddy están los tres en el sótano, hablando del bebé que tienen como amigo.
Si es que quieren seguir siendo amigos míos después de esto.
Y todo ha sido culpa mía.
En casa siempre llevo puesto un pañal y no tengo que preocuparme por si me hago pipí encima. En el colegio voy siempre que puedo al baño para forzar mi vejiga a hacer pis y evitar así un posible accidente. Hasta para ir en coche o en casa de mis tíos, Mami me pone un pañal. Pero en casa de Ronald había olvidado que no llevaba uno. Había olvidado que no controlo muy bien mis esfínteres y tengo que usar pañales. Había creído que era un niño normal y no lo soy. Me lo estaba pasando tan bien con mis amigos después de tanto tiempo... Ya no era Robin, el niño callado que escondía un secreto, sino que era uno más de la pandilla.
Un niño normal.
Pero no, no lo soy.
Y ahora estoy pagando las consecuencias.
Soy un bebé. Eso es lo que soy.
Me siento más cómodo entre pañales y chupetes que entre videojuegos y futbol, esa es la verdad. Y creo que de algún modo siempre lo he sabido, una parte de mi cerebro era consciente de eso, pero el resto negaba en redondo lo que me decían todos mis sentimientos.
Hasta hoy.
Soy bebé.
Prefiero llevar un pañal a llevar calzoncillos.
Prefiero jugar con mi peluche a salir con mis amigos.
Prefiero que Mami me acurruque en su regazo y me dé el biberón a que tenga que tomarme yo solo un bote de fanta.
Y después de lo que ha pasado esta noche, no pienso volver a beber fanta en mucho tiempo.
Soy un bebé, pero he tardado demasiado tiempo en darme cuenta, en aceptar la realidad.
Por fin sé a qué mundo pertenezco.
Robin Starkley no es un chico preadolescente, es un bebé.
Es un bebé que tiene que llevar pañales, chupar chupete y tomarse la leche en un biberón.
Así es como soy feliz. Estando con mis amigos y haciendo lo que el común de los mortales llama Vida Social me lo paso, pasaba, bien, pero no era lo mismo. No se puede, podía, comparar con estar en mi camita con Wile, con un pañal abrochado en mi cintura, impidiendo que pudiese cerrar del todo las piernas, y con mi chupete en mi boquita, haciendo el ruidito que tanto me tranquiliza.
Chup, chup.
 El Robin Starkley de 12 años era un máscara, un escudo para protegerme, un papel que interpretaba para ocultar mi lado de bebé; mi verdadero yo. Y con el paso de los años casi me creo ese papel. Casi me creo que puedo ser como los demás niños, pero no. No lo soy.
No lo soy y nunca lo seré.
Soy un bebé.
Por fin lo veo claro.
No me importó salir del sótano de Ronald llevando chupete y pañales y mostrarme así ante mis amigos. Y no me importó porque me había dado cuenta de que yo soy así.
Soy ese.
Soy un bebé que tiene que llevar pañales y usar chupete.
Eso es lo que soy.


*****


Llegamos a casa. Mami aparca enfrente de la puerta y sale primero del coche. Lo cruza por delante y viene hasta mi lado. Me abre la puerta y se inclina hacia mí, que no he dejado de mirar al infinito durante todo el trayecto, en un completo silencio, perdido en mis pensamientos y chupando mi chupete, incapaz de hablar.
-Vamos, Robin –me dice Mami desabrochándome el cinturón-. Vamos a lavarte que te podamos acostar en la camita, que hoy ha sido un día muy largo.
Mami me pasa los brazos por la cintura y me alza. Yo dejo dócilmente que me cargue y me acomode en su cuerpo. Reposo la barbilla en el hombro de Mami y ella me da unas palmaditas suaves en el culito, por fuera del pañal.
-Vamos a cambiarte enseguida este pañalito mojado –dice.
Le da igual que haya algún vecino en la calle y nos pueda ver.
Nos da igual.
Mami solo se preocupa de que su bebé esté a salvo. Ahora mismo el resto del mundo puede irse a hacer puñetas.
Lo único que le importa es el estado de su bebé.
Entramos en casa y Mami me deja en el suelo. Mis piernecitas están todavía temblorosas, así que me caigo y me doy una culada, pero afortunadamente, el pañal es muy grueso y no me hago daño en el culete.
-¡Uy! –Mami se acerca a mí con cara de preocupación-. ¿Te has hecho daño, bebé? –niego con la cabeza y sigo chupando el chupete. Mami me d aun beso de alivio en la coronilla-. Voy a meter en la lavadora tu ropita mojada y los cojines de Joseline, y antes de que te des cuenta vengo otra vez y te llevo a dar un baño –me besa de nuevo y entra en la cocina, dejándome sentado sobre un pañal en el suelo del recibidor.
Chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup.
Soy un bebé.
Me siento frío y mojado.
Odio con todas mis fuerzas hacerme pipí encima cuando no llevo puesto un pañal. La sensación de malestar que me genera en todo el cuerpo es horrible. Por eso pienso que los pañales son el mejor invento del mundo.
De pronto la puerta de la casa se abre y entra Elia, despeinada, con el pintalabios corrido y vestida de fiesta.
Yo la miro desde el suelo con ojos inexpresivos y moviendo mi chupete.
Mi hermana parece un poco mareada y la envuelve un tufo a mariguana.
-¿Qué haces tú aquí? –me pregunta intentando enfocar con los ojos. Su aliento huele a alcohol.
No me siento incapaz de contestarle.
Es demasiado difícil explicarle todo lo que ha pasado.
Demasiado duro revivirlo.
Además, soy un bebé, y los bebés no hablan.
-¿Robin? ¿Holaaa? –me dice agitando la mano delante de  mi cara.
En ese momento Mami regresa de la cocina.
-¿Qué haces tú aquí? –le pregunta con el mismo tono que mi hermana había usado conmigo, solo que ella vocaliza mejor las palabras.
-Eso mismo le decía yo a este –me señala tambaleándose un poquito-. ¿Qué hacéis aquí los dos? ¿Qué ha pasado? ¿No dormía en casa de Rupert? –nos mira indistintamente a los dos.
-Ronald –la corrige Mami-. ¿De dónde vienes tú? –le pregunta frunciendo el entrecejo con aire suspicaz.
-Clementine me acaba de dejar, como no tengo moto…
-¿Has llegado ahora? –le pregunta firmemente ignorando el comentario.
-Joder, que no es tan tarde… -se saca con dificultad el móvil del bolsillo del pantalón y mira la pantalla-. Ah, bueno… Un poquito sí.
-¿Y qué es ese olor? –Mami se acerca a ella y le huele la cara-. ¿Has bebido?
- Te voy a confesar un secreto, Mamá –dice Elia levantando un dedo-: la gente de mi edad –hace una pausa- bebe –termina en un susurro.
Mami pone los ojos en blanco.
-Lo que no sé –sigue Elia, hablando muy despacio, como si le costase acordarse de cada palabra que tiene que decir a continuación- es cómo la has podido darte cuenta del olor a alcohol y porros que echo con la peste a pipí que hay aquí ahora mismo –me vuelve a mirar, o lo intenta-. En serio, ¿qué ha pasado?
Mami me mira a mí, que sigo chupando mi chupete en el mismo sitio en el que me ha dejado.
-Mañana te lo cuento –le contesta Mami tras echarle una mirada evaluadora y darse cuenta de que mi hermana no está en condiciones de procesar nada. A continuación viene hacia mí y me carga en brazos-. ¿Tienes que usar el baño? –le pregunta a Elia-. Tengo que lavar a tu hermano y me va a llevar un tiempo.
-Tengo que desmaquillarme. Pero bueno, lo puedo hacer en mi cuarto. Entrad vosotros.
-Gracias, cielo. Mañana hablamos.
-Oído, jefa.
Mami sube las escaleras conmigo en brazos, y por encima de su hombro, veo como Elia me guiña un ojo y me hace un corazón con las manos.
Sonrío un poquito.
Entramos en el baño y Mami me vuelve a dejar en el suelo. Esta vez consigo aguantarme de pie. Mami me suelta los botoncitos del pijama rápidamente y me saca con delicadeza los bracitos de las mangas. Después me lo baja completamente y lo deja en mis pies. A continuación me saca una piernecita y luego la otra. Ahora llevo solo un pañal. Un pañal y un chupete.
Mami se agacha y comienza a desabrocharme el pañal. Primero una cinta y luego la otra. (frunch, frunch) mientras sujeta mi pañal por debajo para que no caiga al suelo. Después hace una bola con él y lo deja en una esquina del cuarto de aseo. Luego abre uno de los pequeños cajones de al lado del lavabo y saca mi chupete de baño. Viene hacia mí y me empieza a tirar con delicadeza del asa del que llevo puesto, pero yo me niego a solarlo.
Necesito chupar un chupete.
Mi chupete.
Es mi chupete, Mami.
Entonces Mami me enseña el chupete de goma que acaba de coger y caigo en que Mami solo quiere sustituir mi chupete por aquel, y que después del baño va a volver a dármelo. Abro la boca, Mami me saca el lila y me pone el de goma rápidamente. Lo empiezo a chupar muy rápido.
Chupchupchhphcupchupchhphcupchupchhphcupchupchhphcupchupchhphcup.
Mami me coge de las axilas y me mete en la bañera. Totalmente desnudo, empiezo a sentir frío y tirito un poquito. Mami se cerciora y comienza a frotarme la espalda.
-A ver si sale ya el agua caliente… -dice mirando con aprensión al mango de la ducha.
Mami tiene el mango de la ducha abierto y lo apunta al desagüe. Con una mano comprueba la temperatura y con la otra me consuela.
-Ya está.
Mami regula el agua para que no abrase mi cuerpecito y coloca el mango sobre mi cabecita.
Siento caer el agua caliente sobre mi cuerpo frío y tembloroso, e inmediatamente me empiezo a sentir mejor. El agua caliente purga mi tristeza y suciedad, y siento como cada poro de mi piel se eriza en contacto con el líquido elemento. Mami se da cuenta y me sonríe.
-Mucho mejor, ¿verdad, bebé?
Mami me levanta los bracitos y rocía mi costado, asegurándose de que no quede una sola parte de mi cuerpo sin mojarse. Mami me moja una pierna y luego la otra: la derecha, la del pipí. Emplea más tiempo en ella, rociándola varias veces y moviendo el mango de la ducha de arriba abajo.
Mami cierra el grifo y vierte un poco de jabón en una esponja. Comienza a pasármela por todo el cuerpo, frotándome con delicadeza pero a conciencia. Yo me dejo dócilmente que Mami me enjabone, levantando los bracitos cuando me lo dice y moviendo el chupete de goma en la boca. Cuando llega a la pierna con pipí, Mami me la frota muy fuerte, eliminando todo resto de la costra reseca y pegajosa que se había formado.
Al acabar de enjabonarme, Mami vierte en la palma de su mano una buena cantidad de champú, luego la frota contra la otra palma y me lo aplica en la cabeza. Mami me frota el cuero cabelludo con las uñas, pero muy suave, para que no me duela nada. Me hace un masajito capilar a la misma vez que me lava. Yo cierro los ojitos y disfruto del momento.
Es ahora cuando me doy cuenta de lo cansado que estoy,  y todo el sueño me llega de repente. Dejo escapar un bostezo y por poco no se me cae el chupete a la bañera.
-Estás casadito, ¿verdad, bebé? –me dice Mami mientras sigue frotándome el pelo-. No te preocupes que enseguida terminamos tu baño y te acostamos.
Usa de nuevo el maldito plural mayestático para referirse a mí, pero ya me da igual.
Cuando Mami termina de lavarme el pelo, abre de nuevo el agua caliente y me rocía con ella. Yo mantengo los ojitos cerrados para que no me caiga champú, y durante ese tiempo evito chupar mucho el chupete para no llevarme restos de jabón a la boca. Cuando Mami termina de quitarme todo el jabón de la cabeza entonces si puedo abrirlos de nuevo y volver a chupar el chupete.
El baño está lleno de vapor. No veo mi reflejo en el espejo porque está totalmente empañado. Ya no tengo frío, solo siento un calorcito por todo el cuerpo que me reconforta bastante, pero también hace que el sueño aumente. Vuelvo a bostezar, y esta vez tengo que agarrar el chupete en el aire, pues se me había salido de la boca.
-Pobrecito, mi bebé –me dice Mami, que también había intentado coger el chupete-. No te preocupes que enseguida terminamos, te secamos, te ponemos el pañalito y a dormir.
Mami se asegura de quitar todo resto de jabón de mi cuerpo y entonces cierra el agua y deja el mango reposar sobre el grifo. Coge rápidamente una toalla de la percha de la pared y me la pasa por encima. Me saca en peso de la bañera y me envuelve con la toalla, desde la cabecita a los pies, dejándome solo la carita al descubierto. Una carita con un chupete.
-¡Qué mono estás! –exclama Mami, y me da un pellizquito en la nariz-. Así era como te envolvía cuando un bebecito pequeñito.
Mami va hasta el lavabo y coge mi chupete lila, me saca el de goma de la boquita y lo sustituye por él. Yo lo recibo agradecido y comienzo a chuparlo con más calma.
Chup, chup, chup, chup, chup.
Mami me carga en peso y me saca del cuarto de baño, envuelto aún en la toalla. Para mi sorpresa no nos dirigimos a mi habitación, sino a la suya. Mami entra conmigo tomado y me deja acostado bocarriba sobre su gran cama.
-No te muevas, Robin. A ver si te vas  caer –Mami me arropa más fuerte con la toalla-. Vuelvo enseguida.
Me siento totalmente cobijado envuelto en la toalla. La tengo tan apretada a mi cuerpecito que soy incapaz de moverme. Lo único que sobresale de la toalla es mi carita. Balbuceo un poquito y muevo mi chupete.
-Ya estoy aquí, Robin –dice Mami al entrar. Estoy seguro de que ha oído mi balbuceo, por débil que fuera.
Mami trae consigo uno de mis pijamas enterizos y un pañal. Los deja a mi lado y me empieza a desenvolver de la toalla. Cuando termina, el resultado es un niño de 12 años completamente desnudo, con un chupete en la boca y que agita sus abracitos y piernas al aire.
¿Un niño de 12 años?
No.
Un bebé.
Soy un bebé.
Estoy ya casi seco. La toalla estaba calentita y en el cuarto de baño había mucho vapor así que Mami no tiene que emplear mucho más tiempo en secarme. Aun así, me frota con la toalla todas las partes del cuerpo, muy suave pero también muy deprisa, para que pueda ponerme enseguida el pijama y no coja frío.
¿El pijama? No.
Primero va el pañal.
Mami deja la toalla a un lado coge el pañal del otro. Es de ositos. De ositos llevando pañales. Lo despliega delante de mí y se inclina para ponerle el pañal a su bebé.
Primero lo coloca en posición vertical y me lo pasa por el culete con una mano tirándome de mis piernecitas hacia arriba con la otra a la misma vez. Luego me lo acomoda allí, asegurándose de que quede correctamente colocado debajo de mi culito. Una vez que se ha cerciorado de que el pañal está justo en su posición, me abre un poquito las piernecitas y me lo pasa por la ingle, pegando la parte de dentro del pañal sobre mi vientre, quedándose justo por encima del ombligo, cubriéndomelo también. Mami presiona un poquito el pañal contra mi cuerpecito con una mano mientras que con los dedos de la otra despliega la cinta adhesiva del lado derecho y la dirige hacia la parte delantera del pañal. Estira el lado derecho de delante del pañal hacia abajo y la cinta adhesiva hacia arriba, y cuando ambas partes no dan más de sí, pega la cinta sobre la franja de delante, tapando algunos ositos en pañales.
Después cambia sus manos y la que antes dirigía la cinta adhesiva ahora sujeta el pañal por delante, y la mano que antes presionaba la parte delantera del pañal se dirige ahora hacia la cinta adhesiva del lado izquierdo. Sus dedos la despliegan y la agarran guiándola hacia arriba a la vez que la mano que sujetaba el pañal tira hacia abajo de la parte delantera del mismo y la baja por mi cadera. Cuando ambas presionan fuertemente mi cintura, mami pega la cinta adhesiva sobre la franja delantera del pañal, enfrente de la otra y tapando también a  algunos ositos con sus pañales.
Mi pañal está fuertemente agarrado a mi cuerpecito. Mami me lo ha puesto muy bien sujeto para darme así esta sensación de enorme seguridad y tranquilidad que ya me produce de por sí llevar un pañal.
Mami se inclina otra vez hacia mí y me da un besito muy suave en la barriguita, que provoca que mis ojitos empiecen ya a cerrarse.
-Voy a ponerte ya el pijamita y te acuesto, bebé.
Mami despliega mi pijama enterizo y suelta uno a uno los botoncitos de delante, lo remanga hasta la altura de las piernas para que le sea más fácil ponérmelo y me pasa los piececitos por los puños de las patas, tirando de ellas hacia arriba. Mami levanta mies piernas hacia arriba igual que cuando me pone un pañal y me pasa el pijama por la parte del culete. Después me baja las piernas de nuevo y tira de mi espalda hacia arriba, dejándome sentado sobre la cama. Me cuesta mantenerme así, pues estoy muy cansado.
-Aguanta un poquito, campeón –me dice Mami dándome un besito en la frente-. Enseguida terminamos.
Mami me pasa un bracito por un manga, y luego el otro por la otra. Es un proceso que no puede durar más de un par de segundos, pero aun así me cuesta muchísimo mantenerme sentado. Cuando siento mi manita salir por el final de la manga, me dejo caer de nuevo sobre la cama.
-¡Muy bien, mi bebé! –me felicita Mami-. ¡Eres un campeón! –y me da otro besito en la barriga.
Mami me abrocha uno a uno los botoncitos del pijama, empezando por el último de todos, el que está a la altura de mi pañal, y terminado por el primero, el del cuello.
El pijama es suave y calentito, y yo estoy que me caigo de sueño.
-Bueno, vamos a dormir ya, bebé –me dice Mami, y yo temo por un momento que Mami vaya a llevarme a mi habitación, pero afortunadamente no es así. Mami me levanta en peso y comienza a abrir el edredón de su cama.
Parece ser que por una vez el plural mayestático sí se refiere a nosotros.
Mami me mete entre las sábanas como el bebé que soy y reposa suavemente mi cabecita sobre la almohada. Yo aferro los brazos pero no noto nada, solo aire.
¿Dónde está Wile? ¿Dónde está mi bebé?
Me rebullo inquieto y empiezo a gemir y a balbucear. Tengo los ojitos cerrados, pero abro y cierro los brazos delante mía por si Wile estuviera allí, pero no lo siento por ninguna parte.
Mami, que sabe exactamente lo que me pasa, me dice:
-No te angusties, mi bebé. Voy enseguida a por tu peluchito.
Y oigo a Mami salir rápidamente de su habitación mientras yo me quedo ahí con los ojos cerrados y agitando mis bracitos intentando aferrar a mi peluche, como si no hubiera escuchado a Mami decir que iba a por él.
Enseguida oigo de nuevo sus pasos entrar en la habitación, y en uno de mis aspavientos a ciegas siento a Wile. Me aferro a él enseguida y loo aprieto muy, muy fuerte contra mi pecho.
Mis chupeteos se vuelven más pausados y dejo de gemir, aliviado.
-Le he cambiado el pañal esta tarde, bebé. Como te dije.
Abro los ojitos para ver a Wile. Tiene la misma expresión que siempre y su sonrisa de pilluelo, pero el pañal ya no está arrugado como desde hace unos días. Ahora es un pañal liso que le queda genial. Vuelvo a cerrar los ojitos y lo espachurro contra mi carita. Me acomodo un poco y me dispongo a dormir.
-Eso es, mi bebé –Mami me da un beso en la mejilla-. A descansar.
Oigo como Mami le da al interruptor de al lado de la cama para que no me moleste la luz y escucho como se va poniendo el pijama a tientas en la oscuridad, intentando hacer el menor ruido posible. Siento como las mantas de la cama se despliegan por el otro lado y como el colchón se hunde un poco por esa parte. Mami ya está en la cama conmigo.
Me separo un poquito del borde de la cama en el que me había aocstado Mami y me muevo hacia ella, buscando el contacto de su cuerpo. Mami hace lo propio por su lado y ambos nos encontramos en el centro de la cama. Mami me pasa un brazo por encima, pone una manita sobre mi culete y me da dos palmaditas en el pañal. Yo me encojo un poquito, sintiéndome muy pequeño y me atrae hacia ella, asiéndome con una mano como si fuese su peluche. Me doy con la cabeza en sus pechos y me abrazo también a ella con un brazo mientras que con el otro aferro a Wile. Empiezo a mover mi chupete lenta y pausadamente.
-Duerme, bebé.


*****


Me despierto amodorrado e incómodo. No me noto nada descasado sino más bien lo contrario. Aún es de noche pero unos primerizos rayos de luz se cuelan por los resquicios de la persiana.
Estoy acostado bocarriba en la cama de Mami, medio destapado y aferrando a Wile con un bracito. Mami me está cambiando el pañal. Se huele un poquito mal.
-Shhh… No pasa nada, bebé –me dice Mami mientras que con delicadeza me saca el pañal.
Estoy muy cansado así que cierro los ojitos de nuevo, pero sigo sintiendo cómo Mami me cambia el pañal.


*****


Me despierto otra vez cuando parece que no han pasado ni dos minutos. Mami zarandea delicadamente mi hombro.
-Robin –me dice muy flojito-. Tómate el bibe ahora así luego puedes descansar más. Es solo un momento, mi amor –dice como disculpándose.
Me saca el chupete de la boca e inmediatamente empiezo a gemir molesto, pero entonces siento la tetina del biberón y empiezo a chupar.
La leche cae calentita en mi boca. La siento recorrer mi esófago y posarse en mi estómago, calentándome por dentro y por fuera.
Estoy acostado bocarriba, con Wile en un brazo y en la misma posición que antes. Ya no me siento incómodo, sino que siento el pañal de nuevo fuertemente sujeto en mi cuerpecito.
Mami me pasa un bracito por debajo de la espalda y me incorpora un poquito hacia arriba, dejándome reposar mi cabeza sobre sus pechos. Los senos de mi Mami son muy grandes y súper cómodos. Con mi cabeza recostada sobre ellos, sigo tomándome la leche, sin abrir los ojitos y chupando dócilmente de la tetina del biberón.
Cuando me termino la leche, estoy ya de nuevo al borde de un profundo sueño. Mami aparta delicadamente el biberón de mi boca e introduce rápidamente el chupete, pues yo no había parado de hacer con los labios el gesto de chupar. Me da también unos cuantos golpecitos en la espalda que me hacen eructar un par de veces y vuelve a meterme entre las sabanas, junto a ella. Me aferro a su cintura con un brazo y pego mi nariz a uno de sus pechos. Mami me abraza también y me da suaves palmaditas en mi pañal, y así me vuelvo a quedar dormido.


*****


Un ruido de voces me saca de mi sueño, dejándome en un estado de vigilia. Elia y Mami están hablando en el pasillo, muy flojito, pero aun así las oigo perfectamente.
-¿Dices que se ha hecho caca durmiendo? –Elia.
-Sí, me despierto y noto un olor raro en la habitación. Le huelo el culito a Robin y olía mucho a caca.
-Joder…
-Así que he tenido que cambiarle y ya he aprovechado para darle el biberón… Espera que cierre un poco la puerta de la habitación para que no le despertemos.
Oigo la puerta del cuarto cerrarse y los sonidos de las voces se vuelven muy amortiguados. No oigo lo que dicen así que me vuelvo a dormir.
No me cuesta nada hacerlo.
No sé ni si quiera si me había llegado a despertar.


*****


Me despierto, ahora sí, mucho más descasado, aunque aún sigo teniendo algo de sueño. No he pasado muy buena noche. La habitación de Mami está a oscuras y yo sigo acostado sobre su cama, envuelto en mantas y abrazando a Wile. La cama de Mami puede ser muy grande cuando estoy solo en ella. Me llevo la mano al pañal y lo noto hinchado, con pipí. Pero no es para nada algo que me sorprenda así que me desperezo dentro de las sabanas.
-Ha pasado algo horrible, Wile –le digo a mi peluche-. Mis amigos se han enterado de que llevo pañales y uso chupete. Hasta me he hecho pipí delante de ellos.
Me pongo muy triste al recordarlo así que me abrazo muy fuerte a mi amigo sintiendo el tacto de su pelito y de su pañal.
-Pero también ha pasado algo maravilloso, ¿sabes, Wile? –sigo diciéndole con mi vocecita de bebé y sin quitarme el chupete-. Me he dado cuenta de que soy un bebé. De que necesito llevar pañales y usar chupete. No soy un niño de 12 años. Soy un bebé.
Entonces la puerta de la habitación se abre y Mami irrumpe en ella. El contorno de su figura en el umbral es inconfundible. Mami enciende la luz de su habitación y viene hacia mí. Me encuentra aferrado a Wile y moviendo mi chupete, pero con los ojos abiertos.
-Buenos días, dormilón –me dice dándome un beso en la frente-. Es ya la hora de comer, has dormido toda la mañana.
-Estaba muy cansado, Mami –le digo como disculpa.
-No pasa nada, bebé –me da otro beso-. Voy a cambiarte el pañal y bajamos, que la comida está lista. Tu hermana ha hecho hamburguesas de bacalao así que intenta ser comprensivo.
Mami me destapa y me vuelve a besar en la frente. Su bebé vuelve a desperezarse y agita sus extremidades al aire.
-Vamos a cambiarte en tu cuarto, ¿vale? No tengo aquí pañales.
Salgo de la cama por mi propio pie, cojo a Wile y sigo a Mami hasta mi habitación. Allí, me tumbo bocarriba sobre la cama y espero que Mami me cambie.
Mami suelta los botoncitos de la solapa de atrás del pijama pasándome una mano entre el culete y la cama y después levanta mis piernas hacia arriba con una mano mientras que con la otra despliega la solapa, dejando mi pañal al descubierto. Uno de cochecitos.
Mami despega las cintas del pañal con dos frunchs y lo despega de mi cuerpo. Empieza ahora a limpiarme cuidadosamente mientras yo miro el techo de mi cuarto y muevo mi chupete, esperando que Mami termine y disfrutando con el cambio. Mami coge otro pañal y lo despliega delante de mí, me pasa la parte de atrás por el culete levantándome de nuevo las piernas y luego me pasa el pañal por delante, entre las dos piernas. Finalmente me lo abrocha fuertemente con las dos cintas adhesivas.
-Ale, ya está –dice sacudiéndose las manos.
Salgo de la habitación cambiado, vestido con ropa de niño y sin mi chupete, pues Mami no me deja tenerlo en la mesa.
Al entrar en la cocina, Elia está sirviendo las hamburguesas de bacalao en tres platos. Al verme aparecer, suelta una exclamación de alegría.
-¡Atún! ¡Buenos días! ¿Cómo está el bebé de la casa?
-Bien –contesto yo frotándome los ojitos.
-¿Sigues cansado, Robin? –me pregunta Mami, que había entrado detrás de mí con el pañal que acababa de quitarme hecho una bola para tirarlo a la basura.
-Un poquito –digo.
-Bueno, pues después de comer, te acuesto a dormir una siesta, ¿vale?
-Bueno, eso será si hay un ‘después de comer’ –exclama Elia exultante-. Estas hamburguesas me han salido de muerte y hay muchas más por si queréis repetir.
-¿Cuántas hamburguesas has hecho, cielo? –le pregunta Mami nerviosa.
-Diecisiete –contesta Elia orgullosa-. Bueno…  -continua un poco dubitativa-, es que me pasé un poco con algunas cantidades y tuve que echarle más bacalao para compensar.
-¿Cómo se pueden hacer hamburguesas de bacalao? –pregunto sentándome a la mesa.
-Pues con mucha paciencia, atún –me contesta mi hermana revolviéndome mi ya de por sí despeinado pelo-. ¡Venga, todos a comer! –exclama dando una palmada.
Tal como esperaba, las hamburguesas son incomibles. Al dar el primer bocado casi me da una arcada, pero la mirada que me echa Mami me obliga a seguir comiendo. Al final y con mucho dolor nos acabamos los tres nuestras hamburguesas.
-Bueno, ¿alguien quiere más? –nos pregunta Elia muy contenta.
-¡No! –contesta Mami quizá demasiado fuerte y demasiado deprisa-. No, por favor, no hay que abusar.
-Eso –digo yo todavía con el regusto de la hamburguesa en la boca.
-Llévale las otras a tus amigos, que puedan probarlas también –le dice Mami encomendándose a los cielos para que su hija le haga caso.
-¿En serio? ¿No os importa no comer más? –nos pregunta Elia
Niego rápidamente con la cabeza.
-No, por favor, hombre –Mami trata de sonar contenta-. ¡Llévaselas a tus amigos, cocinillas!
-Pues precisamente esta tarde he quedado con algunos…
-¡Pues anda, venga! ¡Llévaselas! –la sonrisa de Mami no puede ser más forzada.
-¡Qué guay! –Elia se levanta de un salto-. Pues voy a llamar a Clementine para decirle que no prepare nada, ¡que pongo yo la comida! –y sale corriendo de la cocina.
Espero a que se haya ido para hablarle a Mami.
-Pero esto está asqueroso –le digo.
-Cállate, Robin, a ver si te va a oír –me dice Mami nerviosa mirando hacia la puerta.
-No quiero ni ponerme el chupete por si se le queda el sabor.
Mami sonríe, bebe un enorme trago de zumo y me vuelve a mirar.
-¿Tú no tenías sueño? –me pregunta.
-Y lo sigo teniendo –contesto. Es la verdad.
-Pues venga, vamos a acostarte, anda, que te pasas todo el día durmiendo. Como un bebé –añade sonriéndome con ternura.
-Sí –contesto, y me río con mi risita de bebé.
Mami y yo subimos a mi cuarto. Por las escaleras nos cruzamos con Elia, que baja corriendo a la cocina.
-¡Me han dicho que estarán encantados de probar mis hamburguesas! –grita emocionada.
-Pobres amigos –digo flojito.
Mami me da un cachete suave en el culete y yo vuelvo a reír como un bebé.
En mi habitación está Wile esperándome sobre mi cama hecha, ya que esta noche no he dormido allí. A su lado hecho un ovillo está pijama enterizo amarillo.
-¿Estás mojado, Robin? –me pregunta Mami.
Niego con la cabeza y me acuesto bocarriba sobre el edredón. Mami me desviste y pone el pijama. Luego me da el chupete y yo me lo meto en la boca con cierta reticencia, pero Mami ríe y me dice que el sabor de las hamburguesas no se va a quedar en él.
Gateo hasta debajo de las sabanas y Mami me arropa y me da un beso en la frente.
-¡A dormir!
Yo me abrazo a Wile y me acurruco, dispuesto a dormirme de nuevo.


*****


Me despierto cundo oigo el ruido de la puerta de casa cerrarse muy fuerte.
-¡Ya he vuelto! –oigo gritar a Elia.
-Chsss –Mami la chista desde el salón-. Tu hermano está durmiendo.
-¿Todavía? –pregunta Elia más bajito.
-Ha pasado muy mala noche y ayer fue un día horrible para él. Déjalo que descanse.
-Sí, tienes razón –concedió Elia-. Pero últimamente se pasa casi todo el día durmiendo. Como un…
-Como un bebé –termina Mami.
Cambio de postura en la cama y oigo como el pañal hace ruido al hacer ruido  con el movimiento. Me lo toco y tiene pipí, pero me apetece estar un poquito más de tiempo en la cama, debajo de las sabanas. Con mi peluchito, mi chupete y mi pañal.
Como un bebé.
Cojo a Wile y lo coloco delante de mi carita.
-¿Tienes pipí, Wile? –le pregunto. Me imagino que me dice que sí-. Yo también –le contesto-. Ahora tendré que ir a decirle a Mami que me cambie, pero quería estar aquí un poquito contigo. Ayer por la tarde te eché mucho de menos –lo abrazo muy fuerte-. ¿Y caca? –le pregunto-. ¿Tienes caquita en el pañal? –y le huelo el culito, y siento que hay algo que se me escapa, pero no sé muy bien qué es, como si fuera una palabra que no me viene a la mente-. No, caquita no tienes –le contesto-. Entonces si quieres podemos jugar un poquito.
Y me puse a hacer como que Wile estaba con los demás Looney Tunes llevando su pañalito, igual que mi peluche. Jugué a que tenía que ir a la guardería con los Baby Looney Tunes y estos se burlaban de él por llevar pañales, sobre todo el Correcaminos. Pero entonces unas voces me llegaron del salón.
-¡¡Le prometí que nadie se iba a enterar de que llevaba pañales!! ¡¡Le prometí que todo iría bien! –es la voz de Mami, que grita en medio de un llanto. Yo paro de jugar inmediatamente y me quedo quieto, sin hacer ni un ruido y apretando el chupete fuertemente con los labios para no empezar a moverlo, pues me he puesto de repente muy inquieto-. ¡Y mira ahora lo que ha pasado! –continua gritando Mami-. ¡Le he fallado a mi hijo! –la oigo quebrarse en un llanto-. Oh, dios… Le he fallado a mi bebé…
Mis ojos se humedecen y las lágrimas empiezan a caer hasta mi chupete, que ahora me sabe a ellas.
-Mamá, tranquila… -le intenta decir Elia.
<<-Sí, Mami. Tranquila, por favor.>>
-¡No! –Mami vuelve a gritar y llorar, y a mí se me sale el pipí y vuelvo a mojar mi pañal, incapaz de controlarme-. ¡No es la primera vez! –sigue Mami, desolada-. Todo lo de vuestro padre… Todos esos años…
-Venga, Mamá. Ya vale –oigo decir a Elia tajantemente-. Basta.
-¡Soy una persona horrible, una miserable! ¡¡Una mierda de madre, un…!!
-Eh, eh, ¡EH!! ¡YA BASTA! –Elia da un enorme grito que retumba en toda la casa-. El plan era muy inestable, ya lo sabíamos. Sabíamos que algo así podría pasar. No es culpa tuya. Hiciste lo correcto.
-Pero Robin –trata de decir Mami tras soltar un hipido-. Sus amigos… Ahora saben… –llora de nuevo.
-¿Pasó algo? –le pregunta Elia, interesada-. ¿Le dijeron algo malo o…?
-¡Qué va! –contesta Mami-. Estaban tan sorprendidos que no podían ni articular palabra… -vuelve a soltar un hipido-. Pero todos ahí, mirándole el pañal y el chupete… Y Robin , pobrecito… Cuando bajé a limpiar el pipí del suelo, mojó el pañal… -empieza a llorar otra vez-. Y me dijo ahí en medio, delante de todos sus amigos que si podía cambiarle el pañal… –llora con fuerza-. Oh, dios mío, ¡¡¿Qué he hecho?!! ¿Qué he hecho? Oh, dios… Mi pobre bebé…
Durante un rato solo se escucha el llanto de Mami. Elia la está dejando desahogarse. Pero a mí no me consuela nadie. Lloro intentando no hacer ruido, controlando un llanto que está a punto de escaparse. No quiero empezar a berrear como un bebé. No quiero que Mami se entere de que la he escuchado llorar. Odio ver a Mami llorar. Me recuerda a épocas pasadas… Épocas de dolor y sufrimiento diario… Mami… No llores… Por favor, no llores…
Quiero bajar y decirle que no es culpa suya. Que ella hizo lo que tenía que hacer, lo que consideró que era mejor para su hijo. Que la culpa es mía y solo mía.
Mía por no saber controlar el pipí.
Mía por necesitar pañales.
Pero quiero decirle que gracias eso he podido por fin descubrir quién soy. Lo que soy.
Gracias a una noche horrible, en la que mis dos mundos colisionaron, he podido nacer de nuevo. Ser un bebé de nuevo.
Ser yo.
No llores, Mami.
Tu bebé te quiere.
Tu bebé te quiere…
-Bueno, Mamá –escucho a Elia, más calmada-. Lo hecho, hecho está. Es una mierda, lo sé. Pero ahora solo queda tirar para adelante y ver cómo afrontamos esta situación.
-Pero sus amigos…
-¡¿Qué más da que sus amigos sepan que lleva pañales?! Robin tuvo en mente alguna vez decírselo, ¿te acuerdas? ¡Para que le comprases una cuna! Si son sus amigos –continua Elia-, si de verdad son sus amigos –puntualiza-, seguirán siéndolo después de esto... Y al final resulta que no lo son, se ha quitado de en medio a gente que no merece la pena.
-Le dije que todo iba a salir bien… -vuelve a lamentarse Mami.
-Ya estamos otra vez.
-¡¡¿Alguna vez has tenido que decirle a alguien que todo va a salir bien, cuando sabes que es mentira?!! ¡¡¿¿Alguna vez has tenido que mentirle a la cara una de las personas que más quieres??!!
-¡¡¡¡SÍ, MAMÁ, SÍ!!!! –Elia da un grito ensordecedor para acallar el llanto de Mami. Hasta a mí me ha dejado en completo silencio-. Hace algún tiempo, Clementine y yo salimos del armario con nuestros amigos. Ella no se veía capaz. Decía que no eran lo suficientemente tolerantes. Nuestros amigos comunes fueron a un colegio ultra católico, ya lo sabes. Clementine me dijo que no lo hiciésemos, que nos iban a dar de lado –hace una pasuda-. Tenía razón. Y yo lo sabía. Pero no podía… No podía estar ni un segundo más fingiendo ser alguien que no soy. Así que le dije Tranquila, todo va a ir bien –suspira-. Y se lo dijimos. Una noche, como la de ayer, estábamos en un bar tomándonos unas copas y les dijimos Eh, esta chica y yo somos pareja.
Se produce una pequeña pausa. Oigo como Mami se suena la nariz.
-¿Y qué pasó? –pregunta.
-¿Qué pasó? –bufa Elia-. Pues para empezar que esa noche se convirtió en un desastre. Nuestros amigos se fueron y Clementine y yo nos quedamos solas, bebiendo como borrachas. De ese grupo solo dos nos dirigen ya la palabra, así que ahora salimos con mis amigos de la universidad.
-Lo siento mucho, cielo –le dice Mami tras sonarse de nuevo la nariz.
-No pasa nada. ¿Y sabes por qué? –le dice Elia más animada-. Porque nos da igual. Ahora salimos con gente que sí que nos respeta y que le suda la polla hasta límites insospechados con quien se acuesta cada uno o a quien decida amar.
-Habla bien –le dice Mami-. Pero es bonito eso que has dicho.
-Lo que quiero decirte, Mamá, es –Elia empieza con su tono conciliador-. Que si los amigos de Robin no lo aceptan, que no lo acepten. Que se busque otros mejores. Si no lo aceptan tal como es, es porque no son realmente sus amigos.
-Sí, pero… En cualquier caso… las cosas van a ser más difíciles a partir de ahora...
-Eso seguro –corrobora Elia-. Al principio será horrible. Muy duro. Pero eh –añade-, a lo mejor estamos hablando de más y a los amigos de Robin no les importa que lleve pañales… Porque no lo vas a mandar al colegio con pañales, ¿verdad?
-Ni en un millón de años –responde firmemente Mami.
-Pero… ¿controla el pipí? –pregunta Elia.
-Creo que sí, pero ya has visto que no se puede estar segura… Me dijo que en el colegio iba cada vez que podía al baño, para forzarse a hacer y evitar que se le escape.
-Un chico listo. Siempre lo he dicho.
-Ayer se le debió de pasar… Habrá que ponerle un pañal cuando no tenga acceso rápido a un baño.
-Bueno… Mientras eso sea todo… A Robin no le importa llevar pañales cuando va a algún sitio. Acuérdate del cine.
-Ahí se lo puse porque me pareció que lo necesitaba.
-Y no te equivocaste, ¿verdad?
-No –contesta Mami-. Se mojó encima nada más salir del aseo.
-Y si no, acuérdate de la segunda comida en casa de tía Gayle.
-¡Ah, sí! –exclama Mami-. Ahí sí que me pidió que le pusiese un pañal.
-Y estaba más cómodo.
-Sí, la que no estaba tan cómoda eras tú.
-Las cosas cambian –admite Elia.
-Y tanto… Menos mal que te tengo, Eli –le dice Mami llena de gratitud.
-Me lo podrías agradecer con….
-¡No pienso comprarte una moto!
Elia ríe.
-Tenía que intentarlo.
-Ya… Oye… hay algo más –dice Mami.
-¿Qué pasa?
-Lo de que las cosas van a ser más difíciles a partir de ahora no lo decía solo porque los amigos de Robin se hayan enterado de que lleva pañales.
-¿A qué te refieres?
-El otro día llegó esta carta.
Oigo como Mami se levanta del sofá y abre uno de los cajones de al lado de la tele.
-No te lo había dicho aún, ni a Robin tampoco, que es al que más le afecta, por si puedo recurrir, pero ya he hablado con Yolanda y me ha dicho que es un dictamen judicial y que será complicado.
Yolanda fue la abogada del divorcio de Mami y mi progenitor biológico. Me pongo muy inquieto, no puedo evitar chupar mi chupete muy rápido pero aun así las oigo perfectamente, pues ya halan con tono normal, olvidándose de que puedo estar durmiendo.
-¿Cuándo sería esto? –pregunta Elia con desprecio tras una pausa en la que supongo que ha estado leyendo la carta.
-¡Baja la voz! –le apremia Mami-. No quiero que Robin se enteré –pequeña pausa. Supongo que intentando oír si hago algún ruido en mi habitación. Dentro de tres semanas.
-Me cago en sus muertos. Será hijo de puta. ¿A qué cojones viene esto ahora?
-Mañana he quedado con Yolanda por la mañana –contesta Mami, que ni siquiera se molesta en decirle a Elia que modere su lenguaje-. Me dirá si el juez ha aceptado la reclamación. Si es así, no le diré nada a Robin. Pero es un mandato del Tribunal Superior así que está jodido.
-¿Ese cabrón ha recurrido al Tribunal Superior? –y antes de que Mami responda, lo hace a ella misma-. Hay que ser hijo de puta para aceptar esta reclamación de ese maltratador. Maldita justicia machista…
-Por si acaso, no digas nada. A nadie. Mañana veremos lo que hacemos. De todas formas –añade Mami-. Eres mayor de edad. Esto no te afecta a ti, solo a tu hermano.
-Si crees que voy a dejar a Robin pasar solo por esto es que no me conoces absolutamente nada.

19 de marzo de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 17: Cosas que pasan




Al final resulta que me lo estoy pasando bien y todo.
Estoy en el sótano de Ronald. Con él, Joseph y Eddy. Los cuatro apretujados en el sofá mientras Ronald y Eddy juegan a War of Empires. Es su turno y Eddy y yo miramos y les gritamos consejos indistintamente a los dos solo para ponerles nerviosos y reírnos. Como os decía, me lo estoy pasando bien. Casi me he olvidado de que para dormir tengo que llevar a cabo el plan que he hurtado con Mami para que me ponga un pañal sin que ninguno de mis amigos se entere y evitar así una vergüenza pública.
Cuando Mami y yo llegamos a casa de Ronald, a ninguno de mis amigos les molestó que fuese un poco tarde. Andaban todos muy ocupados en la cocina preparando las patatas fritas, los ganchitos y los refrescos. La madre de Ronald los supervisaba mientras sostenía a su hijo pequeño en brazos.
Fue ella quien nos abrió la puerta, aguantando a Stuart con un brazo mientras tiraba del pomo con la mano que le quedaba libre. A Mami enseguida se le enternecieron los ojos, como le pasa cada vez que ve un bebé. Puso una expresión muy tierna y corrió enseguida a hablarle con su voz infantil.
¿Qué pasa? ¿Acaso Mami no tiene ya en casa un bebé al que mimar?
Me pongo un poco celoso cuando Mami le hace carantoñas a otros bebés.
Yo entre después de ella, con expresión malhumorada en el rostro y sujetando el saco de dormir la pizza y mi mochila, que Mami me había pasado inmediatamente al ver al hermano de Ronald.
-Los chicos están en la cocina, Robin –me dijo Joseline mientras Mami le tocaba la nariz a Stuart con un dedito y lo miraba como si no hubiese visto a un bebé en la vida.
Dejé atrás a Mami y a sus intentos de hacer reír al bebé, como si este pudiera entender una sola palabra de las que pronunciaba Mami y entré en la cocina. Mis amigos estaba discutiendo en qué cuenco echaban las patatas fritas.
-No puedes echarlas en ese porque es de cerámica, y si nos lo cargamos mi madre me mata –decía Ronald.
-¿Pero por qué nos lo vamos a cargar? ¿Es que acaso vamos a usarlo de frisbee? –protestaba Joseph.
-Tío, coge otro plato. ¿Qué más te da?
-¿Qué pasa aquí?
Mami y Joseline habían llegado también a la cocina. Mami sostenía a Stuart en brazos y al verla con el bebé, inmediatamente torcí el gesto.
-Que dice Joseph que echemos las patatas en el cuenco de cerámica –le informó Ronald.
-No, en ese no, chicos –la madre de Ronald cruzó la cocina y abrió uno de los armarios de encima del fregadero-. Coged este que es de plásticos –dijo sacando un cuenco.
Joseph lo cogió de mala gana.
-Bueno, pues ya estaría todo, ¿no? –preguntó Eddy mientras vertía el contenido de una bolsa de patatas en el cuenco que acaba de tenderle Joseph.
-Creo que sí… -Ronald miró todos los platos y vasos que había sobre la mesa-. Robin, ¿has traído la pizza? –me preguntó.
-Sí. Aquí esta –conteste izándola hacia arriba.
-Déjame que la meta en el frigorífico –me dijo amablemente Joseline. Cogió la pizza y la guardó en una de las repisas de la nevera-. ¿Tenéis ya todo? –nos preguntó.
-Ahora sí –Ronald miró alrededor y comprobó que efectivamente teníamos todo lo que nos hacía falta para una noche de videojuegos y comida basura
-Bueno, pues idos ya al sótano y tened cuidado con no quemar nada –bromeó Joseline.
-Venga, que cada uno coja un plato y todos para abajo –dijo Joseph, impaciente.
Yo cogí como buenamente puede un cuenco de ganchitos y un plato de cortezas, pues estaba aún sujetando el saco de dormir y llevaba colgada la mochila con el pijama y el pañal.
Intenté no pensar en que solo un trozo de tela separaba mi pañal de mis amigos.
Solo el tela de la mochila mantenía en ese momento la separación entre mis dos mundos.
-Robin, espera un momento –me dijo Mami cuando ya me iba para abajo.
Sentí las mejillas enrojecer, pero me acerqué hacia ella lentamente, para no derramar nada del contenido de los platos, mientras mis amigos corrían escaleras abajo. Mami le pasó Stuart a Joseline y cuando se aseguró de que mis amigos estaban ya en el sótano y no podían escucharnos me habló.
-Me voy un momento –me dijo flojito-. Tengo que ir a comprar unas cosas. De todas formas volveré para antes de que os acostéis –yo sentía cómo me iba poniendo rojo. Me estaba hablando ahí, delante de la madre de mi amigo y de un bebé de verdad-. Si tienes algún  problema o pasa lo que sea, díselo a Joseline, ¿vale?
Asentí con la cabeza, sin ni siquiera levantarla.
-Puedo ponerte yo el pañal si quieres, Robin –me dijo la madre de Ronald, intentando ser amable-. No me importa nada, ya ves que estoy acostumbrada a cambiar pañales –añadió alzando un poco a Stuart.
<A mí sí que me importa, pensé>.
-A él es que le va a dar mucha vergüenza, Joseline –le dijo Mami-. Mejor vengo yo y se lo pongo.
-Como quieras –dijo Joseline-. Lo hacemos con precaución para que no se entere ninguno de tus amigos y ya está.
Yo estaba muriéndome de la vergüenza. Estaban las dos allí hablando de ponerme un pañal delante de un bebé que por supuesto llevaba uno y al que yo le sacaba 11 años.
Estaban hablando allí, mientras mis amigos jugaban abajo sin un atisbo de preocupación porque todavía mojasen la cama e incapaces de sospechar que su amigo de su misma edad aún llevase pañales para dormir.
Mis dos mundos separados ahora por una escalera.
-Bueno, Robin –Mami se colgó su bolso-. Me voy. Volveré enseguida. Si pasa lo que sea, ya sabes –se dirigió a Joseline-, me llamas y en nada estoy aquí.
-Tranquila, si se van a poner a jugar al juego ese de pegar tiros y se lo van a pasar muy bien.
-Seguro que sí –Mami se inclinó hacia mí. El rubor de mi cara había ido desapareciendo poco a poco-. No te preocupes por nada, ¿vale? Ya verás como todo va a salir bien. Te quiero –y me dio un suave beso en la frente al levantar la cabeza.
Yo me quedé ahí parado en medio de la cocina mientras Joseline, con el bebé en brazos, acompañaba a Mami a la puerta. El otro bebé estaba esperando que despareciese todo el rojo de sus mejillas para ir abajo a pasárselo bien con sus amigos de su edad.
-Qué suerte tienes, mujer –oí decir a Joseline-. Ojalá mi Ronald me dejase darle besos y decirle que lo quiero.
-¡Eh, Robin! ¡¡¿Bajas o qué?!!
El otro bebé corrió escaleras abajo.


*****


Al final resulta que me lo estoy pasando bien y todo.
El sótano de Ronald es una estancia cuadricular, que sirve a la vez de trastero. En el fondo hay amontonadas cajas y cajas de cartón llenas de lo que parecen trastos que nadie usa y que no paran de coger polvo. Distingo algunas lámparas, unos esquís y lo que parece una bicicleta a la que le faltan las ruedas y el manillar. Hay algunas cajas que llevan inscripciones en rotulador como Juguetes, Álbumes de fotos o Navidad.
En una vieja mesa de formica hemos puesto toda la comida y las dos botellas de Fanta y Coca-Cola. Hay una pequeña cómoda, sobre la que reposa la televisión vieja que bajaron los padres de Ronald cuando compraron la nueva, unida a una estantería llena de libros viejos y películas a las que no les debe quedar mucho para unirse al resto de trastos viejos del fondo.
Ronald ha dejado espacio una de las repisas para sus videojuegos. Concretamente, los ha amontonado de cualquier manera al lado de un montón de películas de Disney en VHS. Distingo El Jorobado de Notre Dame, Atlantis y El Planeta del Tesoro al lado del Fornite, Dioses y Monstruos y el ultimo FIFA.
Es curioso porque yo también tengo esas películas en casa. Pero no cogiendo polvo en ningún sitio, sino que las tengo en el salón, a mano y en Blu-ray. Son películas para niños pequeños que mi amigo ha abandonado porque se ha hecho mayor y ya no las ve.
Pero yo no soy así.
Yo soy un niño pequeño que todavía se emociona con las películas de dibujos animados de Disney y al que le encanta verlas acurrucado con su Mami, llevando un pañal y chupando un chupete.
Las películas de dibujos y los videojuegos se mantienen en un precario equilibrio, a punto de desplomarse las unas sobre los otros en una irónica representación de mí mismo, de mis dos mundos a punto de venirse abajo.
Aparto la mirada de la estantería a punto de derrumbarse y la dirijo a televisor, donde caballeros templarios luchan contra el imperio romano.
-Este juego no tiene ningún rigor histórico –protesta Eddy.
-Oh, sí. Porque un agujero de gusano en medio de Nueva York por el que entran dioses nórdicos es el colmo del realismo –dice Joseph sarcásticamente.
-Pero en Los Vengadores a nadie le sorprende. A un videojuego que se llama War of Empires sí que se le puede pedir algo de coherencia.
-A mí mientras pueda machar a Ronald me da igual –dice Joseph-. Como si me aparece ahora un caza de la segunda guerra mundial.
-Pero si te estoy dando una paliza, fantasma –le suelta Ronald mientras aprieta uno tras otro los botones de su mando.
Yo me río. Ronald tiene razón. Se está comiendo a Joseph con patatas. Eddy sigue leyendo las instrucciones del juego en la caratula y negando con la cabeza.
-Aquí pone que puedes elegir cualquier imperio de toda la historia y hacerlo luchar contra otro.
-Llamándose War of Empires no me sorprende nada –dice Joseph.
-Sí, pero creía que iba a ser por épocas o algo así…
-¡Mierda! –exclama Joseph tirando el mando al suelo.
-¡¡SÍII!! –Ronald levanta los brazos, triunfante-. Cuidado con el mando, imbécil –baja un puño y golpea a Joseph en el hombro.
-Es normal que ganes, llevas jugando al juego semanas. Ya verás cuando le coja el tranquillo –protesta enfurruñado, y se levanta del sofá-. Voy a por Coca-Cola. ¿Alguien quiere?
-Yo –dice Eddy.
-Traéte la botella mejor, porque yo también quiero –dice Ronald agitando su vaso vacío.
-Yo voy a querer Fanta –digo.
-Y está Starkley tocando las narices –Joseph se mete conmigo en confianza-. Pues ven aquí a cogerla tú porque no puedo llevar las dos botellas y mi vaso.
-No porque me toca jugar –contesto mientras Ronald me pasa el mando y empiezo a elegir imperio.
-Entre todos me estáis jodiendo la tarde.
-¿Quieres dejar de quejarte y traer las dos botellas? –le grita Ronald riéndose.
-Yo también voy a querer patatas fritas.
-¿Me has visto cara de camarero, Eddy?
Ahora es el turno de Eddy y yo. Él elije al imperio Inca comandado por Atila, y yo al imperio británico del siglo XVIII comandado por Woodes Rogers. Quien gane de nosotros se enfrentará a Ronald.
Joseph hace dos viajes para poder traer todo lo que le hemos pedido y se sienta de nuevo en el sofá. Eddy es muchísimo mejor que yo así que me da una soberana paliza. Joseph no deja pasar la oportunidad para meterse de nuevo conmigo porque he perdido por muchos más puntos que él.
-Has quedado último, Starkley. ¡Buuuuu!
-De eso nada –respondo. Me he olvidado de que luego me van a tener que poner un pañal y me lo estoy pasando francamente bien-. Tenemos que jugar luego tú y yo por el tercer y cuarto puesto.
-Tiene razón –corrobora Joseph.
Satisfecho, me bebo mi vaso de Fanta de un trago y me sirvo otro más de la botella que está a mis pies.
La partida entre Ronald y Eddy es brutal a pesar de ser la segunda vez en su vida que Eddy juega al War of Empires. Se le dan genial los videojuegos y derrota a Ronald, aunque por la mínima.
-¡No puede ser! –exclama Ronald-.¡ Es la segunda partida que juega este tío!
-Si vamos a apuntarnos a algún campeonato, ya sabemos quién va a ser el capitán –dice Joseph dándole una palmada a Eddy en el hombro.
-Gracias, chicos –contesta Eddy haciendo una reverencia.
-Starkley puede ser el utillero –dice Joseph dándome también una palmada en el hombro, aunque con un significado totalmente opuesto.
-¡Vamos a jugar los dos a ver quién es el peor! –exclamo, y me acabo el vaso de un trago y lo apoyo con fuerza en el suelo, igual que un borracho deja una cerveza en la barra del bar cuando un amigo le reta a hacer algo.
-Ojo que Robin se ha venido arriba –dice Ronald antes de soltar una carcajada.
-Dale una paliza al flipado este, Robin –me dice Eddy.
Pero a pesar de los ánimos de mis amigos, Joseph me gana con una holgada diferencia de puntos.
-¡¡Victoria!! –exclama poniéndose de pie y volviendo el mando, esta vez contra el sofá.
-Eso, celebra el tercer puesto. Eres el mejor de los peores –le dice Ronald-. Y te he dicho que tengas cuidado con el mando, gilipollas –Ronald coge el mando y se asegura de que está en perfecto estado mientras Joseph  acaba su vaso de Coca-Cola.
-Lo hemos intentado, Robin –me dice Eddy poniéndome la mano en el hombro.
A mí me da igual ganar o perder. Soy la persona menos competitiva del mundo. Quizá porque soy un paquete en casi todo.
-Aun así, somos un poco malillos, chicos –dice Ronald-. Salvo el cabrón este –señala a Eddy-, los demás vamos a tener que entrenar mucho para participar en algún campeonato si no queremos que nos eliminen a las primeras de cambio.
Seguimos echando más partidas entre nosotros. Ahora juego yo contra Ronald y Joseph contra Eddy. Yo pierdo de nuevo a pesar de que mi amigo me ha dado alguna ventaja, pero Eddy no tiene inconveniente en ventilarse a Joseph en un momento y sin contemplaciones. Borra su ejército prusiano con sus tropas celtas sin ningún miramiento.
Las dos botellas de refrescos van a la par, y eso que el único que está bebiendo Fanta soy yo.
A pesar de ir perdiendo, me lo estoy pasando genial. Me siento totalmente integrado entre mis amigos como hacía tanto tiempo que no estaba.
La madre de Ronald baja al poco con mi pizza ya calentada. Nos vamos todos a la mesa a cenar y ella nos pregunta si nos falta algo y quién va ganando. Antes de irse se inclina disimuladamente hacia mí y me pregunta si va todo bien. Me pongo rojo porque sé a qué se refiere. Asiento mínimamente con la cabeza y sigo comiendo. Por suerte, ninguno de mis amigos se ha percatado porque están charlando animadamente sobre nuestras posibilidades en una competición.
-Yo creo que si nos ponemos serios, pero de verdad, algo podemos hacer –dice Joseph.
-Nos falta más entrenamiento –apunta sensatamente Eddy.
-Eddy tiene razón, Joseph. Ya nos hemos hecho al juego. Ahora vamos a elegir un imperio, nos metemos en Internet y juagamos online en el mismo equipo contra otro.
Mami tenía razón. Aunque lleve pañales puedo pasármelo muy bien en una pijamada con mis amigos. Llevamos jugando toda la tarde y no me he preocupado por el pañal ni un momento.
Como pizza y charlo animadamente mientras voy cogiendo grandes montones de ganchitos y llevándomelos a la boca.
-Yo elegiría para el equipo al imperio romano, que es el más numeroso –dice Ronald.
-¿Los indios no son más? –pregunta Joseph-. Siempre he oído eso de Son más que los indios.
-Eso eran porque los vaqueros eran cuatro gatos –dice Eddy.
-Yo lo que he escuchado es Son más que los orcos –dice Ronald.
-No –le corrige Joseph-. La expresión es Son más feos que los orcos.
Reímos los cuatro.
-A palabras elfas, oídos orcos –digo yo parodiando un refrán.
Volvemos a reír los cuatro. La verdad es mis amigos no se suelen reír con mis chistes, así que me hace mucha ilusión.
-Propongo un brindis –dice Ronald cogiendo su vaso de plástico y poniéndose en pie con pomposidad-. Por los videojuegos.
-Y por más noches como esta –añade Joseph, y también se pone de pie.
-Eso –Eddy también se levanta de la silla y alza su vaso.
-¡Eh! –digo yo estirando mi brazo hacia ellos-. Echadme Coca-Cola que ya no queda Fanta.
Ronald llena mi vaso y los cuatro brindamos.
-Por los videojuegos, por el War of Empires y por noches cómo esta –decimos al unísono.
Chocamos los vasos y bebemos.
-De un trago, de un trago –dice Joseph sin separar los labios de su vaso.
Nos acabamos el contenido y dejamos los vasos a la vez sobre la mesa.
-¡¡Venga!! –grita Ronald- ¡¡Vamos a elegir un imperio y darles una lección a unos pringados!!
-¿Estarán también en el War of Empires los chicos de Kentucky contra los que juagábamos al Dioses y Monstruos? –pregunta Eddy mientas vamos hacia el sofá.
-¡Buena pregunta! ¡Vamos a comprobarlo! –dice Ronald encendiendo de nuevo la videoconsola.
Nos sentamos los cuatro en el sofá, expectantes y crecidos, dispuestos a comernos vivos al equipo de Kentucky.
Entonces pasa.
Ya sabéis lo que va a pasar.
Un líquido caliente empieza a empaparme la entrepierna, mojándome pene y testículos. Siento como se me empapa toda la parte de delante de los calzoncillos. Agacho la cabeza en cuanto siento el calor y veo una manchita que se forma en mi pantalón que comienza a extenderse hacia mi pierna derecha.
Por favor, no.
El pipí sigue saliendo. Soy incapaz de detener el chorro.
Siento como se me va mojando la pierna conforme sigue saliendo el pipí y cómo me corre hacia abajo. De un momento a otro se formará un charco en el suelo.
Empiezo a temblar, pero estoy totalmente paralizado.
Mis amigos están pendientes de Ronald mientras configura la videoconsola y no se fijan en mí.
El pipí no para de salir, mojando sin parar mis calzoncillos y pantalón, que son incapaces de absorber nada.
No son un pañal.
Me estoy haciendo pipí encima.
Me estoy haciendo pipí encima delante de mis amigos.
No.
Nonononono.
Ahora no. Aquí no.
El pipí sigue saliendo.
Me empiezo a poner muy nervioso y muy inquieto.
El corazón parece que está a punto de salirme por la garganta.
Noto el culo mojado, lo que significa que el pipí ha llegado hasta el sofá.
En un acto reflejo me pongo de pie inmediatamente y noto como el pipí cae por mi pierna derecha, alzando calcetín, pie y zapato.
En el sofá hay una mancha  justo en el sitio en el que estaba sentado.
Joseph olfatea el aire.
-¿Qué coño…?
Todos mis amigos apartan la vista de la pantalla y me miran a mí.
Ven como a su amigo, de su misma edad, se está haciendo pipí encima. Como se le está escapando el pipí, mojándole testículos, calzoncillos y pantalones, y como le corre pierna abajo. Pero eso no lo ven. Solo lo siento yo. El pipí bajando por mi pierna y llegando hasta el zapato, sobrepasándolo y mojando el suelo, formando un charquito.
Eso sí que lo ven.
Mis amigos se apartan rápidamente de mí. Eddy se da con la estantería, provocando que películas Disney y videojuegos caigan unos sobre otros.
El olor a pipí inunda todo el ambiente.
Me llevo las manos a la entrepierna en un acto instintivo para parar el pipí, pero es en vano. El pipi sigue saliendo. El charco del suelo es cada vez más grande.
Me quedo allí de pie, paralizado mientras me hago pipí encima y mirando a mis amigos, que me contemplan con una mezcla de estupor y asco.
El pipí termina de salir. Han debido de ser solo unos segundos, pero suficientes para romper la barrera que separa mis dos mundos.
Me hecho pipí encima delante de mis amigos.
Como un bebé.
Eso es lo que ha pasado.
Mis dos mundos han colisionado y el resultado de ellos soy yo sobre un charquito de pis delante las caras estupefactas de mis amigos.
Tras unos segundos de silencio, rompo a llorar.
Como un bebé.
Berreo.
Agito mis puñitos como un bebé.
Soy incapaz de controlarme, igual que he sido incapaz de controlar el pipí.
Tengo los ojos cerrados a causa del llanto pero aún oigo a mis amigos.
-Tíos… ¿Qu-qué hacemos?
Y se me viene a la cabeza la imagen de la escena.
Mis amigos de pie, inmóviles, mirando cómo me acabo de hacer pipí encima y lloro como un bebé sobre un charco de pis.
No puedo soportarlo más.
Esto no puede estar pasando.
No.
No.
Nonono.
Incapaz de soportar la vergüenza, me tiro contra el sofá y hundo la cara entre los cojines de una esquina, intentando cubrir mi culito mojado con ambas manos.
No puedo soportar la humillación.
No puedo parar de llorar.
-¡Nononononono! –exclamo en medio del llanto-. Esto no puede estar pasando, no…
<<-Robin, te has hecho pipí encima –dice una vocecita en mi cabeza>>.
-¡¡Nooo!! –grito intentando negar la realidad.
Esto no ha pasado.
No ha pasado.
No puede haber pasado.
<<-Robin, te has hecho pipí encima como un bebé –vuelve a decir la voz, añadiendo Como un bebé>>.
Como un bebé…
-Nonononono. Esto no me puede estar pasando, no….
Sigo llorando como un bebé.
Lo que  Ronald, Joseph y Eddy están viendo ahora mismo es a su amigo mojado de pipí berreando como un bebé sobre el sofá.
Incapaz de controlar los temblores de mi cuerpo, me agito en el sofá y me doy la vuelta, quedándome bocarriba.
Veo a mis amigos mirarme petrificados mientras agito convulsivamente mis extremidades.
Me he hecho pipí encima. Delante de mis amigos.
Lloro más fuerte, si cabe.
-¡¡NO ME MIRÉIS!! –grito en medio del llanto, tapándome la cara con las manos-. Por favor, no me miréis…
Vuelvo a soltar un berrido ensordecedor y a mover incontroladamente mis brazos y piernas, pataleando al aire.
-Tíos, tenemos que hacer algo –dice uno de mis amigos.
No sé quién.
¿Acaso importa?
-¡¡¡MAMI!!! –logro decir en medio del llanto y el pataleo-. ¡¡LLAMAD A MI MAMI!! –me calmo un poco, dejo de temblar y comienzo a respirar entrecortadamente-. Por favor… Decidle a mi Mami que venga…


*****


Chupo y chupo.
Me aferro y chupo.
Estoy sentado encima del sofá, con uno de los cojines bien pegado a mi pecho, mientras me abrazo las rodillas y chupo una de las esquinas del cojín.
Lo chupo compulsivamente, a conciencia, poniendo en ello todo mi empeño.
No me está consolando nada, peor necesitaba chupar algo.
Chupo y sigo chupando la punta con la mirada perdida, apretando fuertemente mis rodillas hacia mí.
Sé que estoy en el sótano de Ronald porque no me he movido de aquí desde que mis amigos salieran y me dejasen solo.
Y entonces gateé por el sofá hasta uno de los cojines, lo coloqué entre mi pecho y mis rodillas levantadas y empecé a chupar una esquina, como un autómata.
Un instinto que no podía controlar.
Necesito chupar algo.
Pero no me está calmando nada.
No me está calmando nada…
La punta del cojín ha perdido todo su relleno a causa de mi succión. Ahora es solo un trozo de tela que mantengo arrugado en mi boca, empapado en saliva y que sabe también a mocos y lágrimas.
No me consuela nada pero sigo chupando.
Es lo único que tengo.
De repente el mundo es muy grande y yo me siento muy pequeño en él.
Desconsolado y desprotegido.
Tengo frío.
El pipí calentito que salió antes ahora es una costra pegajosa en mi piel y tela fría y mojada en mi ropa.
Sigo chupando, ausente.
Alejado de este gran y cruel mundo.
Oigo unos ruidos y la puerta del sótano se abre. Entra alguien. Varias personas.
Hablan entre ellas pero no distingo lo que dicen.
No les presto atención. Mis sentidos se concentran solo en chupar la punta del cojín, mi único consuelo en el enorme y cruel mundo de mi alrededor.
Me encojo un poco más y me aferro al cojín.
No doy muestras de haberme percatado de que ha entrado alguien en la habitación.
Chup y chupo.
Chupo y sigo chupando.
Necesito chupar.
-Venga, chicos. Vámonos –dice alguien suavemente.
No sé quién es.
Solo me preocupa chupar el cojín.
Si dejo de hacerlo, pasarán cosas horribles.
La mayoría de la gente que había allí ha salido de nuevo y han cerrado la puerta. solo estamos una persona y yo.
Sigo chupando.
Miro al vacío y sigo chupando.
La persona se acerca hacia mí. Despacio. Como si fuera un animal del bosque al que no quisiese asustar.
Tampoco doy muestra alguna de haberme percatado de que alguien viene hacia mí.
La tela del cojín es un amasijo empapado en mi boca, pero sigue sin parecerse a nada que haya chupado y me haya consolado.
Pero necesito chupar algo.
La persona se sienta delicadamente a mi lado.
Es una mujer.
Una mano se posa delicadamente en mi cabeza.
Es la mano de la mujer.
Sigo chupando.
-Robin… -dice.
Es una voz suave y calmada. Una voz muy flojita que me es familiar.
Suena a compasión y pena.
Y a culpabilidad.
Sigo chupando.
Estoy tiritando de frío.
Me aferro más al cojín.
Los brazos de la mujer me rodean y su cuerpo se pega al mío.
Desprende un olor familiar.
-Mi bebé… -dice la mujer.
Al oír esa palabra, bebé, chupo con más ansia el cojín.
-Robin… -la mujer vuelve a hablar con esa voz que suena a ternura y pena-. Deja eso, por favor…
La mujer tira del cojín hacia arriba, intentando sacármelo de la boca, pero yo me aferro más fuerte a él.
-Robin…
Al ver que no podía despegarme del cojín, la mujer me ladea delicadamente y me sitúa frente a ella.
Tiene unos ojos llorosos, y algunas lágrimas caen por sus mejillas. Su expresión es de absoluta pesadumbre y aflicción.
Yo he visto esta cara antes.
Hace mucho, mucho tiempo.
Recuerdo que también estaba mojado y hacía mucho frío.
Pero no era pis solo lo que empapaba mi cuerpo esa vez.
Sino agua.
Agua helada.
-No, Robin, no…
La voz de la mujer era un lamento de pesar.
Esa voz.
Ese olor…
Poco a poco, fui dejando de chupar el cojín.
La tela mojada se fue desprendiendo de mi boca lentamente, y esta quedó huérfana.
-Vamos, vamos, Robin…
Esa voz.
Fue un consuelo aquella vez, y ahora también estaba ejerciendo un poder reconfortante.
Yo conocía esa voz.
Conocía ese olor.
Conocía aquellos ojos vidriosos que me miraban con desasosiego y tristeza.
Y los conocía porque en el fondo se atisbaba amor.
Un amor infinito y lleno de ternura.
-Eso, es Robin…
No estoy en el suelo de una bañera helada, pero jamás olvidaré esa mirada.
-¿… Mami?
Hablo como si lo hiciera por primera vez, como si hubiese olvidado como hacerlo y esa fuera mi primera palabra.
-Sí, Robin –la mujer pone una mano en mi mejilla y me la acaricia-. Soy yo.
-¡Mami!
Me lanzo a su cuello, olvidando el cojín al que segundos antes estaba aferrado como si me fuese la vida en ello y dejando que caiga al suelo mientras abrazo muy fuerte a mi Mami.
Ella me devuelve el abrazo y me aprieta fuerte contra su pecho, dejándome llorar sobre una de sus grandes tetas.
Lloro como cuando me hice pipí encima.
Y entonces lo recuerdo.
Yo en el sofá con mis amigos. El pipí saliéndome. Levantándome de un salto. De pie sobre el charco de pis. Tirándome de nuevo al sofá y llorando como un bebé y pataleando compulsivamente. Llorando y llamando a mi Mami. Mis amigos mirándome.
Mis amigos mirándome.
-¡Me he hecho pipí encima! –le digo en medio del llanto con la boca aplastada contra una teta.
-Ya lo sé, Robin…
Mami me aprieta más fuerte contra ella. No le importa que la moje con mi pantalón mojado de pipí.
Nunca le ha importado.
Sigo tiritando de frío. Me rebullo inquieto y Mami me abraza y me sienta en su regazo.
Mi labio inferior tiembla incontroladamente y mi boca se abre una y otra vez.
Mami me ladea sobre su pecho y hace ademán de abrirse su blusa, pero enseguida retira su mano.
-Espera, que tengo tu chupete por aquí.
Mami, con dificultas, pues estoy sentado sobre sus rodillas, se lleva una mano al bolsillo y saca mi chupete.
Morado con el asa amarilla y la tetina de color carne.
Mi chupete.
Al verlo, estiro la cara hacia él, abriendo y cerrando mi boca muy rápido.
Mami me introduce el chupete y yo lo aprieto muy fuerte con los labios, incluso con los dientes y me lo pego mucho a mi boca, succionando de la tetina hacia dentro.
Se me escapa todavía un gemido inquieto.
Mi chupete.
Empiezo a chuparlo muy rápido.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupcupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-Eso es, Robin… Así… -dice Mami delicadamente mientras pega de nuevo mi cabecita a una de sus tetas-. Chupa tu chupetito…
Sin quitarme la palma de su mano de mi mejilla que no reposa sobre su teta, Mami empieza a mecerse conmigo encima.
Me está acunando mientras chista suavemente y susurra Eso es, mi bebé, eso es…
Con el brazo con el que me rodea el cuerpo, Mami me da palmaditas suaves en el culito, ignorando el hecho de que esté mojado de pipí.
No sé cuánto rato estamos así.
Mis chupeteos se vuelven más pausados y relajados.
Chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup.
Cierro los ojos y me concentro en la tetina del chupete dentro de mi boca. La chupo a conciencia, casi como la saboreara.
Me olvido de que estoy en casa de mis amigos y me comporto como el bebé que soy. Me acurruco más sobre el regazo de Mami, porque sigo teniendo frío y chupo mi chupete, disfrutando de la tetina en mi boca y calmándome con su poder tranquilizador.
Mi chupete…
En este momento me da completamente igual que mis amigos puedan entrar y verme en esta situación: encima de Mami y chupando un chupete.
Soy un bebé, y los bebés hacen estas cosas.
Me calmo.
Los chupeteos se vuelen acordes con mi respiración pausada.
Chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup…
-Mejor, ¿no, bebe? –Mami me da un beso en la frente.
Mami ha esperado pacientemente a que su bebé estuviese tranquilo. Pero aun así, el bebé está mojado y tiene frío.
No me siento capaz de hablar, así balbuceo flojito. Pero Mami me entiende.
-Sí, bebé –me dice pasándome una mano por el pelo-. Voy a quitarte esta ropita mojada, secarte lo que pueda y ponerte tu pijamita, ¿vale? –me da otro besito en la frente. Suave y delicado-. Luego en casa, te ducho con agua muy calentita y te pongo otro pijamita –otro besito.
Mami me deja sobre el sofá y se levanta para ir por mi mochila. En los pocos segundos que tarda en regresar yo me rebullo inquieto y muevo el chupete más rápido, pero al verla me calmo de nuevo.
Mami apoya mi mochila en el suelo, al lado de los pedazos de estantería y carátulas de videojuegos y películas Disney viejas amontonadas, y saca mi pijama enterizo verde. Lo deja con cuidado sobre la parte seca del sofá y viene hacia mí para comenzar a desvestirme.
Dócil, dejo que Mami me vaya quitando una a una todas las prendas de ropa, mojadas o no.
Primero me quita la camiseta roja, única prenda no mojada de pis y la deja sobre el pijama. Después me suelta los zapatos y los tira al suelo. A continuación, me desabrocha el pantalón y tira de él hacia abajo junto con los calzoncillos. Los hace una bola y los deja en el suelo, junto con los zapatos. Luego hace lo propio con los dos calcetines.
De modo que me quedo totalmente desnudo sobre el sofá del sótano de Ronald. Chupando mi chupete y mirando a Mami con ojos aprensivos.
Mami coge la camiseta y comienza a secarme con ella la entrepierna y la pierna mojada de pipí. Aunque pone todo su empeño, la camiseta no logra secar como si fuese una toalla, pero sí que me quita parte de los restos de pipí secado y pegajoso y consigue aliviarme aunque sea un poquito.
Pero aún no estoy del todo tranquilo.
-Mami. Pañal –le digo.
-Sí, Robin. En casita te ducho y te pongo tu pañal –me dice con una sonrisa llena de ternura.
-No –respondo. Y señalo a la mochila donde sé que está-. Pañal.
Mami mira hacia la dirección a la que apuntaba mi dedo antes de contestar.
-¿Quieres que te ponga el pañal? –pregunta extrañada-. ¿Aquí?
Asiento varias veces.
-Necesito pañal.
Mami mira a la mochila y luego vuelve a mirarme a mí, con un gesto algo preocupado.
-¿Seguro que quieres que te ponga el pañal? ¿Y tus amigos?
-Pañal –repito-. Necesito pañal.
Mami mira ahora hacia la puerta cerrada del sótano por la que tenemos que salir, y luego me mira a mí; desnudito sobre el sofá, chupando un chupete y agitando mis bracitos mientras pido un pañal.
-Está bien –Mami suspira y sonríe-. Te pondré el pañal.
Le devuelvo la sonrisa desde detrás de mi chupete.
Mami va hasta la mochila y regresa con mi pañal de cochecitos. Lo despliega delnate mía y se prepara para ponérmelo.
-Luego en casa te lavo, ¿vale, Robin? Te he secado ahora un poquito el pipí de las piernas pero en casita te limpiaré muy bien.
Mami me levanta las piernas tirando hacia arriba de mis tobillos y me pasa el pañal por el culito, acomodándomelo debajo; luego me baja las piernas y lo pasa por mi entrepierna, ajustándomelo bien al cuerpecito, presionándome los genitales. A continuación, despliega de uno de los lados de la parte de atrás del pañal una cinta adhesiva y la pega sobre la franja de delante de cochecitos, camiones y semáforos de delante, tapando uno de los cochecitos y parte de un camión. Mami presiona con una mano la parte delantera del pañal a la vez que con la otra despliega la cinta del otro lado y la pega encima de un semáforo de la franja delantera, muy fuerte, dejándome el pañal bien abrochado a mi cintura.
Protegido, de nuevo.
Me llevo las manos a la parte delantera del pañal y al sentir bajo mis dedos el tacto del plástico y el acolchado sobre mis genitales, me siento muy seguro. Y yo siento que así es como tienen que ser las cosas.
Yo llevando pañales.
Como si todas las partes encajaran.
Cuando esta tarde Mami me puso los calzoncillos, había algo que me daba mala espina, y era esto. Era no llevar un pañal.
Siento el pañal abrochado a mi cintura, acolchándome el culito y sujetándome mis genitales y siento que es lo único que me sienta bien ahí.
Un pañal.
El pañal es grande y mi cuerpo es pequeñito y delgado. Se atisba un esbozo de sonrisa detrás de mi chupete que habría pasado desapercibido para cualquiera menos para mi Mami, que se fija en él y se inclina para darme un besito en la mejilla.
-Mi bebé –dice.
El pañal que me iba a poner en secreto arriba, mientras mis amigos dormían en el sótano. Y se supone que nadie iba a enterarse de que llevaba pañales.
Pero ahora da igual.
Todo da igual.
Mis dos mundos han colisionado violentamente el uno contra el otro, y el resultado he sido yo haciéndome pipí delante de mis amigos.
Mi vida de bebé ha quedado al descubierto, expuesta y revelada.
Y lo más extraño es que ahora no me siento todo lo mal que cabría esperar.
Estoy hasta tranquilo.
Como si así tuvieran que ser las cosas.
Quizás he tardado demasiado tiempo en darme cuenta.
Mami comienza ahora a ponerme el pijama enterizo, que es la única prenda que había echado en mi mochila. Yo me comporto dócilmente mientras ella introduce una de mi piernecitas por una pata, luego por la otra, después un brazo por una de las mangas y después el otro por la siguiente. Yo me limito a mover mi chupete mientras ella me abrocha todos los botoncitos de delante y luego los de la solapa de atrás.
Estoy en casa de mi amigo con un pijama de bebé, chupando un chupete y llevando un pañal.
Esta mañana me habría muerto de la vergüenza pero ahora me siento cómodo.
El pijama es muy suave, el pañal hace que me sienta seguro y el chupete en la boca que estás más tranquilo.
Como un bebé.
Es lo que soy.
Un bebé pequeñito que usa chupete y lleva pañales.
Mami mete en la mochila toda mi ropa mojada además de las fundas de los cojines que he mojado de pipí y el que he estado chupando.
Yo me limito a permanecer en el sofá chupando mi chupete en la misma posición en la que Mami me dejó tras ponerme el pijama. Mientras introducía las prendas mojadas en mi mochila, me dirigía miradas de preocupación y aprehensión.
Tras meter también en la mochila mis zapatos mojados, Mami se cuelga del hombro el saco de dormir, que ni ha salido de su funda y echa una última mirada al charquito de pis del suelo.
-Le pediré a Joseline una fregona para limpiarlo –dice para sí misma. Mira alrededor para asegurarse que no se ha dejado nada por quitar y me mira-. ¿Vamos, Robin? –estiro mis brazos hacia ella-. No, Robin. No te puedo llevar en brazos –viene hacia mí-. Venga, vamos, bebé.
Me siento sobre el sofá, sin dejar de mover el chupete y sin separar las palmas de las manos del pijama, para no dejar de sentir debajo mi abultado pañal.
-¿Estás listo para subir? –pregunta acariciándome una mejilla.
Asiento y me pongo de pie. Notando el pañal con el movimiento.
-Ese es mi bebé –dice Mami-. Subiremos deprisa e intentaremos que te vean lo menos posible. Con un poco de suerte ni siquiera se darán cuenta de que llevas un pañal –añade Mami mirándome la cintura, aunque no muy convencida. Ahora tira del asa de mi chupete con delicadeza, pero yo no lo suelto-. Robin, el chupete…
Niego con la cabeza aferrando el chupete con más fuerza entre mis labios.
-Quiero chupete, Mami –digo-. Necesito chupete –especifico.
-Pero Robin… -Mami me mira con cara de preocupación-. Te lo vuelvo a dar cuando estemos en el coche –me dice comprensiva-. Arriba están tus amigos y…
-Me da igual –la interrumpo.
-Robin…
-No, Mami. Soy un bebé y necesito chupete. Igual que llevar pañal –miro a Mami a los ojos e intento sonar firme, a pesar de que me sale vocecita de bebé.
Así es como soy. He tardado mucho en darme cuenta, cabalgando entre dos mundos sin pertenecer enteramente a ninguno. Pero por fin sé lo que soy.
Soy un bebé.
Cuando soy un bebé, todo está bien.
Cuando soy un bebé, no hay humillaciones porque soy un bebé.
Y los bebés llevan pañales, usan chupete y toman biberón.
Y no hay nada de malo en eso porque es normal que los bebés los usen.
-Está bien, Robin –Mami me da un beso muy fuerte en la frente-. ¿Listo? –asiento-. Pues vamos para arriba.


*****


Subo las escaleras detrás de Mami, pomposamente y con cierta dificultad, pues el pañal limita mis movimientos y hace ruido cada vez que doy un paso o subo un escalón.
Plástico entre mis piernas y rozando contra la tela del pijama.
Ruido de pañal.
Cuando llegamos arriba y Mami abre la puerta de las escaleras que conducen al sótano, me empiezo a sentir más inquieto. Mis amigos van a verme con pañal y chupete. Empiezo a moverlo más rápido.
Chupchupchupchupchupchupchup.
Entramos en la cocina pero no hay nadie. Mis amigos no están allí. Se oyen voces provenientes del salón. Son las suyas, pero también las de Joseline y su marido, el padre de Ronald.
Debido a todo lo que pasó con mi padre, me siento muy inquieto cuando hay un hombre en la casa, y más si es un hombre corpulento como el padre de mi amigo, cuya atronadora voz se oye desde la cocina.
-¿Y dices que se meó así sin más? –pregunta.
-Sí, fue de pronto –contesta su hijo-. Yo estaba preparando la videoconsola y de pronto se puso de pie y vimos cómo se le salía el meado.
-Ya ves –corrobora Joseph.
Mis amigos.
-Joder –bufa el padre de Ronald-. ¿Pero tiene algún problema o algo?
-Su madre me dijo que llevaba pañales para dormir pero no pensé que llegaría a esto –dice la madre de Ronald.
-Bueno, ¿y qué narices hacen allí abajo? ¿Cuánto tiempo llevan ya?
-El niño se ha hecho pipí –le dice su mujer-. Es normal que esté inquieto. Ya los visteis vosotros cuando bajamos y…
-Ya estamos –dice Mami desde el umbral de la puerta del salón.
Todos se sonrojan y se giran rápidamente, sorprendidos de encontrarnos allí.
Yo estoy detrás de Mami, embutido en mi pijama enterizo de color verde clarito y chupando mi chupete. El pañal se nota bastante.
Miro hacia delante con timidez, sin fijar la vista en nadie.
Al verme con chupete, todos apartan la mirada rápidamente y la dirigen hacia puntos de lo más dispares: una esquina de la alfombra, un jarrón o un enchufe.
-¿To-todo bien? –logra decir Joseline evitando mirarme directamente pero apenas lográndolo.
-Sí… Sí… -Mami está también algo ruborizada, y no mira a Joseline a la cara-. Falta secar el pipí del suelo, por eso iba a pedirte...
-¡Ya lo hago yo, mujer! –la madre de Ronald hace un aspaviento con la mano-. Vete, anda –dice forzosamente-. No pasa nada, ¡vete!
-No, no –Mami insiste-. Ha sido mi hijo quien… -se interrumpe. No quiere terminar esa frase-. Bueno… que… Ya lo limpio yo.
Todo el mundo en la habitación está incómodo.
El ambiente se podría cortar con una hoja de papel de lo tenso que está.
Por mi culpa.
Porque ven a un niño de 12 años con un chupete en la boca y con un pañal.
-Va-vale –dice la madre de Ronald. Sigue evitando mirarnos a Mami o a mí-. Pues… Pues te digo dónde está la legía y… -se levanta del sillón.
-Os acompaño –dice inmediatamente el padre de Ronald.
-¡Nosotros también! –Ronald se pone de pie y Joseph y Eddy lo imitan.
No quieren quedarse conmigo en la misma habitación.
Agacho la cabeza y sorbo un poco los mocos.
Me equivocaba. Aunque eres un bebé pueden humillarte igualmente.
Empiezo a mover mi chupete, haciendo ruido.
Chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup.
Es lo único que se oye en este momento en el salón.
-Vosotros os quedáis aquí –dice firmemente la madre de Ronald.
-Pero… -Ronald me mira y nuestros ojos se encuentran solo un segundo.
Los suyos, sobre un gesto torcido, muestran vergüenza y repulsión; y los míos tristeza y aflicción sobre un chupete morado.
-No hay nada más que hablar –su madre adopta un tono que no admite discusión.
La estancia se vuelve a quedar en silencio a excepción de mis continuos chupeteos que no puedo controlar.
-De acuerdo... –Mami rompe el hielo. Se le ve un poco abochornada, y es evidente que quiere irse de allí lo antes posible. Se inclina hacia mí, evitando también las caras de mis amigos-. Robin, voy a limpiar eso y… Bueno… Que no tardo nada –y hace un gesto muy raro, como si fuera a darme un beso en la frente pero en el último instante se lo hubiese pensado mejor-. No tardo nada –repite, y sale rápidamente de la habitación seguida de los padres de Ronald.
Yo me quedo allí plantado en medio de la estancia como un imbécil. Mis amigos siguen evitando mirarme, y yo chupo mi chupete sin poder evitarlo, cada vez más rápido.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
Entre ellos se lanzan miraditas de asombro y veo que incluso alguno se empieza a poner rojo. Para evitar seguir allí plantado, donde tienen una visión completa de mi situación; con pijama, pañal y chupete, voy a sentarme en el sofá, en la parte más alejada que puedo de Joseph, casi en el borde, con medio pañal fuera. Aun así, parece que no es sufriente y mi amigo se aleja más de mí, pegándose hacia el lado de Ronald, como si temiese que yo le pudiese pegar una terrible enfermedad.
Bebitis aguda.
Y entonces caigo en que estoy delante de mis amigos llevando un pañal y un chupete. Este es el momento que más he temido durante toda mi vida. Que descubrieran esta parte de mí.
Que descubrieran que su amigo Robin Starkley todavía llevase pañales y usase chupete.
Que descubriesen que su amigo de 12 años en realidad es un bebé.
Los veo ahí, vestidos con ropa de niño mayor, acorde a su edad, con sus deportivas y sus vaqueros. Y yo llevo un pijama mono que me cubre desde las puntas de los dedos del pie hasta el cuello.
Un pijama de bebé.
Ellos llevan sus camisetas a la moda, de pre-adolescentes. Llevan sus calzoncillos debajo de los pantalones porque controlan sus esfínteres perfectamente.
Y yo llevo un pañal porque me hago pipí encima.
Y chupo un chupete.
Tengo la misma edad que ellos (soy incluso unos meses mayor que Joseph) y estoy en la misma habitación llevando un pañal y un chupete. Llevando un pañal porque me hago pipí encima.
Giro la cabeza tímidamente hacia mis amigos y veo que ellos me miran disimuladamente, incapaces de creer que su amigo Robin fuese en realidad un bebé.
Joseph mira el bulto que provoca mi pañal y Ronald el chupete. Eddy, por su parte, sigue mirando al suelo con expresión de circunstancias.
Duran poco mirándome, pues en cuanto giro la cabeza, ellos apartan la vista, y yo también.
Ellos, vestidos con ropa de su edad.
Y yo, vestido como un bebé.
Mis amigos tienen la misma edad que yo, y sin embargo, yo soy un bebé.
Ellos, debajo de sus vaqueros, llevan calzoncillos, pero yo llevo un pañal blanco con una franja decorada con dibujos infantiles de vehículos. Llevo un pañal enorme porque me hago pipí encima.
Porque no soy como ellos.
Soy un bebé.
Un bebé que se hace pipí y caca encima.
Vuelvo a mirarles lentamente. Joseph mira mi entrepierna, donde al estar entado, el pañal se marca bastante y le pillo dándole un codazo a Ronald y señalando al lugar.
Si antes quedaba alguna duda, ahora se ha disipado.
Mis amigos saben que llevo puesto un pañal.
Es más de lo que puedo soportar.
La confirmación de algo que era evidente.
Mis amigos ya saben que llevo pañales, y no solo para dormir.
Saben que en ese momento, mientras ellos están ahí con sus calzoncillos, yo llevo un pañal.
Robin Starkley, 12 años, lleva puesto un pañal delante de sus amigos.
No puedo evitarlo y empiezo a llorar de nuevo. Como un bebé.
Berreo con mi chupete en la boca y agito mis puñitos.
Esto es demasiado. Más de lo que puedo soportar.
Más de lo que nadie debería soportar.
Y menos un niño.
Y menos un bebé.
Quiero irme de aquí.
No quiero estás más aquí.
Siento también mi pierna pegajosa de pipí y eso hace que me sienta aún peor.
Cierro mis puñitos y los agito en el aire.
Quiero irme ya.
Quiero que Mami me lave, me ponga otro pañal y me acueste.
Quiero mi biberón.
Quiero a Wile.
Al pensar en mi peluche me pongo peor aún.
Wile está solito…
Siento el pipí salirse de nuevo, incapaz de controlarlo. Me pongo más inquieto aún, pero no pasa nada. Llevo un pañal.
Al verme cómo me agitaba de nuevo como un bebé, mis amigos se han sobresaltado y puesto en pie, incapaces otra vez de saber qué hacer.
Tienen 12 años. No saben ocuparse de un bebé.
Yo sigo llorando y haciéndome pipí encima, solo que esta vez  llevo puesto un pañal.
Cuando llevo un pañal, no pasa nada si me hago pipí encima.
Mami entra corriendo en el salón, atraída seguro por mi llanto. La siguen los padres de Ronald.
Al verla allí me llevo las manos al pañal y le digo en medio del llanto:
-¡Mami, me he hecho pipí en el pañal!
Me da igual que están mis amigos. Me da igual que están los padres de Ronald.
Me da igual todo.
Mami cruza el salón rápidamente hacia mí y acerca mi cabecita hasta su barriga, dejándome que llore sobre ella.
-Ya está, Robin. Ya nos vamos, mi amor… -me dice flojito.
Se empieza a oír ahora un llanto proveniente del piso de arriba.
-Lo que faltaba –exclama molesta la madre de Ronald-. Ahora el otro bebé se ha despertado.
El otro bebé, ha dicho.
Lloro con más fuerza contra la barriga de Mami, aún sentado en el sofá.
Oigo a la madre de Ronald salir del salón y subir escaleras arriba.
Con el llanto se me ha caído el chupete de la boca, pero ninguno de los hombres de allí tienen intención de cogerlo. Mami me separa lentamente de ella, con lo que al dejar de sentir su tacto lloro más fuerte, y fulmina con la mirada al padre de Ronald y a mis amigos.
Del piso de arriba se siguen oyendo los llantos del bebé, muy parecidos a los míos.
Mami coge mi chupete del suelo, le sopla un poco y lo limpia en su blusa, y me lo vuelve a poner en la boca.
Lo chupo muy rápido y empiezo a calmarme.
Mami tira de mis axilas hacia arriba y me carga en peso, sujetándome el culete con el pañal con un antebrazo y pasándome el otro por la espalda. Pegado a ella, dejo de llorar, y ahora solo se oye en la estancia mi chupete.
Chup, chup, chup, chup, chup, chup.
-Bueno, nos vamos ya –le dice Mami a nadie en particular.
Cuando se gira para salir del salón se tropieza con Joseline que viene de arriba con su bebé en brazos, que ya está calmado. Stuart chupa también un chupete y ambos formamos una especie de concierto en el salón.
Como si fuera la sístole y diástole de un corazón.
-Me voy ya, Joseline –le dice Mami ignorando a los demás, con los ojos empañados en lágrimas.
-Siento… -Joseline parece también a punto de llorar-. Bueno, lo siento todo.
-No… No es culpa tuya… -le dice Mami recolocándome mejor en sus brazos.
Miro a Stuart, que lleva puesto un pijama enterizo del mismo color que el mío.
Dos bebés en brazos chupando un chupete.
-Ya, pero me sabe tan mal… -dice la madre de mi amigo.
-Cosas que pasan –contesta Mami tras un hipido.
<<-Vámonos ya, por favor –pienso>>.
-Mami, cámbiame el pañal –le digo delante de todos, por si se le hubiera olvidado que tengo pipí.
Mis amigos ahora no me apartan los ojos encima. Me están viendo en brazos de mi Mami, chupando un chupete y sabiendo que tengo un pañal mojado.
-Nos vamos ya –dice tajantemente Mami tras oír mi frase.
Llegué a casa de Ronald andando por mí mismo, vestido con calzoncillos, pantalones vaqueros y una camiseta; y cargando una mochila y un saco de dormir. Y me voy en brazos de Mami, vestido con un pijama enterizo, llevando un pañal, y chupando un chupete.
Llegué como un niño y me marcho como un bebé.
Parece que esta vez, al final del cuento, la oruguita no ha acabado feliz.