31 de octubre de 2020

Sobre gratitud y felicidad

 Hola a todos, hola a todas!

Quería escribiros esta entrada para dirigirme a vosotros con todo mi corazón, con toda gratitud. Espero que hayáis disfrutado del último capítulo de Los 2 Mundos de Robin Starkley, pero no es de eso de lo que quiero hablaros.

Desde que empecé está aventura hace ya 6 años, me habéis hecho el mejor de los regalos que puede recibir un escritor: ver a gente que disfruta con sus historias. Me habéis hecho muy, muy feliz. He conocido a gente maravillosa que me ha brindado su apoyo y gratitud desde todos los sitios de España, mi querida América Latina y de muchos otros sitios del mundo. Nunca tendré palabras suficientes para expresaros lo feliz que me habeís hecho, pues escribir es lo que más me gusta del mundo. Sí, más que llevar pañal.

Pero también me he topado con personas sin escrúpulos que plagian mis historias y las publican sin consentimiento como si fueran suyas. Por suerte, han sido pocas, pero me han dado disgustos bastante grandes. Os ofrezco unas historias que llevan un currazo de tiempo. No solo escribir, sino también planificar, releer, corregir, etc. Y gratis, porque me encanta escribir, ya os lo he dicho.

Hace unos meses me plagiaron la historia de mi corazón, a la que más cariño le tengo. Mi primera historia y que inició este blog: Vida de Chris. La historia estuvo en Wattpad (esa red social que odio con todo mi ser) varios meses. Denuncié, la historia y a la persona que la había plagiado. Pero no parecía haber resultado.

Y hoy puedo decir, por fin, que mi historia ha desaparecido de esa plataforma. Quiero agradecer desde aquí a alexabdl59 su apoyo y su movimiento en redes sociales para que esta historia desapareciese de Wattpad. Como también quiero agradeceros a todos y a todas que habéis denunciado la publicación, que me consta que habéis sido varios.

Cosas así hacen que tenga cada vez más fuerzas para seguir con este blog, con las historias, con el podcast... Sois los mejores lectores que un escritor AB/DL pueda tener y de verdad que os quiero mucho.

Gracias infinitas por existir y hacerme tan feliz.

Con una radiante sonrisa de satisfacción detrás de mi chupete,
Tony P.

26 de octubre de 2020

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 24: La soledad

 Muchísimas gracias a todxs por vuestra paciencia, por haber estado ahí siempre. Este capítulo y los que le siguen hasta el final de la historia están dedicados a vosotrxs.

Gracias por vuestra paciencia y comprensión, para vosotros:


Los 2 Mundos de Robin Starkley
Capítulo 24 - La soledad


Estaba solo en el recreo, como era costumbre desde hacía unas semanas. Hoy había sido con diferencia el peor día de cole de mi vida. Para empezar, llegué tarde porque a Mami le había costado más que de costumbre quitarme el pañal, ya que yo me sentía muy inseguro sin él y no quería ponerme calzoncillos, pero Mami no estaba dispuesta a mandarme al colegio con un pañal, y luego en el coche, pensándolo fríamente, yo también estuve de acuerdo. Pero me seguía sintiendo muy raro sin un pañal abrochado y abultándome entre las piernas.
El caso es que cuando entré a clase, ya encontré a casi todos mis compañeros dentro, y al verme atravesar el umbral de la puerta, todas las conversaciones cesaron al instante, entre chisteos y codazos al de al lado.
¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que pillabais a alguien hablando de vosotros? ¿Y alguna vez habéis tenido esa sensación con todo el mundo al entrar a un sitio? Un murmullo que desaparece de repente para dejar paso al silencio.
Atravesé el pasillo entre las filas de pupitres para llegar al mío, rojo de la vergüenza, agachando la cabeza pero decidido a no llorar. No iba a darles esa satisfacción.
Mis amigos sabían que llevaba pañales. Ahora ya todos en mi clase lo sabían. Y solo era primera hora. Antes de que acabase el día lo sabría todo el colegio; el niño de último curso que aún lleva pañales, usa chupete y su madre lo cambia en los aseos del McDonald’s. Sentía los ojos de todo el mundo fijos en mí. Y seguro que muchos apuntaban a mi culo, buscando el bulto que forma el pañal, pero se iban a dar con un canto en los dientes, porque ni había bulto ni había pañal. Pero aun así, el silencio ensordecedor que se había creado a mi llegaba solo me confirmaba una cosa: que Samantha, Selena y Sonia habían contado lo del cine, corroborando la historia que Ronald, Joseph y Eddy habían contado semanas atrás. Así que en ese momento no había ni un solo niño o niña en mi clase que no supiera que yo era un bebé.
Ahora estoy en el patio, en una esquina limítrofe de la pequeña valla que separa nuestra zona de la de los niños más pequeños. Aquí no suele venir mucha gente porque es solo eso: un rincón sin nada más. Ni banco, ni papelera, ni rayuela. Nada. Ni siquiera van los profesores a hacer la ronda. Lo malo es que no es un rincón aislado, sino que es perfectamente visible desde casi cualquier sitio, por lo que ahora todo el mundo puede ver al niño marginado sin amigos que pasa los recreos sin más compañía que su soledad mientras se come a trocitos muy pequeños el sándwich de pollo que le ha hecho su madre.
Su madre que también le pone pañales.
Siempre había pensado que la soledad podía ser buena compañía. A veces, cuando Mami me ha cambiado el pañal en casa de mis tíos y he tenido que soportar sus mofas y burlas, nada más volver a casa me reguarnecía en la cama cubriéndome completamente con las sábanas, me abrazaba a Wile e imaginaba que estaba en realidad en una cuna, en calma y total silencio. Llevaba un pañal para hacerme pipí, tenía el chupete para calmarme y a Wile para jugar y hacerme compañía, pero a nadie más. Solo. Ni siquiera a Mami o Elia. Ese pequeño fuerte debajo de la sabanas era mi propia Fortaleza de la Soledad, como Superman, solo que yo no llevaba la ropa interior por fuera. Ni quiera por dentro. Llevaba un pañal.
Y lo más curioso es que era feliz. Podría pasar ahí toda mi vida; con mi compañero de pañales viviendo debajo de una manta. Separado del mundo real. De todo y de todos. Y con una Nintendo DS con varios juegos, pero ya está. Sin compañía humana. Y a oscuras, eso era importante. Pero siempre me quedaba durmiendo y Mami me encontraba hecho un ovillo debajo de las sábanas, con el pañal mojado y muestras de haber llorado. Entonces Mami me cambiaba, me daba la cena, que podía consistir en únicamente un biberón, y luego me acostaba. Y yo disfrutaba de su compañía y sus mimos, pero siempre echaba algo de menos mis momentos de soledad  debajo de las sábanas.
Hacerte amigo de la soledad puede resultar algunas veces lo más inteligente del mundo, como me dijo Elia una vez.
Sin embargo, ahora no era una de esas veces.
Sentado en mi rincón, abrazándome las rodillas, veía a los demás niños. Joseph, Ronald, Miles, Eddy y los demás jugaban al futbol en una de las pistas deportivas; los que eran incluso más frikis que yo se concentraban debajo de un árbol a jugar a las cartas de Yu-Gi-Oh!; y las chicas se reunían en su banco habitual y hablan de sus cosas habituales. O no. Quizá hablaban de mí y de que aún llevase pañales. De hecho había algo raro en el patio. Un ambiente extraño que no se respiraba otras veces. Pequeños corros de personas se formaban esporádicamente en un sitio y al poco se disolvían. El equipo de fútbol que esperaba su turno para jugar no miraba el partido gritando insultos o ánimos a los demás jugadores, sino que cuchicheaban en voz baja. En todas partes veía a gente hablar flojito, como si tramasen algún plan oculto, del que yo no formaba parte, por supuesto.
Y entonces deduje lo que pasaba, como si los mecanismos de mi cerebro se hubiesen puesto a funcionar de repente. Y todas las piezas encajaron con asombrosa precisión.
Yo no formaba parte de ese plan, pero era sin duda el protagonista. La atracción principal de una feria de chismorreos y burlas mal disimuladas. Ya ni se molestaban en esconderse. ¿Para qué? ¿Qué haces cuándo eres el payaso del día y todos los chistes son a tu costa?
Ver a un patio entero contarse entre muecas de asco y burla que todavía te ponen pañales y que usas chupete... la repulsión y el asco de sus rostros… Cómo si no fueras más que un gusano, cómo si hubieras descendido hasta la última escala social de repente…
Hasta algunos niños hablaban con los del otro patio, que más pequeños que yo… Y ellos también se reían y corrían a contárselo a sus compañeros.
Entonces agudicé el odio y empecé a captar algunas frases y palabras sueltas. Las que más se repetían eran Chupete, Madre y Pañal. Sobre todo esta última, que también la leía en numerosos labios. Las frases sueltas que alcancé a oír eran en su mayoría del estilo Su madre le estaba cambiando el pañal, Llorar como un bebé o Ya lo dijo Joseph.
Ni siquiera me miraban, era como si yo no estuviese allí. Como si fuese un bebé incapaz de tomar ninguna represalia contra ellos.
¿Qué hacía allí? ¿De verdad yo tenía algo que ver con esa gente? No eran como yo. Nunca lo habían sido. Ni yo era como ellos. Solo fingía serlo. Me ocultaba tras una máscara que disimulaba que en realidad era un bebé.
Pero esa máscara se había caído. No, caído no. Me la habían arrancado. Quizá yo debí de sujetarla mejor pero el caso es que ya no había máscara alguna. Solo había un niño solitario totalmente desnudo y llevando un pañal. Y lo peor, porque sí, puede haber algo peor, es no ver ni una sola muestra de afecto o de compasión entre todos los niños. Porque podían haberse enterado de que llevaba pañales y decir Pobre o Qué mal lo debe de pasar. Incluso alguien podía haber dicho Pues a mí me parece mono. A lo mejor a alguna niña podía parecerle mono con un pañal y chupete, ¿no? A algunas niñas les parecen monos los bebés, ¿verdad?
Pero aquí no había nada de eso. Solo miradas de asco y vergüenza, y el gesto que se te quedaría si te hubiesen contado el mejor chiste de tu vida.
Mi mundo exterior se desmoronaba. Lo del sótano de Ronald solo había sido un pequeño seísmo. El terremoto de verdad estaba teniendo lugar allí, delante de mis narices. Silencioso pero implacable. El mundo exterior de Robin Starkley había llegado a su fin. Hora de defunción: 10:15 de la mañana, del día que fuera del mes de noviembre de 2018.
El problema era que yo seguía viviendo en ese mundo. Un mundo de ruinas, esqueletos de hormigón de antiguos edificios ahora derrumbados. El edifico de la amistad, el primero en caer. El de la confianza, el del respeto… todos. Derribados y destruidos. Y en medio de todos esos escombros: yo. Con un pañal, chupando el chupete y aferrándome a Wile. Casi podía visualizarme. Todo rodeado de humo y hollín. El único superviviente de un mundo que se ha venido abajo.
Y entonces noté un líquido caliente mojándome la entrepierna.
No.
Aquí no.
Pero como mis plegarias no sirven de nada, el pipí siguió su curso, mojándome todo el pantalón y formando un charquito debajo de mi culo. Afortunadamente las piernas no se me mojaron porque las tenía flexionadas hacia arriba.
¿Afortunadamente?
¿Dónde ves aquí la fortuna, Starkley?
Me llevo una mano a la entrepierna aunque ya sé lo que voy a notar.
Pipí.
Estoy mojado.
Miro alrededor. Las conversaciones y cuchicheos no cesan pero ya no les presto atención.
No puede ser.
Nononono.
Me llevo la mano al culete para comprobar la gravedad de la situación. El pantalón está empapado de pipí.
Estoy mojado en el colegio.
Me he hecho pipí encima. En el colegio.
Me empiezo a agitar.
Me tiembla el labio.
Necesito el chupete, un pañal y a Mami.
Y nada de eso lo tengo aquí.
Mojado.
Pañal.
Mami.
Cambio.
Solo.
¿Qué hago?
De momento me chupo el cuello de la camiseta para intentar calmarme, pero no sirve de nada así que dejo de hacerlo.
Sigo muevo inquieto sobre el charquito de pis, sin levantarme aún. Mi pantalón y mis calzoncillos empiezan a desprender olor a pipí pero estamos al aire libre y el tufo no le llega a nadie más que a mí.
Estoy mojado en el colegio. En medio del patio. Sin ningún sitio al que huir. Hago un esfuerzo monumental para controlar mi llanto, agotando los últimos estragos del Robin de 12 años. me meto el dedo índice en la boca y lo muerdo con fuerza para sofocar el llanto. Lo muerdo tan fuerte que me dejo los dientes marcados, pero logro evitar un berrido que de otra forma, habría atraído la atención de todo el mundo, y eso es lo que menos me conviene.
No es el momento de ser un bebé, Robin –me digo-. Es el momento de salir de aquí.
<<¿Para ir adónde?>>
-A los lavabos del tercer piso.
<<¿Pero cómo vas a llegar hasta ahí sin que te vean?>>
-No lo sé.
<<Podrías quitarte la sudadera y atártela a la cintura, así no verían todo el culo mojado. Con la parte de delante ya tendrías que rezar>>.
-Pero cuando me levante verán el charquito de pis
<<Podrías limpiarlo con la camiseta o la sudadera>>.
-Pero entonces se quedaría alguna manchada de pipí y no podría ponérmela otra vez…
Suena el timbre que marca el fin del recreo. La gente interrumpe sus conversaciones humillantes, juegos de cartas y partidos de futbol y se encaminan hacia las clases aulas, pero con parsimonia y sin dejar de hablar.
Sin dejar de hablar de mí, pero poco importa ya eso.
Las lágrimas empiezan a escapárseme.
Tengo un pantalón mojado de pipí en el cole. Con 12 años.
Me he hecho pipí en el colegio.
Nononono.
¿Por qué tiene que pasarme esto a mí? ¿Por qué no puedo ser normal?
Quiero ser normal.
<<No, quieres ser un bebé>>.
-¡¡CÁLLATE!!
El grito resuena entre los muros del patio, rompiendo todos los murmullos. Y entonces la gente se fija en mí. Estoy sentado en un rincón, con lágrimas que caen como cascadas de mis ojos y mojado de pipí, aunque eso ellos no lo saben.
De momento.
-Starkley, ¿qué hace aún ahí? –me grita el profesor de Matemáticas, que es uno de los que hacían la ronda-. ¿Es que no ha odio el timbre? ¡Vaya a clase!
No me muevo. Le sostengo mínimamente la mirada, y entierro la cabeza entre las piernas. La boca me sabe a lágrimas y mocos.
-Vete, por favor, vete –ruego para mí mismo-. Que se vaya, que me deje en paz. Que se vayan todos y podré ir al lavabo a secarme.
-¡¡¿¿No me ha oído, Starkley??!! –su voz suena más cerca.
Levanto la cabeza y lo veo viniendo hacia mí.
-¡A clase! ¡No volveré a repetírselo! –se acerca hacia mí a grandes zancadas.
Algunos alumnos que se dirigían a clase se han detenido y han girado sus cabezas para contemplar la escena.
-¡Como no se levante inmediatamente se ganará una semana de castigos.
Ni siquiera le importa por qué un alumno está llorando de esa manera. Solo le interesan las estúpidas clases.
Levanto la cabeza y lo veo inclinado hacia mía, con su cara casi más roja que la mía y la vena de la sien palpitándole en la frente.
-¡¡Le he dicho que se levante y vaya a clase, Starkley!! Y… -hace una pausa y olfatea el aire-. ¿A qué coño huele aquí?
No puedo más.
-¡¡DÉJAME EN PAZ!!!!
Todas las caras mirándome, ese tío gritándome como un poseso. Que se vayan todos.
Me levanto de un salto, me tapo cubro el culo con las manos y echo a correr todo lo rápido que puedo con los ojos nublados por las lágrimas, dejando atrás un charquito de pis y a un profesor gritando como un energúmeno.
Oigo que me grita para que regrese. Algunos profesores también me llaman. Hasta algún alumno.
Pero me da igual.
Corro sin saber adónde.
Solo quiero correr.
Huir de un mundo que no es el mío. Escapar de insultos y burlas.
Subo corriendo las escaleras en la que no hace tanto tiempo creía tener amigos y entro en el edifico principal. Algunos profesores y alumnos se giran al verme.
Asar corriendo por su lado. Algunos tratan de detenerme, pero no lo consiguen. Corro, doblo un pasillo y sigo corriendo. Veo una puerta abierta. No sé ni de qué es, pero entro corriendo y casi me doy de lleno con un montón de escobas y fregonas. Es el armario del bedel. Huele a humedad y productos de limpieza, pero la puerta tiene un pestillo por dentro. Cierro de un portazo y lo corro.
El interior es frío y oscuro. Pero seguro.
La soledad.
 
 
*****
 
 
Llevan un buen rato aporreándome la puerta, instándome a que salga. Fuera se ha formado un corrillo de alumnos y profesores. Los primeros no paran de reírse y de terminar de contarse cómo aún llevo pañales y que seguro que me he meado encima, que hay un charco justo en el sitio en el que estaba en el recreo. Los segundos intentan mantener el orden, mandando a los alumnos a sus clases y gritándome para que abra la puerta.
Yo los ignoro todo lo que puedo tapándome los oídos para no escucharles.
-Irse, por favor. Dejadme en paz. Dejadme en paz –digo para mí mismo.
Tengo frío, estoy mojado y no paro de llorar.
Los golpes en la puerta no cesan. El que más fuerte pega es el profesor de Matemáticas.
-¡¡Starkley!! –golpegolpegolpe-. ¡¡Será mejor que salga ahora mismo si no quiere que la situación vaya a peor!!
Golpegolpegolpe.
Yo sigo en el suelo con la cabeza entre los brazos, rogando porque se vayan y me dejen en paz.
Solo quiero eso, que me dejen en paz.
-¡¡¡Los demás a clase!!! –grita el profesor de Matemáticas.
-Venga, chicos, chicas. Dispersaos, vamos –parece ser que acaba de llegar el profesor de Arte, que tiene un carácter muy distinto al del profesor de Matemáticas.
-¿Qué es lo que pasa? A clase, chicos. ¡YA! –es la directora.
El murmullo se va alejando poco a poco
-Pues Starkley se ha encerrado en el armario –le explica el profesor de Matemáticas. Golpegolpgolpe-. ¡¡Abra!!
-Para de una vez, Barrabás –le dice molesto el profesor de Arte.
-Sí, ¿no ves que así no consigues nada? –puntualiza la directora, y el profesor de Matemáticas cesa inmediatamente de golpear la puerta-. Robin no es mal chico. ¿Qué ha pasado?
-Pues no estoy muy seguro, pero creo que se ha meado encima.
-¡Barrabás!
-¿Qué?
-Eso no puedes decirlo así –le dice el profesor de Arte.
-¿Por qué no?
-Bastante lo ha tenido que pasar el chico para que encima vengas tú aquí sin tener un mínimo de consideración –le espeta la directora-. ¿Estás seguro de eso?
-Se ha formado de un charco de meado donde estaba sentado así que yo diría que sí.
-Pobre… -dice el profesor de Arte con voz suave.
-Este chico no necesita que le griten y le obliguen a salir, Barrabás. Vete a clase. Ya hablaremos.
-Pero...
-Ya.
Los pasos del profesor de Matemáticas se oyen alejarse golpeando fuertemente el suelo.
Me dan mucha pena los alumnos a los que vaya a darle clase ahora, pero tengo mis propios problemas.
-Robin, ¿estás bien? –unos nudillos golpean dos veces la puerta y la voz calmada del profe de Arte me llega desde el otro lado-. ¿Quieres que hablemos?
-Sal, hombre –dice también la directora-. Que no te va pasar nada. Nadie te va a castigar ni nada parecido.
Sigo sin decir nada.
Ahora que los alumnos y el profesor de Matemáticas se han ido me siento un poco más tranquilo, pero sigo viéndome incapaz de salir.
-Un accidente lo puede tener cualquiera –sigue la directora-. Pero no puedes encerrarte en el armario del bedel toda la vida.
-Claro –corrobora el profe de Arte-. Yo en tu lugar habría hecho lo mismo, de verdad. Pero también es normal que en algún momento salgas de ahí.
Dejo de llorar un poquito, ahora solo hipo suavemente. Miro hacia la puerta, pero solo veo oscuridad y un pequeño filtro de luz exterior que se desliza por debajo de la puerta.
-Ma… ¡Hip!... Mami –digo-. Llamad… ¡Hip!... A mi Mami.
 
 
*****
 
 
Oigo unos pasos familiares a la media hora.
Durante este tiempo no he hecho otra cosa que abrazarme las rodillas y suplicar por un chupete y un pañal.
-¿Dónde está? ¿Es ahí? –la voz de Mami suena muy preocupada.
-Sí –le responde el profesor de Arte-. No quiere salir, pero está bien.
-¿Podéis dejarnos solos? –pregunta Mami.
Oigo su voz muy pegada a la puerta, y a baja altura, lo que quiere decir que se ha inclinado para hablarme.
-Desde luego –responde la directora, y sus pasos y los del profe de Arte se alejan en la distancia.
Mami espera un poco para hablarme.
-Mi bebé, ¿qué ha pasado?
Pego la palma de la mano a la puerta, donde suena su voz.
-Mami… -le digo con un hilo de voz, tenue-. ¿Estás ahí?
-Sí, estoy aquí, bebé.
Puedo jurar que sentí la palma de su mano al otro lado de la puerta
-Me he hecho pipí, Mami.
Se oye un sollozo antes de que Mami vuelva a hablar.
-¿Te ha visto alguien?
-No, pero todos saben ya que llevo pañales.
Otro sollozo. Oigo como sorbe los mocos.
-No te preocupes, bebé. Todo va a salir bien. Ya lo verás –hace una pausa-. Te lo prometo.
-Mami…
-Dime, bebé.
-Tengo frío. Y estoy mojado. Y muy inquieto.
-Lo sé, bebé –hace una pausa-. Abre la puerta, bebé –es casi una súplica-. Por favor. Necesito abrazarte.
-¿Estás sola?
-Sí, bebé. No hay nadie.
Me levanto, descorro el pestillo y vuelvo a la posición que tenía antes: de pie y cubriéndome con las manos la entrepierna mojada.
Mami entra en el armario y me rodea muy fuerte con sus brazos, inclinándose para estar a mi altura.
-¡Mi bebé! –exclama entre lágrimas-. ¡Mi pobre bebecito! ¿Estás bien, bebé? ¿Estás bien?
-Sí… -miento.
-Oh, mi bebé –Mami se separa para contemplarme. Mi cara llena de lágrimas y mocos-. ¡Mi bebé, mi bebé, mi bebé!
-Mami, estoy mojado…
-Sí, sí, mi bebé. Ya lo sé. He traído un pañal –se señala su bolso-. Y tu chupete. ¿Quieres que te ponga el chupete?
Asiento con la cara llena de pena.
Mami abre un bolsillo pequeño del bolso y saca mi chupete, de color lila con el asa amarilla. Lo limpia en su manga y me lo introduce delicadamente en la boquita. Yo lo tomo y comienzo a chuparlo, sintiéndome mejor con cada uno de los chupeteos.
Llevo un chupete en el colegio.
Mami me contempló con una mezcla de alivio y preocupación mientras yo movía mi chupete. Al poco, y tras el efecto tranquilizador de sentir la tetina en mi boca, se me escapó una media sonrisa y agité un poquito los bracitos como habría hecho un bebé.
-¿Mejor, Robin?
Asentí sin dejar de chupar el chupete. Mami me sonrió.
-Pues venga, vamos a ponerte un pañalito que así no puedes estar –me tomó la mano y juntos salimos del armario del bedel.
Yo caminaba por los pasillos del colegio de la mano de Mami y llevando un chupete, consciente de que podrían verme en cualquier momento pero sin avergonzarme lo más mínimo; era un bebé y necesitaba un chupete.
Llegamos al despacho de la directora y la encontramos hablando con el profesor de Arte, que estaba de brazos cruzados apoyado en una de las sillas, con expresión preocupada. Al vernos entrar, fueron a decir algo, pero mi imagen llevando un chupete les cortó las palabras.
Como tenía pinta de que se iba a formar un silencio bastante tenso, el profe de Arte rompió rápidamente el hielo.
-¿To-todo bien? –llegó a decir, e intercambió una fugaz mirada con la directora.
-Sí –contestó Mami, y se le ruborizaron un poquito las mejillas-. ¿Dónde puedo ponerle una muda limpia? –preguntó.
Se refería a mí, evidentemente.
-En los vestuarios del gimnasio puede haber sitio…
-Están ahora ocupados –dijo el profesor de Arte de rápidamente, dirigiendo una intencionada mirada a la directora-. Toma –volvió a dirigir su vista a nosotros al tiempo que sacaba un manojo de llaves de su bolsillo y separaba una-. Id a mi aula, está cerca de aquí.
Mami le dio las gracias y salimos del despacho. Yo seguía de su mano, moviendo el chupete sin decir nada. Dirigí a Mami hasta el aula de Arte, y una vez dentro, cerró la puerta con llave y suspiró aliviada.
El aula de Arte era una estancia amplia, llena de bancos de trabajo en torno a la mesa del profesor. Olía a pintura acrílica y cola y las estanterías estaban repletas de esculturas de papel maché a medio terminar. De las paredes colgaban dibujos de los alumnos en los que se apreciaban los diferentes trabajos que realizábamos en clase. Mami se quedó mirándolos con atención.
-¿Alguno de estos es tuyo? –me preguntó.
Negué con la cabeza. En clase de Arte estábamos trabajando los colores luz del círculo cromático en un mandala, y aún no lo habíamos terminado.
Pero a mí me daban igual los trabajos de Arte; estaba mojado y me sentía inseguro, con la sensación de que podría hacerme pipí encima en cualquier momento. Sin embargo, Mami miraba muy interesada los dibujos de la pared.
Os he hablado alguna vez del vínculo madre-hijo, pues bien. En ese momento yo estaba seguro de que por la cabeza de Mami estaba sobrevolando la pregunta de si era buena idea o no ponerme un pañal en el colegio, en un sitio rodeado de tantas personas que no dudarían un segundo en mofarse si me veían con uno puesto.
-Mami… -me acerqué a ella y le tomé la mano, sacándola de sus elucubraciones-. ¿Puedes ponerme el pañal? Lo necesito…
Mami me miró sonriendo, y se secó una lágrima que le acababa de empezar a brotar.
-Claro que sí –dijo-. Vamos a ponerte un pañal.
Mami me aupó y me recostó bocarriba sobre uno de los bancos de trabajo. Después fue a la mesa del profesor, donde había dejado su bolso, y sacó uno de mis pañales. Uno de ositos. Regresó y lo dejó a mi lado. Yo seguí el pañal con la mirada y vi que justo al lado de dónde lo había dejado Mami, garabateado sobre la mesa, estaba uno de los personajes de Dioses y Monstruos.
Era la mesa en la que me sentaba son Ronald, Joseph y Eddy.
Una mesa que ahora iba a ser usada para ponerme un pañal.
Mami me desabrochó las cordoneras de las deportivas y me las quitó. Luego hizo lo propio con los calcetines, el pantalón, los calzoncillos y la camiseta, de modo que me quedé totalmente desnudo.
Y entonces fui consciente de mi situación: Mami me iba a poner un pañal en el colegio.
Un pañal que yo le había pedido.
Un pañal que yo necesitaba.
Pero en el colegio.
En el lugar donde yo era un niño de 12 años. El último lugar del otro de mis mundos. Si me ponían un pañal allí, y llevando ya un chupete, se desmoronaría el último reducto del Robin de 12 años.
Solo quedaría el Robin bebé.
El Robin que necesita llevar pañales, usar chupete, tomar biberón y dormir con su peluche.
El Robin que quiere una cuna.
El Robin bebé.
Sabía que estaba arriesgando no solo mi vida social presente, sino que si algún alumno me veía en el colegio llevando un pañal y chupando un chupete, tendría que arrastrarlo durante el resto de mi vida, como una cadena que no me pudiese quitar. Un cartel en el pecho para el resto de mis días que rezase Este es Robin, el niño de 12 años que iba con chupete y pañales al colegio. De momento, lo único que tenían eran rumores. Confirmados por bastante gente, sí. Pero rumores. Ninguna prueba visual de que yo realmente llevase pañales. A no ser que todos supiesen a ciencia cierta que me había hecho pipí en el recreo, que también podía darse el caso. Pero esa historia era como mínimo endeble. No tenían nada más que un niño encerrado en un armario. Podía ser por cualquier cosa.
Sin embargo, si me veía un gran número de alumnos llevando un pañal, si mucha gente lo confirmase, no solo mis amigos y Samantha, sería un estigma demasiado fuerte como para que el resto de gente lo ignorase. Se lo dirían a todo el mundo, hasta a sus amigos de otros colegios. Y muy pronto lo sabrían sus padres también. Y quizá en cuestión de una semana lo supiese ya todo el vecindario.
Robin, el niño de 12 años que aún lleva pañales y usa chupete.
Como Jackie Largue.
Sería la comidilla de todo el mundo y un hazmerreír.
Marcado para toda la vida.
Aun así, quería que Mami me pusiese mi pañal.
Izó mis piernas tirando hacia arriba de los tobillos y me pasó el pañal por el culito, las bajó y me lo acomodó para que me quedase bien puesto. Luego pasó el pañal entre las piernas y pegó la parte interior a mi bajo vientre, cubriéndome un poquito por encima del ombligo. Me lo ajustó a la cintura y, sujetando el pañal con una mano, se valió de la otra para abrocharme una cinta adhesiva. Después hizo lo propio con la otra.
El resultado fue un pañal fuertemente abrochado y un bebé de 12 años que agitaba feliz sus extremidades.
Feliz de llevar un pañal.
Feliz de sentirse seguro, pero a la misma vez vulnerable como el bebé que era.
Mami volvió a rebuscar en su bolso y regresó con ropa limpia. Una camiseta de Teen Titans Go! y unos pantalones largos. No eran los más anchos del mundo pero lograban disimular algo el pañal. Sin embargo, al tener el pañal recién puesto, andaría de manera pomposa y torpe. Por no hablar del ruido que hace el plástico al rozarse con los muslos.
Mami me vistió y me bajó ella misma de la mesa. Luego sacó una bolsa de plástico de su bolso, que a veces parece el bolsillo de Doraemon, y guardó mi ropa mojada dentro. Volvió a ofrecerme su mano para irnos, pero antes de salir, se volvió hacia mí.
-¿Quieres ir con el chupete, Robin?
Me paré a pensar un momento.
Soy un bebé y necesito mi chupete, peor nadie quiere que se rían de él. El pañal podría disimularse con algo de suerte, pero el chupete quedaba totalmente a la vista. Y por otro lado, con el pañal me sentía ya lo suficientemente seguro y tranquilo. Podría pasar un momento sin mi chupete.
Mami debió de leerme la mente usando nuestro vínculo madre-hijo porque extrajo el chupete de mi boquita tirando del asa con suma delicadeza. Lo volvió a guardar en el bolsillo pequeño de su bolso y me volvió a tender la mano, y juntos salimos del aula de Arte camino, no sé muy bien por qué, al despacho de la directora.
Fue de nuevo el profesor de Arte quien nos abrió la puerta. Tenía una expresión preocupada, pero al mirarme y verme sin el chupete, se le relajó considerablemente.
-¿Todo bien? –preguntó.
-Sí –contestó Mami-. ¿Podemos pasar?
-¡Por supuesto!
El profe se hizo a un lado y Mami y yo entramos en el despacho. La directora seguía sentada en su mesa, pero se levantó al vernos entrar y señaló a las dos sillas de enfrente. Mami se sentó en una de ellas y me colocó a mí en su regazo, con lo que hizo que mi pañal no solo se oyera sino que quedase algo visible por encima del pantalón al tirar de mí hacia arriba. Ninguno dijo nada. El profesor de Arte arrastró la silla que había quedado libre al lado de la mesa de la directora y se sentó en ella, mirándonos con expresión de educado interés.
-Verán… -comenzó Mami. Suspiró. Parecía que no sabía cómo seguir, y aún ni había empezado-. Robin… Esto…
-Tranquila –le animó la directora-. Adelante.
Mami dio un suspiró de resignación.
-Robin lleva pañales –dijo resueltamente-. Ahora mismo lleva uno puesto. Se lo acabo de poner en tu aula –señaló al profesor de Arte, que la miraba estupefacto-. Aquí tienes las llaves –el profesor se las cogió sin dejar de mirarla-. Siempre ha necesitado un pañal para dormir, pero últimamente se lo he tenido que poner para estar en casa porque ha tenido algún que otro accidente.
Yo estaba empezando a necesitar mi chupete muy urgentemente.
-Durante el día siempre ha podido controlarlo –continuó Mami-, pero ahora parece que está teniendo problemas. Evidentemente no quiero tener que ponerle un pañal para venir al colegio, pero parece que Robin no puede pasar sin él.
-No se permite venir al colegio con pañales –dijo la directora. Se la veía muy abochornado y evitó mirarnos mientras decía eso.
-¿Cómo dice? –le preguntó Mami educadamente.
La directora hizo un considerable esfuerzo por levantar la cabeza y mirar a Mami a los ojos.
-Es una norma del Reglamento de Régimen Interno. Los niños no pueden venir con pañales al colegio. Se aplica especialmente para los niños de parvulario como es lógico, pero es igual de válida para todos. Lo que pasa es que… Bueno –carraspeó-. No se contemplaba la posibilidad de que un niño de último curso aún tenga que llevar pañales, especialmente durante el día… Lo que haga en su casa ya…
-Robin necesita llevar pañales –dijo Mami-. Se hace pipí encima –hizo una pausa-. Pero no me ha entendido. Yo en ningún caso quiero traer a mi hijo con pañales al colegio. Le estoy pidiendo permiso para que no lo haga mientras solucionamos esta crisis. Como si estuviera enfermo o algo…
-Es evidente que si se está orinando encima en condiciones de asistir a clase –apuntó el profesor de Arte.
La directora asintió para darle la razón.
-¿Entonces…? –Mami miraba a uno y a otro.
-Queda justificada la no asistencia –dijo la directora-. Necesitaremos una firma del médico pero no habrá problema.
Mami suspiró aliviada.
-Muchas gracias… No se imaginan lo duro que está siendo para nosotros…
-Robin no parece muy alterado –dijo el profesor de Arte mirándome con curiosidad.
Yo aparté la vista y miré al suelo.
Seguía muy inquieto.
-Está en estado de shock –dijo Mami mirándome con preocupación.
La camiseta se me levantó un poco y Mami tiró de ella hacia abajo para ocultarme el pañal. Yo quería irme de ahí lo antes posible. Quería estar en casa con mi chupete, sin avergonzarme de llevar pañales.
-En cualquier caso… -la directora miró de soslayo al profe de Arte y luego volvió a mirar a Mami-. Tómese el tiempo que necesite. Es evidente que a ningún niño de 12 años le gusta verse con un pañal sentado encima de su madre. Y menos en el colegio.
Me puse muy nervioso y me empezó a temblar el labio. Me había aventurado mucho con aquello de no necesitar el chupete para este momento
-Mami, ¿me pones el chupete? –pedí flojito, pero me oyeron todos los allí presentes.
Mami miró nerviosa a la directora y el profesor, luego abrió con delicadez el bolsillo pequeño de su bolso donde guardaba mi chupete y lo sacó. Fue a ponérmelo en la boca pero antes de que hubiese levantado mucho el brazo, me abalancé sobre él entornando los labios alrededor de la tetina. Lo chupé y miré a la directora. Tanto ella como el profe de Arte me miraban con una mezcla de estupefacción y… bochorno. Se me salió un poco de pipí. Me apreté contra el pecho de Mami.
Se produjo una pausa. Mami tenía los ojos cerrados con fuerza, y un amago de lágrima amenazaba con brotarle de uno de ellos. Entonces los abrió de repente, se enjugó la lágrima naciente con el dorso de la mano que no me sujetaba el culito y se levantó conmigo en brazos.
-Nos vamos ya –dijo, porque ya estaba todo el pescado vendido.
Ninguno de ellos nos acompañó a la puerta. Yo no recogí ni mi mochila de clase. Mami caminaba por el pasillo conmigo en brazos, aguantándose las lágrimas. Yo estaba muy triste. No estaba seguro, pero tenía la sospecha de que Mami lloraba por mi culpa. Llegamos hasta la puerta doble que daba al patio que teníamos que cruzar para salir y Mami puso una mano en el picaporte para abrir, pero vaciló.
-Robin… -me dijo sin mirarme. Tenía la vista fija en la puerta, como si pudiese ver a través de ella-. ¿Quieres que te quite el chupete para salir?
-Me he hecho pipí –dije como respuesta.
-Muy bien –dijo Mami, decidida.
Abrió la puerta y salimos al exterior.
Mami bajó las escaleras en las que otrora me sentase con mis amigos conmigo aún en brazos. Andaba con paso firme y seguro, apretándome muy fuerte por la espalda y sujetándome el culito con el antebrazo. Fue cuando llegamos a las pistas polideportivas que teníamos que cruzar para llegar a la puerta exterior que me llegaron los ecos de unas voces que conocía demasiado bien.
Es miércoles, y a esta hora debería de estar en clase de Educación Física, pero no lo estaba. Estaba en brazos de Mami, llevando un pañal y un chupete, y a punto de irme a casa. El resto de mi clase, sin embargo, sí estaba en Educación Física. Los vi dispuestos a ambos lados de una red que atravesaba la pista de lado a lado y jugaban por parejas al tenis. O al menos lo hacían hasta que nos vieron a Mami y  a mí atravesar el patio.
-¡Joder! ¡Fijaos en eso! –gritó Miles señalándonos con la raqueta.
Todos dejaron de jugar y se volvieron para mirarnos. Los rostros iban de la sorpresa a la burla, pasando por el asco. Mami no podía verlos porque iba andando lo más deprisa que podía sin llamar la atención hacia la salida, pero yo, con los brazos echados a su cuello y la barbilla apoyada en un hombro, podía vislumbrarlos claramente. Se reían y se daban codazos entre ellos diciendo cosas como Hay que joderse, Lo ves o Qué puta vergüenza.
Si estaba el profesor, no se le veía por ninguna parte.
-¡Eh, Robin! –me grito Eugene-. ¡Enséñanos el pañal!
-¡Mira el bebecito encima de su madre! ¡Jajaja! –Johnny.
-¡Robin! ¿Te has meado encima o qué? -César
-Ooooh –Selena burlonamente infantil-. ¡Mirad su chupete! ¡Jajajajaja!
-¡Qué asco! -otro
-¡Es un bebe! –otra.
-¡Es una mierda! –otro.
-Ni caso Robin –me dijo Mami. Parecía estar a punto de derrumbarse-. Como si no existieran –y siguió andando decidida.
Pero entonces unos cuantos, que no alcancé a distinguir pues estábamos ya algo lejos, empezaron a cantar la canción del pañal.
Se la sabrían del anuncio de hace tanto tiempo, ya que fue bastante famosa en su momento. Pero no la cantaban como la cantábamos Mami y yo; de manera dulce y cariñosa, mientras ella daba palmaditas y yo movía mi culito a los lados, resaltando el pañal que llevaba puesto. Ellos golpeaban el suelo violentamente con las raquetas, vociferando sin ningún ritmo, con el único objetivo de burlarse de mí, cantando socarronamente mientras hacían gestos de bebé a modo de mofa. Algunos hacían como si chuparan el dedo, otros agitaban los brazos en una cruel imitación de un bebé. Algunos no se sabían la letra del todo, pero daba igual.
-¡¡¡NI GOTA, NI GOTA!!! ¡¡¡NI GOTA, NI GOTA!!! ¡¡¡CON EL NUEVO PAÑAL EL BEBÉ NO SE MOJA!!!
Mami no los vio, pero si los oyó.
Para mí fue más de lo que pude soportar.
A Mami se le escapó un hipido y sentí que empezaba a llorar. Me apretó aún con más fuerza si cabe contra su pecho y echo a correr, torpemente, como podía, conmigo en brazos.
Yo empecé a llorar al ver a todo un grupo de gente hacerme burla al unísono. Riéndose de mí sin que les importase que Mami estuviese delante. Un grupo de gente unido con el único fin de hacerme daño. De reírse de mí porque era diferente, porque no encajaba en los cánones que estaban establecidos como normales. Comencé a llorar a lágrima viva. El chupete se me habría caído pero lo aferré fuertemente con los dientes porque lo único que me faltaba ya era perderlo en ese lugar.
Mami no podía correr todo lo que le hubiese gustado porque me llevaba en brazos. Tropezó y casi se cae conmigo encima, pero en el último momento logró recuperar el equilibrio y continuó.
Durante ese momento, las carcajadas aumentaron. Estaban riendo tanto de mí como de Mami.
Por fin llegamos a la puerta. El coche de Mami estaba aparcado justo enfrente. Mami abrió la puerta trasera y me descargó dentro. Los demás corrieron hasta situarse en la valla y continuaron señalándome y riéndose. Al caer en el asiento el pañal se me había visto por encima del pantalón, de modo que todos los niños de mi clase vieron los ositos con pañales que lo decoraban. Las risas se incrementaron. Algunos incluso tenían que enjugarse las lágrimas porque no dejaban de reír. Mami cerró rápidamente la puerta y corrió a entrar en el coche para irnos de allí lo más deprisa posible. Yo me arrastré hacia atrás sobre el asiento para estar lo más alejado posible de ellos y apoyé la mano en un bulto de felpa que no me era desconocido. Me giré y allí estaba Wile, con su pañal. Mami lo había traído para mí. Lo abracé pensando en que era el único amigo que tenía en el mismo momento en el que Mami entraba en el coche y lo arrancaba. Los que antes eran mis amigos ahora se reían con más fuerza al verme abrazar a mi peluche. Y cuando Mami puso el coche en marcha y nos alejábamos de aquel espantoso lugar, yo me pegué a la ventanilla y mientras me hacía pipí encima les gritaba:
-¡Tontos! ¡Sois tontos!
Y me lancé bocabajo contra el asiento y lloré durante el resto del trayecto a casa.
Igual que Mami.