23 de abril de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 19: ¿Pero vosotros sabíais que llevaba un pañal?

Hola, hola!

Gracias por vuestra paciencia^^

Normalmente no me gusta lanzar un mensaje antes de los capítulos porque quiero que la entrada sea únicamente dicho capítulo haha Pero quiero asegurarme de que este comunicado lo leéis todos porque es muy importante.

Veréis, Los 2 Mundos de Robin Starkley acabará en el capítulo 22... ¡Pero! Pero que nadie se asuste. Iba a ser una historia más larga y quería haber llegado hasta los 25 capítulos y darle un final apoteósico, o al menos intentarlo jeje El problema es que la historia se me ha alargado y me va a ser imposible darle ese final en 3 capítulos, de modo que he decidido cortar por lo sano en el capítulo 22, veréis que tendrá un final muy abrupto estilo ¿Ya? ¿Termina así?

Pues no, no termina así :)

LOS 2 MUNDOS DE ROBIN STARKLEY TENDRÁ SEGUNDA PARTE!!!

Será publicada la temporada que viene^^

Esta temporada me he estado dejando la piel para subiros un capítulo nuevo cada semana, espero con todo mi corazón que lo hayáis apreciado y os haya gustado.

Pero aún nos quedan 4 capítulos eh!!!

Sin más, aquí os lo dejo.

Disfrutadlo :)





Los 2 Mundos de Robin Starkley
Capítulo 19: ¿Pero vosotros sabíais que llevaba un pañal?


Me despierto cuando la puerta de casa se cierra de un portazo. Es por la mañana y Elia debe de haberse ido a coger el autobús para la universidad. Seguro que ha dado ese portazo porque le habrá vuelto a pedir a Mami por enésima vez que le compre una moto. Si Elia acaba de irse, eso solo puede significar que a mí me queda muy poco para levantarme. Efectivamente, oigo los pasos de Mami dirigirse hasta mi cuarto para despertarme. Sus pasos se detienen frente a la puerta y esta se abre delicadamente. La figura de Mami cruza la estancia sumida en la oscuridad hasta llegar a la ventana. Mami tira de la correa y sube un poco la persiana, dejando que en mi habitación entre la suficiente luz como para no tener que encender la lamparita.
Odio la luz matinal. Es fría y gris, y rompe el cobijo de oscuridad, sabanas y calorcito. Es como una señal anunciadora que me advierte que hay un mundo real ahí fuera y tengo que romper mi muro de pañales, chupetes y peluches.
Tras subir ligeramente la persiana, Mami me dirige una mirada tierna, esperando encontrarme aún dormido, abrazado a mi peluche y chupando mi chupete al compás de la respiración, como en una foto mía que lleva en su cartera y que yo siempre le escondo detrás de todas las demás.
-¡Anda, bebé, si ya estás despierto! –exclama con sorpresa, y viene hacia mí-. ¿Cómo has dormido? –me pregunta sentándose en el borde de la cama y pasándome una mano por el pelo.
-Bien –contesto con el chupete puesto.
Mami me sonríe risueñamente y da unas palmaditas sobre las sábanas, justo donde sabe que debajo está el pañal. A Mami le gusta sentir de primera mano, nunca mejor dicho, que su bebé está protegido en todo instante por el pañal, y que este ha hecho su trabajo, evitando que me moje de pipí mientras estoy durmiendo y permitiendo que pueda dormir plácidamente.
-Voy a traerte el biberón y enseguida te cambio –me dice tras darme un beso de buenos días en la mejilla-. Ve espabilándote, cielo –se levanta y sale de la habitación.
Me desperezo y agito mis puñitos. Muevo mis piernecitas también hacia arriba y aparto totalmente las sábanas con el movimiento, quedándome totalmente descubierto. Me llevo también una mano a la parte delantera del pañal al mismo sitio en el que la había puesto Mami momentos antes. Está hinchado, tengo pipí. Me pongo de costado y me llevo la mano al culete. No se nota ningún bulto, así que no tengo caca.
Ayer por la noche tuve la sensación de que Mami me estaba cambiando el pañal porque me había hecho caca, pero estaba medio dormido y no sé si se trataba de un sueño. El sábado pasé uno de los peores días de mi vida; mis amigos descubrieron que soy un bebé, pero aunque en un principio eso había supuesto un shock traumático, poco después comprendí que ese era mi verdadero yo. Sin embargo, dentro de muy poquito tiempo tendría que encontrarme con ellos en el colegio, y esa perspectiva sí me ponía muy nervioso.
Mami apareció en mi cuarto trayendo consigo el biberón y me lo dio para que me lo tomase mientras ella me cambiaba el pañal. Yo me lleve la tetina a los labios y empecé a chuparla mientras ella se inclinaba y empezaba con todo el proceso del cambio.
-Mami, ¿puedo hacerte una pregunta? –le dije mientras chupaba el bibe y ella me desabrochaba los botoncitos de la solapa del culete.
-Claro, cielo.
-Es que… -empecé inquieto.
-¿Qué te sucede? –Mami levantó la mirada del pañal que había dejado al descubierto y me miró con gesto de preocupación.
-Me da un poquito de vergüenza –dije sintiéndome enrojecer las mejillas y sacándome la tetina de la bica, con lo que unas gotitas de leche se derramaron por la comisura de los labios.
-¿A estas alturas tenemos vergüenza? –me preguntó sonriendo mientras me quitaba el pañal-. ¿Qué te pasa? Y tómate el bibe que no vamos muy bien de tiempo –añadió.
Yo me llevé de nuevo el biberón a la boca y ella se inclinó para limpiarme.
-Es que… Bueno… -continué tomándome el biberón, con lo que mi voz sonó taponada, entre chupeteo y chupeteo-. Ayer por la noche… Chup… Me pasó algo… Chup… Y no sé… Chup… Si lo soñé… Chup...
Mami levantó la cabeza y arqueó una ceja, mirándome con extrañeza.
-Bueno… Chup… lo que te quería… Chup… Preguntar… Es… Chup… simehicecacaencima –terminé muy deprisa sacándome de nuevo la tetina de la boca. Me la volví a meter nada más acabar la frase.
Mami inclinó la cabeza para continuar limpiándome mientras suspiraba.
-Vamos a ver… -dijo muy flojito, eligiendo cuidadosamente las palabras-. Pasaste un día horrible… No lo tengas en cuenta…
-¿Pero me hice caca?
Mami suspiró un poquito de nuevo, por la nariz.
-Quiero que sepas, Robin… Que no te lo echo en cara para nada ni…
-¿Pero me la hice o no?
-Sí –contestó incorporándose-. Te hiciste un poquito de caquita.
Volví a meterme el biberón en la boca y empecé a chuparlo más rápido, como si fuese mi chupete.
-No tan deprisa, Robin, a ver si te va a sentar mal –contestó Mami volviéndose hacia mí.
Me había hecho caca encima durmiendo, sin darme cuenta.
-Yo no le daría importancia –dijo pasándome una mano por la barriga y haciéndome una carantoña-. Tuviste un mal día –repitió.
Me terminé el biberón enseguida y se lo tendí a Mami, que lo cogió y me dio un besito en la frente.
-Muy bien, bebé. ¿Estás mejor? –asentí, aunque no lo estaba para nada. Mami me dio otro beso-. No te preocupes, cielo. Llevabas un pañalito, no pasó nada –contestó sosteniendo el que acababa de quitarme, ahora hecho una bola-. Toma –me lo lanzó y lo atrapé en el aire, justo cuando iba a darme en la cara-. Ve y tíralo a la basura y luego vístete.
Odio despertarme los días de semana.


*****


En el trayecto hacia el cole, procuro no pensar en lo que voy a encontrarme. Hoy veo a mis amigos por primera vez después mostrarme ante ellos tal como soy en realidad. No había tenido noticias de ellos después de abandonar la casa de Ronald en brazos de Mami, con un pañal mojado y chupando un chupete. Ni un mensaje al móvil ni llamadas por Skype ni nada. Suponía que Joseph, Ronald y Eddy ya se lo habrían dicho a los demás, y a estas alturas todo el mundo sabría ya que Robin Starkley es un bebé que aún lleva pañales, usa chupete y llama llorando a su Mami cuando se hace pipí encima.
Me puse muy inquieto y me agarré el pene, como si así pudiese impedir que se me saliese el pipí. Antes de salir de casa me había plantado delante del váter para forzarme a hacer pipí y vaciar mi vejiga, de cara a evitar un posible accidente en el cole, pero no cayó ni una gota.
Llegamos a la puerta del colegio antes de lo que hubiese gustado, y no me hubiese gustado llegar nunca. Miro con nerviosismo las rejas verdes de la puerta y al barullo de niños entrando en ellas. Niños todos más pequeños que yo, porque ya estoy en último curso. Niños que a pesar de ser más pequeños que yo (algunos bastante, pues también hay Parvulario) no se hacen pipí encima. Quizás alguno de párvulos sí, pero solo de noche, y a esas edades aún es normal. Pero seguro que ninguno de ellos quiere llevar pañales y ser un bebé. Seguro que ninguno quiere estar entre los brazos de su Mami chupando un chupete. Y eso es lo que me hace diferente.
Quizá algún párvulo aún moje la cama, pero yo soy el único que prefiere llevar pañales a no llevarlos.
Dios, me estoy comparando con los párvulos…
Y creo que aun así salgo perdiendo.
No digamos ya enfrentarme a niños de mi edad.
-No quiero salir –le digo a Mami agachando la cabeza, avergonzado.
Ella me pone una mano en la mejilla.
-Vamos, Robin…
-No quiero –repito-. Se van a reír de mí. Todos se van a reír de mí.
-Son tus amigos…
-Eso da igual… Saben que soy un bebé y se van a meter conmigo… Van a dejar de ser mis amigos…
-No digas eso, cielo… Seguro que no. Ya verás. A Ronald lo conoces desde los 6 años. A los dos os han puesto pañales juntos.
-Pero tú lo has dicho, teníamos 6 años.
Mami se queda en silencio. Al poco suspira y apaga el motor del coche.
-Escucha, cielo. Mírame –levanto la cabeza-. ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué todo va a ir bien? No puedo decirte eso. Porque no lo sé. Posiblemente ahora vengan tiempos duros. Como dicen en la serie esa que le gusta a tu hermana: se acerca el invierno. No sé cómo van a reaccionar tus amigos. Posiblemente aún lo estén procesando. No es nada fácil asimilar que su mejor amigo aún lleva pañales. Eso también lo sabes tú –hace una pausa-. Dales tiempo. Sois amigos y una tontería como que lleves pañales y uses chupete no va a acabar con vuestra amistad. No vas a obligarles a que te cambien ni a darte el biberón, ¿qué más les da entonces? En tu casa puedes hacer lo que quieras. Tú sigues siendo el mismo.
>>Si se meten contigo o te hacen burla por llevar pañales, si quieren dejar de ser tus amigos por eso, es que nunca han sido tus amigos.
-¿Entonces qué hago? ¿Me quedo sin amigos? ¿Solo?
-Tu hermana y yo siempre vamos a estar ahí. Y siempre puedes hacer amigos nuevos. Hay más niños que chinos.
Yo sonrío un poquito.
-¡Una sonrisa por fin! –exclama Mami-. No te veía sonreír desde antes de dejarte en casa de Ronald. Era mucho tiempo ya sin ver sonreír a mi bebé –me revuelve el pelo.
Yo me lanzo hacia ella y la abrazo muy fuerte.
Mi Mami.
¿Qué haría yo sin ella?
-De todas formas, estamos adelantando acontecimientos –dice ella mientras seguimos abrazados. Me separo lentamente-. Quizá tus amigos no le han dado importancia y todo es como siempre.
-Ojalá –respondo.
-Ay, mi bebé. Dame otro achuchón.
Yo la abrazo de nuevo.
Hace solo unas semanas, estoy que estoy haciendo sería impensable. Abrazar a Mami delante del colegio. Ahora me da igual que puedan verme. Soy su bebé y no me da vergüenza mostrarle mi afecto en sitios públicos. Me da igual lo que puedan pensar los demás.
-Venga, cielo –dice Mami flojito-. Tienes que bajarte ya o llegarás tarde.
-Un poquito más –digo con la cara aplastada contra su pecho.
Mami ríe ligeramente.
-Luego en la casa te dejo darme todos los achuchones que quieras. Llevando tu chupetito y tu pañal –añade dándome una palmadita en el culete.
-¿Sí, Mami?
-Claro, porque mi bebecito no puede ir sin su pañal –yo río de forma infantil-. Pero ahora mi bebé tiene ser un niño grande y entrar en el cole con los demás niños, que luego en su casita podrá ir con su pañalito.
-Ji, ji, ji.
-Que su Mami se lo va a poner –dice dándome de nuevo una palmadita en el culete.
Finalmente me separo de Mami tras darle un largo beso en la mejilla y abro la puerta del copiloto para bajarme del coche. Me cuelgo la mochila con la perspectiva de que cuando salga del colegio, podré ser de nuevo un bebé y ya estoy más animado. Me bajo del coche y cierro la puerta, y nada más darle la espalda al coche, oigo como se baja la ventanilla. Me giro.
-Una última cosa, Robin –me dice Mami desde dentro-. No reprimas nunca tu sonrisa que el mundo se merece verla.


*****


Recorro el patio sintiendo que ya todos saben que llevo pañales. Pero es imposible. ni siquiera un rumor tan jugoso puede extenderse tan rápido.
Un rumor.
Sigue soñando, Starkley.
Cada vez que veo a un grupo cuchicheando, pongo la oreja para intentar captar algo de la conversación. Pero de momento todas giran en torno a fútbol, videojuegos y youtubers.
Me encamino hacia las escaleras en las que siempre quedo con mis amigos, sin saber muy bien lo que me voy a encontrar. Cuando las diviso a lo lejos, me da la sensación de que están todos: Ronald, Joseph, Eddy, Miles, Johnny, César, Eugene. Todos. Están todos apiñados en torno a Joseph y Ronald, y eso no puede significar nada bueno.
Efectivamente, conforme me voy acercando, la conversación se hace más inteligible.
-… Y se lanzó al cuello de su madre, llorando como un bebé –es Ronald.
-Por lo que habéis contado, es que es un bebé –César.
-Totalmente –Johnny, creo.
-Empezó –Joseph adopta un tono muy agudo-. ¡Mamiii, me he hecho pipí en el pañaaaal! –.
Me freno en seco.
Me pongo rojo.
Agacho la cabeza.
Se me salen las lágrimas.
En ese orden.
Estoy parado en medio del patio. No quiero seguir escuchando esa conversación, pero al mismo tiempo quiero enterarme de lo que les cuentan Joseph, Ronald y Eddy y de la reacción del resto. De modo que me quedo allí de pie, mirando al suelo y apretando fuertemente las asas de la mochila para contener mi rabia, sintiendo como los pedazos rotos de mi antaño mundo se resquebrajan aún más.
Mis amigos ríen. Entre sorprendidos y mofándose. Conozco sus risas. Los conozco demasiado tiempo.
O creía conocerlos
-¿¿¿En serio??? –la voz de Eugene suena divertida, como si le estuvieran contando el mejor chiste que ha oído en su vida.
-¡No me lo puedo creer! –este es Johnny-. ¿Pero vosotros sabíais que llevaba un pañal?
-A ver, se le notaba un bulto debajo del pijama ese –dice Joseph-, pero no estábamos seguros de que fuese un pañal.
-¿Incluso después de que se meara encima? –inquiere César.
-Joder, es que no nos lo esperábamos para nada. Es como si tú ahora coges y te meas encima. Imagínate como nos quedaríamos los demás –le contesta Joseph.
-Ya, ya, tiene sentido. Pero es que… ¡Joder! –exclama César-. ¿Qué pasó después?
-Bueno, y todo esto llevando un chupete –apunta Ronald.
-¿¿¿No jodas??? –Miles interviene por primera vez-. ¿¿Un chupete también?? –y suelta un resoplido burlón-. Madre mía…
Levanto la cabeza para contemplar a mis amigos mofarse de mí y hundirme más en la miseria. No sé qué sentir.
Rabia.
Dolor.
Traición.
Humillación.
El ser más miserable del mundo.
Así me siento.
Miro a mi grupo de amigo fijamente, y a pesar de sentir todo eso, soy incapaz de expresar algo con mi cara.
Simplemente los miro fijamente.
-Subió del sótano llevando ya el pijama ese de bebés y el chupete en la boca –sigue Ronald.
Miles, César, Eugene y Ronald se parten.
-Es que es algo que no te esperas nunca –dice Johnny-. O sea, que uno de tus amigos sea un bebé…
-Calla coño, que quiero saber cómo termina esto –le dice César-. Sigue, Ronald.
-No mucho más –continúa mi amigo-. Su madre subió con mis padres después de limpiar el charco de pipí –más risas- y Robin se lanzó hacia ella, le dijo que tenía pipí en el pañal –se ríen más fuerte-. Bajad las risas, joder –les dice Ronald preocupado-. Tampoco es cuestión de que se entere todo el mundo.
-¡Pero es que es buenísimo! –dice Miles limpiándose las lágrimas de risa con el dorso de la mano-. ¡Robin lleva pañales y chupete!
-¡Que bajes la voz, capullo!
-Vale, vale. Tranquilízate un poco –César le da unas palmadas en el hombro a Miles-. ¿Y luego qué?
Ronald se encoge de hombros.
-No mucho más… Bueno, sí –añade-. Su madre se lo llevó en brazos.
-¡¿¿Qué dices??! –exclama César-. ¿¿Cómo a un bebé??
-Totalmente como si fuera un bebé –dice Joseph. Más risas-. ¿Qué fue lo que dijo en brazos de su madre? –le pregunta  Ronald.
Mi amigo, mi mejor amigo, el que fue una vez mi compañero de pañales, dice con una sonrisa:
-Mami, por favor, cámbiame el pañal.
Y todos prorrumpen en una sonora carcajada. Todos menos Eddy, que no había participado en la conversación y que en ese momento se da cuenta de mi presencia. Pone un gesto de preocupación, me señala con un dedo y le da un codazo a Ronald, que es al que tiene más cerca.
-¡Tíos! –exclama.
Mis amigos paran de reír de golpe y me observan, sin saber qué decir.
Me miran como si no me hubiesen visto nunca en la vida. Como si fuese un extraño para ellos. Yo les aguanto la mirada un instante y echo a correr.
Me dirijo hasta nuestra clase. Aún no ha sonado el timbre así que allí no debe haber nadie. Ocupo mi sitio, el pupitre contiguo al de Ronald y me meto en la boca un trozo de la parte de debajo de mi camiseta.
Necesito chupar algo y no tengo el chupete.
Chupar la camiseta no me consuela absolutamente nada pero necesito chupar algo.
Es como el cojín del sofá del sótano de Ronald, solo que al menos esta vez no estoy mojado.
Me chupo la camiseta y miro al vacío, sintiéndome totalmente fuera de lugar.
Ahora este no es mi sitio. Me siento un extraño.
No es el mundo al que pertenezco.
Aquí ya ni tengo amigos.
Suena el timbre y me saco inmediatamente la camiseta de la boca. Lo único que me falta ya es que me vean chupándome la camiseta. La parte que estaba dentro de mi boca está ahora mojada y arrugada. Intento plancharla un poco pasándole la palma de la mano, pero no lo consigo. Afortunadamente, es la parte de abajo, así que no se nota mucho.
Me siento incluso peor que antes de chuparla.
Mis compañeros de clase empiezan a  entrar dispersamente en el aula. La mayoría me ignoran, aún no saben que soy un bebé. Me calmo un poco y empiezo a sacar mi libro de Matemáticas, el estuche y el cuaderno. Mis amigos entran en grupo todos a la vez, pegando muchas menos voces que de costumbre. Cada uno va a sentarse en su sitio. Yo procuro no mirarlos, agacho la cabeza y finjo que escribo en la libreta, pero solo garabateo líneas sobre los renglones. No estoy preparado para que Ronald se siente a mi lado y pasar tres horas de clase el uno al lado del otro, sin dirigirnos la palabra. Sabiendo los dos que yo soy un bebé, que llevo pañales y uso chupete.
Me siento enrojecer, pero afortunadamente, Ronald pasa de mí y va a sentarse en un pupitre que ha quedado libre al lado de Miles y Eugene.
Estoy solo.


*****


Durante el recreo, también estoy solo. Mis amigos han ido a jugar al futbol sin preguntarme si quería ir con ellos; solo Eddy me ha mirado fugazmente antes de irse con los demás. No me han dirigido la palabra en toda la mañana, han hecho como si no existiera. En los cambios de clase, cuando venía del baño de intentar hacer pipí, los oía hablar de Halloween varias veces. Es el sábado que viene y están haciendo planes para ir a una fiesta en la cochera de una chica bastante popular de la clase de lado. Hablaban las bebidas que iban a comprar, pasando de beber Fanta y Coca-Cola a comprar directamente alcohol. Hablaban de la que sería su primera fiesta con chicas, y que había algunas que les gustaban e iban a tirarle la caña, pero a mí no me incluían en esos planes. Nadie piensa en un bebé cuando va a ir a una fiesta en la que posiblemente de su primer beso.
De hecho, parecía que mis amigos se hubiesen olvidado de mí. De vez en cuando, me lanzaban alguna mirada de extrañeza, como si no supiesen muy bien si dirigirme la palabra, o no supiesen como hacerlo.
El estatus quo ha cambiado radicalmente para nosotros.
Sobre todo para mí.
Ya no soy su igual. Ahora soy un ser inferior.
Un bebé.
Pensé en dirigirles la palabra yo. De hecho, estando al lado de Ronald durante tres horas, soportando un infructuoso aburrimiento constante, pensé en decirle algo, lo que fuera. Qué coñazo, por ejemplo. Pero no me salían las palabras. Luego recordé sus mofas cuando le contaba a los demás todo lo que pasó el sábado y desechaba la idea.
Así que aquí estoy. Solo. Deambulando por el patio sin saber a dónde ir.
No les estoy pidiendo a mis amigos que me cambien el pañal, ni siquiera pensaba en llevar uno estando delante de ellos.
Solo les estoy pidiendo que me acepten tal como soy. En casa puedo ser un bebé, y fuer un niño de 12 años normal y corriente. Aunque no lo fuese. Aunque fingiese serlo. Para mí sería suficiente sabiendo que en el fondo me aceptan como soy. Llevaría con orgullo el peso de esa máscara y todo podría seguir como antes.
Pero no. Nada volverá a ser como antes y será mejor que me acostumbre.
Ahora eres un bebé, Robin. Tu sitio está entre pañales y chupetes. No aquí.
Aquí ya no.
No después de lo que he visto y oído esta mañana.
Sigo andando sin rumbo por el patio, comiéndome mi sándwich de mortadela mientras los demás me miran y se preguntan por qué no estoy con mi grupo de amigos.
Tras pasar tres veces por el mismo sitio, decido que tengo que buscarme algún lado al que ir.
Pero, ¿a dónde?
Aquí solo hay niños que nada tienen que ver conmigo. Aquí ninguno se hace pipí encima ni lleva pañales, ni… Y entonces caigo.
El Parvulario.
Es el sitio dentro de los muros del colegio más diferente al resto. Allí todavía hay niños a los que cuando sus padres vienen a buscar, les ponen el chupete en la boca. Lo he visto. Como hacía Mami conmigo. Me recogía del Parvulario y traía mi chupete en el bolso. Era otro colegio y otro barrio.
Y otra vida.
Pero Mami siempre venía a buscarme y traía con ella mi chupete. Y me lo ponía en la boca y nos íbamos de la mano a casa. Algunas personas ya le decían a Mami que yo era demasiado mayor para usar chupete, pero a ambos nos daba igual. Yo iba muy feliz con mi chupete por la calle. Cuando aún podía hacerlo y seguir conservando amigos, aunque en ese cole no tenía ninguno.
He tomado una decisión. Voy hasta el patio de párvulos. No voy a poder entrar (ni quiero hacerlo) pero no puedo seguir dando vueltas por mi patio o empezaré a llamar la atención. y lo último que me conviene es que los demás empiecen a preguntarles a mis amigos por qué no estoy con ellos.
¿Por qué los sigo llamando Mis amigos?
Atravieso los diferentes patios sin llamar la atención, pues a causa de mi estatura puedo pasar por un alumno de segundo curso perfectamente. Ahora llevo el pelo diferente a cuando tenía 7 años, más largo; así que no creo que mis antiguos profesores me reconozcan si me viesen, pero por si acaso camino deprisa, aunque no muy rápido para no llamar la atención, como vi en una antigua película de mafiosos que Elia me puso una vez.
Los patios del colegio están delimitados por zonas que nos separan a los alumnos por edades. Nosotros somos ya los alumnos más mayores así que estamos en el último patio de todos. El que nos precede es el de los alumnos de 8 y 9 años y el que precede a ese es el de los de 6 y 7. Y por último hay un patio separado por una pequeña valla que es el de los alumnos de Educación Infantil, los que tienen entre 3 y 5 años. Y es allí a donde me dirijo.
Al pasar por el patio de los niños de 6 años, veo el tobogán donde Ronald y yo juagábamos a El Rey León. Él se tumbaba arriba del todo y yo le agarraba de las muñecas desde las escaleras y le decía Larga vida al rey. Y él se dejaba caer hacia abajo imitando a Mufasa.
Era otra época. Éramos felices. Yo era más feliz desde luego de lo que soy ahora. Ese fue mi primer colegio de verdad. Al primero que fui tras abandonar a mi padre, recomendado por la madre de mi amigo, al empezar mi vida de verdad. En esa época a nadie (o casi nadie) le importaba que yo aún llevase pañales para dormir. Ronald también los llevaba. Era mi amigo de pañales, y ahora…
Llego hasta la valla que delimita el patio de los párvulos y me apoyo disimuladamente. Los veo a todos allí, jugando y correteando, tirándose por los toboganes, columpiándose… Muchos de ellos, los más pequeños, aún llevan pañal, se les nota debajo de los pantalones. Me doy cuenta de que los envidio; ellos pueden ir con su pañal sin que nadie les diga nada.
Yo en cambio, he perdido a todos mis amigos por llevarlos todavía. Me quedé en esa edad. Entre los 3 y los 5 años. Cuando se podía llevar pañales, usar chupete y tomar biberón sin que tus amigos te diesen la espalda. Ahora estoy solo.
Noto que se me empiezan a empañar los ojos y me limpio las lágrimas rápidamente con el puño de la camiseta, dejándome en la cara restos del sándwich.
-¿Qué te pasa?
Me giro súbitamente. Un niño de Parvulario me está mirando fijamente. Está justo detrás mía, en el patio de los niños de 6 años. Sé que es de párvulos porque va vestido con la ropa que les ponen cuando tienen que dar Educación Física.
-¿Qué haces aquí? –le pregunto con el corazón a punto de salirme por la garganta e intentando y limpiarme rápidamente de la cara las lágrimas y las migas de pan.
-Estaba observándote –me dice simplemente, sin dejar de mirarme fijamente.
-¿Cómo has salido?
-Hay un hueco al final de la valla –contesta encogiéndose de hombros.
-Pues vuélvete a tu patio, que aquí no puedes estar –le espeto, quizá un poco de mala manera.
-Tú tampoco puedes estar aquí –me recrimina sin apartar la vista de mí y sin mudar su expresión.
-Oye, niño… –le empiezo a decir, molesto, pero me interrumpe antes de que pueda continuar.
-¿Estabas llorando?
-¿Qué? ¡No! –contesto rápidamente y sorbiendo los mocos-. Claro que no.
-Llorar no tiene nada de malo. Yo lloro mucho.
-¿En serio? –le pregunto con indiferencia. El niño este me está empezando a poner muy nervioso. Es de los mayores de párvulos pero me habla como si fuese infinitamente más sabio que yo.
-Sí –contesta el niño si avergonzarse-. Y mi madre entonces me mima mucho y me pone mi chupete.
Yo siento mis mejillas enrojecer.
-Bien por ti –le respondo molesto y apartando la vista de él.
-¿Estabas mirándonos jugar? ¿Eres un pervertido de esos?
-¡¿Qué?! –respondo desconcertado-. No, claro que no.
El niño me echa una mirada evaluadora. Me doy cuenta de que lleva un pañal debajo de su pantalón. Debe ser de los pocos de último curso de Parvulario que aún lleva pañales.
-Entonces, ¿quieres venir a jugar?
Miro a los niños subirse por el tobogán y columpiarse.
-No. No puedo. Soy del patio de los mayores.
-¿Y qué?
-Pues que no puedo entrar en el patio de Parvulario. Además, si lo hiciera todos se reirían de mí.
<<¿Más?, pregunta una vocecilla dentro de mi cabeza.>>
El niño se vuelve a encoger de hombros.
-Como quieras. Pero a mí me daría igual que los demás se riesen de mí. Yo soy de los pocos en clase que todavía lleva pañales de día y no me importa. Me encanta que Mami me los ponga y me los cambie.
-Enhorabuena –le digo enfurruñado.
El niño se gira para irse, corriendo hasta el hueco de la valla para volver a su patio. Yo me doy cuenta de que he sido bastante grosero con él.
-¡Eh! –lo llamo a lo lejos. El niño se gira hacia mí-. Aprovecha ahora que eres pequeño y que nadie te puede decir nada por llevar pañales, que luego creces y todo eso se acaba.
-¡No lo creo! –contesta el niño-. He hecho un trato con El Duende de los Chupetes.
¿Con quién?
El timbre que señala el final del recreo está a punto de sonar. Como ya no podía seguir mirando a los párvulos jugar sin acabar llamando la atención me he venido a los baños del tercer piso. No los usa casi nadie y aquí puedo estar tranquilo y solo, alejado del resto de la gente.
Estoy de pie delante de la taza del váter más limpio que he podido encontrar, con el pene fuera intentando hacer pipí.  Tengo que intentar vaciar mi vejiga siempre que pueda.
De pronto, oigo unos pasos acercándose hacia aquí y cierro rápidamente la puerta de mi aseo. Me guardo el pene y me subo encima de la taza del váter, para que no se me vean las piernas por debajo de la puerta
La del baño se abre y entran Ronald y Joseph.
-¿Seguro que aquí podemos hablar tranquilamente –pregunta Joseph.
-Seguro –contesta Ronald-. Nadie viene nunca aquí.
-¿Has visto a Robin en el recreo?
-No. He estado jugando al futbol con vosotros, pero tampoco me he fijado.
Me aprieto más el pene. Intento no hacer ningún ruido.
-Qué fuerte, ¿no? –dice Joseph.
-Muy fuerte.
-A mí me da mucho repelús, es como si fuera siempre con un pañal.
-Me he fijado hoy disimuladamente. Parece que no lo traía puesto esta mañana.
-¿Crees que cuando fuiste a su casa a verle llevaba un pañal? El día que entraste corriendo.
-Estoy seguro. Se mearía o algo y empezó a llorar llamado a su madre. Dolor de barriga –resopló-. Ya.
-¿Qué crees que deberíamos hacer?
-Yo creo que necesitamos un tiempo.
-Ya… Lo mismo pienso yo. Eddy opina que no tenemos por qué dejar de ser amigos suyos.
-¿Tú quieres seguir siendo su amigo? –le pregunta Joseph.
-Yo… No sé… Robin me cae bien…
-Pero ahora…
-Es que es como un bebé, joder. Lo ves ahí con el pañal, meado, y con el chupete…
-Y da un poco de asquete.
-Vergüenza ajena más bien –Ronald hace una pausa-. Pero al colegio viene normal.
-Pero ya sabes que en su casa lleva pañales y chupete.
-Sí –corrobora Ronald-. Y eso me da un poco de grima.
-Más que cierto asquete, a mí lo que me da es un asco que te cagas. Nunca mejor dicho –y Ronald ríe ligeramente-. Eso de pensar que en su casa se mea encima.
-Eh, que mi hermano se mea encima.
-¡Sí pero tu hermano tiene un año, no 12!
-Ya.
-Mira –Joseph parece decidido-. Por lo pronto, vamos a pasar de él. Por lo menos hasta después de Halloween –añade-. Luego nos sentamos todos y vemos qué hacemos. Pero ya advierto: yo no quiero salir por ahí con alguien que lleva pañales. ¡Imagínate que se mea encima otra vez!
-Es que Robin es mi mejor amigo, junto contigo –añade Ronald rápidamente-, y dejarlo así de lado…
-Yo no quiero ser amigo de un bebé –dice tajantemente Joseph.
-Ya, ni yo. Eso seguro. No pienso salir con él si lleva un pañal o un chupete. Vamos, es que el sábado no sabía dónde meterme… Me estaba dando una vergüenza ajena, verlo ahí con ese pijama de bebé, el pañal, el chupete en la boca, echando peste a meado…
-Y que lo digas…
-Yo opino como tú. Vamos a pasar por ahora. Pero vamos, me da un bochorno mirarlo… Tengo grabada a fuego su imagen en brazos de su madre, diciéndole que le cambie el pañal… -y hace un sonido con la boca como de quien ve a alguien vomitar.
-Totalmente. Es como si lo vieras siempre como un bebé. Es que no se quita el recuerdo de la cabeza.
-¿Qué dicen los demás? –le pregunta Joseph.
-Ya sabes cómo son. Cualquier cosa que haga peligrar su estatus en el colegio no es bien recibida. Ellos no han sido amigos del todo de Robin como tú y yo, y ahora Eddy –añade-, pero ya sabes, ser amigo de un chico de 12 años que lleva pañales puede hundir tu popularidad en la miseria.
-Pero si nadie se entera de que lleva pañales…
-¡Hombre, yo no voy a ir promulgándolo a los cuatro vientos! No creo que Robin se merezca eso.
-Pero sí que se lo hemos contado a todos estos esta mañana –dice Ronald, con cierto tono de culpabilidad.
-Bueno, pero ellos son amigos nuestros –se defiende Joseph-. El caso es, Ronald, que estas cosas se acaban sabiendo. Y si te digo la verdad, yo no quiero que la gente se entere de que me relaciono con alguien que todavía lleva pañales.
-Ya… Yo tampoco…
-Aunque la gente no se entere… -sigue Joseph-. ¿Tú ves normal lo de Robin?
-¡¿¿Pero cómo narices voy a ver normal eso??! ¡¡Qué vergüenza, por dios!!
-Pues ya está.
-Joder –suspira Ronald-. ¿Qué hacemos? ¿Pasamos de él? ¿Lo ignoramos?
-Para la fiesta de Halloween seguro.
-¿Y después?
-Ya veremos… Pero la cosa está chunga. Es que me da un no sé qué hablarle. Y ya te digo que ninguno de estos va a volver a hacerlo.
-Puff –Ronald parece incómodo-. Entonces sí que está la situación jodida…
-Vamos a pasar –repite Joseph, esta vez muy decidido-. A lo mejor se aleja él de nosotros y no hay que decirle nada… O su madre lo cambia de colegio o algo. Si te soy sincero, me ha sorprendido verlo esta mañana. Yo no tendría huevos a aparecer después de una cosa así.
-Ni yo, vamos. Me mudaría a México o a una isla perdida del océano.
Ríen.
-Bueno, ¿nos vamos? –pregunta Joseph.
-Sí, está a punto de sonar el timbre.
Salen.
Yo casi no llego a bajar al suelo y sacarme el pene antes de que el pipí empiece a salir.


*****


Al salir de clase, voy hasta la puerta del colegio, sin esperar a nadie.
¿A quién voy a esperar?
Busco el coche de Mami con la mirada, pero no lo veo. También busco al niño del Parvulario que me había hablado en el patio, para ver si su madre le pone un chupete al recogerlo, pero tampoco lo veo.
Al no estar aún Mami me aparto de la muchedumbre y me voy hasta un banco del patio, desde donde aún puedo ver la calle. A la mayoría de los chicos de mi curso no vienen a buscarlos sus padres, sino que se van en autobús o en varios grupos andando.
Veo a Ronald, Joseph y los demás irse juntos hacia la parada del autobús. Yo estoy solo en un banco.
Solo.
El coche de Mami gira por la esquina de la calle.


*****


Estoy recostado en su regazo. Lloro desconsoladamente. Lloro y berreo con fuerza. Llevo puesto un pañal; es lo primero que ha hecho Mami al traerme a casa, ponerme un pañal como me prometió. Pero no me ha querido poner el chupete. Ha dicho que necesitaba llorar y expulsar la pena de mi cuerpo.
A veces es bueno llorar, Robin, ha dicho.
De modo que tras ponerme el pañal me ha traído en brazos hasta el sofá. Se ha sentado conmigo encima y me ha dejado llorar.
Ella también llora, pero no berrea ni suelta mocos como yo. Simplemente deja caer lágrimas mientras se mece conmigo y me da palmaditas en el pañal.
Llevo puesto solo una camiseta y un pañal.
Y lloro. Lloro con mucha fuerza.
-¡Me han insultado! –bramo con la voz rota en medio del llanto-. ¡Que les doy asco, que les doy vergüenza…! –no puedo seguir.
Lloro.
Mientras Mami me ponía el pañal le he contado todo lo que ha pasado hoy en el colegio. Como Ronald y Joseph les han contado a los demás lo que pasó en sábado, como se reían todos de mí, la conversación que les he escuchado en la que decían que les provocaba repulsión y asco. Y cuando Mami ha abrochado la segunda cinta del pañal ha sido cuando he prorrumpido en un llanto incontrolable.
Eso ha sido hace casi media hora.
Desde entonces estoy llorando en el regazo de Mami.
-¡¡No quiero volver al cole!! ¡¡¡No quiero!!! –y sigo llorando.
Lloro y lloro.
De vez en cuando suelto un alarido de dolor, y Mami me da palmaditas en la espalda y dice Eso es, Robin, expúlsalo todo, como si me estuviese echando los gases.
-¡¡¡No quiero tener 12 años!!! –grito en medio del llanto. Mami sigue meciéndome y dándome palmaditas en el culete-. ¡¡¡Quiero ser un bebé!!!
-Ya eres mi bebé, Robin –me dice Mami, flojito-. Mi bebecito pequeñito.
-¡¡¡Me he quedado sin amigos!!! ¡¡¡No tengo amigos!!!
Mami me aprieta más a ella y se mece un poco más rápido. Yo lloro más fuerte, si cabe. Se me sale el pipí.
-¡¡¡Me he hecho pipí!!! –grito.
-No pasa nada, Robin. Tu desahógate –me da un besito en la mejilla-. Luego te cambio.
-¡¡¡No quiero tener 12 años!!! –repito-. ¡¡¡Quiero ser un bebé!!! ¡¡Quiero ser un bebé y llevar siempre pañales y usar chupete y tomar bibe y dormir en cuna y pasear en carricoche…!! Quiero ser un bebé… -me he tranquilizado un poquito. Mami tenía razón y era bueno dejarme llorar-. Quiero ser un bebé… -mi respiración se va serenando poco a poco.
-¿Estás mejor, Robin? –asiento ligeramente-. Toma tu chupetito.
Mami me lo pone en la boca y yo lo recibo con ansia y empiezo a chuparlo. Me concentro en la sensación de la tetina en mi boquita y en el roce del plástico sobre mis labios. Lo chupo relajadamente. Mami me da un beso en la frente y me acuna. Me voy calmando bastante.
-No tengo amigos, Mami –digo muy flojito y con la voz amortiguada.
Mami no sabe qué decir, así que como respuesta me da otro beso en la frente. Yo siento entonces unos retortijones en la barriga.
-Mami –le digo con voz suave y mirándola fijamente a los ojos-. Creo que me voy a hacer caca encima.
-No pasa nada, Robin –me contesta ella, abrazándome más fuerte.
-¿De verdad…? –le pregunto moviendo despacio el chupete.
-Sí, cariño. Llevas un pañal. Háztela.
Nada más terminar Mami esa frase, yo siento la caca salirme. Gimo un poco y balbuceo cuando empieza a salir pero enseguida paro y muevo mi chupete algo más rápido, mientras me sigo haciendo caca encima de Mami.
Ella, mientras tanto, se limitaba a abrazarme.
Y yo, haciéndome caca en el pañal con la mirada perdida.
-Avísame cuando termines, cielo, para cambiarte.
Sigo un ratito más ahí, haciéndome caca en un pañal sobre el regazo de Mami.
-Ya –le digo muy flojito cuando termino, un poco avergonzado.
Mami me da un beso en la frente y se levanta conmigo en brazos. Subimos a mi habitación y allí me tumba sobre la cama para cambiarme el pañal. A mi lado están los calzoncillos y el pantalón que me ha quitado hace nada para ponerme un pañal. Y ahora tiene que cambiármelo porque me he hecho pipí y caca.
Mami coge de mi armario un pañal y un pijama. Los deja sobre el pantalón que he llevado al colegio y se inclina para cambiarme el pañal.
Primero despega las cintas adhesivas y abre el pañal, luego me levanta las piernas hacia arriba, lo extrae y me limpia el culito. Cuando termina, coge el pañal nuevo lo abre. Me pasa la parte de atrás por el culete y luego el resto por la entrepierna. Pega la parte de dentro a mi piel y me lo abrocha fuertemente.
Me da un beso en la barriguita.
-¿Mejor, bebé? –me pregunta, todavía con los labios pegados a mi tripita.
Asiento.

Mami me quita la camiseta y me pone el pijama enterizo. Después me lleva en brazos a la cocina, donde me sienta en una silla y me prepara un biberón. Sabe que no me siento capaz de comer nada sólido. Mami me vuelve a coger en brazos y regresamos ya con mi bibe listo al salón, donde se sienta en un sofá y me coloca a mí sobre su regazo. Me recuesta, sujetándome la cabecita con un brazo mientras que con el otro me da el biberón. Yo me lo tomo como un bebé y me quedo dormido.