Al día siguiente, Sara se despertó muy descansada.
Era sábado. No tenía nada que hacer. Podría pasarse el día entero en su
cam… ¡Mierda! ¡Lucía! ¡Se había olvidado que ahora vivía con su sobrina!
Miro la hora en el móvil y vio que eran las 11 de la mañana. Quizá su
sobrina se había despertado ya. Debería ir a prepararle su biberón. Salió de su
habitación y vio la puerta de Lucía cerrada. Su sobrina no se había levantado
todavía.
Pensando que ya debía ser hora de que una niña de 10 años estuviese
despierta, aunque la verdad es que no tenía ni idea, tocó suavemente la puerta
de la habitación de Lucía.
No hubo respuesta.
-¿Lucía? –pregunto mientras abría.
La habitación estaba totalmente a oscuras.
-Estoy despierta –dijo la voz de Lucía desde la cama.
Sara encendió el interruptor que había al entrar. Su sobrina estaba
sentada sobre la cama, tapada hasta la cintura. Tenía una expresión triste.
-¡Buenos días, guisantito! –le dijo Sara mientras se acercaba hasta
ella-. ¿Cómo has dormido?
-Me he hecho pipí –fue la respuesta que le dio.
Sara creyó no haber oído bien.
-¿Qué? -repitió confusa.
-Que he mojado la cama –dijo.
Parecía a punto de echarse a llorar.
Aquello pilló a Sara por sorpresa.
-Pero… -no sabía cómo reaccionar a eso-. ¿Te haces pipí por la noche, Lucía?
–preguntó con todo el tacto que pudo.
-No… -respondió la niña-. La verdad es que hacía ya muchos años que no
me pasaba.
Nadie le había informado a Sara de que su sobrina aún mojase la cama.
Tampoco le habían dicho que aún tomaba biberón, así que suponía que el hecho de
que se hubiera hecho pipí se debía a que su vida acaba de experimentar un giro
completo y habían sido demasiadas emociones fuertes seguidas. Al fin y al cabo,
acaba de dejar a su madre y empezar a vivir con una persona a la que sólo había
visto un par de veces en su vida, así que Sara pensó que era normal que la niña
se hubiera hecho pipí.
-Bueno, tranquila –contestó Sara al fin con una sonrisa que pretendía
trasmitir seguridad-. Vamos a quitarte este pijama mojado y a cambiar las
sábanas, ¿vale? –su sobrina empezó a hacer
pucheros-. No… No llores, cielo –Sara la abrazó-. Es normal que te hayas hecho
pipí después de todo lo que has pasado –la apretó contra ella y dejó que
llorase sobre su pecho. Al cabo de un rato, en el que pensó que ya se habría
desahogado suficiente, la apartó delicadamente de ella y le limpió las lágrimas
con la punta de la bata.
-Venga, vamos al baño a lavarte.
Llevó de la mano a Lucía hasta la bañera y la metió dentro. Abrió el
grifo hasta que salió agua caliente y puso a su sobrina debajo del chorro.
Lucía no paraba de dejar caer lágrimas por sus mejillas. Estaba muy
avergonzada. Saraa la lavó y luego la secó fuertemente con la toalla que tenía
de sobra. Llevó a su sobrina en brazos hasta la habitación y le dijo que se
fuera vistiendo mientras ella cambiaba las sábanas. Lucía se mantuvo enrollada
a la toalla sin moverse. Sara terminó de quitar las sábanas y las echó en el
cesto de la ropa sucia. Luego volvió hasta la habitación y puso unas nuevas.
Eran un poco más grandes, puesto que eran de las que usaba para su cama. Había
montado la habitación de Lucía deprisa y corriendo y no había tenido tiempo de
comprar más sábanas. De igual manera que tampoco tenía otro pijama para
ponérselo ya que sólo había traído uno. Debía ir de compras lo antes posible.
Vistió a su sobrina y la llevó hasta la cocina.
-¿Qué quieres desayunar, cielo? –le dijo mientras la sentaba. Estaba
mimándola mucho, pero era lo que le salía al verla tan triste.
-Mi bibe –respondió lucía.
Su bibe. Cómo se le había podido olvidar. Pero, ¿dónde estaba el
biberón? Sara pensó durante un segundo y se acordó que Lucía se lo había tomado
anoche y estaba aún en su habitación. Fue a por él, pero al cogerlo se dio
cuenta de que no lo había lavado y tenía aún restos de la leche de anoche.
Frustrada consigo misma, regresó a la cocina para lavar el biberón antes de
dárselo a Lucía para que se lo tomase.
-Lo siento, Lucía –dijo al entrar-, anoche se me olvido lavarlo. Voy a
hacerlo y te lo preparo, ¿vale? –ella no respondió-. ¡Y no le des más vueltas a
lo del pipí, nos puede pasar a cualquiera! –añadió tratando de animarla.
-¿Te ha pasado a ti alguna vez? –le preguntó.
Sara se paró en seco. Había llegado el momento de mentir.
-Eh… ¡Claro! –respondió-. ¿Quién no ha mojado la cama alguna vez?
-¿Y cuántos años tenías?
-Umm… 13, creo.
-¿Mojabas la cama con 13 años? –se extrañó Lucía.
-Sí, y mi madre, tu abuela, me castigaba siempre.
-¿Qué te hacía?
La historia se le había ido de las manos.
-Me… Eh… Cogía las sábanas y las tendía en el balcón para que todos los
niños las vieran.
-Jope, que vergüenza…
-Sí –ahora tenía que reconducir la historia hacia un final pedagógico-.
Pero al final entendió que un par de accidentes lo puede tener cualquiera y
dejó de hacerlo. Y después yo dejé de hacerme pipí en la cama.
Había terminado de lavar el biberón. Metió un vaso de leche en el
microondas y miró a su sobrina. Estaba callada mirando al frente. El microondas
pitó, Sara sacó el vaso, le echó dos cucharadas de Cola-Cao, lo removió y lo vertió
en el biberón. Le enroscó la tetina y se lo dio a su sobrina. Lucía lo cogió de
inmediato y se lo llevó a la boca. Con la mirada perdida, chupaba la tetina y
absorbía el contenido del biberón. Se lo tomaba con ansia, como un bebé que
necesita mamar de la teta de su madre. De nuevo, Sara comprobó cuanto
necesitaba el biberón su sobrina. Se tranquilizaba chupando de su tetina.
Primero pensó que no iba a ser fácil quitárselo y después si debía hacerlo.
Cuando terminó, Lucía dejó el biberón sobre la mesa. Sara la alzó y
comenzó a darle golpecitos en la espalda para que expulsase los gases. Todavía
no se creía que su hermana no hubiera hecho esto nunca. Era de primero de ser
madre. Tras unos pocos eructos y una risita nerviosa que los siguió, Sara dejó
a Lucía en el suelo.
El problema era que Sara no sabía que hacer ahora con ella. Nunca había
tenido que cuidar de nadie. Pensó que Lucía ya había pasado mucho tiempo dentro
de una casa que era nueva para ella, y que la primera noche no había sido todo
lo buena que esperaba, de hecho, había sido un desastre. De modo que se decidió
por llevar a su sobrina al parque. Pensó en llamar a Laura, su mejor amiga,
para que acudiese con Esteban, su hijo de 7 años. Podía ser un buen compañero
de juegos para Lucía, aunque fuese más pequeño. Pero al pensarlo mejor se
arrepintió; Lucía estaba afrontando muchas cosas nuevas de golpe. Quizá un
nuevo amigo sería demasiado. No obstante, ella sí tendría que hablar con Laura.
Ella era madre y podría ayudarle mucho con Lucía, y también con el tema del
biberón. Sara suponía que el mojarse la cama era consecuencia del periodo de
adaptación a su nueva vida y que dejaría de hacerlo enseguida, si es que alguna
vez volvía a hacerlo.
El paseo por el parque no resultó tal y como a Sara le hubiese gustado.
Lucía todavía no tenía mucha confianza con ella así que se sentía un poco
cohibida. Lo normal era que una niña de su edad quisiese correr, saltar, jugar…
Pero Lucía se mostraba taciturna, siempre pegada a Sara. Ella le dijo varias
veces si quería ir a jugar a los columpios, a tirarse del tobogán o algún otro
lado, pero la pequeña siempre contestaba que no. Sara pensó que después de todo,
si le hubiese venido bien traer a otro niño. Una presencia infantil habría
hecho que Lucía quisiese jugar a los columpios, estaba segura.
Ya de vuelta a casa, comieron y se sentaron al sofá a ver una película.
Sara, sabiendo que iba a venir su sobrina, había puesto a descargar en el
ordenador un montón de películas infantiles. Esa tarde pusieron la versión de animalitos
de Disney de Robin Hood. Sara llevaba años sin ver esa película, no se acordaba
de que el Príncipe Juan todavía se chupaba el dedo, llevaba ropa interior de
bebé y a veces se comportaba como tal. Miraba a Lucía mientras salía alguna
escena en la que pasara alguna de estas cosas por si se sentía incómoda, pero
la niña no daba ninguna muestra de ello. Las mentes de los niños son puras e
inocentes, pensó Sara. Es una pena que con el tiempo se conviertan en lo que se
ve a veces en las noticias. Aunque hay niños que son crueles por naturaleza.
Sara pensó en un artículo que había leído en el que unos niños de la edad de
Lucía se divertían jugando al futbol con un cachorro de gatito. Miró a su
sobrina, y estaba tan mona abrazando a su muñeca y riéndose con la película,
que se convenció de que ella nunca haría algo así. De hecho, parecía incapaz de
hacerle daño a alguien.
Cuando terminó la película llegó la hora de merendar. Sabiendo lo que tocaba,
Sara fue hasta la cocina y le preparó a Lucía su biberón. Tomando nota de sus
fallos, había lavado el biberón cuando Lucía se lo tomó por la mañana. Le llevó
el biberón a su sobrina, que lo recibió encantada, cogiéndolo con las manitas y
llevándoselo a la boca.
Chop, chop, chop,
chop, chop, chop, chop. Lucía se tomó el biberón entero. Sara la levantó
y la ayudó a expulsar los gases. Cuando la dejó de nuevo en el sofá, la pequeña
tenía una sonrisa en su carita.
-Me gusta mucho que tomes y me hagas eructar –dijo.
Sara no pudo evitar sonreír también.
-Es que eres una bebita –le dijo mientras le pellizcaba flojito en la
barriga.
A Lucía se le humedecieron los ojos. Sara se dio cuenta enseguida de su
error.
Mierda, pensó.
-Ooooh, cariño –se intentó acercar a ella pero Lucía le apartó la mano
y se hizo una bola encima del sofá-. No quería decir eso. Perdóname.
-¡Sé muy bien lo que querías decir! –contestó, llorando y con la cara
pegada al sofá-. ¡Que soy una bebé que toma bibe y que todavía se hace pipí en
la cama! ¡Pues lo siento si te molesta! ¡Ojalá nunca hubiera venido aquí! ¡Así
nunca me hubiera hecho pipí!
Se levantó y se fue corriendo a su habitación y cerró de un portazo.
Genial, pensó Sara. Simplemente genial.
La había cagado pero bien.
Suspiró.
Necesitaba una cerveza.
Tenía que ensayar para su grupo de interpretación, pero no tenía cuerpo
para meterse en la piel de Melibea, de La Celestina, obra que llevaban en
marcha.
Esa era otra. Seguía atascada en su grupo de teatro de barrio, cuando
su ilusión había sido siempre ser actriz profesional. Y ahora, con la llegada
de Lucía, lo tenía más difícil. El destino le había dado la responsabilidad de
cuidar de una niña que no era su hija, aunque la quería como si lo fuera.
Cuanto más pensaba en la responsabilidad que le había caído, más necesitaba una
cerveza.
Llamó a Laura.
-Dime, fea –contestó su amiga por el otro lado del móvil.
-Hola… ¿Te apetece una cerveza?
Su amiga río.
-Que directa. ¿Un día cómo madre y ya te has arrojado a la bebida?
-¿Quieres esa cerveza o no?
-Sí, sí, claro. ¿Cuándo he dicho yo que no a una cerveza?
-¿No tienes a esteban contigo?
-Este finde está con su padre. ¿Por qué?
-Porque se viniera una tarde a jugar con Lucía, que lo está pasando
mal. Aunque bueno, yo no estoy mucho mejor.
-Anda, anda, que exagerada que eres, hija mía –le reprochó-. Pero escucha,
mañana lo recojo de casa de Sal, si quieres esta semana nos pasamos un rato.
-De acuerdo –contestó Sara-. Pero esta tarde necesito esa cerveza.
-Que sí, pesada. ¿En Joe’s en media hora?
-Perfecto. Invito yo.
-Ya lo daba por hecho. Múa.
Y colgó.
Sara sonrió. Una simple llamada con Laura y ya se sentía mejor. Se vistió
y se despidió de Lucía, que seguía encerrada en su habitación.
-Lucía –tocó la puerta sin obtener respuesta-. Oye, ya sé que estas
enfada, y tienes motivos, pero voy a salir un rato a hacer un recado. Tienes
algo de picar en la cocina y más películas para ver al lado de la tele. Volveré
a la hora de la cena.
Al pasar por la cocina, se acordó que no había lavado el biberón de Lucía.
Maldiciendo para sus adentros volvió al salón a por él. Regresó a la cocina
pensando que debería comprar más biberones, porque era un follón estar lavando continuamente
el mismo. Por fin terminó y pudo y a reunirse con su amiga.
-No sé qué hacer, Laura. Me ha venido todo de golpe –decía Sara sentada
en una mesa del fondo del bar, con una Estrella Galicia bien fría delante.
-Bueno, lo primero es no dejar que te sobrepase la situación –le
contestó Laura mientras daba un trago de su cerveza.
-No lo entiendes, la situación ya me ha superado. Mis planes eran no
ser madre hasta… Bueno, hasta tal vez nunca. Y ahora me he encontrado de pronto
con una niña de 10 años a mi cargo.
-¿Y qué ibas a hacer? ¿Dejar que se la llevasen a un centro de acogida?
–inquirió su amiga levantando una ceja.
Sara se serenó un poco. Estaba muy alterada.
-No, no iba a dejar que hiciesen eso.
-Entonces ahí lo tienes –continuó Laura-. La vida no es como nos la
planteamos. ¿Te acuerdas que yo no quería ser madre?
-Sí.
-Y ahora mírame con Esteban, se me cae la baba con él y lo quiero más
que a mi vida
-Pero te costó –le recordó Sara-. Al principio, llorabas más que él.
-Cierto –admitió-. Por eso hablo con conocimiento de causa. Y al final,
Lucía será lo mejor que te haya pasado en la vida.
-Pero no es la misma situación, Laura –siguió Sara-. Tú a Esteban no lo
tuviste cuando él tenía 10 años. Ni venía de un hogar roto.
-Pero al final las dos somos madres. Y el 80% de ser madre, te lo digo
yo, consiste en estar ahí. En no dejar que tu hijo se sienta solo nunca.
Eso recordó a Sara lo que había pasado esa mañana.
-Ho se ha enfadado conmigo –le dijo después de beber un largo trago de
cerveza.
-¿Y eso?
Sara le contó lo del biberón, que había mojado la cama esa noche y que
ella le había dicho que era una bebé.
Para su sorpresa, Laura sonrió.
-Bueno, a todas se nos escapan cosas de vez en cuando –dijo.
-La he cagado, Laura. Necesito otra cerveza.
-Tampoco te vayas a emborrachar ahora por eso.
-No me voy a emborrachar, digo que ya me la he acabado.
-Y yo te lo digo porque estás bebiendo demasiado rápido.
Y era cierto. Se había acabado ya su cerveza y Laura apenas le había
dado tres sorbos a la suya.
-Vaya –dijo Sara sorprendida, mirando su tercio vacío.
-Espera a que me acabe yo la mía para pedir, anda. Que ahora eres madre
y no puedes ir emborrachándote por ahí –le dijo sacando la lengua.
-Qué mala eres –le contestó Sara.
Pero a Laura no le parecía tan importante el hecho de que hubiese
mojado la cama como que todavía tomase biberón.
-Es normal que un niño moje la cama si acaba de sufrir un cambio
drástico en su vida, lo que no es normal es que con 10 años todavía tenga que
tomar biberón.
-No es como tú crees.
-¿Ah no?
-No –contestó Lucía-. Con ella es diferente. Su biberón es… No sé, como
si fuera parte de ella. No sé si me explico.
-No, para nada.
Sara suspiró.
-Es que es raro. Me cuesta entenderlo hasta a mí. Pero es así. El
biberón ha estado con ella toda su vida. Es como si a ti te cortan un brazo.
Parecería que te faltase algo.
-Hombre, es que me faltaría algo –le dijo.
-Sí, sí –admitió Sara-. Pues por eso mismo.
-Mira, no sé qué quieres decir con eso de que forma parte de ella, pero
si a ella le viene bien, no se lo quites. Al menos de momento.
-Ya… Eso tenía pensado.
-Exacto, lo mejor es que su transición hasta su nueva vida sea lo más
cómoda posible. Y en cuanto a lo de mojar la cama, ni te ralles. Lo raro sería
que no la hubiese mojado.
-¿Tú crees?
-Estoy segura. ¿Una niña de 10 años que separan de su madre
drogadicta y que trasladan a vivir con
su tía que apenas ha visto? No sé cómo no estás tú también meándote en la cama.
-Capulla –Sara le dio una patada cariñosa por debajo de la mesa.
-Eso sí. Llamarla bebé fue una gran cagada.
-Ya lo sé –Sara bajó la cabeza y miró el tercio de Laura- ¿Qué te queda
para acabarte esa cerveza?
Laura se bebió lo que le quedaba de un sorbo y pidieron otra ronda más.
Esta vez se la sirvió Joe, el dueño. Lo conocían desde hace bastante porque
ellas siempre iban a su bar. Era un viejo amigo de la madre de Laura, un hombre
simpático y regordete que sabía cuidar a sus clientes. En especial a Laura y a
Sara.
-Ya están aquí –dijo mientras dejaba las cervezas sobre la mesa-. Dos
rubias para dos rubias.
-Yo no soy rubia, Joe –le dijo Laura por enésima vez riendo.
-Bueno, bueno –contestó Joe-, es que si no, no podía hacer el chiste.
-Nos lo haces siempre, Joe –le recordó Sara-. Y nunca tuvo gracia. Ni
la primera vez.
-Un día os voy a poner a las dos a trabajar aquí sólo para que tengáis
que reíros de mis chistes, como el pelota de Alberto.
Alberto era el camarero que trabajaba allí. Era muy amable, pero
peloteaba a su jefe más de la cuenta.
Joe se sentó con ellas un rato. Y ya la conversación derivó hacia el
teatro y las clases y actuaciones que tenían Laura y Sara. Como siempre, Joe
les dijo que iría a verlas. Pero como siempre, luego no aparecería.
Cuando ya se quedaron solas e iban a seguir hablando de la vida de
Sara, era ya la hora de marcharse.
Se despidieron y acordaron quedar la semana que viene para ir al parque
y que Lucía pudiese conocer a Esteban.
Cuando Sara llegó a su apartamento, se encontró a Lucía abrazada a
Peppy y viendo Detective Conan en la televisión. Sara se sentó a su lado y no
dijo nada. Todavía no sabía si su sobrina la había perdonado y notaba algo de
tensión en el ambiente. Al poco, cuando le parecía que ya estaba más relajado,
le preguntó a Lucía si tenía hambre. Le dijo que sí. De pronto, Sara tuvo una
revelación.
-Oye, Lucía, ¿te gustaría cenar en McDonalds?
A su sobrina le apareció una enorme sonrisa en la boca.
-¡¡SÍÍÍ!! ¡Claro que sí!
-¡Pues vamos a cambiarnos, que nos vamos enseguida! –le dijo Sara
mientras la cogía en peso y la llevaba a su habitación.
Cambió a Lucía de ropa y fueron en coche hasta el McDonads más cercano.
Sara odiaba el McDonalds y todo lo relacionado con las
multinacionales y la comida basura, pero pensó que ya le contaría esas cosas a
Lucía cuando fuese más mayor.
Hola Tony, excelente cApitulo, publica el siguiente pronto, saludos
ResponderEliminarGracias, Migue!
EliminarEstoy escribiéndolo :)
Te están copiando la historia en wattap
ResponderEliminarHola!
EliminarEstoy publicándola también Wattpad, para evitar que me la roben allí, pero si alguien me la está plagiando de esa misma página ya me voy a empezar a mosquear de verdad.
Pues por favor mandarme el enlace de la historia de wattpad que has leído?
Mi correo es iwantmydummy@gmail.com Gracias!
Tiene muy buena pinta la historia. Enhorabuena!!!
ResponderEliminarTus historias son como una serie...un capitulo cada semana....lastima que me dure tan poco :(
Hola! Muchas gracias! Espero que la historia te siga gustando :)
EliminarSí, como una serie, sólo que los capis tardan más hehe...