2 de marzo de 2021

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 27: Una vida de bebé

Me despierto por mí mismo, algo muy inusual en estos días. La mayoría de las veces es Mami quien todas las mañanas se acerca hasta mi cuna y me mece suavemente el hombro, dándome los buenos días con una sonrisa radiante y una mirada de ternura al contemplar a su bebé cobijado en la cuna.
Porque eso es lo que soy ya a todos rasgos: un bebé.
Me tienen que levantar y acostarme, porque yo no puedo entrar y salir de mi cuna si no es en los brazos de alguien.
Mi cuna.
El cochón de la cuna es pequeñito y estrecho, pero Wile y yo cabemos perfectamente. Es muy suave y mullido, y la primera vez que Mami me reposó encima me sentí más cómodo de lo que jamás había estado en cualquier colchón de una cama. La sábanas eran de franela y la colcha era muy mullida y pesada, lo que hacía que envuelto en ellas me sintiese calentito y seguro, pero también indefenso y vulnerable. Era una sensación un poco extraña, pero maravillosa.
Al hecho de que la cuna fuese como mi pequeña zona segura e inexpugnable contribuía también el hecho de que los barrotes eran muy altos, aunque no daban en ningún momento la apariencia de una jaula ni nada que por asomo se le pareciese.
Seguro.
A salvo.
Mi pequeña guarida de franela, almohada mullida y avioncitos que giran en el cielo.
Puedo tratar de describirlo de muchas maneras distintas per si nunca habéis estado dentro de una cuna, o no teníais conciencia en el momento en el que lo estabais, a lo mejor os puede costar entenderlo.
Es un sitio en el que si ya de por si tienes una parte de bebé, ese lado se te acrecienta aún más.
No es como una cama en al que tú puedes subirte por tu propio pie y si te haces caca o pipí puedes bajarte de un salto e ir corriendo para que te cambien el pañal. Cuando duermes en una cuna eres totalmente dependiente de otra persona para acostarte y levantarte.
Y eso me gustaba.
Me hacía sentir muy bebé.
Aunque como os digo, estos últimos días me había convertido prácticamente en un completo bebé.
Mami me levantaba todos los días. Se aceraba a mi cunita y me mecía ligeramente hasta que yo, aún tapado por las sábanas y aferrado a Wile, agitaba bocarriba mis extremidades y bostezaba, despertándome poquito a poco y chupaba mi chupete mirando a Mami, quien me contemplaba apoyada en los barrotes y siempre con una expresión de absoluta felicidad, luciendo una sonrisa radiante como si lo que más le gustase en el mundo fuera ver a su bebé despertarse feliz todos los días dentro de la cuna, chupando su chupete y esperando el biberón y que le cambien el pañal.
-Siempre he querido volver a tener un bebé –me dijo Mami una mañana nada más yo abrir los ojitos acariciándome el pelo.
-Siempre has tenido un bebé.
Me salió sin pensar, sin dudar. 
Era verdad. Yo siempre había sido el bebé de Mami.
Pero ahora era ya un bebé de verdad.
Casi.
La rutina de todas las mañanas era la misma. Mami me sacaba de la cuna cogiéndome de los sobacos y me llevaba en brazos hasta el cambiador. Una vez allí me cambiaba el pañal y me vestía von ropita de niño mayor, aunque siempre me ponía un bodi debajo. Después me llevaba de nuevo en brazos hasta la mecedora y allí me daba el biberón mientras se balanceaba hacia delante y atrás conmigo encima y me mecía sobre su regazo.
Un bebé.
Después me bajaba en brazos hasta el salón y me dejaba sobre una alfombra grande que había puesto en el centro. Y ahí pasaba mis mañanas: viendo la televisión, jugando con la consola a los juegos de Super Mario, llamándola para que me cambiara el pañal…
Y es que Mami había cambiado el turno en el hospital y ahora trabajaba por la tarde, por lo que podía pasar todas las mañanas conmigo y cuidarme. Por la tarde se encargaba Elia, a veces con Clementine.
No me malinterpretéis, no es que hubiese que estar pendiente de mi las veinticuatro horas, pero sí que necesitaba siempre a alguien para cambiarme el pañal, darme de comer o acostarme y levantarme.
Yo no era un bebe que diera excesivo trabajo; para ser un bebe, podía pasar varias horas sin vigilancia, y  teniendo dibujos animados y videojuegos estaba entretenido. Y si me hacía pipí podía esperar hasta que Mami o Elia vinieran a cambiarme.
Otro asunto distinto era la caca.
Cuando me hacía caca encima sí que me ponía a llorar y dejaba de hacer lo que estuviese haciendo, incapaz de controlar el llanto, producido por la sensación de incomodidad de tener caca en el pañal. Entonces tenía que venir Mami, o Elia, o Clementine, llevarme a mi habitación, subirme al cambiador y cambiarme de pañal.
Porque ahora también tenía un cambiador para que me cambiaran el pañal.
Ya apenas quedaba nada del mundo del Robin de 12 años, solo la edad.
Pero era un bebé.
Aun así guardaba retazos de ese mundo anterior, porque aunque fuese un bebé también tenía 12 años, así que todavía pululaban por casa videojuegos (aunque infantiles), series de televisión (aunque infantiles) y juguetes (aunque infantiles).
Dioses y Monstruos había dado paso a Luigi’s Mansion, Arrow se había quedado atrás y ahora veía Teen Titans go!, y los muñecos de acción habían sido sustituidos por Legos y animalitos de granja.
Porque, todo hay que decidirlo, los juguetes de bebé sí que se me hacían aburridos. Y aunque Elia apareció una tarde con un sonajero, no le hice mucho caso más allá de agitarlo varias veces al abrirlo, porque enseguida me cansé de él.
-Supongo que hay bebés a los que no les gustan los sonajeros –comentó con cierto desdén al ver que no me había gustado su regalo-. Esta noche te mataré –añadió.
Así que si dejamos de lado que jugaba con juguetes y videojuegos, que veía series de dibujos para niños mayores de 4 años, y que no me gustaban los sonajeros, podemos decir que era un completo bebé.
Me hacía pipí y caca encima sin darme cuenta, chupaba el chupete casi todo el día, no me separaba de un peluche, dormía en una cuna, me cambiaban el pañal sobre un cambiador, me daban varios biberones al día, me alimentaban, vestían, bañaban…
Todo lo que hacía un bebé.
Casi todo.
Lo curioso es que nunca había visto a Mami y Elia tan felices, como si la vida de Mami por fin estuviese completa y le diese igual tener que estar todavía pendiente de su hijo de 12 años, que la necesitaba para prácticamente todo.
Pero como me había dicho: estaba encantada de poder cuidar a un bebé. Y era feliz cambiándome el pañal, despertándome y sacándome de la cuna, jugando conmigo en la alfombra, acunándome, dándome el biberón…
Aunque a veces me sorprendía atisbar una expresión de tristeza en sus ojos, de pesar, de decepción consigo misma. Aunque no sabía por qué. Mami estaba cuidando de su bebé. Su vida era plena. Se le notaba en su mirada.
Pero ahí, en lo más profundo de sus ojos estaba ese sentimiento. No estaba a la vista, así que el resto del mundo no lo veía. Ni siquiera estoy seguro de que Elia fuese capaz de verlo. Estaba en lo más profundo de su mirada, en lo más hondo de sus pupilas. Era casi fugaz, y costaba verlo. Pero yo tenía un vínculo especial con Mami, era su bebé, y podía notar que había algo que impedía su total felicidad.
Pero no obstante, la felicidad que sí mostraba era más que evidente. Estaba en cada gesto al cambiarme el pañal, en cada acune que me hacía, en cada cucharada de comida que me daba en la boca, en cada vez que me metía o me sacaba de la cuna, meciéndome en brazos y dándome besitos en la frente.
Mami era feliz con su bebé.
Y su bebé era muy feliz con Mami.
Esa mañana me desperté sin ningún roce suave de Mami en mi hombro. Me desperecé lentamente, agitando los piececitos y los puñitos en el aire, con lo que las sábanas descubrieron a un niño de 12 años adormilado, que llevaba un pijama enterizo en el que abultaba un pañal, y que chupaba un chupete.
Peor me dio frío así que volví a taparme. Agarré a Wile y me hice un ovillo bajo las sábanas.
-Por fin estamos durmiendo en una cuna, Wile –le dije-. Ya somos bebés.
Le di muchos besitos de chupete e imaginé que la cuna era una nave espacial y que Wile y yo cruzábamos el universo, propulsados por el móvil de avioncitos, que funcionaba como una hélice.
Me gustó la idea. Hubiese sido una buena historia.
Entonces me empezó a dar calor y descubrí mi cabecita. Me puse a mirar el móvil, sostenido del cabezal, tan alto. Estiré mis manitas hacia él pero no llegaba ni tan siquiera a estar cerca de rozarlo. Estaba más alto aún  que cuando pendía del cabecero de mi cama. Me destapé del todo y gateé hasta los pies de la cuna. El colchón era pequeñito y estrecho, pero me permitía gatear sobre él.
Últimamente apenas andaba y casi siempre iba gateando a todos sitios.
A Mami le gustaba. Decía que le encantaba ver cómo se movía mi culito ensanchado por el pañal.
Hablando  de Mami. En ese momento entró en la habitación abriendo la puerta con cuidado y me vio a cuatro patas sobre la cuna, chupando mi chupete y mirándola como si me hubiese pillado en una travesura.
-¡Anda! –exclamó mientras dejaba el biberón que llevaba consigo sobre uno de los pocos muebles de habitación de niño de 12 años que quedaban-. ¡Si está ya despierto el bebé!
Yo me reí un poquito culpable y la tetina del chupete amenazó con salírseme de los dientes, pero no llegó a hacerlo. El chupete parecía cada vez que formase más parte de mi boca.
Mami se acercó hasta la cuna y se apoyó con ambos codos sobre la barandilla.
-¿Cómo has dormido hoy, bebé? –preguntó mientras yo gateaba hasta la almohada para coger a Wile.
-Bien –respondí, y me acosté bocarriba abrazando a mi compañero de pañales.
-¿Te gusta la cunita?
-Sí, mucho –y se me escapó una risita de bebé.
-¡Pero qué bebé más bonito eres! –me dijo mientras me palmeaba el pañal-. ¡Uy! –exclamó-. ¡Sí que te has hecho pipi esta noche! ¿Te cambio el pañalito?
-¡Chi! –contesté infantilmente, con mi vocecilla de bebé, que era la única que usaba últimamente. Estiré los brazos hacia ella-. Sácame de la cuna, Mami.
Mami se inclinó hacia mí, me cogió por los sobacos y me sacó de la cuna, poniéndome luego una mano en el culete y pegándome a su cuerpo mientras que con la otra me cogía por la espalda.
-¡Aaaaúpa!
En sus brazos llegué hasta el cambiador y me reposó encima con mucho cuidado. Yo agité mis extremidades ligeramente en el aire y miré a Mami sin dejar de sonreír.
Me sentía muy feliz con todo aquello y mi cerebro se comportaba como si fuese el de un bebé pequeñito. Todavía no había asimilado que durmiese en una cuna como siempre había querido ni que tuviese un cambiador para que me cambiaran el pañal.
Mami me hizo una carantoña en la barriguita.
-Bueno, vamos a cambiarle este pañalito al bebé para que se tome su biberón.
Yo miré al techo chupando mi chupete de manera inconsciente mientras Mami comenzaba con todo el proceso.
Primero me desabrochó uno a uno los botoncitos de mi pijama, empezando por el del cuello y terminando por el que estaba más pegado al extremo de la solapa que llegaba hasta el culete. Después me extrajo un bracito de una manga, tirando de él con mucho cuidado e hizo lo mismo con el otro. Tiró con delicadeza del pijama hacia abajo descubriéndome el torso, la barriguita, el pañal y toda la espalda. Me levantó una pierna tirando del tobillo hacia arriba y con la otra mano me sacó la pierna del pijama. Después repitió la operación con la otra y quedó un cuerpecito menudo y delgado que se agitaba inquieto llevando un pañal enorme de color banco con una franja superior decorada con ositos en pañales.
Entonces Mami sujetó con dos dedos una cinta adhesiva que se adhería sobre la cabecita de un osito y la despegó de la franja, produciendo un frunch. Con los dedos pulgar e índice de la otra mano hizo lo mismo con la otra cinta adhesiva, despegándola del pie de un osito que llevaba un pañal.
El pañal (pero el que yo llevaba) se relajó considerablemente, y las dos cintas adhesivas que se estiraban desde atrás arrastrando consigo los laterales del pañal, caían inertes al lado de mis caderas, con lo que la sensación de agarre y sujeción que provocaba en mi cintura, desapreció.
Mami separó la parte de delante del pañal llevándola hacia ella y separándola de mi bajo vientre y me dejó los genitales al aire. Yo seguí mirando al techo chupando mi chupete, inerte, dejándome hacer y ajeno a todo el proceso que Mami estaba llevando a cabo para cambiarme el pañal, pero disfrutando con la sensación de sentirme tan dependiente de ella, y con cada gesto que llevaba a cabo durante todo el cambio.
Ahora tocaba el turno de extraerme el pañal del todo. Mami izó mis piernas hacia arriba  tirando de los tobillos con una mano y me sacó el pañal con la otra. Me dejó caer el culito suavemente sobre el cambiador e hizo una bola con el pañal que acaba de quitarme, usando de nuevo las cintas adhesivas para que este mantuviese su nueva forma, y lo dejó a un lado.
Comenzó entonces a limpiarme con mucha delicadeza y suavidad, pero esmerándose en que mis genitales y entrepierna quedasen completamente secos.
Cuando así estuvieron, me puso de nuevo otro pañal.
Primero lo tuvo que coger de una de las pequeñas repisas que tenía el cambiador. Eligió uno de conejitos con las letras del abecedario. Los desplegó delante de mí y me levantó las piernas de igual manera que antes, izándomelas desde los tobillos, y me pasó el pañal por el culete. Me dejó caer de nuevo las piernas y comenzó a ajustármelo para que quedase en su sitio, ni muy arriba ni muy echado para un lado.
-¿Sabes, Robin? –me preguntó mientras movía el pañal ligueramente de un lado a otro con ambas manos-. Esta tarde me voy a quedar aquí contigo.
Yo abrí mucho los ojos, emocionado.
-¿Y eso por qué?
-Tu tía Marie va a venir para ayudarme a preparar el salón para Acción de gracias –contestó mientras me pasaba el pañal entre mis piernas.
Es verdad. Ya se me había olvidado que este año Acción de gracias se celebraría en mi casa.
-¿Y va a venir toda la familia? –pregunté dando un chupeteo.
-¿Cuándo?
Mami estaba en ese momento concentrada en que el pañal se quedara en su posición. Sujetaba la parte de atrás y la de delante con varios dedos y me lo acomodaba en torno a mi cintura.
-Pues en Acción de gracias.
Mami terminó con el cambio antes de contestar. Se aseguró de que el pañal quedase en su sitio. Luego aguantó con la mano derecha la posición del pañal presionando muy delicadamente la franja llena de conejitos, y con la izquierda estiró desde atrás la cinta adhesiva, sujetándola con dos dedos y pegándola sobre un cubilete con la letra a. Luego hizo la misma operación por el otro lado pero en sentido inverso. Aguantó el pañal con la mano izquierda y tiró de la cinta con la derecha. Pero este paso tiene que hacerse con más fuerza, para asegurase de que el pañal queda bien apretado al cuerpecito. Es por ello que siempre esta cinta del pañal queda más cerca del centro de la franja decorada.
Cuando me abrochó el pañal, Mami me lo palpó por delante y por lados, como comprobando su grosor y pasó las manos por la franja de conejitos. Me dio un beso en la tripita y dio por terminado el cambio.
-Vendrán todos los de la familia, sí. Todos tus tíos con todos tus primos. ¿No es maravilloso? –el sarcasmo en su voz era evidente hasta para incluso un bebé como yo.
-Yo no quiero que vengan… -refunfuñé.
-Ni yo. Ni Elia tampoco –Mami se apoyó en el cambiador y me tiró ligeramente del asa del chupete-. Pero no te preocupes que como alguien te diga algo, lo echo sin miramientos.
Curioso, no me había ni siquiera parado a pensar en que podrían hacerme burla por la cuna o el cambiador, o por verme todo el rato con un pañal o un chupete.
Eran cosas que necesitaba y que eran normales de ver en un bebé.
Y yo era un bebé.
De todas formas, agradecía que Mami se preocupase por defenderme, pero hacía tiempo que las burlas de los demás no me importaban.
Estaba solo y siempre lo estaría.
Lo había aceptado.
Mami empezó entonces a ponerme el bodi. Escogió del armario uno de color azul celeste. Mami había reservado uno de los cajones del guardarropa para mi ropita de bebé, de modo que ahí estaban mis pijamitas enterizos y los bodis.
Mami le soltó los botoncitos de la parte de abajo y lo enrollo para que me fuese más fácil introducir la cabecita por él. Una vez que lo hube hecho me pasó entonces con cuidado los bracitos por las mangas. Desenrolló el bodi hacia abajo hasta cubrirme el pañal y me abrochó de nuevo los botoncitos de debajo de la entrepierna, dejándome el pañal más sujeto aún si cabe y dándome una sensación como si formase parte de mí, pues el bodi actuaba casi como una segunda piel.
Como si el pañal estuviese en mi interior.
Encima del bodi me puso una camiseta de Power Ranger: Ninja Storm y también unos pantaloncitos de algodón de color gris clarito.
-Qué guapo está mi bebé –dijo mientras me pasaba los dedos por el pelo, dejándomelo caer a ambos lados de la cabeza con la raya en medio
Entonces me volvió a coger en peso y fue conmigo hasta la mecedora. Se sentó en ella y me acomodó en su regazo, recostándome mirando hacia arriba. En momentos así me sentía muy vulnerable, incapaz de valerme por mí mismo y necesitando de alguien para llevarme a todos lados, o para alimentarme, como era el caso de lo que iba a hacer Mami a continuación.
Llevaba puesta la bata de estar por casa, que era pesada y suave al tacto. Cuando Mami se alisó los pliegues y me reposó en su regazo y yo reposé la cabeza en uno de sus enormes senos, me sentí protegido de todo mal. Mami era muy suave e irradiaba calor; me achuché contra su busto, pegando mi carita a su bata para sentir su tacto. Cerré los ojitos y chupé mi chupete pasudamente.
Mami me rodeó con su brazo, pegándome más hacia su cuerpo, y me acunó ligeramente mientras se balanceaba en la mecedora adelante y atrás, pero solo lo mínimo para que fuese un movimiento tenue, casi otra manera de acunar más que un lento vaivén.
Balbuceé ininteligiblemente y me acurruqué más aún. Hacia menos de diez minutos que me había levantado y ya me estaba volviendo a quedar dormido…
Entonces sentí como mi chupete se salía despacito de mi boquita y balbuceé molesto. Aún con los ojos cerrados, seguí haciendo el gesto de chupar una vez que Mami me lo había quitado del todo, erguí la cabeza y seguí en el aire su recorrido, abriendo y cerrando los labios, buscando la tetina que no estaba. Pero entonces mis labios se toparon con la tetina del biberón y se cerraron en torno a ella, continuando con el gesto de chupar, pero esta vez obteniendo algo a cambio: leche calentita que entraba en mi boca, pasaba por mi esófago y cayendo hasta mi barriga, reconfortándome y calentándome por dentro. Poco a poco mi cabecita volvió al pecho de Mami, y ahí reposada, seguí tomándome el biberón si abrir los ojos.
Mami se seguía meciendo con suavidad y me daba palmaditas el pañal, mientras tarareaba una nana.
Yo era un bebé vulnerable, pero me sentía en paz. Liberado. En una especie de éxtasis permanente, el nirvana de los monjes budistas, no del grupo que le gusta a Elia. Encima de Mami, llevando pañal y chupando del biberón que ella me daba. Yo tenía los ojitos cerrados así que no veía nada del mundo exterior. En ese momento éramos solo Mami y yo.
Me terminé el biberón y Mami aprovechó para cambiarme de postura, sentándome sobre sus rodillas mirando hacia ella y dándome palmaditas en la espalda para que expulsase los gases. Me tiré un par de pequeños eructos y enseguida balbuceé inquieto, agitando los labios y pidiendo mi chupete.
Mami comprendió y volvió a introducirlo en mi boquita.
Lo chupé gustosamente.
-Bueno, bueno –empezó a decir Mami mientras se incorporaba, todavía conmigo en brazos-. Vamos a espabilarnos que el día acaba de empezar.
Yo abrí los ojitos, aún bastante adormilado.
-Eso es –y me dio un besito en la mejilla.
Bajó conmigo las escaleras y me llevó hasta el salón. Me reposó encima de la alfombra, en la que todavía estaban esparcidos mis juguetes desde ayer y se despidió, porque tenía que irse a hacer algunas cosas del trabajo con el ordenador.
Yo me sentí solo. Me faltaba algo.
Miré a Mami, que ya se había dado la vuelta y andaba hacia la cocina, y empecé a balbucear.
-¿Qué es, Robin? –Mami se giró y regresó sobre sus pasos, con expresión ligeramente preocupada.
-Gugu –dije, perdón, balbuceé-. ¡Gugu! ¡Gugú! –estiré mis bracitos con las palmas de las manos abiertas
-Ah, ya veo –sonrió Mami, comprendiendo-. Te lo traigo enseguida.
Desaprecio escaleras arriba y regresó con Wile bajo el brazo.
Yo me agité inquieto y balbuceé feliz. Estiré los bracitos hacia mi amigo.
-¡Gugu, gugu!
Mami me lo tendió, yo lo cogí rápidamente y lo espachurré contra mí. Cerrando los ojos para sentir mejor su tacto sobre mi carita.
-Bueno, pues quédate aquí mientras estoy haciendo cosas. Si necesitas que te cambie el añal me lo dices, ¿vale?
-¡Vale! –respondí contento.
-¡Ese es mi bebé! –Mami me sonrió con afección y me dio un beso en la frente antes de marcharse.
Esta era mi vida ahora.
Una vida de bebé.
Y me encantaba.


*****


Mami me estaba preparando para irme a dormir la siesta. Y cuando digo preparándome quiero decir cambiándome el pañal.
Me acababa de hacer pipí nada más terminar de comer. Yo no había dicho nada pero Mami lo había notado al quitarme el bodi para ponerme el pijama, por lo que ahora tenía que cambiarme antes el pañal.
Terminó de abrocharme las cintas sobre la franja de cochecitos, camiones y semáforos y me dio un beso en mi barriguita desnuda. Me puso el pijama con mucha delicadeza mientras yo me mantenía dócil e inerte y me llevó en brazos hasta la cuna. Me sujetaba con ambas manos entrelazadas por el culito mientras yo le pasaba los brazos por el cuello, llevando en una de las manos a Wile bien cogido.
Mami nos introdujo dentro, reposándome la espada sobre el colchón, muy, muy suavemente. Yo me acurruqué contra Wile y solté un gemido adormilado. Cerré los ojitos y me preparé para quedarme dormido.
Mami me dio un beso en la frente y me arropó con cuidado, remetiéndome las sábanas y la manta por debajo de mi hombro, costado y pañal, dándome una palmadita en este, como para cerciorarse una vez más de que su bebé iba a dormir protegido.
Pero antes de que empezase a balbucear inquieto, me temblasen los labios y empezase a hacer el gesto de chupar con la boca, una tetina se me introdujo delicadamente en ella, y al sentirla dentro empecé a chupar gustosamente.
De verdad, los que no usáis chupete no sabéis lo que os estáis perdiendo.
-Descansa, mi bebé –me dijo Mami dándome otro beso, esta vez en la nuca.
Escuché los pasos de Mami ir hacia la puerta, el sonido del interruptor de la luz y la puerta de mi habitación cerrándose muy flojito.
Me aferré más al cuerpecito de felpa de mi amigo, sintiendo también en mis manos el plástico de su pañal y me concentré en chupar mi chupete hasta que me quedé dormido.



*****


Me despertó el sonido de unas voces.
Había gente en casa.
Gente que no era Mami ni Elia, quiero decir.
Aunque a Elia no se la escuchaba por ningún lado.
Básicamente era Mami hablando con otra mujer. Y de vez en cuando se oían las voces agudas de dos niñas.
Oh, no.
Mami me había dicho por la mañana que tía Marie iba a venir a ayudarla con los preparativos de Acción de gracias. En ese momento oía las voces aproximándose hacia mi habitación y podía distinguir con claridad lo que decían, pues poco a poco iba saliendo de mi adormilamiento.
-… muero por ver cómo te ha quedado la habitación del niño –tía Marie.
-Al final ha entrado todo bien. Tuvimos que deshacernos de un cajonera pero bueno. La próxima vez mediremos mejor –Mami.
-¿Y vosotras? ¿Queréis ver la cuna del primo Robin? –tía Marie de nuevo.
-¡Yo sí! –Laëtitia.
-¡Y yo! –voz ahogada por chupete. Felicia.
-Pero intentad no hacer mucho ruido a ver si lo vamos a despertar, ¿vale? –tía Marie.
-Da igual, si ya es hora de que se levante.
-Ya, mujer, pero a nadie le gusta despertase con dos niñas chillando. Te lo digo yo por pura experiencia.
La puerta de mi cuarto se abrió, y por el pequeño resquicio empezó a entrar un haz de luz que rompió la oscuridad latente. Me quedé quieto, chupando mi chupete y esperando a que la oscuridad terminara de romperse del todo.
-¡No veo nada! –mi prima mayor se quejaba de lo evidente.
-Espera que encienda la luz –Mami.
El interruptor hizo click y la estancia se iluminó, dejando ver con total claridad la cuna de la esquina, el cambiador de la pared y el resto de muebles que no le interesaban a nadie.
-Alaaaa –exclamó Laëtitia.
-Es una cuna –dijo Felicia, que iba en brazos de mi tía.
Se acercaron las cuatro hasta mi cuna. Yo estaba bocarriba tapado hasta los hombros por las sábanas, con Wile a mi lado y chupando mi chupete, mirándolas con ojos inexpresivos. Un poco cohibido a la par que abochornado viéndolas a las cuatro allí sobre mi cuna, vestidas todas con ropa de calle, zapatos y sudaderas. Y yo dentro de una cuna, con un pañal (que estaba mojado) cubierto por suaves sábanas y llevando un pijama.
Mami estaba apoyada sobre la barandilla y me miraba con una expresión un poco culpable, supongo que por haber traído a aquellas personas a mi despertar. Tía Marie sostenía en brazos a Felicia, pero el pañal de mi prima no abultaba debajo de su pantalón; es más, ni siquiera parecía que lo llevase. Laëtitia por su parte, estaba pegada a los barrotes y agarraba dos de ellos como quien está dentro de una celda.
Solo que el que estaba en un sitio del que no podía salir era yo.
¿Y por qué a mi prima pequeña no le abultaba el pañal?
-Qué mono, por favor… -mi tía Marie se inclinó un poco hacia mí, acomodándose a su hija pequeña en brazos-. ¡Buenos días!
-Está aún un poco adormilado –me excusó Mami mientras me acariciaba un mechón de pelo.
-No me extraña –continuo mi tía-. Estará diciendo –y puso una voz infantil-  ¿Qué hace toda esta gente en mi cuna? Y la verdad es que te ha quedado el cuarto precioso… -mi tía miró alrededor, olvidándose momentáneamente de su sobrino de 12 años metido dentro de una cuna-. El cambiador queda muy bien con el resto de muebles, y el móvil de avioncitos encima de la cuna también.
-Sí, tenía que mantener también el escritorio… Ahora hay menos sitio para moverse, con la mecedora también, pero bueno –suspiró-, aquí estamos cuatro y no nos apretamos.
-¡Anda, es verdad que hay una mecedora! No la había visto. ¿Y para qué la has traído?
-Para darle el bibe en mi regazo, que con la cuna ahora no podemos recostarnos los dos –Mami me miró con expresión de ternura.
-Pipí –dijo de pronto Felicia, en brazos de su madre.
-¿Te haces? –mi tía la miró.
-Sí. Ya.
-Venga, venga, vamos al cuarto de baño –mi tía salió con mi prima en brazos y Mami la siguió.
-Espera que tengo ahí toda la ropa de esta mañana –pero antes de salir se dirigió a Laëtitia-. Tú habla con el primo, que no se vuelva a dormir.
Mi prima no había dejado de contemplarme aferrada a los barrotes de la cuna. Yo había intentado hacer caso omiso de ella pero ahora no tenía excusa. Me desperecé agitando mis puñitos y chupé el chupete. La miré.
-Hola –la saludé.
-Hola –me dijo ella mirándome con atención.
-¿Qué tal? –pregunté, por decir algo.
-¿Por qué duermes en una cuna? –me preguntó si mudar la expresión.
-Porque soy un bebé –contesté,  fui gateando hasta donde estaba ella-. Los bebés dormimos en cuna.
-¿Pero no eres mayor para ser un bebé? Los bebes no son tan mayores.
Yo me senté en frente de ella, sobre mi pañal. Yo dentro de la cuna y ella fuera.
Ella podía ir dónde quisiera. A mí me tenían que sacar primero.
Ella, 5 años.
Yo, 12.
-Pero yo llevo pañales, ¿no te acuerdas? –pregunté, y luego sin esperar respuesta, continúe-. Y también tengo chupete y biberón. Por eso soy un bebé.
-¿Y no te da vergüenza? ¿Tus amigos no te dicen nada? Yo me reiría mucho si una de mis amigas llevase pañales, y seguro que todos tus amigos son mayores como tú.
-Yo no tengo amigos –fue lo primero que dije-. Pero tú también llevas pañales –le recordé.
-Solo para dormir –me replicó ella-. Y Felicia ya no los lleva de día. Solo para dormir también. Y mi madre dice que pronto le comprará una cama como a mí. Y tú eres mayor y llevas pañales todo el día y duermes en una cuna.
-Pero yo soy un bebé –dije de nuevo.
En ese momento regresaron Mami, mi tía y Felicia. Esta última venía muy contenta.
-Tu hermana ha hecho pipí en el váter de mayores –le dijo mi tía a Laëtitia, muy orgullosa. Luego fijó su vista en mí, en mi cuna, en mi chupete y en el pañal que abultaba en mi pijama-. Uy, perdón –añadió mirando a Mami.
-No pasa nada –dijo Mami haciendo una ademán para restarle importancia. Luego me miró a mí-. ¿Te cambiamos el pañal, Robin? –y como era una pregunta retórica, se acercó hasta mi cuna y me sacó en peso.
Mami me acomodó en brazos y me dio un beso en la mejilla. Yo movía mi chupete todo el rato con un gesto inexpresivo. Mami me dio dos palmaditas en el pañal de camino al cambiador.
-Vamos a cambiarte este pañalito… -decía mientras me reposaba con cuidado sobre la superficie del cambiador.
Mami me hablaba con tono infantil y mimoso, el que se usa para dirigirse a los bebés. A mí me molestaba un poquito que lo emplease delante de otras personas, pero suponía que Mami se había acostumbrado a usarlo conmigo.
De todas formas no me importaba demasiado; al fin y al cabo yo era un bebé. Aunque sí que es verdad que prefería que Mami reservase ese tono infantil para nuestros momentos a solas, porque era una cosa muy nuestra. Aunque fuese un bebé a ojos de todo el mundo, quería seguir siendo el bebé de Mami. Elia y tía Marie también me cambiaban el pañal, pero solo Mami lo hacía con esa mimosidad, con esas caricias, y hablándome con ese tono infantil.
Y quería que fuese solo algo entre ella y yo.
Yo era un bebé, pero ante todo era el bebé de Mami.
Aunque me sentía demasiado cohibido en ese momento, viéndome con pañal y pijamita mono delante de otras personas que vestían de calle y podían valerse por sus propios medios (más o menos) como para decir nada. Mi cerebro estaba un poco embotado y no me sentía capaz de decir nada, ni mucho menos de protestar. Me pasaba cuando estaba recién levantado pero también cuando mi cerebro entrada en ese espacio de bebé en el que no era capaz de pronunciar ninguna palabra y dejaba mi cuerpo inerte, como un muñeco de trapo totalmente dócil y maleable cuyos únicos gestos se reducían a abrir y cerrar la boquita pidiendo el chupete y balbucear inquieto.
Mami iba a empezar a cambiarme el pañal pero entonces mi prima mayor correteó hacia el cambiador y se situó al lado de Mami:
-¿Puedo cambiarlo yo? –preguntó Laëtitia.
Mami la miró extrañada, y luego a su hermana, quien aclaró:
-Es que la estoy enseñando a que me ayude a cambiarle el pañal a su hermana y como ahora solo se lo pongo para dormir… Pero vamos –sea apresuró a añadir-, que si no puede ser, no puede ser. Esta noche me ayudas con Felicia, cielo –le dijo a mi prima-, y también a ponértelo a ti.
-No, no –Mami estaba un poco sonrojada-. No pasa nada. Así practicas. ¿Le quieres entonces cambiar el pañal al primo?
-Sí, sí, sí –contesto Laëtitia muy contenta.
El cambiador le llegaba a mi prima a la altura de la frente así que empezó a estirar los brazos hacia arriba para tratar de desabrocharme el pijama, pero lo único que conseguía era darme manotazos mientras tanteaba buscando los botones, aunque casi todos los golpes fueron a parar al pañal, por lo que los recibí amortiguados.
-Será mejor que lo hagamos en otro sitio, que aquí va a estar complicado –dijo Mami. Se inclinó hacia mí y me volvió a coger en peso, acomodándome entre sus brazos mientras me apoyaba sobre su torso-. Coge un pañal de esos de ahí y sígueme –le indico a Laëtitia señalando los recovecos de los pañales.
-¿Cuál cojo? –pregunto mi prima observando los pañales mucho interés.
-El que quieras –respondió Mami.
-Estos de ositos me gustan.
-Pues esos mismos. Coge uno y sígueme.
Salimos de mi cuarto en procesión. Yo en brazos de Mami, con la barbilla apoyada en su hombro y chupando mi chupete un poco inquieto. Detrás nuestra iba tía Marie con su Felicia en brazos, y cerrando la comitiva, Laëtitia con uno de mis pañales de osos llevando pañales.
Llegamos al salón y Mami me tumbó con delicadeza bocarriba sobre mi alfombra de juegos. Sentí que me clavaba algo en la espalda.
-Gugu, gugu –balbuceé molesto.
Mami me volteó ligeramente y sacó un muñeco de Spiderman de debajo de mi espalada.
-Ya está, Robin –me dio un besito en la mejilla-. Acércate, Laëtitia.
-Nosotras nos sentamos aquí para verlo todo mejor –dijo mi tía al tiempo que ocupaba con su hija pequeña un sofá.
Yo me sentía un poco inquieto. Una niña de 5 años me iba a cambiar el pañal. Pienso en lo que habría significado esa situación hace unos meses. Habría llorado, pataleado y me habría mojado encima. Ahora lo que significaría una humillación completa para un niño de 12 años no me ocasionaba más que una ligera inquietud.
Aun así habría preferido mil veces antes que Mami me hubiese cambiado el pañal en mi habitación, sobre el cambiador, haciéndome mimitos y terminado con un besito en la barriga mucho antes que verme tumbado en el suelo del salón, con mi prima de rodillas frente a mí y con espectadores como si este cambio de pañal fuese un número de circo.
-Lo primero que tenemos que hacer cuando Robin lleva uno de estos pijamas –empezó Mami- es soltarle los botones de la solapa de atrás, que cubre el culete hasta la pernera, y para eso tenemos que ponerlo un poco de lado, pero con delicadeza. No tenemos que olvidar que es un bebé.
Mami me giró un poquito hacia la izquierda y me desbrocho los dos botoncitos de la solapa. Luego me volvió a dejar bocarriba. Yo seguí chupando mi chupete mirando al techo, intentando abstraerme de todo lo que estaba pasando en mi salón.
Qué bonitas las manchas de pintura de al lado de la lámpara.
-Ahora ya podemos abrir la solapa y ver el pañal –Mami lo hizo.
-¿Por qué el primo Robin lleva estos pijamas? –preguntó mi prima.
-Porque son pijamas para bebés –contestó Mami-. Vienen muy bien para cambiar el pañal.
-Tu hermana también lleva uno como ese –le dijo desde el sofá tía Marie.
-¿Ah, sí?
-Claro que sí. Lo que pasa es que no te enteras de nada, hija.
-Ahora –continuó Mami- tenemos que abrir el pañal. ¿Sabes cómo se hace?
-Soltando las dos cintas estas, ¿no? –Laëtitia señaló las dos cintas adhesivas sobre la franja delantera del pañal.
-Exacto –corroboró Mami-. Venga, hazlo tú.
Con manos torpes, Laëtitia se apoyó sobre mi pañal y soltó de un tirón una cinta adhesiva, prodúcenos el frunch más fuerte de toda la historia de los frunch. Luego cambió las manos de posición y despegó la otra.
-¡Muy bien! –la felicitó Mami-. Ahora tenemos que quitarle el pañal. Esto lo voy a hacer yo que Robin pesa más que tu hermanita. Tú estate muy atenta a cómo lo hago.
Laëtitia asintió y observó fijamente sin pestañear como Mami me izaba las piernas hacia arriba con una mano y extraía el pañal con la otra. Luego me dejó caer las piernas muy suavemente sobre la alfombra.
-¿Ves? –le preguntó a Laëtitia, que asintió-. ¿Qué viene ahora?
-Umm… Limpiar.
-¡Correcto! -la felicitó de nuevo-. ¿Lo quieres hacer tú?
Mi prima mayor asintió.
Comenzó a limpiarme a trompicones, de manera torpe. Mami le iba indicando las zonas que se había dejado y yo miraba al techo con los ojos cerrados, suplicando que este momento terminara cuanto antes. Ahora sí que me estaba sintiendo muy humillado.
Una niña de 5 años me estaba cambiando el pañal. ¿Cómo había permitido que pasara esto?
Balbuceé inquieto y empecé a agitar mis bracitos y piernecitas sobre la alfombra.
-¡Gugu! ¡Gugu!
-¿Qué pasa? –mi prima retiró rápidamente la mano.
-¿Sabes una cosa, Laëtitia? –le dijo Mami de manera resolutiva-. Lo has hecho muy bien. Ahora déjame terminar a mí, ¿vale?
-Pero si aún no le hemos puesto el pañal –protestó mi prima.
-Ven, Laëtitia –le dijo mi tía estirando su mano hacia ella-. Deja que la tía termine con el primo.
-Pero…
-Vamos –la voz de tía Marie sonó más firme.
Mi prima corrió con su madre a regañadientes pero al menos se fue, dejando que Mami terminase con mi cambio.
Mami terminó de limpiarme las zonas que seguían húmedas y dio un repaso también por las que había ‘’limpiado’’ Laëtitia, luego terminó el cambio de pañal en un periquete. Me levantó las piernas con una mano, pasó el pañal de ositos con la otra, me lo acomodó debajo del culete, me lo pasó por la entrepierna, me lo ajustó al cuerpo y me lo abrochó de manera firme con las dos cintas adhesivas. Luego me volvió a cerrar la solapa del culete y me dio un besito en la barriguita.
-¿Mejor, no? –me preguntó.
Mejor. Mucho mejor.
Era la hora de merendar, así que Mami y tía Marie calentaron tres biberones. Mi tía le dio el suyo a Felicia y Mami me lo dio a mí. Laëtitia por su parte iba con su biberón en la mano de un lado a otro, observando cómo nos daban el biberón a su hermana y a mí y tocando todos mis juguetes. Aun así se acabó el biberón antes que nosotros y se acercó corriendo a su madre, que le dio dos palmaditas en la espalda sin dejar de darle el biberón a su hija pequeña, eructó un par de veces y siguió corriendo por el salón.
Cuando yo me terminé el biberón, Mami me hizo expulsar los gases delicadamente y me meció un poco sobre su regazo. Luego, tanto ella como tía Marie nos dejaron de nuevo sobre la alfombra, nos dijeron que juagásemos o viésemos la televisión o lo que sea, que ellas iban a prepararlo todo para Acción de gracias.
Jugamos de nuevo los tres juntos, y al igual que la última vez, Laëtitia era quien decidía los juegos y los personajes, ya que ella era la mayor. Felicia y yo obedecíamos y así transcurrieron los juegos. Aunque ahora tenía la sensación de que hasta mi prima de 3 años estaba por encima de mí, quedándome yo solo como el más pequeño de los tres. Ella ya no llevaba pañal de día y yo seguía teniendo el mío fuertemente sujeto a mi cintura. Ella llevaba ropa de niña y yo de bebé. Mis sospechas quedaron confirmadas cuando jugamos a que ellas eran un matrimonio y yo su bebé. Hicieron como que me cambiaban el pañal, cogieron mi biberón vacío que Mami había dejado sobre la mesa cuando terminé de tomármelo y jugaron a que me lo daban, primero una y luego la otra. Luego me voltearon sin delicadeza y me dieron palmadas en la espalda, muy fuertes. Me hicieron daño pero no dije nada. Yo me dejaba usar como un pelele, haciendo todo lo que me mandaban. Me hicieron gatear por todo el salón detrás de mi chupete, que me habían quitado de la boca de un tirón. Como si fuese un caballo que va tras la zanahoria. Y como nunca lo alcanzaba no tuve más remedio que pedir por favor que me lo devolviesen.
Lo hizo Felicia, quien me lo metió en la boca con un Toma, el chupete del bebé.
Mis primas juagaban conmigo como si yo fuese su muñeco. Hicieron como que me daban de comer con unos cubiertos de plástico que había traído Laëtitia, me pusieron a dormir la siesta, me hicieron llorar a propósito para poder castigarme, con lo que estuve un buen rato mirando al rincón mientras mis primas jugaban con mis juguetes. Me hicieron también llorar a propósito arrancándome a Wile de mis brazos para sus juegos. Les pedí que me lo devolvieran, y debí de dar mucha lástima, porque lo hicieron enseguida.
Me quitaron el pijama, dejándome solo con el pañal. Me obligaron a gatear así por todo el salón llevándolas a caballito. Mis primas iban subidas en mi espalda y me daban con los tobillos en el costado y me golpeaban el pañal con la mano diciendo Arre, arre.
Arre o te quitamos el chupete.
Yo obedecí, chupando mi chupete con mucha fuerza y viéndome completamente humillado.
Cuando se cansaron me obligaron a tumbarme bocarriba porque dijeron que era hora de darme de nuevo el biberón. Obedecí otra vez, acostándome sobre la alfombra, cuando de repente se me salió el pipí. Me llevé las manos al pañal y dejé que saliera. Entonces, cuando terminé, sin dejar de agarrarme el pañal, miré a mis primas y les dije, les imploré más bien:
-¿Podéis llamar a Mami para que me cambie?
Pero Laëtitia dijo que no, que ella sabía cambiar pañales y que lo haría ella, y que Felicia la ayudaría. La mandó a mi habitación a por un pañal, y cuando ya me estaba viendo ahí en el suelo siendo cambiado de cualquier manera por mis primas pequeñas, Mami y tía Marie irrumpieron en el salón.
-¿Qué pasa aquí? –preguntó mi tía la verme en pañales sobre la alfombra.
-Estábamos jugando a que era nuestro bebe –contesto Felicia.
Mami la ignoró y vino directamente hacia mí.
-Ven aquí, Robin –me izó en peso y me meció ligeramente en sus brazos. Me dio dos palmaditas suaves en el pañal-. Vamos arriba a cambiarte, cielo.
-Toma, que te lo dejas.
Tía Marie había cogido mi pijama del suelo, que era una maraña de tela, y se lo tendió a Mami, quien la cogió los dedos sin despegar la mano con la que me aguantaba del culete.
Mami subió conmigo escaleras arriba para cambiarme en mi cuarto y pude oír como tía Marie les preguntaba a sus hijas por el juego al que habíamos estado jugando.
Habían jugado ellas, yo no.
Cuando entramos en mi cuarto, Mami dejó el pijama sobre la barandilla de la cuna y a mí me reposó sobre el cambiador.
Y empecé a llorar. A berrear en un llanto incontrolable mientras agitaba mis extremidades. Desnudo a excepción del pañal.
Mami me cogió otra vez y me acunó en sus brazos. Me sentía muy expuesto, muy vulnerable. Desnudo y con pañal. Mami fue conmigo hasta la mecedora y se meció conmigo en su regazo. Me calmé un poco y cesó el llanto, pero aún seguía muy inquieto y nervioso por todo lo que había pasado. Mami comprendió que ya podría cambiarme el pañal y me llevó de nuevo al cambiador.
Me cambió el pañal como tenía que haberlo hecho antes: con mimos y caricias, los dos solos y hablándome como se le habla a un bebé.
Cuando terminó el cambio, se demoró un poquito más en hacerme mimitos para que me sintiera mejor.
Lo logró.
-Vale, ahora voy a hacerte una cosita para espachurrarte aún más –me dijo con una sonrisa emocionada.
Fue hasta la cuna y cogió una de las mantas. Regresó con ella al cambiador y la puso a mi lado. Me levantó y colocó encima de la manta. Y entonces me envolvió en ella. Muy fuerte, sin que tuviese espacio dentro para moverme. Iba desnudo a excepción del pañal, pero envuelto en esa mantita me sentía muy seguro y cobijado. Mami me la pasó también por la cabeza haciéndome una especie de capucha, con lo que solo se veía mi carita. Y esta llevaba un chupete.
Era como el emoticono de bebé de Whatsapp.
Era incapaz de moverme dentro de esa manta, de ese capullo que había hecho Mami para mí.
Me cogió en peso y bajó así conmigo hasta el salón. Allí estaban tía Marie y mis primas viendo la televisión. Habían recogido todos los juguetes, incluidos los míos y miraban la pantalla muy calmadas. Felicia tenía el chupete en la boca y volvía a llevar un pañal. No parecían los dos seres desalmados que me habían vejado momentos atrás.
Me alegré de estar en brazos de Mami y de tener una excusa para no ir con ellas.
Pasamos el resto de la tarde viendo la televisión. Bueno, mis primas veían la televisión. Mami y tía Marie miraban sus móviles y hablaban de vez en cuando entre ellas de cuidar bebés.
-¿Y eso que le has puesto un pañal a Felicia? –le preguntó Mami a tía Marie.
-Así me despreocupo un poco, que cuando llega esta ahora ya estoy cansada de estar todo el día pendiente para llevarla al baño –hizo una pausa y añadió, frotando la espalda de su hija pequeña-. Poco a poco. Dejar el pañal es una carrera de fondo.
-Buff –Mami suspiró-. Yo ya no me acuerdo ni de la última vez que Robin llevó calzoncillos.
Mami sostenía su móvil delante de mí, pues me tenía abrazado con los brazos. Vi que tenía una conversación abierta con Elia, pero no alcancé a ver de qué iba, solo que mi hermana le mandaba audios muy largos.
Cuando ya casi era la hora de cenar, oímos la moto de Elia detenerse junto a la casa, y al poco la puerta se abrió y aparecieron por ella Elia y Clementine. Venían del cine de ver Joker.
-Una basura, ni os acerquéis –dictaminó mientras dejaba el caso de la moto sobre la mesa.
-Pretenciosa –corroboró Clementine-. Se da ínfulas de obra maestra y producto diferente al resto pero es una más del montón.
Como éramos muchos para cenar, y Mami se empeñó en que Clementine se quedara a pesar de sus abochornadas negativas con las que Elia no paró de reírse, decidimos que lo mejor era pedir unas pizzas. Elia se ofreció para ir en moto a recogerlas y que saliese más barato que si nos las traía un repartidor, pero en verdad era una excusa para coger la moto.
-Robin puede venirse conmigo –dijo guiándome un ojo.
Dentro de mi cobijo de mantas, he de reconocerlo, me emocioné mucho.
Mami al principio no quiso ni oír hablar de aquello pero tras las insistencias de Elia, Clementine, tía Marie y las mías propias tuvo que ceder así que 15 minutos más tarde me había deshecho de la manta y estaba en el recibidor vestido con un pantalón vaquero y una sudadera encima de un pijama enterizo, con mis zapatillas deportivas y una gran bufanda con la que Mami me había envuelto el cuello y parte de la cabeza. También llevaba una chaqueta de cuero de Elia de cuando ella tenía 7 años.
Mi hermana demoró un tiempo en ponerme el casco de Clementine y ajustármelo fuertemente debajo de la barbilla.
-Perfecto –dijo contemplándome como cuando me ponía un pañal-. Pero el chupete lo tienes que dejar.
-¿Va bien si me lo guardo en el bolsillo?
-Va de sobra.
-Cuidado Elia, por dios –le suplicó Mami, que tenía una expresión angustiada en el rostro.
-Todo irá bien, Mamá.
-Claro que sí, Señora Starkley –corroboró Clementine.
-Por favor, Clementine. Llámame…
-¡¿Nos vamos ya o qué?! –gritó Elia tras ponerse el casco.
Salimos a la calle. Solo nos íbamos Elia y yo, pero todas salieron también. yo fui a subirme en la moto pero Elia me detuvo.
-Primero la que conduce –dijo.
Pasó una pierna por encima y subió de un salto. Hizo contacto con la llave y arrancó de una patada. Le dio puño varias veces.
-¡Sube! –me gritó.
Mami me cogió en peso y me sentó sobre el asiento, pegándome mucho a la espalda de Elia.
-Parece La Hormiga Atómica con ese caso –dio Clementine.
-¡Agárrate muy fuerte, Robin! –me gritó Mami mientras abría los reposapiés-. Apoya el pie aquí. Elia, no corras mucho, por favor.
-¡Todo controlado!
-¡Yo también quiero subir con la prima! –gritó Laëtitia-. ¡Cuando venga voy yo!
Yo creía que iba a ser su madre quien le dijese que no, pero Elia se adelantó.
-¡Ni hablar!
-¿Por qué? –protestó mi prima.
-¡Porque eres muy pequeña! –le contestó Elia, y noté que disfrutó con eso.
-¿Y yo qué? –preguntó Felicia.
Esta vez fue Clementine quien se adelantó a tía Marie.
-Tú eres más pequeña aún.
-¡Pero el primo Robin lleva pañales y chupete! –Laëtitia no se daba por vencida-. ¡Y duerme en una cuna!
-Pero el primo Robin sabe recitarte de memoria raíces cuadradas, La Declaración de Independencia y los ríos del país. ¿Sabes tú eso? Aquí solo se suben los que van al colegio, no los que siguen en la guardería. ¡Agárrate, atún!
Y sin que yo lo esperase, Elia arrancó y al segundo siguiente ya nos alejábamos calle abajo a toda velocidad. Cuando y salimos a la carretera principal, Elia la puso a todo lo que daba de sí. De todas formas era un ciclomotor, tampoco era tanto. Pero allí arriba, con el viento dándome en el caso y agitándome el pelo, me pareció que cabalgábamos el aire.
Mi hermana era la conductora, así que estaba en buenas manos.
Yo, con un pañal debajo del pijama y una chaqueta de cuero encima de la sudadera, me sentí, por primera vez en mi vida, libre. Capaz de todo.
Era un bebé pero eso no significaba que fuese débil.
No significaba que el mundo pudiese mangonearme a su antojo.
El viento me daba en la cara, y aprovechando que no llevaba el chupete, grité.
Grité más que en toda mi vida.
¿Oís eso, gente?
Es Robin Starkley.
Ha venido para quedarse.




Dedicado con cariño y admiración a Andy Tale Corner,
cuya historia La guardería secreta fue una inspiración desde el primer momento.
Tony Prince.