26 de diciembre de 2018

Pausa navideña

Hola a todas, hola a todos!

Como habréis podido comprobar, hoy no ha habido capítulo nuevo de Los 2 Mundos de Robin Starkley...

La razón es simple: es Navidad y he decidido hacer una pequeña pausita. El año pasado, como sabréis, estaba en Londres y no pude disfrutar la Navidad con mi familia, así que este año no es que haya querido entregarme en cuerpo y alma al espíritu navideño, pero es que los distintos miembros de mi familia me reclaman para comer/cenar/ponerme como un cerdo. No es que no tenga tiempo para nada, ojo; es que en estas fechas me apetece tomarme un descansito y dedicarme a otros quehaceres y proyectos. Además, así os viene bien a algunos para poneros al día, que me consta que algunos llevan capítulos de retraso :)

Y qué narices, que son vacaciones y hasta las series de tv hacen una pausa hahaha

Volvemos el 22 de Enero lectores!

Nada más.

Ah, sí! Que feliz Navidad^^

Gracias por estar ahí.

Se os quiere.

Con una sonrisa detrás de mi chupete,
Tony P.


18 de diciembre de 2018

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 8: Plástico sobre piel



Estoy tumbado bocarriba en mi cama, moviendo mi chupete mientras veo los avioncitos del móvil girar, intentando alcanzar a los helicópteros y estos a su vez intentando pillar los cohetes.
Son tan monos. Todos tan infantiles.
Me relajan mucho.
Hace poco que Mami y yo hemos vuelto del cine y Elia me ha cambiado el pañal. Y digo cambiado porque tras quitarme el mojado me ha puesto otro. Me llevo las manos hacia el pantalón y lo siento en mi cuerpo. Acolchado y haciendo el ruido tan característico de plástico contra tela.
Plástico sobre piel.
Mi piel.
Me levanto el pantalón de algodón con el cordel desabrochado y me lo miro.
Ahí. Donde deberían haber unos calzoncillos, hay un pañal.
Un pañal de bebé.
Miro el pañal, blanco en su mayor parte pero con un franja azul cielo con conejitos infantiles que sujetan bloques con las tres primeras letras del abecedario en la que hay pegadas dos cintas adhesivas que lo sujetan.
Un pañal de bebé.
Y eso es lo que soy yo. Un bebé.
Esta tarde me he hecho pipí en el cine.
No durmiendo. No viajando en coche. No a propósito. No.
Me he hecho pipí encima. Despierto.
De acuerdo que la película estaba muy emocionante y era un momento de gran tensión pero esa no es razón para mojarme encima.
Película, por cierto, de la que no he podido ver el final.
Y no lo he visto porque me he hecho pipí encima.
¿Por qué?
Porque soy un bebé.
Me vuelvo a cubrir el pañal y miro los avioncitos girar.
Es un círculo infinito pero arriba. Lejos de todo. En el fondo los envidio.
Ojala ser uno de esos aviones que no tienen preocupación alguna, solo tienen que girar y girar.
Sin embargo yo estoy en tierra. Llevando un pañal porque me hago pipí encima.
Despierto. No dormido.
No tienen que preocuparse de que puede ser que les tengan que poner un pañal cada vez que salen de casa, o de tener que ir a dormir a casa de un amigo sabiendo que vas tener que hacerlo llevando un pañal.
Pero es que a mí me gusta llevar pañales. Esa es la dicotomía de todo esto.
Me gusta llevar pañales. Me gusta hacerlo dentro de casa. Con Mami, con Wile, con Elia. Con la amiga de Elia y hasta no me importa llevarlos delante de algunos familiares.
Pero fuera de casa no. Fuera de casa soy un niño de 12 años normal, como todos los demás. Fuera de casa no quiero llevar un pañal.
Mis dos mundos, de nuevo, a punto de colisionar.
Los dos Robin.
Me giro hacia un lado de la cama, formando con mi cuerpo lo que algunas personas llaman una cuchara y miro a Wile, que está sonriendo apoyado contra la pared, con su culito reposando sobre el colchón.
Su culito desnudo. Su culito sin pañal.
Lo agarro y me lo traigo hacia mí.
Vuelvo a pensar en que estaría bien que llevase un pañal, así podría hacerme compañía y seríamos dos en casa con pañales.
Wile sonríe. Él siempre está sonriendo, no importa lo que pase. También porque es un peluche y fue cosido de esa forma, no debo olvidarme. Es un peluche de Wile. E. Coyote. Hay cientos. No, miles. Millones más como él por el resto del mundo. No es si quiera un peluche único.
Debo recordar estas cosas para no alejarme del mundo real. No es un ser de carne y hueso, con alma.
Los seres de carne y hueso con alma y sentimientos están en mi mundo.
En mis dos mundos.
Me acuerdo de Charlotte, una chica con la que solía hablar a veces por skype. Nos conocimos en un foro de internet hará unos años, cuando escribí en Google Tengo 10 años y llevo pañales. Fue entonces cuando descubrí que había muchos más como yo, incluso más mayores. Personas que llevaba pañales pero que también usaban chupete y tomaban biberón. Gente a la que sus madres todavía les cambiaban el pañal o lo hacía su pareja. Chicos, chicas, todo un submundo de personas que todavía eran bebés.
Y entre todos esos comentarios de gente anónima, conocí a Charlotte. Tenía 7 años y también llevaba pañales y se chupaba el dedo. Charlotte nunca le confesó a nadie que en realidad le gustaba llevarlos. Solo usaba pañales porque se hacía pipí en la cama.
Tenía un gatito de peluche. Se llamaba Mordisquitos.
Su mayor deseo era que su madre y su hermana la tratasen como a una bebé. Le gustaba ir en pañales por la casa y chuparse el dedo abrazada a su peluche. Por eso mi vida le daba cierta envidia. Decía que yo era un afortunado por poder ser el bebé de Mami y de Elia. Que debía valorarlo como el sueño que era para muchos.
Hace tiempo que no hablo con ella así que no sé nada a cerca de su vida ni si habrá reunido el valor suficiente para decirle a su familia que querría ser una bebé.
Pero era muy buena, espero que sea cual sea la decisión que haya tomado, la vida vaya bien, se lo merece.
Sin embargo Charlotte tenía 6 años. A esa edad no es tan descabellado que un niño lleve aún pañales para dormir.
Con 12 es otra historia. A veces siento las miradas desdeñosas que me dedican mis tíos y mis primas mayores cuando me ven con un pañal. Y las miradas de reproche que le dedican a Mami o Elia cuando me están cambiando o dando el biberón.
Suspiro y muevo mi chupete. Estoy inquieto.
Inquieto porque me he hecho pipí encima y porque en el horizonte se vislumbra la perspectiva de ir con mis amigos a dormir a casa de Ronald.
De pronto me entran ganas de hacer pipí, pero como llevo un pañal simplemente dejo que salga. Lo noto salir calentito sobre mis genitales y mi entrepierna pero enseguida es absorbido por el pañal dejándome casi seco.
Son mentira los anuncios esos de pañales que dicen que tu bebé estará seco toda la noche. Por mucho que absorban los pañales, siempre te mojas algo.
Cuando el pipí termina de salirme me llevo las manos por dentro del pantalón y las pongo sobre el pañal. Esta mucho más hinchado con lo cual abulta mucho muchísimo más, y la verdad es que este pantalón no ayudada para nada a disimular el pañal.
Me pongo de rodillas sobre la cama y noto que el pañal pesa mucho más, la otra característica de hacerse pipí. Me pongo de rodillas para darle un golpe al móvil y que los avioncitos vuelvan a girar.
Me acuesto de nuevo bocarriba con Wile bajo el brazo y los veo moverse mientras muevo mi chupete.
Ojalá ser un avión.


*****


-Luz verde.
-¿Qué? –pregunto.
-Vía libre.
-Ya sé lo que significa luz verde.
Estamos en el recreo. Ronald, Joseph, Eddy y yo estamos un poco apartados del grupo, que siguen hablando de futbol y de otras cosas que no nos interesan. O que nos interesan bastante poco.
-Que digo que mis padres me han dado el visto bueno para que pasemos la noche probando el War of Empires.
-¡Toma ya! –exclama Joseph, y él y Ronald se chocan las manos por encima de mi cabeza.
-Se avecina una noche memorable –dice Eddy.
-Bueno, esto hay que prepararlo bien –Joseph saca su vena organizativa-. Ronald, tú no haces nada que ya pones la casa. Eddy, bebida. Robin, comida.
-¿Y tú de qué te encargas? –le pregunta Eddy.
-¿Es que no lo ves? ¡Yo estoy organizando!
-Imbécil –Eddy le da un cariñoso golpe en el hombro.
-Relaja, relaja, Joseph –le dice Ronald-. Primero hay que fijar un día.
-Joder, pues este fin de semana mismo.
-Este fin de semana no puede ser porque mis padres están de viaje.
-¡Toma, pues mejor! –Joseph está eufórico-. Fiesta sin padres.
-Mis padres no quieren que os vengáis si no están ellos.
-Oh, pobrecito. Que sus papis tienen que vigilar al niño pequeño –se burla Joseph poniendo una voz infantil.
Yo agacho la cabeza para que no me vean sonrojarme.
Si supieran…
-Además, no tienen por qué enterarse –continua Joseph.
-Prefiero no arriesgarme.
-Joder tío, a veces pareces más crío que Starkley.
-¡Eh! –protesto, levantando la cabeza.
-Tom & Jerry, Robin. Tom & Jerry.
-Una vez. ¡Una vez! –me altero un poco. Estoy harto de esa historia.
Si supieran…
-Relájate, Joseph –le dice Ronald-. Hay tiempo, podemos dejarlo para otro fin de semana.
-Claro, a ti te da igual porque mientras puedes jugar tú.
-Eh, ¿de qué estáis hablando ahí? –nos pregunta Eugene desde el otro extremo de las escaleras.
-¡De nada! –respondemos los cuatro a la vez.
Verdaderamente, algunas veces somos muy patéticos.


*****


Esa tarde, al volver del colegio, le pido a Mami que me ponga a dormir la siesta. Me siento un poco inquieto, supongo que ante la perspectiva de pasar una noche entera con mis amigos.
Nunca he hecho eso en mi vida.
Bueno, con 6 años sí. Una vez me quedé a dormir en casa de Ronald y su madre nos puso un pañal a cada uno antes de irnos a la cama.
Pero eso era antes y esto es ahora.
Aunque ahora yo no he cambiado mucho desde ese antes. Sigo llevando pañales, usando chupete y tomando biberón. Y ahora ya no puedo quedarme a dormir en casa de un amigo. Simplemente no puedo.
No.
No y no.
¿Os imagináis?
Tus amigos descubren que llevas pañales para dormir.
Y te ven así, con un pañal puesto y chupando tu chupete. Y quizá abrazado a Wile.
Nada más ese pensamiento entra en mi cabeza me pongo muy inquieto y me revuelvo un poco mientras chupo más rápido mi chupete.
-Estate quieto, Robin, que si no, no te puedo poner bien el pañal –me dice Mami.
Intento calmarme. Me concentro más en mi chupete mientras ella termina de abrocharme el pañal.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-¿Se puede saber qué te pasa? –me dice cuando termina-. ¿Por qué estás tan inquieto?
-Es que la semana que viene tengo un examen y no lo llevo muy bien –miento. Pero yo sé que algún día tendré que contarle lo del plan en casa de Ronald.
Es algo que tiene que pasar tarde o temprano, pero me da mucho miedo incluso afrontar el tema con Mami.
-Bueno, seguro que te sale bien, como siempre –me dice, y me da un beso en la barriguita-. Ale, a dormir bebé.
Me da también una palmadita en el culete y yo gateo hasta dentro de las sábanas. Mami termina de arroparme y me vuelve a besar, esta vez en la frente.
-No te preocupes, mi bebé. Ahora descansa que en un ratito te despierto para que te pongas a estudiar –me dice, y su voz es pausada, lenta y suave. Hace parecer que todo va a ir bien-. ¿Tienes a Wile?
-Aquí –digo con mi voz de bebé mientras se lo muestro.
-Pues no te separes de tu amiguito.
Y entonces se lo pregunto.
-Oye, Mami, ¿podrías ponerle pañales a Wile?
Mami pone un segundo una cara de extrañeza, pero enseguida muda su rostro y me dedica una cálida sonrosa mientras me acaricia el pelo.
-¿Es que Wile se hace pipí también?
-No, pero puede llevar pañales como yo, así sería también tu bebé.
-Pero ya tengo un bebé –me dice Mami cariñosa tirando del asa de mi chupete.
-¡Pero así tendrías dos! –le respondo como mi vocecita de bebé.
-¡Huy, dos bebés! –Mami ríe-. Bueno, ya lo veremos –me responde-. Ahora, a dormir, mi bebé.
Y me da otro beso antes de cerrar la puerta suavemente tas de sí.
Yo me acurruco dentro de las sábanas y pego a Wile a mi pecho.
-Yo creo que al final Mami sí te pondrá un pañal –le digo-. Ahora a dormir –y le doy un beso sin quitarme el chupete.
Besitos de chupete.
Pero mis sueños son intranquilos. Estoy llevando un pañal en medio de la calle. Miro a mi alrededor continuamente para asegurarme de que no hay nadie. Llevo puesto solo un pañal y el chupete. Oigo un murmullo a mi alrededor que cada vez es más alto, por lo que sé que alguien se acerca. Corro calle abajo y de pronto estoy en mi habitación, a salvo. Pero no es mi habitación. Es el cuarto de Ronald. ¿Qué narices estoy haciendo aquí? Oigo entonces a mis amigos acercarse. No los veo pero sé que son Ronald, Joseph, Eddy, Miles, Eugene, Johnny y César. Todos. Miro donde esconderme pero no hay nada. Oigo a mis amigos acercarse, están casi al lado de la puerta.
No, por favor.
Me despierto de golpe, incorporándome en la cama y con un grito ensordecedor.
Me llevo las manos al pañal y noto el pipí saliéndome. Wile se ha caído.
Era solo un sueño.
La pesadilla ha terminado pero era tan real…
Miro la hora en el móvil. Se suponía que Mami iba a despertarme enseguida. Al iluminarse la pantalla compruebo que solo han pasado veinte minutos.
En veinte minutos he dormido, soñado y despertado.
Me duele la cabeza. La siesta me ha dejado mucho peor de lo que pensaba.
Estoy inquieto.
Estoy inquieto y tengo pipí.
Mami.
Salgo de la cama cogiendo a Wile de un bracito y salgo de mi habitación dirección hacia donde se encuentra Mami. Supongo que estará en el salón y allí me dirijo.
Efectivamente, Mami está en el sofá viendo una serie que ahora mismo no sé cuál es. Mami me ve entrar, con mi carita asustada y casi arrastrando mi peluche. Su cara de ternura se cambia en el acto por una de preocupación.
-¡Robin! –se gira completamente, mostrándome su amplio regazo-. ¿Qué te sucede, bebé?
-He tenido una pesadilla –le digo moviendo mi chupete, caminando hacia ella.
-Ven con Mami, bebé.
Llego hasta sus brazos extendidos y estos me rodean. Me levantan y me sientan sobre su regazo, acunándome en él. Tengo a Wile entre mis brazos, y Mami entre los suyos tiene a su bebé.
-¿Qué te ha pasado? ¿De qué era la pesadilla? Pobrecito, mi bebé…
Yo no contesto. Si lo hiciera tendría que hablar. Afrontar cosas que no quiero afrontar. Sé que cuanto más lo retrase es peor, pero hora no quiero hablar. Solo quiero ser un bebé.
Mami me acuna  mientras yo con los ojos cerraditos, disfruto del calor y la ternura que irradia su cuerpo.
-¿Quieres que te quite el pañal, Robin? Te pongo otro –me susurra dulcemente. Evidentemente, sabe que su bebé se ha hecho pipí.
-No –contesto-. Quiero quedarme aquí un poquito contigo.
-Vale, mi bebé… Pobrecito –repite, y me da un besito suave pero lleno de amor en la frente.
Me acuerdo entonces de cuando le prometí a Mami que siempre iba a ser su bebé.
Yo debía de tener más o menos la edad de Charlotte. Por esa época, yo llevaba también pañales para dormir y para hacer caca, usaba chupete y Mami me daba el biberón. Pero nada más.
Qué más, pensaréis.
Digo que solo usaba esas cosas de bebé, pero no me comportaba como un bebé. No gateaba, no balbuceaba, no hablaba con voz de bebé. En esa época solo era un niño de 6 años que aún mojaba la cama.
No estaba tan mal visto. Quizá lo del chupete y el biberón un poco sí, pero no era tan raro que un niño de 6 años aún no controlase los esfínteres para dormir.
Vivíamos con mi padre. Mami Elia y yo. Y digo vivíamos con él, no los cuatro juntos. Mi padre era, en todos los términos de la palabra, un cabrón. Elia lo odiaba, discutía con él a todas horas. Lo llamaba misógino y machista. Mi padre trababa a Mami fatal: le insultaba y le pegaba. Elia se enfrentaba a él y también recibía golpes mientras yo me quedaba llorando en mi habitación, mojándome en el pañal si llevaba uno y sino en los calzoncillos, y con mi chupete en la boca
Mi padre odiaba que yo usase chupete, mojase la cama y que Mami me diese el biberón. Me arrancaba el biberón de la boca, tiraba continuamente mis chupetes a la basura y me pegaba cuando me levantaba mojado.
Decía que yo era una basura. Un criajo que nunca iba a crecer.
Elia también se enfrentaba a él por esas cosas. Y mi padre también le pegaba por defenderme.
También Mami le hacía frente a veces cuando me maltrataba, y por eso mi padre también le golpeaba.
Mi padre llamaba puta, zorra e inútil a Mami. Bebía mucho, y cuando llegaba tambaleándose del bar, golpeaba a Mami sin motivo. Ella estaba en su habitación durmiendo, y yo los oía discutir y después los golpes.
Siempre los golpes.
Elia abría la puerta de mi cuarto y me decía rápidamente que permaneciese dentro para luego irse a la habitación de mis padres y proteger a Mami. Y Elia también recibía golpes. Luego las dos salían llenas de moratones cuando mi padre se hartaba de pegarles, y entonces las dos se venían a mi cuarto a llorar. Me abrazaban y los tres llorábamos en silencio en mi cama, juntos
Siempre juntos.
Yo por aquel entonces solo era un niño que no entendía lo que estaba pasando ni por qué Mami estaba con un hombre que no la quería.
Yo no veía a mi Mami feliz. Siempre estaba con cara de triste  y llorando en silencio, cuando creía que no la oía. Por eso ahora me parte el corazón ver a Mami llorar. Me recuerda a una parte anterior de mi vida que afortunadamente ya hemos dejado atrás.
Sin embargo, había veces que veía a mami feliz. Era cuando me estaba poniendo el pañal para irme a dormir, cuando me daba el biberón o cuando cantábamos los dos juntos Ni gota, ni gota, la canción del anuncio de pañales.
Mami tenía que ponerme el pañal y darme el bibe a escondidas de mi padre, cuando él no estaba en casa o cuando dormía la mona. Como tiraba mis chupetes y mis biberones a la basura, Mami siempre tenía que comprarme unos nuevos sin que mi padre la descubriese y dejar que los usase cuando él no pudiera vernos. Yo le decía a Mami que no se arriesgase, que aunque me gustase el chupete y el biberón, no quería que ella lo pasase mal por mi culpa. Pero Mami me decía que merecía la pena por verme feliz con mi chupete puesto. Cuando mi padre se enteraba, se enfadaba muchísimo. A parte de castigarnos físicamente a los dos, decía que mi madre me estaba malcriando y que así nunca llegaría a hacerme un hombre.
Pues si hacerme un hombre era convertirme en alguien como mi padre, no quería ser un hombre nunca.
Yo quería estar con mis pañales, mi chupete y mi biberón. Era feliz y veía a Mami feliz cuando me los ponía. Su cara de ternura cada vez que me abrochaba las cintas del pañal, sus besos en la barriguita después de cada cambio y su sonrisa mientras me miraba tomarme el biberón. Supongo que el cuidar de mí y de Elia era lo único que hacía a Mami levantarse cada mañana.
Uno de tantos días me desperté mojado. No era una novedad pero ese día mi padre debía de estar más borracho de lo habitual. Lo que si estaba seguro era más enfadado. Me arrancó de las sábanas en las que me envolvía y me empujó al suelo. Mi chupete salió despedido de mi boca al chocar mi cabeza contra la fría losa y mi padre se fijó en él. Nunca olvidaré ese chupete, de color azul y rojo con un osito dibujado, consuelo en tantas noches de gritos y golpes. Yo empecé a llorar a causa del dolor y del miedo que empezaba a invadir mi cuerpo. Mi padre se enfadó más aún, levantó una pierna y aplastó mi chupete estrellando su zapato viejo contra el suelo.
Como quien pisa una cucaracha y quiere asegurarse que esté bien muerta. Apretó la punta del pie contra el suelo y lo movió a los lados. Yo oía los crujidos de mi chupete rompiéndose y lloré más aún. Sabía que se avecinaba algo horrible. Mi padre entonces levantó las sabanas y vio cómo de grande era la mancha de pipí. Yo había dormido sin pañal porque la noche anterior Mami no había podido ponérmelo sin que mi padre se enterase.
Mi padre entonces lanzó un grito que, aún hoy cuando lo recuerdo, me pone los pelos de punta.
ME CAGO EN EL PUTO CRÍO DE LOS COJONES.
Vino hacía mí echando saliva por la boca y con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Yo intenté salir corriendo pero él me agarró por la pechera de la camiseta del pijama y me empujón contra el colchón. Me arrancó la camiseta dándola de sí y se quitó el cinturón. Comenzó a golpearme salvajemente con él en la espalda, en los costados, donde pillase mientras yo lloraba con la cara sobre la mancha de pipí en las sábanas implorando ayuda a quien fuese.
Mami no había vuelto de su turno de noche en el hospital y Elia tampoco estaba. Mi hermana por esa época pasaba mucho tiempo fuera de casa.
Supongo que para escapar de todo esto.
Yo le gritaba a mi padre que parase, que no iba a volver a hacerme pipí, pero él se reía y me seguía golpeando sin menguar ni un ápice la fuerza.
Cuando se hartó de pegarme, me arrancó los pantalones y los calzoncillos llenos de pipí. Yo no tenía fuerzas ni para incorporarme. Me vi desnudo sobre la cama al lado de un hombre que no paraba de golpearme como un energúmeno. Nunca me he sentido tan vulnerable en mi vida. Los mocos me sabían a lágrimas, pipí y sangre.
Mi padre me agarró del pelo y me arrastro fuera de la habitación.
¿Alguna vez habéis sentido un pánico extremo hacia algo que va pasar sin saber exactamente lo que es?
Mi padre abrió la puerta de la casa y me empujó al jardín. Sucio pequeño y viejo. Nadie se molestaba en cuidarlo. Con una rejas de hierro oxidadas y un suelo de cemento lleno de grietas.
Solo había una manguera.
Yo, desnudo, estaba encorvado sobre el frío suelo, incapaz de levantarme a causa del dolor que sentía en todo el cuerpo. Solo tenía 6 años, por amor de dios. Era más enclenque incluso de lo que soy ahora.
Mi padre me gritó ARRIBA, JODER y sentí una descarga de agua fría impactándome en el cuerpo. Me estaba mojando con un chorro a presión de la manguera.
ASÍ A PRENDERÁS A NO MEARTE EN LA CAMA.
Para, por favor.
Risas.
No lo haré más, por favor.
Más risas.
Por favor.
Risas histéricas.
Risas de  borracho maltratador.
PARA, POR EL AMOR DE DIOS.
Esa voz no era la mía.
Era la voz de Mami.
Abrí los ojos y la vi en la puerta del jardín. Tenía la cara marcada por el terror y miraba la escena con tremendo pánico. Iba vestida aún con su bata de enfermera.
Mami entró corriendo en el jardín e intentó quitarle a mi padre la manguera de las manos.
PARA, POR PIEDAD TE LO SUPLICO.
Más risas.
Mami vino hasta mí y me levantó en peso pegándome contra su cuerpo. Yo lloraba a moco tendido y me hice pipí encima. A Mami no le importó nada que su hijo le mojase de pipí, agua y lágrimas. Ella también lloraba.
Conmigo en brazos entró en casa y me llevó hasta el baño. Yo no tenía fuerzas para moverme, era como un muñeco de trapo, un pelele. Ya no lloraba, solo me mojaba encima. Mami se agachó conmigo en brazos y me sentó sobre la bañera, con la espalda apoyada en la parte de atrás, pero mi cuerpo resbaló completamente y quedé tumbado sobre el suelo, incapaz de incorporarme.
No, Robin, no. Oía.
Vamos, vamos, Robin.
Mami me puso una mano en la espalda y empujó con ella hacia adelante, para intentar sentarme sobre el suelo de la bañera.
Eso es, Robin.
Entonces comenzó a lavarme. Mami no dejaba de llorar mientras me pasaba la esponja. Era un llanto de dolor, sufrimiento, ira y culpabilidad, pero en cierto modo también de alivio. Me había salvado.
Mami lloraba y me lavaba.
Me lavaba y lloraba.
Yo seguía sin reaccionar, incapaz de sentir nada. Pero entonces empecé a llorar de nuevo.
Dos cascadas silenciosas que nacían de mis ojos.
Mami me quitó el jabón, me sacó de la bañera y me envolvió muy fuerte en una toalla. Me llevó así hasta mi habitación, y allí me tumbó sobre la cama.
Mi bebe. Mi pobre bebé.
Yo dejaba caer lágrimas incapaz de llorar de verdad. Incapaz de emitir ningún sonido.
Los restos de mi chupete esparcidos por el suelo.
Y Mami me puso un pañal.
No me iba a dormir. No iba a hacer caca.
Me puso un pañal porque yo era su bebé.
Me puso un pañal porque ella era feliz poniéndome un pañal.
Me puso un pañal porque ella era feliz cuando yo era su bebé.
Y yo con un pañal también era feliz.
Veía a Mami feliz y eso me hacía feliz.
Y entonces lo hice. No sé qué me impulsó a hacerlo ni por qué, solo me salió sin más. Empecé a cantar.
Ni gota, ni gota. Ni gota, ni gota.
Y Mami me miró directamente a los ojos y pude ver como los suyos estaban vidriosos y dejaban caer algunas lágrimas, pero una tímida sonrisa empezó a surgir en su rostro y continuó la canción.
Con el nuevo pañal.
Y los dos terminamos al unísono.
El bebé no se moja.
El abrazo que nos dimos. Mami me levantó y me apretó muy fuerte contra su pecho. Pegó su mejilla a la mía, mojando mi cara con sus lágrimas y empezó a girar conmigo en brazos mientras lloraba y reía, las dos cosas a la vez.
Recordaré ese abrazo toda mi vida.
Mami me despegó, me acunó junto a su pecho, y mirándome con una felicidad que yo no había visto nuca en sus ojos volvió a decir Mi bebé.
Y yo, acurrucado entre sus brazos le pregunté ¿Soy tu bebé?
Sí, eres mi bebé. ¿Quieres ser mi bebé?
Sí, quiero ser tu bebé.
¿Vas a ser siempre mi bebé?
Sí, voy a ser siempre tu bebé.
¿Siempre?
Siempre.
¿Lo prometes?
Sí.
Esa noche, Mami, Elia y yo abandonamos a mi padre. Nos fuimos a vivir con tía Gayle. Luego vinieron un montón de juicios y abogados. Mi padre denunció a mi madre por abandono y estuvimos varios años de juzgado en juzgado. Finalmente todo se resolvió de manera favorable para nosotros y pudimos comenzar una nueva vida.
No sé qué es lo que hace que una mujer que sufre malos tratos continuamente no sea capaz de dejar a su marido. Puede ser una absurda concepción en la sociedad de que las mujeres tienen que ser sumisas a sus maridos, ocuparse del hogar y los hijos, como dice la biblia. Mi madre es una persona fuerte y con entereza, pero a veces te ciega el amor o lo que pudo ser antes el amor. Te ata psicológicamente  y te ves incapaz de dar el paso definitivo.
Mami lo dio. Mami fue fuerte al final. No la culpo por todos esos años. Elia fue quien me explico todo esto. El cómo podía haber gente que todavía culpase a mi madre por los abusos que sufrió.
No en vano, mi padre la denunció por abandono.
Por abandono.
Pero ahora somos felices. Mami, Elia y yo por fin podemos desfrutar de la vida que una familia feliz merece.
-Mi bebé, ¿te cambio ya el pañal? –me pregunta Mami acariciándome el pelo.
Yo abro los ojos y la miro directamente a los suyos. Ahora solo se ve felicidad.
-Sí, Mami –contesto mientras chupo mi chupete-. Cámbiame el pañal.

11 de diciembre de 2018

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 7: ¿Todavía nos hacemos pipí encima?




Elia, mami y yo estamos sentados en la mesa de la cocina. Cada uno delante de nuestro plato, vamos devorando el consomé que ha preparado mi hermana. Hoy le tocaba cocinar a ella.
-Puaj, esto está asqueroso –dice Elia
-¡Pero si lo has preparado tú! –se sorprende mi madre.
-¿Y qué? Es por eso que está asqueroso. Yo creo que no debería cocinar más. No sé hacerlo.
-Ese truco ya no te va a funcionar, jovencita –le recrimina Mami señalándola varias veces con el dedo índice-. Lejos quedan ya los tiempos en los que fingías no saber cocinar para escaquearte.
-Y es que no sé. ¡Es la verdad!
-Pues bien que cuando viene Clementine sí le preparas la comida.
-Eso es distinto, Mamá.
-¿En qué es distinto?
-A Clementine no tengo prepararle consomé de pato. Ella y yo nos contentamos con un par de hamburguesas.
-Pues a ver hecho hamburguesas.
-Sí, porque esto está asqueroso –apunto yo mientras me llevo cucharadas a la boca tapándome la nariz para tragar sin respirar.
-¿Ves? Hasta él lo dice!
-Basta, Robin. Deja de hacer el tonto y cómete la comida –se dirige a Elia-. La próxima vez, cocina algo que sepas y no un plato que te sirva como excusa para no volver a cocinar otra vez.
Mi hermana agacha la cabeza, aceptando su derrota. Los tres volvemos a nuestros platos a seguir comiendo en silencio mientras vemos la televisión. Hoy le tocaba elegir a Mami y nos ha puesto las noticias. En pantalla sale una mujer hablando sobre la situación de los inmigrantes en la frontera de Estados Unidos.
-Puaj –dice Elia de nuevo. Es como su aviso antes de empezar a quejarse de algo. Una alarma que previene a los demás sobre la diatriba que se avecina-. Este canal es una basura propagandística del gobierno. No sé cómo pueden defender que haya que dejar a los niños en unas jaulas separados de sus padres. Eso viola todos los derechos humanos. No sé cómo la ONU no hace nada…
-Seguro que enseguida emitirán un comunicado enseguida o algo. Aquí se han pasado tres pueblos.
Mami y Elia ven las noticias mientras las comentan. Yo bajo de nuevo la cabeza al plato e intento prepararme psicológicamente para comérmelo entero. Es una especie de puré verdoso pero con trocitos de algo que parece grasa de carne o algo. Asqueroso. No sé por qué tengo que pagar yo los desafíos de Elia a nuestra madre.
-Oye, Robin –me dice Mami sacándome de mi ensimismamiento-. He visto que esta tarde ponen en el cine de Kenosha Los Vengadores. ¿Te apetece que vayamos a verla?
La verdad es que habíamos hablado mis amigos y yo sobre ir a ver esa película, pero últimamente nuestras conversaciones giran en torno a la quedada en casa de Ronald para jugar al War of Empires.
-Pues sí que me gustaría ir a verla –contesto.
-¿Vas a ir con Ronald y Joseph? ¿Habéis hablado algo?
-La verdad es que algo sí… Pero fue hace tiempo y no ha vuelto a salir el tema.
-Pues si quieres, vamos esta tarde.
No es mal plan. Cine con Mami.
-De acuerdo.
Mami me sonríe.
-¿Vienes tú, Elia? –le pregunta.
-¿Uhm? –Elia seguía mirando las noticias-. No, Clementine y unos amigos hemos quedado para la semana que viene.
-Bueno, pues nos vamos tú y yo, Robin –y Mami me sonríe.
-No quiero spoilers, renacuajo –me advierte Elia lanzándome una miga de pan.


*****


Después de comer tengo ganas de hacer caca, así que le pido a Mami que me ponga un pañal. Voy hasta mi rincón de la cocina con él puesto y me siento en cuclillas. Empiezo a hacerme la caca cuando entra Elia. Me ve allí encogido, llevando solo camiseta y pañal y me sonríe con un poquito de chulería.
-Oh, vaya. No sabía que el baño estaba ocupado.
-¿Me quieres dejar que haga caca?
-Vale, vale. Solo he venido por un vaso de agua –Elia coge una botella de la repisa y antes de salir se inclina por el otro extremo de la mesa y me mira de nuevo.
Yo estoy con los puñitos apretados haciendo fuerza para que me salga la caca. Le miro desde mi posición de bebé y mi hermana me sonríe, esta vez con un deje de ternura.
-Qué mono estás. Con tu pañalito ahí apretando los puñitos –me imita poniendo una cara como si se estuviera estrujando el cerebro y sale de la cocina.
No me gusta nada que me vean hacer caca. Llevo desde que aprendí a andar haciéndomela en lugares escondidos, que son como pequeñas guaridas en las que nadie me ve llevar un pañal y haciendo caca. Desde que nos mudásemos a esta casa, el hueco entre la mesa de la cocina y la encimera ha sido mi sitio predilecto para hacer caca.
Estoy allí un ratito más, concentrado en hacerme la caquita y mirando al infinito. Me imagino a mis amigos si me viesen, si se enterasen de que me tienen que poner un pañal cada vez que tengo que hacer caca. Pienso en ello y es patético. Ningún niño de mi edad hace caca en un pañal.
Pero me da igual. No me gusta el váter. Entre que siempre he llevado pañales para dormir y luego tuve que llevarlos otra vez de día, Mami nunca me ha enseñado a usar el váter. Y mejor, porque me encanta llevar pañales.
Me quedo un ratito más ahí, asegurándome de que ya he terminado de hacer caca. Me toco el pañal por la zona del culete y noto que dentro hay un bulto bastante grande de caca. Seguro que no voy a poder cerrar las piernas.
Me incorporo con mi pañal lleno de caca y voy hasta el salón para que Mami me lo quite, y justo lo que pensaba: no puedo cerrar las piernas. Cuando Mami me ve entrar con mis andares pomposos y llevándome las manos al culete del pañal, ya sabe lo que hay.
-¿Ya, Robin?
-Sí –contesto.
Mami viene conmigo hasta la habitación y me tumba en la cama. Me desabrocha las cintas del pañal y comienza a limpiarme.
-La película empieza a las siete –me dice-. Así que saldremos para las seis y media. Estate preparado para esa hora, ¿vale?
-Vale –le digo mientras me limpia el culete.


*****


A las seis y veintisiete estoy ya listo en mi habitación. Me he puesto una camiseta de Los Vengadores para la ocasión y unas bermudas de algodón que simulan una tela de pantalón vaquero. Mami entra en mi cuarto ya arreglada con mi bolsa de los pañales colgada de un hombro. Abre el armario y echa dentro un par de ellos.
-Solo es por si las moscas, Robin. Ya lo sabes –me dice-. Coge el chupete si quieres y lo metemos en la bolsa también.
Mi chupete.
Lo cojo de la mesita de noche y se lo doy a Mami, que lo mete en la bolsa junto con los pañales.
En el recibidor, Mami coge su bolso y subimos al coche.
¿Por qué siempre se tiene que traer Mami los pañales a todos los sitios a los que vamos? Vale, que el bolso no parece una bolsa de pañales (de hecho es que ni lo es) y nadie se va a imaginar que allí dentro hay unos cuantos pañales y un chupete, pero aun así me molesta bastante que siempre tengamos que salir de casa con unos cuantos pañales ‘’para emergencias’’.
¿Emergencias de qué? La única emergencia que se me ocurre es que me entren unas ganas incontrolables de hacer caca y necesite un pañal, pero acabo de hacer caca, es evidente que hoy no me van a volver a dar ganas.
La otra única emergencia que se me ocurre es que me entren ganas de hacer pipí; pero puedo aguantármelas. De acuerdo, vale, quizá no pueda aguantarme tres horas, pero de ser así… ¿Qué haría Mami? ¿Me tendría que poner un pañal en público?
No quiero ni pensar eso.
Vale que tenga que llevar pañales para dormir y hacer caca, pero de puertas de mi casa hacia fuera soy un niño de 12 años normal, corriente y moliente que no necesita pañales ni chupete.
Fuera de mi casa es mi otro mundo. Y en ese mundo no soy un bebé.


*****


Llegamos al cine con tiempo. Mami compra las entradas y me pregunta si quiero palomitas. Refrescos no me compra porque me dan más ganas de hacer pipí, pero las palomitas solas me dejan la boca seca así que tampoco compramos.
Mis viajes al cine son bastante sosos, como podéis ver.
Mami mira en un poster gigante que hay colgado de la pared la información sobre la película. A ella y a Elia les gusta muchísimo el cine y siempre quieren saber hasta la última de todas las características técnicas de las películas. Se saben todos los directores, guionistas, productores, directores de fotografía, compositores, etc, de cada una de las películas que han visto, que no son pocas.
Mientras Mami está absorta mirando el poster, yo dirijo mi vista alrededor, asegurándome de que no hay nadie del cole ni otra persona que pueda conocerme y me vea ir al cine con mi madre. Eso en un colegio significa una semana de burlas como mínimo.
Mami se despega del cartel y viene hacia donde estoy yo.
-La película dura dos horas y media, Robin. ¿Quieres hacer pipí antes?
Yo la miro horrorizado.
-¿Cómo me preguntas eso aquí? –le digo entre dientes.
-¿Y dónde quieres que te lo pregunte? ¿Cuándo estemos dentro de la sala?
-No. No quiero que me lo preguntes nunca. Yo sé si tengo que hacer pipí o no. No hace falta que me lo preguntes.
Me giro como dándole la espalda por su comentario, pero lo que hago en realidad es pensar si tengo ganas de hacer pipí.
Intento establecer contacto mental con mi vejiga.
Vale, parece vacía y además hice pipí después de hacer caca, o sea que de momento no tengo ganas.
Todo en orden.
Podemos entrar en la sala.


*****


La película es una enorme montaña rusa de emociones. Desde que te sientas en la butaca, no puedes despegar los ojos de la pantalla. La historia te atrapa de una manera increíble y se van sucediendo escenas que consiguen emocionarte, ponerte de los nervios y mantenerte en tensión todo el rato.
Cuando muere cierto personaje, que no diré cuál por si alguno no la ha visto, es tanta la pena que me da y la tensión en la que estoy, que estoy a punto de hacerme pipí. Noto unas gotitas salir, pero afortunadamente, mi vejiga estaba vacía y no me cuesta nada retenerlo. Pero por si acaso, me palpo la entrepierna y el pantalón por si estuvieran mojados. Pero no. Están secos.
Gracias a Thor.
La escena esta que os he comentado tiene lugar hacia la mitad de la película, y a partir de ahí, la  historia coge un ritmo trepidante que no detendrá hasta el final. Hay un momento en el que otro personaje está a punto de morir y yo no lo puedo creer.
Y entonces pasa.
¿El personaje muere?
No, no muere.
Lo que pasa es que se me sale el pipí.
Es tanta la tensión que no puedo evitarlo. Me he olvidado de que antes casi me mojo entero. Solo quiero que ese personaje no se muera.
Empiezo a notar un líquido caliente que me baja por la entrepierna y me moja genitales, calzoncillos y pantalón, en ese orden.
Nononononono.
Me llevo las manos rápidamente a mi entrepierna y hago presión, pero es imposible. El pipí ha terminado de salir y me ha mojado entero.
Me empiezo a poner muy inquieto en mi butaca. Ya me da igual la película.
Empiezo a gemir nervioso y muy inquieto. Me salen mis gimoteos de bebé. Mami aparta la mirada de la pantalla y me mira.
-¿Qué pasa, Robin? –me pregunta preocupada.
Yo soy incapaz de contestar. Estoy restregándome los muslos uno sobre otro y encogiéndome en el asiento. Se huele mucho a pipí.
Mami también lo siente, porque se inclina hacia mí y olfatea el aire, como si todavía le quedase algún atisbo de duda.
No, su hijo de 12 años acaba de hacerse pipí encima.
Y para terminar de corroborarlo me lo pregunta. Por si quizá, por algún casual de los casuales, ese olor a pipí no estuviese producido por mí y me estuviese restregando la entrepierna por cualquier otra razón.
No se me ocurre ninguna para encogerme en mi asiento y llevarme las manos a la entrepierna.
-¿Te has hecho pipí? –me pregunta flojito con una cara de horror.
Alguien olfatea el aire detrás nuestra.
Asiento horrorizado y se me empiezan a salir las lágrimas.
En pantalla están pasando cosas alucinantes pero a Mami y a mí nos da igual. Mami se levanta de su asiento y me levanta a mí del mío tirándome de la mano para luego palpar la butaca con la palma de la mano por si también se hubiera mojado. Atravesamos la fila de asientos rápidamente y salimos de la sala.
En el pasillo no hay nadie. Todo el mundo está viendo la película.
-A ver Robin, ¿cómo es que te has hecho pipí? ¿Qué ha pasado? –me pregunta poniendo su cabeza a la altura de la mía
-No lo sé –contesto yo mientras Mami y comienza a palpar los pantalones para determinar la gravedad de la situación-. Estaba muy nervioso por la peli y no me he dado cuenta de que tenía ganas de pipí. Y cuando he intentado aparar era demasiado tarde.
Agacho la cabeza contra su barriga y comienzo a llorar.
¿Por qué? ¿Por qué tiene que pasarme esto a mí? ¿Por qué no puedo ser un niño de 12 años normal y corriente? ¿Por qué tengo que hacerme Pipí encima?
A veces… a veces desearía no ser un bebé. No ser el bebé de Mami. Ni de nadie. Ser un niño normal que puede quedarse a dormir en casa de sus amigos sin ningún problema. No tener que depender de nadie para irme a dormir porque me tienen que poner un pañal y darme el biberón. No tener que pedir un pañal  cada vez que fuera a hacer caca. No hacerme pipí encima…
No recuerdo la última vez tuve un accidente, o sea que tuvo que ser hace mucho.
¿Por qué?
¿Por qué a mí?
No quiero ser un bebé.
Necesito mi chupete.
Mami me ha cogido dela mano y me lleva hasta el baño a secarme. Entramos en el de señoras, que son los únicos que tienen la mesa para cambiar pañales.
-Mami, ¿me das mi chupete?
-¿Aquí, Robin? –me pregunta mirando alrededor con preocupación-. Estamos en un sitio público.
-Porfa, Mami –y rompo a llorar-. ¡¡ESTOY MUY INQUIETO!! ¡¡NECESITO MI CHUPETE!!
Mami me ve ahí en medio, llorando a moco tendido, haciendo mucho ruido y oliendo a pipí, y se da cuenta de que no va a poder limpiarme en este estado. Me dejo caer en el suelo de la  impotencia y lo golpeo con mis puñitos.
-¡¡MI CHUPETE!! ¡¡DAME MI CHUPETE!!
Estoy mojado. Pero no con un pañal. Tengo los calzoncillos y los pantalones mojados de pipí.
Me he hecho pipí encima.
Y tengo 12 años.
¿Tengo 12 años?
-Está bien, Robin. ¡ESTÁ BIEN! –Mami mete la mano en el bolso de los pañales y saca mi chupete-. Toma, pero deja de berrear.
Me lo da y lo cojo rápido y torpemente a causea del nerviosismo e inquietud y me lo meto en la boca.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
Me voy tranquilizando poco a poco. Mami abre la mesa cambia-pañales y me sienta encima, con mis piernas colgando. Me quita los zapatos y comprueba hasta donde ha llegado el pipí.
-Por suerte los calcetines están secos –dice, y sigue quitándome la ropa.
Me saca pantalones y calzoncillos a la vez, los hace una bola y los tira a la papelera. Luego me dice que me tumbe.
-¿Qué vas a hacer? –le pregunto con mi chupete puesto.
-Voy a ponerte un pañal.
¿¿Un pañal?? ¿¿¿En público???
-No, Mami, un pañal no… -le imploro.
Mami me contesta mientras rebusca en la bolsa.
-Es lo que hay. Lo siento mucho, Robin, pero no quiero arriesgarme. Te he traído una muda limpia pero en el estado en el que estás creo que es más seguro si te pongo un pañal.
Tiene razón. Estoy muy inquieto. Necesito pañal. Puedo hacerme pipí otra vez en cualquier momento.
Mami saca un pañal de ositos con pañales y lo despliega rápidamente, me levanta las piernas y pasa el pañal por el culete. Yo lloro en silencio, moviendo mi chupete mientas Mami me coloca el pañal.
Voy a llevar un pañal en público. Fuera de mi casa. Afortunadamente toda la gente está viendo aún la película y no entra nadie en el aseo.
Verían cómo le están poniendo un pañal a un niño de 12 años.
A mí.
A Robin Starkley.
Mami me pasa el pañal por delante, lo pega a mi entrepierna hasta hace un rato mojada de pipí y me lo cierra sujetándolo ferméntemele con las dos cintas adhesivas.
Ahora se ven menos ositos.
Y ahí estoy yo. Vestido en un baño público con una camiseta, un pañal y un chupete.
Y a pesar de lo nervioso que estoy por si alguien me ve, lo cierto es que en el fondo estoy… tranquilo.
Seguro. Por llevar un pañal.
Mami saca de la bolsa de los pañales unos pantalones cortos de algodón de color gris.
-Lo siento pero en este bolso no me cabían otros.
Son unos pantalones viejos con una cintura muy ancha pero con un cordel para hacer un nudo y sujetarlos.
Mami me los pone sin problemas a pesar del abultado pañal y cierra el cordel en torno a mi cintura. Me hace un lazo y me baja la camiseta. Me pone de nuevo los zapatos y me baja de la mesa cambia-pañales.
Yo me siento como un verdadero niño pequeño. De unos 3 o 4 años. Llevo una camiseta de superhéroes, un chupete y un pantaloncito corto que no disimula para nada mi enorme pañal. Me tira mucho hacia arriba y es más que evidente que lo que llevo puesto debajo es un pañal. De hecho, toda la forma del pañal se marca por fuera del pantalón.
Mami me coge de la mano y salimos del baño. Comprueba que no hay nadie alrededor, pero aun así me quita el chupete de la boca.
Yo balbuceo molesto pero sé que es mucho mejor no llevar en este momento el chupete. Bastante doy ya el cante con el pañal.
Pero lo necesito.
Necesito un pañal.
Oh, dios. Necesito un pañal.
Quiero irme ya de aquí.
Pero sorprendentemente, los pasos de Mami no se encaminan hacia el aparcamiento, sino hasta la oficina de atención al cliente.
-¿Qué vas a hacer? ¿Por qué venimos aquí? –pregunto asustado.
-Porque hay que hacer las cosas bien, Robin. Hay que intentar ser siempre buen ciudadano.
Mi madre llama dos veces a la puerta.
-¿Sí? –la puerta se abre y aparece una chica joven vestida con el uniforme de las trabajadoras del cine.
-¡Hola! –Mami sonríe a pesar de la situación. A pesar de todo-. Veníamos para decir una cosa.
La chica nos mira extrañados pero nos deja pasar.
Aunque no está más extrañada que yo.
¿Qué les va a decir Mami? ¿Mira, le he puesto un pañal a mi hijo que tiene 12 años?
En el despacho hay un hombre de mediana edad vestido con traje sentado detrás de una mesa que miraba una montaña de papeles que tiene delante.
-Adelante, sentaos –nos dice el señor amablemente-. Bueno, ¿Qué es lo que sucede?
Yo miro a la chica, que nos mira a su vez a nosotros con cierta curiosidad.
-Gracias, pero va a ser rápido. Preferimos estar de pie.
El hombre asiente e invita a Mami a seguir.
-Verá, durante la película de Los Vengadores, mi hijo… ha… bueno, se ha hecho pis encima y… bueno, que ha mojado un poco la butaca…
-Entiendo –dice el hombre.
La chica arquea las cejas y me mira. Yo agacho la cabeza para mirar al suelo y me sonrojo.
-Si hay que pagar algo o lo que sea… lo hacemos encantados –termina Mami mirando distintivamente a la chica y al señor.
El hombre sonríe y hace aspavientos con las manos, restándole importancia al asunto.
-Señora, no se preocupe. Es algo que nos pasa a menudo. Películas de miedo, películas demasiado graciosas… Ninguna de Adam Sandler, por supuesto –ríe-. En fin, si hay niños viéndolas, a veces se les escapa el pis. No pasa nada. Tapizado nuevo y arreglado. No vamos a pedir dinero a las madres porque sus hijos puedan tener un accidente en un momento dado.
Mami suspira aliviada y le da las gracias al señor y a la chica. Esta nos sonríe y se inclina hacia mí.
-¿Todavía nos hacemos pipí encima? –me pregunta pretendiendo ser amable y con una vocecita infantil.
De nuevo el plural mayestático para referirse a mí. Nos.
Nos hemos hecho pipí. Vamos a quitarte el pañal.
Yo la miro pero no digo nada. Los ojos de la chica van rápidamente hasta la enorme forma de mi pañal marcada por fuera del pantalón y gira la cabeza no sin antes ponerse como un tomate.
-Bueno, pues muchas gracias de nuevo –dice Mami.
Me coge de la mano y salimos rápidamente del despacho.
La chica se ha dado cuenta de que llevo pañal. Y se ha puesto ella más roja que yo. Debo de dar mucha más vergüenza ajena de lo que creía.
Cuando salimos al aparcamiento está ya oscuro. Mami tira con decisión de mí para que lleguemos rápido al coche, pero yo me quedo parado y bajo mi cabecita para mirarme los pies otra vez. Da la sensación de que mis zapatos me parecen más interesantes que la película.
-¿Qué pasa ahora, Robin? –Mami se gira y me mira impaciente.
-Mami, ¿me puedes dar el chupete? –pregunto con hilo de voz.
Necesito mi chupete. Lo necesito mucho.
El gesto de mi madre cambia rápidamente y se vuelve de ternura, casi sintiendo pena por mí.
-Claro que sí, bebé. Toma tu chupetito –y mete la mano en el bolso y me lo da.
Yo me lo pongo en la boca y empiezo a chuparlo.
Está oscuro y no creo que nadie nos vea.
Y en este momento creo que me da igual si alguien lo hace.
-¿Estas mejor, Robin? –me pregunta pasándome un reconfortante brazo por los hombros.
Asiento en silencio.
Estoy mejor, pero a mil leguas de estar bien.
-Ale, vamos al coche –dice mami-. A casa.
-Mami… -le digo yo todavía sin moverme del sitio y sin dejar de mirarme la punta de los pies. Más interesantes que Los Vengadores-. ¿Puedes cambiarme el pañal?
Y es que al salir del baño me volví a hacer pipí.


*****


-¿Cómo ha ido la película? –pregunta Elia en cuanto Mami y yo entramos en casa. Se fija en mí-. ¿Por qué lleva puesto un pañal?
-Cámbialo, anda –le dice Mami mientras tira las llaves en el cenicero y deja caer los dos bolsos-. Que yo bastante follón he tenido esta tarde.