27 de noviembre de 2018

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 5: Nada de lo que preocuparse



El trayecto en coche se hizo más corto de lo que pensaba. Me lo pasé casi entero jugando con la Nintendo DS mientras Mami y Elia hablaban en los asientos delanteros. Al mi lado, y también con el cinturón puesto, estaba el bolso de los pañales, que contenía un par de ellos, el biberón y mi chupete. Siempre que salíamos a algún sitio, Mami se lo colgaba junto con su propio bolso por si en algún momento necesitaba que me pusieran un pañal. El biberón y el chupete se los echaba también casi por costumbre, pues nunca había pedido un biberón en público o mi chupete fuera de casa. El bebé Robin estaba siempre entre los muros de su hogar.
Otra cosa bien distinta era lo que pasaba cuando tenía que hacer caca. Normalmente podía aguantarme (si no tendría que llevar pañales también para ir al colegio y eso es algo que no pienso permitir en mi vida) y pedir el pañal una vez estuviésemos ya en casa, pero hay otras veces que si no me ponen un pañal, me hago caca en los calzoncillos.
En mi familia saben todos que yo llevo pañales, lo que es un poco humillante pues a excepción de Raola y Andrea, que tienen 25 y 19 respectivamente, soy el mayor con diferencia de todos mis otros primos. Los hijos del tío Stein y su mujer Julia, los gemelos Gred y Feorge, tienen 7 años, y su hermano pequeño Carlos 2. Solo él lleva pañales para dormir. Las hijas de tía Marie, Laëtitia y Felicia, tienen 5 y 3 años, y solo Felicia lleva pañales.
De todas formas, en este momento no me siento para nada un bebé. Soy un niño de 12 años normal y corriente, enganchado a su maquinita de videojuegos, como diría mi madre.
Llegamos a casa de mi tía, que vive en un séptimo piso de un moderno edificio del centro de Chicago. Elia y yo tenemos la teoría de que un antepasado de mi tío tuvo que ser miembro de la banda de Al Capone y que por eso pueden pagarse ese enorme apartamento en medio de la ciudad.
Esto es broma.
-Bueno, como dice Meñique en Juego de Tronos: cuando se está en la cama con una mujer fea, lo mejor es cerrar los ojos y esperar que se acabe lo antes posible. Pues aquí pasa lo mismo.
-¡Elia! –exclama Mami.
Yo me río.
-Era broma, Mamá. No voy a estar todo el rato con los ojos cerrados.
Nos bajamos del coche y Eli me dice al oído.
-Aunque por mujeres feas seguro que no es.
En el ascensor, estamos los tres en silencio, como si fuésemos presos camino del patíbulo, y solo cuando salimos Mami nos dice:
-Una sonrisa, aunque sea falsa, saludamos y que vean que nos alegramos de verles –dice Mami mientras llama al timbre.
-A ver si abren pronto que pueda quitar esta cara de gilipollas –dice Elia entre dientes.
Yo me vuelvo a reír y la sonrisa que estaba poniendo tipo Sheldon Cooper se transforma en una de verdad.
La puerta se abre.
-¡AAAAAAAAAAAAAAH! –grita emocionada tía Gayle.
-¡Aaaaaaah! –dice mi madre siguiéndole la corriente.
-¿Aaah? –dice Elia sarcásticamente.
-¡Pasad, pasad! ¡No os quedéis ahí! –tía Gayle nos coge de la solapa y nos arrastra dentro.
-¡Cuánto tiempo sin veros! ¡Pero qué preciosidad de niño! –me estampa un pegajoso beso en la cara, que no puedo por menos que soportar y seguir sonriendo-. ¡Y qué guapa que está esta niña ya! –abraza fuertemente a Elia-. Bueno, ¡mujer! ¡Mujer! ¡Que ya está muy mayor!
-Sí, sé ir al baño por mí misma –dice Elia flojito.
Mami le pega un pisotón, pero tía Gayle no parece haberla oído.
-Bueno, ¡entrad, entrad! ¡Están todos en el salón!
-Ah, ¿somos los últimos? –pregunta Mami mientras se quita el abrigo.
-No, no. Aún falta Marie con sus dos niñas. ¡Deberías verlas! ¡Están guapísimas las dos!
-¿Dónde puedo dejar los…? –pregunta Mami sosteniendo su abrigo y los bolsos.
-En mi dormitorio, en mi dormitorio. Al final del pasillo, la última puerta a la izquierda.
-Vale, vale… Vamos, chicos.
Cuando dejamos el recibidor y estamos lejos de tía Gayle, Elia me dice:
-Al lado de sus hijas, todo el mundo le parece guapo a tía Gayle.
-Elia, ¿por qué no te callas un ratito? –le espeta Mami flojito y con su voz más peligrosa mientras andamos hacia el salón.
-¿Te has fijado? –me pregunta mi hermana haciendo caso omiso de la advertencia de Mami-. Tía Gayle lo dice todo dos veces, como el matón ese de Uno de los nuestros. A lo mejor es verdad que su marido es un mafioso.
Yo me río por lo bajini, pero Mami le dice de nuevo, muy bajito y sin borrar la falsa sonrisa:
-Elia, como no te calles te juro que cuando salgamos de aquí te vas a quedar sin salir un mes.
El recibimiento de los demás familiares fue como esperábamos. El tío Francis me dijo lo mucho que había crecido (mentira, soy un enano); sus hijas, Andrea y Raola (la de la noticia) abrazaron a mi hermana y le dijeron que se alegraban de verla; Gred y Feorge, los gemelos del tío Stein y la tía Julia iban corriendo de un lado para otro tirándose cosas y el pequeño Carlos, con sus dos años, estaba escondido detrás de la falda de su madre.
Mami fue a dejar las cosas en el dormitorio y Elia y yo nos sentamos en los sofás sin saber muy bien qué decir o qué hacer. Llevábamos un año sin ver a esas personas, y la relación antes no era la mejor del mundo. Habíamos estado cuatro años sin vernos. No eran unos auténticos desconocidos para nosotros pero sí que es verdad que ni Elia ni yo habíamos olvidado el pasado. Mi hermana se puso a hablar con Raola y Andrea de la Universidad como si le cayesen bien, fingiendo interés de manera soberbia, mientras los niños pequeños jugaban a su bola, de manera que, como había previsto, me encontraba en una Tierra de nadie.
Nada cambió cuando llegó tía Marie con sus dos hijas, Laëtitia y Felicia. En cuanto entró por la puerta se hizo patente su condición de madre soltera: empujaba ella sola una silleta en la que iba sentada Felicia mientras que su hermana iba de pie en una pequeña plataforma con ruedines enganchada en la parte de atrás. Tía Marie cargaba un bolso de juguetes, otro de pañales y el suyo propio. Me recordó un poco a Mami y sentí un poco de vergüenza, pues esos pañales eran para alguien mucho más pequeño que yo.
Tía Marie dejó todos los bártulos en la habitación de tía Gayle y se sentó en los ya de por si abarrotados sofás. La situación no cambió. Los mayores hablaban de sus cosas y los pequeños jugaban en la alfombra. Y yo, en silencio entre dos mundos.


*****


Por fortuna, la comida estaba deliciosa. Normalmente no suelo comer mucho, pero esta vez repetí el segundo plato. Tía Gayle había encargado la comida a una empresa de catering. Tuve que desabrocharme el botón de los pantalones porque me estaban ya hasta apretando. Lo bueno que tiene estar en medio de varias generaciones durante una comida es que puedes comer todo lo que quieras que nadie va a hablar contigo.
Durante los postres, tía Gayle se levantó y le dio varios golpecitos a su copa de vino con la cuchara del flan.
-Un momento por favor, me gustaría decir algo –el murmullo de la mesa cesó al instante-. En primer lugar quiero daros las gracias a todos por venir –murmullo diciendo que no hay de qué y todas esas cosas-, y que ojalá podamos hacer estas reuniones familiares con más asiduidad, pues es bien cierto que nos vemos poco  –murmullo de nuevo de asentimiento, aunque la sonrisa de alguno se volvió de repente algo más forzada-, así pues, yo me comprometo a poner de mi parte para que podamos vernos mucho más de lo que nos hemos visto hasta ahora –la gente empezó a aplaudir-. Gracias, y por último, hay un motivo para esta comida –el silencio absoluto reinó de nuevo en la mesa. Eso era lo que les interesaba a todos, pues en el fondo son todos unos cotillas. A mí por el contrario, me daba bastante igual lo que fuese a pasar a continuación-. Y no es otro que mi hija mayor, Raola, tiene algo que deciros.
Tía Gayle se sentó y Raola se puso de pie, también con su copa en la mano. A mí toda la situación me estaba empezando a dar ya un poco de vergüenza ajena.
-Bueno, como ha dicho mi madre, gracias a todos por venir y ojalá que podamos vernos mucho más a menudo –de verdad, qué coñazo de todo-. Y bueno, la noticia es… ¡Que me caso!
La mesa entera tembló. Los comensales se pusieron de pie y corrieron todos a abrazarla y besarla. Yo me quedé quieto soportando la estampida mientras todos corrían al lado de mi prima. Por fin la cosa se serenó y volvimos todos a comportarnos como personas normales, sentados en nuestros sitios pero sin dejar de acosar a Raola a preguntas sobre su futuro marido, al cual nadie conocía.
A mí me daba bastante igual con quien fuese a casarse mi prima, pero como sabía que era un día importante, tuve que quedarme allí y fingir que todo eso me interesaba algo.
Al cabo de un rato, todos los primos pequeños se habían levantado de la mesa y se habían ido a jugar al salón. Pensando que allí no pintaba nada, pues se habían formado varios grupos distintos de conversaciones y ninguno me incluía a mí, me levanté y me fui.
En el salón, mis primos jugaban a revolcarse por el suelo y pelearse entre ellos. Estaban todos sudados y despeinados. Carlos y Felicia, los más pequeños, estaban algo apartados de la gran pelea que se había formado entre los gemelos y Laëtitia.
Estoy casi seguro de que esa pelea era broma, pero no sé nada de críos.
Yo saqué mi móvil y me puse a perder el tiempo un rato en las redes sociales, pero entonces las tripas rugieron y me entraron ganas de hacer caca.
Me tranquilicé. Quizá podría aguantar hasta llegar a casa.
No. Las tripas me volvieron a rugir.
Tenía que hacer caca ya o me la haría encima.
Me levanté lo más rápido que pude del sofá pero sin llamar mucho la atención y fui hasta el comedor. Allí estaba Mami hablando con el tío Francis y la tía Marie de algo de política.
Me acerqué a ella y le dije muy flojito.
-Mami, tengo que hacer caca.
Ella interrumpió la conversación y se giró.
-¿Ahora? –me preguntó más flojito aún-. ¿No te puedes esperar a llegar a casa?
Negué con la cabeza.
-Está bien –Mami suspiró. Se levantó y se dirigió a tía Gayle-. ¡Gayle! –mi tía levantó la cabeza, interrumpiendo también su conversación con la tía Julia y el tío Stein-. ¿Hay algún sitio donde le pueda poner el pañal a Robin?
Yo noté que me ponía rojo y bajé la cabeza rápidamente. Podía sentir la mirada de todos clavada en mi persona, en el niño de 12 años que todavía necesita que le pongan un pañal para hacer caca. Me empecé a poner muy inquieto. Todos sabían que llevaba pañales pero una cosa era eso y otra verse allí en medio, esperando que me pongan un pañal.
Por suerte, no había primos pequeños en la sala y en ese momento yo era la más pequeña de todas las personas.
Será una tontería pero esas cosas me consuelan bastante.
-Sí, puedes ponérselo en mi dormitorio –contestó tía Gayle frunciendo un poco los labios.
-Vale. Gracias, Gayle. Vamos, Robin.
Salí antes que Mami del salón y la esperé en el pasillo. Luego la seguí hasta el dormitorio de tía Gayle. Estaba muy inquieto. Necesitaba que me pusieran un pañal porque si no me iba a hacer caca encima.
Entramos en el dormitorio de mi tía e instintivamente me tumbé bocarriba en la cama, al lado de todos los abrigos y bolsos para esperar el pañal. El sitio era bastante grande. La cama era enorme, mucho más grande que la de Mami, y había también un sillón en una esquina y un vestidor en una pared. También había dos silletas plegadas en un rincón: la de Felicia y la de Carlos, supongo.
Mami abrió el bolso de los pañales y sacó uno. Era uno de cochecitos infantiles sobre la franja de la cintura. Lo dejó a mi lado y comenzó a desvestirme. Me quitó primero los zapatos y luego me bajó los pantalones y los calzoncillos. Me los quitó y empezó a desplegar el pañal. Luego me levantó las piernas con una mano y pasó el pañal por debajo, me lo acomodó en el culito y lo pasó por delante. Finalmente, me lo abrochó bien fuerte con las cintas adhesivas sobre los cochecitos.
-Ale, ya está –Mami se incorporó-. Cuando termines me avisas y te lo quito –dijo antes de salir del dormitorio.
Entonces me vi allí solo llevando solamente una camiseta y un pañal. Me sentía muy expuesto, pero tenía que hacer caca ya. Giré la cabeza buscando un rinconcito en el dormitorio que me gustase para poder sentarme y hacérmela, pero ninguno me convencía. Empecé a andar torpemente escudriñando diferentes sitios, pero no había ninguno que me transmitiera seguridad para hacer caca sin ser visto.
Me daba mucha vergüenza que me vieran haciendo caca.
Abrí el vestidor, pensando que sería un lugar cobijado, y al principio era así, pero cuando me puse en cuclillas me vino todo el olor de los zapatos y decidí salir.
Me estaban entrando muchas ganas de hacer caca. Tenía que encontrar un sitio ya. Estaba seguro que si me salía la caca allí en medio, me pondría a llorar como un bebé, y ya había sido demasiado bebé ayer.
Ninguno de los sitios de ese cuarto me convencía para hacer caca. Tenía que buscar otro. Así que no me quedaba otra que salir del cuarto. Me puse rápidamente los pantalones, pero no pude abrochármelos, pues el pañal era tan abultado que no daban de sí. Abrí la puerta dejando solo un resquicio y me asomé. Miré a ambos lados del pasillo y no vi a nadie. Salí sin hacer ruido llevándome las dos manos al culete, como sí así pudiese ocultar el enorme pañal que llevaba puesto. Los retortijones aumentaban.
Me iba a hacer caca ya.
Entonces vi que el pasillo giraba a la derecha. No sabía a dónde llevaba, pero seguro que no era muy largo, pues enfrente de mí estaba una ventana. Fui hasta allí intentando ocultar el volumen del pañal con las manos, ahora una por delante y otra por detrás, y rogando porque no saliese ningún primo ni ningún tío de ninguna puerta. El pañal hacía ruido a cada paso que daba, pero eso sí que no podía disimularlo. Bueno, ni eso ni su tamaño.
Giré en la esquina y vi un pequeño rinconcito en el que había solo una cómoda con cuatro fotografías encima. Entre el mueble y al pared había un pequeño hueco en el que podía ocultarme a primera vista si alguien pasaba por allí. Fui hasta allí y me puse en cuclillas.
Pero, ¿por qué será que si te estabas haciendo caca hace un momento ahora no quiere salir?
Creía que iba a ser inclinarme y hacérmela. Pero no podía, seguía estando un poco nervioso. Notaba toda la caca pero no había manera de que saliese. Me empecé a poner inquieto. Mi chupete estaba lejos. No me atrevía a ir a por él.
No me quedaba otra. Tenía que hacer caca allí como fuese.
<<Vamos, caquita. Sal, por favor>>
Finalmente, y haciendo mucha fuerza, noté como la caca empezó a salir. Me palpé el culete y pude notar el bulto dentro de mi pañal.
Por fin.
Poco a poco, me fui relajando y la caca empezó a salir de manera normal. Pero aun así me seguía sintiendo inquieto. No dejaba de estar en un lugar ajeno y cualquiera podría venir y verme haciendo caca en un pañal, así que me di prisa por acabar.
No tardé mucho. Al cabo de unos minutos noté que ya no tenía más caca. Me palpé de nuevo el pañal por detrás y pude notar que tenía un enorme bulto de caca ahí dentro. Me levanté para ir a decirle a Mami que me cambiara rápidamente.
Al ponerme de pie noté que no podía cerrar las piernas. Normalmente ya me cuesta hacerlo de por si cuando llevo puesto un pañal, pero cuando me hago caca es ya imposible, pues se queda amontonada en la entrepierna y me deja unos andares de cowboy en el lejano Oeste.
Fui hasta el salón andando como si me acabase de bajar del caballo y sin despegar la mano de mi culete, en un vano intento de disimular el pañal. Anduve hasta el lugar en el que se encontraba Mami sentada sin querer mirar a nadie pero notando sus ojos clavados en mí. Todos sabían que llevaba caca en el pañal.
En el pañal. Como un bebé.
Tenía ahora los brazo encogidos a la altura de mi pecho, con los puñitos cerrados, como si quisiese rezar pero no supiera como.
Llegué a Mami y le dije muy flojito con mi carita de pena.
-Mami, ya he terminado.
Mami me sonrió de manera cálida y reconfortante antes de contestarme.
-Vale, cielo. Vamos.
No dijo en ningún momento nada de Vamos a cambiarte o mencionó la palabra Pañal. Sabía cómo me sentía y que esas palabras no harían otra cosa que humillarme aún más. Estaba ahí de pie con mis 12 años y un pañal lleno de caca.
Pero lamentablemente, no todo el mundo es como mi madre.
-¿Ya se ha hecho su caquita el bebé? ¿Hay que cambiarle el pañal? –me preguntó con voz infantil mi prima Raola.
En ese momento, no sabía si lo hacía para burlarse de mí o porque de verdad pensaba que me gustaba que me hablaran como a un bebé.
Mi prima nunca ha tenido muchas luces.
Por fortuna, Elia estaba sentada al lado suya.
-Cállate, anda –le espetó a la par que le soltaba un codazo.
Mi hermana. La mejor.
Mami y yo salimos del salón y llegamos hasta el dormitorio de tía Carla. Yo me encontraba realmente mal. Quería que me quitaran ya ese pañal lleno de caca. Me tumbé rápidamente en la cama bocarriba y Mami se inclinó hacia mí.
No había hecho más que el frunch, frunch de despegarme las cintas adhesivas cuando se abrió la puerta de golpe y mi prima Laëtitia entró en la habitación.
Se quedó parada al verme allí, tumbado sobre la cama mientras Mami me cambiaba el pañal.
-Se llama antes de entrar, Laëtitia –le recriminó mi madre.
-Solo venía a por un juguete de la silleta… -dijo ella, visiblemente avergonzada, como si la hubiesen pillado haciendo  una travesura.
-No pasa nada –le contestó Mami al ver el apuro de la niña-. Cógelo y sal.
Laëtitia cruzó la habitación sin dejar de mirarme y fue hasta a silleta. Removió una bolsa que había al lado y sacó un peluche de esos de animales con los ojos muy grandes. Cuando pasó de nuevo frente a mí, le preguntó a Mami.
-¿Es que el primo lleva pañales?
Mami me miró y dio un pequeño suspiro antes de contestar.
-Solo para dormir y hacer caca –le dijo.
-¿Se hace  pipí por la noche?
-A veces –mintió Mami.
La niña se quedó ahí parada, sin saber qué decir. Se empezó a poner también un poco roja, pero no tanto como yo, que estaba hecho un tomate.
-¿Me dejas que siga cambiando al primo? –le pregunta amablemente Mami, que había detenido todo el cambio cuando mi prima entró en la habitación.
-¡Sí! –contestó mi prima sonriendo, y salió corriendo.
-¡Qué mona es! –exclamó Mami mientras abría la parte delantera del pañal.
-¿Por qué has hecho eso? –le pregunté aún inquieto.
-¿Hacer qué? –se extrañó.
-¡Eso! –contesté mientras Mami me levantaba las piernas-. ¡Darle conversación!
-Ay, Robin, hijo –exclamó exasperante-. Es una niña pequeña. Siente curiosidad. Por si no lo sabes, no es nada común ver a un niño de 12 años llevando pañales.
-¿Eso es lo que pasa? ¿Que no quieres que lleve pañales? –pregunto haciendo pucheros.
-Robin, a veces eres muy melodramático. ¿He dicho yo eso?
No, Mami no ha dicho eso.
Le prometí hace mucho tiempo que siempre sería su bebé.
-¡Pero ha entrado sin avisar! –protesté. Me había fastidiado mucho lo de mi prima.
-Y ya le he reñido por eso –Mami comenzó a limpiarme-. ¿Qué quieres que haga? ¿Qué la castigue al rincón o que hable con su madre? ¡Solo tiene 5 años! No seas niño tú también…
-Es que no quiero que me vean con pañal… -dije mientras unas lágrimas me empezaban a correr.
-¡Robin! –Mami había terminado de limpiarme y me estaba poniendo los calzoncillos-. Pobrecito –me alzó y me apretó junto a su pecho.
Mami me prometió que siempre iba a cuidar de mí.
Yo dejé escapar unas lágrimas silenciosas. Me había dado mucha vergüenza entrar con caca al salón con toda mi familia presente, soportar los comentarios vejatorios de una de mis primas y para colmo ver como otra más pequeña se colaba en la habitación y nos pillaba mientras me iban a quitar el pañal.
Mami fue hasta el sillón conmigo en brazos, se sentó, me puso en su regazo y empezó a acunarme.
-Ya está, Robin… Shhh…
Yo me sentía muy seguro en brazos de Mami pero me faltaba algo.
-Mami, ¿puedes darme un poquito el chupete?
-Claro, cielo.
Y Mami se levantó y fue hasta la bolsa de los pañales y cogió de uno de los bolsillos pequeños de fuera mi chupete de color lila. Me lo puso en la boca y yo cerré los labios en torno a él.
Estuve chupándolo en el regazo de Mami mientras ella se mecía, me acariciaba el pelo y me susurraba:
-Mi bebé.


*****


En el coche de Mami. Afortunadamente ya volvemos a casa.
Mami y Elia hablan en los asientos delanteros mientras yo miro por la ventana viendo pasar el paisaje.
La Nintendo DS se ha quedado sin batería, ¿vale?
-¿Y dices que la cría os abrió la puerta así de sopetón?
-Sí.
-Joder, qué fuerte. Le dirías algo.
-Le dije que se llamaba antes de entrar.
-Así que por eso le estaba riñendo tía Marie.
-Sí, luego me pidió perdón también. Pero le quité hierro al asunto. No es para tanto.
-Así que tenemos boda a la vista.
-Y un montón de comidas familiares más.
-Estás tan encantada como Robin y yo.
-En realidad no están tan mal. Ya lo has visto. Nos tratan bien. Hay buen ambiente…
-Buenooo…
-Mejor que el de antes.
-Eso sí.
-Has visto que ya no tienen tantos problemas con que Robin lleve pañales.
-Eso me ha parecido.
-El pasado, pasado está. Hay que quedarse con lo bueno –Mami hace una pausa-. Mírales ahora con tu hermano. Tiene 6 años más. Mucha gente me pondría mala cara si tuviera que quitarle la caca a un niño de 12 años en su casa.
-Eh, que os estoy oyendo.
-Sí, eso es verdad –las dos ignoran mi comentario- Aun así no me agrada nada tener que empezar a ir a un montón de comidas familiares.
-Tranquila, eso es lo que siempre se dice. No creo que vayan a ser tantas.
-Todos los fines de semana no, ¿verdad?
-Ni de coña, espero. Serán cada mes o cada dos meses.
-Mami, ¿y mi chupete?
-En la bolsa de los pañales, cielo. ¿Te lo vas a poner ahora?
-No, solo lo quiero para que no se sienta solo –contestó sarcásticamente-. ¡Claro que me lo voy a poner!
-Ten cuidado, Robin –me dice Elia-. Te van a ver los coches que adelantemos.
-Me da igual.
-Y a mí también. Te lo decía para cabrearte.
-Ja. Ja. Me parto.
Abro el bolsillito pequeño del bolso de los pañales y cojo mi chupete. Me lo pongo y comienzo a moverlo haciendo el ruidito.
Chup, chup, chup, chup, chup
-¿Vas a dormirte, Robin? –me pregunta Mami.
-No… Bueno, no sé. No creo.
-No llevas pañal –me advierte.
-Pero no vamos a tardar mucho –apunta Elia.
-¿Tú sabes que tu hermano aunque se quede durmiendo dos minutos se hace pipí?
-Ala, ala… exagerada. Además, ha dicho que a lo mejor no se duerme ¿verdad, Robin?
-No sé, no creo.
-Pon un poco también de tu parte, Robin –me dice Eli mientras se ríe.
-Verás tú –dice Mami a nadie en particular.
Yo apoyo la cabeza contra la ventanilla del coche y muevo mi chupete. Elia y Mami han vuelto a hablar de los rollos familiares. Fuera, el sol está poniéndose y a mí me empiezan a pesar los párpados…

Por una pequeña cabezadita no creo que pase nada…


*****


No estoy en el coche. Estoy en un parque que hay cerca de casa, junto a una fuente. Ronald y Joseph también están conmigo. Aparecen César, Miles y Eddy y comenzamos a pasarnos un balón. Eddy, que no tiene nada de puntería, lo lanza a la fuente.
-No os preocupéis, que voy yo a por él –digo.
Meto un pie en la fuente y me sorprendo al ver que no se me moja. Entonces meto el otro y tampoco. Pero cuando el agua me llega a la altura de la entrepierna y la cintura, me siento todo mojado. Cojo el balón y salgo de la fuente.
-Te has mojado –me dice Miles.
-Ya, pero es solo agua –contesto.
Voy a volver a jugar con ellos, pero noto una mano que me zarandea el hombro.
-Robin, ¡Robin!
-Tengo que ir a jugar.
-Pero, ¿qué dices? ¡Despierta!
-¿Eh? –digo abriendo los ojos.
Estoy en el coche de Mami, no en el parque. Pero sí que me siento mojado.
-Ya hemos llegado –me dice Elia-. Te has dormido.
Elia está a mi lado. La puerta está abierta y mi hermana está fuera del coche inclinada hacia mí.
-Mira ver si se ha hecho pipí –dice la voz de Mami, también desde fuera del coche.
-A ver… -Elia me suelta el cinturón y me palpa un poco los pantalones. Luego me mira compasiva y contesta a Mami-. Sí, está mojado.
-¡Lo sabía! ¡Si es que lo sabía! –Mami se inclina también hacia mí y comienza a gritarme-. ¡Sabía que se iba a mear encima! ¡Es que es matemático! ¡Es matemático! ¡Se duerme y se mea! ¡Te lo dije! –le grita a Elia-. ¡¡¿Te lo dije o no te lo dije?!!
-Sí, Mamá, me lo dijiste –contesta Elia cansinamente.
Entonces es cuando me doy cuenta de lo que ha pasado. Me he hecho pipí encima y no llevo puesto un pañal. Me he mojado los calzoncillos y los pantalones. Me siento húmedo y asqueado, y huelo a pipí. Odio mearme encima.
Comienzo a llorar en silencio, moviendo mi chupete. Me siento muy avergonzado y humillado por haberme mojado encima. Esto no habría pasado si llevara puesto un pañal. Me habría hecho pipí en el pañal, Mami me hubiera cambiado y ya está. Pero ahora… ahora solo estoy meado y me siento muy mal.
-¡Ala! ¡Y ahora se pone a llorar! –exclama Mami-. Si es que de verdad… Qué lata de niño.
Me pongo a llorar más.
-No seas tú así tampoco, Mamá –le recrimina Elia-. Sabías que esto podía pasar…
-No. Podía no. ¡SABÍA que esto iba a pasar!
-Bueno, pues se le seca y se le baña y ya está –dice Elia.
Yo sigo sentado sobre el asiento, que también está mojado. Chupando mi chupete y llorando en silencio.
¿No sé da cuenta Mami que bastante tengo yo con estar así?
-Ven, Robin –me dice Elia delicadamente-. Ven, cariño.
Elia me ayuda a salir del coche, y tras mirar a los lados y cerciorarse de que no hay nadie en la calle, me saca llevando aún el chupete en la boca.
-Vamos a lavarte, cielo –me dice mientras me lleva de la mano dentro de casa.
Yo me dejo llevar. Con mi pantalón y mis calzoncillos mojados de pipí, sintiéndome la persona más lamentable del mundo y llorando con un chupete.
Como un bebé.
-¡¡Encima ha mojado también el asiento!! –oigo gritar a Mami desde fuera.
-No pasa nada -me dice Elia suavemente. Me habla todo el rato con una voz muy dulce-. Mamá solo está enfada. No se lo tengas en cuenta.
Eli me lleva hasta el baño y comienza a desnudarme. Yo me dejo hacer mientras sigo llorando y moviendo el chupete.
Nada de esto habría pasado si llevase puesto un pañal…
Mami no se habría enfadado y yo… yo no estaría mojado.
Comienzo a llorar más fuerte, berreando como un niño pequeño con una rabieta.
-Robin, Robin –Elia viene hacia mí y me rodea con sus brazos-. Ya está… Shhh… ya pasó… la próxima vez te pondremos un pañalito cada vez que te vayas a subir al coche, ¿vale?
Asentí con la cabeza, aún llorando.
-¡Mi atún pequeñito! –Elia sonríe y me abraza-. Vamos a lavarte y a quitarte este olor a pipí, ¿vale, cielo?
-Vale… -logro decir yo.
Elia abre el grifo del agua caliente al máximo y lo deja salir un rato. Cuando se forma una nube de vapor, viene hacia a mí y me ayuda a entrar en la bañera. Regula la temperatura del agua y comienza a mojarme los pies.
-¿Está bien así?
Asiento.
-¿Me das el chupetito para que no se te moje?
Elia me saca el chupete de la boca y me deja así completamente desnudo. Pero enseguida vuelve con mi chupete de baño y me lo pone con delicadeza. Yo lo recibo agradecido y comienzo a moverlo.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-Eso es, Robin –me dice mientras comienza a mojarme la cabecita-. Eso es…
Elia me rocía entero con agua caliente, haciendo así que la humedad que sentía a causa del pipí vaya desapareciendo. Después enjabona todo mi cuerpo haciendo especial hincapié en las zonas que estaban mojadas de pipí. Finalmente, me quita el jabón de nuevo con agua muy caliente. El pelo cae sobre mi frente y no puedo ver nada. Solo siento el chupete en mi boca y que ya me voy sintiendo algo mejor.
Mi hermana mayor me cubre en una toalla y me ayuda a salir de la bañera. Después coge una toalla más pequeña y envuelve mi pelo en ella. Elia va secando poco a poco todas las partes de mi cuerpo. Cuando me seca la carita, cambia el chupete de baño por el normal y después me seca el pelo.
-Ya está. ¿Ves como no era para tanto? –me dice con voz dulce mientras me levanta la barbilla para que la mire a los ojos –me da un beso en la frente-. ¿Quieres que te ponga un pañalito?
Asiento.
Necesito un pañal.
Parecía que Elia me leía el pensamiento.
Abre los cajones del baño.
-¿Sabes si aquí hay algún pañal o tengo que bajar abajo? –hace una pausa mientras sigue buscando-. Ah, vale. Aquí hay uno –Eli viene con el pañal hacia mí-. Es uno de ositos.
A mí me da igual. Solo quiero mi pañal.
-Ábreme un poquito las piernas, Robin.
No había ningún sitio para tumbarme y Eli no sabe ponerme el pañal de otra manera, así que tuvo que improvisar y ponérmelo allí estando yo de pie.
Abrí las piernas y ella puso el pañal debajo, después me pasó la parte de delante y me dijo que la sujetase mientras ella me ponía la parte del culete. Me lo acomodó detrás y abrió una cinta adhesiva. La estiró y la pegó a la parte de delante del pañal. Después sujetó esa parte mientras estiraba fuertemente la otra y la pegaba sobre los ositos, dejándome el pañal muy fuertemente agarrado a mi cuerpecito.
-¿Estás bien? –me preguntó-. ¿Se ha quedado bien sujeto?
Asiento de nuevo.
Me siento mucho mejor ahora que llevo un pañal. Ya no pasa nada si me hago pipí.
-¡Ay, atún! ¡Que eres un pedazo de atún! –Elia me abraza y me besa la cabecita-. ¿Te quieres venir un ratito conmigo a mi habitación?
Volví a asentir.
No me sentía con fuerzas para hablar.
Elia me cogió de la mano de nuevo y salimos del baño. Yo llevaba puesto únicamente un pañal y movía mi chupete en silencio. Elia me dejó sobre la cama y salió. Supuse que estaría recogiendo mi ropa del cuarto de aseo y trayéndome otra nueva. Y así era.
Mi hermana entró de nuevo con mi pijama bajo el brazo. Y con Wile. Yo me puse de pie y ayudé a mi hermana a ponerme el pijama. Después ella me tendió a Wile, a quien cogí y abracé contra mi pecho.
Ahora sí que me sentía ya mucho mejor.
Elia se tumbó sobre su cama y sacó un libro titulado Fundamentos de la Arqueología Contemporánea y comenzó a leerlo. Yo me tumbé junto a ella abrazando a Wile y mi hermana me pasó un brazo por encima. Mientras leía, me iba acariciando mi brazo de arriba abajo con la punta de los dedos.
-¡Elia! ¡¿Está el niño contigo?! –la voz enfada de Mami llegó desde abajo.
-¡Sí, Mamá! –contestó Elia no de muy buenas maneras tampoco.
Elia se giró y me dio un beso en la mejilla, como disculpándose por la actitud de Mami.
Yo me acurruqué junto a mi hermana. Tenía sueño pero llevaba puesto un pañal.
No había nada de lo que preocuparse.

20 de noviembre de 2018

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 4: Mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso)



A pesar de todo, me encanta despertarme los sábados. No tengo que ir al cole y puedo quedarme en la cama jugando con Wile, llevando pañales y con mi chupete en la boca. Siempre me despierto mojado, pero da igual. Como he dicho, los pañales que me compra Mami son muy absorbentes y, exceptuando que pesan bastante más, estoy totalmente sequito y no hay otro indicio más de que me haya hecho pipí.
Así que como os podéis imaginar, es genial estar en la camita, tapado con las sábanas y jugando con Wile.
Normalmente los juegos son siempre el mismo, Wile es Wile, y no tiene otra cosa que hacer que atrapar al Correcaminos. Sin embargo, este Wile tiene algo especial, y es que lleva pañales. Así que cuando no consigue atraparlo (que es siempre) se enfurece y se hace pipí encima. Pero afortunadamente, tiene una máquina marca ACME que le cambia el pañal cada vez que lo moja o se hace caca.
-Ojalá llevases pañales de verdad, Wile –le digo bajito e ilusionado-. Así no tendría que fingir que llevas puesto uno cuando jugamos –hago una pausa-. Un pañalito como el que llevo yo –añado, y me río con mi chupete puesto.
Estoy un rato más jugando debajo de las sábanas hasta que se me agotan las ideas. Wile ya ha puesto siete trampas para atrapar al Correcaminos y no lo ha conseguido ninguna vez; lo que es normal, pues si lo hiciera se acabaría el juego. En Padre de Familia versionan con su particular humor qué pasaría si finalmente el Coyote consiguiese atrapar al Correcaminos, y la verdad, su vida después de eso era un poco deprimente.
Juego un rato más Wile a achucharlo y a mimarlo, como hace Mami conmigo hasta que el calor empieza a hacer agobiante.
¿No os pasa a vosotros que cuando os despertáis después de haber dormido mucho os sentís aún en un estado de vigilia que dura un tiempo?
Bueno, a mí sí me pasa. Es cuando me siento más bebé. Envuelto en sábanas, con pañal, chupete y con Wile.
Me destapo y noto que en realidad en la habitación no hace tanto calor así que me subo un poco las sábanas. Estiro el brazo y cojo mi móvil de la mesita de noche. Son solo las diez y media de la mañana, creía que era mucho más tarde. Sin embargo, oigo ruidos suben desde el salón. Hay alguien viendo la televisión. Debe de ser Elia, ya que Mami no se levanta los fines de semana hasta después de las once. Yo en la cama, ya no tengo nada que hacer así que me levanto y bajo hasta el salón.
Me calzo las zapatillas de estar por casa y bajo las escaleras procurando no hacer mucho ruido. En el salón está, como esperaba, mi hermana. Está escribiendo con el móvil mientras la televisión está encendida, aunque no parece que le preste mucha atención.
-Buenos días, renacuajo –me saluda al entrar.
-Bue… buenos días –contesto sin reprimir un bostezo.
Voy hasta el sofá pequeño y me dejo caer en él. Para Elia por supuesto, es el sofá grande. Ella es la hermana mayor.
En la televisión están echando H2O, una serie sobre sirenas que Elia suele ver pero que a mí no me gusta mucho. Le echo un par de miradas a mi hermana y veo que no aparta la vista del móvil.
-¿Puedo cambiar el canal?
-No –contesta sin dejar de mirar el móvil y teclear a toda velocidad.
-¡Pero si no la estás viendo! –protesto.
-La estoy escuchando.
-¡Mentira! ¿Qué acaban de decir?
-Que se van al arrecife.
-¿Por qué? –le pregunto incisivamente.
Elia se queda en silencio.
Sonríe.
-¿Qué quieres poner?
-Kim Possible –le contesto firmemente.
-Esa serie es para bebés –me dice.
-¡No es para bebés! –protesto.
-Sí que lo es, por eso te gusta a ti –dice para pincharme sin dejar de teclear.
Es increíble cómo puede hacer dos cosas a la vez.
-Bueno, vale. Es para bebés. ¿Puedo ponerla o no?
Elia me tira el mando a distancia.
-¡Ay! –exclamo por el susto-. Gracias.
-De nada, bebé.
Le saco la lengua y pongo Disney Channel.
Estamos un rato más así, yo viendo la tele y Elia mirando el móvil. Cuando acaba el capítulo de Kim Possible, Elia se levanta desperezándose y crujiéndose el cuello varias veces a ambos lados.
-¿Vienes a desayunar?
Y sale sin esperar respuesta.
Yo me levanto y la sigo con andares torpes, no hay que olvidar que llevo un pañal lleno de pipí.
En la cocina, Eli pone a calentar leche en dos cazos. Un cazo con leche de cereales para mí y otro con leche de avellanas para ella, que en realidad no es leche, pues mi hermana está pasando por un proceso de hacerse vegana y va poco a poco.
Lleva un año bebiendo leche de avellana pero comiendo de todo lo demás.
Poco a poco.
Mientras se calienta la leche, Elia me pregunta si quiero que me cambie el pañal, pero le contesto que estoy bien, que prefiero esperar a que se despierte Mami.
-Gracias –le digo también.
-No hace falta que me las des, atúuuuun –me dice mientras me aprieta los carrillos.
Yo me sonrojo un poco. En estos momentos, me doy cuenta cuan bebé soy.
Cuando la leche está ya caliente, Elia vierte la suya en un tazón con chocapics y la mía en un biberón, enrosca la tetina y me lo da mientras ella se sienta también a la mesa. Mi hermana va comiéndose con cuchara sus cereales y yo sustituyo el chupete por el biberón.  Empiezo  a chupar de la tetina para beberme la leche. Durante un momento no se oye otra cosa que el crujir de los cereales de chocolates en la boca de Elia y mis chupeteos al biberón.
Crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup.
Evidentemente, me gusta mucho más tomarme el bibe en mi cama o que Mami me lo de sobre su regazo, pero aquí, sentado en una mesa de la cocina, desayunando con Elia, puedo sentir cierta compenetración entre hermanos y a la misma vez que aunque soy un bebé en muchos aspectos, también puedo tomarme un biberón por mí mismo, sentado en la mesa como las personas mayores.
Cuando termino de beberme la leche, se me escapa un enorme eructo. Elia ríe y se le salen algunos cereales de la boca, que vuelven al tazón mucho más blandos.
-Veo que no hace falta que te eche los gases –me dice.
En ese momento, la puerta de la cocina se abre y entra Mami.
-¡Buenos días! –dice alegremente.
-¡Mami! –la saludo yo.
-Buenos días, mi princesa –le dice a Elia mientras intenta darle un beso.
-Ay, déjame en paz, Mamá.
-Menos mal que aún tengo a mi bebé –y viene hacia a mí y me da un sonoro beso en la mejilla-. ¡Buenos días, mi bebé!
-¡Buenos días, Mami! –le contesto yo mientras le doy otro beso.
Elia pone los ojos en blanco.
-¡Mami, me he tomado yo solo el bibe! –le digo emocionado mientras agito el biberón vacío delante suya.
-¡¿Qué me dices?! –Mami se lleva las manos a las mejillas, asombrada-. ¿Y también te lo has hecho tú?
-No, ese extraordinario logro ha sido cosa mía –dice Elia sarcásticamente.
-¡Qué bebé tan mayor tengo! –exclama Mami mientras me coge en peso-. ¡Uy! Pero este pañal está lleno de pipí –dice al sujetarme por culete mientras me da unos cachecitoss en mi pañal.
-Ji, ji, ji –contesto mientras entierro la cabeza en sus pechos, con un poco de vergüenza.
-Bueno, pues vamos a cambiarte este pañal, no te vayas a irritar, bebé.
-¡Vale! –contesto feliz. Aunque no me importa llevar un pañal mojado, me encantan los cambios de pañal que me hace Mami.
-¿Y tu chupetito? –me pregunta Mami de pronto.
-En la mesa –le contesto estirando el bracito y señalando hacia él.
Mami lo coge del asa y me lo acerca.
-Abre la boquita –la abro y ella me introduce el chupete dentro, con mucha delicadeza.
Cierro la boquita y empiezo a chuparlo, haciendo ruido.
Chupchupchupchupchupchup.
Ahora soy bebé. No hablo. No ando.
Solo soy un bebé con un pañal mojado esperando que su Mami se lo cambie.
-Te preparo café, ¿vale, Mamá? –dice Elia cuando estamos saliendo de la cocina.
-Muchas gracias, cielo –le contesta Mami.
En sus brazos salgo de la cocina.
-¿Has visto que hermana más buena tienes, que te prepara a ti el bibe y a mí el café?
Sé que hermana tan buena tengo, pero como soy bebé no contesto.
Subimos las escaleras y llegamos a mi cuarto. Mami me tumba sobre la cama y va hacia el armario. Va a ponerme otro pañal.
Aunque de día no lo necesito (solo para hacer caca), los fines de semana suelo pasármelos enteros llevando un pañal. Normalmente no salgo y estoy siempre en casa así que puedo ir con un pañal tranquilamente, haciéndomelo todo encima, sabiendo que Mami o Elia me van a cambiar cuando haga falta.
Mami deja el pañal que va a ponerme a mi lado y me da tiernamente a Wile, para que juegue con él mientras ella me cambia. Yo lo cojo y lo estrujo contra mi pecho. Mami, mientras tanto, comienza con el cambio de pañal.
Noto cómo me quita los pantalones del pijama dejando al descubierto mi pañal, que esta vez es de conejitos sobre fondo azul clarito. Mami despega las cintas de los conejitos y me abre el pañal. Tira de mis piernecitas hacia arriba y lo extrae. Mientras ella me limpia, muevo a Wile en el aire, imaginando que hace el baile de Ni gota, ni gota.
Cuando ha terminado de limpiarme, coge el pañal nuevo, lo abre y me lo pasa por el culito levantándome de nuevo las piernas. Después me lo pasa por delante y me lo sujeta fuertemente a la cintura.
Besa mi tripita.
Echo a Wile a un lado y me llevo las manos al pañal. Al notarlo con mis palmas, me siento más bebé aún y agito mis extremidades, contento de estar cambiado y de ser un bebé tan feliz.
Mami me mira con amor y me da barios besitos en la barrigota, que me hacen bastantes cosquillas. Me río tontamente y el chupete se me sale de la boca. Mami lo coge y me lo pone delicadamente.
Vuelvo a chuparlo.
Chupchupchupchupchupchup.
Mami me viste ahora con ropa de niño de mi edad y se marcha a desayunar; y si alguien entrase ahora en mi habitación podría ver a un niño de 12 años aparentemente normal; pero si se fijase un poco más se daría cuenta que debajo de ese pantalón de algodón hay un enorme pañal y en la boca de ese niño un chupete de color lila. Pero por si eso no fuese suficiente, los gestos de ese niño sobre la cama, bocarriba y agitando un peluche del Coyote de los Looney Tunes le darían a entender a esa persona que lo que hay en esa habitación no es un niño de 12 años, sino un bebé de 2.


*****


Durante la comida, ya se me ha pasado bastante mi momento bebé, aunque sigo llevando un pañal y mi chupete está al lado de la cuchara, que no sé para qué está en la mesa porque Mami ha hecho de comer huevo frito y patatas fritas y hasta el día de hoy, nadie se ha comido aún un huevo frito con patatas usando cuchara.
A mí me encanta mojar el chupete en la yema del huevo, en el kétchup y en cualquier salsa, pero Mami me lo tiene terminantemente prohibido y tengo que hacerlo cuando ella no está delante. Siempre me ha parecido que mojar el pan o las patatas fritas está demasiado visto.
Comemos en silencio mientras vemos reposiciones de Los Simpson. Elia y yo los tenemos tan vistos que podemos quitarle el volumen a la tele y decir los diálogos de memoria. Alguna vez de hecho hemos jugado a eso.
-Mañana vamos a comer a casa de la tía Gayle –dice mi madre de pronto.
Elia y yo dejamos caer los cubiertos sobre el plato. Se oye el tintineo de metal contra cerámica.
-Te lo tenías bien guardadito, eh –le espeta Elia.
-Os lo digo ahora para que nos dé tiempo a inventaros una excusa para no ir –mira a Elia-. No sé cuántas veces me has dicho que tenías un proyecto en la carrera –me mira a mí-. Y tú que tenías que estudiar para no sé qué exámenes. El curso acaba de empezar, aún no tienes exámenes.
-¡Tengo deberes! –protesto.
-Mentira, los hiciste todos el viernes.
-¿Hiciste los deberes el viernes? Vaya empollón –suelta mi hermana riéndose.
-Cállate, Elia –replico yo.
-Bueno, ya vale. Elia, no pinches a tu hermano. Mañana tenemos que ir todos a comer a casa de la tía.
-Pero, ¿por qué tenemos que ir a comer a casa de la tía Gayle? ¿A qué viene esto a estas alturas?
-Su hija tiene una noticia importante que darnos.
-Va a hacerse una liposucción –digo yo.
Elia se parte de risa, y Mami sonríe un poco.
-No, pero creo que tiene algo que ver con el chico ese que conoció en Nueva Jersey.
-Dios, seguro que se va a casar –dice Elia-. ¿Cómo le harán el vestido de novia? Seguro que no les bastará con las cortinas de la ventana del balcón.
Ahora me parto de risa yo.
-Bueno, ahorrarse esos comentarios cuando estemos allí.
-¿Quién va a ir? –pregunta Elia, esperanzada como si alguien de los fuera a ir hiciera más soportable la velada.
-Todos –contesta Mami, acentuando aún más el hecho de que nosotros debamos ir.
-¿Quiénes son Todos? –pregunto yo.
Mami me echa una mirada fulminante antes de contestar.
-Por supuesto la tía Gayle, el tío Francis, Raola y Andrea; el tío Stein y la tía Julia; sus hijos, los primos Gred, Feorge y Carlos; y la tía Marie y sus hijas Laetitia y Felicia.
-Vamos, todos –Elia se resigna.
-Exacto, todos –vuelve a enfatizar-. Así que nosotros no podemos faltar. Además –añade-, se os olvida que la tía Gayle nos acogió cuando no teníamos ni un puñetero sitio a donde ir.
El ambiente se tensa de repente. Se produce un silencio sepulcral. Nadie dice nada.
Mami tira su servilleta en el plato, se levanta y sale rápidamente de la cocina. Oímos un sollozo antes de que la puerta se cierre de un golpe.
No hace tanto tiempo que ocurrió todo. Yo tenía 6 años, o sea que hace la mitad de mi vida. Fue una época que afortunadamente conseguimos dejar atrás. No hablamos nunca de ella, también por todo lo que pasó después, pero hay veces que el pasado de golpea en la cara sin esperártelo. Sin que lo veas venir. Como una dosis de realidad que te dice Eh, no te olvides de esto que viviste.
Es lo que ha pasado tras la frase Mami. La que ha dicho justo antes de levantarse e irse.
Yo tenía, 6 años, así que Elia debía de tener 15.
Mami, Elia y yo nos presentamos una mañana temprano en casa de mi tía Gayle. En su antigua casa, antes de que se mudase al centro de chicago, en un barrio residencial no demasiado lejos de donde vivimos ahora. Acabábamos de abandonarle esa misma noche, y por la mañana, y tras unas cuantas súplicas que Mami nunca admitirá delante de Elia y yo, porque ella es de esas personas que intenta que todo vaya bien siempre, aunque los factores de tu entorno te digan todos al unísono que no, llamamos al timbre de mi tía, mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso). Llevábamos unas maletas con apenas cuatro mudas que habíamos podido coger en nuestra huida en mitad de la noche. Yo iba en brazos de Mami con mi chupete nuevo en la boca y un pañal mojado en la entrepierna.
Tía Gayle nos abrió con una cara que para nada se alegraba de vernos. Le dijo a mi madre un Te lo dije o no te lo dije, y nos invitó a pasar de mala gana. Mami le dio las gracias con hilo de voz y Elia me explicó más tarde que lo que había pasado no era culpa d Mami, que muchas mujeres están en una relación así y que salir de ella no es tan fácil como parece.
En casa de mi tía estaban su marido Francis y sus hijas Andrea y Raola, que no estaban tan gordas como ahora, pero ya se vislumbraba un futuro corporal producto de las grasas saturadas. Mami le volvió a dar las gracias por acogernos mientras me dejaba en el suelo y me empujaba disimuladamente para que yo también lo agradeciera. Lo hice muy muy flojito, yo aún no sabía lo que estaba pasando. Solo era un niño que acaba de empezar otra vez a llevar pañal durante el día y que chupaba un chupete intentando consolarse sin saber muy bien respecto a qué. Ayer vivíamos en una casa con un hombre que nos maltrataba y hoy parecía que íbamos a vivir en otra donde tampoco se alegraban de vernos. Miré a Elia, que normalmente era ella quien me explicaba las cosas que no entendía, pero solo pude ver que mi hermana miraba recientemente a todo el mundo y nuestro alrededor, como si todo aquello le diese mala espina, aunque no podía ser peor del sitio que acabábamos de abandonar.
Al principio, nos trataron bien. Nos llevaron a todos al cuarto de invitados y pusieron una cama plegable. Mami les volvió a dar las gracias y cerró la puerta cuando nos dejaron para instalarnos. Lloraba, y yo también. Me encontraba en un sito extraño llevando un pañal y un chupete, cuando siempre había intentado que nadie excepto Elia y mami me viesen usándolos. Mami me tumbó sobre la cama y me quitó el abrigo, dejándome solo con el pijama, pues no habíamos tenido tiempo ni de vestirnos la noche anterior. Me bajó los pantalones y empezó a cambiarme el pañal. Me lo desbrochó, lo extrajo, me limpió y me puso otro. Yo no dije nada sobre que me pusiese otro pañal. Hasta el día anterior solo los había llevado por la noche, pero si es verdad que en ese momento necesitaba un pañal, y Mami necesitaba ponérmelo. Era lo que nos hacía sobrevivir muchas veces en esa tormenta de locura que acabábamos de abandonar; el momento en el que Mami me ponía un pañal para irme a dormir y me daba el biberón.
La familia de tía Gayle no decía nada sobre que yo llevase pañales, usase chupete y tomase biberón con 6 años, pero sí que es verdad que me dirigían miradas de asco cuando me veían usándolos (y el pañal siempre lo llevaba puesto). A Mami la miraban con reproche, por cambiarme los pañales, permitir que lleve chupete y darme el biberón. A Elia directamente no la miraban, lo que era una suerte, pues mi hermana los miraba a ellos con ojos de odio y nunca se llevó bien con ninguna de nuestras primas.
Mami, por el contrario, hacía todo lo posible por caerles bien. Le pagó a tía Gayle un alquiler desde el primer día y siempre intentaba sacar temas de conversación cada vez que nos sentábamos a comer con ellos, que era muy pocas veces.
Elia y yo estuvimos unos meses sin ir al colegio. Mami nos sacó del que íbamos antes, cerca de la otra casa y no nos admitían en ninguno en mitad de curso, así que mi hermana y yo pasábamos las mañanas solos en casa de tía Gayle, pues tanto ella como su marido y Mami trabajan durante el día y Raola y Andrea iban al instituto. Lo pasábamos bien. Yo me quitaba el pantalón porque no tenía que disimular el pañal delante de nadie (Mami no me dejaba enseñar el pañal cuando estaban mis tíos delante) y andaba por la casa en pañales. Jugaba con Elia al escondite por los armarios de la casa y nos probábamos los abrigos de piel de tía Gayle.
-Puaj –decía Elia cada vez que cogía uno-. Veinte visones más muertos para hacerle un abrigo a una mujer sin coincidencia.
 Juagábamos a que íbamos a la ópera y hacíamos cosas de gente rica. Elia cogía una pajita de la cocina y fumaba como si fuese Cruella de Vil, y yo la imitaba con el chupete.
Había un parque cerca de casa de tía Gayle. Yo no iba muchas veces porque llevaba pañales todo el día y me daba vergüenza, pero Mami insistía en que tenía que relacionarme con más niños y no pasar el día entero en casa.
Fue allí donde conocí a Ronald, el único niño que no huyó al ver que llevaba pañales. Y había una razón; él también los usaba para dormir, aunque casi ya casi nunca se hacía pipí. Nos hicimos muy amigos; una noche incluso me quedé a dormir en su casa y su madre nos puso un pañal a ambos antes de acostarnos.
Mami y la madre de Ronald se hicieron amigas también gracias a nosotros. Joseline, la madre de mi amigo, consiguió que me admitieran para el siguiente semestre en el colegio al que iba su hijo, pero había un problema; yo llevaba pañales y tenía que dejarlos antes de entrar.
Me puse a ello con Elia. Cada mañana, mi hermana me quitaba el pañal y me dejaba delante del váter, obligándome a permanecer allí mientras entrenaba mi vejiga reteniendo el pipí cuando notaba que iba a salir.
Mientras tanto, las cosas en asa de tía Gayle iban cada vez peor. Nos dejaron solo una estantería de la nevera para guardar toda nuestra comida, les teníamos que pagar tres dólares cada vez que íbamos a ducharnos, y cuando venían visitas nos teníamos que esconder en nuestro cuarto y permanecer allí hasta que se fueran. Mami aguantaba todo y le decía a Elia, que más de una vez estuvo a punto de perder los nervios y enfrentarse a mis tíos, que teníamos que soportar eso porque al fin y al cabo, ellos nos habían acogido cuando no teníamos a donde ir. Elia se contenía por no darle más disgustos a Mami, pero todos sabíamos que tenía razón, que esa no era forma de tratarnos. Elia dijo más de una vez que mejor vivir debajo de un puente, poniéndome un periódico por pañal, que tener que soportar un día más estar bajo el mismo techo que esas personas.
El problema era que en casa de mi tía, a pesar de todo, estábamos infinitamente mejor que viviendo con él.
Mientras tanto, yo pasaba esos ratos en los que estábamos confinados en nuestro cuarto abrazado a Mami, llevando un pañal, cantando con ella nuestra canción y chupando mi chupete desesperado.
Finalmente, un día conseguí dejar de nuevo los pañales durante el día. Mami se puso muy contenta y me dio muchos besos, me dijo que yo era un campeón. Elia me abrazó y me dijo un Enhorabuena, estoy orgullosa de ti que recordaré toda mi vida. Tío Francis masculló un Ya era hora despectivo, y Mami lo fulminó con la mirada antes de volver a felicitarme y cubrirme de besos.
Al día siguiente, fui con Elia a una tienda de juguetes. Me dijo que como premio por controlar de nuevo el pipí durante el día, iba a comprarme lo que quisiera. Me puse muy contento, era la primera vez en mi vida que iba a una tienda de juguetes. Estuve un buen rato por los pasillos de Legos y figuras de acción, diciéndome entre una reconstrucción del batmobil con un Batman de regalo o un conjunto de dinosaurios de Jurassic Park.
Pero entonces lo vi.
Estaba en una estantería justo al final del pasillo de los peluches, casi invadiendo la zona de los Scalextric y coches teledirigidos.
Un peluche del Coyote de los Looney Tunes.
Wile.
Dejé en su sitio el paquete de Jurassic Park que sostenía en mis manos y fui hacia él.  No sé por qué captó tanto mi atención. Era algo casi hipnótico. Me gustaban los Looney Tunes, pero no más que otras series de dibujos.
¿Sabéis lo que es amor a primera visa?
Yo lo descubrí en ese momento.
Fui hacia él sin poder quitarle los ojos de encima. Elia debió de pensar que estaba poseído. Lo cogí del estante y lo sostuve delante de mi rostro, le miré sus enormes ojos amarillos, debajo de sus cejas fruncidas, pero aun así no era una expresión de enfado, sino más bien de enfurruñado por algo infantil. Sus orejas extendidas hacia arriba, su largo hocico hacia delante…
Lo apreté contra mi pecho y agaché la cabeza para sentir su contacto por primera vez.
Tan suave, tan blandito…
Miré a mi hermana, que no dejaba de observarme con expresión tierna.
-Quiero esto –le dije mirándola a los ojos con convicción.
Salí de la tienda abrazando a Wile, y en cierto modo nunca he dejado de hacerlo.
Llegue a casa de tía Gayle muy ilusionado, dispuesto a enseñarle a Mami mi nuevo peluche, pero la encontré haciendo las maletas, llorando.
Tía Gayle le había dicho que como yo ahora había dejado los pañales, teníamos que pagar más alquiler porque iba a usar el baño. Mami no pudo soportarlo más, esa fue la gota que colmó el vaso. No sabían ya qué hacer para que nos fuéramos, y sabían que aún no teníamos suficiente dinero ahorrado para una casa decente. Mami le dijo a su hermana que podía meterse su dinero por donde le quepa, y mientras Elia y yo estábamos en la juguetería, fue a una inmobiliaria y firmó una hipoteca para la primera casa que vio en el barrio donde estaba nuestro nuevo colegio. Dijo que no era la mejor casa del mundo, pero seguro que entre los tres lograríamos que fuese la casa con más amor del mundo. Nos abrazamos los tres y estuvimos así un buen rato. Era el comienzo de nuestra vida.
Por fin.
Por fin íbamos a estar los tres juntos y a salvo. Ayudamos a Mami a empaquetar nuestras pocas cosas y salimos de casa de tía Gayle despidiéndonos fríamente y dándole las gracias a pesar de todo.
A pesar de todo.
No volvimos a ver a tía Gayle hasta cuatro años más tarde. Ella ya se había mudado al centro de Chicago. Fue cuando mis abuelos murieron. Nunca los había conocido, ni yo ni Elia, porque dejaron de hablarle a Mami cuando se fue con él. La dejaron de lado.
A su hija.
En el entierro no sabía muy bien qué cara poner, pues tristeza no sentía por unas personas a las que nunca había conocido. Pero ese entierro sirvió para que Mami se reconciliase con tía Gayle y con su otro hermano, Stein. Con Marie, su hermana pequeña, nunca había estado enfada aunque sí que habían perdido bastante contacto, sobre todo desde que había tenido a sus dos hijas: Laëtitia y Felicia. Al parecer, fue Marie la que más insistió para que los cuatro hermanos hiciesen las paces.
Nos reconciliamos todos. Habían pasado cuatro años desde que todo aquello y era hora de mirar hacia el futuro (cosas que se dicen).
Al año siguiente hicimos una comida todos los primos y tíos. Estuvo bien. Parecía que de verdad se habían arreglado las cosas.
No volvimos a hacer más comidas.
Sé que Mami habla asiduamente con sus hermanas y hermano pero nosotros no. Elia sigue sin soportar a las dos hijas de tía Gayle, y yo no tengo ningún primo que tenga una edad aproximada a la mía, todos son muy mayores o muy pequeños.
Y ahora parece que quieren volver a recuperar los lazos familiares.
-Manda cojones –dice mi hermana.
Levanto la cabeza y me descubro todavía en la mesa de la cocina. Llevo un rato abstraído en el pasado y mi plato de comida ya se ha quedado frío. Elia tampoco ha vuelto a probar bocado.
-En fin –resopla-,  si Mamá quiere llevarse con ellos como si esto fuera la casa de la pradera, podré aguantarlo. Haremos como una familia normal.
-¿Pero podremos hacer chistes sobre ellos, no? –pregunto sonriendo. Me he vuelto a poner el chupete.
-¡Pues claro, hermanito! –me contesta Elia-. Somos una familia normal.


*****


Es por la tarde. Estoy tumbado sobre la cama jugando a Mario Kart en la Nintendo DS. Tengo pipí en el pañal, pero como no me importa y en el momento de hacérmelo estaba en medio de una carrera, no fui a Mami a decirle que me cambiase. Sin embargo, ahora me han entrado ganas de hacer caca. Eso es otra cosa. Hacer caca no es como dejar que el pipí salga.
Me levanto de la cama y voy hasta mi rinconcito particular de hacer caca. Según Mami y Elia, llevo haciendo caca allí desde que nos mudamos a esta casa, pues durante toda mi vida, no he hecho caca en otro sitio que no fuera un pañal, y cuando estoy en casa, tengo que ir a hacérmela siempre en el mismo sitio. Elia dice que es como mi váter particular, pero en realidad no es exactamente así.
No necesito váter. Llevo pañal.
Recuerdo una vez que tenía 9 años y me daba mucha vergüenza que la gente supiese que todavía llevaba pañales para dormir o que me tenían que poner uno para hacer caca (vamos, como ahora). Era también por la tarde y Mami estaba con unas amigas de las que ahora mismo no recuerdo el nombre tomando café en el salón. A mí me entraron muchas ganas de hacer caca y no me podía aguantar, de modo que fui hasta el salón y le dije a mi madre al oído si me podía poner un pañal, que tenía caca. Sus amigas se quedaron un poco estupefactas pero Mami se levantó y me acompañó hasta mi habitación, donde me puso un pañal de Dodot, que era los que llevaba por esa época. Cuando tuve mi pañal puesto, tenía que ir hasta mi sitio de hacer caca, que no es otro que un rinconcito pequeño entre la mesa de la cocina y la televisión, donde en el hueco que queda entre el mueble y las sillas, estoy bien escondido. Atravesé el salón disimulando que llevaba un pañal todo lo que podía, aunque ahora que lo pienso tuvo que cantar un huevo, pues parece ser que las amigas de Mami se dieron cuenta y desde la cocina pude escuchar como Mami les decía:
-… Y para hacer caca le tengo que poner un pañal, y se va a un rincón donde nadie le vea.
El caso es que aquí estoy, entre la tele y la mesa de la cocina de nuestra nueva casa (aunque llevamos seis años viviendo aquí), en cuclillas, haciéndome caca en el pañal. No tengo que apretar mucho, simplemente hago caca como harías tú en un váter, solo que a mí se me queda amontonada en mi pañal.
Cuando termino, me llevo la mano al culete y puedo notar que me he hecho mucha caca, pues la parte de atrás del pañal abulta por dentro del pantalón mucho más que de costumbre, y al levantarme noto que no puedo cerrar las piernas.
Me empiezo a poner inquieto.
Mi chupete. Necesito mi chupete.
¿Dónde está?
Vale, en el bolsillo de mi pantalón. Lo cojo con ansia y me lo pongo rápidamente en la boca.
Empiezo a chuparlo.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
Con mis andares de pato (o de bebé con caca en el pañal) voy hasta el salón, donde Mami y Elia están acostadas sobre los sofás (ahora el pequeño le toca a Elia) y viendo por decimoquinta vez La Vie d’Adéle.
Inquieto, llego hasta el sofá de Mami y le digo sin quitarme el chupete de la boca.
-Mami, tengo caca.
Mami aparta la mirada de la película y se inclina para olerme el culito. Lo hace a veces. Supongo que es un acto reflejo de cuando yo era más bebé y no hablaba y me comprobaba así si tenía o no tenía caca en el pañal. He visto a mis tías hacerlo muchas veces con mis primos pequeños, al menos cuando eran bebés.
El más bebé creo que sigo siendo yo.
-Sí que tienes caca –dice mientras me da un palito cariñoso en el pañal.
-¡Te lo he dicho! –protesto-. ¿Me cambias? –en ese momento me empiezo a poner verdaderamente inquieto-. Mami, por favor, cámbiame. No me gusta tener caca –le digo mientras empiezo a llorar.
-Eh, eh –dice Mami dulcemente-. Ya está… -atrae mi cabecita hacia su pecho-. Ya está… No te preocupes, voy a cambiarte ese pañal enseguida. Para la película, Eli.
Elia me dirige una mirada fulminante. Odia parar las películas. Dice que cuando se ponen es para verlas del tirón. En silencio y a oscuras.
Mami me agarra de la mano y me lleva hasta mi habitación, donde yo me tumbo en la cama rápidamente a esperar mi cambio.
Mami llega enseguida con un pañal limpio.
Me baja el pantalón y me desabrocha el pañal. El olor a caca inunda mi cuarto y comienzo a sentirme peor. Lloro más e hipo detrás del chupete. Las lágrimas caen por mis mejillas mientras Mami me limpia.
Hay veces que me pasa esto. Es una mezcla de humillación y vergüenza. Como si una parte de mi cerebro recordase que tiene 12 años y se diera cuenta de la bajeza que es hacerse caca encima a esta edad.
-¡¡Mami, límpiame la caca!! –le imploro sin parar de llorar aunque es lo que está haciendo.
-Estoy limpiándote, Robin.
-¡QUÍTAME LA CACA! –le digo con un berrido que hace que el chupete se me caiga de la boca. Empiezo a llorar más.
-¡Robin estoy quitándote la caca! ¿Qué te pasa? ¿Te ha dado uno de tus berrinches?
-¡Ponme pañal! –le digo mientras lloro y moqueo.
En este momento solo soy un bebé que quiere que le limpien la caca y le pongan otro pañal. Que está medio desnudo y ha perdido su chupete. Pero también soy un niño de 12 años con caca encima.
No lo sé. Mi cerebro está hecho un lío.
Sigo llorando a moco tendido. Mami me pone un pañal limpio, y no es hasta que noto como cierra las cintas en mi cintura y me lo deja bien apretado que no me calmo un poco. Mami me coge en brazos y empieza a balancearse conmigo pegado a su pecho. Yo sigo llorando bastante.
-¡…pete… pete…! –logro decir en medio del llanto.
Mami lo entiende. Coge mi chupete de la cama y me lo mete rápidamente en la boca.
Empiezo a chuparlo para calmarme mientras Mami sigue tomándome y chistando flojito para que me calme.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup
-¿Estás ya mejor? –me pregunta Mami.
Asiento con la cabeza, incapaz de hablar.
Mami me sonríe y me acaricia el pelo. Estando yo todavía en sus brazos, bajamos de nuevo al salón. No me gusta que me coja en brazos para llevarme a los sitios porque es algo que puedo hacer por mí mismo, pero en este momento necesito que me mimen.
-¿Qué ha pasado? –pregunta Elia cuando nos ve entrar.
-Le ha dado uno de los berrinches que le dan a veces. Se empieza a poner inquieto y a llorar, como un bebé –contesta Mami mientras se sienta en el sofá y a mí me pone sobre su regazo.
-Oh, pobrecito –exclama Elia sin atisbo de ironía, totalmente en serio y poniendo su voz más dulce-. Ven aquí, atún. ¿Me lo pasas? –le pregunta a Mami.
Mami me ofrece a mi hermana, que inmediatamente me coge y me atrae hacia ella. Mami no me ha vuelto a poner el pantalón así que en este momento llevo el pañal al aire. De todas formas, Elia me pega a ella y nos tapa con su manta.
-Pobrecito, mi atún –me dice mientras me mueve el asa del chupete-. Pero ya estás mejor, ¿a que sí? Con tu pañal limpito –y me da unos cachetes en mi pañal.
Yo balbuceo algo ininteligible y gimo un poco. Me siento aún mal, no sé si soy un bebé o un niño de 12 años. Solo sé que necesito llevar pañal porque me hago pipí y caca encima. Y no sé si eso está bien porque tengo 12 años. Pero entonces eso me convierte en un bebé. ¿Sí o no?
En cualquier caso, ahora estoy cobijado por Elia y su manta y me siento genial. Protegido y seguro.
Mi hermana mayor me está haciendo mimitos por la espalda que me relajan bastante. Me voy sintiendo mejor.
-Eh –dice de pronto Mami-. Que yo también os quiero hacer mimitos a los dos.
-¿Vamos con Mamá? –me pregunta Elia.
Yo sonrío detrás de mi chupete como respuesta, y entonces Elia se lanza conmigo hasta el sofá de Mami, donde le caemos encima y tras un momento de mantas, brazos, piernas y mucha confusión, acabo yo en medio de las dos mientras me hacen cosquillas en la barriguita y me acarician el pelo.
Mami y Elia consiguen que me calme del todo y olvide el momento que acabo de pasar.
En realidad, soy un bebé muy mimado.
-Eres un bebé muy mimado tú –me dice Mami como si me leyese el pensamiento mientras me pellizca la barrigota-. No te acostumbre a que vaya a ser todo siempre así cada vez que te coges un berrinche.
Eli ha vuelto a poner la película y los tres, tapados con una sola manta, la vemos sobre el sofá grande.
A mí nunca me ha gustado el cine francés, me parece muy lento y muy aburrido; y la mayor parte del tiempo nunca pasa nada. Poco a poco voy cerrando los ojos…


*****


Me despierto bocarriba sobre el sofá, tapado con la manta de Mami y chupando mi chupete. Estoy solo. En el sofá y en el salón. La tele está apagada y reina la oscuridad.
¿Qué hora es?
Cuando me levanto para ir a por el móvil noto el pañal muy hinchado, así que tengo pipí. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido, pero hay una cosa que  es matemática: si me duermo, me hago pipí. Es una ley universal, como la de la gravedad de Newton o la de la relatividad de Einstein.
De momento, enciendo la luz del salón para ver algo y ya le diré a Mami que me cambie. Cuando la sala se ilumina, puedo ver uno de mis pañales sobre la mesa del salón encima de un bulto de ropa. En ese momento entra Mami.
-Buenos días de nuevo, Robin.
-¿Cuánto tiempo he dormido? –pregunto mientras me froto los ojos, aún algo adormilado.
-Es casi la hora de cenar –contesta Mami-. Iba a despertarte, pero tu hermana me convenció de no hacerlo. Decía que estabas muy mono durmiendo y te sacó una foto.
-¿Qué le pasa hoy a Elia?
-No lo sé, pero está muy feliz por algo. Y tampoco sé si eso es bueno o malo para mí. Espero que no se haya comprado una moto ni nada parecido –hace una pausa, intentando supongo quitarse de la cabeza la imagen de su hija conduciendo una moto-. En fin, tienes pipí, ¿no? –asiento-. Por eso he dejado aquí el pañal. Para cambiarte y llevarte a cenar directamente. Estoy cansada de subir escaleras.
-Lo siento –digo agachando la cabeza.
-¿Por qué? –Mami parece extrañada.
-Por todo. Porque me tuvieses que llevar en brazos escaleras abajo, por montar ese berrinche, por hacerme caca enci… -no puedo seguir. Noto que las lágrimas van a salir otra vez.
-Eh, eh, eh –Mami viene hacia mí y se sienta a mi lado-. No pasa nada, no llores.
Es demasiado tarde. Pego la cabeza a su bata y dejo escapar las lágrimas.
-Es que… ¡Hic! A veces…. ¡Hic! A veces siento… que doy mucho trabajo… ¡Hic! Que tengáis que cuidar… ¡Hic! Cuidar de mí… ¡Hic! Que me siga haciendo caca encima…
-Robin, Robin… -Mami me rodea la cabeza con su brazo en un gesto protector-. No pasa nada. Mi bebé, no pasa nada… Claro que no me gusta que cojas esos berrinches…
-Es que… tengo 12 años y ¡Hic! Y todavía me tienes que cambiar el pañal… Y…
-Robin, Robin… -Mami me habla con voz dulce-. No pasa nada, a mí me encanta como eres…
-¡Hic! ¿En serio?
-¡Claro que sí! ¿Cuántas madres con un hijo de tu edad pueden decir que todavía lo miman como te mimo yo a ti? –yo sorbo los mocos y sigo llorando-. ¿No acordamos hace mucho tiempo que no me importaba que siguieras siendo mi bebé?
Con delicadez, coge mi cabecita y la inclina hacia ella para mirarme a los ojos. Su hijo de 12 años que lleva un pañal mojado y no para de llorar mientras las lágrimas y los mocos caen a su chupete, la mira con ojos vidriosos.
-Además, tú necesitas tu pañal, ¿verdad? –asiento-. Y tu chupetito –me tira del asa-. Y tu biberoncito, ¿no es verdad? –asiento y asiento-. ¡Entonces no te preocupes de nada más!
Mami me da un beso enorme en la mejilla, y hace que me sienta mucho mejor.
-Gracias, Mami –respondo.
Es un Gracias por todo.
-No me des las gracias, bebé. Ahora vamos a cambiarte ese pañal mojadito.
Mami coge mi pañal de la mesa, y puedo ver que el bulto de ropa no era otra cosa que mi pijama. Yo me tumbo bocarriba en el sofá y Mami comienza mi cambio.
Primero me suelta las cintas del pañal que llevo puesto, luego me lo abre y tira de él hacia fuera levantándome las piernas. Me limpia y me deja sobre el sofá, desnudo de cintura para abajo. Pero enseguida coge el pañal nuevo, lo abre y me lo pasa por el culete, luego por la entrepierna y finalmente abrocha las cintas adhesivas dejándomelo bien sujeto.
A continuación, me quita la camiseta, a lo que le ayudo yo estirando los brazos hacia arriba y me pone la del pijama. Después me tumbo otra vez bocarriba y Mami me pone los pantaloncitos del pijama.
Aplaudo como un bebé, aunque no sé muy bien por qué. Supongo que por el hecho de estar cambiado y cómodo.
-¿Te quieres sentir mejor por darme tanto trabajo? –me pregunta Mami-. ¡Pues ve a poner la mesa! –me dice mientras me da un cachete en el culo.


*****


Es la hora de dormir. Estoy acostado sobre el pecho de Mami tomándome el bibe mientras ella me lee un cuento que sujeta delante nuestra. Estoy recién cambiado, pues después de cenar, Mami y yo nos pusimos una película aprovechando que Elia había salido con Clementine, y durante la misma me hice pipí. Así que cuando terminó, Mami tuvo que cambiarme de nuevo el pañal antes de darme el biberón.
Aunque exactamente no me lo estaba dando, pues el que lo está sujetando soy yo, ya que mami tiene las manos ocupadas sujetando el libro y pasando las páginas.
Es uno de mis libros de cuando era pequeño. Me encanta que Mami me lea cuentos para bebés. Este va sobre un erizo que ha perdido sus púas y habla con los demás animalitos del bosque para encontrarlas: Rizo, el erizo.
La verdad es que los títulos no se los curran mucho.
-…Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Mami deja el cuento sobre la mesita de noche y yo me giro para mirarle  a la cara,  sujetando el biberón con una mano mientras sigo chupando de la tetina.
-Me encanta que me leas cuentos, Mami.
Mami está cansada. Se le nota porque tiene los ojos cerrados y suspira.
-Pues deberíamos comprar cuentos nuevos, que solo tienes tres.
-Es que me da vergüenza ir a la sección infantil de la librería, ya lo sabes…
Mami me da unos golpecitos en la espalda mientras me sigo tomando el bibe. Ella sigue con los ojos cerrados y yo miro hacia el infinito mientras me tomo la leche. Disfrutamos del silencio interrumpido solo por el chup, chup, chup.
-¿Ves? –dice Mami-. Si tuvieras una cuna no podrías tomarte el biberón encima de mí.
-Podríamos comprar también un sillón y ponerlo en una esquina. Así podrías seguir dándome el bibe.
-Claro, una cuna, el cambiador y un sillón… ¿te crees que estamos hechos de oro?
Yo me río y unas gotitas de leche se escapan por la comisura de mis labios.
-Yo quiero una cuna… -refunfuño.
-Y tu hermana quiere una moto.
-Pero una moto es mucho más cara que una cuna–le digo sin sacar la boca de la tetina.
-Pero mucho más práctica –dice Mami.
Me sigue dando golpecitos en la espalda, y así termino de tomarme el biberón. Entonces Mami se levanta conmigo en brazos y me sienta sobre el escritorio. Comienza a arreglar mi cama, y una vez que están todas las sábanas bien puestas, me deja sobre ellas y me arropa. Es en estos momentos cuando, y a pesar de haber dormido una enorme siesta, el sueño siempre se apodera de mí. Los ojitos se me cierran más con cada mimo de Mami. Me siento cómodo y seguro con mi pañal. Mami me da a Wile y lo aferro a mi pecho.
Pero mi boquita se siente desnuda.
-Pete… Mami, pete… -digo con los ojos cerrados y haciendo el gesto de chupar.
-¡Porras! –exclama Mami-. Un momento, cielo.
Mami abandona mi cuarto y baja hasta la cocina, y entonces me acuerdo de lo que ha pasado. Antes de cenar, Mami cogió mi chupete y lo puso a cocer para limpiarlo de todas las lágrimas y todos los mocos y después lo dejó secándose encima de un trapo.
Oigo a Mami subir las escaleras y enseguida siento su presencia en mi habitación, pues sigo sin abrir los ojitos. Siento la tetina del chupete en mis labios y cierro la boca en torno a ella. El chupete me calma. El roce del plástico alrededor de mi boca, la tetina dentro y el ruido tranquilizador y pacificador.
No en vano, chupete en inglés es pacifier.
Mami me da un último beso de buenas noches y apaga la luz antes de salir del cuarto.
Aprovecho para sentirme cobijado y seguro.
¿Quién sabe lo que va a pasar mañana?