A pesar
de todo, me encanta despertarme los sábados. No tengo que ir al cole y puedo
quedarme en la cama jugando con Wile, llevando pañales y con mi chupete en la
boca. Siempre me despierto mojado, pero da igual. Como he dicho, los pañales
que me compra Mami son muy absorbentes y, exceptuando que pesan bastante más,
estoy totalmente sequito y no hay otro indicio más de que me haya hecho pipí.
Así que
como os podéis imaginar, es genial estar en la camita, tapado con las sábanas y
jugando con Wile.
Normalmente
los juegos son siempre el mismo, Wile es Wile, y no tiene otra cosa que hacer
que atrapar al Correcaminos. Sin embargo, este Wile tiene algo especial, y es
que lleva pañales. Así que cuando no consigue atraparlo (que es siempre) se
enfurece y se hace pipí encima. Pero afortunadamente, tiene una máquina marca ACME que le cambia el pañal cada vez que
lo moja o se hace caca.
-Ojalá
llevases pañales de verdad, Wile –le digo bajito e ilusionado-. Así no tendría
que fingir que llevas puesto uno cuando jugamos –hago una pausa-. Un pañalito
como el que llevo yo –añado, y me río con mi chupete puesto.
Estoy
un rato más jugando debajo de las sábanas hasta que se me agotan las ideas.
Wile ya ha puesto siete trampas para atrapar al Correcaminos y no lo ha conseguido
ninguna vez; lo que es normal, pues si lo hiciera se acabaría el juego. En Padre de Familia versionan con su
particular humor qué pasaría si finalmente el Coyote consiguiese atrapar al
Correcaminos, y la verdad, su vida después de eso era un poco deprimente.
Juego
un rato más Wile a achucharlo y a mimarlo, como hace Mami conmigo hasta que el
calor empieza a hacer agobiante.
¿No os
pasa a vosotros que cuando os despertáis después de haber dormido mucho os
sentís aún en un estado de vigilia que dura un tiempo?
Bueno,
a mí sí me pasa. Es cuando me siento más bebé. Envuelto en sábanas, con pañal, chupete
y con Wile.
Me
destapo y noto que en realidad en la habitación no hace tanto calor así que me
subo un poco las sábanas. Estiro el brazo y cojo mi móvil de la mesita de
noche. Son solo las diez y media de la mañana, creía que era mucho más tarde.
Sin embargo, oigo ruidos suben desde el salón. Hay alguien viendo la
televisión. Debe de ser Elia, ya que Mami no se levanta los fines de semana
hasta después de las once. Yo en la cama, ya no tengo nada que hacer así que me
levanto y bajo hasta el salón.
Me
calzo las zapatillas de estar por casa y bajo las escaleras procurando no hacer
mucho ruido. En el salón está, como esperaba, mi hermana. Está escribiendo con el
móvil mientras la televisión está encendida, aunque no parece que le preste
mucha atención.
-Buenos
días, renacuajo –me saluda al entrar.
-Bue…
buenos días –contesto sin reprimir un bostezo.
Voy
hasta el sofá pequeño y me dejo caer en él. Para Elia por supuesto, es el sofá
grande. Ella es la hermana mayor.
En la
televisión están echando H2O, una
serie sobre sirenas que Elia suele ver pero que a mí no me gusta mucho. Le echo
un par de miradas a mi hermana y veo que no aparta la vista del móvil.
-¿Puedo
cambiar el canal?
-No
–contesta sin dejar de mirar el móvil y teclear a toda velocidad.
-¡Pero
si no la estás viendo! –protesto.
-La
estoy escuchando.
-¡Mentira!
¿Qué acaban de decir?
-Que se
van al arrecife.
-¿Por
qué? –le pregunto incisivamente.
Elia se
queda en silencio.
Sonríe.
-¿Qué
quieres poner?
-Kim Possible –le contesto firmemente.
-Esa
serie es para bebés –me dice.
-¡No es
para bebés! –protesto.
-Sí que
lo es, por eso te gusta a ti –dice para pincharme sin dejar de teclear.
Es
increíble cómo puede hacer dos cosas a la vez.
-Bueno,
vale. Es para bebés. ¿Puedo ponerla o no?
Elia me
tira el mando a distancia.
-¡Ay!
–exclamo por el susto-. Gracias.
-De
nada, bebé.
Le saco
la lengua y pongo Disney Channel.
Estamos
un rato más así, yo viendo la tele y Elia mirando el móvil. Cuando acaba el
capítulo de Kim Possible, Elia se
levanta desperezándose y crujiéndose el cuello varias veces a ambos lados.
-¿Vienes
a desayunar?
Y sale
sin esperar respuesta.
Yo me
levanto y la sigo con andares torpes, no hay que olvidar que llevo un pañal
lleno de pipí.
En la
cocina, Eli pone a calentar leche en dos cazos. Un cazo con leche de cereales
para mí y otro con leche de avellanas para ella, que en realidad no es leche,
pues mi hermana está pasando por un proceso de hacerse vegana y va poco a poco.
Lleva
un año bebiendo leche de avellana pero comiendo de todo lo demás.
Poco a
poco.
Mientras
se calienta la leche, Elia me pregunta si quiero que me cambie el pañal, pero
le contesto que estoy bien, que prefiero esperar a que se despierte Mami.
-Gracias
–le digo también.
-No hace
falta que me las des, atúuuuun –me dice mientras me aprieta los carrillos.
Yo me
sonrojo un poco. En estos momentos, me doy cuenta cuan bebé soy.
Cuando
la leche está ya caliente, Elia vierte la suya en un tazón con chocapics y la
mía en un biberón, enrosca la tetina y me lo da mientras ella se sienta también
a la mesa. Mi hermana va comiéndose con cuchara sus cereales y yo sustituyo el
chupete por el biberón. Empiezo a chupar de la tetina para beberme la leche.
Durante un momento no se oye otra cosa que el crujir de los cereales de
chocolates en la boca de Elia y mis chupeteos al biberón.
Crunch, chup,
crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup, crunch, chup.
Evidentemente, me gusta mucho más tomarme el bibe en mi cama
o que Mami me lo de sobre su regazo, pero aquí, sentado en una mesa de la
cocina, desayunando con Elia, puedo sentir cierta compenetración entre hermanos
y a la misma vez que aunque soy un bebé en muchos aspectos, también puedo
tomarme un biberón por mí mismo, sentado en la mesa como las personas mayores.
Cuando termino de beberme la leche, se me escapa un enorme
eructo. Elia ríe y se le salen algunos cereales de la boca, que vuelven al
tazón mucho más blandos.
-Veo que no hace falta que te eche los gases –me dice.
En ese momento, la puerta de la cocina se abre y entra Mami.
-¡Buenos días! –dice alegremente.
-¡Mami! –la saludo yo.
-Buenos días, mi princesa –le dice a Elia mientras intenta
darle un beso.
-Ay, déjame en paz, Mamá.
-Menos mal que aún tengo a mi bebé –y viene hacia a mí y me
da un sonoro beso en la mejilla-. ¡Buenos días, mi bebé!
-¡Buenos días, Mami! –le contesto yo mientras le doy otro
beso.
Elia pone los ojos en blanco.
-¡Mami, me he tomado yo solo el bibe! –le digo emocionado mientras
agito el biberón vacío delante suya.
-¡¿Qué me dices?! –Mami se lleva las manos a las mejillas,
asombrada-. ¿Y también te lo has hecho tú?
-No, ese extraordinario logro ha sido cosa mía –dice Elia
sarcásticamente.
-¡Qué bebé tan mayor tengo! –exclama Mami mientras me coge
en peso-. ¡Uy! Pero este pañal está lleno de pipí –dice al sujetarme por culete
mientras me da unos cachecitoss en mi pañal.
-Ji, ji, ji –contesto mientras entierro la cabeza en sus
pechos, con un poco de vergüenza.
-Bueno, pues vamos a cambiarte este pañal, no te vayas a
irritar, bebé.
-¡Vale! –contesto feliz. Aunque no me importa llevar un
pañal mojado, me encantan los cambios de pañal que me hace Mami.
-¿Y tu chupetito? –me pregunta Mami de pronto.
-En la mesa –le contesto estirando el bracito y señalando
hacia él.
Mami lo coge del asa y me lo acerca.
-Abre la boquita –la abro y ella me introduce el chupete
dentro, con mucha delicadeza.
Cierro la boquita y empiezo a chuparlo, haciendo ruido.
Chupchupchupchupchupchup.
Ahora soy bebé. No hablo. No ando.
Solo soy un bebé con un pañal mojado esperando que su Mami
se lo cambie.
-Te preparo café, ¿vale, Mamá? –dice Elia cuando estamos
saliendo de la cocina.
-Muchas gracias, cielo –le contesta Mami.
En sus brazos salgo de la cocina.
-¿Has visto que hermana más buena tienes, que te prepara a
ti el bibe y a mí el café?
Sé que hermana tan buena tengo, pero como soy bebé no
contesto.
Subimos las escaleras y llegamos a mi cuarto. Mami me tumba
sobre la cama y va hacia el armario. Va a ponerme otro pañal.
Aunque de día no lo necesito (solo para hacer caca), los
fines de semana suelo pasármelos enteros llevando un pañal. Normalmente no
salgo y estoy siempre en casa así que puedo ir con un pañal tranquilamente,
haciéndomelo todo encima, sabiendo que Mami o Elia me van a cambiar cuando haga
falta.
Mami deja el pañal que va a ponerme a mi lado y me da
tiernamente a Wile, para que juegue con él mientras ella me cambia. Yo lo cojo
y lo estrujo contra mi pecho. Mami, mientras tanto, comienza con el cambio de
pañal.
Noto cómo me quita los pantalones del pijama dejando al
descubierto mi pañal, que esta vez es de conejitos sobre fondo azul clarito.
Mami despega las cintas de los conejitos y me abre el pañal. Tira de mis
piernecitas hacia arriba y lo extrae. Mientras ella me limpia, muevo a Wile en
el aire, imaginando que hace el baile de Ni gota, ni gota.
Cuando ha terminado de limpiarme, coge el pañal nuevo, lo
abre y me lo pasa por el culito levantándome de nuevo las piernas. Después me
lo pasa por delante y me lo sujeta fuertemente a la cintura.
Besa mi tripita.
Echo a Wile a un lado y me llevo las manos al pañal. Al
notarlo con mis palmas, me siento más bebé aún y agito mis extremidades,
contento de estar cambiado y de ser un bebé tan feliz.
Mami me mira con amor y me da barios besitos en la
barrigota, que me hacen bastantes cosquillas. Me río tontamente y el chupete se
me sale de la boca. Mami lo coge y me lo pone delicadamente.
Vuelvo a chuparlo.
Chupchupchupchupchupchup.
Mami me viste ahora con ropa de niño de mi edad y se marcha
a desayunar; y si alguien entrase ahora en mi habitación podría ver a un niño
de 12 años aparentemente normal; pero si se fijase un poco más se daría cuenta
que debajo de ese pantalón de algodón hay un enorme pañal y en la boca de ese
niño un chupete de color lila. Pero por si eso no fuese suficiente, los gestos
de ese niño sobre la cama, bocarriba y agitando un peluche del Coyote de los Looney Tunes le darían a entender a esa
persona que lo que hay en esa habitación no es un niño de 12 años, sino un bebé
de 2.
*****
Durante la comida, ya se me ha pasado bastante mi momento bebé,
aunque sigo llevando un pañal y mi chupete está al lado de la cuchara, que no
sé para qué está en la mesa porque Mami ha hecho de comer huevo frito y patatas
fritas y hasta el día de hoy, nadie se ha comido aún un huevo frito con patatas
usando cuchara.
A mí me encanta mojar el chupete en la yema del huevo, en el
kétchup y en cualquier salsa, pero Mami me lo tiene terminantemente prohibido y
tengo que hacerlo cuando ella no está delante. Siempre me ha parecido que mojar
el pan o las patatas fritas está demasiado visto.
Comemos en silencio mientras vemos reposiciones de Los Simpson. Elia y yo los tenemos tan
vistos que podemos quitarle el volumen a la tele y decir los diálogos de
memoria. Alguna vez de hecho hemos jugado a eso.
-Mañana vamos a comer a casa de la tía Gayle –dice mi madre
de pronto.
Elia y yo dejamos caer los cubiertos sobre el plato. Se oye
el tintineo de metal contra cerámica.
-Te lo tenías bien guardadito, eh –le espeta Elia.
-Os lo digo ahora para que nos dé tiempo a inventaros una
excusa para no ir –mira a Elia-. No sé cuántas veces me has dicho que tenías un
proyecto en la carrera –me mira a mí-. Y tú que tenías que estudiar para no sé
qué exámenes. El curso acaba de empezar, aún no tienes exámenes.
-¡Tengo deberes! –protesto.
-Mentira, los hiciste todos el viernes.
-¿Hiciste los deberes el viernes? Vaya empollón –suelta mi
hermana riéndose.
-Cállate, Elia –replico yo.
-Bueno, ya vale. Elia, no pinches a tu hermano. Mañana
tenemos que ir todos a comer a casa de la tía.
-Pero, ¿por qué tenemos que ir a comer a casa de la tía
Gayle? ¿A qué viene esto a estas alturas?
-Su hija tiene una noticia importante que darnos.
-Va a hacerse una liposucción –digo yo.
Elia se parte de risa, y Mami sonríe un poco.
-No, pero creo que tiene algo que ver con el chico ese que
conoció en Nueva Jersey.
-Dios, seguro que se va a casar –dice Elia-. ¿Cómo le harán
el vestido de novia? Seguro que no les bastará con las cortinas de la ventana
del balcón.
Ahora me parto de risa yo.
-Bueno, ahorrarse esos comentarios cuando estemos allí.
-¿Quién va a ir? –pregunta Elia, esperanzada como si alguien
de los fuera a ir hiciera más soportable la velada.
-Todos –contesta Mami, acentuando aún más el hecho de que
nosotros debamos ir.
-¿Quiénes son Todos? –pregunto yo.
Mami me echa una mirada fulminante antes de contestar.
-Por supuesto la tía Gayle, el tío Francis, Raola y Andrea;
el tío Stein y la tía Julia; sus hijos, los primos Gred, Feorge y Carlos; y la
tía Marie y sus hijas Laetitia y Felicia.
-Vamos, todos –Elia se resigna.
-Exacto, todos –vuelve a enfatizar-. Así que nosotros no
podemos faltar. Además –añade-, se os olvida que la tía Gayle nos acogió cuando
no teníamos ni un puñetero sitio a donde ir.
El ambiente se tensa de repente. Se produce un silencio
sepulcral. Nadie dice nada.
Mami tira su servilleta en el plato, se levanta y sale rápidamente
de la cocina. Oímos un sollozo antes de que la puerta se cierre de un golpe.
No hace tanto tiempo que ocurrió todo. Yo tenía 6 años, o
sea que hace la mitad de mi vida. Fue una época que afortunadamente conseguimos
dejar atrás. No hablamos nunca de ella, también por todo lo que pasó después,
pero hay veces que el pasado de golpea en la cara sin esperártelo. Sin que lo
veas venir. Como una dosis de realidad que te dice Eh, no te olvides de esto
que viviste.
Es lo que ha pasado tras la frase Mami. La que ha dicho
justo antes de levantarse e irse.
Yo tenía, 6 años, así que Elia debía de tener 15.
Mami, Elia y yo nos presentamos una mañana temprano en casa
de mi tía Gayle. En su antigua casa, antes de que se mudase al centro de
chicago, en un barrio residencial no demasiado lejos de donde vivimos ahora. Acabábamos
de abandonarle esa misma noche, y por
la mañana, y tras unas cuantas súplicas que Mami nunca admitirá delante de Elia
y yo, porque ella es de esas personas que intenta que todo vaya bien siempre,
aunque los factores de tu entorno te digan todos al unísono que no, llamamos al
timbre de mi tía, mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso). Llevábamos
unas maletas con apenas cuatro mudas que habíamos podido coger en nuestra huida
en mitad de la noche. Yo iba en brazos de Mami con mi chupete nuevo en la boca
y un pañal mojado en la entrepierna.
Tía Gayle nos abrió con una cara que para nada se alegraba
de vernos. Le dijo a mi madre un Te lo dije o no te lo dije, y nos invitó a
pasar de mala gana. Mami le dio las gracias con hilo de voz y Elia me explicó
más tarde que lo que había pasado no era culpa d Mami, que muchas mujeres están
en una relación así y que salir de ella no es tan fácil como parece.
En casa de mi tía estaban su marido Francis y sus hijas
Andrea y Raola, que no estaban tan gordas como ahora, pero ya se vislumbraba un
futuro corporal producto de las grasas saturadas. Mami le volvió a dar las
gracias por acogernos mientras me dejaba en el suelo y me empujaba disimuladamente
para que yo también lo agradeciera. Lo hice muy muy flojito, yo aún no sabía lo
que estaba pasando. Solo era un niño que acaba de empezar otra vez a llevar
pañal durante el día y que chupaba un chupete intentando consolarse sin saber
muy bien respecto a qué. Ayer vivíamos en una casa con un hombre que nos maltrataba
y hoy parecía que íbamos a vivir en otra donde tampoco se alegraban de vernos.
Miré a Elia, que normalmente era ella quien me explicaba las cosas que no
entendía, pero solo pude ver que mi hermana miraba recientemente a todo el
mundo y nuestro alrededor, como si todo aquello le diese mala espina, aunque no
podía ser peor del sitio que acabábamos de abandonar.
Al principio, nos trataron bien. Nos llevaron a todos al
cuarto de invitados y pusieron una cama plegable. Mami les volvió a dar las gracias
y cerró la puerta cuando nos dejaron para instalarnos. Lloraba, y yo también. Me
encontraba en un sito extraño llevando un pañal y un chupete, cuando siempre
había intentado que nadie excepto Elia y mami me viesen usándolos. Mami me
tumbó sobre la cama y me quitó el abrigo, dejándome solo con el pijama, pues no
habíamos tenido tiempo ni de vestirnos la noche anterior. Me bajó los
pantalones y empezó a cambiarme el pañal. Me lo desbrochó, lo extrajo, me limpió
y me puso otro. Yo no dije nada sobre que me pusiese otro pañal. Hasta el día
anterior solo los había llevado por la noche, pero si es verdad que en ese momento
necesitaba un pañal, y Mami necesitaba ponérmelo. Era lo que nos hacía sobrevivir
muchas veces en esa tormenta de locura que acabábamos de abandonar; el momento
en el que Mami me ponía un pañal para irme a dormir y me daba el biberón.
La familia de tía Gayle no decía nada sobre que yo llevase
pañales, usase chupete y tomase biberón con 6 años, pero sí que es verdad que
me dirigían miradas de asco cuando me veían usándolos (y el pañal siempre lo
llevaba puesto). A Mami la miraban con reproche, por cambiarme los pañales, permitir
que lleve chupete y darme el biberón. A Elia directamente no la miraban, lo que
era una suerte, pues mi hermana los miraba a ellos con ojos de odio y nunca se
llevó bien con ninguna de nuestras primas.
Mami, por el contrario, hacía todo lo posible por caerles
bien. Le pagó a tía Gayle un alquiler desde el primer día y siempre intentaba
sacar temas de conversación cada vez que nos sentábamos a comer con ellos, que
era muy pocas veces.
Elia y yo estuvimos unos meses sin ir al colegio. Mami nos
sacó del que íbamos antes, cerca de la otra casa y no nos admitían en ninguno
en mitad de curso, así que mi hermana y yo pasábamos las mañanas solos en casa
de tía Gayle, pues tanto ella como su marido y Mami trabajan durante el día y
Raola y Andrea iban al instituto. Lo pasábamos bien. Yo me quitaba el pantalón
porque no tenía que disimular el pañal delante de nadie (Mami no me dejaba
enseñar el pañal cuando estaban mis tíos delante) y andaba por la casa en
pañales. Jugaba con Elia al escondite por los armarios de la casa y nos probábamos
los abrigos de piel de tía Gayle.
-Puaj –decía Elia cada vez que cogía uno-. Veinte visones
más muertos para hacerle un abrigo a una mujer sin coincidencia.
Juagábamos a que
íbamos a la ópera y hacíamos cosas de gente rica. Elia cogía una pajita de la
cocina y fumaba como si fuese Cruella de Vil, y yo la imitaba con el chupete.
Había un parque cerca de casa de tía Gayle. Yo no iba muchas
veces porque llevaba pañales todo el día y me daba vergüenza, pero Mami
insistía en que tenía que relacionarme con más niños y no pasar el día entero
en casa.
Fue allí donde conocí a Ronald, el único niño que no huyó al
ver que llevaba pañales. Y había una razón; él también los usaba para dormir, aunque
casi ya casi nunca se hacía pipí. Nos hicimos muy amigos; una noche incluso me
quedé a dormir en su casa y su madre nos puso un pañal a ambos antes de acostarnos.
Mami y la madre de Ronald se hicieron amigas también gracias
a nosotros. Joseline, la madre de mi amigo, consiguió que me admitieran para el
siguiente semestre en el colegio al que iba su hijo, pero había un problema; yo
llevaba pañales y tenía que dejarlos antes de entrar.
Me puse a ello con Elia. Cada mañana, mi hermana me quitaba
el pañal y me dejaba delante del váter, obligándome a permanecer allí mientras
entrenaba mi vejiga reteniendo el pipí cuando notaba que iba a salir.
Mientras tanto, las cosas en asa de tía Gayle iban cada vez
peor. Nos dejaron solo una estantería de la nevera para guardar toda nuestra
comida, les teníamos que pagar tres dólares cada vez que íbamos a ducharnos, y
cuando venían visitas nos teníamos que esconder en nuestro cuarto y permanecer
allí hasta que se fueran. Mami aguantaba todo y le decía a Elia, que más de una
vez estuvo a punto de perder los nervios y enfrentarse a mis tíos, que teníamos
que soportar eso porque al fin y al cabo, ellos nos habían acogido cuando no
teníamos a donde ir. Elia se contenía por no darle más disgustos a Mami, pero
todos sabíamos que tenía razón, que esa no era forma de tratarnos. Elia dijo
más de una vez que mejor vivir debajo de un puente, poniéndome un periódico por
pañal, que tener que soportar un día más estar bajo el mismo techo que esas
personas.
El problema era que en casa de mi tía, a pesar de todo,
estábamos infinitamente mejor que viviendo con él.
Mientras tanto, yo pasaba esos ratos en los que estábamos
confinados en nuestro cuarto abrazado a Mami, llevando un pañal, cantando con
ella nuestra canción y chupando mi chupete desesperado.
Finalmente, un día conseguí dejar de nuevo los pañales
durante el día. Mami se puso muy contenta y me dio muchos besos, me dijo que yo
era un campeón. Elia me abrazó y me dijo un Enhorabuena, estoy orgullosa de ti
que recordaré toda mi vida. Tío Francis masculló un Ya era hora despectivo, y
Mami lo fulminó con la mirada antes de volver a felicitarme y cubrirme de
besos.
Al día siguiente, fui con Elia a una tienda de juguetes. Me
dijo que como premio por controlar de nuevo el pipí durante el día, iba a comprarme
lo que quisiera. Me puse muy contento, era la primera vez en mi vida que iba a
una tienda de juguetes. Estuve un buen rato por los pasillos de Legos y figuras
de acción, diciéndome entre una reconstrucción del batmobil con un Batman de
regalo o un conjunto de dinosaurios de Jurassic
Park.
Pero entonces lo vi.
Estaba en una estantería justo al final del pasillo de los
peluches, casi invadiendo la zona de los Scalextric y coches teledirigidos.
Un peluche del Coyote de los Looney Tunes.
Wile.
Dejé en su sitio el paquete de Jurassic Park que sostenía en mis manos y fui hacia él. No sé por qué captó tanto mi atención. Era
algo casi hipnótico. Me gustaban los Looney
Tunes, pero no más que otras series de dibujos.
¿Sabéis lo que es amor a primera visa?
Yo lo descubrí en ese momento.
Fui hacia él sin poder quitarle los ojos de encima. Elia
debió de pensar que estaba poseído. Lo cogí del estante y lo sostuve delante de
mi rostro, le miré sus enormes ojos amarillos, debajo de sus cejas fruncidas,
pero aun así no era una expresión de enfado, sino más bien de enfurruñado por
algo infantil. Sus orejas extendidas hacia arriba, su largo hocico hacia
delante…
Lo apreté contra mi pecho y agaché la cabeza para sentir su
contacto por primera vez.
Tan suave, tan blandito…
Miré a mi hermana, que no dejaba de observarme con expresión
tierna.
-Quiero esto –le dije mirándola a los ojos con convicción.
Salí de la tienda abrazando a Wile, y en cierto modo nunca
he dejado de hacerlo.
Llegue a casa de tía Gayle muy ilusionado, dispuesto a
enseñarle a Mami mi nuevo peluche, pero la encontré haciendo las maletas,
llorando.
Tía Gayle le había dicho que como yo ahora había dejado los
pañales, teníamos que pagar más alquiler porque iba a usar el baño. Mami no
pudo soportarlo más, esa fue la gota que colmó el vaso. No sabían ya qué hacer
para que nos fuéramos, y sabían que aún no teníamos suficiente dinero ahorrado
para una casa decente. Mami le dijo a su hermana que podía meterse su dinero
por donde le quepa, y mientras Elia y yo estábamos en la juguetería, fue a una
inmobiliaria y firmó una hipoteca para la primera casa que vio en el barrio
donde estaba nuestro nuevo colegio. Dijo que no era la mejor casa del mundo,
pero seguro que entre los tres lograríamos que fuese la casa con más amor del
mundo. Nos abrazamos los tres y estuvimos así un buen rato. Era el comienzo de
nuestra vida.
Por fin.
Por fin íbamos a estar los tres juntos y a salvo. Ayudamos a
Mami a empaquetar nuestras pocas cosas y salimos de casa de tía Gayle despidiéndonos
fríamente y dándole las gracias a pesar de todo.
A pesar de todo.
No volvimos a ver a tía Gayle hasta cuatro años más tarde.
Ella ya se había mudado al centro de Chicago. Fue cuando mis abuelos murieron.
Nunca los había conocido, ni yo ni Elia, porque dejaron de hablarle a Mami
cuando se fue con él. La dejaron de
lado.
A su hija.
En el entierro no sabía muy bien qué cara poner, pues
tristeza no sentía por unas personas a las que nunca había conocido. Pero ese
entierro sirvió para que Mami se reconciliase con tía Gayle y con su otro
hermano, Stein. Con Marie, su hermana pequeña, nunca había estado enfada aunque
sí que habían perdido bastante contacto, sobre todo desde que había tenido a
sus dos hijas: Laëtitia y Felicia. Al parecer, fue Marie la que más insistió
para que los cuatro hermanos hiciesen las paces.
Nos reconciliamos todos. Habían pasado cuatro años desde que
todo aquello y era hora de mirar hacia el futuro (cosas que se dicen).
Al año siguiente hicimos una comida todos los primos y tíos.
Estuvo bien. Parecía que de verdad se habían arreglado las cosas.
No volvimos a hacer más comidas.
Sé que Mami habla asiduamente con sus hermanas y hermano
pero nosotros no. Elia sigue sin soportar a las dos hijas de tía Gayle, y yo no
tengo ningún primo que tenga una edad aproximada a la mía, todos son muy
mayores o muy pequeños.
Y ahora parece que quieren volver a recuperar los lazos
familiares.
-Manda cojones –dice mi hermana.
Levanto la cabeza y me descubro todavía en la mesa de la
cocina. Llevo un rato abstraído en el pasado y mi plato de comida ya se ha
quedado frío. Elia tampoco ha vuelto a probar bocado.
-En fin –resopla-, si
Mamá quiere llevarse con ellos como si esto fuera la casa de la pradera, podré aguantarlo.
Haremos como una familia normal.
-¿Pero podremos hacer chistes sobre ellos, no? –pregunto
sonriendo. Me he vuelto a poner el chupete.
-¡Pues claro, hermanito! –me contesta Elia-. Somos una
familia normal.
*****
Es por la tarde. Estoy tumbado sobre la cama jugando a Mario Kart en la Nintendo DS. Tengo pipí
en el pañal, pero como no me importa y en el momento de hacérmelo estaba en
medio de una carrera, no fui a Mami a decirle que me cambiase. Sin embargo,
ahora me han entrado ganas de hacer caca. Eso es otra cosa. Hacer caca no es
como dejar que el pipí salga.
Me levanto de la cama y voy hasta mi rinconcito particular
de hacer caca. Según Mami y Elia, llevo haciendo caca allí desde que nos
mudamos a esta casa, pues durante toda mi vida, no he hecho caca en otro sitio
que no fuera un pañal, y cuando estoy en casa, tengo que ir a hacérmela siempre
en el mismo sitio. Elia dice que es como mi váter particular, pero en realidad
no es exactamente así.
No necesito váter. Llevo pañal.
Recuerdo una vez que tenía 9 años y me daba mucha vergüenza
que la gente supiese que todavía llevaba pañales para dormir o que me tenían
que poner uno para hacer caca (vamos, como ahora). Era también por la tarde y
Mami estaba con unas amigas de las que ahora mismo no recuerdo el nombre
tomando café en el salón. A mí me entraron muchas ganas de hacer caca y no me
podía aguantar, de modo que fui hasta el salón y le dije a mi madre al oído si
me podía poner un pañal, que tenía caca. Sus amigas se quedaron un poco
estupefactas pero Mami se levantó y me acompañó hasta mi habitación, donde me
puso un pañal de Dodot, que era los que llevaba por esa época. Cuando tuve mi
pañal puesto, tenía que ir hasta mi sitio de hacer caca, que no es otro que un
rinconcito pequeño entre la mesa de la cocina y la televisión, donde en el
hueco que queda entre el mueble y las sillas, estoy bien escondido. Atravesé el
salón disimulando que llevaba un pañal todo lo que podía, aunque ahora que lo
pienso tuvo que cantar un huevo, pues parece ser que las amigas de Mami se
dieron cuenta y desde la cocina pude escuchar como Mami les decía:
-… Y para hacer caca le tengo que poner un pañal, y se va a
un rincón donde nadie le vea.
El caso es que aquí estoy, entre la tele y la mesa de la
cocina de nuestra nueva casa (aunque llevamos seis años viviendo aquí), en
cuclillas, haciéndome caca en el pañal. No tengo que apretar mucho, simplemente
hago caca como harías tú en un váter, solo que a mí se me queda amontonada en
mi pañal.
Cuando termino, me llevo la mano al culete y puedo notar que
me he hecho mucha caca, pues la parte de atrás del pañal abulta por dentro del
pantalón mucho más que de costumbre, y al levantarme noto que no puedo cerrar
las piernas.
Me empiezo a poner inquieto.
Mi chupete. Necesito mi chupete.
¿Dónde está?
Vale, en el bolsillo de mi pantalón. Lo cojo con ansia y me
lo pongo rápidamente en la boca.
Empiezo a chuparlo.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
Con mis andares de pato (o de bebé con caca en el pañal) voy
hasta el salón, donde Mami y Elia están acostadas sobre los sofás (ahora el
pequeño le toca a Elia) y viendo por decimoquinta vez La Vie d’Adéle.
Inquieto, llego hasta el sofá de Mami y le digo sin quitarme
el chupete de la boca.
-Mami, tengo caca.
Mami aparta la mirada de la película y se inclina para
olerme el culito. Lo hace a veces. Supongo que es un acto reflejo de cuando yo
era más bebé y no hablaba y me comprobaba así si tenía o no tenía caca en el
pañal. He visto a mis tías hacerlo muchas veces con mis primos pequeños, al
menos cuando eran bebés.
El más bebé creo que sigo siendo yo.
-Sí que tienes caca –dice mientras me da un palito cariñoso
en el pañal.
-¡Te lo he dicho! –protesto-. ¿Me cambias? –en ese momento
me empiezo a poner verdaderamente inquieto-. Mami, por favor, cámbiame. No me
gusta tener caca –le digo mientras empiezo a llorar.
-Eh, eh –dice Mami dulcemente-. Ya está… -atrae mi cabecita
hacia su pecho-. Ya está… No te preocupes, voy a cambiarte ese pañal enseguida.
Para la película, Eli.
Elia me dirige una mirada fulminante. Odia parar las
películas. Dice que cuando se ponen es para verlas del tirón. En silencio y a
oscuras.
Mami me agarra de la mano y me lleva hasta mi habitación,
donde yo me tumbo en la cama rápidamente a esperar mi cambio.
Mami llega enseguida con un pañal limpio.
Me baja el pantalón y me desabrocha el pañal. El olor a caca
inunda mi cuarto y comienzo a sentirme peor. Lloro más e hipo detrás del
chupete. Las lágrimas caen por mis mejillas mientras Mami me limpia.
Hay veces que me pasa esto. Es una mezcla de humillación y
vergüenza. Como si una parte de mi cerebro recordase que tiene 12 años y se
diera cuenta de la bajeza que es hacerse caca encima a esta edad.
-¡¡Mami, límpiame la caca!! –le imploro sin parar de llorar
aunque es lo que está haciendo.
-Estoy limpiándote, Robin.
-¡QUÍTAME LA CACA! –le digo con un berrido que hace que el
chupete se me caiga de la boca. Empiezo a llorar más.
-¡Robin estoy quitándote la caca! ¿Qué te pasa? ¿Te ha dado
uno de tus berrinches?
-¡Ponme pañal! –le digo mientras lloro y moqueo.
En este momento solo soy un bebé que quiere que le limpien
la caca y le pongan otro pañal. Que está medio desnudo y ha perdido su chupete.
Pero también soy un niño de 12 años con caca encima.
No lo sé. Mi cerebro está hecho un lío.
Sigo llorando a moco tendido. Mami me pone un pañal limpio,
y no es hasta que noto como cierra las cintas en mi cintura y me lo deja bien
apretado que no me calmo un poco. Mami me coge en brazos y empieza a
balancearse conmigo pegado a su pecho. Yo sigo llorando bastante.
-¡…pete… pete…! –logro decir en medio del llanto.
Mami lo entiende. Coge mi chupete de la cama y me lo mete
rápidamente en la boca.
Empiezo a chuparlo para calmarme mientras Mami sigue
tomándome y chistando flojito para que me calme.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup
chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup… chup… chup… chup… chup… chup…chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup…
-¿Estás ya mejor? –me pregunta Mami.
Asiento con la cabeza, incapaz de hablar.
Mami me sonríe y me acaricia el pelo. Estando yo todavía en
sus brazos, bajamos de nuevo al salón. No me gusta que me coja en brazos para
llevarme a los sitios porque es algo que puedo hacer por mí mismo, pero en este
momento necesito que me mimen.
-¿Qué ha pasado? –pregunta Elia cuando nos ve entrar.
-Le ha dado uno de los berrinches que le dan a veces. Se
empieza a poner inquieto y a llorar, como un bebé –contesta Mami mientras se
sienta en el sofá y a mí me pone sobre su regazo.
-Oh, pobrecito –exclama Elia sin atisbo de ironía,
totalmente en serio y poniendo su voz más dulce-. Ven aquí, atún. ¿Me lo pasas?
–le pregunta a Mami.
Mami me ofrece a mi hermana, que inmediatamente me coge y me
atrae hacia ella. Mami no me ha vuelto a poner el pantalón así que en este
momento llevo el pañal al aire. De todas formas, Elia me pega a ella y nos tapa
con su manta.
-Pobrecito, mi atún –me dice mientras me mueve el asa del
chupete-. Pero ya estás mejor, ¿a que sí? Con tu pañal limpito –y me da unos
cachetes en mi pañal.
Yo balbuceo algo ininteligible y gimo un poco. Me siento aún
mal, no sé si soy un bebé o un niño de 12 años. Solo sé que necesito llevar
pañal porque me hago pipí y caca encima. Y no sé si eso está bien porque tengo
12 años. Pero entonces eso me convierte en un bebé. ¿Sí o no?
En cualquier caso, ahora estoy cobijado por Elia y su manta
y me siento genial. Protegido y seguro.
Mi hermana mayor me está haciendo mimitos por la espalda que
me relajan bastante. Me voy sintiendo mejor.
-Eh –dice de pronto Mami-. Que yo también os quiero hacer
mimitos a los dos.
-¿Vamos con Mamá? –me pregunta Elia.
Yo sonrío detrás de mi chupete como respuesta, y entonces
Elia se lanza conmigo hasta el sofá de Mami, donde le caemos encima y tras un
momento de mantas, brazos, piernas y mucha confusión, acabo yo en medio de las
dos mientras me hacen cosquillas en la barriguita y me acarician el pelo.
Mami y Elia consiguen que me calme del todo y olvide el
momento que acabo de pasar.
En realidad, soy un bebé muy mimado.
-Eres un bebé muy mimado tú –me dice Mami como si me leyese
el pensamiento mientras me pellizca la barrigota-. No te acostumbre a que vaya
a ser todo siempre así cada vez que te coges un berrinche.
Eli ha vuelto a poner la película y los tres, tapados con
una sola manta, la vemos sobre el sofá grande.
A mí nunca me ha gustado el cine francés, me parece muy
lento y muy aburrido; y la mayor parte del tiempo nunca pasa nada. Poco a poco
voy cerrando los ojos…
*****
Me despierto bocarriba sobre el sofá, tapado con la manta de
Mami y chupando mi chupete. Estoy solo. En el sofá y en el salón. La tele está
apagada y reina la oscuridad.
¿Qué hora es?
Cuando me levanto para ir a por el móvil noto el pañal muy
hinchado, así que tengo pipí. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido,
pero hay una cosa que es matemática: si
me duermo, me hago pipí. Es una ley universal, como la de la gravedad de Newton
o la de la relatividad de Einstein.
De momento, enciendo la luz del salón para ver algo y ya le
diré a Mami que me cambie. Cuando la sala se ilumina, puedo ver uno de mis
pañales sobre la mesa del salón encima de un bulto de ropa. En ese momento
entra Mami.
-Buenos días de nuevo, Robin.
-¿Cuánto tiempo he dormido? –pregunto mientras me froto los
ojos, aún algo adormilado.
-Es casi la hora de cenar –contesta Mami-. Iba a
despertarte, pero tu hermana me convenció de no hacerlo. Decía que estabas muy
mono durmiendo y te sacó una foto.
-¿Qué le pasa hoy a Elia?
-No lo sé, pero está muy feliz por algo. Y tampoco sé si eso
es bueno o malo para mí. Espero que no se haya comprado una moto ni nada
parecido –hace una pausa, intentando supongo quitarse de la cabeza la imagen de
su hija conduciendo una moto-. En fin, tienes pipí, ¿no? –asiento-. Por eso he
dejado aquí el pañal. Para cambiarte y llevarte a cenar directamente. Estoy
cansada de subir escaleras.
-Lo siento –digo agachando la cabeza.
-¿Por qué? –Mami parece extrañada.
-Por todo. Porque me tuvieses que llevar en brazos escaleras
abajo, por montar ese berrinche, por hacerme caca enci… -no puedo seguir. Noto
que las lágrimas van a salir otra vez.
-Eh, eh, eh –Mami viene hacia mí y se sienta a mi lado-. No
pasa nada, no llores.
Es demasiado tarde. Pego la cabeza a su bata y dejo escapar
las lágrimas.
-Es que… ¡Hic! A veces…. ¡Hic! A veces siento… que doy mucho
trabajo… ¡Hic! Que tengáis que cuidar… ¡Hic! Cuidar de mí… ¡Hic! Que me siga
haciendo caca encima…
-Robin, Robin… -Mami me rodea la cabeza con su brazo en un
gesto protector-. No pasa nada. Mi bebé, no pasa nada… Claro que no me gusta
que cojas esos berrinches…
-Es que… tengo 12 años y ¡Hic! Y todavía me tienes que
cambiar el pañal… Y…
-Robin, Robin… -Mami me habla con voz dulce-. No pasa nada,
a mí me encanta como eres…
-¡Hic! ¿En serio?
-¡Claro que sí! ¿Cuántas madres con un hijo de tu edad
pueden decir que todavía lo miman como te mimo yo a ti? –yo sorbo los mocos y
sigo llorando-. ¿No acordamos hace mucho tiempo que no me importaba que
siguieras siendo mi bebé?
Con delicadez, coge mi cabecita y la inclina hacia ella para
mirarme a los ojos. Su hijo de 12 años que lleva un pañal mojado y no para de
llorar mientras las lágrimas y los mocos caen a su chupete, la mira con ojos
vidriosos.
-Además, tú necesitas tu pañal, ¿verdad? –asiento-. Y tu
chupetito –me tira del asa-. Y tu biberoncito, ¿no es verdad? –asiento y
asiento-. ¡Entonces no te preocupes de nada más!
Mami me da un beso enorme en la mejilla, y hace que me
sienta mucho mejor.
-Gracias, Mami –respondo.
Es un Gracias por todo.
-No me des las gracias, bebé. Ahora vamos a cambiarte ese
pañal mojadito.
Mami coge mi pañal de la mesa, y puedo ver que el bulto de
ropa no era otra cosa que mi pijama. Yo me tumbo bocarriba en el sofá y Mami
comienza mi cambio.
Primero me suelta las cintas del pañal que llevo puesto,
luego me lo abre y tira de él hacia fuera levantándome las piernas. Me limpia y
me deja sobre el sofá, desnudo de cintura para abajo. Pero enseguida coge el
pañal nuevo, lo abre y me lo pasa por el culete, luego por la entrepierna y
finalmente abrocha las cintas adhesivas dejándomelo bien sujeto.
A continuación, me quita la camiseta, a lo que le ayudo yo
estirando los brazos hacia arriba y me pone la del pijama. Después me tumbo
otra vez bocarriba y Mami me pone los pantaloncitos del pijama.
Aplaudo como un bebé, aunque no sé muy bien por qué. Supongo
que por el hecho de estar cambiado y cómodo.
-¿Te quieres sentir mejor por darme tanto trabajo? –me
pregunta Mami-. ¡Pues ve a poner la mesa! –me dice mientras me da un cachete en
el culo.
*****
Es la hora de dormir. Estoy acostado sobre el pecho de Mami
tomándome el bibe mientras ella me lee un cuento que sujeta delante nuestra.
Estoy recién cambiado, pues después de cenar, Mami y yo nos pusimos una
película aprovechando que Elia había salido con Clementine, y durante la misma
me hice pipí. Así que cuando terminó, Mami tuvo que cambiarme de nuevo el pañal
antes de darme el biberón.
Aunque exactamente no me lo estaba dando, pues el que lo
está sujetando soy yo, ya que mami tiene las manos ocupadas sujetando el libro
y pasando las páginas.
Es uno de mis libros de cuando era pequeño. Me encanta que
Mami me lea cuentos para bebés. Este va sobre un erizo que ha perdido sus púas
y habla con los demás animalitos del bosque para encontrarlas: Rizo, el erizo.
La verdad es que los títulos no se los curran mucho.
-…Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Mami deja el cuento sobre la mesita de noche y yo me giro
para mirarle a la cara, sujetando el biberón con una mano mientras
sigo chupando de la tetina.
-Me encanta que me leas cuentos, Mami.
Mami está cansada. Se le nota porque tiene los ojos cerrados
y suspira.
-Pues deberíamos comprar cuentos nuevos, que solo tienes
tres.
-Es que me da vergüenza ir a la sección infantil de la
librería, ya lo sabes…
Mami me da unos golpecitos en la espalda mientras me sigo
tomando el bibe. Ella sigue con los ojos cerrados y yo miro hacia el infinito
mientras me tomo la leche. Disfrutamos del silencio interrumpido solo por el chup, chup, chup.
-¿Ves? –dice Mami-. Si tuvieras una cuna no podrías tomarte
el biberón encima de mí.
-Podríamos comprar también un sillón y ponerlo en una
esquina. Así podrías seguir dándome el bibe.
-Claro, una cuna, el cambiador y un sillón… ¿te crees que
estamos hechos de oro?
Yo me río y unas gotitas de leche se escapan por la comisura
de mis labios.
-Yo quiero una cuna… -refunfuño.
-Y tu hermana quiere una moto.
-Pero una moto es mucho más cara que una cuna–le digo sin
sacar la boca de la tetina.
-Pero mucho más práctica –dice Mami.
Me sigue dando golpecitos en la espalda, y así termino de
tomarme el biberón. Entonces Mami se levanta conmigo en brazos y me sienta
sobre el escritorio. Comienza a arreglar mi cama, y una vez que están todas las
sábanas bien puestas, me deja sobre ellas y me arropa. Es en estos momentos
cuando, y a pesar de haber dormido una enorme siesta, el sueño siempre se
apodera de mí. Los ojitos se me cierran más con cada mimo de Mami. Me siento
cómodo y seguro con mi pañal. Mami me da a Wile y lo aferro a mi pecho.
Pero mi boquita se siente desnuda.
-Pete… Mami, pete… -digo con los ojos cerrados y haciendo el
gesto de chupar.
-¡Porras! –exclama Mami-. Un momento, cielo.
Mami abandona mi cuarto y baja hasta la cocina, y entonces
me acuerdo de lo que ha pasado. Antes de cenar, Mami cogió mi chupete y lo puso
a cocer para limpiarlo de todas las lágrimas y todos los mocos y después lo
dejó secándose encima de un trapo.
Oigo a Mami subir las escaleras y enseguida siento su
presencia en mi habitación, pues sigo sin abrir los ojitos. Siento la tetina
del chupete en mis labios y cierro la boca en torno a ella. El chupete me
calma. El roce del plástico alrededor de mi boca, la tetina dentro y el ruido
tranquilizador y pacificador.
No en vano, chupete en inglés es pacifier.
Mami me da un último beso de buenas noches y apaga la luz
antes de salir del cuarto.
Aprovecho para sentirme cobijado y seguro.
¿Quién sabe lo que va a pasar mañana?
Veis que el capítulo es algo más largo de lo habitual :)
ResponderEliminarDisfrutadlo^^
Excelente capitulo Tony, me gusto mucho, espero con ansias el siguiente!
ResponderEliminarGracias, espero seguir en esta tónica en cuanto a extensión. Aunque cada capítulo es diferente a otro, aún así, serán progresivamente cada vez más largos :)
Eliminargracias por escribir esta maravilla, es genial y me gustó mucho la parte en la que los tres ven la peli tapaditos, felicidades por escribir maravillas❤
ResponderEliminarHola Juan!
EliminarMe alegra muchísimo que te guste. Espero que lo siga haciendo el resto de la historia.
Es un placer leerte, como siempre :)