Sara abrió la
puerta de la habitación y el olor le volvió a entrar de repente por los
agujeros de la nariz.
No podía ser.
Lucía había vuelto a hacerse pipí.
No era de noche.
No había dormido más de dos horas.
Pensó que el
problema era más grave de lo que parecía. Si ni siquiera podía dormir dos horas
sin mojarse encima…
-Me he vuelto a
hacer pipí, Sara –le dijo Lucía.
-Ya lo sé, cariño…
Sara encendió la
luz de la lamparita del escritorio y se sentó a la vera de Lucía.
-¿Por qué me pasa
esto? –le preguntó su sobrina.
-No lo sé, cielo…
Ojalá lo supiera… -le contestó acariciándole el pelo.
-Hasta Peppy se ha
mojado –dijo.
Lucía levantó su
muñeca para que Sara la viese.
-¿Y no has podido
dormir? –le preguntó.
-No –contestó la
pequeña-. Cada vez que mojo la cama me despierto y no puedo volver a dormirme.
A Sara eso le
pilló de sorpresa, y le asustó mucho. Si eso era verdad, su sobrina llevaba ya
varios días sin dormir bien. Normal que hubiese querido echarse una siesta ese
día. Tenían que solucionar el problema del pipí por la noche. Y pronto.
-Jope, Lucía –le
dijo cariñosamente-. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
-Es que me da
mucha vergüenza hacerme pipí –dijo-. Y ahora encima he mojado a Peppy –y se
echó a llorar sobre la cama.
Sara la levantó,
no fuera a ser que se mojase también la cara. La aupó contra ella, al sacarla
de las sábanas le vino más fuerte el olor a pipí.
Esa no era manera
de vivir para una niña de 10 años. Se le ocurría una cosa que podía hacer, pero
no sabía si iba a ser peor el remedio que la enfermedad.
Una vez más, llevó
a Lucía al baño para ducharla. Ya se estaba convirtiendo en rutina y no podía
dejar que siguiese así. La lavó y la vistió con las ropitas nuevas que le había
comprado. Le cambió las sábanas y regresó con ella al salón.
-¿Has mojado la
cama para poder estrenar las cositas nuevas? –le preguntó riendo.
A Lucía no pareció
sentarle bien. Sara se apresuró a aclarar sus intenciones.
-Era una broma,
cielo –le dijo-. ¿Quieres tu biberón?
-Sí.
Fue a la cocina a
preparárselo y regresó con él al salón.
Lucía estaba realmente mal. Se encontraba hecha un ovillo en el sofá. A Sara le
dio mucha pena.
-¿Quieres que te
lo de yo? –le preguntó mientras agitaba el biberón con la mano.
-Sí, porfa.
Sara se sentó en
el sofá y se señaló su regazo para que Lucía fuese hasta él, pero la niña no
parecía querer moverse de donde se encontraba. De hecho, parecía que no tenía
ganas de moverse nunca más en la vida.
Lucía se empezó a
preocupar. El problema de su sobrina con el pipí en la cama empezaba a ser grave.
Tenía que solucionarlo ya.
-Ven, cariño –Sara
cogió suavemente a Lucía y empezó a incorporarla lentamente-. Ven, que vamos a
darte tu biberón, guisantito.
Delicadamente, se
trajo a Lucía hasta su regazo. Le apoyó su cabecita sobre su pecho y le acercó el
biberón a la boquita. Aún con los ojos cerrados, Lucía se aferró la tetina con
los labios y empezó a chupar. Tenía una expresión muy triste en la cara, y
sollozaba. Se iba tomando la leche entre sollozo y sollozo.
Chup… Chup… Chup… Chup…
Chup… Chup… Chup…
Se abrazó a Sara.
-Shhh… No llores,
mi amor –le dijo mientras le daba el bibe con una mano y con la otra le
acariciaba el pelo sosteniéndole la cabeza con ese brazo.
Pensó que aunque Lucía
estuviese mojando la cama, por lo menos ella había conseguido acercarse a su
sobrina y que la niña se sintiese cómoda en su nueva casa mucho antes de lo que
Sara o nadie hubiese esperado.
Entonces, ¿por qué
seguía mojando la cama? Sara no lo entendía.
Lucía terminó de
tomarse el biberón, Sara la aupó y empezó a darle golpecitos en la espalda para
que expulsase los gases. Al cabo de un ratito y varios eructos se sentó de
nuevo en el sofá con su sobrina y empezó a acunarla.
Parecía que iba a
quedarse dormida. Teniendo en cuentas las húmedas consecuencias de esto, Sara
se levantó con ella y empezó a moverse para que se despertase.
-Ale, ale,
pequeña. No es momento de dormirse –le dijo con dulzura.
Era increíble la
falta de sueño que tenía esa niña. Sara tenía que encontrar una solución. Y si
era ponerle un pañal, le pondría un pañal.
Estuvieron toda la
tarde jugando a las cartas en la mesa de la cocina. Sara pensó que sentada en
una silla (además bastante incómoda) y con la mente ocupada, Lucía no se
dormiría.
Estuvo en lo
cierto. Su sobrina permaneció despierta el resto de la tarde y además estuvo bastante
ocupada intentando ganarle a Sara alguna partida a la brisca. A Sara se le daba
increíblemente bien este juego. Había obtenido una gran soltura durante los dos
años que estuvo cursando Historia en la universidad. La carrera la había
dejado, pero la destreza en ese juego de cartas la había acompañado desde
entonces. No obstante, su sobrina era también bastante buena, y a punto estuvo
de ganarle un par de manos, pero finalmente, Sara acabó venciendo por la
mínima.
Sara pensó que con
esa habilidad para las cartas, Lucía encajaría muy bien en un campus
universitario. Se sorprendió pensando esas cosas, ya que la niña aún no había
acabado ni la escuela primaria, pero le gustaba imaginarse un buen futuro para
su sobrina.
A la hora de la
cena preparó puré de verduras y lomo a la plancha. Lucía se lo comió en seguida.
Una de las cosas que le preocupaban a Sara antes de adoptar a Lucía era que la
niña fuera problemática a la hora de comer, como muchoa niños de su edad, sin
embargo, Lucía comía estupendamente. Eran otro tipo de problemas los que le
daba su sobrina…
Quizás estaba exagerando.
Después de todo, Lucía sólo tenía 10 años. Algunos niños tardaban más en
madurar. Seguro que había muchos de 10, o incluso 11, 12, 13 o 14 años que todavía
se hacían pipí por la noche. Lo extraño de Lucía era que había vuelto a hacerse
pipí cuando ya llevaba varios años controlando sus esfínteres por la noche.
O eso creía saber
ella.
Se paró a pensar.
No había caído en eso. Había supuesto que si nadie le había dicho que Lucia se
hacía pipi en la cama era porque no se lo hacía. Sin embargo, nadie le había
dicho tampoco lo del biberón.
Después de la cena,
llevó a Lucía hasta su cuarto. Le puso el pijama y se la llevó hasta su habitación.
No tenía ninguna intención de que Lucía durmiese con ella en su cama. Esa no
era la solución para que dejara de hacerse pipí por la noche. Lo que quería era
que la niña eligiese uno de los libros que tenía en sus estanterías para
leérselo antes de dormir.
Dejó a Lucía
eligiendo libro y fue hasta la cocina para prepararle el biberón. ¡Que gusto no
tener que estar lavando el biberón siempre antes de dárselo!
Regresó a su
cuarto, Lucía estaba sobre la cama con varios cuentos esparcidos sobre ella.
-¿Has elegido ya
uno, cielo? –le preguntó.
-No –contestó la
niña. Y añadió-. ¡Tienes muchos cuentos!
-Sí, la verdad es
que sí –reconoció Sara-. ¿A ti te gusta leer, Lucía?
-¡Sí! –exclamó la
niña-. Aunque en casa no teníamos muchos cuentos –añadió.
-Oh, vaya… ¿Qué te
gusta leer a ti?
-Los libros de
Concha López Narváez y Carmelo Salmerón.
A Sara le
sorprendió que la niña conociese ya el nombre de los autores. Creía que le iba
a hablar de dos o tres cuentos que le gustaban.
Concha López Narváez
y Carmelo Salmerón, mujer y marido, era autores de literatura infantil y
juvenil. Tomás es distinto a los demás,
Parasubidas, La Leyenda del Viajero que no podía detenerse… Algunos de sus
libros habían sido bastante premiados y escribían para niños de todas las edades.
-¿Pues sabes qué,
Lucía? Creo que tengo por aquí algún libro de Concha López Narváez…
Buscó por las
estanterías más altas y polvorientas de su habitación, donde tenía los libros
que había leído de pequeña. Tras un rato en el que movió todos los libros que
le habían mandado leer en el colegio, por fin encontró el que había estado
buscando. Su título era El viaje de
Viento Pequeño, y estaba escrito por Concha López Narváez y su marido. Las
bonitas ilustraciones que llevaba corrían a cargo del hijo de éstos, Rafael
Salmerón López. La edad recomendada era a partir de 6 años, pero Sara pensó que
a Lucía le gustaría igual.
Cogió el libro y
la llevó en brazos hasta su habitación. Le dio el biberón y le dijo que se acomodara
para disfrutar de la lectura.
Se metió con ella
en la cama y comenzó a leerle.
-Viento Pequeño
había nacido arriba, en las montañas. En las montañas tiene todo lo necesario
para vivir contento: si le apetece, vuela. Se columpia en las ramas de los árboles.
Va a tumbarse en el prado…
Sara le leía a
Lucía mientras su sobrina se tomaba su biberón recostada junto a ella. Cuando se
lo terminó, lo apartó a un lado y se acurrucó junto a Sara para escuchar más
cómodamente.
Como era de
esperar, se quedó durmiendo enseguida. Lucía salió cuidadosamente de la cama, cogió
el biberón y arropó a Lucía. Le dio un beso en la frente y salió sin hacer
ruido cerrando la puerta tras de sí.
Ya en el pequeño
pasillo, suspiró. Otro día había pasado. Ser madre es mucho más duro de lo que
pensaba. Fue hasta su habitación y sacó las sábanas para cambiárselas a Lucía
por la mañana. Ya había aceptado que se haría pipí.
Y no se equivocó.
A la mañana siguiente, Lucía amaneció con la cama mojada. Seguía igual de
triste que siempre. Sara se dijo que había sido ya la última noche que su
sobrina pasaba mojada y sin poder dormir. La lavó como de costumbre y la llevó
hasta el salón. Tenía que terminar de una vez por todas con esta horrible
rutina matinal tan desagradable tanto para ella como para su sobrina.
Para la Lucía,
mucho peor.
No era sólo que se
sintiese avergonzada, sino que además no podía descansar y tenía que
enfrentarse todas las mañanas a la humillación de unas sábanas mojadas.
Esta era la razón
por la que Lucía pensaba que quizás el pañal no sería una buena solución. Su
sobrina podría verse más humillada llevando un pañal para dormir que
levantándose con pipí.
Esa tarde, Sara
tenía clase de interpretación. Había acordado con Laura que se llevarían a Esteban y Lucía para que se conociesen y
después irían todos al parque a tomar un helado.
Sara tenía muchas
ganas de que Lucía por fin pudiese tener un amigo de su edad. Bueno, más o
menos, ya que Esteban era 3 años menor que Lucía.
Por la mañana dejó
a Lucía viendo la tele después de darle su biberón y estuvo haciendo las tareas
de la casa. Bajó a la lavandería del sótano del edifico y subió con las sábanas
limpias. Tenía una sorpresa para Lucía: su muñeca Peppy estaba limpia.
Cuando se la dio,
su sobrina se puso muy contenta. Saltó en el sofá y le dio un fuerte abrazo a Sara.
Después siguió viendo la tele abrazada a ella.
A las cuatro de la
tarde, Sara y Lucía bajaron al rellano. En la puerta les estaba esperando Laura
dentro del coche. Esa tarde le tocaba a ella llevárselo; Sara y Laura se turnaban
para poder ahorrar en gasolina. Sara se había ofrecido a llevar a Laura porque
sí disponía de otro trabajo y Laura se dedicaba únicamente a actuar, pero su
amiga le había dicho que no quería ni oír hablar de eso.
Cuando salieron a
la calle, Laura les empezó a pitar y a saludar con la mano. Su amiga era muy
extrovertida, era una de las cosas que a Sara más le gustaban de ella.
Subieron al coche,
Lucía se sentó detrás con Esteban y Sara delante.
-Bueno, por fin os
conocéis, Esteban –le dijo Laura a su hijo-. Y por fin te conozco yo, Lucía
–añadió amablemente-. Tu tía me lo ha contado todo de ti. Antes de que vineras,
no paraba de enseñarme fotos tuyas y de decirme la sobrina tan guapa que tenía,
y ahora veo que no se equivocaba –dijo sonriendo.
Sara la miró.
Nunca le había enseñado ninguna foto ni nada por el estilo. Pero Laura era una
auténtica especialista a la hora de ayudar a Sara con su sobrina. Lucía, por su
parte, no dijo nada. Era la primera vez que veía a Laura y Esteban y se
encontraba un poco cohibida. Era una niña muy tímida.
-El que está al lado
tuya que tampoco dice nada es mi hijo Esteban –siguió Laura-. Es también
bastante tímido pero seguro que os acabaréis llevando muy bien.
Llegaron al local
de ensayo. Era una pequeña cochera que habían dispuesto a modo de escenario
para poder practicar las obras antes de representarlas en un teatro más grande.
Sara y Laura saludaron a los demás compañeros y comenzaron con los
estiramientos y los ejercicios de relajación. Les indicaron a Lucía y a Esteban
que podían sentarse en las sillas del fondo.
Lucía estaba sentada al lado de un niño al que
no había visto en su vida. Si ya de por sí se sentía incómoda con los chicos,
con uno al que no conocía era aún peor.
No le gustaba estar con gente desconocida. Al
principio había resultado un cambio muy fuerte irse a vivir con una persona a
la que había visto sólo dos veces en su vida.
Recordaba que antes de irse a vivir con su
tía, prefería irse a cualquier otro sitio. Creía que a lo mejor incluso con la
vecina, pero vino un señor bajo y con voz de pito a su casa y le dijo que tenía
que irse con la hermana de su madre.
Sabía que no podía estar con su mamá porque
se la llevaban al hospital. Por un momento, creyó que la iban a mandar con su
padre, un señor al que veía poco y que cada vez que lo hacía, éste estaba
siempre mareado y le pegaba. Su mamá intentaba protegerla, pero entonces su
papá le pegaba también a ella.
De todas formas, no podía irse a vivir con
él, porque la vecina le había dicho que su papá se encontraba de viaje y que no
sabían cuando iba a volver.
Sin embargo, la persona que la había acogido
resultó ser muy buena. Nunca la regañaba por hacerse pipí en la cama, cuando
sabía que su mamá le habría pegado y su papá también y más fuerte. Tía Sara era
una persona buena que jugaba con ella y le daba el biberón. A Lucía nunca le
habían dado el biberón, sólo se lo preparaba su madre porque con esa cantidad
de leche, estaba bien alimentada, ya que no tenían mucho dinero para comprar
muchos más alimentos.
Pero tía Sara no sólo le daba el biberón,
también la acunaba, le expulsaba los gases y le leía cuentos.
A Lucía nunca le habían leído un cuento.
Se daba cuenta de que estaba empezando a
querer a su tía, de que sentía mucho amor por ella. Una persona que realmente
trataba a Lucía como a una hija. Otra persona seguro que la habría castigado
por hacerse pipí en la cama, como había hecho su abuela con tía Sara. Sin
embargo, Lucía no tenía amigos que pudiesen ver sus sábanas llenas de pipí
tendidas en el balcón.
Hablando de amigos, ahora tenía un niño más pequeño
sentado a su lado. Ambos miraban como su madre y tía Sara hacían teatro. Aunque
en ese momento estaban haciendo una cosa muy extraña para Lucia: estaban
tumbadas en el suelo estirando los brazos y las piernas en posturas extrañas y
echando mucho aire por la boca.
-Mi mamá dice que Sara es ahora como si fuera
tu mamá –dijo de pronto el niño. Esteban se llamaba.
-Algo así. Es quien cuida de mí –respondió Lucía.
-¿Dónde está tu mamá? –le preguntó
-Me dijeron que estaba malita y que tenían
que llevársela al hospital.
-¿Y cuándo va a salir?
-No lo sé –Lucía se encogió de hombros.
-¿Te gustan los superhéroes? –le preguntó de
repente
-No, mucho. Soy más de anime.
-¿Cuál es tu anime favorito?
-Me gusta mucho Pokemon, Monster Rancher Y
Detective Conan.
-¿Has visto la película del castillo
ambulante?
-No.
-¿No has visto El Castillo Ambulante? –dijo incrédulo-.
Jo, pues tienes que verla. Está muy bien.
-Se lo diré a tía Sara.
Siguieron hablando de dibujos animados
durante todo el resto del ensayo. Laura y Sara dejaron las extrañas posturas
para empezar a hablar muy fuerte y con mucha entonación mientras se movían por
el local. Después de una hora y media volvieron a donde estaban ellos.
Sara y Laura
llegaron al sitio donde habían dejado a los niños. Durante el ensayo, estuvo
mirándolos de vez en cuando y se alegró al comprobar que estaban charlando.
-Bueno, ya hemos
terminado –dijo Laura-. ¿Qué tal vosotros dos? ¿Os habéis aburrido mucho?
-No –contestó Esteban-.
Hemos estado hablando de dibujos animados.
-Ya os he visto,
que no parabais de hablar –dijo Laura mirando a Sara y sonriéndole.
-Mamá, Lucía no ha
visto El Castillo Ambulante –dijo Esteban.
-¿No? –se extrañó
Laura mirando a Lucía-. ¿Y cómo es que tu tía no te la ha puesto?
Sara esperó a que
su sobrina contestase, pero viendo que no era así, tuvo que hacerlo ella.
-Hemos visto La
Princesa Mononoke, Terramar y Wolf Children. Poquito a poco.
-Yo esa de
Terramar no la he visto –dijo Esteban.
-¿No? Sara imitó a
Laura-. ¿Y cómo es eso? ¿Es que tu madre no te la ha puesto?
-Vale, lo he
pillado –contestó Laura.
Cuando llegaron al
parque, dejaron que los niños se fuesen a jugar a los columpios. Sara y Laura
los vigilaban desde el banco mientras apuraban sus cucuruchos.
-Bueno, ¿y qué tal
estos días con Lucía? –le preguntó Laura.
-Bien y mal
–contestó Sara mientras lamía su bola de vainilla-. Nos estamos uniendo bastante,
pero sigue haciéndose pipí en la cama.
-Joé, chica –dijo
su amiga- ¿Y cómo está ella?
-Pues fatal. Se levanta
llorando todas las mañanas y no duerme casi nada. El otro día quiso dormir la
siesta, la tarde que vino el asistente social, y se levantó también con pipí
–hizo una pausa-. No había dormido más de dos horas –añadió desolada.
Laura hizo un
ruido de disgusto.
-¿Y qué vas hacer?
–le preguntó.
-He pensado en
ponerle pañales –contestó Sara.
-¿Ponerle pañales?
Tiene 10 años –le dijo Laura.
-Sí… Ya lo sé… Y
es humillante para una niña de 10 años tener que llevar un pañal para dormir… Pero,
¿qué puedo hacer? Lucía se levanta mojada todos los días…
-¿No crees que eso
puede ser peor? –le preguntó.
-¿El qué?
-El tener que
llevar un pañal para dormir. Que si eso puede ser peor que levantarse con la
cama mojada.
-Yo también lo he pensado.
-¿Y?
-Y llegado a la conclusión
de que el pipí se lo va a hacer igual, así que mejor que se levante con pipí en su pañal pero que al menos pueda
dormir, que falta le hace.
Se produjo una
pausa.
-¿Y tú qué opinas?
–le preguntó a Laura.
-¿Yo? –Laura
estaba dándole lametazos a su cucurucho de fresa-. Pienso que como parche para
el problema está bien, pero no es una solución definitiva.
-¿A qué te
refieres?
-¿Cuál es el problema
de lucía? –preguntó retóricamente-. Que moja la cama. Que se hace pipí por la
noche. El pañal no va a conseguir que eso desaparezca, sólo que duerma cómoda.
Así es como tienes que enfocarlo; como un parche mientras solucionas el
verdadero problema.
-¿Entonces estás
de acuerdo en que debería de ponerle pañales?
-Sí –contestó-.
Pero aquí veo otro problema.
-¿Cuál?
-Lucía.
-¿Lucía?
-¿Cómo crees que
aceptará ella que le vas a poner un pañal para dormir? Recuerda que se enfadó
mucho cuando la llamaste bebé.
-Pues supongo que
al principio mal, pero tendré que convencerla de que es lo mejor.
-¿Y cómo vas a
hacer eso?
-Pues con lo mismo
que estamos hablando aquí. No quiero engañarla –contestó-. Le diré que es lo
mejor para que pueda dormir cómoda toda la noche. Cuando vea que ha logrado
pasar una noche entera durmiendo, verá que lo mejor es dormir con su pañal.
Laura río sarcásticamente.
-Buena suerte con
ello –le dijo. Miró la hora en el móvil-. Deberíamos irnos. Esteban tiene que
hacer los deberes.
-Sí… -Sara también
miró la hora-. Y yo tengo que pasarme por el trabajo a llevar la baja por
asuntos familiares.
-Hablando de
deberes, ¿cuándo va a volver Lucía al colegio?
-Pues espero que
pronto, porque la baja por asuntos familiares la tengo hasta que la matriculen
y pueda ir al colegio.
Llamaron a los
niños, pero tardaron en acudir y tuvieron que hacerlo varias veces. En el fondo
a Sara le gustó. Eso indicaba que se lo estaban pasando bien. Era justo lo que
Lucía necesitaba.
Laura los llevó en
coche hasta su edificio. Antes de bajarse, Lucia y Esteban preguntaron cuando
iban a poder verse otra vez.
Sara y Laura se miraron
y se sonrieron.
-Pronto si os
portáis bien –dijo Laura.
Se despidieron de ellos y se bajaron del coche.
Muy buen capitulo, me gusto, sigue cuanto antes, que la historia se pone cada vez mejor!!
ResponderEliminarGracias, Migue! Ya está subido :)
EliminarMuy buena historia. Quiero más. Confieso q después de leerla moje el pañal de la noche sin darme cuenta por primera vez
ResponderEliminarMe alegro que te guste Ana, ya tienes el siguiente capi :)
EliminarK taaal??esperando ansioso el siguiejte capítulo... Cuidateee
ResponderEliminarMuy bien hehe Ya tienes el siguiente capítulo^^
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