21 de junio de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 9: El Estreno

Hola!
Ya tenéis el penúltimo capítulo de Lucía quiere biberón. Recordad que aunque el décimo sea el último, habrá también un epílogo :)
Disfrutadlo^^


Lucía quiere biberón
Capítulo 9: El Estreno

Sara se bajó del coche. Dio la vuelta por delante y fue a abrirle la puerta a Lucía, que esperaba sentada en el asiento de atrás. La niña se desabrochó el cinturón y se bajó de un salto, teniendo cuidado de que no se le viese el pañal por debajo de la falda. Antes de salir, le había pedido a Sara si, por favor, le podía poner uno, ya que estaba muy nerviosa y el pañal le daría seguridad.
En un principio, Sara se había negado, pero sabía que la experiencia iba a ser dura para Lucía, y si con un pañal estaba más segura, ella se lo pondría.
De camino tuvieron que pasar por una tienda de ropa a comprarle una falda a Lucía, pues el pañal era tan abultado que se notaba mucho debajo del pantalón.
-¿Seguro que quieres ir con pañal, Lucía? –le había preguntado Sara mientras la niña se probaba pantalones intentando que no se notase el pañal.
-No, no quiero –le había contestado-. Pero estoy muy nerviosa y el pañal hace que vaya más segura.
-Pero no puedes ponerte un pañal cada vez que estés nerviosa, cariño.
-Ya… Pero será solo esta vez… Lo prometo.
Al final, Sara accedió. Sabía que estaba haciendo mal, y no le dejaría salir otra vez con un pañal, pero sí que era verdad que era una ocasión excepcional.
Todo había empezado con una llamada varios días después de que Lucía se hiciese caca por la noche. Sara descolgó el teléfono, y cuando escuchó de donde llamaban, no lo podía creer. Durante la conversación, pensó si de verdad debería ir y, sobre todo, si debía llevar a Lucía con ella.
Colgó y se pasó todo el día pensando en la llamada. Se le olvidó incluso el estreno de La Celestina, que era al día siguiente. Al final decidió que iría para darle una oportunidad, y que llevaría a Lucía porque le habían asegurado que no correría ningún peligro.
Intentó quitarse de la cabeza esos pensamientos de camino al ensayo. Era el último antes del estreno..
La obra había mejorado bastante, y el director de la compañía les había asegurado que podrían quedarse con un setenta por ciento de la taquilla que hiciesen, que a repartir entre actores, técnicos y director no sería mucho, pero menos era nada.
Cuando entró en el local de ensayo, Laura les estaba contando a los demás compañeros la noticia. Todos la felicitaron, algunos efusivamente, sobre todo los técnicos de sonido e iluminación, pero la mayoría lo hizo cómo Sara la primera vez.
Había aprendido cuando una expresión era sincera y cuando era falsa. Y en ese momento, Sara veía rostros que sonreían en los que los ojos no participaban, y muchas sonrisas demasiado forzadas.
<<Todos los actores somos unos envidiosos>>.
Se unió al corro, saludó a todos y se dio un fuerte abrazo con Laura.
-Veo que aquí hay alguien que ya lo sabía –comentó Almudena.
-Perdona pero Laura y yo nos lo contamos todo –le contestó Sara, fingiendo retintín.
Almudena se rió.
-Por supuesto –corroboró Laura-. Es mi sister –y la besó en la mejilla.
-¡Vale, chicas, chicos! –Jorge, el director, los empezó a instar para que empezase el ensayo con su estridente y aguda voz-. Ha pasado el momento de las felicitaciones. Me alegró por ti, Laura. Enhorabuena de nuevo. Pero tenemos que hacer el ensayo general antes de mañana… Si es que Rodrigo termina de pintar las puertas –Rodrigo, que estaba con dos brochas a la vez pintando dos rectángulos de madera, miró a Jorge-. No es El Jardín de las Delicias, Rodrigo –añadió.
El ensayo era con vestuario. Sara y el resto de actrices fueron a al baño de chicas a cambiarse, mientras que los actores hicieron lo propio en el suyo.
-¡A ver! –Jorge se asomó en el baño-. ¿Dónde están las prostitutas?
Teresa y Silvia, que interpretaban a Elicia y Areúsa respectivamente, se asomaron desde el fondo.
-¡Aquí!
-¡Bien! ¡Venid que hay que probaros otros corsés!
-Jorge, llevamos semanas probándonos corsés. Ya nos hemos decidido por última vez unas veintisiete veces. Nos quedamos con éstos que tenemos y punto.
-Vamos a ver, ¿vosotras queréis ser ‘’actrices’’? –dijo haciendo las comillas con los dedos-. ¿O actrices? –dijo entonando mientras se llevaba una mano al pecho y la otra la levantaba ante un público imaginario.
-Lo que queremos es respirar con el vestuario.
-¡Pues os jodéis! –las agarró del brazo y tiró de ellas-. Preguntadle a Keira Knightley si podía respirar con su corsé en Piratas del Caribe.
-No, no podía. De hecho se desmayó, se cayó al agua y casi se ahoga.
Salió del baño con ellas y las demás rieron.
Cuando terminaron de caracterizarse de sus respectivos personajes, salieron del baño y vieron en una esquina del escenario, a Teresa y Silvia abanicándose la una a la otra intentando no morirse. Jorge, mientras tanto, iba de un lado para otro solucionando desperfectos que sólo veían sus ojos
-Jorge, tenemos un problema –el jefe del decorado se acercó a él.
-¿Qué sucede?
-Se nos ha roto una vela. Ahora solo nos queda esta –dijo enseñándosela.
-Ponla delante de un espejo.
Y salió disparado a mover a la izquierda un milímetro un jarrón que había sobre una mesa.
-¡Me avergüenzo de ti! –le dijo al decorador que lo había puesto previamente-. Ahora –se dirigió a los actores-, ¡¿podemos empezar el ensayo antes de que me salgan canas?! –gritó dando una palmada-. Uy, qué músculos tienes, amigo –le dijo a un técnico que pasaba por allí.
Estaban ya todos los actores en sus puestos, cuando oyeron de nuevo a Jorge gritando a Isidoro, el actor que interpretaba a Calisto.
-Dije blusa azul cobalto, no cian. No zafiro. No azul cielo. No añil.
-Jorge, ¿qué más da? –le dijo Sara.
-No azul marino. No azul Francia. No azul majorelle.
-¡¿Podemos empezar ya?! –preguntó en voz alta Laura.
-Podéis hacer lo que queráis, como estáis haciendo todo el rato con mi magnífica performance –dijo haciendo aspavientos con las manos.
Al final, y a pesar de todas las críticas de Jorge, que se movía todo el rato de un lado a otro de las butacas, siguiendo la obra con la vista, los labios, el cuerpo entero y prácticamente repitiendo todos los movimientos de cada actor, el ensayo salió bastante bien.
Jorge dijo que era adecuado. Y no usaba esa palabra a la ligera. Eso significaba que estaba sublime. Así lo sentían todos los actores y así sabían que lo harían al día siguiente.
Cuando terminaron el ensayo, fueron a ponerse de nuevo su ropa de calle.
-¡Eh! –Silvia llamó la atención de todas-. Después del estreno salimos, ¿no? Como siempre.
Hubo un murmullo de aprobación.
-Y con más razón esta vez que Laura nos abandona –añadió Almudena, actriz que hacía de Alisa.
-Sí, nos deja para irse a hacer las américas –dijo Teresa-. Va a ser la próxima Pe.
<<Están que se mueren de envidia, pensó Sara>>
Cuando salían, se esperó un momento para hablar con Laura.
-Tú vas a ir, ¿no?–le preguntó.
-Sí… Supongo –contestó Laura-. Aunque la verdad no me apetece nada salir con esa panda de envidiosas. ¿Tú qué vas a hacer?
-Saldré también –contestó-. No quiero dejarte sola con esos buitres… Además, creo que necesitaré un buen copazo para afrontar lo que tengo pasado mañana.
Y le contó toda la llamada.
-¿Y piensas que deberías ir? –le preguntó Laura cuando terminó.
Seguían las dos de pie en la puerta del teatro. Se habían ido ya todos, Jorge había cerrado, se despedido de ellas y marchado en su descapotable de morro infinito.
-Creo que estaría feo si no fuera.
-Sí… Supongo que tienes razón… -admitió Laura-. ¿Quieres que te acompañe?
-No –se dio cuenta inmediatamente de que había sonado muy brusca-. No, no gracias. Es… Es algo que tengo que hacer sola.
-¿Quieres que me quede con Lucía?
-Creo que Lucía también debería ir.
-¿Estás segura?
-Sí, sí. Es… Es algo en lo que he pensado mucho.
-Está bien –Laura le dio una palmadita de ánimo en el hombro-. Como todas las madres, haces lo mejor para tu hija.
-Yo no soy su madre, Laura –Sara giró la cara para evitar mirarla y que su amiga viese la expresión que adquiría su rostro cuando recordaba que no era la madre de Lucía.
-Bueno, me refería a que sabes qué es bueno para ella. ¿Quién te iba a decir a ti que lo del pañal saldría tan bien?
-Ya… Eso fue un golpe de suerte –Sara se encogió de hombros.
-No hay golpes de suerte, cielo –le dio un beso en la mejilla-. Me voy que todavía tengo que hacerle la cena a Esteban. Si necesitas lo que sea, llámame ¿vale?
-Va-vale… Gracias, Laura.
-Como me vuelvas a dar las gracias por ofrecerte mi ayuda, te mataré -Sara rió-. Lo digo en serio –prosiguió Laura-. Cogeré ese cuerpo precioso que tienes, te pondré unos zapatos de cemento y te tiraré al Llobregat.
Se despidieron y Sara puso rumbo a su piso. Se dio cuenta de lo afortunada que era por tener una amiga como Laura, y lo mucho que la iba a echar de menos cuando se fuera.
Cuando llegó al piso, Lucía estaba haciendo los deberes en su cuarto.
-¿Cómo lo llevas, guisantito? –le preguntó desde la puerta.
-Muy bien.
Parecía sincera. Y no los Muy bien que le soltaba Sara a su madre para que la dejase en paz.
-¿Necesitas ayuda con algo?
-No –contestó. Pero enseguida añadió-. Bueno…
-¿Qué es? –Sara entró en la habitación, contenta de poder sentirse útil.
-Es que… -Lucía estaba un poco vergonzosa-. Es que esta tarde te has ido al ensayo y no me has hecho el bibe.
<<¡Así que era eso!>>.
-Es verdad, mi amor –le dijo mientras Lucía apretaba su carita contra la barriga de Sara, un poquito colorada-. Es tarde ya para merendar, ¿pero quieres te haga un bibe?
-¡Vale, sí! –Lucía parecía muy contenta.
Sara le dio un beso.
-Termina antes los deberes, ¿vale, mi amor?
-¡Vale! –y se giró hacia su cuaderno y hundió la cabeza en unas cuentas que estaba realizando.
Sara fue hasta la cocina a prepararle el biberón. Cuando estuvo listo, se dirigió de nuevo hasta la habitación de Lucía.
-¿Estás ya, cielo?
-¡Un momento! –contestó de dentro la niña.
-Te espero en el salón.
-¡Vale!
Sara llegó al salón, dejó el biberón sobre la mesa y se dejó caer en el sofá. Encendió la tele a ver que estaban echando.
No le gustaba mucho ver la televisión, ya que no emitían nada que le pudiese interesar. Sara se informaba navegando en internet, en páginas que no pertenecían a uno u a otro medio de comunicación y que no publicaban noticas manipuladas por uno u otro partido político.
Al final decidió dejar puesto un canal en el que estaban echando una sitcom que ella había visto ya infinidad veces: Friends.
Lucía llegó enseguida.
-¡Ya está, Sara! –exclamó muy contenta.
 Y se dejó caer sobre ella.
-¡Ay! ¡Eres una garrapata! –le dijo Sara cuando le cayó encima.
Lucía se rió.
-¿Qué estás viendo?
-Nada. Una serie más vista que el tebeo. ¿Sabías que la palabra tebeo viene de una revista que se llamaba T B O, como Te veo?
-Aaaah… ¿Me das el bibe?
-¡Oye! –Sara le dio un cachete cariñoso en el culete-. ¡Que te estoy contando una cosa interesante!
-¡Pero yo quiero mi bibe!
Sara se inclinó hacia ella.
-Eres una glotona.
-Jijijijijiji ¡Chi!
Sara cogió el biberón de la mesa y lo inclinó hacia Lucía con la tetina en dirección a su boca. Lucía no espero a que llegase; estiró el cuello y aferró la tetina con los labios.
Chopchopchopchopchopchopchopchop.
Lucía se tomaba el biberón con los bracitos encogidos sobre su pecho. Sara le sostenía la cabecita y le aguantaba el biberón, mientras veía cómo su sobrina se alimentaba.
Le encantaba darle el biberón, pero a Lucía le encantaba mucho más que se lo dieran. En los últimos días, Lucía solo se lo había tomado ella sola un par de veces. Casi siempre era Sara quien se lo daba. Era un momento íntimo que compartían las dos. Ese y el ponerle y quitarle el pañal.
Lucía ya había hecho varias amigas en el colegio. Sara había ido a hablar con sus profesores y todos coincidían que en Lucía era una chica muy inteligente y muy trabajadora, y que le esperaba un futuro brillante. Se alegraban todos de que ahora estuviese a cargo de una persona responsable que pudiese fomentar sus cualidades.
Sara se alegraba mucho cuando oía esos comentarios de Lucía; sonreía para sus adentros recordando que a esa niña tan madura y tan inteligente había que darle el biberón y ponerle un pañal para dormir.
Lucía ya pasaba mucho tiempo con sus amigas, tanto en el colegio como cuando iba sus casas o ellas venían al piso de Sara. Cuando eso pasaba, Lucía escondía todas las bolsas de pañales y los biberones en la habitación de Sara.
-¡A ver si se van a pensar que la que lleva pañales y toma biberón soy yo! –le decía Sara bromeando cuando Lucía metía a toda prisa los biberones y las bolsas de pañales dentro del armario de Sara momentos antes de que llegasen sus amigas.
Sus amigas se llamaban Angie, Ashai y Lidia. Eran muy simpáticas y divertidas. Todas sacaban muy buenas notas, sobre todo Angie, que era una empollona de cuidado, y habían aceptado totalmente a Lucía en su grupo de amigas. De las tres, era Angie la que había introducido a Lucía en el grupo, y era con ella con quien mejor se llevaba.
Sara les parecía una persona muy guay. Estaban acostumbradas a tratar con madres que no veían películas de anime con ellas ni les dejaban subir los pies al sofá.
Sara estaba muy, muy feliz de ver a Lucía tan integrada en el cole y de que hubiera hecho tan pronto buenas amigas.
Pero a pesar de eso, Lucía había seguido conservando totalmente su lado más infantil. Seguía queriendo que le pusiesen un pañal, que le diesen el biberón y que la acostasen junto a Peppy. Y Sara estaba encantada de que aunque Lucía fuese una niña muy social y extrovertida de puertas para fuera, todavía pudiese acurrucarse con ella a darle el biberón o a ponerle su pañal antes de dormir. En definitiva, de conservar esos momentos que las habían unido tanto a las dos.
Lucía se terminó el biberón, Sara lo dejó a un lado y la aupó para expulsarle los gases. Después estuvieron un rato viendo la televisión. Ninguna quería ver Friends pero estaban tan amodorradas que preferían eso a cambiar de canal. Al final, hicieron acopio de unas fuerzas que no sabían dónde estaban y, entre las dos, tirándose de los brazos y empujándose la una a la otra con los pies, consiguieron levantarse e ir a la cocina a hacer la cena.
A pesar de que mientras ella quisiera, Sara le iba a poner el pañal y darle el biberón, quería enseñarle a Lucía poco a poco a ser autosuficiente en lo demás. Esa noche, le enseñó a hacer un puré de verduras; a lavarlas, cocerlas, aliñarlas y luego triturarlas.
Lo hicieron entre las dos y al final no estaba tan bueno como el que preparaba Sara sola, sin embargo, para ser la primera vez que Lucía cocinaba, no estaba nada mal.
-Vas a ser una gran esposa, Lucía –le dijo Sara irónicamente mientras cenaban.
-¡Cállate! –Lucía le tiró una miga de pan.
-¿Qué pasa? –Sara siguió con la broma-. ¿Es que no quieres pasarte la vida fregando platos, barriendo la casa, planchando ropa y pariendo a los hijos de tu marido?
-¡Pues no! –contestó-. Ni siquiera quiero tener hijos.
-¿Por qué?
-Porque no sabría cómo ponerles el pañal.
Las dos rieron con ganas.
A Sara le encantaba el humor de Lucía y su capacidad para seguir las bromas.
Terminaron de cenar, y como entre el ensayo, el bibe que le había dado más tarde de lo habitual y la pereza de ambas en el sofá, era demasiado tarde para ponerse una película. Fueron directamente a la habitación de Lucía a ponerle el pañal y acostarla.
Sara dejó a Lucía poniéndose el pijama mientras ella iba a prepararle el biberón. Llegó y se encontró a Lucía tumbada boca arriba en la cama, llevando solo la camiseta del pijama. También había sacado un pañal y lo había puesto a su lado.
-¡Aquí está el bibe! –dijo Sara mientras lo agitaba.
-¡Bibeee!
Sara se inclinó hacia Lucía, ocultado el biberón tras de su espalda.
-¿Qué quieres antes? ¿Qué te dé el bibe o te ponga el pañal? –le preguntó en tono infantil y cariñoso.
-Ummm… -Lucía pensó rascándose la barbilla-. ¡Las dos! –contestó con una sonrisa.
-¿Las dos? –Sara se sorprendió, aún poniendo el tono infantil.
-¡CHI!
-Pero no te puedo poner el pañal y darte el bibe a la vez, mi amor.
-Ummm… ¡Me tomo el bibe mientras me pones el pañal! –dijo la niña.
-¡Muy bien, mi amor!
Sara le tendió el biberón, que Lucía cogió inmediatamente y se llevó a la boca. Sara empezó entonces a ponerle el pañal.
Le levantó las piernecitas con una mano, le pasó el pañal por el culete y las dejó caer con  suavidad. De fondo se oía el chochopchop de Lucía chupando la tetina. Sara levantó la mirada y la vio. Lucía la miraba mientras se tomaba el biberón con una sonrisa, lo que hacía que se le cayesen unas gotitas de leche por la comisura de los labios.
Estaba tan mona…
-Cuidado, mi amor. Que te estás manchando.
-¡Uy! –Lucía se dio cuenta y se limpió la boca con el dorso de la manga del pijama. Se volvió a llevar el biberón a la boca y siguió tomándoselo.
Sara le pasó el pañal por delante y se lo sujetó al cuerpo fuertemente con las cintas. Se incorporó y miró a Lucía. Se tomaba el biberón, acostada bocarriba sobre la cama, llevando solo la parte de arriba del pijama y con un pañal puesto que quedaba al descubierto.
-¿Puedo hacerte una foto, mi amor?
Lucía paró de tomarse el biberón y la miró, recelosa.
-¿Una foto? ¿Una foto para qué?
-Para imprimirla y pegarla por todo tu colegio –contestó con sarcasmo-. ¡Para guardarla yo, tonta! ¿Para qué va a ser si no?
-Está bien… -seguía un poco desconfiada.
-¡Lucía! –Sara estaba sorprendida-. Que no se la voy a enseñar a nadie, jopé. Que es para tenerla yo.
-Vaaale.
Sara sacó el móvil.
-¡Pero sonríe un poco, hombre! ¡Que estabas muy bonita!
Lucía sonrió pero le salió forzado.
-No te gusta que te hagan fotos, ¿verdad?
-Es que no quiero que alguien me vea con pañal y bibe.
Sara la entendía pero le fastidiaba un poco que no se fiase de ella.
-Lucía, me molesta que creas que le voy a enseñar esta foto a alguien –le dijo.
-Jo… No te enfades, porfi…
-¿Acaso crees que voy a ir enseñando esta foto por ahí?
-Sé que no…
-Esta foto es para mí. No tengo ninguna tuya, y estás francamente guapa con tu bibe y el pañal.
-Ya lo sé… Jopé, lo siento, Sara…
La niña bajó la cabeza y Sara vio que estaba sollozando. Rodeó la cama y se sentó a su vera.
-Lucía… -le pasó un brazo-. No llores, cariño.
-Es que… Tú te has portado tan bien… Y yo… ¡Hip! Y yo creyendo que… ¡Hip! Que le ibas a enseñar la foto a al... ¡Hip! A alguien…
Sara la abrazó. Lucía volvió a bajar la cabeza.
-Perdóname, Sara… ¡Hip! Perdóname, porfi…
-Te perdono, Lucía –le dio un beso en el pelo.
-¿De verdad?
-De verdad de la buena.
Lucía levantó la cabeza. Tenía los ojos enrojecidos.
-Échame una foto bien ahora –le dijo.
Sara sonrió. Se levantó y le echó la foto buena. Al verla, veía a una niña con su bibe en la boca y su pañal al aire. Y esa niña era Lucía. Y esa niña, aún con los ojos rojos, estaba muy guapa. Quizá se debía a la sonrisa verdadera que lucía en su rostro. En las últimas horas, Sara había aprendido a distinguir las sonrisas verdaderas de las falas, y la de Lucía en ese momento era auténtica.
Estuvieron un rato fotografiándose las dos. Con biberón, sin biberón, viéndose el pañal, ahora que no se viera... Una de ellas les gustaba mucho, particularmente a Sara. Era un autofoto en la que salían las dos de cintura para arriba sentadas en la cama, dejando ver un poquito solamente de la parte de arriba del pañal de Lucía, que si no sabías que llevaba pañales, no parecía un  pañal. Lucía tenía a Peppy en brazos y salía dándole un beso en la mejilla a Sara.
Tras acostar a Lucía, Sara fue hasta el salón, y antes de irse a la cama, estuvo un buen rato viendo en el móvil todas las fotos que se habían hecho, haciendo zoom a la carita de Lucía para ver la expresión de felicidad que había en su rostro, y yéndose a dormir con esa bonita imagen en su mente.
Al día siguiente, sin embargo, ya no estaba tan relajada. Le entraron todos los nervios previos a un estreno.
Lucía la notó distante cuando le estaba dando el biberón. La niña dejó de chupar la tetina y, aún acurrucada en sus brazos, le preguntó si le pasaba algo.
-No es nada, Lucía, cielo –le contestó intentando que no se notase su inquietud-. Es que me pongo un poco nerviosa antes de estrenar una obra.
-No te preocupes, tía Sara –le contestó Lucía-. Seguro que lo haces súper súper bien. Te he visto ensayar y me gustaba mucho cómo lo haces –Sara sonrío. Le llevó de nuevo el biberón a los labios, y Lucía siguió tomándoselo.
Era un amor que Lucía se diese ánimos. Su sobrina no sabría mucho sobre interpretación, pero la manera que tenía de animarla, le subió mucho la moral a Sara.
Después de comer, Sara empezó a prepararse el vestuario para la obra y lo que se pondría después para salir. Estaba en su habitación doblando ropa y dejándola sobre la cama cuando entró Lucía. Se acababa de despertar de la siesta y llevaba su pañal puesto y a Peppy entre sus brazos.
-¿De verdad es necesario que me quede a dormir en casa de Esteban? –le preguntó.
Sara le había dicho que esa noche, las compañeras de teatro saldrían a celebrar el estreno y a despedir a Laura. Lucía no se había tomado bien al principio tener que dormir en casa de Laura porque no quería que Esteban ni nadie la viese con pañal. Sin embargo, después de que Sara le prometiese una y otra vez que nadie la iba a ver con pañal, Lucía se mostró más dispuesta, pero aún no veía el plan con buenos ojos.
-Sí, cielo –le contestó Sara-. Esta noche es la despedida de Laura. Además –añadió-, ya te he dicho que nadie va a verte con pañal. Dormirás en la habitación de Laura y Esteban en la suya. Te pondré el pañal antes de irte, y mañana por la mañana, cuando despiertes. Estaré ahí para quitártelo.
Lucía se sentó de piernas cruzadas sobre la cama de Sara, parecía que todavía seguía dándole vueltas al plan en su cabeza, intentando buscar algún resquicio o un cabo suelto.
-¿Y si me hago caca por la noche?
-No comas hamburguesas del McDonalds ni bebas batidos de ochocientos litros y eso no pasará –le contestó con segundas.
-Ja, ja –Lucía rió sarcásticamente -. Muy graciosa… ¿Pero y si hay que cambiarme el pañal por algún otro motivo en plena noche?
-¿Qué otro motivo?-Sara arqueó una ceja.
-No sé… Que me haga pipí, por ejemplo.
-Lucía, cuando te haces pipí estás dormida.
-¿Pero y si me despierto? Cuando no llevaba pañal, me despertaba cada vez que me hacía pipí.
-Pero ahora llevas pañal –le replicó Sara haciendo hincapié en esa evidencia.
-Jo… Yo no quiero dormir en casa de Esteban –refunfuñó.
-Yi ni quiri dirmir en quisi di Istibin –se burló Sara imitando su tono de enfado.
-¡Jum! –Lucía se acostó boca abajo y enterró la cara en el edredón de Sara-. Yo no quiero ir –dijo con la boca taponada.
Sara la dejó ahí y siguió preparándose el vestuario. Salió de la habitación y fue hasta la cocina a por su infusión de menta y limón, que se tomaba siempre antes de actuar. Se sentó en la mesa, repasando mentalmente su texto cuando Lucía entró.
-Tía Sara, ¿me quitas el pañal? –le preguntó con voz tímida.
-Claro, cielo –le contestó-. ¿Quieres que te lo quite ya?
-Sí, quiero prepararme la mochila.
-Muy bien, cariño –Sara dejó la infusión sobre la mesa y se levantó.
Fue detrás de Lucía hasta su cuarto. La niña se tumbó en la cama boca arriba, como era costumbre, en la posición de ponerle y quitarle el pañal.
Sara le desabrochó las cintas y separó el pañal del cuerpecito de su sobrina; le levantó las piernas y lo extrajo. La limpió y salió con el pañal hecho una bola.
<<Si lo encesto, es que el estreno nos va a salir bien, pensó cuando llegó a la cocina y vio el cubo de basura abierto>>
Por si acaso, dio dos pasos hacia delante. Lanzó y encestó.
Por extraño que pudiera parecer, eso le dio más confianza, pero ésta se esfumó enseguida. Se sentó de nuevo a la mesa y se terminó su infusión. Miró la hora en su móvil. Debía salir en quince minutos. Los nervios crecieron en su estómago como un enredadera.
<<Tengo que mear>>
Cuando evacuó, le entraron ganas de hacer pis otra vez.
<<Al final me voy a tener que poner un pañal también>>
Meó de nuevo y fue a ver si Lucía estaba lista.
Se asomó a la habitación y la vio sentada sobre la cama leyendo Las Lágrimas de Shiva.
-¿Estás lista? –le preguntó.
-Sí –contestó Lucía levantando la vista de la lectura un segundo.
-A ver… -Sara fue hasta su mochila, la misma que tenía cuando llegó a su casa, y miró el contenido-. Pijama, ropa para mañana, Peppy y dos pañales. Está bien.
Desde luego, Lucía era muy madura para la edad que tenía.
-He echado dos por si hay alguna emergencia de cualquier tipo.
-Bien pensado, guisantito –miró la hora de nuevo-. Pues… Vamos a irnos ya, ¿te parece?
-Sí –contestó-. Bueno, un momento.
Fue hasta el escritorio y echó un libro más en la mochilita. Sara lo reconoció como suyo.
-¿Por qué te has echado mi libro de La Isla del Tesoro? –le preguntó.
-Porque la señorita Isabel nos lo ha mandado para que nos lo leamos –contestó.
A Sara le extrañó. Era un libro para adultos. O juvenil como mínimo. Pero desde luego no infantil.
-¿La profesora os ha mandado leer La Isla del Tesoro?
-Bueno… Solo a mí –Lucía pareció un poco avergonzada-. En clase hablamos de Stevenson y le dije que tú tenías un libro suyo. La profesora me preguntó que cuál era y le dije que La Isla del Tesoro. Entonces ella me dijo que si podía que me lo leyese que era un libro de aventuras y me iba a gustar muchísimo. Me dijo que aunque no fuese para mi edad, yo me lo podría leer sin problemas.
Sara sonrió. Desde luego, Lucía podía leer La Isla del Tesoro sin problemas. Pero le encantaba sobre todo que su profesora recomendase buena literatura aunque no fuese para su edad.
-Yo nunca te voy a prohibir leer un libro para muy para mayores que sea –le dijo Sara-. Beber cerveza teniendo menos de 18 años, sí. Bueno, si veo que eres responsable, te daré de probar un poquito antes. Pero un libro nunca.
Lucía se rió.
A Sara le vino bien esta pequeña charla maternal para desconectar, pero enseguida su mente volvió de nuevo al estreno de esa tarde. Apremió a Lucía para salir y enseguida ambas estaban en el coche. Sara conducía hasta el teatro en silencio, y Lucía tampoco decía nada, respetando su concentración.
Cuando llegó al teatro, vio que el coche de Laura ya estaba en el parking. Entró, con Lucía de una mano y su vestuario en la otra, y vio a Esteban sentado en el patio de butacas. Le dijo a Lucía que fuese con él y ella entró al camerino.
Dentro, el ambiente era de extrema concentración. No había el murmullo habitual de los ensayos ni el dicharachero tono de cuando ya llevas varias representaciones de una misma obra.
-He dejado a Lucía con Esteban –le dijo a Laura.
En ese momento, Jorge entró en el camerino.
-Desastroso. Atroz. Terrible. Apocalíptico.
-¿Qué pasa ahora? –le preguntó Silvia.
-Les dije a los de la tintorería que quería estas cortinas verde menta. No verde jade. No verde oliva. No verde chartreuse. No verde esmeralda. Dije verde menta.
-¿Sabes, Jorge? –Sara le habló con solemnidad-. Vete a la mierda.
Todos rieron en el camerino.

En el patio de butacas, Lucía y Esteban hablaban sobre la obra.
-¿Pero tú sabes de qué va? –le preguntó Esteban.
-Tía Sara me dijo que iba de un hombre que se enamora de una mujer pero ella no le quiere y entonces él recurre a una bruja que antes era prostituta para que la chica se enamore de él.
-¿Qué es una prostituta?
-¿Cómo, qué? –esa pregunta la pilló desprevenida.
A veces se le olvidaba que Esteban era más pequeño que ella. Pero claro, cuando llevas pañales y tomas biberón siendo ya mayor para ambas cosas, es normal que te olvides a veces de tu edad real.
-Pues es… Eh… Una mujer que… Eh… Que se acuesta con los hombres por dinero.
-¿Pero se acuesta a dormir con ellos? Jo, es el trabajo más fácil del mundo.
-Nonono –replicó rápidamente Lucía-. Se acuesta para… ¿Para hacer el amor? –dijo mirándole, sin estar segura de que Esteban supiera qué era hacer el amor.
-¿Qué es hacer el amor?
-Pues es… Es… Es una cosa que hacen los mayores... Pregúntale a tu madre –añadió rápidamente.
Suspiró. Que se comiese el marrón Laura. Al fin y al cabo, era su hijo.
La gente empezó a entrar poco a poco. Lucía vio al dueño del bar al que fue con tía Sara, Joe, pero no conocía a nadie más.
La obra empezó puntual. Lucía la observó con atención. Le encantaba la historia, y tía Sara lo hacía muy bien. No sabía si era porque era su tía, pero le pareció que era la que mejor lo hacía. Laura tampoco lo hacía nada mal, pero no estaba al nivel de su tía.
Cuando terminó, el público se puso de pie y aplaudió a rabiar. Los actores volvieron a salir a recibir la ovación. Lucía se puso de pie sobre la butaca y empezó a aplaudir muy fuerte. Esteban la imitó. Lucía vio que tía Sara los estaba mirando y les saludaba. Ésta le dio un codazo a Laura y les señaló donde estaban. Laura los vio y los saludó agitando la mano.
En ese momento subió al escenario el que Lucía sabía que era el director. Iba vestido con un traje blanco y una bufanda rosa, y recibía los aplausos de todos, incluidos los actores, que se acercaban y le daban palmaditas en la espalda.
Entonces le pasaron un micrófono.
-Damas y caballeros –decía mientras su voz se amplificaba en los altavoces-. Muchísimas gracias a todas y a todos por venir. Es un placer haber podido dirigir esta representación, pero cuando un tiene un texto de, aparentemente Fernando De Rojas, aunque no está confirmada su verdadera autoría, y unos actores tan maravillosos…
-¡Pelota! –le gritó Sara.
El público se rió. Hasta Jorge también lo hizo.
-Decía –continuó el director-, que cuando uno tiene actores tan maravillosos, es más difícil hacerlo mal que bien.
El público aplaudió de nuevo.
-Y hablando de los actores, la piedra angular de toda obra, quería deciros, aunque sé que ella me va amatar, que nuestra compañera, Laura Garrick… ¡Va protagonizar en Hollywood una película!
El público se quedó estupefacto, pero aplaudió con mucha fuerza. Sus compañeros  y Jorge sobre el escenario también.
-¡Máquina! –le gritó uno de los actores.
Todos tenían una sonrisa muy forzada.
-¡Guapa! –le gritó Sara.
Su expresión sí que era de felicidad real.
Al final, Laura tuvo que coger el micrófono.
-Gracias, gracias –dijo, visiblemente sonrojada-. Bueno, en realidad, soy actriz secundaria –y el público se rió-, que aquí el dire quería ponerme por las nubes –hizo una pausa-. Nada deciros solo que os voy a echar de menos a todos –se dirigió al público y a los actores-, que ha sido un  placer actuar para vosotros y con vosotros. ¡Gracias!
Volvieron a aplaudir. A Lucía ya le dolían las manos. La ovación duró un rato más, pero finalmente, los actores pasaron de nuevo detrás del telón.

-¿Cómo me haces eso, cabronazo? –le dijo Laura a Jorge bromeando.
Sara la oyó mientras se quitaba la pesada peluca de la cabeza.
-Así ahora todos sabrán la pedazo actriz que hay aquí –contestó-. Disculpadme, Tico ha venido a ver la obra y se pone nervioso cuando hay mucha gente. Voy a buscarle.
-¿Quién es Tico? –preguntó Silvia.
-Su perro –contestó Teresa.
-Será falso el tío –dijo Laura cuando Jorge ya se había ido-. Solo lo hace para que todo el mundo sepa que –y puso una voz de pito imitando a Jorge-, él dirigió a esa actriz que va a parecer en esa película.
Sara se acercó a ella.
-Ni te rayes. Ya sabes cómo es.
-Sí…
-Oye, voy a salir a saludar a Lucía. ¿Te vienes?
-Sí, sí. Y así veo a mi Esteban también.
Fueron hasta las butacas donde los habían dejado sentados. Allí estaban los dos. En cuando las vieron fueron hacia ellas y las abrazaron. Les empezaron a decir que lo habían hecho muy bien y que les había encantado la obra.
-Bueno, yo no la he entendido del todo –dijo Esteban.
Los tres se rieron.
-¡Bravo! –dijo una voz conocida por detrás. Sara se dio la vuelta y era Joe-. Oh, morenas, habéis estado sublimes.
-Vaya, vaya –dijo Laura mientras recibía el abrazo de Joe-. Mira quien ha aparecido por fin en una obra nuestra.
-¿Has cerrado el bar por nosotras? –le preguntó Sara riendo mientras Joe la abrazaba.
-¡Ni hablar! –contestó-. He dejado a cargo a Alberto. El pobre estaba tan nervioso que creía que se iba a mear encima.
Sara, Laura y Esteban se rieron. Lucía también, pero con una risa muy forzada.
Sara la miró disimuladamente sonriendo y Lucía le dedicó una mirada de pánico. Ninguno de los demás se dio cuenta.
Joe se puso a hablar con Laura de su inminente partida a Estados Unidos, diciéndole que si se enteraba de algún local por Los Ángeles que quedase libre, le informase.
-Pero Joe –le dijo Laura-, tú no tienes dinero para pagar un local en Los Ángeles.
Se volvieron a reír todos.
Joe se despidió de ellas y se fue de nuevo a su bar. Había recibido una llamada de Alberto diciéndole que no sé qué botella de vino se había roto y Joe puso una cara de horror y salió corriendo.
Sara y Laura volvieron dentro a cambiarse, prometiéndoles antes a Esteban y Lucía que saldrían enseguida e irían los cuatro a por una pizza.
En el camerino, mientras Sara se estaba cambiando, se acercó Isidoro.
-Sara –la saludó-. Lo has hecho genial –y le dio un abrazo.
-Gracias, Isidoro. Tú también has estado sublime, como siempre.
-Uno hace lo que puede –contestó-. Escucha –bajó un poco la voz-. Un compañero mío de la escuela de interpretación está haciendo un casting para una serie que van a estrenar el año que viene en no sé qué cadena –le dio una tarjeta-. Me ha dicho si conozco a alguna chica morena, particularmente atractiva pero sin pasarse que sepa actuar bien, así que…
-¿Me estás llamando fea? –bromeó Sara.
-No, no –Isidoro rió-. Dios me libre. Es solo que… Bueno, que das el perfil y yo creo que tienes posibilidades para conseguir el papel. En la tarjeta está la fecha del casting. Ve y hazlo. No pierdes nada.
-Vaya –Sara estaba perpleja-. Muchas gracias, Isidoro. Te debo una.
-No me debes nada hasta que no consigas el papel –le dijo. Y se fue a terminar de quitarse el vestuario de Calisto.
Sara guardó la tarjeta en su cartera.
Había hecho muchos castings para series de televisión a lo largo de su vida y no la habían cogido en ninguno, por lo que no tenía muchas esperanzas y dudó incluso en si presentarse a ese. Pero bueno, el no ya lo tenía así que…

Mientras esperaban a tía Sara y Laura, Esteban empezó a decirle entusiasmado las películas que podrían ver esa noche. Lucía le dijo que seguramente los acostarían pronto porque se les haría tarde después de ir a cenar.
En realidad, no sabía si eso iba a ocurrir pero de lo que sí estaba segura era de que quería que tía Sara le pusiese el pañal y la acostase cuanto antes.
Ella volvió enseguida, vestida de calle y con el vestuario de Melibea bajo el brazo.
-Tu mamá sale en seguida, Esteban –le dijo-. Está recibiendo las últimas felicitaciones.
Esteban contestó con un Vale que a Lucía no le sonó muy entusiasmado. Sabía que no le hacía mucha gracia tener que dejar el cole e irse a vivir a otro país. Lucía podía entender perfectamente cómo se sentía. Había experimentado algo parecido varias veces en su vida, pero ahora parecía que por fin había conseguido una necesaria estabilidad.
Laura apareció por fin. Iba vestida con ropa de calle también, pero a diferencia de Sara no llevaba el vestuario colgado del brazo.
-He dejado la ropa por si le hace falta a la sustituta –dijo-. Aunque supongo que si tengo éxito Jorge la subastará en internet.
Fueron todos a cenar una pizza a un restaurante italiano que había cerca del teatro. Después se dirigieron al piso de Laura. Ellas iban a acostarlos y luego se irían de fiesta.
-Y vosotros nada de fiesta en casa –les dijo Laura-. Cada uno a dormir en su habitación. Mañana haremos las fiestas que tengamos que hacer.
-Mamá –Esteban no parecía muy convencido de lo último-, cuando sales, al día siguiente no estás para fiestas. Siempre te duele la cabeza y te molesta cualquier ruido.
-Sí, mamá –le dijo Sara con sorna-. ¿Por qué al día siguiente de salir te duele la cabeza y te molestan los ruidos?
-Cállate.
El piso de Laura era más grande que el de tía Sara. Tenía tres habitaciones: la de Esteban, la de Laura y otra llena de chismes que servía de trastero. Pero por otro lado, parecía mucho más viejo que en el que vivía Lucía. Tía Sara le había dicho que antes era de los padres de Laura, pero que se lo dejaron en herencia al morir.
-¿Qué vas a hacer a hora con el piso? –le preguntó tía Sara al entrar.
-Venderlo no, eso seguro –contestó Laura-. Lo dejaré como está por si vengo alguna vez. Le tengo mucho cariño como para venderlo. Si quieres, vente tú a vivir y olvídate de pagar el alquiler.
-Gracias, pero estoy muy a gusto en mi piso que se limpia en una hora. Además me pilla cerca del trabajo y del cole de Lucía.
Laura le enseñó la habitación donde iba a dormir. Era muy grande, con una cama de matrimonio con un cabezal de madera muy viejo. Los muebles y la decoración también parecían del siglo pasado.
-Siempre digo que en esta habitación debió de nacer Matusalén –dijo tía Sara al entrar.
-Ja, ja. Muy graciosa –Laura entró detrás de ellas-. Solo he venido a coger unas mantas para el sofá, que por la mañana me da mucho frío. Os dejo para que os instaléis.
Salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Lucía se sentó en la cama y se descolgó la mochila.
-Da un poco de miedo, ¿no?
-Bueno, es antigua, eso sí –tía Sara se sentó a su vera-. Venga, voy a ponerte el pañal que Laura y yo nos vamos a ir ya.

Sara miró a Lucía. La niña tenía una expresión de preocupación en el rostro.
-Oye, Lucía… ¿Seguro que estás bien?
-Sí, es solo que…
-Nadie te va a ver con pañal –le dijo Sara de nuevo.
-No es solo el pañal, es que… -Lucía bajó la cabeza. Sara se levantó, se situó frente a ella y le levantó la carita suavemente cogiéndole la barbilla-. Es la primera noche que no voy a dormir en el mismo sitio que tú… Y me da miedo que no vuelvas…
-¡Lucía! –Sara la abrazó-. No te voy a dejar, mi amor.
-Vale… -contestó la niña mientras sollozaba sobre su pecho-. Tampoco me vas a dar el bibe hoy ni mañana por la mañana. Y esta tarde tampoco me lo he tomado…
Sara se sintió muy mal. Iba a salir de fiesta, olvidándose del biberón de Lucía. No había pensado en ese detalle. El momento de darle el biberón, era muy especial para las dos. Tanto o más que ponerle el pañal, y ahora ella se iba, despreocupándose totalmente del bibe de Lucía. Si se hubiera quedado a dormir en su piso, hubiera sido distinto. Porque podría darle el biberón antes de salir y al día siguiente por la mañana también. Incluso si no hubiera sido el estreno, podría haberle dado el biberón de la merienda. Pero no. Había pensado tanto en el estreno de la obra y en la fiesta de después que se había olvidado de las necesidades de su sobrina.
-Lucía –le dijo Sara muy seria-. Lo siento. Lo siento mucho. Te prometo, y una promesa es una promesa, que voy a darte el biberón todas las noches, y todas las mañanas y cada vez que me lo pidas. Pero perdóname esta vez. He pensado solo en mí y se me ha olvidado tu bibe. Te prometo que no volverá a pasar.
-Vale –contestó la niña frotándose los ojitos.
Sara le dio un fuerte abrazo y un sonoro beso en la mejilla.
-Venga –dijo tratando de poner un tono más animado-. Vamos a ponerte el pañal y a acostarte.
Lucía se tumbó boca arriba sobre la cama, levantando las piernecitas. Sara fue hasta su mochila, y sacó uno de los pañales. Le quitó los tenis a su sobrina, luego le bajó el pantalón y las braguitas. Le levantó las piernas y le pasó el pañal por debajo. Las dejó caer y pasó el pañal entre ellas. Se lo pegó a su cuerpecito y se lo abrochó fuertemente con las dos cintas, para darle una sensación de protección y seguridad. Lucía agitó sus extremidades, contenta de llevar su pañal. Sara la levantó en peso y le dio de nuevo un beso en la mejilla.
-¿Estás lista ya, Sara? –preguntó Laura desde el otro lado de la puerta.
-Enseguida –le contestó tía Sara-. Bueno, mi guisantito –se dirigió a Lucía-. Ahora tienes que acostarte, ¿vale? Si quieres puedes leer un poco, pero enseguida apagas la luz –la dejó sobre la cama -. Ponte el pijamita que antes de que te des cuenta, estaré aquí otra vez –le dio un beso en la frente-. Te quiero mucho, guisantito.
Fue hasta la puerta, la abrió un poco, salió y cerró con cuidado.
-Ya estoy –le dijo a Laura, que la estaba esperando en la cocina.
-Por fin –miró su móvil-. Éstas están ya en Courk. Vámonos.
Cuando salieron, su amiga se fijó en qué no tenía buena cara.
-¿Te encuentras bien?
-Sí, es solo que… Bueno, me pone un poco triste dejar a Lucía sola.
-Es la primera vez que sales por la noche desde que se vino a vivir contigo?
-Sí, y me siento un poco mal…
-Eso es normal al principio –le contestó su amiga-. Con el tiempo verás que no pasa nada y saldrás sin ese sentimiento de culpabilidad.
-Se me ha olvidado darle el biberón –las palabras le salieron de la boca como un reproche a sí misma-. Esta tarde, esta noche y mañana por la mañana tampoco podré dárselo.
-Bueno, mientras no se te haya olvidado ponerle el pañal y me moje la cama…
-¡Cállate! Eso sí que lo he hecho –y bajó la cabeza.
-Escúchame –Laura le levantó la cabeza cogiéndole de la barbilla, como había hecho ella con Lucía momentos antes-. Lucía va estar bien, y Esteban también. Y esta noche tú y yo vamos a salir a quemar la ciudad. Es mi despedida y a saber cuándo podemos salir otra vez de fiesta. Así que sécate esas lágrimas y vamos a por las primeras cervezas de la noche.
Laura tenía razón.
Sara sonrió y asintió.

Lucía no podía dormir.
Había pagado la luz hace tiempo, pero estaba inquieta y le costaba conciliar el sueño. Tenía la mente muy activa y pensaba en muchas cosas a la vez. Los distintos pensamientos se entremezclaban en su cabeza y se mantenía totalmente activa. Abrazaba la almohada con una mano y con la otra a Peppy. No le gustaba esa cama. No le gustaba esa habitación.
Se tocó el pañal un momento. Estaba seco. Ella sabía que estaba seco porque no se había dormido.
Cambió de postura. Soltó la almohada, la puso paralela al cabezal y se acurrucó abrazando a Peppy con las dos manos. Estaba muy inquieta. A los bebés les daban para calmarlos un chupete, pero ella no tenía en ese momento ni una tetina de biberón para chupar. Probó a meterse el dedo pulgar en la boca, pero tenía que cambiar toda su postura y soltar una mano de Peppy, y eso sí que no lo quería. Abrió los ojos. Entraba luz por la ventana y hacía que las sombras de todos objetos sumamente viejos de la decoración del cuarto, como perros de porcelana y pastores que había por las estanterías hiciesen unas sombras nada tranquilizadoras en la pared. Volvió a cerrar los párpados. Se cambió de nuevo de postura y se puso bocarriba, intentado que el pañal sonase lo mínimo, aunque la habitación de Esteban estaba en la otra punta de la casa y era imposible que lo oyese. Se palpó el pañal por delante. Le gustaba el tacto del plástico. Tía Sara le había puesto un pañal de Mulán, y se imaginó como luciría la guerrera en los dibujos del mismo. No le preocupaba hacerse pipí, se sentía segura con el pañal puesto. Sabía que si se hacía pipí, podría volver a dormirse. Lo que le preocupaba era que le viniesen las ganas de hacer pipí sin haberse dormido aún y que tuviera que hacérselo encima. Y más aún, le preocupaba que eso pudiese pasar más de una vez.
Se puso de nuevo boca abajo. Tenía que intentar dormirse. Se puso a contar hacia delante hasta cien a ver si así lo conseguía, pero su cerebro enseguida empezaba a irse de nuevo a la posibilidad de tener que hacerse pipí encima y perdía la cuenta.
Se relajó. Si no dejaba de pensar en eso, se haría pipí seguro.

Sara estaba en la discoteca Sarao con las demás compañeras. Estaban todas sentadas en los sofás y con una copa en la mano. Se habían marchado de Court y seguían con su particular ruta etílica. Sara ya casi se había acabado su copa, pero Laura llevaba dos más que ella.
Sus compañeras no paraban de darle consejos a Laura sobre la que sería su nueva vida y hacían cábalas sobre a qué famosos podría conocer, y  con cuáles podría ligar.
-Ay, tía. Ojalá te encuentres con Christian Bale –le decía Silvia.
-Pues a mí me gusta más  Tobey Maguire –replicaba Teresa.
-Oye, ¿Y Hugh Jackman?
Mientras tanto, Sara no podía dejar de pensar en Lucía. La había dejado sola. Suponía que estaba durmiendo pero algo en su cabeza le decía que no. La había visto muy triste cuando habían salido, y aunque al ponerle el pañal se había mostrado más alegre, lo cierto es que Sara la notaba muy alicaída.
<<Ella queriendo su biberón y yo preocupándome solo de que me iba a poner para salir. ¿Así cómo vas a ser su madre, Sara?>>
-¡TRAGA! ¡TRAGA! ¡TRAGA! ¡TRAGA! –le decían sus compañeras a Laura.
Ésta se iba tomando la copa de un trago y cuando la vació, la dejó fuertemente sobre la mesa y eructó. Hasta un grupo de chicos que había en la mesa de al lado le aplaudieron.
-¡Y ahora otra! –le dijo Teresa.
-Sí, pero esta vez me va a acompañar Sara a por ella.
Se levantó y tiró de su brazo, arrastrándola por todo el bar de la mano.
-Oye, espabila que estás dormida –le dijo cuando llegaron a la barra.
-Ya, ya lo sé… Es que no puedo parar de pensar en Lucía.
-Mira, la primera vez que salí cuando fui madre, Esteban era un bebé. Había que cambiarle los pañales…
-¡A Lucía también hay que ponerle pañales! –le cortó Sara.
Laura le hizo un gesto al camarero para que se acercase y pidió dos copas.
-Cierto, al igual que a Esteban –prosiguió-. ¿Y sabes qué? No pasó nada. Llegué y Esteban seguía durmiendo. Por la mañana, le cambié el pañal y como siempre.
Le pusieron las dos copas. Sara empezó a sacar la cartera.
-Guárdatela. A éstas invito yo –le dijo Laura-. Pero con una condición –añadió-. Que cuando volvamos allí cambies la mentalidad de madre…
-No soy madre –replicó Sara.
-…Por la mentalidad de fiestera –concluyó Laura-. Había un chico en la mesa de al lado que te estaba mirando y tú ni siquiera te has percatado. Y no es nada feo, además.
En ese momento, alguien que pasaba por detrás golpeó a Sara e hizo que se le cayese la copa encima, mojándole todo el pantalón.

Lucía sentía como se le escapaba el pipí y mojaba el pañal. Había intentado aguantarse, pero al final le vinieron las ganas y no tuvo más remedio que hacérselo encima.
Mientras le salía el pipí, se llevaba las manos a la parte delantera del pañal y maldecía para sus adentros.
<<Genial, y ahora además tengo pipí en el pañal>>
Se palpó el pañal, pero no se notó mojada. La única evidencia de que se hubiera hecho pipí era que el pañal pesaba más. Se dio cuenta de que en realidad estaba muy cómoda, como si no se hubiese hecho pipí. Verdaderamente, los pañales que le había comprado tía Sara eran muy buenos. Ahí estaba la prueba de por qué no se despertaba por las noches cuando mojaba el pañal pero sí cuando se hacía pipí y no lo llevaba: el pañal era tan bueno que la mantenía seca, como si no se hubiese mojado.
<<Bueno, ahora sí que debo intentar dormir. El pañal me ha dado otra oportunidad>>
Se acurrucó de nuevo en la cama, abrazando a Peppy.
-Peppy –le dijo muy flojito-, me he hecho pipí encima.

-Vaya, te he tirado todo el cubata encima –le dijo el chico a Sara.
-Es igual –Sara se secaba con una servilleta-. No estaba teniendo una noche muy buena tampoco.
-¿Y eso?
-He dejado a mi hij… A mi sobrina. He dejado a mi sobrina sola.
-Bueno, ahora que te preocupes por ella no va a servir de mucho. Yo en tu lugar intentaría disfrutar de la noche –y le echó una mirada que no le habían echado en mucho tiempo y que Sara sabía perfectamente qué significaba.
-¿Quieres bailar? –le preguntó.
El chico tenía razón.
Laura tenía razón.
Era su noche de salir.
Iba a estar con Lucía las demás noches, dándole el biberón y poniéndole el pañal. Pero esta noche, aunque fuese la despedida de Laura, también iba a ser su despedida de una vida de fiestas y salidas nocturnas continuas.
-Claro –contestó el chico.
Salió con él a la pista de baile. Y bailaron. Bailaron mucho.
Sara miraba hacia sus amigas, que le hacían señas y le animaban a seguir.
Entonces, Sara le plantó un beso en la boca.
-Esto no me lo esperaba –dijo el chico cuando Sara lo soltó.
Parecía poco espabilado, pero no un mal tipo.
No había intentado propasarse con ella mientras bailan ni tocarla donde no debía. Sara pensó que si esa era su noche, iba a darse un homenaje, y que ese chico podría tener su noche de suerte.
-¿Vives cerca? –le preguntó Sara.
-Tengo un piso a un par de calles…
-Suficiente. Vámonos.
-Esto sí que no me lo esperaba.
-Un momento. Voy a despedirme de mis amigas.
-Y yo de los míos. Nos vemos en la puerta de la discoteca en cinco minutos.
-Perfecto.
Sara fue hasta donde estaban Laura, Teresa, Silvia y Almudena.
-Mírala, que al final ha pillado a un tontico –le dijo Teresa.
Silvia y Almudena se rieron, pero Laura no.
Realmente esas mujeres llevaban la envidia en las venas. Sara no les hizo caso. Se dirigió a Laura, que simplemente le sonreía. Con una son risa de verdad
-Oye, Laura. ¿Tienes condones?
-Eh, que es la despedida de Laura, ¡no puedes irte! –le dijo Almudena
-¡Claro que puede! –le contestó Laura-. Tiene mi permiso. In nomine patris et filii… -empezó a hacer como que la bendecía-. Córtame que no sé cómo sigue la bendición.
-Prefiero ver cómo te metes en un jardín del que no sabes salir –le dijo Sara con una sonrisa.
Laura sacó un paquete de condones de su bolso y se lo dio.
Tres minutos después, estaba en la puerta con el chico besándose. Y seis minutos después iban ambos de la mano a su piso.
Realmente, ese tío había tenido mucha suerte. En cualquier otra situación, Sara le habría dado calabazas, pero esa noche necesitaba su fiesta particular. Además, llevaba ya demasiado tiempo sin echar un polvo.
-Oye, ¿cómo te llamas? –le preguntó el chico.
-Sa… Samantha –contestó Sara-. ¿Y tú?
-Xavier –le dijo él.
Llegaron a su casa y fueron directamente a la habitación. Se tiraron en la cama y empezaron a besarse y desnudarse. Llevaba tiempo sin follar, pero Sara recordaba perfectamente todo el procedimiento. Estaba, para qué engañarse, bastante cachonda. Se siguieron besando con pasión y rodaron por la cama abrazados.

Lucía daba vueltas por la cama abrazada a Peppy. Seguía sin poder dormir. Tenía muchas ganas de llorar. Echaba de menos a Sara y quería que le cambiase el pañal. Pensó que si no podía dormir, al menos intentaría leer. Cogió el libro de La Isla del Tesoro que había dejado sobre la mesa de al lado de la cama, pero cuando lo abrió, no podía distinguir las letras a pesar de que entraba luz por la ventana.
Esteban ya debía de estar más que dormido. Pensó en encender la luz y leer, pero no quería arriesgarse. Además, tía Sara y Laura podrían aparecer en cualquier momento.
Desesperada, decidió tomárselo con resignación. Aceptó que no iba a dormir, se relajó y comenzó a pensar en el sitio al que tenía que ir al día siguiente con tía Sara.
Realmente, no quería ir, pero tía Sara le había dicho que al menos debería de ir aunque fuera solo una vez. Lucía pensó que en el fondo tenía razón, pero la perspectiva no le agradaba mucho.
Ese fue su último pensamiento antes de quedarse dormida…

Sara se despertó de repente. Estaba brazada a Xavier.
Miró por la ventana y vio que aún no era de día.
Se serenó. Lucía aún no se habría despertado. Podría estar allí para cuando lo hiciese.
Sacó su móvil del pantalón que estaba tirado en el suelo y le mandó un mensaje a Laura. Ella le contestó enseguida. Le dijo que estaban en un bar cerca del anterior pero que ya estaban cerrando y se iban. Le dijo también que no había querido llamarla para no molestarla y añadía un Jeje.
Sara sonrió y le dijo que iría hacia allá enseguida.
Despertó a Xavier. Le dijo que lo había pasado muy bien pero que tenía que marcharse. Xavier le preguntó podía volver a llamarla. Sara le sonrió y le dio como respuesta un beso en la frente. El chico debía de ser más espabilado de lo que a Sara le había parecido al principio, porque entendió lo que eso significaba.
-Bueno, siempre nos quedará Sarao –dijo resignado, antes de girarse y volver a dormirse.
Sara se sentó en la cama y comenzó a vestirse deprisa. Se hizo un moño rápido en el pelo y cuando fue a guardarse el móvil en el bolsillo del pantalón notó algo dentro.
Lo sacó y vio que era la caja de condones que le había dado Laura.
Estaba sin abrir.