4 de mayo de 2021

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 28 (final): Lo único que tiene sentido

 Me despertó el ruido de voces en casa.
Odio cuando pasa eso. Nunca son buenas noticias, y ahora, menos.
Había dormido una considerable siesta y me sentía descansado y avispado. Aun así no tenía ninguna gana de salir de mi cuna y encontrarme con todos mis familiares en el piso de abajo. Distinguí las voces de tía Gayle y tío Francis, que saludaban efusivamente a Elia y Mami. También a tío Stein y tía Julia, y los griteríos de Gred y Feorge, los gemelos, que corrían por todo el piso jugando a voz en grito.
Me acurruqué debajo de las sábanas y abracé a Wile, aprovechando los pocos minutos de tranquilidad que me quedaban antes de que subiesen a cambiarme el pañal, darme le biberón, vestirme y obligarme a bajar. No quería pasar Acción de gracias con esa gente. Podríamos haber sido Mami, Elia y yo solos, como todos los años. Eran unos Acciones de gracias sencillos. En realidad no se diferenciaban casi nada del resto de días, porque nosotros ni veíamos el desfile, ni jugábamos al fútbol americano en el jardín (porque no nos gustaba y porque no teníamos jardín) ni rezábamos antes de la cena. Básicamente consistían en que Mami se cocinaba un par de filetes de pavo y preparaba salsa de arándanos y tarta de melaza. Ya está. Después ver una película y acostarse.
Y santas pascuas.
Pero ahora, con toda mi familia aquí seguro que nos obligaban a tragarnos ese desfile absurdo, ver el aburrido partido de los Detroits o como se llamen, y a lo mejor luego hasta querían que saliésemos a la calle a jugar al fútbol americano, y ninguno de los tres nos sabíamos las reglas.
A mí hasta me costaba diferenciarlo del rugby.
Así que no, no tenía ni pizca de ganas de celebrar Acción de gracias con mis parientes
Pero de lo que menos ganas tenía era de que me viesen en mi actual situación: llevando pañales todo el día, usando chupete, tomando biberón y durmiendo en cuna. Mi familia sabía lo de los pañales, el bibe y por supuesto el chupete, pero nunca me habían visto comportándome como un bebé ni durmiendo en una cuna. Y prefería que siguiese siendo así.
Yo estaba súper feliz con mi nueva vida de bebé, y encantado de poder comportarme de esta manera, pero algo me daba a mí que mi familia no lo vería con los mismos buenos ojos que Mami y Elia.
Juzgar sin conocer. Un clásico.
Vivimos en una sociedad… En fin.
Los hermanos de Mami y sus parejas siempre se han mostrado reticentes, e incluso algo hostiles, con mis costumbres de bebé, y todavía duelen sus miradas inquinas y sus bufidos y resoplidos cada vez que me han visto con pañales, chupando mi chupete o tomando biberón.
Y ahora encima hacía todas esas cosas pero llevando ropa de bebé y durmiendo en cuna.
Pero quizá la cuna no tendrían que verla. Dudaba mucho que Mami fuese a subirlos a mi cuarto, sobre todo después de lo que había pasado la otra tarde con tía Marie y sus hijas, pero no podría evitar que me vieran llevando pañales, usando chupete y tomando un biberón.
Al fin y al cabo estoy en mi propia casa.
Me cubrí con las sabanas la cabeza y pegué la cara al torso de Wile. El pañal que llevaba mi peluche rozó mi chupete.
-Estoy inquieto, Wile –le dije-. No quiero bajar. Ojalá y me pudiese quedar contigo aquí toda la tarde. En la cunita. Con mi pañal. Que Mami suba, me cambie y me dé el biberón.
Me acordé del segundo libro de Harry Potter, cuando los tíos de Harry reciben una visita y él tiene que fingir que no existe, quedándose en su dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que está.
Ojalá yo pudiese hacer lo mismo, pero sabía que era una esperanza vana, casi tanto como desear que mi familia me aceptase como bebé.
Es que ni siquiera tenía ganas de ver a tía Marie y sus hijas. Las humillaciones a las que sometieron aún las tengo muy presentes. Me sentí tan vulnerable, pequeño y desvalido antes dos niñas de 5 y 3 años…
Todo el mundo se burlaba de mí, ya estaba harto. No quiero ver a nadie.
Dejadme ser un bebé solo, por favor.
Por favor.
Me empecé a sentir muy triste por lo que todo lo espabilado que me había sentido al despertar comenzó a diluirse como el agua que se escurre por el fregadero.
Me palpé el pañal y me dio seguridad sentirlo tan apretado en torno a mi cuerpecito, aunque estuviese mojado.
Estaba empezando a tener calor así que me destapé y gatee hasta el final de la cuna, donde estaban algunos de mis juguetes. Eran una figura de acción de Spiderman y un soldado militar articulado al que imaginaba como Kraven el cazador. Mi dormitorio estaba sumido en la penumbra, pero era suficiente para distinguir los juguetes. Y además, me gusta esta ausencia de luz.
Comencé a inventar una especie de historia en la que Wile era un monstruo legendario que se había escapado hasta Queens y que el gobierno contrataba Kraven para matarlo, pero Spiderman acudía para liberar al monstruo y llevarlo de vuela a casa, y de paso derrotar a Kraven.
Fue un juego divertido que duró más de lo que había pensado en un principio, pues me dio tiempo a terminar la historia.
Para cuando Spiderman se columpiaban entre los barrotes de mi cuna, tía Marie ya había llegado a casa y unos pasos subían los escalones hacia el piso de arriba.
Veloz como un rayo pero sin hacer ruido, me escondí debajo de las sábanas y fingí que dormía. La puerta de mi habitación se abrió y unos dedos chasquearon el interruptor. Por la manera de hacerlo deduje que se trataba de Elia. Y de que por supuesto, iba sola.
-Sé que estas despierto, atún –me dijo mientras avanzaba hacia mi cuna tras cerrar de nuevo la puerta-. Hay mucho ruido abajo y a mí no me la pegas.
Me destapó por competo tirando de la manta con fuerza y me descubrió encogido sobre el colchón, abrazado a Wile y con una sonrisa culpable detrás del chupete.
-Já –se jactó mi hermana-. Lo sabía –cambió el tono-. Venga, atún –dijo mientras me mecía por el hombro-. Hay que levantarse. Tengo aquí tu bibe, y además, no vas a dejarme sola con toda esa gente de ahí abajo.
-Estaba soñando –dije mientras me desperezaba y agitaba mis puñitos en el aire.
-Uy, serás mentiroso –Elia me dio un cachete suave en el pañal-. Aaaaaaúpa –y me cogió de los sobacos, alzándome en peso.
Me sacó de la cuna y me llevó hasta el cambiador.
-¿Llevas caca? –preguntó, y negué con la cabeza.
Elia comenzó a cambiarme con parsimonia, como si quiera demorar cada vez más el momento de regresar abajo, de donde no paraban de llegarnos ruidos de risas, correteos y gritos de madres pidiendo calma y preguntándole a Mami dónde tenía tal o cual cosa.
-No sé si estoy preparada para esto –murmuró Elia mientras me extraía el pañal.
-Yo no quiero bajar.
-Te entiendo –Elia me limpiaba concienzudamente-. Si pudiese yo, también me metería en una cuna. O me iría con la familia de Clementine, que me han invitado, pero no quería dejar sola a Mamá con todo esto.
-¿Por qué no has invitado a Clementine a cenar? –pregunté, pues la presencia de la novia de mi hermana me habría ayudado a afrontar la situación.
Hubiesen sido al menos otro par de ojos que no me miraran con desdén.
-Porque quiero a mi novia y no me gustaría que rompiera conmigo –contestó Elia mientras desdoblaba un pañal de conejitos.
Terminó de cambiarme muy despacio. Me pasó el pañal por el culete y luego entre las piernas. Me lo ajustó delicadamente y me lo abrochó bien fuerte. Luego me vistió con un bodi de color verde y un peto vaquero.
Me parecía a Luigi de Super Mario Bros.
-Te pareces a Luigi –comentó mi hermana con una sonrisa observándome sentado sobre el cambiador.
-Ja-ja.
-Bueno –Elia se corrigió-. A Bebé Luigi.
-Prefiero ser Luigi.
-¿Quieres que te pinte un bigotito con el rímel? –me pasó los dedos por debajo de la nariz sonriendo divertida-. Porque si tenemos que esperar a que te salga a ti…
-¡Déjame! –le aparté la mano suave y muy flojito.
Elia rió y yo miré hacia la puerta cerrada de mi cuarto.
-No va a subir nadie, ¿verdad? –pregunté con miedo.
-Nanay –contestó Elia, segura-. Les he dicho a los niños que arriba estaba prohibido ir porque estábamos pintando las paredes –la miré y se encogió de hombros-. Es lo único que se me ha ocurrido.
-¿Y los adultos?
-Esos son tarea de Mamá.
-¿Quiénes han venido? ¿Están todos?
-Faltan Raola y el imbécil de su novio. Pero está Andrea, que no me deja tranquila. Todo el rato detrás de mí. Y preguntándome por ti.
-¿Por mí?
-Sí, pero me huele a que es encargo de su madre. Seguramente querrá saber todo sobre ti y tu... actual situación.
-¿A qué te refieres?
Elia hizo un gesto con los brazos abarcando toda la habitación.
-Hombre, yo preferiría que no se enteraran…
-En cualquier caso tampoco podremos evitar que te vean… así –pasó las manos a los lados de mi cuerpo, describiendo la figura del mismo y me palmeó el pañal por los lados.
-¡Yo no me avergüenzo de ser así! –aclaré.
-Ya lo séeee… -Elia asintió con voz cansada-. Pero igual que yo no me iría a la sede del partido republicano y Clementine no se metería en una habitación con miembros del Ku Klux Klan, hay veces que uno, aunque tenga razón, debe ser precavido porque hay ciertos sitios donde es una persona non grata. Pero eh –añadió-, esta es tu casa, si alguien te dice algo que no te gusta tienes la potestad para echarlos.
-¿Crees que me dirán algo? –pregunté bajando la cabeza.
Elia me levantó la barbilla y me miró a los ojos con fijeza antes de contestar.
-No lo sé, pero si lo hacen ten por seguro que tomaremos medidas.
-¿Podré echarlos? –pregunté esperanzado.
-Supongo que le tocará a Mamá. Deja que sea ella quien se dé el gusto.
-¿Te acuerdas cuando fuimos a la primera de estas comidas que empezaron a organizar?
-Dios, sí. Que Mamá quería hacer como si no pasase nada. Eso fue antes de empezar a ver cómo te trataban.
-¿Qué quieres decir? –pregunté un poco atónito.
-Claro –Elia me miró como si lo que hubiese dicho fuera algo evidente. Luego se sentó de un salto en el cambiador-. ¿Crees que esto aguantará?
-No estoy muy seguro…
-Bueno, es igual –continuó lacónicamente-. El caso es, Robin, que Mamá al principio estaba muy emocionada por volver a retomar los lazos con su familia. Nunca le han caído muy bien, peor al menos tía Gayle la acogió. Nos acogió –se corrigió- cuando no teníamos dónde caernos muertos. Supongo que eso significa algo…
-Supongo… -murmuré pensativo.
-Pero luego te vieron, aquel día, en casa de tía Gayle. Tú te acababas de hacer caca y viniste al comedor a preguntarle a Mami si podía cambiarte. ¿Te acuerdas?
-Sí.
Desgraciadamente sí.
-Te vieron tan mayor y aún con pañal… Esta gente es imbécil. Son intelectuales de copa y sofá y su mente no da para más. Todo lo que se salga de lo que ellos establecen como normal les da risa, porque se consideran mejores. Mejores que tú y que yo. Todo lo alternativo les repudia –hizo una pausa-. Lo alternativo –bufó-, qué cojones sabrán ellos qué es alternativo y qué no lo es, si ni nosotros, lo que se supone que somos –e hizo el gesto de las comillas- alternativos, no nos ponemos de acuerdo.
<<Pero entonces llegan ellos con sus leyes basadas en la rectitud, lo socialmente aceptado y no sé qué tonterías más. Ellos son los buenos y nosotros los malos. Se creen con la potestad de decidir qué está bien y qué no. ¿Porque tienen dinero? Yo qué sé. Pero por eso se ríen de ti cuando te ven con pañales y por eso yo no les he dicho que tengo novia, y no será porque Andrea no me haya preguntado esta tarde… Hay que joderse –exclamó, y luego hizo una pausa y me miró-. Y por eso tú vas a bajar conmigo ya. Vamos. En marcha>>.
Se bajó de un salto del cambiador y me cogió en brazos.
-Elia, mi bibe –y señalé hacia él.
-Uy, sí, cierto. Casi se me olvidaba. Perdona, atún.
Elia se sentó en la mecedora y me colocó sobre sus rodillas. Cogió el bibe de la superficie de la cajonera y llevó la tetina a mis labios. Comencé a chupar de ella y me tomé la leche, que ya estaba algo tibia.
-¿Sabes, Robin? –comentó mientras mantenía el biberón inclinado para que la leche cayera y miraba hacia mi cuna con la mirada perdida-. La que menos ganas tiene de hacer esto es mama. Ella está deseando que este Acción de gracias termine de una vez. Creo que ya no tiene tanto interés en mantener las relaciones con sus hermanos después de haber visto cómo te tratan.
-Tía Marie… -iba a decir que siempre me había tratado, pero unas gotitas de leche se resbalaron por la comisura de los labios y me interrumpí.
-Sí, bueno. Tía Marie es la excepción que confirma la regla –Elia me pasó el dedo pulgar por la barbilla y me limpió-, pero a sus hijas no las aguanto.
-Ni yo –y se me volvieron a escurrir unas gotitas.
-Tú bebe y calla –me dijo Elia mientras me volvía a limpiar la leche-. Son unas niñas muy maleducadas, y eso es culpa de su madre, pero también es verdad que aún son pequeñas, y que ver a un niño de 12 años con pañales y chupete les puede chocar. No porque esté mal, ojo –se apresuró a aclarar-. Sino porque no es lo común. Que tampoco significa que no sea normal. Común y normal son dos cosas distintas. ¿Es normal que una mujer sea lesbiana? Joder, claro que sí. ¿Es también lo común? No, porque la mayoría de mujeres no lo son. Pues con los niños de 12 años que son bebés pasa lo mismo. Laëtitia y Felicia son pequeñas aún, cuando sean mayores lo entenderán. Marie lo etiende ya, y eso es de valorar. Sus hijas estoy segura de que irán por el mismo camino. Son las demás personas quienes son un caso perdido. Tío Stein, tía Julia, tía Gayle, tío Francis… en fin –hizo una pausa-. ¿Tú sabes cómo acabó mamá con ese engendro que nos engendró? Nunca te ha contado la historia, ¿verdad?
Negué con la cabeza muy rápido y la tetina se me salió de la boca. Aún quedaba lago de leche pero ya no tenía más hambre. Nunca me había parado a pensar eso. ¿Cómo podía haber acabado Mami, una persona tan dulce, amable y buena con un ser tan miserable y cruel como nuestro padre?
Elia me puso el chupete en la boca y comenzó a hablar.
-No sé si es el mejor momento para contarte esto porque abajo esperan que aparezcamos en algún momento. Pero así tardaremos más en bajar, y además creo que aunque lleves puesto un pañal y tengas un chupete en la boca, eres lo suficientemente mayor para saberlo.
Mi hermana se crujió el cuello a ambos lados y comenzó a hablar.
-Tras la muerte de sus padres, cuando Mamá y tía Gayle aún iban al instituto, Mamá y tía Gayle tuvieron que hacerse un poco cargo de sus hermanos pequeños. Pero sobre todo, quien llevaba las riendas en esa casa, era tía Gayle, que era la mayor. Una vez estaban Mamá y tía Gayle en una discoteca de Chicago, era de las pocas veces que podían tomarse un respiro. A Mamá no le gustaban mucho esos ambientes pero tía Gayle había insistido en que la acompañase. Había quedado con un chico y ninguna de sus amigas quería acompañarla, y ella no quería ir sola así que se lo dijo a Mamá. Ese chico con el que había quedado tía Gayle se llamaba Francis y le dijo a Gayle que podía llevarse un amigo para su hermana si ella quería. Ese amigo resultó ser luego el novio de Mamá. Y Francis resultó ser el de Gayle así que se podía decir que la noche resultó un éxito para ambas. O al menos eso es lo que parecía.
<< Las dos parejas funcionaron genial los dos primeros meses; quedaban los cuatro para el cine o los billares y Mamá se estaba enamorando mucho de ese hombre rudo y de hombros anchos, y aunque era verdad que ya bebía bastante, y alguna vez ya se había descontrolado, nunca llegó pegar a Mamá. Ella siempre lo achacaba  a las borracheras y juergas pero se equivocaba. O mejor dicho: sus ojos no querían ver la verdad, pues estaba muy enamorada. Y la verdad era que se hombre tenía un mal genio latente en sí mismo y un orgullo demasiado alto provocado por sus delirios de grandeza, pues todo el mundo decía en el instituto que podría llegar a ser un jugador profesional de fútbol. Él estaba convencido de ello, pero su falta de disciplina unido a que le encantaba pimplar acabaron con su carrera. Tras faltar a algunos entrenamientos y presentarse a varios partidos con resaca y cuando no completamente borracho, se le expulsó del equipo y se le abrió un expediente deportivo. El pagó sus fracasos con Mamá. Todavía no le había pegado pero sí se desquitaba con ella. Mama no lo veía. Como te he dicho, estaba completamente enamorada. Es decir, cegada>>.
<<Mientras tanto Gayle y Francis estaban en la plenitud de su relación. Se casaron y tuvieron a Raola, que ya era gorda cuando nació>>.
Reí un poco y Elia continuó.
-Mamá sin embargo, cada vez era menos feliz. Acababa de terminar la universidad y había empezado a trabajar en un hospital, pero ella era la única que llevaba dinero a casa y las facturas se acumulaban. Nuestro padre no llegó a terminar el instituto, pues todo lo que tenía era una beca deportiva que él mismo se encargó de enterrar, y seguía bebiendo demasiado por lo que no duraba mucho en los trabajos basura que encontraba. Entonces, una noche, cuando Mamá le echó en cara su falta de disciplina, nuestro padre no aguantó más y le pegó. Fue un solo guantazo, pero aún le quedaba algo de fuerza de cuando era joven y tiró a Mamá al suelo, llevándose de paso una mesa de cristal que le hizo varios cortes en un muslo.
<<Esa fue la primera vez. Pero solo la primera. Luego vendrían muchas más. Mamá tenía miedo de llegar a casa. Pero también había veces en las que nuestro padre se comportaba con ella de manera exquisita. Le compraba regalos para disculparse (Mamá no sabía de dónde sacaba el dinero) y la adulaba con palabras bonitas. Mamá seguí cegada, pero poco a poco iba abriendo os ojos. Entonces, en una de esas noches de disculpa, Mamá se quedó embarazada de mí. Nuestro padre estaba furioso. Decía que era culpa suya y que lo que menos necesitaba él ahora era un crío y que ya podía ir largándose con el bombo. Pero Mamá tenía miedo por la personita que crecía en su vientre. Sabía que no podía seguir en aquella casa, en aquel ambiente, e hizo por primera vez las maletas para irse>>.
<<Pero una llamada la interrumpió en medio de la noche. Era tía Gayle. Se había enterado por su marido, al que se lo había dicho nuestro padre sin duda, de que estaba embazada. Le dijo que ni se le ocurriese dejar que ese niño creciese sin un padre y que mejor ese que ser una madre soltera y que todo el mundo la tratara de adúltera y fulana. Y que ahora que estaba embrazada debía casarse si no quería evitar cometarios aún peores. Sospecho que tío Francis también habló con nuestro padre. Tía Gayle era la hermana mayor, y Mamá sentía de alguna manera que debía hacerle caso. Se casó con nuestro padre en una ceremonia sencilla. A la boda solo asistieron las germanas de Mamá, que también fueron las damas de honor y los testigos. Tio Francis fue el padrino>>.
<<El caso es que cuando nací parece ser que las cosas mejoraron. Mamá y nuestro progenitor biológico parecían felices y que hubiesen dejado atrás el pasado. Tía Gayle se enorgullecía y le recordaba a Mamá cada vez que tenía ocasión lo estúpida que había sido por querer abandonar padre de su hija. Pero bicho malo nunca muere>>.
<<Nuestro padre seguía sin encontrar trabajo, pero afortunadamente podían vivir medianamente decente porque a Mamá la habían ascendido a jefa de planta, y luego a jefa de enfermeras. Y no solo era buena en su trabajo sino que además era una madre estupenda. Ella era quien se ocupaba de mí. De cuidarme, llevarme al colegio, prepararme la comida… Nuestro padre se dedicaba a ir al bar y beber y a ver a televisión en casa, también bebiendo. Mamá no decía nada, o no decía mucho. Sabía lo irascible que podía ser su marido y el mal genio que tenía>>.
<<Estaba como hipnotizada. Vivía para su hija y para su trabajo, y no quería ver al monstruo con el que vivía. Pero Mamá no salía con sus amigas porque nuestro padre no la dejaba. No veía películas porque era nuestro padre quien tenía siempre el mando de la televisión. Mamá también se encargaba de las tareas domésticas. No sé cómo pudo sobrevivir así hasta que naciste tú, ni como siguió haciéndolo después>>.
<< El caso es que naciste una fresca noche de primavera. Mamá siempre decía que eras una bendición. Tan pequeñito y menudo, siempre aferrado a tu chupete. Yo también me acuerdo. Eras un bebe precioso. Casi tanto como ahora –me hizo una carantoña-. Pero Mamá estaba preocupada. Preocupada y triste. Cuando naciste no le subió la leche y no pudo darte el pecho. Eso es algo que siempre le ha pesado y que achaca a las amenazas que recibió de nuestro padre. Él no quería tener más hijos, decía que eso era una locura y lo peor que les podía haber pasado. Nuestro padre la humillaba, la vejaba y la sometía a incontables torturas psicológicas, lo que hizo que de alguna manera, su cerebro negase el hecho de que iba a ser madre y no segregara la hormona que producía la elche>>.
<<Pero no poder dar el pecho a su bebé no era lo único que preocupaba a Mamá. Los golpes volvieron. Tanto para ella como para mí, que ya tenía tu edad. Nuestro padre no quería saber nada de ti. Ni siquiera te miraba. Y como pasó conmigo, fue Mamá sola la encargada de ponerte tu nombre. Porque a nuestro padre le daba igual. Solo eras otra carga>>.
<<¿Otra carga para quién, digo yo? Si era Mamá quien te cuidaba y quien traía el dinero a casa. Tía Gayle mientras tanto le decía que aguantase, que todo eso pasaría y volverían estar como hace unos años, que todos los matrimonios tenían baches, pero que su deber como esposa era permanecer al lado de su marido>>.
<<Tú seguías creciendo a tu manera, sin dejar de dormir con pañales y chupando tu chupete, estirando el ser bebé todo lo que pudieses, no sé si consciente o inconscientemente, porque para Mamá, cambiarte el pañal, mimarte y acostarte eran muchas veces su único momento bueno del día. Ella necesitaba un bebé, y tú lo eras. O tú necesitabas que te cuidaran y ella lo hacía, no lo sé. Supongo que el orden de los factores no altera el producto. Se os vía tan felices el uno con el otro… a veces os tenía envidia. Pero Mamá siempre se encargaba de recordarme que nos quería a los dos por igual. Que éramos el amor de su vida>>.
<<Y el resto de la historia ya la conoces. Tras lo que pasó aquella mañana en la que tú acabaste calado hasta las orejas en el jardín, Mamá hizo las maletas y se fue de una casa de la que tendría que haberse ido hace años. Por fin se había quitado completamente la venda de los ojos. Nos mudamos a casa de tía Gayle, quien todavía nos acogió a regañadientes. Y de algún modo el círculo parece que se había cerrado, pues todo aquello, todo lo que Mamá sufrió, todo lo que pasó, empezó por culpa de tía Gayle...>>.
No supe qué decir.
La verdad, al fin.
-Ahora ya lo sabes –dijo Elia-. No le digas a Mamá que te lo he contado. Querrá hacerlo ella… cuando esté preparada –aspiró por la nariz para contener un sollozo-. Y ahora vamos para abajo de una vez.
-Elia… -le dije muy flojito.
-¿Si?
-¿Me cambias el pañal?
 
 
*****
 
 
Para cuando aparecí escaleras abajo, ya había llegado Raola con su novio y casi no cabía nadie más en el recibidor. Cuando me vieron llevando mi chupete y con el bulto del pañal marcándose en mi entrepierna y haciéndome más grane el culito, se quedaron un poco callados, pero enseguida se acercaron todos a saludarme con fingida efusividad y alegría. Contorsionaban sus rostros para formar una sonrisa, pero a los ojos los dejaban aparte. Tía Gayle y tío Stein ni siquiera se molestaron en mirarme, y me saludaron como si fuese un mal trago que tuvieran que pasar. Era evidente que mi presencia les incomodaba.
Que les daba asco, como a mis amigos del colegio.
Yo estaba bastante cortado ahí en medio, siendo el centro de atención pero al que nadie le prestaba mucha atención. Me llevaba las manos al pañal instintivamente para ocultar el bulto que describía, pero sabía que era una tontería; no ocultaba nada y allí todos sabían que llevaba pañales.
Sin embrago no duró mucho rato. Después de saludarme, todos se alejaron lo máximo posible paras seguir con las conversaciones que había interrumpido mi llegaba. Y si no había conversaciones anteriores se las inventaban.
Con mis primos fue distinto, y hasta más incómodo. Solo Carlos, el más pequeño, llevaba pañales. Pero no usaba chupete de modo que yo era el más bebé de todos. Gred y Feorge no se cortaron un pelo y les preguntaron a sus padres por qué el primo Robin llevaba pañales y chupete. No sé qué les respondieron tía Julia y tío Stein porque lo hicieron bastante flojito, pero luego sí les escuché decir Parece un bebé.
Por su parte, Laëtitia y Felicia se acercaron y me preguntaron si tenía el pañal mojado. Les contesté que no y me sonrojé. Comencé a chupar mi chupete más rápido.
¿Realmente todo aquello era necesario?
Elia que, había permanecido todo el rato detrás de mí sujetándome firmemente por el hombro, anunció que lo mejor era fuésemos todos pasando a la mesa.
En el salón estaba Mami, que me tomó en brazos y me dio un sonoro beso en la mejilla disculpándose por no poder estar más tiempo conmigo, pues estaba muy ajetreada. Le respondí que lo entendía y me dio una palmadita cariñosa en el culete, sobre el pañal, antes de marcharse a la cocina.
Elia se despidió de mí y la siguió para ayudarla, así que me quede solo. Había más gente, pero yo estaba solo.
El salón se había convertido en un comedor. La mesa grande estaba llena de platos y fuentes rebosantes de comida. Mi alfombra para jugar había desparecido junto con todos mi juguetes, por lo que sentí una punzada de dolor en el corazón. No tenía a Wile conmigo, y no podía subir a por él porque estaba dentro de la cuna y no podría cogerlo. Tío Stein, tío Francis y el novio de Raola charlaban entre ellos de pie sobre fútbol americano (creo) entre asentimientos de cabeza, risas y golpes en el hombro, tía Julia, Raola y Andrea estaban sentadas en el sofá hablando sobre los escándalos sexuales de una famosa. Los niños jugaban por toda el comedor, corriendo y tirándose de la ropa. Mami, Elia, tía Marie y Gayle estaban en la cocina. Así que me sentí como un extraño en mi propia casa. Me senté en el sofá pequeño, lo más alejado que pude de Andrea, a chupar mi chupete y mirar al infinito, deseando que todo terminara cuanto antes.
De vez cuando los adultos me miraban de reojo, pero no decían nada. Aunque no hacía falta. Sabía que pensaban en la vergüenza ajena que les causaba.
 
 
****
 
 
La cena estaba siendo un poco bastante una basura.
La comida que había preparado mama, incluido el enorme pavo que había tenido que rellenar estaba deliciosa. También el puré de patas, la salsa de arándanos, las batatas y el pastel de calabaza. Tía Marie había traído pastel de nuez pecán, tío Stein un guiso de judías verdes y tía Gayle, maíz.
La mesa estaba presidida por centro que habían hecho en el colegio Gred y Feorge, que era bastante horrible. El pavo iba a trincharlo Mami, que para algo era quien lo había cocinado, pero tío Francis dijo que él era el hombre de más edad y que lo haría él. Mami, que como Elia y yo, quería que todo esto acabara cuanto antes, no discutió y se hizo a un lado, no sin antes hacerle un gesto a Elia para que no dijera nada.
Cuando llegó el momento de dar gracias, todos cerraron los ojos e inclinaron la cabeza. Mami, Elia y yo nos miramos atónitos e hicimos lo mismo, intentando que no se nos escapase la risa.
En casa de los Starkley no se hacen estas cosas.
Elia, la muy cabrona, no para de hacerme cosquillas para ver si me reía, y yo no paraba de bloquear su mano, también intentando controlar la risa. Vi que Mami nos estaba mirando entre enfada y divertida. Elia también se dio cuenta y cesó al instante, sin dejar de morderse el labio para no estallar en una carcajada.
Tío Francis dijo de pronto amén y todos abrieron los ojos.
-Amén –repitieron.
-Amén –dijo Elia después de todo el mundo.
Yo apreté muy fuerte el chupete para no reírme.
Comenzamos a comer pasándonos las fuentes repletas de comida. Todos hablaban entre ellos dicharacheramente. Las conversaciones se cruzaban e lado a lado de la mesa y se intercalaban con otras que en distinta dirección. Algunos estaban en varias conversaciones a la vez. Elia y yo hablábamos entre nosotros solamente. Muy flojito, sin querer participar en el bullicio general. Mami sí que hablaba animadamente con sus hermanos, pero pude notar por su expresión que estaba también incómoda con esa situación.
Elia y yo hablábamos sobre uno de los pocos temas que tenemos en común. Cine. Aunque ella sí que es verdad que toca otros géneros que a mí no me gustan nada, las películas de superhéroes siempre nos han unido.
-Es que no es para tanto –decía sobre Joker-. La gente la pone muy por las nubes y luego es una película normal y corriente.
-Yo no la he visto…
-Es que es para mayores, atún –dijo-. De todas formas, cuando esté en Blu-Ray, la alquilamos y la vemos.
Elia me iba dando también la comida, lo que ocasionalmente provocaba miradas del resto, que en su mayoría terminaban siempre en un gesto de desdén.
A parte de a mí, a la única otra persona que daban la comida era Carlos. Todos los demás niños comían por sus propios medios, hasta Felicia. Aunque sí que es cierto que de vez en cuando tía Marie le pinchaba la carne y se la introducía en la boca.
Yo tenía el chupete guardado en el bolsillo del pecho del peto vaquero y dejaba dócilmente que Elia me fuese metiendo las cucharadas en la boca. De vez en cuando yo también miraba a tía Gayle, y me daba mucha rabia compartir la misma mesa que ella. Solo deseaba que este Acción de gracias terminase cuanto antes, y poder volver a quedarnos en casa Mami, Elia y yo solos, pudiendo comportarme como lo que era en realidad.
Odiaba fingir que era otra persona en mi propia casa.
En la mesa, tío Francis, tío Stein y el futuro marido de mi prima habían reanudado su conversación sobre fútbol, aunque poco a poco estaba cogiendo tintes políticos. Tía Julia, tía Gayle y sus hijas hablaban de posibles restaurantes donde celebrar el banquete de la boda. Mami se había quedado a parte de esa conversación y llevaba un rato en silencio, concentrada en su plato. Raola comía como si hubiese estado ayunando un mes entero.
Mis primos por su parte, seguían a lo suyo. Esto es, gritar mucho y lanzarse de vez en cuando cucharadas de pudín.
Entonces alguien sacó el tema. El que llevaba sobrevolando por nuestras cabezas desde que había bajado de mi habitación. Desde que habíamos tenido la prima comida en casa de tía Gayle hacía unos meses. Desde que Mami, Elia y yo aparecimos en casa de tía Gayle hace seis años mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso).
Alguien lo dijo.
Alguien lo verbalizó con palabras. Sabiendo lo que podría desencadenar.
Fue tía julia.
-Entonces, ¿el niño sigue con pañales?
Era una pregunta dirigida a Mami, pero se hizo el silencio en toda la mesa. Hasta mis primos interrumpieron su griterío y la guerra de pudín. Solo se oía a Raola masticar, que parecía no haberse dado cuenta de la tensión que acababa de generarse y seguía comiendo a su rollo.
Elia miró a tía julia. Luego a Mami, quien tardó un poquito en contestar. Lo hizo después de masticar el puré de pata que llevaba en la boca, tragárselo con ayuda de un vaso de agua y limpiarse los labios con una servilleta de tela que después volvió a dejar tranquilamente sobre su regazo.
-Sí –contestó con naturalidad-. Se sigue haciendo pipí encima así que yo se los pongo encantada.
-Y yo –dijo Elia.
Algunos de mis tiós la miraron pero casi todos los ojos seguían clavados en Mami.
Tía julia continuó.
-A mí me parece un poco… Bueno –se corrigió-, me parece muy mayor para seguir llevándolos…
-Los superaré –dijo Mami sarcásticamente.
-Esto es serio –intervino tía Gayle-. Es casi enfermizo. Con 12 años y con pañales todo el día. Y con el chupete…
-Gayle –Mami hizo un esfuerzo considerable para contener la rabia, pero esta se notaba en la rigidez de sus palabras-. Sigue comiendo.
-No nos escuchas –tío Stein apartó el tenedor a un lado y miró a Mami-. Nos da vergüenza a veces que nos vean con él.
-Sí –corroboró tío Francis-. La otra vez en el restaurante. ¡Estaba allí! –exclamó como si no terminase de creérselo-. ¡Como si no pasara nada! ¡Encima de ti y con el biberón! Algunos clientes nos miraban.
-Me da igual –Mami bebió de su vaso de agua con los ojos cerrados.
Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo colosal por contener la rabia.
-A ti te da igual pero a nosotros no –le espetó tía Gayle.
-Yo creo que hace lo mejor para su hijo… -empezó tía Marie.
-Tú calla, Marie –le soltó tía Gayle-, que siempre la estas defendiendo.
-¡Es que tiene razón! –gritó Elia.
Pero solo sería el primer grito de la cena.
-Déjalo, Elia –le dijo Mami suavemente.
-Pero… -protestó mi hermana.
-He dicho que ya vale –Mami la miró severamente.
Elia se cruzó de brazos y se dejó caer en el respaldo de la silla, mirando con furia a ningún sitio.
-Así de firme es como debes ponerte con Robin –le dijo tía Gayle a Mami.
-¿Me estás diciendo cómo educar a mi hijo, Gayle? –por primera vez Mami parecía enfada.
-Alguien te tienes que decir…
-Robin es un niño sano, inteligente, con buenas notas, amable, dulce  –Mami no miraba a su hermana, sino que mantenía la vista fija en su plato.
-¡Se mea y se caga encima! –le gritó tío Francis-. ¡No es normal!
-¡Tú sí que no eres normal! –le gritó a su vez Mami.
-¡Bueno, vale ya! –tía Gayle miraba alternativamente a su marido y a su hermana. Luego fijó su vista solo en Mami-. Tu hijo da vergüenza ajena, tienes que reconocerlo. Tiene 12 años y parece un bebé. Por dios, si va con pañales y chupete, es más bebé incluso que Carlos, que tiene 2 años.
Elia bajó una mano y me apretó la mía.
Yo mojé el pañal.
-Robin –empezó Mami, de nuevo con aquel tono gélido de quien hace un esfuerzo considerable por no saltar al cuello de alguien- lleva pañales porque los necesita, usa chupete porque le calma, toma biberón porque le gusta y duerme en una cuna porque…
-¿¿Duerme en una cuna??? –la interrumpió tía Gayle, atónita.
-Sí, y además te voy a decir una cosa –Mami levantó un dedo en dirección a su hermana mayor-. Robin es feliz así, y yo también. Me encanta que sea mi bebé; Cambiarle el pañal, darle el biberón, acostarle… No le hacemos daño a nadie y hacemos nuestra vida en paz. Sin meternos con nadie y por su puesto sin ir a casa de los demás a decirles cómo educar a sus hijos.
-Es vergonzoso, por favor –dijo tía Julia.
-Si te molesta ya sabes dónde está la puerta –le espetó Mami.
-El otro día en el restaurante –empezó tío Francis, con un tono calmado-. Cuando volviste con él del coche y empezaste a darle el biberón…
-¡¿Qué?!
-Los demás comensales nos miraban… y susurraban. Jamás me he sentido tan abochornado. Y creo que hablo por todos.
-De vergüenza ajena –corroboró tía Julia.
-A mí me la da –dijo Raola.
-Tú a callar, bola de sebo –le espetó Elia.
Raola se quedó muda.
-¡Será posible…! –tía Gayle estaba indignada
Se hizo el silencio.
-Mirad –Mami se apartó un mechón de pelo de la cara y apoyó la barbilla sobre sus manos entrelazadas, y los miró a todos con suficiencia-, si os molesta que le dé el biberón a mi hijo en público, que no soportáis estar sentados en la misma mesa que él porque lleva un pañal, y si os da tanta vergüenza que os vean con él…
-Solo queremos…
-¡¡¡GAYLE DESPUÉS DE TODO LO QUE ME HAS JODIDO EN LA VIDA YO AL MENOS MANTENDRÍA LA BOCA CERRADA!!! –le gritó Mami sin mirarla.
-¿¿De lo que te he jodido?? ¡¡¿Quién te acogió cuando tenías una mano delante y otra detrás, cuando apareciste empapada en mi puerta con tus hijos llevando pañales?!!
-¡¡¿Quién me obligó a seguir con él?!! ¡¡¿Quién me dijo que era mi deber como esposa?!! ¡¡¿Que me insultaran y me pegaran todas las noches?!! ¡¡¿Que maltratase a mis hijos?!! ¡¡¿¿¿Ese era mi deber???!!
-¡¡Si no te hubieses quedado preñada…!!
-¡¡Vete a tomar por culo!! –le gritó Mami fuera de sí-. ¡¡Sabías perfectamente que me había violado esa noche!! ¡¡Sabías perfectamente que me maltrataba!! ¡¡Todas las veces que me violó después!!!!
-¡¡Te di un techo donde…!!
-¡¡Me echaste de ese techo en cuanto tuviste ocasión!!
-¡¡Fue por tu hijo!! ¡¡ Nos daba asco verlo con pa..!!
-¡¡¡YA ESTÁ BIEN DE HABALR DE ROBIN!!! –Mami golpeó la mesa con ambas manos y todos los platos, fuentes y vasos tintinearon-. ¡¡¡Fuera todo el mundo de mi casa!!! ¡¡¡A TOMAR POR CULO ACCIÓN DE GRACIAS Y A TOMAR POR CULO VOSOTROS!!!
-Hemos intentado recuperar los lazos… -empezó tío Stein.
-¡¡¡¡LO ÚNICO QUE HABÉIS HECHO HA SIDO USAR CADA QUEDADA PARA HUMILLAR A MI HIJO!!! ¡¡¡Y YA ME HE HARTADO!!! ¡¡¡Os he dado un voto de confianza pero me he hartado!!! ¡¡Solo el provocáis mas dolor y sufrimiento a Robin, y ya tiene bastante sin vosotros!! ¡¡¡LARGO DE AQUÍ HE DICHO!!!
-Sé razonable….
-Cállate, Francis –le dijo Mami con los ojos cerrados y sin apenas separar los labios-. Tú me lo presentaste. En serio, cállate.
Se hizo el silencio. Nadie se movía.
Elia se levantó y dio una palmada.
-¡¿Es que no habéis escuchado?! ¡A tomar por culo todo el mundo de aquí!
 
 
*****
 
 
-Al final ha salido todo bien –comentó Elia irónicamente momentos más tarde mientras recogíamos y limpiábamos los restos de la cena.
Estábamos ella, Mami y yo. Mis tíos se habían entre resoplidos y refunfuños, mascullando abochornados que dónde iban a celebrar Acción de gracias a estas horas.
-En cualquier lugar menos aquí –les respondió Mami.
Al final se fueron todos visiblemente ofendidos. Y se llevaron a sus hijos con ellos.
A sus hijos y a sus inquinas. Y nos dejaron solos. A Mami, Elia y a mí.
Mi familia.
Tía Marie se quedó un rato con sus hijas para ayudarnos a limpiar, pues después de la discusión a todos se nos habían quitado las ganas de comer, pero al poco de estar vaciando el resto de los platos en el cubo de basura, Mami le dijo que podía irse y que ya limpiaríamos nosotros, que prefería estar sola. Tía Marie lo entendió, se despidió de nosotros y se llevó a sus hijas, que no paraban de tirarle de la blusa y decirle lo mucho que se aburrían.
Adiós, Laëtitia. Adiós, Felicia. No os echaré de menos.
Así que nos habíamos quedado los tres solos. Mami, Elia y yo.
Mi familia.
Como Mami no respondió al comentario de Elia mi hermana siguió hablando.
-Por lo menos nos hemos librado de ellos.
Yo continuaba con la tarea que tía Marie había dejado a media, vaciando los restos de comida de los platos en la basura y amontonándolos en una bandeja. Tenía el pañal mojado pero no dije nada. De hecho seguía completamente en silencio concentrándome en chupar mi chupete.
Una vez más, Mami había tenido que dar la cara por mí. Defenderme ante alguien. Y francamente estaba ya harto de ser siempre objeto de discusión de las personas de mi alrededor. De ver cómo se peleaban por mi culpa.
Por mis pañales, por mi chupete, por mi biberón, por mi cuna.
Por lo que era.
Por ser un bebé.
Esta es la peor parte de ser bebé; ocasionarle problemas a los que están a mi alrededor.
Me enfadaba mucho que Mami no hubiese podido recuperar lazos con su familia por mi culpa. Si yo fuera un niño de 12 años como todos los demás, probablemente estaríamos ahora todos juntos celebrando Acción de gracias entre chistes, brindis y discusiones de política, como hacen las familias normales.
Pero yo no quería estar con alguien que tratara así a los que son diferentes, a los que no entran en su definición de Normal, como dice Elia. Si yo no fuese un bebé, y en mi lugar hubiese sido Gred o Feorge quien andase por ahí con pañal y chupete, si alguien se metiera con él, a mí me sentaría mal. Porque Mami me ha enseñado a ser empático, a respetar a todo el mundo si no hace daño a nadie.
Pero el bebé no era ninguno de mis primos gemelos, aunque ellos tenían 7 años y a lo mejor mis familiares veían con buenos ojos que siguiesen llevando pañales. El bebé era yo, y desde que habíamos vuelto a empezar a vernos, no han dejado de mostrarse condescendientes conmigo y con Mami, en algunos casos hasta crueles, como esta noche.
Yo no quería estar con gente así. Fuese yo en blanco de las burlas o no.
-Todo esto ha sido un error –dijo Mami mientras sacudía el mantel.
-¿A qué te refieres? ¿A la cena?
-A todo. La cena, el restaurante, las comidas en casa de Gayle. Todo esto ha sido un maldito error. Y lo peor es que es culpa mía –añadió.
-No puedes culparte por esto, Mamá.
-Sí, Elia –Mami doblaba el mantel y miraba la pared con odio, como si imaginase el rostro de su hermana grabado en ella-. Es culpa mía porque yo sabía cómo eran. Lo sabía desde el principio. Lo he sabido toda mi vida.
-No sabías que todo esto iba a pasar –Elia había dejado de barrer y se apoyaba en la escoba mirando a Mami. Yo seguía chupando mi chupete en silencio y vaciando platos.
Chupar y vaciar.
-Desde siempre han tratado a Robin así… Pero creía… -se le rompió la voz-. Creía que esta vez sería diferente. Que de verdad querían enterrar el hacha de guerra y caminar juntos en la misma dirección. Estúpida de mí.
-No puedes estar flagelándote por esto. Tus hermanos son imbéciles, ¿y qué? No los necesitamos. Yo no quiero estrechar lazos con gente así. Estamos bien los tres. Somos una familia.
Se hizo el silencio otra vez. Mami empezó a plegar las servilletas y a echarlas en una bolsa de la lavadora, Elia siguió barriendo con un destello de furia en sus ojos y yo continué con mi tarea.
Estuvimos así un rato. Nadie decía nada. Cada uno sobrellevaba la pena, la rabia y la frustración como podía.
La rabia por haber dado un voto de confianza a esa gente.
La frustración por no haberles echado de una patada literalmente.
Y ahora que lo pienso, pena había poca.
Estábamos todos de acuerdo que estábamos mejor así.
-Deja eso, Robin –me dijo Mami de pronto-. Voy  aponer el lavaplatos y todavía queda mucho que recoger –miró su reloj-. Sube y enseguida voy yo y te acuesto. Ya terminamos tu hermana y yo. Es tarde.
-No –protesté. Voz débil, infantil, ahogada detrás del chupete-. Quiero ayudar.
-Robin –el tono de Mami era tierno pero tenía un deje de preocupación-,  mírate los ojitos, bebé. Te caes de sueño. No pasa nada –concluyó-. Elia y yo terminamos.
-Pero…
-A la cama, atún –me dijo Elia desde el otro extremo del salón levantando la escoba-. Bueno, a la cuna –se corrigió.
Mami vino hacia mí y me cogió en brazos.
-Voy a cambiarte el pañal y enseguida te subo el biberón.
Me llevó en brazos a mi cuarto, que menos mal que no había recibido ninguna visita de ningún familiar, y me reposó sobre el cambiador. Comenzó desvestirme metódicamente.
Primero me quitó los zapatos y los dejó con cuidado en el suelo, como si fuesen muy delicados y tuviese miedo de que se pudiesen romper. Después me soltó lo botoncitos de los tirantes del peto y me los echó hacia atrás. Me izó las piernas y tiró poco a poco del peto hacia abajo. Me lo quitó del todo, sacándome las piernecitas con delicadeza y lo llevó hasta el guardarropa. Yo la esperé sobre le cambiador llevando un bodi de color verde que me ocultaba el pañal, aunque no del todo, porque las partes que rodeaban mis muslos asomaban por debajo. Plástico blanco ondulado que contrataba con el verde del bodi y el carne de mis piernas.
Llevar solo un bodi era algo que me gustaba mucho. Me mantenía en un estado de protección y seguridad, pues no solo me cubría el pañal sino que también me lo mantenía más firme al cuerpecito y no se movía ni un centímetro. Aún permanecía tal y como me lo había puesto Elia antes de bajar a cenar.
Mami me desabotonó el bodi lentamente y lo enrolló hacia arriba dejando al descubierto el pañal. Estaba algo hinchado porque tenía pipí, pero aparte de eso seguía casi intacto, apenas arrugado. Parecía que me lo hubiesen puesto hacía unos minutos.
La magia del bodi.
Me lo quitó completamente extrayéndome la cabecita y los brazos con mucho cuidado, ayudándome en cada movimiento, cuando no haciéndolo ella sola.
Mami me soltó las dos cintas adhesivas que estaban pegadas sobre la franja delantera con mucho cuidado, sin nada de brusquedad. Tenía que cambiar a su bebé con mucha ternura.
Por eso me gustan estos cambiaos de pañal en los que Mami se demora impregnando cada gesto con un cariño infinito, moviendo sus dedos y sus manos con la gracilidad que solo tiene una experta cambiapañales, pero cerciorándose de dejar en gesto, en cada cinta despegada, en cada roce con el pañal, en cada cinta pegada de nuevo, una ternura y un amor de la que solo una madre que cambia a su bebé es capaz.
No sabría explicarlo.
Nadie me cambia el pañal como Mami. Y Elia lo hace muy bien. Hasta Clementine también.
Y el proceso es siempre el mismo; una serie de pasos que ya están establecidos. Pero Mami, cuando tiene tiempo y no estamos en un sitio público ni corre prisa el cambio, se asegura de que sea un momento especial para nosotros. Un momento muy tierno, lleno de mimos, caricias y carantoñas que hacen que cada cambio de pañal que me hace Mami sea único.
Me dan mucha pena todas aquellas personas que no tenían uso de razón cuando sus madres les caminaban el pañal, pues son incapaces de recordar un momento tan especial entre madre y bebé que nunca va a volver.
Por fortuna, yo tengo varios de esos momentos al día, y doy gracias al universo por ellos, por seguir siendo un bebé y poder disfrutar de los cambios de pañal con Mami.
Mami separó la parte interior del pañal, absorbente y cómoda, de mi entrepierna algo húmeda. Estiró el pañal hacia ella con ambas manos y luego soltó una para izarme las piernas hacia arriba. Mi culito siguió la dirección que marcaban mis extremidades inferiores y también se alzó ligeramente, permitiendo a Mami extraerme el pañal con la otra mano.
Sin soltarme las piernas, Mami comenzó a limpiar toda la zona de mi cuerpo que hacía unos segundos estaba cubierta por un pañal. Me limpiaba con esmero pero con delicadeza, a conciencia pero con ternura, de manera firme pero suave.
Solo una madre es capaz de hacerlo así.
Cuando ya estuve totalmente seco, Mami dejó caer mis piernas sobre el cambiador con delicadeza y me hizo una carantoña en un costado que me produjo algunas cosquillitas.
Reí de manera infantil medio mordiendo el chupete.
Mami cogió de las repisas inferiores del cambiador un pañal de conejitos y lo desdobló, preparándolo para ponérmelo. Me volvió a levantar las piernas con la misma mano de antes, izando también mi culito y me pasó el pañal por debajo, acomodándomelo para quedase en su sitio y me cubriera bien. Después me reposó de nuevo las piernecitas sobre el cambiador y con ambas manos pasó el pañal entre ellas. Pegó de nuevo la parte interior a mi cuerpecito, cubriéndome entrepierna, genitales y ombligo y me lo ajustó, asegurándose de que quedara en su posición.
Un buen cambio de pañal, según mi experiencia, no necesita solo que sea tierno, duce, y esté lleno de mimos y caricias, no. Eso es lo esencial para que sea un cambio de pañal.
Pero para que sea un cambio de pañal sea un buen cambio de pañal, el pañal que te ponen debe quedar bien acomodado en torno a tu cintura y tu entrepierna. Esto no es solo que esté correctamente ajustado y que impida que haya fugas; se refiere también a que el pañal debe quedar bonito.
Sin arrugas y sin estar inclinado de un lado, viéndose bien la franja decorada, con las dos cintas adhesivas en su posición; ni demasiado alejadas del centro de la franja ni demasiado cerca, aunque eso dependerá siembre de las dimensiones de la barriguita del bebé. Pero lo importante es que se queden lo más simétricas posible. Porque que queden las dos a la misma distancia del costado es imposible, pues al final la última que se pega es siempre la que está más tensada.
Pero a Mami siempre le quedan bastante simétricas, como un pañal de dibujos animados.
Es la persona que mejor cambia el pañal en el mundo.
No sé si lo he dicho alguna vez, pero es la verdad.
Cuando mi pañal estuvo correctamente acomodado, Mami aguantó la parte delantera con una mano, presionando firmemente para que no se moviese pero con delicadeza para no hacerme daño (una acción con las dosis exactas de cada cosa que solo ella es capaz de hacer) y con la otra mano soltó la cinta adhesiva de ese lado y la estiró hasta la franja delantera de conejitos. La pegó sobre ella fuertemente pero con suavidad. Después tiró del otro lado del pañal hacia abajo con la mano con la que antes me había pegado la cinta y con la otra mano tiró de la cinta adhesiva de ese lado hacia delante, pegándola con firmeza pero a la vez con suavidad.
El pañal estaba totalmente agarrado y presionaba mi cuerpo otorgándome esa sensación de seguridad y comodidad que tanto me gusta.
Mami pasó las manos por los costados del pañal hacia delante, mulléndolo con cuidado para que se viera más bonito y me quedase más cómodo.
Terminó dándome un besito en la tripita, justo encima de donde terminaban los flecos superiores del pañal.
Había sido un cambio de pañal maravilloso.
Me sentía totalmente relajado. Y también dócil y dependiente.
Incapaz de andar, hablar o pensar.
O valerme por mí mismo.
Balbuceé ininteligiblemente y Mami me mesó el cabello.
-Ahora el biberón y a la cunita a dormir.
Pero primero había que ponerme el pijama.
Mami fue hasta mi cuna y cogió de la barandilla el pijama mono hecho un ovillo. Lo fue desenredando mientras regresaba al cambiador, donde yo la esperaba dócil y chupando mi chupete, mirando al techo con la mirada pedida. Para cuando Mami estuvo de nuevo situada frente a mí, el pijama enterizo ya estaba completamente desenrollado, con todas las mangas volteadas en su posición y la solapa del culete convenientemente abrochada.
Yo, desnudito sobre el cambiador a excepción del pañal, agité mis bracitos feliz.
Mami me besó de nuevo en la tripita.
El bebé de 12 años que era yo agitó de nuevo, feliz, los bracitos y las piernas.
Mami comenzó a ponerme el pijama. Primero enrolló una pata y la introdujo por mi piececito, desenrollándola hasta que me cubrió toda la pierna. Después enrolló la otra, flexionó mi piernecita tirando hacia arriba desde el tobillo y la introdujo por la otra pata, que fue desenrollando igual. Se inclinó entonces hacia mí y me pasó los por mi espalda, irguiéndome y sentándome sobre el cambiador.
Si me soltaba, me caería de espaldas, pues no era capaza de mantenerme sentado por mí mismo. Mami lo sabía y no me soltó en ningún momento.
Entonces, sin dejar de sujetarme, me fue subiendo el pijama por mi espalda hasta que llegó a los hombros y me reposó de nuevo, con mucho cuidado sobre el cambiador.
Balbuceé inquieto pero Mami me calmó con un susurro suave y apacible.
Pacificador.
Era un susurro como el sonido que hace el viento al discurrir por encima del mar. Suave, tranquilizador, que me provocaba cosquillitas en la barriga y a la vez inundaba todo mi ser de calma y paz.
-Eso es, bebé… -susurró Mami muy, muy flojito cuando vio que entornaba mis ojitos-. A dormir…
El tono apacible de su voz me tranquilizaba y provocaba que no pudiese mantener los párpados abiertos. Me pesaban demasiado, sí que los cerré y moví mi chupete pasudamente.
Pero en el estado en el que me encontraba no me hacía falta para conciliar el sueño.
Estaba en una inmensa paz mental y física.
Los susurros de Mami unidos a los suaves chasquidos que producía con la lengua, acompasados y suaves, me tranquilizaban tanto como el sentir la tetina del chupete.
Eran unos sonidos cosquillosos, que unidos a sus caricias y a la ternura de sus gestos introduciéndome los bracitos en las mangas del pijama hacían que estuviese ya prácticamente dormido.
El pijama tenía un tacto muy suave, y cuando Mami terminó de abrocharme todos los botoncitos me sentí de nuevo cobijado y calentito, pero un poco expuesto encima del cambiador.
Me rebullí inquieto, con lo que Mami se apresuró a cargarme en peso, aunándome entre sus brazos. Se meció conmigo en medio de la habitación. No tarareaba una nana sino que seguía haciendo esos soniditos, susurros y suaves chasquidos con la lengua que tanto me estaban calmando.
Nunca me he sentido más pequeño.
Más dependiente.
Más bebé.
Mami me daba de vez en cuando suaves golpecitos en el pañal y me acomodaba de nuevo entre sus brazos. Yo llevaba ya bastante tiempo con los ojitos cerrados, chupando mi chupete plácidamente y dejándome mimar.
-Shhhh… No hagas ruido –dijo de pronto Mami con una voz que apenas era un susurro.
-Le he preparado el bibe –la voz d Elia sonaba igual de baja, igual de tenue.
-Gracias, cariño.
-Me voy sin hacer ruido…
Ni siquiera escuché el ruido que hizo la puerta al cerrarse.
-A dormir, bebé… A dormir… -seguía repitiendo Mami sin dejar de mecerse conmigo.
Se sentó en la mecedora y me reposó sobre su regazo, con lo que yo me acomodé inconscientemente, buscando una postura más cómoda entre sus enormes caderas, acurrucándome contra su cuerpo. Reposé la cabecita en uno de sus pechos, que me pareció al tacto más grande incluso que de costumbre. Mami me quitó e l chupete con mucho, mucho cuidado.
No puedo expresar la suavidad con la que lo hizo. La tetina del chupete salía de mi boca, pero yo apenas lo notaba. Sabía que enseguida recibiría el biberón pero no puede evitar mover los labios, chupando inconscientemente.
Cuando sentí la tetina del biberón rozándome la boquita, cerré con aprehensión los labios en torno a ella y chupé. Lenta y pausadamente, para beberme la leche, que estaba dulce y calentita.
Estaba hecho un ovillo en el regazo de Mami, entre sus caderas. Y ella era quien me pasaba un brazo por la espala para que no me cayese, llegando con la mano hasta el culito con pañal, sobre el que me daba de vez en cuando palmaditas suaves. Con la otra mano inclinaba el biberón hacia mí.
Yo chupaba del bibe sin abrir los ojos, sintiendo la leche caer en mi estómago. Mi pañal entorno a mi cintura fuertemente agarrado. El calor y el amor que irradiaba el cuerpo de Mami.
Soy un bebé tan feliz.
Chupé siguiendo el compás de mi respiración.
Eran unos chupeteos suaves, casi con timidez. Pero no me sentía capaz de hacerlos más fuerte.
Estaba prácticamente dormido y chupaba más por instinto que por otra cosa.
Me terminé el biberón y Mami me volteó con mucha delicadeza para que expulsara los gases. Me dio solo una suave palmadita en la espalda y mi estómago liberó un suave eructo.
Mami me besó en una mejilla.
Se levantó de la mecedora conmigo entre sus brazos, todavía meciéndose sobre un pie y otro, y acunándome. Me llevó hasta la cuna y me reposó dentro con mucha suavidad, como si temiese que pudiera romperme.
Como si fuese una frágil obra de arte.
Al dejar de sentir su calor y el tacto de su cuerpo, balbuceé inquieto, estirando los bracitos hacia arriba, pero Mami puso entre ellos a Wile, y al sentir el roce de su felpa sobre mis manitas lo abracé con fuerza contra mi pecho y me puse de lado, acurrucándome sin dejar de abrazarlo.
Mami me tapó con la mullida manta de la cuna y me acomodó la cabecita en la almohada. Después fue remetiendo la manta siguiendo la figura que dibujaba mi cuerpo debajo, arropándome. Palmeó suavemente el bulto que marcaba mi culito abultado por el pañal, como asegurándose de que su bebé iba a dormir seguro y protegido.
Entonces yo empecé a balbucear inquieto y a mover mi boquita, que sentía huérfana.
Inmediatamente el chupete se introdujo en ella. Con mucha delicadeza, con mucha suavidad. Primero la tetina rozó mi labio inferior, que temblaba ligeramente, y entonces ambos se cerraron sobre ella. Y empecé a chuparla, lenta y sosegadamente, feliz de sentir su tacto entre mi lengua y el paladar.
Me encanta mi chupete.
Me encanta mi pañal.
Me encanta mi biberón.
Me encanta mi cambiador.
Me encanta mi cuna.
Me encanta que Mami me mime y me cambie el pañal.
Me encanta ser un bebé.
-Eso es, mi bebé… dijo Mami con un susurro mientras se inclinaba hacia mí-. A soñar…
Me dio un beso muy suave en la mejilla y volvió a palmearme por última vez el pañal.
Dos veces. Muy flojito.
Yo lo sentía fuertemente sujeto a mi cuerpo, y es me tranquilizaba mucho.
El pañal bien apretado en torno a mi cintura, el chupete en mi boquita y el bebé en la cuna.
Todo estaba donde debía estar.
No tardé en dormirme.
 
 
*****
 
 
No tardé en despertarme.
Seguía en la misma posición en la que Mami me había dejado, hecho un ovillo debajo de las mantas y fuertemente aferrado a Wile, así que no debía de llevar mucho tiempo durmiendo.
Las voces de Elia y Mami llegaban a mis oídos, a pesar de que hablaban muy flojito. Ambas venían desde el cuarto de baño. Me costó un poco identificar qué decían, pues al principio solo distinguía un murmullo inconexo. Estaba muy cansado.
En la oscuridad de mi cuarto, volví a cerrar los ojos para seguir durmiendo.
Estaba tan cansado.
-…Sí que es raro, sí –decía Elia.
-Si lo piensas un poco, no es tan raro.
-Si lo piensas un poco más, sí. Supongo que era por eso que te dolían estos días.
-Y yo que creía que era por la regla –Mami parecía satisfecha-. Pero el dolor era diferente.
-¿Ahora te duelen?
-Para nada.
-No sabía que esto pudiese pasar.
-Es raro, pero es posible. He estado leyendo un poco últimamente.
-Y bueno, ¿qué vas a hacer?
Es lo último que recuerdo antes de volver a quedarme dormido.
 
 
*****
 
 
Me despierta el ruido de la persiana subiéndose lentamente, hasta dejar solo unos resquicios que dejan entrar la fría luz de la mañana.
Pero hoy parece más cálida, menos gris y más iluminada.
Por supuesto, es Mami quien sube la persiana. Cuando ve que abro los ojitos, me mira y me sonríe radiante.
Está muy, muy feliz.
Esas cosas puedes percibirlas cuando eres el bebé de alguien.
Hay también algo diferente en el ambiente, un halo que parece envolverlo todo. Y anoche no estaba.
Mami se apoya en la barandilla de la cuna y me pasa una mano apartándome un mechón de pelo del rostro. Su sonrisa ilumina mi despertar como el más ardiente y fulgurante de los soles.
Y puedo sentir a Mami embriagada de una de una satisfacción plena. Me fijo en sus ojos, en el resquicio de tristeza y pesar que había estado escondido en lo más hondo de sus pupilas.
Ya no está.
Mami sigue contemplándome un rato, pasándome la mano por el cabello, sin disminuir su mirada de satisfacción y ternura. Yo no puedo hacer otra cosa que mirarla a los ojos chupando mi chupete. Estoy absorto con la plenitud que desprenden.
Mami baja la mano de mi pelo a mi tripita, y de ahí a mi pañal, sobre el que da dos palmaditas.
-¿Cómo tienes el pañalito? –me pregunta.
Es una pregunta retórica, pues sabe que estoy mojado, así que no contesto y sigo chupando el chupete.
-¿Estás mojadito? –me sonríe con dulzura y me vuelve a palmear el pañal-. Pues venga, vamos a cambiarte.
Mami me coge de las axilas y me levanta en peso. Yo estoy tan absorto que ni siquiera noto cómo Wile se desprende de mi manita.
-¡Aaaaaúpa! –dice al sacarme de la cuna.
Soy como un pelele. Mi pañal abulta mucho dentro de mi pijama enterizo. Mami me acomoda sobre sus brazos y se mece conmigo.
Verdaderamente la noto distinta.
Me lleva hasta el cambiador y me deja con cuidado sobre la superficie.
-Vamos a cambiarte el pañalito –me dice haciéndome una carantoña en la barriguita, sonriendo risueñamente.
Me cambia el pañal con mucha ternura, demorándose en cada gesto para llenarlo de terneza y cariño, asegurándose de que yo quede bien sequito y poniéndome el pañal nuevo cerciorándose de que queda firmemente sujeto y agarrado.
No me ha desnudado ni puesto un bodi. Sigo llevando el pijama enterizo de color azul clarito. Siento el calorcito que desprende después de una noche de sueño y la suavidad de la tela. Me encuentro muy cómodo, con el pañal cambiado pero llevando todavía el pijama.
Mami me coge en brazos con delicadeza y me acuna entre ellos. Yo me acurruco contra su bata, y me siento más cobijado que de costumbre. Me lleva así hasta la mecedora y se sienta en ella, reposándome sobre su regazo. Yo me acomodo en él y me acurruco un poquito más, apretándome a su cuerpo. Mami me contempla con una radiante sonrisa.
No la he visto sonreír de esta manera nunca en mi vida.
Me contempla con una sonrisa radiante como si viese a su bebé por primera vez.
Mami me quita el chupete con dedos temblorosos, pero con la delicadeza de siempre, y lo deja con cuidado sobre la cajonera. Se supone que es ahí también donde deja el biberón cada mañana para sacarme de la cuna y cambiarme el pañal, pero no hay ni rastro del biberón.
Miro a mi alrededor y tampoco.
-¿Y el bibe, Mami? –pregunto con mi vocecita de bebé.
Mami, que no dejaba de mirarme con una ternura infinita, me contesta:
-Hoy no hay bibe, cielo –dice-. Toma.
Y se abre un poquito la bata y se saca una grande y pesada teta con un pezón rosado, y la sostiene delante de mi cabecita.
Miro a Mami, que me sonríe exultante, y hago lo único que tiene sentido.
Me inclino hacia la teta, rodeo el pezón con los labios y empiezo a mamar.


FIN
(Por ahora)