5 de marzo de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 15: Chupete sonoro




Me despierto con los primeros rayos de luz entrando por los resquicios superiores de la persiana a medio bajar. En la habitación hace frío, estamos a finales de Octubre y ya se vislumbran las bajadas de temperatura propias de otoño. Aun así, en mi cama se está bien, a gusto, abrigadito. Mami me compró ayer un pijama nuevo y lo llevo puesto. Es de esos pijamas enterizos, propios de bebés. Es un mono que me cubre desde las puntas de los dedos de los pies hasta el cuello, de color amarillo clarito, casi beige, con un ratoncito bordado en el pecho, en el lado izquierdo y otro en la espalda también, algo más grande. Es un pijama que llevaría un bebé. Mami debió de ir ayer a Largue a comprar pañales y me trajo también un pijamita nuevo. Es de franela, muy abrigado y con un tacto muy suave. Mami me lo puso con muchos mimos tras cambiarme el pañal para irme a dormir. Dijo que su bebé estaba precioso, y yo me reí y agité mis piernecitas como un bebé, luego cantamos juntos la canción del pañal y me acostó tras darme un biberón sobre su pecho y leerme uno de mis cuentos infantiles. Mami me está mimando mucho últimamente. Más que de costumbre, quiero decir. Creo que me ve vulnerable después de la pesadilla de la semana pasada y de todos los accidentes que tuve. Afortunadamente, no he vuelto a hacerme pipí encima (despierto, quiero decir) en los últimos días. Creo que ya se me ha pasado y solo fue una pequeña fase provocada por el miedo que me daba quedarme a dormir en casa de Ronald.
Ahora la Noche D está cada vez más cerca, de hecho es el sábado que viene, queda solo una semana, pero extrañamente, me siento más tranquilo. Creo que el plan que Mami trazó puede salir bien y mis amigos no tendrán que enterarse de que su amigo Robin aún lleva pañales para dormir. Aun así, sin mi chupete y Wile será una noche muy larga.
Wile.
No lo noto entre ninguno de mis brazos.
Palmeó un poco el colchón y enseguida siento su cuerpecito de felpa al lado de la almohada. Lo abrazo contra mi pecho, sintiendo también el tacto de su pañal.
Desde que mi peluche lleva pañales me siento más unido a él.
Nunca he sido muy dependiente de Wile, ni siquiera cuando Elia me lo compró cuando logré controlar de nuevo el pipí durante el día. Era más bien un compañero de cama que un amigo, pero desde que lleva pañales, lo veo como mi amigo de pañales.
Antes lo era Ronald, aunque duró solo una noche.
Luego lo fue Charlotte, una chica que conocí por Internet, hasta que dejó de conectarse a Skype.
Y ahora lo es Wile, un muñeco de peluche.
Como siga esta progresión, el siguiente será una piedra con un pañal pintado a rotulador.
Me palpo el pañal fuera del pijama enterizo. Tiene pipí. En realidad me lo palpo por inercia, pues sé que siempre va a tener pipí.
La primera fase de aceptarme como soy, cosa que todavía no he hecho pues no sé muy bien quien soy, fue aceptar que siempre me iba a hacer pipí cada vez que me durmiese.
Está bien este pijama. Hace que el pañal se note un poquito menos y me da más sensación de ser un bebé. Lleva dos botoncitos por la parte del culete que sujetan una solapa que se abre hasta la entrepierna, permitiendo así que me puedan cambiar el pañal sin desnudarme.
Muy de bebés, como digo.
Oigo unos ruidos que provienen de abajo. Son Mami y Elia, que están discutiendo por algo. El sonido de sus voces es casi ininteligible, pero cada vez se distinguen más. Están subiendo las escaleras.
-¿Pero tiene que ser precisamente hoy que viene Clementine?! –protesta mi hermana.
-¿Y qué culpa tengo yo de que venga tu amiga? Tengo una cena con las chicas del Hospital y luego vamos a salir de fiesta.
-¿Y por qué no te lo llevas?
-¡¿Pero cómo me voy a llevar a tu hermano de fiesta?! Elia, por favor…
-Bueno, pues llévalo con una canguro.
-Eso es lo que voy a hacer.
-¿Ah sí? –se nota a Elia más contenta.
-Sí, ¿quieres conocer a la canguro?
-Hombre, no es algo que me vuelva loca, pero no me importaría.
-Elia, te presento a Elia, la canguro de Robin. Elia, está es Elia.
-Ja. Ja. Ja. Me parto.
Las voces llegan a mi habitación y Mami abre la puerta.
-Buenos días, mi bebé –me dice muy flojito, y enciende la luz con un suave golpe al interruptor. En la otra mano lleva mi biberón.
Yo las miro a las dos semi incorporado mientras muevo mi chupete, con mirada inexpresiva.
-Me has jodido, enano –me dice mi hermana antes de irse enfurruñada.
Mami viene hacia mí y se sienta en la cama. Me da un beso de buenos días. Yo le dou otro sin quitarme el chupete.
Besitos de chupete.
-No le hagas caso a tu hermana, ya sabes el mal genio que tiene a veces, pero luego se le pasa –me sonríe y me hace cosquillitas en el pecho-. ¿Cómo ha dormido mi bebé con su nuevo pijamita?
-Muy bien, Mami –le contesto con mi vocecita de bebé. Últimamente le hablo siempre con mi vocecita de bebé-. Es muy cómodo ji, ji, ji.
-Es que mi bebé tiene que estar comodito. ¿Quieres que te compré más ahora para el frío?
-¡Sí, Mami!
-Cuando vayamos a Largue, te compraremos más pijamitas de bebé, ¿vale?
-¡Vale!
-¿Quieres tu bibe, bebé?
-¡Sí!
-¿O quieres que te cambié antes tu pañalito?
-Umm… ¡Pañal!
-¿Te cambiamos antes?
-¡Sí!
Mami deja el biberón sobre la mesita de noche y me destapa, dejando al descubierto mi pijama enterizo. Yo me río y me llevo las manos al pañal.
-¡Pijama de bebé! –digo riendo con mi chupete.
-¡Pijama de bebé! –repite Mami dándome unos golpecitos en mi pañal-. ¡Para mi bebé!
-¡Para tu bebé! –corroboro como mi vocecita.
Mami me da la vuelta delicadamente, poniéndome bocabajo y le da dos golpecitos al pañal por el culete, sobre la franela. Después me desabrocha los dos botones que unen la solapa al resto del pijama y descubre la parte trasera del pañal, al que le da también dos golpecitos, sobre el plástico. Me vuelve a dar la vuelta y descubre mi pañal tirando de la solapa hacia abajo.
-Mi bebé, que puede estar calentito mientras le cambiamos su pañal.
Yo me río mientras se me ruborizan las mejillas.
Mami desabrocha las dos cintas del pañal con dos frunch y me lo separa de mi vientre. Me levanta las piernas y lo extrae completamente, hace una bola con él y lo deja al otro lado de la cama. A continuación me limpia suavemente mientras me mira, preocupándose de no hacerme daño y mientras tanto me sonríe para tranquilizarme, aunque no hace falta. Cuando Mami me está cambiando de pañal me siento la persona más segura del mundo, aunque sí es verdad que entre quitarme un pañal y ponerme otro, sí me siento un poco nervioso al encontrarme desprotegido.
Mami termina de limpiarme y se levanta por un pañal del armario. Es uno de cochecitos. Lo despliega delante mía mientras me agito un poco inquieto.
-Ya va, bebé. Enseguida tendrás tu pañal. Eres tú un bebé muy ansioso, eh –añade mientras me pellizca la tripita.
Mami se inclina de nuevo hacia mí y me levanta las piernecitas para pasarme el pañal por el culete. Una vez está allí bien colocado, lo pasa por la entrepierna y me lo ajusta por delante, para que se quede justo en su posición. Luego me lo abrocha con las dos cintas adhesivas, que se quedan pegadas sobre la franja de los cochecitos.
Termina el cambio de pañal dándome un besito en la tripita, justo en el sitio donde antes me había pellizcado.
-Ya está, bebé.
Mami me gira de nuevo y me abrocha la solapa al culete, cubriéndome el pañal.
Yo me siento genial. Me han cambiado el pañal sin desnudarme, y me siento igual de calentito que al despertarme.
Mami me coge ahora y me sienta sobre su regazo. Le echa mano al biberón de la mesita de noche y comprueba la temperatura de la leche vertiendo unas gotitas en su muñeca.
-Está perfecto.
Me quita el chupete con delicadeza y lo deja sobre la mesita. Lleva el biberón a mi boca. Yo cierro los labios entorno a la tetina y comienzo a chupar la leche.
Toda mi vida me he tomado la leche en biberón. Nunca en un vaso. Una vez durante un viaje familiar, con 8 o 9 años, Mami se dejó el biberón en casa, y antes de ir a comprar uno tuvo que darme el desayuno mojando el chupete en la leche y luego poniéndomelo en la boca. Como es lógico, estuve media hora y el vaso de leche apenas se había vaciado. Mami intentó ayudarme a beber del vaso, pero lo volqué, pues lo incliné mucho hacia abajo, como si fuese un biberón, y me eché toda la leche en la camiseta. Mami se dio por vencida y en cuanto abrieron las tiendas me compró un biberón, para molestia de mis tías, que decían que era mayor para biberón, sin saber, claro, que esa noche había dormido con un pañal.
Luego, la noticia de que el primo Robin, de 9 años, aún llevaba pañales se extendió por todos los miembros de la familia, y con el tiempo, todos (o casi todos) han terminado aceptándome.
Cuando me termino el bibe, Mami me ayuda a expulsar los gases y me deja de nuevo sobre la cama.
-¿Es verdad que viene Clementine? –le pregunto mientras ella recoge de la cama el pañal que me ha quitado.
-Sí, se queda a dormir esta noche.
Uhm.
Vaya, interesante.


*****


A las seis menos diez estoy en el recibidor de casa. Mami se ha ido hará una media hora después de despedirse de mí varias veces y darme muchos besitos. Le ha hecho un interrogatorio a Elia para asegurarse de que sabía todo acerca de cómo cuidarme, como si fuese la primera vez que lo hacía. Mi hermana contestaba a todo cansinamente y fulminándome de vez en cuando con la mirada. Luego me ha hecho un corte de mangas, me ha dicho que le estoy jodiendo la existencia y se ha encerrado en su habitación dando un portazo. Ya se le pasará. Mi hermana puede ser muy temperamental a veces.
Yo estoy mirándome en el espejo de la entrada de casa para ver qué tal estoy. He pasado todo el día en pijama y con pañal. Me he hecho caca mientras estaba en mi cama jugando con Wile y Mami ha tenido que cambiarme. Intento parecer bebé pero con un punto de mayor, para que Clementine vea que aunque sigo siendo un poco bebé, ya soy más mayor. El problema es que no tengo ni idea de cómo conseguirlo. Me apoyo sobre el mueble del recibidor con un codo como si estuviera en la barra de un bar y me llevo la mano al pañal, adoptando una expresión de bebé en la cara, intentando sonreír con suficiencia detrás del chupete.
No. Demasiado chulo. Parezco un macarra de bar. No soy un flipado ni quiero que Clementine lo crea.
Clementine me cae muy bien; es la única de los amigos de mi hermana que lo hace, quizá porque le gusta mucho mi faceta de bebé, y cuando viene a casa siempre me está levantando en brazos y dándome besos en la mejilla. Me dice que soy muy mono y me revuelve el pelo. Mi hermana la enseñó hace unos años a cambiarme el pañal y ahora lo hace de vez en cuando y también me da el biberón. Elia siempre pone cara de estar molesta y me dirige miradas asesinas cuando acaparo la atención de su amiga, pero al final termina mimándome con ella.
Intento ahora una pose más de bebé, llevándome las manos a la parte delantera del pañal como cuando me hago pipí y voy a pedirle a Mami que me cambie.
-¿Qué estás haciendo, atún? –me sobresalta una voz.
Elia me mira desde arriba de las escaleras. Se ha puesto sus pendientes con el puño que sale de una cruz dentro un círculo y se ha hecho dos trenzas en el pelo. Lleva pintalabios y lápiz de ojos y va vestida con su camiseta favorita, una en la que sale una leona con ojos brillantes mirando a través de la maleza de la jungla.
Yo me sonrojo y detengo en el acto mi ritual de Posturas-de-bebé-aunque-no-tanto.
-Nada –contesto flojito.
Mi hermana se ríe. Baja las escaleras y se mira en el espejo mesándose el pelo.
-Oye, Robin –se gira hacia mí y me coge las mejillas con los dedos índice y pulgar y me aprieta un poco-. Si quieres, quédate, se lo bebé que quieras con Clementine y todo eso, ¿vale? Pero ya has oído a Mamá; soy tu canguro. Así que cuando diga que te tienes que acostar o simplemente dejarnos en paz, me haces caso, ¿estamos? –me aprieta más la mandíbula.
-Estamos –logro decir, aunque entre la presión de mi hermana en la cara y el chupete a penas se me entiende.
-Ese es mi bebé –me da un beso en la frente-. Bueno, vete a tu cuarto que cuando venga Clementine quiero estar un rato a solas con ella antes de que empieces a hacerte el bebecito.
Me sonrojo.
-Yo no hago eso.
-No, claro –me contesta sarcásticamente-. Bueno, vete y al rato bajas, ¿vale? –se oye el timbre. Elia pone cara de susto-. Lar-go –me dice sin apenas usar la voz acentuando cada sílaba.
Yo obedezco a mi hermana algo molesto y subo hasta mi cuarto a hacer tiempo. ¿Tiempo para qué? Mi hermana me da a veces órdenes muy absurdas, pero bueno, es mi hermana mayor y hasta cierto punto le tengo que hacer caso.
Pero, ¿cuánto tiempo tengo que estar aquí arriba fingiendo que no existo, como Harry Potter al principio de la segunda película? ¿Media hora? ¿Una hora? ¿Dos? En fin… me pondré a jugar un rato al ordenador. A lo mejor me entran ganas de hacer pipí y ya tengo una excusa para bajar a ver a Clementine.


*****


Premio.
Tras cuarenta minutos de estar luchando contra trolls, dragones y caballeros medievales, noto como me vienen las ganas de hacer pipí. Dejo que salga mientras termino la partida y cuando acabo, guardo antes de apagar el ordenador y salgo de mi habitación con cierta cautela. Bajo las escaleras sin hacer apenas ruido, ya que con este pijama soy súper sigiloso. Solo se oye de vez en cuando el pañal. Conforme me acerco al salón, me llegan las voces de Elia y mi hermana.
-Total –dice mi hermana-, que desde que se lo conté a Stephanie, ha dejado de hablarme. La gilipollas se puso como una loca y empezó a gritarme en medio de la calle….
-¿En medio de la calle? –la voz de Clementine suena sorprendida.
-Claro, todavía no nos habíamos ido de la heladería –hace una pausa. La oigo beber-. Así que eso, se lo digo, tranquilamente, mirándola a los ojos… y va ella y empieza Es que me lo tendrías que haber dicho antes, es que me he desnudado delante tuya…
-¡¡¿En serio?!!
-Como te lo cuento –mi hermana hace otra pausa y se oye vidrio apoyándose en la mesa del salón. Deben de haber cogido cervezas de la nevera-. Así que nada, otra imbécil más en el grupo. Ya van más imbéciles que personas normales contando a Stephanie.
Parece que están hablando algo serio y vacilo antes de entrar. Tal vez sea mejor que suba a mi habitación y espere a que hablen de cine para decirles que me cambien el pañal.
-¡Robin! –grita Clementine. Casi se me sale el corazón-. ¿Qué haces ahí fuera? ¿Estabas espiándonos, pillín? –se levanta y viene hacia mí.
-¡Maldito enano! –oigo decir a mi hermana.
Clementine llega hasta donde estoy y me da un beso en la mejilla antes de levantarme en brazos. Tiene 24 años, es tres mayor que mi hermana. Va vestida casi siempre con chalecos vaqueros y con algunos parches y lleva el pelo teñido de azul.
-No estaba espiando –protesto yo mientras Clementine me lleva en peso al sofá-. Es solo que… ¿Cómo me has visto? –le pregunto.
-Se te veía reflejado en el espejo de la entrada, granujilla.
-Aaaah.
Clementine se sienta al lado de mi hermana y me coloca sobre sus rodillas. Elia me mira con rencor.
-¿Y eso que lleva ahora pañal? –le pregunta a mi hermana.
-Ha pasado unos días así un poquito mal, y se lo hemos dejado puesto –contesta Elia mientras me da unos suaves cachetes en el pañal.
-Pobrecito, Robin –Clementine tira suavemente del asa del chupete y me daun beso en la mejilla-. ¿Estás ya mejor, no?
Asiento.
-Yo también estaría mejor así –dice Elia señalándome con una cabezada.
Clementine ríe. Le da un beso en la mejilla a mi hermana.
-¿Mejor así?
Mi hermana ríe.
-Me vale –contesta, y coge el tercio de cerveza de la mesa del salón y le da un trago-. No le digas a Mamá que le he cogido cervezas, eh –me advierte señalándome con el dedo índice de la mano que sujeta la botella.
-¿Tu madre no te deja beber cerveza? –le pregunta Clementine mientras le da un trago a la suya, todavía conmigo en brazos.
-Sí, pero no le gusta que beba en casa. Dice que eso es muy de borrachos. Además, le trae malos recuerdos, ya lo sabes.
Clementine asiente. Se fija en mí de nuevo, que estoy todo el rato en silencio, moviendo mi chupete para no interrumpir la conversación.
-Bueno –me hace un poco de caballito en su rodilla-, ¿qué ibas a decirnos antes de que te descubriese, Robin?
¿Qué iba a…? ¡Ah, vale, sí!
El pañal.
-Me he hecho pipí –le contesto pero mirando a mi hermana.
Clementine ríe pero mi hermana resopla.
-Bueno, pues vamos a cambiarte –dice Elia como quien acepta una sentencia de muerte,  levantándose del sofá y dejando la cerveza.
-Pareces un hombre de la casa gruñón y cuarentón –le dice Clementine levantándose conmigo en brazos, y ríe.
-Eso lo dices porque no le has cambiado un millón de pañales a este –me señala con la cabeza.
-Ahora eres el ama de casa amargada –y vuelve a reír.
-Déjame en paz –mi hermana le da un codazo, aunque sonríe.
-Oye, ¿puedo cambiarlo yo? –le pregunta Clementine mientras subimos las escaleras.
-Por favor, insisto –contesta Elia.
Llegamos a mi habitación y Clementine me deja sobre la cama.
-Bueno, ¿donde están los pañales? –pregunta.
-Aquí –mi hermana abre el armario y saca uno de la bolsa. De ositos.
-Oh, pero qué mono –dice tras mirar la franja de osos llevando pañales. Seguro que mi hermana no tiene el valor de hacer ahora el chiste de Nappynception-. Bueno, ¿y esto cómo va? –pregunta Clementine mirando mi pijama enterizo.
Mi hermana se acerca también a la acama.
-Pues no sé –pone cara de extrañeza y me mira-. Mi madre le compró ayer este pijama y no sé muy bien cómo hay que hacerlo. Se supone que se le puede cambiar el pañal sin quitárselo.
-¿Y cómo? –pregunta Clementine fijándose más en el mono-. Esto no tiene botones por la cintura.
-A ver –Elia se acerca y se inclina para inspeccionarme el pijama-, mi madre lo ha cambiado con este pijama varias veces hoy. Tiene que haber una manera. ¡Y tú podrías decir algo en vez de estar ahí moviendo el chupete! –me dice.
-Ay, Eli, no le digas eso. Que es un bebé.
-¿Un bebé? –Elia me mira-. Un granuja es lo que es –me pellizca juguetonamente en la barriga y yo levanto las piernas en un acto reflejo y río-. Un momento… -Elia me voltea en la cama rápidamente, dejándome bocabajo-. ¡Aquí está! Es de esos pijama con botones en el culo –Elia me los suelta y me vuelve a girar bocarriba. Se incorpora -. Todo tuyo.
Clementine se inclina hacia mí, sonriendo, como si fuese lo que más le gustase en el mundo: cambiarle el pañal al hermano pequeño de su amiga. Me suelta las dos cintas adhesivas del pañal con conejitos que llevo puesto y me lo separa del cuerpo. Luego me levanta las piernas con una mano y lo extrae con la otra. Me limpia cuidadosamente, bajo la supervisión de mi hermana, que mira el trabajo de Clementine para asegurarse de que me deja bien seco. Luego Clementine coge el pañal nuevo y lo despliega. Me levanta las piernas y me lo pasa por el culete, luego por la entrepierna y me lo sujeta con las dos cintas adhesivas.
Mi hermana se acerca a comprobar el resultado. Mete un dedo entre mi cuerpo y el pañal y tira de él hacia afuera.
-Está bien sujeto, pero a lo mejor se puede agarrar un poco más –me desabrocha una cinta y me la vuelve a abrochar más fuerte-. Ale, ahora sí.
-¿Qué nota me pones? –le pregunta Clementine sonriendo.
-Siete con cinco.
-¿Siete con cinco? –Clementine se lleva una mano al pecho, fingiéndose muy ofendida.
-No se lo has abrochado bien, y te han faltado mimos.
-Tú no le haces mimos –protesta Clementine.
-¡Claro que no! –contesta Elia-. Eso es cosa de mi madre. Ella es la que saca matrícula de honor –las dos ríen-. Bueno, vámonos para abajo otra vez que bastante tiempo hemos estado ya entre pañales.
-Vámonos, Robin –Clementine me coge en brazos de nuevo y sigue a mi hermana.
-Error –dice Elia haciendo con la boca el sonido que suena en los programa de televisión cuando algún concursante se equivoca.
-¿Qué he hecho ahora? ¿Coger a tu hermano?
Elia repite el sonido.
-Doble error. No me había fijado en  eso. Digo que te has dejado el pañal que le has quitado encima de la cama, y abierto –Elia va hasta él-. Esto se coge así y se hace una bola. Ahora no importa demasiado porque solo era pis, pero cuando se cague, ya verás tú –y sale delante de nosotros.
Clementine y yo la seguimos mientras la amiga de mi hermana le hace muecas a sus espaladas para que me ría.
Paso la tarde con ellas en el sofá. Ponen la película Del revés y la vemos los tres apretados en el sofá, mi hermana recostada sobre Clementine y yo abrazando a Wile. A Clementine le gustó mucho que mi peluche también llevase un pañal. Dijo que era muy mono, pero no tanto como yo, y me preguntó si sabía cambiarle el pañal. Le contesté que no y ella me miró con ternura y me dijo que claro, porque yo también era un bebé.
Ella y mi hermana jugaron después conmigo a pasarme de la una a la otra. Me empujaban de una punta del sofá grande a otra y yo rodaba por los cojines, riéndome como un bebé. Luego jugamos a pasarnos a Wile, que como pesaba mucho más que yo, lo tirábamos por el aire. Yo me puse un poco tenso por si se caía al suelo, pero Elia y Clementine tenían mucha puntería y siempre lo agarraban, incluso cuando se lo pasaba yo a medio metro de dónde estaban. Pasé una buena tarde con ellas. Elia se lo pasó muy bien también. Se la notaba feliz, muy feliz. Conmigo y con su amiga, jugando y bebiendo cerveza de vez en cuando.
Cuando llegó la hora de cenar, Elia fue a la cocina a prepararla y yo me quedé con Clementine sobre el sofá, tirado en su regazo bocarriba y jugando a intentar coger sus collares, que ella levantaba hacia arriba.
-Tienes un hermano muy mono –le dijo a Elia cuando apareció con tres hamburguesas-. Me encanta.
-Sí, es un poco pesado a veces, pero bueno –me acaricia un piececito-. Me gusta que sea así.
-Tendrías que ver a mis hermanos de 12 años.
-¿Gemelos?
-Mellizos –Clementine coge una hamburguesa y me da otra a mí, que me incorpora sentándome en el sofá y empiezo a comérmela-. Dos diablos en potencia –le da un bocado-. Hostia, qué buena está.
-Gracias, cariño.
-Está muy rica –contesto después de tragar.
-Gracias, atún –mi hermana me mira sonriendo.
-Mis hermanos es que son lo peor –sigue Clementine-. Todo el rato pelándose y discutiendo, joder. Se tiran cosas, el otro día se cargaron mi iPod pisándolo porque estaban jugando a que era una bomba… Sin embargo, Robin –me mira mientras como-. Tienes mucha suerte de que todavía sea tan bebé.
-Bueno, a veces da trabajo –dice Elia.
-Claro, es normal. ¿Te crees que mis hermanos no dan trabajo? –bebe de su cerveza-. Pero no es lo mismo. El trabajo que da Robin: cambiarle, darle el biberón… Da hasta gusto hacerlo porque es muy mono, es un bebé. El trabajo que dan mis hermanos es reñirles, castigarles, estar pendiente de que no rompan nada… Y cuidarlos…. Es una tortura. Cuando mi madre me lo pide, yo le digo que tiene que pagarme, porque a esos no los aguanta ninguna canguro… Pero mira a Robin lo bueno que es –me da otro beso en la mejilla.
-Sí, la verdad es que es un trozo de pan –Elia me mira como si se diera cuenta por primera vez de que soy un bebé-. La verdad es que nunca se porta mal… ¿Sabes que incluso a veces se siente mal porque le tengamos que cambiar aún los pañales?
-¿En serio?
-Totalmente.
-Jo, Robin, ¿Cómo puedes ser tan bueno? –me da unos golpecitos en el pañal-. Tía, te lo cambio. Por uno de mis hermanos.
Elia ríe.
-Ni de coña.
Terminamos de cenar y me paso a los brazos de mi hermana, gateando sobre Clementine, que me da un pequeño palito en el culete, sobre el pañal y el pijama, y recorro a gatas también el espacio del sofá que la separa de mi hermana. Me subo a su regazo y me acurruco allí, moviendo mi chupete en silencio.
Elia y Clementine se pone a hablar de cine. Me encanta oírlas charlar de películas, directores y actores aunque no tenga ni idea de lo que dicen. Es algo que me relaja muchísimo. Clementine tiene una voz muy pausada, es psicóloga y trabaja de noche en un programa de la radio local, ayudando a la gente que llama con sus problemas. Es un programa que impulsó ella misma, harta de tanto tarot y adivinas que no hacían más que sacarle el dinero a la gente. Ella no cobra por las llamadas, la emisora le paga una cantidad fija por hacer el programa.
Su tono de voz a la hora de hablar de tramas de películas, bandas sonoras y de otros conceptos de cine que yo no conozco me calma profundamente; es como si fuera un chupete sonoro.
Me quedo ahí, abrazado a mi hermana mientras ella me rodea también con sus brazos y me da de vez en cuando besitos en la coronilla mientras habla con su amiga. Me hago pipí, pero no digo nada porque estoy muy a gusto allí. Se me están cerrando los ojos…
-Creo que deberíamos acostar al bebé ya –oigo decir a Clementine.
Abro los ojos y la veo que se ha acercado más a mi hermana y le pasa el brazo por encima. Elia se muerde el labio inferior antes de contestar.
-Tienes razón –me mira-. Le damos el bibe, le cambiamos el pañal, que seguro que tiene pipí y lo acostamos. Ten –me pasa suavemente hacia Clementine-. Voy a prepararle el biberón.
Me quedo en brazos de Clementine, que me acuna mientras mira su móvil hasta que llega Elia. La amiga de mi hermana deja el móvil sobre la mesa y me recuesta en su regazo.
-¿Se lo puedo dar yo?
Elia le pasa el biberón.
-Ten cuidado, que estará un poco cliente. Vamos a cambiarle el pañal primero y así da tiempo a que se enfríe.
-¿Vamos arriba?
-Sí.
-Venga, Robin –Clementine se levanta conmigo en brazos lentamente-. Que estás muy cansado ya. Te damos el bibe, te cambiamos el pañal y te acostamos.
Como a un bebé, pienso.
Soy un bebé.
Llegamos a mi habitación y Clementine me deja sobre la cama.
-¿Tú o yo? –le pregunta mi hermana.
-Ay, tú se lo puedes cambiar siempre…
Mi hermana ríe y le pasa el pañal a su amiga.
Clementine me suelta los botoncitos de la solapa del culete y la abre dejando mi pañal al descubierto. Me suelta las cintas lentamente y me lo extrae levantándome las piernecitas con cuidado. Yo cierro los ojos y disfruto del cambio de pañal. Clementine no lo hace nada mal. Me limpia teniendo mucho cuidado y me pone el otro pañal. Me levanta las piernas suavemente, pasa el pañal por el culete, me lo acomoda delante y lo sujeta, esta vez sí, fuertemente con las dos cintas adhesivas.
-¿Mejor? –le pregunta a Elia.
-Mejor.
-No lo has comprobado
-No me hace falta.
Escucho como se dan un beso.
-¿Le quieres dar tú el biberón? –le pregunta Clementine.
Mi hermana debe de asentir porque siento como se sienta en mi cama.
-Venga, Robin –dice cogiéndome de los bracitos con cuidado. Me quita el chupete suavemente de la boca-. Sé que estás muy cansado, pero te tomas el bibe y te acuestas –me recuesta sobre su regazo, muchísimo más pequeño que el de Mami, y me sujeta con un brazo mientras que con el otro acerca el biberón a mi boca.
Yo siento la tetina roznándome los labios y la rodeo con ellos. Comienzo a chupar de ella para tomarme la leche. Está muy dulce y calentita. Elia siempre le pone más azúcar que Mami a los bibes que me prepara. Me tomo la leche chupando de la tetina del biberón lentamente, pausadamente, como si chupase mi chupete antes de quedarme dormido.
-¿Puedes traerme le peluche, que nos lo hemos dejado abajo? –le pregunta Elia a su amiga.
Escucho a Clementine salir de la habitación mientras sigo tomándome el biberón.
Sin abrir los ojitos. Como un bebé.
Mi biberón de bebé.
Clementine regresa en seguida. Oigo que mi hermana le dice gracias cuando deja a Wile sobre la cama.
-Serías una buena madre –le dice Clementine. Supongo que está observando cómo mi hermana me da el biberón.
-Anda, calla –le contesta Elia-. Que con un bebé ya tengo suficiente.
Clementine ríe.
-Ya, si yo teniendo a Robin no me hacen falta más bebés.
-Tienes a tus hermanos.
-He dicho bebés, no hijos de satán.
Ahora ríe Elia.
-Me encanta verte así, cuidando de un bebé –le dice Clementine.
-Para, por favor –le contesta mi hermana, y por su tono seguro que se ha sonrojado.
-Pareces tan madura…
-Cle, ya vale –noto como a mi hermana se le acelera el corazón.
-Acuesta ya a Robin.
Mi hermana empina más el biberón para que la leche caiga más rápido, olvidando que si yo no chupo más, no se vacía antes.
Finalmente, me lo acabo. Mi hermana se incorpora conmigo rápidamente y comienza a expulsarme los gases. Puedo notar que está ansiosa por algo, porque respira más rápido que antes. El ambiente pausado y acogedor que había en mi habitación, donde me mimaban y me trataban con cariño, se ha esfumando. Ahora noto como tienen prisa por acostarme. Aun así, lo siguen haciendo con dulzura.
Rápido, pero con dulzura.
Elia me deja en la cama y Clementine me pone el chupete. Tengo los ojos cerrados pero sé que ha sido ella porque los dos brazos de Elia aún no habían terminado de dejarme sobre el colchón cuando el chupete ya se me estaba metiendo en la boca. Luego alguna de las dos me da a Wile y mi hermana me arropa. Sé que es ella porque es su forma de arropar. Remeter las sábanas por debajo de mi cuerpo y plegarlas un poquito antes de llegar a mi cuello.
-A dormir, bebé –me dice dándome un beso.
-Que descanses, Robin –me dice Clementine.
Luego se produce una pausa
-Oye, ¿no teníamos prisa? –le pregunta mi hermana.
-Ay, pero es que es tan mono… Deja que lo mire un poco más.
-Es el bebé de la casa –dice Elia.
-Qué envidia.
Noto como Clementine me da un beso en la coronilla, oigo la luz apagarse y luego la puerta cerrarse mientras los pasos de Elia y Clementine se alejan.
Me quedo dormido enseguida.

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