17 de noviembre de 2020

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 25 - Quince minutos

Me desperté mojado, como todas las mañanas de mi vida.
Unos dedos suaves me mecían por el hombro.
Aún sin abrir los ojitos, balbuceé molesto y me encogí sobre mí mismo, achuchando a Wile; y su tacto de felpa de peluche y plástico de pañal rozó mi pijama unipieza. Sabía que la mano que delicadamente me acariciaba el hombro para despertarme no era la de Mami, sino la de tía Marie. Como la directora había dicho que debido a mi accidente (nunca mejor dicho) podía pasar unos días sin ir al colegio, ahora me quedaba en casa por las mañanas. Y como Mami tenía que trabajar y Elia ir a la universidad, tía Marie venía a cuidarme. Yo echaba mucho de menos abrir los ojos y que fuera la cara de Mami la primera que viese todos los días. Echaba de menos que me sonriese risueñamente, me llamase Mi príncipe, y me sacase de la cama todos los días, alzándome en brazos después de hacerme cosquillitas. Echaba de menos que me besase sonoramente la mejilla, me tirase suavemente del asa del chupete y me cambiase el pañal con muchos mimos y juegos sobre la cama.
No me malinterpretéis, tía Marie también me despertaba con muchos mimos, pero ella no era Mami. Ni siquiera Elia. Y además ella tenía sus propios bebés a las que mimar. Y una de ellas venía todos los días porque aún no iba al colegio.
Aunque de todas formas, quedarme en casa con tía Marie y Felicia era mucho mejor que ir al colegio y soportar burlas y mofas de alumnos… y de algunos profesores también.
En casa podía estar todo el rato con un pañal, hacerme pipí y caca encima y que me cambiasen. Podía chupar mi chupete sin preocupaciones y hasta jugar con mi prima a sus juegos de bebés, que eran los que más me gustaban. Desde la Noche D no había vuelto a jugar a videojuegos.
En casa gateaba, balbuceaba, me reía como un bebé y pedía mi biberón moviendo rápidamente mi chupete.
Estiré mis bracitos para desperezarme mientras abría los ojos y me agité ligeramente. Moví las piernas para que se desentumecieran después de una noche de sueño placentero y noté el pañal hinchado.
-Buenos días, Robin –me saludó tía Marie acariciándome un mechón de pelo que me caía de la frente-. ¿Cómo has dormido?
-Bien –contesté flojito y chupando mi chupete.
Tía Marie me sonrió risueñamente, con una sonrisa que se parecía mucho a la de Mami, y puso una mano sobre el bulto que describía mi pañal dentro del pijama.
-¿Mojado?
Ella no debía saber que siempre que dormía me hacía pipí encima, aunque fuesen solo un par de minutos. Es una de las grandes leyes del universo, como la de la gravedad o la de la relatividad.
Asentí.
-Muy bien –contestó ella, como si el que me hiciese pipí encima se debiese a una especie de logro personal-. Pues vamos a cambiarte y vestirte, ¿vale, cielo?
No dije nada, puesto que era una pregunta retórica.
Tía Marie terminó de destaparme y me volteó, para poder desabrochar los botoncitos de la solapa que me cubría el culete. Después, volvió a ponerme bocarriba. Comenzó entonces a desabrocharme uno a uno los botoncitos del pijama, luego me sacó las mangas y las piernas, con lo que me quedé llevando únicamente un pañal de cochecitos. No sé entonces para qué me había desabrochado la solapa de atrás, y algo parecido debió de pensar ella porque sostuvo mi pijama en alto, miró la parte de detrás y negó con la cabeza poniendo los ojos en blanco.
Ahora fue cuando comenzó a cambiarme el pañal.
Frunch, frunch.
Separó la parte de delante del pañal de mi cuerpo, me levantó las piernas con una mano y extrajo el pañal con la otra. Luego me limpió cuidadosamente toda la parte que estaba húmeda y volvió a descansar mis piernas sobre el colchón. Cogió un pañal que habría dejado previamente sobre el escritorio, uno de conejitos, y lo desplegó. Volvió a izar mis piernas y me lo pasó por el culete, las reposó de nuevo cuidadosamente y me pasó el pañal por delante. Me lo acomodó a la cintura y me abrochó las cintas adhesivas.
No me dio un besito en la tripita como hace Mami pero sí que dio una palmada y dijo Ale, listo.
Entonces yo quedé desnudo pero con un pañal limpio.
Tía Marie sacó del armario un pantalón de algodón y una camiseta verde de Yoshi con las letras como si fuesen huevos del dinosaurio-corcel de Super Mario y me vistió. Yo dejé dócilmente que me fuese introduciendo todas las prendas mientras no dejaba de mover mi chupete, pues tenía hambre.
Mi tía me tomó y me bajó en brazos hasta el comedor, donde estaba mi prima pequeña jugando en el suelo con un montón de cubiletes y unos dinosaurios de plásticos dispuestos sobre una alfombra que simulaba una selva.
-¡Mira quién se ha despertado ya, Felicia! –anunció mi tía conmigo en brazos cuando entramos.
-¡Primo! –Felicia levantó la cabeza y corrió hacia nosotros torpemente, a causa del pañal y de que aún no tenía desarrolladas plenamente las capacidades motoras.
Intentó que yo también la saludase, pero tenía los brazos en torno al cuello de tía Marie, de modo que tuvo que esperar hasta que llegamos al sofá. Mi tía me depositó sobre uno de los cojines y mi prima se me subió encima. No estaba preparado para eso de modo que me caí para un lado, con mi prima sobre mi cuerpo.
-Ji, ji, ji  -reía ella, toda despeinada y con el pañal asomándole por debajo de la camiseta.
Me di cuenta que a mí también se me veía el pañal, de modo que tiré rápidamente de mi camiseta hacia abajo, con lo cual Yoshi pareció mucho más alto y delgado de lo que era en realidad.
-Bueno, niños, ya está bien –dijo mi tía, como si yo hubiese contribuido a verme en esa situación-. El primo tiene que tomarse el bibe, Felicia –y cogió a su hija en brazos quitándomela de encima-. No hay nada mejor para despertarse, ¿verdad, Robin? –y rió.
Yo me acaba de incorporar de nuevo e intentaba ocultar mi pañal, aunque no sé para qué; ellas ya sabían que llevaba pañales.
Todo el mundo lo sabía en realidad.
Pero nunca me ha gustado que se me vea el pañal.
Miré a mi tía con ojitos asustados aún por el repentino ataque de mi prima y moví rápido mi chupete.
-¿Lo ves, Felicia? Tiene hambre. Vamos a la cocina a hacerle el bibe.
-¡Yo también quiero un bibe! –dijo mi prima cuando ambas salieron del salón.
-Te has tomado uno en casa hace nada, jovencita –oí que contestaba mi tía.
Jesús.
Si así es como da los buenos días mi prima pequeña me alegro de no haber dormido más noches en casa de mi tía. Terminé de desperezarme y noté cómo se estiraban los músculos de mis extremidades y cómo el pañal sonaba con el roce sobre el sofá. Es otra de las cosas que intento evitar cuando llevo un pañal, que ahora es siempre, y es que no suene demasiado. Pero eso, al igual que abulte y que se vea por encima del pantalón es imposible, ya que es demasiado grande. Me incorporé de nuevo y busqué el mando del televisor. Estaba a punto de empezar Teen Titans Go! y no quería perdérmela. Pulsé las dos teclas que llevaban al canal de dibujos y en seguida oí la sintonía característica cantada por Puffy AmiYumi.
T, E, E, N, T, I, T, A, N, S. ¡GO!
Aplaudí infantilmente al ver a los superhéroes, sobre todo a Robin, mi favorito. Y no es porque se llame como yo.
Me acomodé en el sofá y me llevé una mano a mi regazo, pero no sentí a Wile. Maldije para mis adentros, pues me gusta estar siempre con mi compañero de pañales, pero me lo había dejado arriba. Mami seguro que se hubiese cerciorado de que lo llevaba conmigo al bajarme de mi habitación, pero tía Marie no podía saber lo unido que estaba yo a ese peluche. Podría subir por él, pero no quería perderme ni un minuto de la serie, ya que normalmente a esta hora estoy en el colegio y no puedo verla, así que me tuve que aguantar y verla sin el único amigo que me quedaba en el mundo.
Tía Marie apareció de nuevo con mi biberón lleno de leche caliente, y detrás iba Felicia, andando pomposamente y sujetando entre sus manos un pequeño biberón lleno a la mitad.
-Si su primo mayor se tomaba un bibe, ella quiere otro –respondió mi tía tendiéndome mi biberón.
Yo lo cogí y me quité cuidadosamente el chupete de la boca, lo dejé sobre la mesa de enfrente y me llevé el biberón a los labios.
Otro de los inconvenientes de que fuese tía Marie quien me despertara era que Mami no estaba allí para darme el bibe acunándome en su regazo. Podría pedirle a tía Marie que lo hiciese, peor me daba mucha vergüenza. Además, ese era un momento muy nuestro.
De modo que no tuve más remedio que recostarme sobre el respaldo del sofá y tomarme el biberón yo solo. Mi prima también se subió al sofá y se sentó a mi lado. Muy pegada a mí. Pañal con pañal.
-Le hace mucha ilusión tener un primo mayor como tú –dijo mi tía, que miraba la televisión pero nos observaba por el rabillo del ojo.
-¿Cómo qué como yo? –pregunté sacándome la tetina de la boca.
Se oyó un Chop parecido a cuando despegas una ventosa de un cristal.
-Ya sabes –tía Marie se encogió de hombros-. Los demás primos no le hacen mucho caso, y a ellas les gusta jugar –hablaba ahora de sus dos hijas-. Además –añadió-, ellas llevan pañales y toman biberón. Y a veces piensan que son mayores para eso, así que tener un primo de 12 años que también toma bibe y lleva pañales hace que se sientan mejor. Y si es un primo tan bueno como tú, entonces ni te cuento.
Me sonrojé un poco y volví a llevarme le biberón a la boca.
Me había puesto colorado por dos motivos. El primero era el cumplido final de tía Marie, pero el segundo era por lo que había dicho antes. Efectivamente yo era un niño de 12 años que aún usaba pañales y tomaba biberón. Pero también tenía un chupete y no me gustaba separarme de mi peluche, y eso era algo que ni Laëtitia ni Felicia hacían. Aunque Felicia dormía en una cuna y yo no. Pero ella tenía 3 años y yo 12.
Y además yo quería una cuna.
Soy un bebé.
Tía Marie acaba de decirlo. Daba igual que tuviese 12 años. Si llevaba pañales, usaba chupete, tomaba y biberón e iba a todas partes con un peluche, era un bebé. Da igual la edad que tuviese.
Las personas que hacen esas cosas se llaman bebés.
Y eso es lo que yo hacía así que eso es lo que yo era.
‘’¿Qué importa cómo seamos? Se nos conoce por nuestros actos’’ dicen en Batman Begins.
Y mis actos eran actos de bebé, así que yo era un bebé.
El único problema era que pronto tendría que volver al colegio, y no podía pasar de esas cosas.
Pañal. Chupete. Biberón. Wile.
Bueno, lo único que concierne respecto al colegio, son las dos primeras.
Pañal. Chupete.
Sobre todo la primera.
Pañal.
Me lo palpé con la mano con la que no sujetaba el biberón y escuché el sonido característico de plástico contra tela.
Mi pañal.
-¿Te gusta llevar pañal? –me preguntó mi prima de repente.
Seguro que no había dejado de observarme durante todo el rato.
No sabía qué responder y me sentí enrojecer de nuevo. Estaba mi tía presente y sabía que no apartaba el oído, aunque fingiese estar absorta con los Teen Titans.
-Sí, me gusta llevar pañal –contesté sin sacarme la tetina de la boca.
Mi prima pequeña seguía chupando y mordisqueando la suya, a pesar de que ya no le quedaba leche. No era de extrañar que se lo hubiese terminado antes que yo, ya que su bibe era mucho más pequeño que el mío y llevaba mucha menos leche, pero aun así me sentí un poco avergonzado de que una niña mucho más pequeña se lo hubiese terminado antes que yo.
-A mí también me gusta –contestó mi prima, y luego miró a su madre-. ¿Puedo yo también llevar pañales hasta que tenga la edad del primo?
Mi tía sonrió.
-Ya veremos –dijo sin dejar de mirar la pantalla.
En ese momento, Cyborg le gastaba una broma a Superman, llamándolo al móvil.
-Superman, soy yo, tu novia. Lois –decía con voz afeminada mientras los demás Teen Titans se aguantaban la risa-. Tienes que ayudarme. Estoy siendo víctima de las malvadas maquinaciones inmobiliarias de Gene Hackman.
Mi tía soltó una carcajada pero ni Felicia ni yo nos reímos. Al contrario, miramos a mi tía con  cara de estupefacción mientras chupábamos nuestros biberones.
-En serio –dijo tía Marie-, llevo un rato viendo estos dibujos y los chistes que hacen son para adultos. ¿Por qué os gustan si no pilláis la mitad?
-Me hacen gracia algunas cosas –contesté encogiéndome de hombros e inclinando el biberón para que cayesen las últimas gotas de leche.
-Y a mí también –contestó mi prima imitándome.
-¿Os habéis acabado los bibes? –asentimos-. Pues venga. Tú primero, Felicia –le dio un golpe en la espalda y eructó-. Ahora tú, Robin –mi prima se agachó y mi tía estiró el brazo por encima de ella y me dio un par de palmaditas en la espalda. Eructé rápidamente tres veces seguidas-. Listo.
Aún sorprendido por la eficacia que tenía tía Marie para hacer expulsar los gases, dejé el biberón sobre la mesa y cogí el chupete. Me lo puse y empecé a moverlo, concentrándome más en la serie que estábamos viendo y esforzándome por pillar algunos de esos chistes que tía Marie decía que eran para adultos, pero tampoco como si me fuese la vida en ello.
Al fin y al cabo era un bebé.
Pasamos la mañana viendo la televisión, luego tía Marie se puso a trabajar con su ordenador portátil y Felicia y yo nos tiramos a la alfombra a jugar con sus dinosaurios. Yo me pedí ser el tiranosaurio rex, ya que Elia y yo habíamos visto muchas veces juntos Jurassic Park, y siempre me gustaba la escena en la que el tiranosaurio ataca los coches. Felicia eligió ser el diplodocus y jugamos a una lucha mortal entre ambos, con otros dinosaurios de aliados. Mi prima no se sabía el nombre de todos los que tenía así que me los fue preguntando y yo se los fui diciendo.
-Estegosaurio. Este, triceratops. Galliminus, velocirraptor y parasaurolophus.
No me preguntéis por qué sé el nombre de tantos dinosaurios.
Este de aquí no sé cuál es –continué-. ¿Sabes que los velocirraptores en realidad no son así, sino que se parecen más a una gallina? –añadí haciéndome el culto.
Vale, sabía tanto de dinosaurios porque Elia tenía un libro en su habitación que me gustaba curiosear.
-¿En serio? Ji, ji, ji.
-Sí, lo que pasa es que para la película los hicieron así –dije sosteniendo el juguete- para que diesen más miedo.
-¿Qué película?
-Jurassic Park.
-No la he visto. ¡Mamá! –gritó de pronto-. ¡¿Puedo ver esta tarde Jurassic Park?!
-Ni se me pasaría por la cabeza –contestó tía Marie sin apartar la vista del portátil.
-¿Por qué?
-Eres aún demasiado pequeña. Te pondré En busca del Valle Encantado si lo que quieres es ver una peli de dinosaurios.
-¡Pero el primo Robin la ha visto! –mi prima no se daba por vencida.
-El primo Robin es mayor.
-Pero lleva pañales y chupete.
-¿Y qué? –mi tía miro ahora de manera severa a su hija por encima de sus gafas-. Tiene 12 años y tú 3. Cuando cumplas 10 o así entonces hablamos.
-Pero…
-Y ya no hay nada más que hablar.
-Jope –mi prima se enfurruñó y se cruzó de brazos.
-¿Quieres seguir jugando? –pregunté yo tímidamente, pues mi prima tenía cara de mal humor y yo estaba enrojecido ante otra mención de mis 12 años y mi pañal.
-¡NO! –mi prima se levantó, se fue hasta el sofá y hundió la cabeza en un cojín.
-No le hagas caso –me dijo mi tía despreocupada, que había vuelto de nuevo la cara a su portátil y numerosos números se reflejan en sus gafas-. Se le pasará enseguida. Está en la época de las rabietas por tonterías.
En ese momento mi prima soltó un chillido amortiguado contra el cojín.
Mi tía puso los ojos en blanco y siguió trabajando.
Yo volví a la selva jurásica que tenía montada sobre la alfombra, y entonces me percaté de lo que mi tía habría visto al mirarme. De lo que habría visto cualquier persona que entrara en ese momento en mi salón: un niño de 12 años con un pañal que abultaba muchísimo y que además se le veía por detrás cada vez que se estiraba para coger uno de los dinosaurios y cubiletes de plástico que reposaban sobre una alfombra que imitaba una selva, y que además llevaba un chupete en la boca.
Lo curioso, es que no había otro sitio del mundo en el que ese niño quisiese estar. Era feliz ahí, en su casa, con un pañal y un chupete, y jugando sobre una alfombra. Sin preocupaciones. Era mucho más feliz así que jugando al fútbol con otros niños. Y no digamos ya que yendo al colegio; donde se burlaban de él y lo humillaban.
Aquí no lo humillaba nadie, al contrario; le dedicaban cumplidos y jugaba con otra persona que era como él, que también llevaba pañales, usaba chupete y tomaba biberón.
Mi prima apartó la cara del cojín y le dijo muy flojito a mi tía.
-¿Me puedes cambiar el pañal, porfi?
Mi tía apartó la mirada de la pantalla y miró a su hija, muy seria.
-¿Pipí o caca?
-Pipí.
-¿Vas a enfurruñarte así otra vez?
-No… -contestó mi prima agachando cabeza.
-¿Qué se dice?
-Lo siento –y se puso colorada.
-Eso está mejor. Ven aquí, anda. Ratoncita.
Mi tía se levantó y acostó a su hija bocarriba sobre el sofá. Fue hasta la bolsa con los pañales, que descansaba en el perchero y sacó uno. Como sé que es un momento que debe ser íntimo, solo para madre e hija, gateé hasta el otro sofá y encendí de nuevo la tele. Traté de mirar la pantalla fijamente y de disimular lo que pudiese, cosa difícil, porque estaban dando El Asombroso Mundo de Gumball y no me gustaba nada esa serie.
Mi tía terminó de cambiar a Felicia y estuvieron las dos un rato sobre el sofá haciendo las típicas carantoñas que van unidas a un cambio de pañal. En ese momento eché mucho de menos a Mami. Quería que fuese ella quien me cambiase el pañal y me acunara en su regazo, y que luego me hiciese muchos mimos y jugase conmigo tras el cambio. Echaba de menos su besito en la tripita y que me cantase la canción del pañal. Quería a mi Mami… Quería que me acariciara el pelo y me pusiese mi chupete…
-¿Me das el chupete? –preguntó mi prima de pronto.
-Claro, cielo. Toma.
Y oí como mi prima movía el chupete en la boca.
No pude evitarlo y los ojos se me empañaron, pero me los limpié rápidamente con el dorso de la mano y pude contener las lágrimas. Pero intenté aferrar a Wile en mi regazo y no estaba. Seguía arriba, solo en mi habitación. Quería estar con él, y tampoco quería escuchar los mimos que tía Marie le hacía a su hija y las risitas de esta. Además, no sé por qué, pero me encontraba muy cansado. Bostecé un poco y el chupete se me cayó de la boca. Lo recogí de mi regazo y me lo volví a poner. Giré la cabeza y vi que mi tía le hacía cosquillas a mi prima sobre la tripita, como hacía Mami conmigo; y que mi prima, bocarriba, y con el pañal al descubierto, se reía y pataleaba al aire, como hacía yo.
-Tía Marie… -la llamé flojito.
Mi tía le dio un último y sonoro beso en la barriga a su hija y se giró hacia mí.
-Dime, cielo –tenía una enorme sonrisa en el rostro y estaba muy despeinada.
-Tengo un poco de sueño… -no quería decirle que echaba de menos a Mami ni que quería estar con Wile, así que fue eso lo que me salió.
-¿Quieres acostarte un ratito? –asentí-. De acuerdo –tía Marie se levantó y se colocó bien el pelo-. ¿Una siestecita antes de comer? –volví a asentir.
-¡Yo quiero seguir jugando!
-Pero el primo tiene sueño, Fel –tía Marie le colocó bien el chupete a su hija.
-¡Digo contigo! –su voz sonó amortiguada.
-Acuesto al primo y seguimos con el ataque de las cosquipistolas, ¿vale?
Mi prima asintió moviendo muy deprisa el chupete y mi tía se inclinó hacia mi sofá y me tomó en peso.
-¿Tengo que cambiarte, Robin?
Negué con la cabeza.
-Buenas noches, Robin –dijo mi prima, con la voz ahogada por el chupete.
-No es de noche, Felicia –mi tía rió-. Solo va a echarse un ratito, como haces tú a veces.
Mi tía y yo subimos escaleras arriba; ella conmigo en brazos y yo chupando mi chupete en silencio. Quería estar solo cuanto antes. Tía Marie me dio unos toques suaves en el culete, que era de donde me tenía sujeto.
-Si tienes pipí o caca, dímelo, ¿vale? Que no te de vergüenza, que sabes que yo te cambio en un periquete.
-Estoy seco –llegué a decir.
Cuando entramos en mi cuarto y tía Marie me reposó sobre la cama, me rebullí inquieto. Wile estaba solo a unos centímetros de mí. Quería abrazarlo, achucharlo, espachurrarlo contra mí. Quería decirle lo mucho que sentía que estuviese solo… Pero no quería que tía Marie viese cuánto necesitaba a mi peluche, de modo que me agité inquieto y chupé mi chupete más rápido.
-¿Tienes hambre? –me preguntó tía Marie al acercarse con el pijama que me había quitado esta mañana e interpretando incorrectamente mis chupeteos-. Puedo prepararte un biberón si quieres.
Negué con la cabeza.
Tía Marie me miró de manera extraña, pero no dijo nada y comenzó a desnudarme y ponerme el pijama. Cuando llevaba solo con un pañal, me palpó la entrepierna para asegurarse de que no tuviese pipí, como si no se terminara de fiar de mí. Tras comprobar que mi pañal estaba seco, me puso el pijama con una actitud algo más relajada.
Cuando me abrochó el último botón, gateé rápidamente hasta donde estaba Wile y lo prensé con un brazo. Después gateé hasta debajo de las sábanas.
Mi bebé.
-¿Seguro que estás bien, Robin? –ahora me volvía a mirar un poco preocupada.
-Sí, es que quiero acostarme ya.
-Está bien… -dijo no muy convencida-. Te despertaré cuando venga tu madre, ¿vale, cielo?
-Vale.
-Que duermas bien –y me dio un beso muy largo en la frente-. Hasta dentro de un rato –dijo cuando separó los labios de mi frente.
-Hasta luego –contesté, y me cubrí entero con las sábanas.
Tía Marie apagó la luz y cerró la puerta con cuidado; y yo, debajo de las mantas pude por fin abrazar a Wile. Achucharlo y espachurrarlo contra mí.
-Siento mucho que hayas tenido que estar solo –y le di muchos besitos sin quitarme el chupete-. Mi bebé. Mi compañero de pañales.
Su tacto de pelo de peluche y pañal me hizo sentir más tranquilo. Me acomodé aferrándolo contra mi pecho y, para mi sorpresa, no tardé en quedarme dormido.
 
 
*****
 
 
Me desperté, descansado y cobijado entre mis mantitas. Tenía el chupete bien aferrado en mi boquita y a Wile contra mi pecho. Me sentía muy protegido ahí, en mi refugio calentito de sábanas, con mi pijamita enterizo y mi pañal bien asegurado en mi cintura, abultándome la entrepierna e impidiendo que pudiese cerrar las piernas. Me lo palpé con una mano.
-Me he hecho pipí, Wile –le dije-. Pero no pasa nada porque llevo puesto un pañal. Ahora siempre llevo pañales. Y no pasa nada si me hago pipí o caca encima porque llevo un pañal. Soy un bebé, jijijiji –reí-. Ni gota, ni gota. Ni gota, ni gota –le canté, con una voz totalmente infantil-. Con el nuevo pañal el bebé no se moja.
Le di muchos besitos de chupete y me puse a jugar con él. A nada en concreto; simplemente lo hacía andar por el colchón mientras seguía tarareando la canción del pañal.
Entonces oí que la puerta de casa se abría y distinguí la forma en la que Mami deja caer las llaves en el cenicero. La puerta se cerró y los pasos de Mami resonaron en la entrada. Me puse muy contento de que estuviese por fin en casa, y pensé en salir de debajo de mi refugio e ir a recibirla, pero estaba muy calentito allí y fuera hacía frío. Además, prefería esperar a que Mami me sacase de la cama y me alzase en brazos, como su bebé que era.
-… durmiendo. Me ha dicho que tenía sueño y lo he acostado. Estaba un poco raro. He comprobado si tenía fiebre pero no lo parecía…
-¿Se había levantado hace mucho? –preguntó Mami.
-Unas tres horas. No llega.
-Bueno –Mami parecía que le restaba importancia-. El otro día fue muy duro para él… Se está recuperando todavía…
-Hay que ser desgraciado…
-Ya… ¿Dónde tienes a la tuya?
-Se ha quedado durmiendo en el sofá. Le he echado una de las mantas que tenías ahí por encima, espero que no te importe.
-Marie, por favor…
-Yo qué sé…
Pausa.
-¿Y…? –tía Marie empezó a hablar, con precaución-. ¿Has pensado en poner una queja en el colegio o algo?
-¿Por lo que pasó cuando sacaba a Robin de allí?
-Sí… y por lo del armario también… No sé… Cuando os ibais ahí debía de haber estado algún profesor con esos chicos…
-Poner una queja sería airear de nuevo el asunto…  Robin ya ha tenido bastante… Además… -Mami no continuó hablando.
-¿Qué pasa?
Oí como Mami soltaba un quejido antes de volver a hablar, y su voz sonó entrecortada, entre sollozos.
-Es que no sé qué hacer con todo esto, Marie… La situación está a punto de sobrepasarme… Robin… Robin no puede volver a ese colegio… No después de lo que pasó… Tú no viste sus caras… Era odio… odio real… Y el pobrecito… que no ha hecho nada… nada para merecer eso… Bastante tiene con llevar pañales todo el rato…
-Vamos, vamos –la voz de tía Marie sonaba tranquilizadora-. A Robin no le importa llevar pañales…
-Ya, pero… no podrá volver a ese colegio… Ni a ese ni a otro… No puede estar sin un pañal, Marie… Y mí me encanta que lo lleve… Es mi bebé… Pero no tiene amigos, Marie… Está solo… Yo no quiero eso para mi hijo…
Mami no paró de llorar, y mi tía dejó un rato que se desahogase.
-Escucha, hermana –empezó a hablar con voz suave pero firme-. Robin no está solo. Os tiene a ti y a Elia. Y también estoy yo. Y mis hijas. No dejaremos que esté solo nunca.
Mami soltó un hipido.
-¡Hic!... Gracias, Marie… De verdad… Mi bebé… -se sonó los mocos haciendo mucho ruido-. Luego está el tema del colegio. No aceptan que niños de más de 3 años vayan con pañales… ¿Cómo les planteo siquiera el caso de Robin? Estoy a punto de venirme abajo… Tiene que ir a clase…
-Respecto a eso…
-¿Qué pasa?
-Cuando trabajaba en Modas Largue oí que el hijo de la jefa… Que… -se paró en seco-, bueno… ya sabes… Que no es muy distinto de Robin… -dijo con cautela.
-Sí, lo sé.
El tono de Mami animó a tía Marie a continuar.
-Oí que tenía una profesora privada que iba a su casa y le daba las asignaturas del colegio.
-Pero Robin no necesita solo que alguien le enseñe Matemáticas, Ciencias o Arte… Necesita que le puedan cambiar el pañal y…
-No te preocupes –la cortó mi tía-, porque esta mujer también cambia pañales, da el biberón y en fin… hace todo eso que necesita alguien como Robin.
Un bebé. Pero tía Marie no pronunció la palabra.
-¿Y cómo…. cómo sabes tú eso?
-Una vez oí a Largue comentarlo con su secretaria –pausa-. Básicamente la oí comentar que quería despedirla. Pero también es verdad que Largue no dejaba nunca de despedir y contratar a la gente que cuidaba de su hijo.
-¿Y… crees  que podrías localizarla?
-No sé ni siquiera si sigue en el negocio, ya que es algo muy concreto y… ¿Cuántos niños puede haber como Robin?
-Si vas por Largue’s, más de los que creías.
-Puedo intentar dar con ella. Betty Bennett y Stuart Smiler eran muy amigos míos y siguen trabajando en el departamento contable de Largue’s. Les preguntaré a ellos.
-Gracias, Marie… Me estás ayudando tanto…
-No lances campanas al vuelo aún, que no hemos conseguido nada.
-Aun así. Gracias.
Me había puesto muy triste al ver que Mami lo había pasado tan mal como yo; pero luego, al saber que ya no iba a volver al cole, me alegré un poco. Aunque la perspectiva de tener una niñera-profesora tampoco me calmaba del todo, era mucho mejor que volver al colegio con toda esa gente haciéndome burla.
Mami y tía Marie comenzaron a hablar de otras cosas más intrascendentes, como la mejor manera de empanar filetes, la película de Downton Abbey que iban a estrenar dentro de poco o los preparativos que habría que hacer para el Día de Acción de Gracias en casa.
Bueno, a decir verdad, esto último no era tan intranscendente. Tener a toda mi familia en mi casa no es algo que deba tomarse a la ligera.
Mami y tía Marie pasaron a la cocina para hablar de las distintas fuentes que teníamos en casa y que podrían servir como centro de mesa. Intenté agudizar el oído para captar algo de la conversación aunque no sé muy bien para qué, porque la cháchara se había vuelto bastante aburrida. Sin embargo, hubo dos palabras que captaron de nuevo toda mi atención, hasta el punto de destaparme, salir de la cama y andar de puntillas hasta la puerta.
Esas dos palabras fueron Su y Padre.
Pegué la oreja a la puerta y escuché con atención.
-Y ahora esto… De verdad… ¿Cuántas cosas más va a tener que soportar mi pobre bebé?
-¿No hay manera de recurrir la sentencia?
-No, ya lo he hablado con mi abogada. Es una sentencia de Tribunal Supremo. No hay nada que hacer.
-Malditos jueces hijos de puta –dijo mi tía con asco.
-Me recuerdas a Elia –Mami soltó una risita nerviosa.
-Sé que es difícil, pero no te preocupes. Está bajo sospecha policial. No se le ocurrirá hacerles nada, sino irá a la cárcel.
-¿Qué más me da a mí que vaya a la cárcel o no si le hace algo a mis hijos? –y se echó a llorar de nuevo.
-Lo sé, lo sé… Ya se nos ocurrirá algo. Le vigilaremos o… No sé… Ya lo veremos… ¿Has pensado algo con Elia?
-Algo hemos hablado pero no hemos decidido nada…
-Hablaremos las tres. No voy a dejarte sola en esto, hermana.
-¡Oh, Marie!
Después se oyeron más sollozos de Mami hasta que mi prima se despertó y corrió a ver qué estaba pasando.
Yo despegué la oreja de la puerta y caminé de nuevo sin hacer ruido hasta mi cama. Una vez allí, me metí dentro y me volví a cubrir con las sábanas, intentando sentirme seguro en ese refugio del cruel mundo exterior, que no dejaba de atormentarme, como si hubiese una conjura cósmica que no me dejase ser feliz.
Solo quería ser el bebé de Mami.
¿Qué tiene eso de malo?
No me meto con nadie, no le hago daño a nadie.
Solo quiero ser un bebé.
Hice todo lo posible por volver a dormirme de nuevo.
 
 
*****
 
 
Me despertó una mano suave, esta vez conocida, que me mecía con delicadeza el hombro. Yo seguía completamente cubierto por las sábanas, pero esa mano se las arregló para saber dónde se encontraba mi hombro y mecerme suavemente.
-A despertarse, dormilón.
La voz también me era familiar.
Balbuceé molesto con mi chupete y me rebullí un poco.
-Ya lo sé, bebé. Pero tienes que levantarte ya.
La delicada mano me destapó y descubrió a un bebé aferrado a su peluche del Coyote, que chupaba un chupete y miraba a su madre con ojos adormilados.
Mami me contemplaba con una sonrisa radiante al tiempo que se sentaba en el borde de la cama y comenzaba a acariciarme el pelo.
-Has dormido mucho tiempo, bebé –me dijo-. Te has saltado la comida y has enlazado con la siesta. ¿No tienes hambre?
En ese momento me sonaron las tripas. Mami río.
-Menos mal que tengo aquí tu biberoncito –dijo levantando la otra mano agitándolo-. ¿Te lo doy ya o prefieres que te cambie antes? –sin esperar respuesta posó una mano sobre mi pañal y descubrió lo hinchado que estaba, pues me debía de haber hecho pipí otra vez.
-¡Caramba, bebé! –exclamó-. ¡Si estás lleno de pipí! ¡Vamos a cambiarte enseguida ese pañal!
Mami dejó el biberón en la mesita de noche y me destapó del todo, con lo que yo agité molesto mis extremidades, bocarriba, y balbuceando con mi chupete. Entonces Mami me izó y descubrí que mi pañal pesaba mucho. Debía de tener mucho pipí. Mami me recostó de nuevo en una postura adecuada para cambiarme el pañal y comenzó a soltarme unos a uno los botoncitos del pijama. Me lo extrajo con mucha delicadeza, y me dejó llevando únicamente un pañal súper hinchado. Entonces me soltó las dos cintas adhesivas que lo sujetaban (frunch, frunch) y descubrió el pañal.
-Vaya, sí que tienes pipí… Pobrecito…
Alzó mis piernas tirándome hacia arriba de los tobillos y me sacó el pañal. Luego comenzó a limpiarme con cuidado pero a conciencia. Yo me dejé hacer mientras miraba al techo, chupando mi chupete y pasando un poco de frío por estar completamente desnudo. Mami terminó de limpiarme, hizo una bola con el pañal mojado y me dejó allí mientras corría al armario a buscar uno nuevo. Regresó con él, otro de conejitos, y lo desplegó.
-Ya va, bebé. Ya va… -me dijo al ver que me estaba agitando inquieto-. ¿Tienes frío?
-Agu-gu, gu-gu –respondí con ansia.
-No te preocupes que te pongo enseguida tu pañal. Mi bebé –añadió-. Que no puede estar sin su pañalito.
Me volvió a levantar las piernas y pasó mi pañal por el culete, acomodándomelo bajo el mismo. Luego me pasó el pañal por la entrepierna y cubrió con él hasta poco arriba de mi ombligo. Me lo ajustó a la cintura y me lo abrochó fuertemente con las dos cintas adhesivas, tapando algunos conejitos y cubiletes con las letras del abecedario durante el proceso.
Yo me agité feliz, pero seguía teniendo frío.
-Agu-gu. Gu-gu.
Mami cogió entonces una de las mantas de mi cama y me envolvió con ella, como si fuese un recién nacido. Solo dejó mi visible mi carita, en la que se movía un chupete con ansia. Dentro de la manta no podía moverme, estaba totalmente sujeto con mis bracitos encogidos sobre mi pecho. Me sentí muy seguro allí, cobijado y protegido. Mami me acunó en su regazo mientras me daba golpecitos en mi pañal. Poco a poco fui entrando en calor, a pesar de que solo llevaba un pañal; pero la mantita que me envolvía y el abrazo protector de Mami era todo lo que necesitaba. Inmóvil dejé que ella me acunase mientras yo chupaba pausadamente mi chupete con los ojitos cerrados. Noté que el chupete se salía de mi boca, e intenté prenderlo, pero enseguida sentí una tetina rozando mis labios y desistí.
Comencé a chupar del biberón muy pausado, y me di cuenta de todo el hambre que tenía, pues no había comido nada desde el desayuno, que había sido otro biberón. También me di cuenta de que no tenía que realizar ningún esfuerzo; que allí, encogido dentro de la mantita, solo tenía que mover los labios mientras Mami me acunaba y sostenía el biberón.
 
 
*****
 
 
Salí de casa con el chupete en la boca, de la mano de Mami, y por supuesto con un pañal puesto para cuando me hiciera mis cositas encima. Mami abrió la puerta del coche y fue ella misma también quien me subió, prendiéndome de los sobacos y sentándome en el asiento trasero. Cuando me abrochó el cinturón me palmeó el pañal por delante, y yo le sonreí detrás de mi chupete.
Íbamos a Largue’s. Mami dijo que ahora que llevaba pañales todo el tiempo, lo mejor era que me comprase unos bodis para que no me asomase cuando se me levantara la camiseta. La verdad es que yo lo agradecía bastante porque que se me viera el pañal era una de las cosas que menos me gustaban en el mundo, pero el bodi nunca podría disimular el volumen del pañal abultando en mi cuerpecito así que no estaba del todo satisfecho. Pero era mejor que nada.
Llegamos a Largue´s y tuvimos suerte, porque pudimos aparcaren la calle contigua. Mami se bajó primero y luego me sacó a mí del coche izándome de nuevo en peso. Caminamos hasta la tienda de la mano.
Es curioso; iba con un pañal en público y no me sentía tan cohibido como cabría esperar.
Pero, ¿por qué iba a sentirme cohibido? Soy un bebé que se hace pipí y caca encima así que lo lógico es que tenga que llevar un pañal.
Mientras caminábamos por la acera, noté que casi todas las caras de los demás viandantes se giraban hacía la mía y se me quedaban mirando unos segundos algo estupefactos antes de apartar rápidamente la vista cuando yo me percataba. No entendía a qué podía deberse, pero me estaban haciendo sentir incómodo y moví mi chupete más rápido.
Un momento… ¡El chupete!
¡Claro, era eso!
A esas personas les debía de extrañar que un niño de 12 años fuese con un chupete por la calle. Pero lo que no sabían es que yo era en realidad un bebé, y como tal, no era raro que llevase un chupete. A Mami tampoco no parecía importarle en absoluto que la gente pudiese ver a su hijo de 12 años llevando un chupete, cogido de su mano y andando como torpemente a causa de un pañal que le reducía de manera considerable la movilidad de las piernas. Aunque no podíamos estar seguros de que se hubiesen percatado de esto último.
Llegamos a Largue’s, y su olor a pañales nos inundó nada más poner un pie dentro. Los colores claritos; azul, amarillo y rosa, bañaban la estancia y me hacían sentirme tranquilo y relajado, como si todo estuviese en armonía. Todos los objetos que poblaban las estanterías; los peluches y juguetes, los chupetes y los propios pañales le daban a ese lugar un halo de refugio en medio de un mundo demasiado grande y demasiado injusto y cruel con las personas que son como yo.
Mami tiró de mi brazo y nos encaminamos a la sección de ropa y complementos. Yo no había estado nunca en esa parte. Siempre que venía a Largue’s me iba directo a las estanterías de juguetes y peluches así que cuando vi su tamaño me quedé sorprendido. Había tres largos pasillos llenos de mamelucos, pijamas enterizos, bodis, baberos, petos y otras prendas de bebé pero de tamaño mucho más grande. Cruzamos fugazmente una hilera de perchas de las que prendían pijamas enterizos como los que me había comprado Mami, pero también había otros de superhéroes y Pokemon.
-Mami, quiero uno de esos pijamas –dije mientras volvía a mirar al frente, pues la vista se me había quedado fija en ellos.
-Luego, Robin.
Yo sabía que ese luego no llegaría, al menos no próximamente, pero no dije nada.
Soy un bebé, pero no soy tonto.
-¡Hola! ¿Puedo ayudarles? –nos saludó de pronto una dependienta.
-Ah, ¡hola! –su repentina aparición también había pillado por sorpresa a Mami-. Verá… Estábamos buscando unos bodis para el niño –al decir esto levantó un poco la mano con la que me tenía cogido con lo que mi brazo se izó ligeramente también.
-¡Pero qué niño más mono! –la dependienta se inclinó hacia mí apoyándose en sus rodillas y me miró sonriente.
Era una chica joven que no podría tener más de 25 años, negra y risueña; y como toda la gente que trabajaba en Largue’s, estaba acostumbrada a ver a niños con chupete y pañales.
-Venid por aquí, por favor –dijo muy dispuesta.
Mami y yo la seguimos, yo todavía de la mano, y nos condujo hasta la parte en la que tenían los bodis.
-Aquí es –los señaló con un ademán, situándose delante de ellos y presentándolos con la mano como si fuese un premio de un concurso de televisión-. Tenemos los de esta zona de aquí, que son lisos, los de nuestra marca… rojos, verdes, lilas… Este de aquí en amarillito clarito… -mientras iba diciendo esto no dejaba de pasar todos los bodis que estaban colgados en perchas uno detrás de otro-. Y en esta otra parte… -echo a andar de nuevo con lo que no tuvimos más remedio que seguirá-. Tenemos los de otras marcas, pero son un poquito más caros… Este de calaveras, muy a lo pirata… Este de animalitos… De cochecitos, corazones, estrellitas… En fin… Un montón, como podéis ver.
-Muchas gracias –dijo Mami.
-Si necesitan algo, llámenme –y se retiró tras sonreírnos de nuevo.
Mami tiró otra vez de mi mano y volvimos adonde estaban los primeros bodis que nos había enseñado.
-¿Qué color te gusta? –me preguntó mientras empezaba a pasarlos, como había hecho la dependienta.
Me daba igual.
-Vamos a probar estos, que creo que son de tu talla –dijo cogiendo uno azul celeste, otro verde claro y otro rosa.
-El rosa no me gusta –dije.
-Es magenta –señaló Mami.
-No me gusta.
-Está bien –lo dejó de nuevo en la percha y cogió uno en azul pastel-. ¿Qué te parece este?
-Mejor. Y el de animalitos de allí también me ha gustado –añadí.
Mami frunció el ceño. Los últimos que nos había enseñado la chica eran caros.
-Bueno, pero uno solo –accedió.
Fuimos a los probadores, que estaban diferenciados por cortinas que mostraban distintos paisajes con animales: una selva, un bosque, una granja, el fondo marino y una montaña nevada. Mami se agachó delante de la granja para comprobar que no hubiese pies dentro y descorrió las cortinas, separando  a una granjera de un cerdito. Entramos los dos al probador; yo me sentía algo expuesto, pues normalmente, cuando me metía en un probador era para probarme camisetas o pantalones, no un bodi. Y mucho menos había llevado un pañal esas otras veces. Me conocía muy bien y estaba intranquilo, podía adivinar lo que iba a pasar.
Mami colgó los bodis en el perchero junto con su bolso y empezó a desnudarme. A decir verdad solo me bajó los pantalones y me quitó la camiseta, pero me vi en ese momento llevando solo un pañal en un sitio público y no pude soportarlo. Me sentía muy vulnerable y desprotegido. Empecé a temblar, los labios se agitaron también, el chupete se me cayó al suelo y empecé a llorar desconsolado.
-Ay, no, no, no, no… Robin… -Mami se inclinó y me rodeo con sus brazos-. Ya está, Robin… -dijo tratando de consolarme-. No pasa nada, cielo...
-¡Se me ve el pañal, Mami…! –y seguí llorando.
-Aquí no te ve nadie, Robin… Mucha gente también está aquí con un pañal… No te van a decir nada…
Mami recogió el chupete del suelo y me lo volvió a poner. El llanto cesó un poco pero yo me seguí sintiendo muy expuesto con mi pañal al aire.
-Ya está, Robin… -dijo Mami al pegar un lado de mi cara contra sus pechos y empezar a mecerse rodeándome con sus brazos-. Ya está…
-No me gusta que se me vea el pañal… -logré decir, todavía llevando mi pañal al descubierto.
-Vamos a hacer una cosa, Robin –Mami se separó de mí y me miró muy dipsuesta-. Vamos a ponerte uno de estos bodis que te cubrirán el pañal, ¿vale?
-Vale… -y di un chupeteo.
Luego di otro. Luego otro y después otro.
Comencé a mover mi chupete y me fui sintiendo mejor.
Mami me tiró del asa cariñosamente y se levantó para coger uno de los bodis del perchero. El de los animalitos.
-A ver, mete la cabecita por aquí –me dijo mientras enrollaba el bodi entorno al cuello.
Mami me pasó el bodi por la cabeza y luego los brazos por las mangas. Después lo fue desenrollando hacia abajo siguiendo mi cuerpecito hasta que llegó al pañal. Entonces desplegó dos solapas, una por delante y otra por mi culito, y siguió bajando el bodi hasta que me cubrió el pañal. Luego se volvió a agachar y cerró las dos solapas debajo del pañal con dos botoncitos.
-Esto será más fácil si estás tumbado –dijo apartándose el pelo de la cara mientras se incorporaba-. ¿Qué tal?
Lo primero que hice fue palparme el pañal. Lo sentía incluso más sujeto a mi cuerpecito. Luego me miré en el espejo y vi que el bodi me cubría como el traje de Robin, pero sin el cinturón, lo cual me gustó. Sin embargo, el ayudante de Batman, no tenía el culito y la entrepierna acolchada, y yo sí. Mi cuerpo era delgadito y el bodi se ajustaba perfectamente, pero cuando llegaba a mi cintura dibujaba el contorno abultado del pañal, y este asomaba un poquito también por debajo. Pero por lo demás me sentía muy cómodo con el bodi puesto.
-Creo que esta es tu talla –dijo Mami mientras me observaba y me daba una palmada en el culito-. Voy a llamar a la chica para preguntarle, por si acaso.
Antes de que pudiese darme cuenta, Mami salió rápidamente del probador y volvió a correr la cortina. Me empecé a sentir inquieto así que moví mi chupete más rápido, pero Mami volvió a aparecer enseguida acompañada de la misma dependienta. Descorrieron las cortinas y me vieron allí, solito y encorvado con los brazos en torno a mi pecho mientras chupaba mi chupete.
Alcé los ojos para mirarlas.
Di un chupeteo.
-Qué mono está –dijo la dependienta.
-Gracias. ¿Cómo se lo ves tú?
La dependienta se agachó y me tiró un poco del bodi hacia arriba.
-Yo se lo veo bien. ¿Los pañales que lleva son de aquí?
-Sí, ¿por?
-Nuestros bodis se adaptan mejor a nuestros pañales que a otros. ¿Te aprieta….?
-Robin –dijo Mami.
-Robin, me gusta ese nombre –masculló la dependienta-. ¿Te aprieta el bodi, Robin?
Negué con la cabeza.
-Es que es un poco tímido –se disculpó Mami-. Y es la primera vez que viene a comprarse Bodis, y verse aquí con un pañal…
-Entiendo –la dependienta se quedó en cuclillas, con sus ojos a la altura de los míos y me miró-. No debes avergonzarte por ser como eres, Robin. Ni aquí ni en ningún sitio. Pero, eh –me levantó la barbilla-, aquí estarás a salvo. Hay muchos más como tú, y te garantizo que se sienten igual. Que no te dé pudor ir con un pañal –me dio dos cachetes suaves en el culito-. ¿Te gusta el bodi?
-Sí… -logré decir muy flojito.
-Pues eso es lo importante.
Se levantó y me miró con los brazos en jarras.
-¿Vas a volver a llorar cuando vengas a Largue’s?
Negué con la cabeza.
-¿Perdón?
-No… -dije flojito.
Mami me dejó ese bodi puesto vistió de nuevo. Cogimos todos los bodis y fuimos a pagar.
En el mostrador estaba la misma chica que nos había atendido.
-¿Cuántos bodis han sido al final?
-Cuatro –contestó Mami.
-Aquí solo hay tres –dijo la chica extrañada separándolos uno a uno.
-El otro lo lleva puesto –dijo Mami mirándome a la vez que sonreía satisfecha.
La chica también me sonrió. Nos cobró y nos regaló dos pegativas de un osito d epeluche con un pañal y nos dijo que podían pegarse  en el cabecero de la cama.
-O de la cuna –añadió.
Salimos de Largue’s con la bolsa que contenía todos mis bodis y que Mami llevaba de una mano. Yo le agarraba la otra y chupaba mi chupete, algo más relajado.
Mami me miró fijamente y dijo con una sonrisa.
-Anda, ven. Que nos vamos a merendar.
Entramos en una cafetería del centro de Chicago. Era grande pero las mesas eran muy pequeñitas, y estaba atestada de gente. En su mayoría jóvenes que miraba su ordenador portátil absortos y bebían café de sus vasos con tapa, de manera que nadie se percató de que entró un niño de 12 años llevando un chupete
-Ya sé por qué le ponen tapadera a esos vasos –dijo Mami cuando entramos tras echar un vistazo a la clientela.
-¿Por qué? –pregunté.
-Para que no se tiren el café encima o se les caiga en el teclado, porque están mirando las pantallas embobados.
Yo reí por lo bajini.
-A lo mejor sería mejor si tuviesen un biberón –dije con un poquito de vergüenza.
Mami me miró y río.
-Pues sí, a lo mejor es mejor así.
Nos sentamos en una mesa con cuatro pequeñas sillas dispuestas alrededor. Mami dejó las compras sobre una silla vacía y apoyó los codos sobre la mesa.
-¿Qué vas a querer tomar?
-Pues no sé… -contesté pensativo, y di un chupeteo-, ¿qué tienen?
-Habrá que preguntarle a la camarera. ¿Qué te apetece? ¿Dulce? ¿Crepes? ¿Muffins?
-¿Tú sabes lo que son muffins? –pregunté sorprendido, y reí tontamente.
-¡Claro! –se ofendió Mami-. Tienes una madre muy moderna.
-Bueno….
-¿No soy moderna? –se ofendió con un gesto teatral.
-Ves Downton Abbey.
-Qué pesado con Downton Abbey.
-Ji, ji, ji. Lo que sí eres –dije- es la mejor madre del mundo y muy buena. Y la que mejor cambia de pañal en el mundo.
Mami me miró y se le enterneció la mirada.
-¿En serio piensas eso, mi bebé?
-Claro que sí –y me sonrojé.
Era verdad.
Mami era la persona del mundo que yo más quería. Solo un poquito, pero muy poquito más que Elia.
Y no necesitaba a nadie más. El resto del mundo me importaba muy poco.
Bueno, quizá tía Marie sí.
-Mi bebé –Mami me dio un sonoro beso en la mejilla.
La camarera carraspeo para hacer notar su presencia.
-¿Qué van a querer tomar? –nos preguntó sacando una libreta y un bolígrafo de su delantal.
Levantó la cabeza y vio mi chupete, se puso roja y volvió a agacharla.
-Yo me tomaría un café con leche y un crepe de chocolate. ¿Robin?
-Un crepe también –contesté.
-¿Nada de beber? –me preguntó la camarera, que se resistía a mirarme.
Yo sí miré a Mami, sonriendo un poquito avergonzado. Mami me miró y asintió, con una mirada que decía Si es que eres incorregible.
-¿Leche de cereales puede ser? –preguntó.
-Sí, claro –contestó la camarera mientras lo anotaba en la libreta.
-Pero… -comenzó Mami mientras rebuscaba en su bolso.
La camarera levantó la vista de su libreta y la miró con expresión recelosa. Miró fugazmente a mi chupete.
-¿Me lo podéis echar aquí en vez de en un vaso? –preguntó Mami sacando mi biberón y sosteniéndolo delante de su cara.
-Sí… Sí, claro –dijo la camarera un poco abochornada, y tomó el biberón con la punta de los dedos índice y pulgar, como si temiera contagiarse de algo.
Mami dio una palmada y se frotó las manos.
-¿Te gusta este sitio?
-No está mal…
-¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos en un bar y tú traías un pañal? –me preguntó con expresión triste
-¿En la comida con la familia la otra semana?
-No, eso era un restaurante. Digo un bar… Una cafetería, vamos.
Me acordaba.
Mami lo debió de intuir también por mi expresión.
-Todo va a salir bien, Robin –se calló de repente y cerró los ojos, conteniendo unas lágrimas que apenas llegaron a brotar-. Esta vez te prometo que todo va a salir bien.
Yo aparté la silla y me subí a su regazo. Me senté sobre sus rodillas y la abracé, pegando mi cabeza a sus pechos.
-Lo sé, Mami –contesté.
La camarera llegó con nuestra comanda: los dos crepes, el café y el biberón de leche de cereales. Este último iba también encima de un platito pequeño como el café. La camarera los dejó precipitadamente sobre la mesa y se marchó.
-Que aproveche –dijo cuando ya había dado media vuelta.
Mami me abrazó con un brazo para evitar que me cayese, y cogió el biberón con la otra mano.
-No parece que queme –dijo tras apretarlo fuertemente, luego se inclinó y me susurró al oído-: ¿quieres que te lo dé?
Había entrado a la cafetería con el chupete en la boca, llevaba un pañal y había pedido el biberón. Que Mami me lo diese era una consecuencia lógica.
Asentí.
Mami me quitó el chupete de la boca con delicadeza y lo dejó sobre la mesa, al lado de su crepe de chocolate. Se acomodó en la silla, lo que era difícil pues era muy pequeña y además me tenía a mí encima, e inclinó el biberón hacia mis labios. Yo me incorporé un poquito para hacerle el trabajo más fácil y cerré la boquita en torno a la tetina. Me acomodé la cabecita sobre una de las tetas de Mami y empecé a tomarme el bibe.
Me daba igual estar en un sitio público y que la gente pudiera verme. Me daba igual lo que pudiesen pensar. Incluso a estas alturas me hubiese dado igual que alguno de mis amigos (mis ex amigos) hubiese asomado por la puerta y me viese encima de Mami tomándome un biberón.
Había asumido que era un bebé, de modo que lo que estaba haciendo era perfectamente normal. Cerré los ojitos y me concentré en disfrutar del biberón, de estar encima de Mami, de sus cachetes suaves en mi pañal. En definitiva, de ese momento entre madre y bebé.
-La gente nos está mirando, Robin –me dijo Mami al oído.
-Me da igual –contesté abriendo los ojos y viendo que así era.
La mayoría de comensales estaban concentrados en sus ordenadores portátiles y nos dedicaban miradas furtivas, pero otro muchos nos miraban directamente y le daban codazos a sus compañeros de mesa para que lo hiciesen también.
Madre mía, alcancé a oír.
Será posible, escuché también.
Soy yo y me muero de la vergüenza. Tanto la madre como el hijo.
Están ahí cómo si nada.
Algunos eran cuchicheos, otros no se cortaban un pelo.
Mami me limpió unas gotitas de leche que corrían por mi barbilla.
-Ni caso, bebé.
-Ya lo sé.
Y volví a cerrar los ojitos.
-Perdonen.
Los volví a abrir.
-¿Sí? –le preguntó Mami muy tranquila al hombre que acababa de llegar, sin dejar de darme el biberón.
Era un señor cincuentón, panzudo, calvo y con un bigote poblado que le ocultaba el labio superior. Se secaba el sudor de la cabeza con un pañuelo de tela y se le veía visiblemnete incómodo.
-¿No pueden hacer eso en otro sitio?
-¿El qué? –preguntó Mami igual de tranquila, pero me apretó un poco más fuerte.
-Esto que están haciendo.
-¿Merendar?
-Ya sabe a lo que me refiero –gruñó secándose más el sudor.
-Es que no estamos haciendo otra cosa.
-Lo que está haciendo con el crío.
-Darle la merienda. Merendar –enfatizó Mami.
-Señora, no me vacile. Sabe muy bien a lo que me refiero.
-No, no lo sé. Le estoy dando un biberón a mi hijo. ¿Qué problema hay?
-¡¿Con esa edad?!
-Bueno, ¿y a usted qué le importa?
-Me importa porque soy el encargado, señora.
-¿Y en esta cafetería no se le puede dar el biberón a un niño?
-No se trata de… -el encargado no lograba encontrar las palabras-. Es decir… Es bochornoso… Esto. Algunos clientes se han quejado.
-A mí me la trae completamente al pairo, Harold –dijo uno.
-Y a mí –dijo otra.
-Pues a mí me parece un espectáculo bochornoso. Si quieren hacer eso, háganlo. Pero en su casa.
-¿Eres tonta o llevas mierda en los bolsillos? –le espetó la última chica que nos había defendido.
Yo tenía los labios en torno a la tetina del biberón pero había dejado de chupar. Me hice pipí.
-¡¿Pero tú quién eres para hablarme así?! –le gritó la mujer del espectáculo bochornoso a la chica.
-A ver, a ver… Haya paz –el encargado intentaba reconducir la situación. Volvió a girarse hacia Mami-. Lo siento, señora, pero tengo que pedirle que se marche. Lo que se ha tomado corre a cuenta de la casa si se marcha ya. No queremos problemas.
-¡¿Pero qué problemas, payaso?! –le gritó Mami poniéndose de pie de golpe y casi haciendo que yo me cayese al suelo-. ¡Solo estoy aquí dándole la merienda a mi hijo! ¡¿Tienes algún puto problema con eso?!
Entonces, por primera vez, vi de dónde había sacado Elia su carácter y su ímpetu para luchar por las que ella consideraba causas justas.
-Si son ustedes unos enfermos entonces sí que tengo problemas, señora. No se lo vuelvo a repetir: salga del restaurante. Las depravaciones se las guarda para su casa.
-¡¿Pero qué depravaciones puto pervertido?! –Mami estaba fuera de sí. Miraba al hombre con aspecto de querer sacarle los ojos de las cuencas.
-Ya me ha oído –el pañuelo de tela del hombre estaba empapado de sudor, y su cabeza, cuello y sobacos también-. No me obligue a llamar a la policía.
-No te pases, Harold –le dijo el primer chico que nos había defendido.
-No te pases tú, Paul. Vuelve a tu contabilidad y no te metas en esto.
-¡¿Y con qué excusa vas a llamar a la policía?! ¡¿Con la de que le estaba dando el biberón a mi hijo?!
-¡Señora, váyase ya y déjese de excusas! ¡Será mejor para todos! ¡Y para su hijo!
No era la primera mujer que nos había abroncado, pero Mami cogió la taza de café que estaba sobre la mesa y se la tiró a la cara. No fue a darle, por lo que la taza se estrelló contra la pared de detrás y quedó hecha añicos en el suelo.
-¡Maldita loca! –la mujer venía a por Mami, pero otra que estaba a su lado la retuvo.
De todas formas, tras tirarle el café, Mami no le había prestado atención.
-Váyase, señora –repitió el encargado imbécil-. YA.
Mami sabe reconocer una derrota, aunque sea la más injusta de todas. Nadie en ese bar iba a mover un dedo para defendernos, más allá de unas cuantas palabras envalentonadas. La sociedad es injusta, cruel y miserable. Sobre todo con los que son diferentes, con los que no entran en el canon de normal. Y la gente. La gente es lo peor. Si algo me ha enseñado mi vida es que la gente hace daño. Que es mejor estar solo.
-Vámonos, Mami –dije muy flojito-. Por favor, no merece la pena.
-Hágale caso al bicho raro de su hijo, señora –dijo en el encargado.
Con toda la tranquilidad del mundo, Mami cogió los dos platos de crepes que había sobre la mesa y le estrelló uno en cada lado de la cara. Chocolate, sirope y azúcar restallaron a su alrededor, machándole toda la cabeza y su vieja y sudada camisa. Los platos saltaron en mil cristales cuando cayeron al suelo. Siguiendo con una tranquilidad pasmosa, Mami abrió su cartera y sacó un billete de veinte dólares. Lo dobló y se lo metió al encargado en el bolsillo de su camisa.
Cogió de la silla la bolsa con los bodis y me tendió la otra mano.
-Vámonos, bebé.
Le di la mano a Mami, y ella me aupó. Y los dos, juntos con la cabeza bien alta, salimos del bar.
 
 
*****
 
 
En casa, recostado bocarriba sobre la cama de Mami mientras ella me cambiaba el pañal, que me había hecho caca después de cenar. Me comportaba dócilmente mientras ella me limpiaba con movimientos delicados y suaves. Cuando terminó cogió el pañal que había dejado previamente a mi lado y lo desplegó para empezar a ponérmelo. Primero me levantó las piernas tirando de mis tobillos hacia arriba, después me pasó el pañal por el culito y lo dejó reposar encima de él. Luego lo acomodó para que se quedase correctamente colocado y me lo pasó por la entrepierna, cubriéndome con la parte interior del pañal mis partes y hasta el ombligo. Luego Mami mantuvo presionado el pañal a mi cuerpecito con una mano y con la otra abrochó una de las cintas adhesivas sobre una franja de conejitos. Luego hizo lo propio con la otra, dejándome el pañal bien sujeto.
Agité mis extremidades, feliz.
Mami se inclinó y me besó en la tripita.
Como me hizo cosquillitas, pataleé el aire.
-Mi bebé, ¿es que estás tú feliz? –me dijo poniendo su voz infantil.
-¡Chi! ¡Ji, ji, ji!
Ni Mami ni yo habíamos vuelto a mencionar el incidente del bar al llegar a casa. Mami me hizo probarme todos los bodis y enseñárselos a Elia como si fuese un pase de modelos. Mami decía Ya, y yo salía de mi habitación, llevando solo el bodi (y el pañal debajo, por supuesto) y moviéndome como si desfilase en una pasarela. Mami y Elia me hacían palmas y yo estaba superencantado y megafeliz de ser un bebé tan querido por su Mami y su hermana.
-¿Y por qué estás tú feliz? –me preguntó ahora Mami poniendo carita risueña y haciéndome una carantoña en la barriguita.
-Porque me has cambiado el pañal –contesté, y me llevé las manos al mismo, riéndome como un bebé.
-Es que mi bebé tenía caquita en su pañalito y eso no podía ser –Mami palmea mi entrepierna acolchada.
Vuelvo a reír.
-¿A qué ahora mi bebé está mejor?
-¡Síiii!
Mami empezó a mover su cintura de un lado a otro.
-Ni gota, ni gota –entonó.
-Ni gota, ni gota –seguí yo haciendo palmas.
Tumbado sobre la cama y solo llevaba puesto un pañal.
-¡Con el nuevo pañal…!
-¡…El bebé no se moja! –terminé.
-¡¡Muy bieeeen! –Mami empezó a hacerme palmas-. ¡Muy bien, mi bebé!
Yo aplaudí con entusiasmo, pero entonces Mami hizo una cosa que llevaba sin hacer la mitad de mi vida: se tapó los ojos con las manos y dijo:
-¿Dónde está el bebé?
Mi cara de felicidad se tornó a asustada. Dejé de hacer palmas y se me escapó un poquito de pipí.
Tenía 6 años y estaba durmiendo intermitentemente en una estrecha cama que era poco menos que un catre. Digo intermitentemente porque era verdad. Esa mañana mi progenitor biológico había pisado y destrozado mi chupete contra el suelo y me había empapado con la manguera en el jardín. Mami me salvó, y después de ponerme un pañal, me había metido en mi cama y había pasado todo el día gritándole a mi padre por toda la casa, envuelta en ira y llanto. Incapaz de moverme, permanecí todo el tiempo en mi cama, haciéndome pipí encima y acumulándolo en el pañal. Cuando Elia llegó del instituto y me cambió, el pañal estaba ya a punto de reventarse. Mi hermana pasó toda la tarde conmigo en mi habitación, intentando distraerme y que jugase a algo, pero yo era incapaz hasta de hablar. Solo miraba al frente y mojaba el pañal.
Mi padre y Mami se gritaban sin parar y se oía el ruido de platos rotos contra el suelo y sillas volcándose. No vino ningún vecino. Ni la policía, nada. Elia salió un par de veces y me dijo siempre que me escondiese y que no saliera pasara lo que pasara u oyese lo que oyese.
Yo no podía moverme así que solo habría podido hacer lo segundo. No recuerdo nada de lo que se gritaba ni se decía. Oía el ruido de voces pero no las entendía. Era como si aunque estuviesen pared con pared se encontrasen en realidad muy lejos, en un sitio que no tenía que ver conmigo. En otro mundo.
Yo solo me hacía pipí encima, incapaz de controlarme o de intentarlo siquiera. No sé la cantidad de pañales que Elia pudo cambiarme aquel día. Dice que diez. Otras que doce.
Cuando se hizo de noche, cesaron los gritos. Elia me dijo que intentase dormir y salió de mi habitación. Yo me quedé en la misma posición que había mantenido casi todo el día: tumbado bocarriba sobre la cama, con la mirada y la mente ausentes.
Sombras de monstruos deformes pero aspecto de mi padre me acechaban por doquier. Me escupían y me mojaban entero y se carcajeaban con esa risa que olía a whisky y alcohol. Yo corría sin parar de hacerme pipí encima y me escondía en un rincón del jardín. Entonces una serpiente se enroscaba me acorralaba y su extremo de la cola se tornaba látigo, que me azotaba sin parar mientras con la boca me escupía una y otra vez.
Era mi castigo. Lo había aceptado. Ya ni trataba de zafarme. Adopté el dolor como algo mío, inherente a mi ser. Axiomático.
Entonces no pude respirar. Ahora sí que me moría.
Abrí los ojos y vi a mi hermana inclinada sobre mí tapándome la boca y la nariz.
-Lo siento mucho, Robin. Pero no te despertabas y no tenemos tiempo.
Estaba tapado, hecho un ovillo debajo de las sábanas, pero con el pañal muy mojado. Sentía su peso alrededor de mi cintura.
-¿Estás mejor?
-Sí –respondí.
-Vale, se te ha pasado un poco. Eso es bueno –me acarició el pelo.
-Necesito te levantes ya –me dijo en voz baja muy deprisa.
-¿Qué hora es? –estaba todo a oscuras.
-Eso da igual. Nos vamos.
-¿Cómo que nos vamos?
-Nuestro padre está durmiendo borracho en el salón. Mamá está haciendo las maletas a toda prisa. Nos vamos ya. Es ahora o nunca.
-Pero el pañal…
-Olvídate del pañal. Luego te cambiamos.
-Pero… -me incorporé en la cama y pude notar que en efecto mi pañal estaba a rebosar de pipí, y también que me había hecho caca-. ¿Adónde vamos?
-Adonde sea. Cualquier sitio es mejor que esta casa. Escucha –me dijo apremiante-. Todo esto es tiempo que estamos perdiendo. Voy a mi habitación a coger mi mochila. Tú mete en la del colegio todo lo que necesites. Pero rápido y en silencio. No hagas ningún ruido, Robin. Cuando esté lista pasaré por ti. Mamá nos está esperando en la puerta. Rápido, Robin. Y en silencio, por lo que más quieras.
No tenía absolutamente nada de valor, porque mi padre me había hecho pedazos mi chupete esa mañana, de modo que saqué todos mis libros del colegio y lo único que metí en la mochila fueron los pañales que me quedaban. Elia dice que fue una bonita metáfora. No tenía ningún recuerdo bonito de esa casa y desde luego no quería llevarme nada que pudiera recordarme a algo de modo que eso fue todo lo que me llevé.
Elia llegó enseguida a mi habitación. Yo la estaba esperando con el pijama puesto porque esperaba a que me cambiase para vestirme.
-¿Listo?
-Sí. Pero tengo pipí.
-Luego, Robin.
Mi hermana me cogió en brazos y salimos al salón. En medio del suelo estaba mi padre tumbado bocabajo y roncando. Había una botella de Johnnie Walker medio vacía a su lado. Alrededor, quedaban restos de la pelea con Mami: vasos rotos, sillones hechos jirones, jarrones volcados…  El salón era pequeño. Elia pasó conmigo en brazos por encima del cuerpo de mi padre, que dio un estertor en sueños. Nos quedamos quietos. Elia tenía un pie a cada lado de su espalda. Se me escapó más pipí, y estoy seguro de que a mi hermana también, aunque nunca me lo ha confirmado. Aguantamos conteniendo la respiración varios segundos, pero mi padre empezó a roncar de nuevo y Elia terminó de saltar sobre él.
En el jardín no estaba esperando Mami con su vieja maleta de cuero marrón gastado a su lado.
-Mi bebé, mi pobre bebé. Mi bebé. Mi bebé –me cogió de los brazos de Elia y me pegó a su cuerpo-.Enseguida te cambiamos, no te preocupes. Mi bebé. Mi bebé –se dirigió a Elia-. ¿Dónde estaba?
-Donde lo dejaste tú hace un rato.
-Vale. Yo llevaré a Robin. ¿Puedes coger tú las maletas?
-Sin problema.
Elia se cargó su mochila por detrás y la mía por delante, cogió la maleta de Mami con una mano y nos siguió calle abajo, sin dejar de mirar hacia atrás.
-Si nos damos prisa, hay un autobús nocturno que pasa por la Avenida Kelawey en quince minutos. Tal vez nos dé tiempo a cogerlo –dijo Mami.
-Si nos damos prisa.
-Pues vamos –apremió.
Andamos rápidamente. Yo no podía dejar de sentir mi pañal lleno de pipí, pero había problemas mayores.
-Te cambio en cuanto podamos, Robin –no dejaba de repetir Mami.
Yo no contestaba. La situación era bastante delicada. Seguíamos estando en peligro, y tenía mucho miedo.
-¿Has cerrado la puerta de la casa, Elia?
-Mamá, he salido con Robin cagando leches de ahí. No podía pararme a cerrar la puerta.
-¡Pero entonces ese malnacido verá que nos hemos ido! ¡O algún vecino la verá abierta y…!
-¡Mierda, Mamá, ni un puto vecino se ha acercado hoy! ¡¿Crees acaso que…?!
Entonces oímos un grito que nos heló la sangre.
-¡¡EEEEERGH!! ¡HIJA DE PUTA!!
La voz era más bien el alarido de alguien que se esfuerza por intentar juntar dos palabras. Nos giramos y ahí estaba mi padre, calle abajo. Siguiéndonos como podía, porque le cortaba mantenerse en pie. Iba dando tumbos a los lados y apoyándose en lo que encontraba a su paso. Volcó unos cubos de basura y se cayó encima, pero se volvió a levantar tambaleándose.
-¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL CRÍO?!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!!! ¡¡¡HIJAS DE PUTA!!! ¡¡¡QUE SE ENTERE TODO EL BARRIO DE LO PUTAS QUE SOIS!!
Nos quedamos mirando ese lamentable espectáculo como estatuas, sin poder reaccionar. Yo me volví a hacer pipí de miedo, con lo que el pañal no pudo aguantar más y empecé a mojarme el pijama.
-¡¡¡¿DÓNTE ESTÁ EL BEBÉ?!!! ¡¡¿DÓNDE ESTÁ ESE CRÍOOOO?!!! ¡¡¡AÚN NO HE TERMINADO CON ÉL!!! ¡¡HIJAS DE PUTAAAAA!!!
-¡¿ QUÉ COÑO ESTAMOS HACIENDO?! ¡¡A CORRER!!
Elia echó a correr la primera, arrastrando a Mami de una mano, pues tanto ella como yo estábamos petrificados viendo a ese ser acercarse.
Era como en mis pesadillas. El monstruo venía hacia mí y yo no podía escapar. Casi podía olerle el aliento a whisky desde donde estábamos.
-Aydismíoaydiosmíoaydiosmío -no dejaba de implorar Mami apretándome muy fuerte contra ella.
-Venga, Mamá. Vamos, vamos, vamos. No dejes de correr. Pase lo que pase, no dejes de correr. Está gordo y está borracho. Nunca va a poder alcanzarnos.
Era verdad. Mi padre casi no podía ni tenerse de pie. Se tambaleaba y maldecía al aire. Muchas luces de muchas casas se encendieron, pero no salió ningún vecino. Ese ser no nos iba a alcanzar, pero lo que nos daba miedo eran sus gritos.
-¡¡¡MALDITAS ZORRAS HIJAS DE PUTA ZORRAS!!! ¡¡¡DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ!!! ¡¡¡DEVOLVÉDMELO QUE TERMINE CON ÉL!!!
Mami no podía parar de llorar, ni Elia tampoco. Pero ninguna podía parar de correr.
-La Avenida Kelawey está dos calles más allá, Mamá. Venga, vamos a conseguirlo.
Pero Mami se derrumbó y cayó, conmigo en brazos.
-No. Nononono. Ahora no, Mamá –Elia tiraba de su brazo para levantarla-. Venga, levanta.
-¡¡¡HIJAS DE PUTA!!! ¡¡ESPERADME AHÍ A QUE LLEGUE!! ¡¡OS VOY A VIOLAR A LAS DOS!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!!! ¡¡¡LE VOY A OBLIGAR A MIRAR, Y LUEGO A LIMPIARME LA POLLA A LAMETONES!!!
-Mamá, por favor –le imploró Elia tirando de su brazo-. Casi lo hemos conseguido. No dejes que gane.
-Levanta, Mami –le dije yo, y empecé a tirar del otro brazo hacia arriba.
Mami levantó la vista del asfalto y me miró a los ojos. Estaba llorando. Se la veía que no podía más. Había sufrido demasiado. No podía más.
-Mamá, por favor –Elia parecía también a punto de venirse abajo-. Te necesitamos, Mamá.
-¿Quién va a cambiarme el pañal, Mami?
Pero mi Mami podía más. Se incorporó dando un alarido al cielo, me cargó en peso y echó a caminar de nuevo.
-¡¡¡ZORRAS DE MIERDA!!! ¡¡¡PUTAS MALNACIDAS!!! ¡¡¡NO SE OS OCURRA MOVEROS!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉEEEEE?!!!!
Llegamos a la Avenida Kelawey y vimos que el autobús pasaba de largo de la parada porque no había nadie.
-Mierda. Nononono. Por mi coño que no.
Elia tiró la maleta de Mami al suelo, se descolgó las dos mochilas y echó a correr detrás del autobús.
Detrás nuestra los gritos.
-¡¡¡HIJAS DE PUTA ZORRAS HIJAS DE PUTA!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!!! ¡¡TRAÉRMELO AQUÍ!!! ¡¡¡OS VOY A VIOLAR!!!
Pero delante nuestra otros gritos.
-¡¡¡ME CAGO EN LA PUTA, PARA EL PUTO AUTOBÚS!!!
Elia alcanzó la parte de atrás del autobús y le dio un puñetazo con todas las fuerzas que le quedaban. Elia se cayó al suelo, pero el autobús frenó.
-¡¡¿Estás loca, niña, o es que vas colocada?!! –el conductos bajó y empezó a encararse con Elia.
Mami me dejó en el suelo y echamos a correr hasta el autobús. Ella cogió su maleta y la mochila de Elia y se las cargó de cualquier manera, y yo llevaba mi mochila llena de pañales en la espalda.
-¡¡¡HIJAS DE LA GRAN PUTA!!! ¡¡¡ZORRAS DE MIERDA!!! ¡¡¡OS VOY A MATAR!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!!!
Al vernos correr hacia el autobús, y sobre todo oír los gritos que nos seguían y ver también a un borracho que no podía ser más patético, el chófer volvió a encararse con Elia.
-A mí no me metáis en vuestras movidas. El turno de noche es tranquilo y…
Pero Elia se levantó y lo fulminó con la mirada. Le habría escupido.
-Pues arranca tu puto autobús y vámonos de aquí. Pero nosotros vamos a subir.
Y subimos.
Primero Mami y yo, y después Elia con el conductor.
A lo lejos y mientras el autobús se iba seguíamos oyendo los gritos.
-¡¡¡ZORRAS DE MIERDA!!! ¡¡¡HIJAS DE PUTA!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?!!! ¡¡¡OS JURO QUE OS PERSEGUIRÉ ADÓNDE VAYÁIS!!! ¡¡¡NO OS VAIS A LIBRAR DE MÍ!!! ¡¡¡TRAIDORAS HIJAS DE PUTA!!! ¡¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉEEEEE?!!!
Pero nos íbamos. Lo dejábamos atrás. Junto con el resto de nuestro pasado.
El autobús estaba completamente vacío así que decidimos sentarnos al fondo, para poder estar los tres juntos. Yo me senté en el medio y Mami y Elia se acurrucaron sobre mí. Estábamos en silencio, cada uno sobrellevando su propio dolor, que era también un dolor compartido. Un dolor nuestro.
-¿Puede alguien ya cambiarme el pañal? –pregunté.
Y Mami y Elia estallaron en carcajadas. Lloraban de la risa expulsando en cada lágrima y en cada carcajada una tensión y a la vez una liberación. Éramos libres, esa risa lo demostraba. Una risa casi maníaca, pero una risa contagiosa, sana. Porque no hay risa más sana de quien ha podido por fin encontrar aquello que llaman felicidad.
¿Adónde íbamos?
No importaba.
¿Qué nos depararía el futuro?
Tampoco importaba.
Estábamos juntos. Eso era lo importante.
No había nada más importante.
Nos bajamos del autobús en la última parada, para estar lo más lejos posible de aquel lugar. Era ya casi de día y entramos en una cafetería que recién abría sus puertas. Era el típico bar de camioneros, de gente currante de pico y martillo, de hombres en general. Así que ver aparecer por la puerta a dos mujeres con un niño de 6 años que todavía llevaba pañales en brazos debió como mínimo desconcertarles.
Pero no nos hicieron mucho caso. Nos sentamos al fondo y pedimos el desayuno. Esa fue la última vez que bebí leche de un vaso. Mami me cambió por fin el pañal en el baño, pero yo seguí intranquilo, con lo que no tardé en volver a mojarme.
Salimos fuera, sin tener muy claro adónde ir a continuación.
Había empezado a llover.
Mami me compró un chupete para intentar calmarme un poco. Yo lo tomé entre mis labios y desde entonces no he dejado de chuparlo.
Llegamos a casa de mi tía Gayle, mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso) y el resto de la historia ya la conocéis.
Sin embargo, aunque todo haya salido bien al final, hay una frase, una voz, un grito desgarrador de alcohol y tabaco en medio de la noche que me atormentará siempre.
¿Dónde está el bebé?
Ese ser me quería a mí.
Había amenazado con hacerle cosas horribles a Elia y Mami, pero me quería a mí.
Había preguntado por mí.
Y el siguiente fin de semana me tendría con él.
Nunca me había llamado Bebé; solo lo hizo esa noche y untando cada letra de una repulsión infinita.
Y el fin de semana siguiente me tendría con él.
Así que cuando Mami dijo ¿Dónde está el bebé?, lloré.
Lloré mucho.
Mami enseguida se dio cuenta de su error y lloró conmigo.
Me cambió de nuevo el pañal, me mimó, me dio también el biberón que se había quedado a medias esa tarde y me acunó en su pecho hasta que me quedé dormido llorando.
Y no soñé con sombras monstruosas que olían a tabaco y whisky y me maltrataban, no.
Soñé que era un bebé. El bebé de Mami. Y que ella estaba siempre cuidándome y protegiéndome.
Y al despertar ese sueño era real.
Y dejé de llorar.