31 de octubre de 2015

Mea Culpa

Hola a todos! 
El título de la entrada lo dice bien claro. Os quiero pedir perdón a los que habéis estado esperando un nuevo capítulo de Canción de Leche y Pañales en el tiempo especificado y no lo habéis tenido.
Prometo que ahora los subiré lo más rápido que pueda.
He estado ocupado con problemas personales y no he podido subirlo antes. Todas las noches antes de acostarme echo un vistazo por el blog, y de verdad me dolía ver como pedíais el siguiente capítulo y yo no podía ofrecéroslo.
Todo este asunto del blog '¡Ponme un pañal!' empezó como un hobbie, un sitio al que subir la historia que estaba escribiendo sobre un tal Chris. Pero en ningún momento pude esperar que iba a tener la repercusión que ha tenido. Y eso es todo gracias a vosotros.
Esto no es ningún discurso de cantante de un grupo famoso a sus seguidores cuando en realidad se la soplan. Yo no gano nada de dinero con esto. Ni quiero hacerlo. Sólo tengo historias que contar e Internet nos da esta oportunidad de compartirlas con vosotros. Me duele muchísimo no haber estado a vuestra altura. Porque cada vez que veo el número de visitas que tiene este blog, me llevo las manos a la cabeza. Nunca tendré palabras para agradecéroslo, y sin embargo, he fallado a algunos....
Prometo que los capítulos de Canción de Leche y Pañales se subirán antes, me esmeraré todo lo que pueda. Pero las palabras son vanas si no las acompañan hechos. Y los hechos los vais a ver. Os lo prometo.
Se os quiere. Ahora y siempre.
Tony P.

30 de octubre de 2015

Canción de Leche y Pañales - Capítulo 3



Cindy



Cindy dejó a Jackie durmiendo y bajó a la cocina a encontrase con los demás miembros que servían en la casa. Ese era uno de los pocos momentos en los que podían reunirse todos sin tener a alguien que les mandase. Cuando llegó se los encontró sentados en la mesa de la cocina aprovechando para comer.
-A veces este niño puede llegar a ser bastante molesto -dijo Cindy mientras se cogía un refresco de la nevera y también se sentaba a la mesa.
-Cuidado que la Sra. Largue los tiene contados -le advirtió Gonzalo, el cocinero.
-Me da igual, mientras no le coja ninguno de los batidos de su hijito no creo que me despida. Además -añadió-, el niño me tiene cariño, tendría que hacer algo más gordo que beberme una Fanta para que me echase a la calle.
-No estés tan segura -le contestó-, a las cinco que hubo antes que tú las despidió por cinco berrinches tontos del niño que está durmiendo arriba aferrado a su reno.
-Es un alce -intervino Gertrudis, la jefa de limpieza, mientras miraba la taza de té que tenía entre las manos.
-Lo que sea -dijo Gonzalo bruscamente-. Es un sólo peluche, ¿qué más da?
El caso es -intentó continuar Cindy retomando la conversación que había iniciado-, que Jackie tendrá que dejar en algún momento este comportamiento, no puede estar toda la vida llevando pañales, ¿qué hará cuando tenga veinte años? ¿Y cuándo se busque una novia?
-Querida -Gertrudis se dirigió a ella. Era la mayor, la que más tiempo llevaba sirviendo en la Mansión Largue-, conozco a ese niño desde que nació, y te puedo asegurar que no le interesan las mujeres más que esa maceta que hay en el alfeizar de la ventana. Su mundo son sus juguetes, su cuna y tomar teta siempre que pueda. No lo saques de ahí.
Siguieron hablando mucho rato más. La tarde fue transcurriendo y cada vez el cielo se oscurecía más. Aprovecharon para ponerse al día de sus vidas fuera de la mansión. Gertrudis había tenido su segundo nieto; Gonzalo no sabía qué hacer con las malas notas de su hijo; María, una limpiadora que acaba de entrar, había mantenido por primera vez relaciones con su pareja. En realidad, a la mesa de la cocina podrían llamarla perfectamente el Círculo de la Confianza, pues siempre se reunían allí cuando sus apretadas agendas se lo permitían, sólo que la mesa era rectangular.
Cindy les contó los problemas económicos que padecían en casa y los de salud que padecía su madre. Ella se veía obligada a seguir con este trabajo, aunque lo cierto era que le tenía mucho cariño a Jackie.
Esto último no lo dijo.
Cindy sabía que Jackie era un niño caprichoso y malcriado, pero también era consciente de que en el fondo era como un bebé, y aunque podía tener de vez en cuando arranques furiosos, sabía que sentía aprecio por ella, pues era ella la que lo cambiaba siempre, era ella la que le daba el biberón cada vez que su madre no podía darle teta, la que lo acunaba, la que lo sacaba a pasear y la que iba corriendo a su habitación cada vez que lloraba por la noche. Y, en cierto modo, ella también sentía afecto por el niño, por eso intentaba de vez en cuando enseñarle algo. Ella pensaba que era como un bebé pero que sabía hablar. Y que los bebés te dirían algo así si estuvieran con un pañal mojado y sin ser cambiados.
-… Sonrisas de un bebé, hija –dijo Gertrudis. Cindy había perdido el hilo de la conversación por un momento-. En realidad lo que quiere es a su madre como cualquier niño pequeño.
-Sí, pero conmigo parece que tiene una relación especial… -dijo Cindy, aún distraída.
-¿En serio te cae bien Jackie?- le preguntó Gonzalo.
Solo quedaban ellos tres, los demás se habían ido marchando ya a su casa o seguían por ésta haciendo sus tareas.
-A ver, no me cae ni bien ni mal. Solo creo que es un niño que no puede valerse por sí mismo y que su madre debería preocuparse más por él. Aunque no me quejo, de ser así, yo me quedaría sin trabajo –dejó escapar una tímida risa
Gertrudis iba a decirle algo pero en ese momento sonó por el vigila-bebés que Cindy llevaba en el bolsillo la voz de Jackie, que se había despertado.
-Pues nada -dijo Cindy mientras se lo volvía a guardar en el bolsillo-, el niño ya se ha despertado de su siesta. Voy a calentarle un biberón y subo.
-No queda leche en la nevera. Está ahí, en la despensa -le dijo Gonzalo.
-Gracias.
Cindy le preparó el biberón y se subió con él a la habitación. Por el camino se echó unas gotas de la leche en la muñeca para asegurarse que no estaba muy caliente. Cuando entró en la habitación, oyó la voz de Jackie en la oscuridad.
-Has tardado mucho -le dijo.
-Perdona, cielo -contestó-. Es que no quedaba leche y he tenido que bajar a la despensa.
-Bueno, pues date prisa y cámbiame el pañal -ordenó Jackie mientras Cindy iba y subía la persiana.
-¿No quieres tomarte antes tu bibe? -le preguntó sonriendo mientras se acercaba a la cuna.
Jackie estaba tumbado bocarriba, con el chupete puesto y el entrecejo fruncido. La miraba molesto.
-¿Dónde está mami? -le preguntó.
-Aún no ha venido -dijo Cindy agitando el biberón por encima de Jackie.
El alzó las manos y cogió su biberón. Se sacó el chupete de la boca y lo puso a un lado mientras se llevaba la tetina del biberón a la boca y empezaba a chupar. Cindy le sonrió. Le daba mucha ternura la imagen de Jackie aferrándose al biberón con sus manitas y tomándoselo. A veces Jackie permitía que le dieran el biberón , pero la mayoría de la veces se lo tomaba él sólo. Solía ser porque estaba molesto por la ausencia de su madre y sus pechos.
-Prefiero la teta de mami –dijo cuando terminó.
Cindy cambió a Jackie, después se pasó toda la tarde con él tirado sobre la moqueta jugando con sus muñecos.
Poco antes de cenar, en medio de una pelea entre robots y dinosaurios, Jackie se llevó las manos a la parte trasera del pañal y dijo:
-Cindy, tengo caca.
Cuando Jackie se hacía caca, siempre se ponía muy inquieto.
-Cindy, tengo caca. Cámbiame el pañal. Tengo caca en el pañal, Cindy. ¡Cámbiame!
Cindy se levantó deprisa y se dirigió hasta el armario dónde guardaban los pañales, cogió uno limpio y cuando regresó, Jackie estaba tumbado bocabajo, pataleando contra el suelo con puños y brazos.
-¡CÁMBIAME EL PAÑAL! ¡CÁMBIAME! ¡¡¡CÁMBIAME!!! ¡¡¡NO QUIERO TENER CACA!!! ¡¡¡CINDY, CÁMBIAME!!!
Lo primero que hizo Cindy fue buscar el chupete y ponérselo en la boca, así se tranquilizaría un poquito, porque en ese estado no podía cambiarle. Ahora, Jackie movía rápidamente su chupete y tenía la mirada fija en cualquier objeto aleatorio. Cuando Cindy lo levantó y lo tomó en peso, pudo notar a través del body, que Jackie tenía una gran cantidad de caca en el pañal. Sus sospechas quedaron confirmadas cuando le tumbó en el cambiador y le abrió el pañal, pues dentro había una cantidad de caca bastante considerable. Tenía que cambiarlo rápidamente o se irritaría. Le levantó las piernas a Jackie y le extrajo el pañal, lo limpió cuidadosamente y le puso el limpio, apretándoselo con fuerza, ya que eso les hace sentir más seguros a la gente a la que le están poniendo un pañal.
Después de la cena, llegó Karen Largue. En cuanto Jackie la vio, se lanzó corriendo hacia ella, y después de un fuerte abrazo, le empezó a meter la mano por la blusa, buscando su teta.
Karen le dio el bolso a una de las criadas que pasaban por allí y se dirigió hacia Cindy, con Jackie tomado. Éste ya había encontrado la teta, y la tenía fuertemente agarrada con la mano.
-¿Cómo ha ido el día? –le preguntó Cindy por educación.
-¿Y el tuyo?
Fue la respuesta que obtuvo.
-Escucha, Cindy –empezó a hablar su jefa-, esta noche puedes irte a dormir a casa si quieres. Mañana no tengo que ir a trabajar así que si Jackie necesita algo esta noche, puedo encargarme yo, ya que al fin y al cabo es mi bebé…¿A qué sí? ¿A que eres tú mi bebecito? –añadió tocándole la nariz.
-Mami, tengo hambre.
-Enseguida te doy la teta.
Jackie había cenado bastante, pero de leche de su madre siempre tenía hambre.
-Muchas gracias, señora Largue –dijo Cindy, exagerando su entusiasmo, pues sabía que a su jefa le gustaba que sus trabajadores se alegrasen mucho por sus premios.
Cogió su abrigo y las llaves del coche, con el mando a distancia para abrir la puerta del jardín. Al salir, pudo ver por la puerta entreabierta de una salita de la planta baja a Jackie, de espaldas a ella, con la cabeza enterrada en la teta de su madre, mientras ésta le acariciaba el pelo.
A pesar de no pasar mucho tiempo en casa, debido a su trabajo, Karen Largue quería mucho a su hijo. Cindy sabía que el niño lactante de 12 años era la persona más importante para Karen Largue. Todo lo que ella hacía estaba enfocado siempre a él, a su protección. Todas las medidas de seguridad de la Mansión Largue, las grandes cantidades de dinero que tenía que mandar a las empresas de productos para bebés para que hicieran otros a tamaño de Jackie, ocultarlo de todos los medios de comunicación y de la prensa amarilla…
Cindy iba pensando todo esto de camino a su casa, dónde vivía con su madre y su hermana pequeña. La madre de Cindy estaba enferma, por lo que no podía cuidar de su otra hija de 7 años, así que Cindy se trajo a las dos a vivir a su apartamento.
Cuando llegó, Charlotte estaba en su habitación y su madre sentada en el sofá, viendo un programa sensacionalista.
-Hoy ha salido tu jefa en las noticias. Dicen que está saliendo con Leo Winslet.
-Sale casi todos los días, mamá. Y a estos programas no los puedes llamar noticias –le contestó mientras se desplomaba a su lado, en el sofá.
-Creí que esta noche no ibas a venir a dormir.
-Pues ya lo ves. A la señora Largue le ha entrado una vena de buena patrona.
-Sabes que si le estás pidiendo noches libres para venir a cuidarme…
-Mamá, no empecemos otra vez –le cortó Cindy.
-Déjame terminar –hizo una pausa-. Te advierto que puedo valerme por mi misma.
-Ya lo sé, mamá. Pero no quiero que hagas mucho esfuerzo –le dijo cariñosamente, apretándole el antebrazo-. Esta noche me encargo yo de Charlotte.
-No me cuesta nada…
-No quiero que hagas esfuerzos, mamá –le volvió a repetir Cindy, cortándole de nuevo.
Al cabo de un rato, en el que madre e hija vieron la televisión en un silencio cómplice, Cindy se levantó y fue a la habitación de Charlotte.
Tocó la puerta y entró. La encontró leyendo sobre la cama.
-¿No deberías estar ya durmiendo, jovencita? –le dijo en un tono que parodiaba a un hombre gruñón.
-Estaba esperando que vinieras a ponerme el pañal –le contestó su hermana sacándole la lengua, haciéndole una burla cariñosa.
-Claro, porque tú no puedes acercarte al salón y decir: ‘Oye,  que es mi hora de dormir, ponedme el pañal’ –le recriminó ligeramente Cindy -. Anda, túmbate sobre la cama.
Ambas hermanas tenían buena relación. Cindy era 14 años mayor que Charlotte, por lo que siempre había actuado para ella como una madre, más aún desde la enfermedad de la suya, cambiándole el pañal y cuidando de ella, pero también como una amiga con la que tenía una extraordinaria relación.
Cindy fue hasta el armario y sacó un pañal de Princesas Disney de la bolsa. Se acercó a la cama (en realidad la habitación era muy pequeña, con darle la espalda al armario ya estaba en la cama) y empezó a ponerle el pañal a su hermana para irse a dormir.
-¿Cómo te ha ido hoy con el chico ese que cuidas?
-Pues hoy se ha hecho una caca muy grande –le dijo Cindy mientras le pasaba el pañal por debajo.
-Jijiji… Y luego me dices a mí que soy muy mayor para llevar pañales. Y él tiene 15 años.
-12 –le corrigió-. Y eres mayor para llevar pañales. Y él también. La diferencia es que tú eres mi hermana y me preocupo por ti.
-Pues gracias a que me cambias el pañal has conseguido ese trabajo, lista. Por tu… ¿Cómo era? Trato con niños que llevan pañales.
-Trato con bebés grandes. Es lo que puse en el currículum –añadió mientras le abrochaba las cintas-.
-Peor aún, me llamaste bebé.
-¿Y es que no eres un bebé, Charlikity? ¿Quién es mi bebecita? ¿Quién es? –bromeó Cindy mientras le hacía cosquillas fuera del pañal.
-Jiji… Para… Ya sabes que no me gusta que me digas bebé –decía su hermana intentando contener las risas.
-Pues a dormir, niña mayor que todavía lleva pañales –dijo Cindy, y tapó a su hermana con las mantas después de que se metiera en la cama.
-¿Puedes traerme a Mordisquitos?
Mordisquitos era un gatito de peluche de color negro. Cindy se lo dio con una cara de: ‘¿Eres o no eres un bebé?’
Charlotte la notó.
-No me mires así –dijo riendo mientras tomaba a Mordisquitos y se acurrucaba junto a él.
-Buenas noches, Charlotte.
-Buenas noches, Cindy.
Cindy se dirigió a la puerta, pero antes de llegar, se giró y le dijo:
-Ah, se me olvidaba. No hay que darle mucho trabajo a mamá, así que si estoy yo en casa, te cambio yo el pañal, ¿de acuerdo?
-De acuerdo… -contestó ya medio dormida casi.
-Que duermas bien.
Cindy apagó la luz y cerró la puerta.

17 de octubre de 2015

Canción de Leche y Pañales - Capítulo 2


Jackie



Jackie estaba durmiendo en su cuna. Tenía su peluche de alce bien agarrado con su brazo derecho mientras que con el izquierdo se aferraba a su almohada. El chupete en su boca hacía un movimiento muy pausado, al compás de su respiración. Llevaba puesto su pijama de una pieza de color azul celeste, su favorito. El pañal que llevaba puesto estaba mojado, a punto de ser cambiado, porque faltaba muy poco para despertarse.
Todo esto sería normal, en un niño de 1 o 2 años, pero Jackie ya tenía 12. Era un niño malcriado y consentido que siempre había conservado todos sus artículos y costumbres de bebé porque su madre no había tenido el valor de quitárselas. Su madre era Karen Large, una importante y famosa diseñadora de ropa que quería a su hijo con locura y siempre satisfacía todas sus necesidades y caprichos.  A Jackie no le gustaban los cambios, por eso siempre se había comportado de la misma manera respecto a sus cosas. A él le gustaban, y le daba igual que fuera demasiado mayor para llevar pañales, dormir en cuna o mamar de la teta de su mami.
Jackie nunca había ido a la escuela, pues sus necesidades habrían hecho que los otros niños se rieran de él. Había recibido la educación básica en casa, de la mano de una profesora que le había puesto mami que además de enseñarle a Jackie Matemáticas, Ciencias, Inglés y las demás asignaturas que aprenden los chicos en el colegio, también le cambiaba y le daba el biberón cuando era necesario. El año pasado había terminado la educación básica que exigía la ley y ahora se dedicaba a jugar con sus juguetes, pasear en su carrito, mojar su pañal y chupar del pezón de mami para alimentarse.
Como decía al principio, se acercaba la hora de levantarse. Si fuera por Jackie, no saldría nunca de su cuna, pero mami había dicho que tenía que levantarse todos los días a las diez de la mañana, sino luego no podría dormir en toda la noche y se la pasaría entera llorando y no la dejaría dormir.
A las diez en punto se abrió la puerta de la su habitación y entro Cindy. Se dirigió hasta la ventana y comenzó a subir la persiana.
-¡Buenos días, Jackie! -dijo alegremente mientras terminaba de tirar de la correa de la ventana-. ¡Hora de levantarse, dormilón!
Jackie se revolvió entre las mantitas de su cuna, con su peluche bien agarrado, posponiendo el momento de levantarse, aunque sabía que era inevitable. Poco a poco, abrió los ojos debajo de las sábanas y vio a través de ellas que había entrado la luz del sol en su cuarto. Cerró más los ojos y apretó la cabeza contra la almohada.
-¡A levantarse, lirón! -le dijo Cindy mientras metía el brazo entre los barrotes de la cuna y le hacía cosquillitas en la espalda.
Jackie, muy lentamente, empezó a desperezarse, con lo que la sábana se le fue deslizando lentamente hasta llegarle a la cintura y dejó al descubierto un niño de pelo lacio y rubio que le caía por las orejas, pero que en ese momento estaba muy despeinado y con un chupete en la boca que llevaba su nombre grabado en el asa.
Cindy lo sacó de la cuna cogiéndolo por las axilas y lo tomó en brazos para llevarlo al cambiador. Jackie era un chico muy bajito para su edad, lo que era una ventaja, pues solo había tenido que cambiarse a una cuna más grande cuatro veces desde que nació y le valían los chupetes que había en el mercado. Con los pañales pasaba lo contrario; el año pasado se le quedaron pequeños los de la talla más grande de Dodot, que eran los que le gustaban. Mami le propuso usar pañales para adultos la tercera vez que se le salió el pipí por la noche pero Jackie se pegó un berrinche y dijo que él solo usaría los de bebé. Su madre, como era una millonaria diseñadora de moda, llamó a la Dodot, les contó la situación, y ésta les mandaba regularmente a su mansión de Los Ángeles enormes cantidades de pañales Dodot  más grandes que los que vendían al público, manteniendo el diseño de los de bebés.
Una vez Cindy lo hubo dejado en el cambiador, fue hasta el otro extremo de la habitación a por un pañal limpio, y la ropa para ponérsela. La habitación de Jackie era muy grande. Tenía forma circular con unas paredes altas todas pintadas de azul clarito. El suelo estaba forrado con una moqueta de un azul más oscuro para que Jackie pudiera gatear y jugar en ella. En el centro de la estancia se encontraba su enorme cuna, el cambiador estaba pegado a la pared y había una gran ventana con un balcón donde a Jackie le daban la merienda los días de calor.
Cindy llegó enseguida con el pañal. Le quitó el pijama a Jackie y después hizo lo propio con el pañal mojado. Cuando estuvo desnudo, le limpió suavemente. A Jackie le gustaba que le cambiara de pañal mami, pero no siempre podía ser, porque Karen Large era una mujer muy ocupada. Cindy se encargaba de eso siempre que mami no podía. A Jackie le gustaba como lo hacía, pero hubiera preferido que lo hiciera mami.
-¿Está mami aquí? –le preguntó, con la voz taponada a causa del chupete, mientras le empezaba a poner el pañal limpio.
-Sí –contestó Cindy al tiempo que le pasaba el pañal por debajo-. Está en la cocina esperándote para darte el desayuno. Pero se tiene que ir enseguida.
-Date prisa en ponerme el pañal -le dijo Jackie en tono autoritario-. Quiero que mami me dé el desayuno antes de irse.
A Jackie le gustaba que mami le diera el desayuno y la merienda. En general, le gustaba más como lo hacía todo mami, pero en especial esas dos comidas del día. Con ella eran…diferentes.
Cindy terminó de abrocharle las cintas del pañal y Jackie bajó del cambiador de un salto.
Solo llevaba puesto el pañal, Cindy no lo había vestido pero a él le daba igual. Solo quería darse prisa en llegar a la cocina para que su mami le diera el desayuno antes de irse. Salió corriendo de la habitación, todo lo rápido que le permitía el pañal. Su habitación estaba en el tercer piso de la mansión. Esa planta solo estaba ocupada por dos habitaciones, la suya y la de mami. Bajó corriendo las escaleras que llegaban al segundo piso y corrió por todo el pasillo hasta llegar a las que comunicaban con el primero.
Bajó corriendo también esas escaleras y cruzó como un tiro el hall hasta llegar a la cocina. Abrió la puerta de un golpe y allí estaba su mami, leyendo el periódico mientras apuraba su café. Al ver entrar a su hijo, dejó el café a un lado y abrió los brazos para recibirle entre ellos. Jackie atravesó la gran cocina y se lanzó a ella. Mami lo abrazó y lo sentó sobre su regazo.
-¡Buenos días, mi bebé! ¿Cómo has dormido? ¿Y qué haces así? ¿Es que Cindy no te ha vestido?
-He venido corriendo para que me des de desayunar antes de irte -dijo Jackie como disculpa, todavía sin quitarse el chupete de la boca.
-Tranquilo, que yo te iba a esperar hasta que bajaras -le dijo su madre mientras lo mecía-. Venga, corre a vestirte que yo te espero.
-¡No!-exclamó Jackie-. ¡Yo quiero el desayuno ya!
-Está bien…-aceptó Karen.
Entonces se subió la camiseta, se sacó una teta y se la acercó a Jackie, y este empezó a mamar. Jackie se aferraba fuertemente al pezón y chupaba la leche. Con sus manitas se agarraba a la teta de su mami y, tumbado sobre ella, se iba tomando el desayuno mientras mami le acariciaba y le daba golpecitos suaves en el pañal. Cuando estuvo un rato mamando de ese pezón, su mami se lo cambió al otro. Durante los segundos que estuvo sin mamar, la boca de Jackie seguía haciendo ese gesto, y cuando por fin pudo engancharse de nuevo a la teta, chupó con más fuerza.
Cuando terminó,  se volvió a colocar el chupete en la boca y se quedó un rato abrazado a mami. Duró poco, pues enseguida ésta se levantó, le pasó su bebé a una criada que andaba por allí, dio instrucciones sobre lo que había que hacer ese día en la casa, se despidió de su hijo, se colgó el bolso y salió de la cocina, pero antes añadió:
-Y llévale el niño a Cindy para que lo vista.
Cuando mami se  hubo ido, la criada, cuyo nombre Jackie no conocía, lo subió en brazos hasta su habitación, donde le estaba esperando Cindy para vestirlo. Ella lo tomó en brazos y lo tumbo en el cambiador. Le puso una camiseta morada y unos pantaloncitos cortos azules, después le ató los zapatos a los pies y lo volvió a dejar en el suelo.
Durante el día, Jackie se dedicaba a jugar en su sala de juegos. Era un espacio en el segundo piso bastante amplio donde tenía montones y montones de juguetes de todos los tipos: playmobils, legos, figuras de acción, peluches, coches de carreras… pero también había un cambiador por si fuera necesario, ya que él pasaba allí mucho tiempo bien fuera jugando o viendo la enorme televisión que ocupaba un cuarto de la pared, y eso es decir mucho. Normalmente, Cindy lo dejaba solo en el cuarto y se iba a hacer otras cosas, pero como su cometido principal en la casa era atender a Jackie, se pasaba de vez en cuando a verlo y comprobar que tenía el pañal limpio, ya que a Jackie no le gustaba que lo vieran cuando jugaba. Cuando se hacía pipí no pasaba nada, seguía jugando y esperaba a Cindy o a mami para que lo cambiara. Pero cuando se hacía caca, se ponía a llorar tan fuerte que se oía en toda la casa.
Jackie se encontraba tirado en la moqueta, sin zapatos, pues le incomodaban y se los quitaba siempre que podía, en medio de una batalla entre monstruos y robots cuando entró Cindy a  ver cómo estaba.
-¡Hola, pequeñín! -dijo al entrar-. ¿Me dejas verte el pañal? –y sin esperar respuesta lo levantó del suelo y le miró la parte de atrás-. Caca no tienes, sino ya se habría enterado media casa. ¿Estás mojado? -preguntó.
-No-contestó con su chupete puesto.
-¿Quieres que nos vayamos a jugar al jardín, que te dé un poquito de aire? Pero te tengo que poner los zapatitos.
-Vale.
Cindy le puso el calzado, lo tomó en brazos y se lo llevó al jardín. En realidad, Jackie andaba cuando le convenía. Él podía andar perfectamente pero prefería que lo llevaran en brazos.
Llegaron al jardín, Cindy dejó a Jackie en el césped y él se fue corriendo para la zona de juegos. Consistía en un tobogán de plástico más grande que los normales y 2 columpios, uno en el que Jackie se sentaba y en el que mami no le dejaba subirse, y otro en el que tenían que sentarlo, pues era como una especie de cesta con huecos para sacar las piernas, de donde no se podría caer. A Jackie no le gustaba mucho ese parque de juegos en el exterior. En realidad no le gustaba nada del exterior. Solo salía de la mansión en su carrito, e iba siempre a sitios donde no había mucha gente o que su mami había reservado exclusivamente para ellos dos solos. Por eso el parque de juegos estaba situado en el jardín trasero, separado del principal por una verja, además de que las murallas de la mansión eran lo suficientemente altas para que no les vieran desde el exterior y no pudiera saltar nadie, con pinchos en la parte superior. La seguridad era algo muy importante para su mami.
Cindy metió a Jackie en la cesta y empezó a columpiarlo. En el fondo él se lo estaba pasando bien, pero prefería volverse a su cuarto de juegos y poner la televisión, pues estaba a punto de empezar House of Mouse. De pronto, se le escapó un chorrito de pipí y se mojó encima.
-¡Cindy! ¡Cindy! -dijo sacándose el chupete de la boca-.¡Para! ¡Para! ¡PARA! -Cindy paró el columpió al instante, agarrándolo fuertemente de una cadena.
-¿Qué pasa, Jackie? –preguntó alarmada.
-Me he hecho pipí. Cámbiame el pañal -y se volvió a colocar el chupete en la boca.
Cindy lo levantó y se lo llevó hasta su habitación para cambiarlo. Una vez hubo llegado y subido los tres pisos con el enorme bebé en brazos, lo dejó exhausta en el cambiador y se apoyó contra la pared, agotada.
-¡Date prisa en cambiarme, Cindy! -le grito Jackie desde el cambiador.
Cindy fue hasta el armario y volvió con un pañal limpio. Le bajó a Jackie el pantalón y le quitó el pañal mojado. Le limpió con mucho cuidado de no hacerle daño y le volvió a poner de nuevo un pañal, abrochándole las cintas adhesivas y dejando a Jackie fuertemente agarrado, dándole esa sensación de seguridad que sabía que tanto le gustaba. Jackie disfrutó mucho con el cambio. Le encantaba que le cambiaran el pañal como a un bebé y Cindy lo hacía casi tan bien como su mami. Cuando ya estuvo cambiado, Cindy le hizo unos pocos mimitos para que se riera con esa risita de bebé que tenía. Cindy miró el reloj y vio que era casi la hora de comer. Lo levantó del cambiador y lo llevó a la cocina cogido de la mano. Allí, el olor de la comida de Jackie inundaba la estancia entera. Jackie no comí comida de bebé, pues no le gustaba nada. Él comía lo que en la casa llamaba todo el mundo ‘’comida de niño mayor’’. Hoy tocaba pollo asado. Cindy subió a Jackie a su trona y lo ató para darle la comida. Había veces en las que Jackie se comportaba totalmente como un bebé, ni hablaba ni nada. Ahora, tras el último cambio de pañal, era una de esas veces. Dócil, dejó que le pusieran un babero y que Cindy le diera el pollo asado, cortado en trocitos muy pequeños. Jackie era muy glotón y le encantaba comer. En ese aspecto no había problemas con él. Se comió toda la comida mientras Cindy iba hablando con tal o cual criada, pues ella tenía un alto cargo en la casa, ya que era la niñera del bebé.
-Tengo sed -dijo Jackie en un momento dado.
Cindy se apresuró a llenar su biberón de las comidas de agua y tendérselo. Porque Jackie tenía dos biberones; bueno, en realidad tenía decenas, pero solo dos tipos. El largo para tomarse la leche, y el que era más bajo pero más ancho para beber durante las comidas. Jackie solo ingería líquidos de dos maneras, de un biberón o cuando mamaba de la teta de mami. En ese momento, aferraba el biberón con sus manitas e iba chupando de la tetina para saciar su sed.
Tras tomarse el yogurt, por fin terminó de comer. Cindy le preguntó si tenía sueño. Jackie siempre se quedaba dormido después de comer. Le dijo que sí. Cindy lo cargó y lo llevo hasta su habitación. Una vez allí, lo preparó y lo acostó en la cuna.

5 de octubre de 2015

Canción de Leche y Pañales - Capítulo 1


Betty



Stuart y Betty iban en el Mercedes de la empresa camino de casa de la presidenta. Los últimos informes sobre pérdidas y ganancias del departamento contable estaban siendo preocupantes, pues los gastos se iban incrementando mientras los beneficios descendían considerablemente. Stuart y Betty, como supervisores del departamento contable, lo habían ido dejando pasar, pues suponían que solo se trataba de un balance negativo más, como tantos hay en cada empresa, pero lo cierto era que este mes se cumplía el sexto en el que tenían pérdidas y ya era hora de informar a la presidenta de Modas Largue.
La mansión se divisaba imponente sobre la colina Mulholand. Subieron el camino de tierra y aparcaron frente a la verja de la casa, donde también había un par de coches que serían seguro de periodistas de la prensa amarilla. Bajaron del coche y salieron a la calurosa tarde de California. Betty era de Nebraska y no estaba acostumbrada a ese calor sofocante. Se quitó la chaqueta del traje y se colgó el bolso en el que llevaba dentro las estadísticas de contabilidad de la empresa.
-¿Crees que estará en casa? –le preguntó su compañero.
-Seguro –contestó ella tajante-. No está en la empresa y no creo que frecuente muchos otros lugares.
-¿Qué me dices de eso que leí en el New York Times? ¿Tú crees que es amante de Elder Fasser?
-¿Lees esa basura?
Stuart se encogió de hombros, casi a modo de disculpa.
-Si es su amante, eso no nos incumbe, Stuart. Estamos aquí por algo mucho más serio.
-Ah, como se nota que estás soltera, Betty. Hacer el amor es bueno. Mejora el cutis. Lo he leído en el New York Times.
Betty casi sonrió.
-Si tanto te interesa la vida sexual de Karen Largue, puedes preguntarle por ella a los dos tíos que están durmiendo en ese coche de allí. Seguro que son de la prensa amarilla o de algún periódico sensacionalista.
Stuart hizo un gesto como de que no le importaba tanto y de pasar cuanto antes el mal trago. Y es que ella y Stuart se conocían muy bien. Llevaban trabajando en el departamento contable de Modas Largue cinco años, desde que Betty tuvo que dejar a su pareja en Nebraska y mudarse al oeste.
Cuando se acercaron a la puerta de la Mansión Largue vieron las letras que formaban el apellido de su jefa en un arco de hierro situado sobre la puerta. Betty sintió un estremecimiento, pues se acordó de todas esas películas de mansiones encantadas con fantasmas dentro. Aunque la Mansión Largue lo que tenía dentro era una bruja. Una bruja que le pagaba sus sueldos, por lo que debían tener cuidado con ella.
Stuart llamó al telefonillo que estaba situado sobre la columna de piedra de la izquierda. A los tres minutos, que se hicieron eternos, y que incluso dudaron si llamar otra vez, sonó una voz femenina pero a la vez dura que hablaba desde el otro lado. Les estaban observando, pues en la misma pared del telefonillo, había una cámara de vigilancia que se movía y que en ese momento les enfocaba a ellos. Betty estaba segura de que se habrían cerciorado de quienes eran antes de responder.
-Digan su nombre y motivo de la visita –les dijo la voz.
-Betty Bennett y Stuart Smiler –dijo su compañero-. Trabajamos en el departamento contable de Modas Largue y queremos hablar con la Sra. Largue.
-Aguarden un momento –les respondió.
Tuvieron que pasar casi 10 minutos más cuando por fin vieron aparecer al final del camino de piedra que unía la mansión con la puerta del jardín a una mujer gorda que vestía un uniforme de asistenta clásico, con su delantal blanco sobre vestido negro y que caminaba con paso decidido pero cansado hasta donde se encontraban ellos. Cuando por fin estuvo a su altura descubrieron que era bastante fea y que tenía varias verrugas en el rostro. Si Betty no conociera a Karen Largue estaría segura que la señora que tenía delante era la bruja de la Mansión Largue.
-Buenas tardes –les saludó-. Les ruego que disculpen mi tardanza pero debemos estar seguros de que realmente son quienes dicen ser, pues hemos tenido varias… Complicaciones –miró de soslayo el coche rojo donde dormían los otros dos hombres-. Ahora, sin son tan amables de mostrarme sus identificaciones, les haré pasar con mucho gusto.
Stuart y Betty le mostraron su DNI, su carnet de Modas Largue y el permiso especial que confería Karen Largue para visitarla en su mansión. La criada estuvo un rato contemplando los carnets y los permisos y mirándolos a la cara repetidas veces para asegurase que no eran impostores.
A Betty le sorprendía tanta seguridad, pues solo faltaba que la cachearan. ¿Qué guardaba Karen Largue en su casa que fuera tan valioso? Su intimidad, por supuesto, pues era muy codiciada por la prensa amarilla, como todo el mundo sabía. Y sus líos amorosos eran casi de dominio público, aunque quizá no todos…
-Bien, parece que esta todo correcto –les dijo la señora mientras les devolvía sus pertenencias-. Ahora, si hacen el favor de retirarse unos pasos… Suficiente –añadió cuando lo hicieron.
La criada se dirigió hasta la pared de la izquierda. Fuera, oyeron como introducía unas llaves en una cerradura y pulsaba una serie de botones, después volvió a meter las llaves para cerrar lo que hubiera abierto y pulsó otro botón. La puerta se abrió, pero solo medio metro, si es que llega.
-Pasen. Primero uno y después otro. Y rápido –les dijo con cierto nerviosismo sin dejar de mirar ambos coches de fuera.
Cuando lo hicieron, apretó de nuevo el botón, que en realidad era una pierda simulada y la verja se cerró al instante.
El camino hasta la mansión era de piedras, en contraposición con el césped que lo rodeaba, y donde podían verse abetos podados de formas artísticas, imitando el contorno de animales. También había algunos pavos reales pululando por allí. Pero Betty no vio ningún columpio ni ningún tobogán, lo que le llamó la atención, pues todo el mundo sabía que Karen Largue tenía un hijo, aunque nadie lo hubiera visto nunca. También se sorprendió cuando vio que al final del jardín había una cerca que se extendía a los dos lados de la casa, que se encontraba en el centro, como si detrás de la casa tuvieran perros o algún animal que no querían que saliese.
Stuart también estaba fascinado, y solo hablaba para dedicarle a Betty ingeniosos comentarios al oído sobre el jardín y como había podido costeárselo la Sra. Largue, sin que se enterase la criada, que iba delante de ellos. También le hacía burla a esta imitando su manera de andar, lo que casi hizo que soltara una carcajada ahí en medio.
Betty, intentando mostrarse amable y romper el silencio que reinaba en el ambiente, se dirigió a la criada.
-¿Y cuál es su nombre? No sé si nos lo ha dicho…
-Soy Concepción, el ama de llaves de la Mansión Largue –respondió de un modo cortante.
Stuart la imitó moviendo la boca y adoptando la postura de una bruja, lo que casi hizo que Betty se volviera a carcajear.
Por fin llegaron a la puerta de la casa. Concepción metió una llave en la cerradura del medio y luego hizo lo propio con otras llaves en la de arriba y en la de abajo. Empujo una gruesa puerta de roble hacia dentro y Betty y Stuart la siguieron.
Dentro se encontraron  con un hall bastante grande y con una cúpula que coronaba el techo, al estilo del panteón romano. De hecho, la arquitectura recordaba mucho a la de la época romana, pues todo era mármol, con numerosos cuadros colgados en las paredes y jarrones que debían de valer millones sobre ridículas mesitas de madera. Era un espacio hecho claramente para impresionar al recién llegado. Karen Largue era una mujer muy lista.
-Esperen aquí un momento –les dijo el ama de llaves-. La señora Largue ya ha sido informada de su visita y les atenderá enseguida.
-Gracias –dijo Betty con la voz más educada que pudo poner. Y cuando la criada se hubo ido continuó hablando-. Que estirada que es, joder. Seguro que se lo ha enseñado la ‘’señora’’.
-Tú también tienes sentido del humor cuando quieres, pelirroja –la llamaba así a menudo, cuando se sentía en una situación muy incómoda o muy relajada. Betty sabía cuál de los dos tipos de situación era en ese momento-. Mira –dijo cogiendo un jarrón y poniéndoselo sobre el hombro como si fuera a verter agua-. Soy una ninfa griega.
-¡Quieres dejar eso en su sitio! –le regañó Betty entre enfada y divertida-. Como lo rompas sí que se va a enfadar con nosotros después de lo que vamos a contarle.
-Si se va enfadar de todos modos, déjame darme el gustazo…
-¡No! Deja el jarrón encima de la mesa –le dijo, ahora sí, más seria.
Pasaron otros 10 minutos hasta que por fin llegó una criada morena, de unos veinti pocos años vestida también con el mismo uniforme que Concepción, solo que a ésta le quedaba mucho mejor.
-Sr. Smiler, Srta. Bennett. La señora Largue les espera en el salón principal. Síganme si son tan amables – y se dio la vuelta rápidamente sin ni siquiera comprobar que la estaban siguiendo.
Atravesaron varias estancias que tenían un aspecto distinto al recibidor, pues eran de muebles y materiales más modernos y actuales y al fin llegaron al salón principal. Se trataba de una estancia amplia, rectangular, con un techo alto y una mesa enorme en el centro, al final de la cual se encontraban dos sofás de seda rojos, uno enfrente del otro y con una mesita entre ambos. A la espalda del sofá más cercano, se divisaba la parte posterior de la cabellera de Karen Largue. La criada condujo a Stuart y Betty hasta ese lugar.
-El Sr. Smiler y la Srta. Bennett, señora Largue –los presentó al llegar.
-Gracias, Sara. Puedes retirarte. Gracias.
Karen largue vestía unos pantalones vaqueros y una blusa blanca fabricada en una empresa de la competencia. Llevaba el pelo recogido en un moño en lo alto de su cabeza y la expresión que tenía en el rostro era de molestia.
-Sentaos, por favor –les dijo señalando al sofá de enfrente. Y antes de que lo hubieran hecho, añadió-. Espero que tengáis un buen motivo para presentaros en mi casa.
-Lo tenemos, Sra. Largue –dijo Stuart mientras habría su maletín y extraía los documentos sobre los que él y Betty querían hablarle a su jefa-. Aquí le tengo los gráficos y los datos del último informe contable de Modas Largue –le tendió el papel a la accionista mayoritaria de la empresa, que lo cogió rápidamente y estuvo leyéndolo, primero con cierto desdén y después con mucha atención.
-¿Y qué? –dijo al final-. Un informe negativo. Hemos tenido muchos, si bien es verdad que este es más abultado que los demás, pero ese no es motivo para presentarse en mi domicilio y…
-Perdone que le interrumpa, Señora Largue –saltó Betty-. Pero tenemos los informes del último semestre también y podemos observar un descenso continuado de los beneficios.
-Déjame verlos –dijo Karen.
Stuart se los tendió. Ella estuvo un largo rato leyéndolos en silencio. Comparando unos con otros y finalmente se dio cuenta de lo que Betty y Stuart habían descubierto enseguida.
-La empresa ha tenido un descenso sistemático de los beneficios. Continuado. Constante. Cada mes perdemos un 17% más. Explicadme por qué –les dijo con su voz más autoritaria.
-No lo sabemos señora –dijo Stuart, que, aunque era un chistoso, sabía comportarse del modo adecuado en la situación adecuada-. Solo sabemos lo que usted acaba de leer. Ahí están especificados los gastos y los beneficios. Y como se ha dado cuenta, cada vez estamos más lejos del umbral de rentabilidad adecuado, lo que…
-¡Ya sé que estamos alejados, pedazo de imbécil! –gritó tirándole los papeles a Stuart. Él ni se inmutó- ¡Lo que quiero es acercarme cuanto antes!
-Sra. Largue –empezó Betty con voz débil pero decidida-, aunque los datos son concluyentes, tenemos que recortarnos en patrimonio y esperar a los informes de los próximos dos meses para tener un conclusión definitiva.
-¿¡UNA CONCLUSIÓN DEFINITVA!? –estalló- ¡Arreglar este puñetero desastre lo antes posible o lo que tendréis que arreglar serán los papeles del paro! ¡Tengo un hijo que mantener y no…!
-Mami, he oído ruidos.
Betty y Stuart  se giraron al escuchar esa voz y vieron en el rellano de la puerta a un niño de unos 10 o 11 años abrazado a un peluche de un alce y que contemplaba la escena que tenía lugar en el salón. Iba vestido con una camiseta verde y unos pantalones abultados azul marino. Llevaba el pelo rubio y lacio y le caía a ambos lados de los ojos, con los que miraba fijamente la escena.
-¡Hola, chiquitín! –exclamó la Sra. Largue modificando enseguida  su tono de voz para hacerla totalmente infantil-. Ven, acércate. Estaba hablando con estos señores de aquí.
El niño ando rápido y torpemente hasta su madre y se sentó en su regazo, abrazándola por la cintura.
-Este es mi hijo. Se llama Jackie –dijo Karen Largue mientras miraba a su hijo y le daba golpecitos cariñosos en la nariz. Tiene 12 años pero sigue siendo muy cariñoso con su mami.
A Betty le sorprendió el tono infantil con el que le hablaba a un niño tan mayor pero se recompuso y siguió con el tema que les ocupaba.
-Sra. Largue –empezó a hablar Betty, intentando no mirar al niño que tenía su jefa en el regazo. Lo que era muy difícil, pues había captado totalmente la atención de ella y su compañero-, tenemos serios problemas con el departamento contable. Es preciso…
-¡¡Delante del pequeño no!! –exclamó mientras apretaba más a su hijo contra ella. Al hacerlo, le levantó un poco la camiseta por detrás y de debajo del pantalón del niño asomaba lo que sin lugar a dudas era un pañal.
-Pero señora –continuó Stuart-, no podemos retrasar más el hecho de que estamos teniendo pérdidas financieras...
-¡Silencio! –gritó-. Estas asustando a mi hijo.
La madre abrazó más al niño y este le devolvió el abrazo, con lo que el peluche que sostenía débilmente con su manita cayó al suelo. El niño miraba a los visitantes con una cara algo asustada.
 -No te preocupes, pequeñín. Mami está aquí y no dejara que te pase nada – el niño se agitaba inquiero en su regazo-. Tranquilo, tranquilo –Karen Largue miraba nerviosa a sus empleados, y era la primera vez que estos veían esa expresión en el rostro de su jefa-. Toma.
Entonces se soltó los tres botoncitos de la parte de arriba de su blusa, se sacó un pecho y se lo ofreció a su hijo, que inmediatamente se aferró al pezón con la boca y empezó a mamar.
Betty y Stuart se quedaron de piedra.
Jackie Largue succionaba muy fuerte. Agarraba el pecho con ambas manos y tomaba la leche muy rápido. Chupaba el pezón muy intranquilo, pero poco a poco se fue relajando. Su madre le daba palmaditas en el culito. Después de un rato en el que Stuart y Betty no dijeron nada y solo se lanzaron un par de miradas de asombro, Karen Largue,  con cuidado separó al niño de la teta, que se empezó a agitar de nuevo, rápidamente, se escondió el pecho con el enrojecido pezón y se sacó el otro, que le volvió a ofrecer a su hijo. El niño se enganchó de nuevo y empezó a mamar rápidamente. Igual que antes, se fue relajando hasta que se convirtieron en succiones lentas y pausadas. Al terminar, el niño se incorporó sobre las piernas de su madre, parecía más tranquilo. Ella se escondió el pecho y lo bajó al suelo.
-Ahora vete, Jackie. Dile a Cindy que es hora de tu cambio, que yo tengo que seguir hablando con esta gente.
Stuart y Betty se habían olvidado por completo de las pérdidas de Modas Largue. Pero hicieron un esfuerzo e intentaron volver al tema que les ocupaba.
-Sra. Large… -empezó Betty.
Marchaos -les dijo su jefa, que parecía algo nerviosa-. Seguiremos con esta conversación el lunes en la oficina. Largaos y no le contéis a nadie lo que habéis visto. No deberíais haber venido.

3 de octubre de 2015

Canción de Leche y Pañales: Índice

Hola a todas y a todos!
Canción de Leche y Pañales ya está lista! :)
Pero antes de su publicación, me gustaría dejaros por aquí el índice de capítulos y explicaros unas cositas, ya que esta es una historia AB/DL diferente a todas las que habéis leído antes.

ÍNDICE

Betty

Jackie (1)

Cindy (1)

Karen (1)

Jackie (2)

Karen (2)

Jackie (3)

Cindy (2)

Alicia

Karen (3)

Jackie (4)

Cindy (3)

Robert

Karen (4)

Jackie (5)

Cindy (4)

Charlotte

Jackie (6)

Esther

Cindy (5)

Agradecimientos

Como veis, los capítulos no tienen nombre; simplemente se llaman como el personaje que lo protagoniza. El número que aparece al lado entre paréntesis es el número de capítulos que lleva el personaje en los que los acontecimientos son narrados desde su punto de vista. Veréis que hay personajes que no tienen este número al lado; eso significa que son personajes secundarios de esta historia, ya que los protagonistas son Jackie, Karen y Cindy. Sin embargo, el punto de vista de estos personajes era necesario para contar toda la historia.
A los que hayáis leído las novelas de Canción de Hielo y Fuego (Juego de Tronos) de George R.R. Martin, este tipo de narrativa no os resultara desconocida, ya que es la misma que utiliza este autor. En Canción de Leche y Pañales no he querido otra cosa que homenajearlo.
Veis que hay 20 capítulos, iré publicando cada uno cada 7 días más o menos para que tengáis todos tiempo de leerlo antes de pasar al siguiente.
Al igual que con Vida de Chris y Ady, cada capítulo se publicará en una entrada nueva en el blog, y podréis encontrar la historia completa en una de las pestañas de arriba.
Canción de Leche y Pañales ya ha iniciado la cuenta atrás...
La siguiente entrada del blog será ya el primer capítulo :)