31 de diciembre de 2016

En busca de un agujero de gusano para meterme por él y escribir...

Hola a todas y a todos!
Quería aprovechar para felicitaros la navidad y el año nuevo como marca la costumbre social :)
Pero no sólo voy a limitarme a eso, sino que quiero comentaros algunas cosas sobre el blog y también sobre mí mismo.
Lo primero es que seguro que habréis notado que estoy tardando más en publicar las historias que otras veces. Se debe a lo que me pasa todos años: por esta época estoy estudiando para los exámenes de Enero de la Universidad, pero además este año ha venido con una complicación extra, pues estoy trabajando también por las mañanas porque el alquiler del piso no se paga sólo hehe
Debido a esto me resulta totalmente imposible sacar tiempo para escribir así que hasta finales de Enero, que ya habré terminado de estudiar y estaré más libre, podre volver a escribir y subiros el capítulo cuarto de Lucía quiere biberón.
Otra cosa que quería deciros es que valoro muchísimo que metáis prisa para publicar, se nota que os gustan mis historias y ese es el mejor regalo de navidad que me habéis hecho. Lo que pasa es que he tenido mucha suerte y he ganado lectores por encima de mis posibilidades para escribir, pues si os remontáis a los inicios del blog, los capítulos de Vida de Chris se publicaban cada mes y pico. Ahora, aunque no lo parezca, he aumentado la rapidez de publicación, pero también el número de lectores, sin embargo, tengo límites temporales para escribir y quedan lejos de vuestras ganas de leer, lo que es una suerte, repito :)
Así que eso, felices fiestas y tened paciencia :)
Se os quiere :)
Con una sonrisa detrás de mi chupete,
Tony P.

19 de diciembre de 2016

Lucía quiere biberón - Capítulo 3: La Visita

Sara se levantó y fue hasta la habitación de Lucía cruzando los dedos, pero nada más abrir la puerta, ya le vino un olor a pipí. Cruzó la habitación a oscuras y subió un poco la persiana, dejando entrar poquita luz por los agujeros.
-Puedes subirla del todo –la voz de su sobrina le llegó desde la cama-. Estoy despierta.
Sara subió la persiana hasta la mitad de la ventana. No sabía cómo empezar la conversación con su sobrina. Decidió omitir que había olido el pipí al entrar y fingir que lo descubría al destaparla. Pero no hizo falta porque ella ya se lo dijo:
-Me he hecho pipí otra vez.
-¿Sí? –Sara levantó las mantas-. Vaya… Pero… -realmente no tenía ni idea de qué decir a continuación-. Pero… ¿No te das cuenta cuando te haces pipí o cómo…? –tenía que elegir las palabras cuidadosamente, no podía volver a cagarla como ayer.
-No… -contestó Lucía-. No lo sé… -parecía que fuese a llorar otra vez.
Sara se apresuró a sentarse en la cama con ella y abrazarla. Lucía pegó la cara a su pecho y empezó a llorar. Lo que necesitaba era comprensión, no castigo.
-Tranquila… Tranquila… -le susurraba mientras le acariciaba el pelo-. Verás cómo encontramos una solución, ¿vale?
Lucía se apartó de su bata, dejándole un rastro de lágrimas sobre ella y asintió.
-Por lo pronto, ¡vamos a quitarte este pijamita mojado y a prepararte tu bibe! ¿Te parece?
Lucía asintió restregándose los ojos. Sara la llevó al baño y la duchó. La secó fuertemente, abrazándola contra ella, para que así se sintiese segura y protegida, y la vistió con las únicas prendas de ropa que le quedaban. Más pronto que tarde tendría que ir a comprarle ropa, aunque pensándolo de otra manera, si todos los días tenía que poner una lavadora con las sábanas de Lucía, no le haría falta comprarle más ropa.
No. eso era una tontería. No era sólo que no dispusiese de la lavandería del edificio todos los días, sino que lo que estaba pensando era más bien una broma.
En fin, necesitaba serenarse y pensar con claridad.
Lo primero era Lucía.
La llevó hasta el salón y le dijo que esperase en el sofá mientras ella le preparaba su biberón. Se lo llevó  y se lo tendió, pero lucía no lo cogió en el acto como hacía siempre.
-¿Me lo puedes dar tú? –dijo con un hilo de voz.
Eso pilló por sorpresa a Sara.
-Esto… Sí, claro…
No sabía si era apropiado darle el biberón a una niña tan mayor. Ni siquiera estaba segura de si era apropiado que tomase biberón una niña tan mayor. Pero Lucía no necesitaba lo correcto en ese momento, sino cariño. Y de un modo, el cariño siempre es lo correcto.
Se sentó en el sofá y Lucía gateó hasta su regazo. Sara le puso un cojín debajo de la cabeza para que estuviera cómoda. Cogió el biberón y lo llevó hasta los labios de Lucía, que abrió la boca y empezó a tomárselo.
Si ya estaba mona bebiéndose ella sola el biberón, ahora parecía un ser extremadamente adorable. Lucía parecía una bebita monísima chupando de la tetina. A Sara le creció una ternura enorme por dentro al ver a su sobrina alimentarse de ella. Era casi como si le estuviese dando teta. Lucía chupaba del biberón súper concentrada, con los ojos cerrados y disfrutando de cómo se lo daba Sara. De pronto los abrió y pilló a Sara embobada mirándola. Lucía sonrió, de una forma traviesa y avergonzada, y siguió tomándose la leche. Cuando se acabó su bibe, Sara la aupó par que expulsase los gases. Tras hacerlo, la dejó de nuevo en el sofá, aunque se sorprendió a sí misma acunándola un poco antes de hacerlo.
Regresó a la habitación de Lucía, quitó todas las sábanas y las echó en el cesto de la ropa sucia, que junto con las de ayer estaba ya hasta arriba. Esa tarde debería bajar a la lavandería y poner una lavadora urgentemente. Pero el problema era que ahora se había quedado sin sábanas para Lucía. Fue hasta su habitación y cogió las de repuesto de su cama. Eran más grandes que las de Lucía, pero servirían.
Tras ponérselas a su cama, regresó con su sobrina al salón. Se puso a ver los dibujos con ella, pero mentalmente estaba recordando todo lo que tendría que hacer el lunes. No sólo esperar la visita del asistente social, sino comprar sábanas y ropa para Lucía y un par de biberones más. Al menos que tuviese uno para cada toma y que por la noche pudiese ponerlos todos en el lavavajillas.
Pasaron el domingo entero tiradas ambas en el sofá viendo películas y comiendo palomitas. Cuando llegó la hora del biberón de la merienda, Lucía quiso tomárselo sin pausar la película. Esa vez no pidió a Sara que se lo diese.
Cuando llegó la hora de cenar, ya habían visto La Princesa Mononoke, Wolf Children y Los Cuentos de Terramar.
Cenaron verdura, ya que Sara pensó que era momento de que Lucía comiese algo sano. Y para su sorpresa, ella no protestó y se comió su plato entero.
A la hora de dormir, Sara apareció en la habitación de Lucía ya con el biberón de leche caliente listo.
-¡Bibe! –exclamó Lucía cuando la vio entrar. Y se tumbó bocarriba sobre la cama esperándolo.
-¡Tu bibe! –exclamó Sara también.
-¿Me lo puedes dar tú? –dijo otra vez.
-¿Si? ¿Quieres que te lo de la tita Sara? –le preguntó con emoción.
-¡Sí! –contestó Lucía-. ¡Quiero que me lo de la tita Sara!
Sara se acercó con el biberón hasta la cama. Se sentó con la espalda apoyada en la pared y Lucía gateó hasta ella. Se acostó sobre sus piernas e hizo el gesto de tomar bibe con los labios. Sara sonrió y le tendió el biberón, que inmediatamente Lucía agarró con la boca y empezó a chupar.
Su sobrina estaba increíblemente mona, y se la veía muy feliz. Se tomaba el biberón y realmente estaba disfrutando mucho con él.
A Sara no le importó que eso no fuera lo apropiado. A Lucía le gustaba el biberón y no le hacía mal a nadie tomándoselo. Punto.
-¿Te gusta cómo te da el bibe la tía Sara? –le preguntó
Lucía asintió, y al hacerlo, unas gotitas de leche se derramaron por la comisura de sus labios. Sara se las limpió con su dedo.
Se lo terminó y Sara le hizo expulsar los gases. La dejó de nuevo en la cama, le puso a Peppy a su lado y la arropó.
-Buenas noches, guisantito –le dijo.
-Buenas nochzzzzz….
Lucía se había dormido ya.
A la mañana siguiente, volvió a amanecer con pipí.
Lucía estaba alterada, pero no tanto como antes. Sara sí que estaba más preocupada. Una cosa era que mojara la cama por el cambio radical de su vida y porque se sintiese fuera de lugar, pero Sara había hecho todo lo posible para que su sobrina estuviese cómoda; la había tratado muy bien, siempre con una palabra amable. Comprendiéndola, no castigándola. Había tratado de que su sobrina lo llevase lo mejor posible. La había cagado una vez, vale. Pero Lucía no parecía una chica triste. Estaba bien dentro de las circunstancias, es decir, no se pasaba el día llorando. Entonces, ¿por qué diablos se seguía haciendo pipí por las noches?
Hizo la misma rutina de siempre. Lavó a Lucía y luego las sábanas.
Lucía volvió a pedirle que le diese el biberón. Sara aceptó.
Necesitaba comprensión, no castigo.
Lucía se tomó el biberón mientras Sara se lo daba. Lugo, la levantó y le dio palmaditas en las espala hasta que expulsó los gases. La dejó de nuevo sobre el sofá y fue a vestirse. Esa mañana tenía que ir a comprar varias cosas. Cuando estaba a punto de salir, se acordó que entonces Lucía se quedaría sola en casa. Su cerebro todavía no había terminado de asimilar que ahora tenía que contar con una variable muy importante cada vez que hiciese un plan.
Podía dejarla sola en casa, no le pasaría nada. Pero pensó que sería mejor llevársela hoy que no tenía que comprar muchas cosas a otro día donde fuese cargada hasta arriba.
Vistió a su sobrina y la llevó hasta el centro comercial. Primero pasaron por la sección de hogar y compraron dos juegos de sábanas nuevos. Sara dejó a Lucía escogerlos y ella eligió uno rosa de las princesas Disney, que era demasiado caro; y uno de Las Supernenas, más barato pero aun así valía más de lo que Sara pensaba gastarse. Se dio cuenta que en algún momento le tendría que decir a su sobrina que su cuenta de ahorro no era excesivamente grande.
Tras eso, fueron hasta la zona donde estaba la ropa de niños. De camino, pasaron por el pasillo de los pañales. Sara los miró fugazmente, pero descartó la idea.
Llegaron a la sección de ropa de niños. Lucía quería una camiseta de alguna de las películas que le gustaban, pero no había nada de anime allí, así que se tuvieron que conformar con unas cuantas de la marca del centro comercial, que además eran baratas.
A Sara le gustó eso.
Compró también varios pantaloncitos y salieron de la sección.
Cuando ya tenían las sábanas y la ropa en su poder, Sara se acordó que tenía que comprar un par de biberones. Como no quería llevar a Lucía a la sección de bebés porque sabía que no sería bueno para ella, le dio a su sobrina un euro y le dijo que fuese a por golosinas y que se verían en la salida.
Sara fue hasta parte en la que se encontraban los biberones, y de nuevo pasó por el pasillo de los pañales. Lo pensó, pero volvió a descartarlo al instante.
Compró al final tres biberones: Uno para cada toma de Lucía y otro de repuesto. Intentó que el plástico en el que se coloca la tetina fuese de diferente color, pero compró todos de recipiente  transparente, como el que tenía Lucía. Al final se llevó uno con el plástico de la tetina azul, otro rojo y otro verde. El de Lucía tenía el plástico de la tetina de color rosa. Pero Sara pensó que ya había mucho rosa en su vida.
Pagó los biberones y fue hasta la salida, donde estaba esperándola Lucía con una pequeña bolsa de chuches. Cuando Sara era pequeña, con un euro podría haberse comprado tres bolsas más de chuches como esa, pero ahora estaba todo más caro. Le pidió a Lucía un par de golosinas de fresa, que eran sus favoritas y ella había comprado muchas. Para su sorpresa, también eran las favoritas de su sobrina. Le dio unas cuantas y ambas volvieron a casa.
Sara preparó macarrones para comer. Al terminar, Lucía le dijo que estaba cansada y si podía echarse una siesta. Sara asintió. Fue hasta la habitación, le puso las sábanas que acababan de comprar y la arropó. Le pareció raro acostarla sin darle antes un biberón.
Mientras Lucía dormía, Sara aprovechó para ensayar un poco de La Celestina. Al día siguiente tenía ensayo con la compañía de teatro y debía de llevar bien preparado el personaje.
- ¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a meterte entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá. –iba diciendo, tampoco muy alto para no despertar a Lucía.
En ese momento, tocaron el timbre.
Sara abrió y se encontró con un hombre bajito, con bigote y con sombrero hongo.
-Buenas tardes –la saludó. Tenía una voz increíblemente aguda.
-Buenas tardes –contestó.
-Soy el asistente social de la señorita Lucía Creus. Usted debe de ser su tía y ahora tutora legal Sara Blanc.
-Así es.
-¿Puedo pasar?
-Por supuesto, adelante.
Sara se apartó dejó que el asistente social entrase. Lo llevó hasta el salón. El único camino para llegar era pasando antes por la cocina. Al entrar, Sara se fijó en que el biberón que Lucía se había tomado esa mañana estaba sobre la encimera, junto con los otros 3 que le había comprado. Se apresuró a esconderlos en los cajones que iba pillando mientras le daba conversación al hombre.
-Entonces… -decía atropelladamente-. Entonces… ¿Usted es el asistente social de mi hermana?
-En efecto.
-Vaya, que bien –iba hablando muy deprisa, guardando los biberones donde primero pillaba e intentando taparlos con su cuerpo-. ¿Qui-quiere comer algo?
-No. No, gracias.
Terminó de guardarlos. Suspiró aliviada y se giró para seguir hablando con su visitante.
-Bien, en ese caso, vayamos al salón. Por aquí, por favor.
Le indicó el camino y dejó que se sentase primero en el sofá. El asistente social abrió su maletín y empezó a sacar documentos y a ponerlos sobre la mesita que tenía delante. Sara se dio cuenta de que estaba llena de migas de pan y que aún estaban ahí los dos cuencos de las palomitas de ayer, en los que sólo quedaba ya el maíz crudo.
Miró al asistente, pero él no dijo nada. No había caído en que debía de haber tenido la casa impoluta para su visita. Sin embargo, no es que fuese a adoptar a alguien. Al contrario, ella ya la tenía adoptada.
-Aún no me ha dicho su nombre, señor asistente –le dijo.
-Me llamo Mariano Alfonso García –dijo sin levantar la vista de sus papeles-. Bien, veamos -ahora sí la miró-. Como único familiar vivo de Claudia Blanc, ha recaído sobre usted la tutela de Lucía Creus. Tiene usted 25 años, trabaja cinco días a la semana…
-En turnos de 10 horas –lo cortó.
-Lo sé –continuó el asistente social-. En turnos de 10 horas, tiene unos ingresos de 500 euros mensuales… ¿Cómo va a poder ocuparse de su sobrina?
¡Espera un momento! ¿Acaso ese tío pensaba quitarle a lucía? Lo llevaba claro.
-Lucía tiene que empezar ya en algún colegio, que me imagino que usted me ha traído ya asignado…
-Lo he traído.
-Bien, porque no me gustaría que estuviese más tiempo sin ir a clase. Eso para empezar. Segundo, mis ingresos constan de un sueldo de 500 euros más pequeños ingresos que recibo de mi trabajo como actriz que están en torno a los 100 euros mensuales. Tercero, este Estado putrefacto al que usted representa y que tardó una década en apartar a mi sobrina de una persona que no se ocupaba de ella, le da ahora una mísera ayuda de 150 euros al mes –hizo una pausa, disfrutando de su ataque-. En total hacen unos 750 euros al mes…
-Sé sumar.
-No me corte. En total hacen unos 750 euros al mes. Mire mi casa. No tengo grandes lujos. Llevando a mi sobrina a un colegio público creo que podremos vivir perfectamente. Bueno –añadió-, perfectamente no. Pero es lo que este gobierno corrupto nos ofrece.
Se produjo una pausa. Sara no pretendía abrir la boca. Tenía mucho rencor acumulado y el asistente Mariano Alfredo o como se llamase y la posibilidad de que le pudiesen quitar a Lucía la había hecho estallar.
-Bien –dijo el asistente social al cabo de un rato-. Aquí tiene el colegio al que deberá llevar a su sobrina –le tendió un papel-. Está al lado de esta casa.
Sara cogió el papel y lo miró. El colegio era el Federico García Lorca. Estaba detrás de su casa. En realidad, por proximidad, era el colegio que esperaba que le asignasen.
-De acuerdo –Sara dejó el papel sobre la mesa-. ¿Algo más?
-Sí –el hombre sacó otros papeles del maletín y se los tendió-. Aquí tiene los papeles de la adopción. Su hermana ya los ha rellenado. Deberá rellenarlos usted y presentarlos en el juzgado.
-Gracias –Sara dejó los papeles a un lado.
-Pues eso es todo… ¿Ha habido algún problema durante estos días que ha estado la niña con usted?
Sara pensó en el biberón y en las sábanas mojadas.
-No. Ninguno –contestó.
Acompañó al asistente social a la puerta y cuando ya se iba no pudo evitar preguntarle:
-¿Qué tal está mi hermana?
El asistente social se giró.
-Está en la Clínica de Desintoxicación Rivera. Se va recuperando.
-¿Ha preguntado por su hija? ¿Ha preguntado por mí?
-No –contestó. Y se fue bajando por las escaleras.
Sara volvió a dentro para despertar a su sobrina, que ya iba siendo hora. Se percató en ese momento que el asistente social ni siquiera había preguntado donde se encontraba Lucía. Eso es lo que debía importarle a ese hombre la niña.