Al
final resulta que me lo estoy pasando bien y todo.
Estoy
en el sótano de Ronald. Con él, Joseph y Eddy. Los cuatro apretujados en el
sofá mientras Ronald y Eddy juegan a War of Empires. Es su turno y Eddy y yo
miramos y les gritamos consejos indistintamente a los dos solo para ponerles
nerviosos y reírnos. Como os decía, me lo estoy pasando bien. Casi me he
olvidado de que para dormir tengo que llevar a cabo el plan que he hurtado con
Mami para que me ponga un pañal sin que ninguno de mis amigos se entere y
evitar así una vergüenza pública.
Cuando
Mami y yo llegamos a casa de Ronald, a ninguno de mis amigos les molestó que fuese
un poco tarde. Andaban todos muy ocupados en la cocina preparando las patatas
fritas, los ganchitos y los refrescos. La madre de Ronald los supervisaba
mientras sostenía a su hijo pequeño en brazos.
Fue
ella quien nos abrió la puerta, aguantando a Stuart con un brazo mientras
tiraba del pomo con la mano que le quedaba libre. A Mami enseguida se le enternecieron
los ojos, como le pasa cada vez que ve un bebé. Puso una expresión muy tierna y
corrió enseguida a hablarle con su voz infantil.
¿Qué
pasa? ¿Acaso Mami no tiene ya en casa un bebé al que mimar?
Me
pongo un poco celoso cuando Mami le hace carantoñas a otros bebés.
Yo
entre después de ella, con expresión malhumorada en el rostro y sujetando el
saco de dormir la pizza y mi mochila, que Mami me había pasado inmediatamente
al ver al hermano de Ronald.
-Los
chicos están en la cocina, Robin –me dijo Joseline mientras Mami le tocaba la
nariz a Stuart con un dedito y lo miraba como si no hubiese visto a un bebé en
la vida.
Dejé
atrás a Mami y a sus intentos de hacer reír al bebé, como si este pudiera
entender una sola palabra de las que pronunciaba Mami y entré en la cocina. Mis
amigos estaba discutiendo en qué cuenco echaban las patatas fritas.
-No
puedes echarlas en ese porque es de cerámica, y si nos lo cargamos mi madre me
mata –decía Ronald.
-¿Pero
por qué nos lo vamos a cargar? ¿Es que acaso vamos a usarlo de frisbee? –protestaba
Joseph.
-Tío,
coge otro plato. ¿Qué más te da?
-¿Qué
pasa aquí?
Mami y
Joseline habían llegado también a la cocina. Mami sostenía a Stuart en brazos y
al verla con el bebé, inmediatamente torcí el gesto.
-Que
dice Joseph que echemos las patatas en el cuenco de cerámica –le informó
Ronald.
-No, en
ese no, chicos –la madre de Ronald cruzó la cocina y abrió uno de los armarios
de encima del fregadero-. Coged este que es de plásticos –dijo sacando un
cuenco.
Joseph
lo cogió de mala gana.
-Bueno,
pues ya estaría todo, ¿no? –preguntó Eddy mientras vertía el contenido de una
bolsa de patatas en el cuenco que acaba de tenderle Joseph.
-Creo
que sí… -Ronald miró todos los platos y vasos que había sobre la mesa-. Robin,
¿has traído la pizza? –me preguntó.
-Sí. Aquí
esta –conteste izándola hacia arriba.
-Déjame
que la meta en el frigorífico –me dijo amablemente Joseline. Cogió la pizza y
la guardó en una de las repisas de la nevera-. ¿Tenéis ya todo? –nos preguntó.
-Ahora
sí –Ronald miró alrededor y comprobó que efectivamente teníamos todo lo que nos
hacía falta para una noche de videojuegos y comida basura
-Bueno,
pues idos ya al sótano y tened cuidado con no quemar nada –bromeó Joseline.
-Venga,
que cada uno coja un plato y todos para abajo –dijo Joseph, impaciente.
Yo cogí
como buenamente puede un cuenco de ganchitos y un plato de cortezas, pues
estaba aún sujetando el saco de dormir y llevaba colgada la mochila con el
pijama y el pañal.
Intenté
no pensar en que solo un trozo de tela separaba mi pañal de mis amigos.
Solo el
tela de la mochila mantenía en ese momento la separación entre mis dos mundos.
-Robin,
espera un momento –me dijo Mami cuando ya me iba para abajo.
Sentí
las mejillas enrojecer, pero me acerqué hacia ella lentamente, para no derramar
nada del contenido de los platos, mientras mis amigos corrían escaleras abajo.
Mami le pasó Stuart a Joseline y cuando se aseguró de que mis amigos estaban ya
en el sótano y no podían escucharnos me habló.
-Me voy
un momento –me dijo flojito-. Tengo que ir a comprar unas cosas. De todas
formas volveré para antes de que os acostéis –yo sentía cómo me iba poniendo
rojo. Me estaba hablando ahí, delante de la madre de mi amigo y de un bebé de
verdad-. Si tienes algún problema o pasa
lo que sea, díselo a Joseline, ¿vale?
Asentí
con la cabeza, sin ni siquiera levantarla.
-Puedo
ponerte yo el pañal si quieres, Robin –me dijo la madre de Ronald, intentando
ser amable-. No me importa nada, ya ves que estoy acostumbrada a cambiar pañales
–añadió alzando un poco a Stuart.
<A
mí sí que me importa, pensé>.
-A él
es que le va a dar mucha vergüenza, Joseline –le dijo Mami-. Mejor vengo yo y
se lo pongo.
-Como
quieras –dijo Joseline-. Lo hacemos con precaución para que no se entere
ninguno de tus amigos y ya está.
Yo
estaba muriéndome de la vergüenza. Estaban las dos allí hablando de ponerme un
pañal delante de un bebé que por supuesto llevaba uno y al que yo le sacaba 11
años.
Estaban
hablando allí, mientras mis amigos jugaban abajo sin un atisbo de preocupación
porque todavía mojasen la cama e incapaces de sospechar que su amigo de su
misma edad aún llevase pañales para dormir.
Mis dos
mundos separados ahora por una escalera.
-Bueno,
Robin –Mami se colgó su bolso-. Me voy. Volveré enseguida. Si pasa lo que sea,
ya sabes –se dirigió a Joseline-, me llamas y en nada estoy aquí.
-Tranquila,
si se van a poner a jugar al juego ese de pegar tiros y se lo van a pasar muy
bien.
-Seguro
que sí –Mami se inclinó hacia mí. El rubor de mi cara había ido desapareciendo
poco a poco-. No te preocupes por nada, ¿vale? Ya verás como todo va a salir
bien. Te quiero –y me dio un suave beso en la frente al levantar la cabeza.
Yo me
quedé ahí parado en medio de la cocina mientras Joseline, con el bebé en
brazos, acompañaba a Mami a la puerta. El otro bebé estaba esperando que
despareciese todo el rojo de sus mejillas para ir abajo a pasárselo bien con
sus amigos de su edad.
-Qué
suerte tienes, mujer –oí decir a Joseline-. Ojalá mi Ronald me dejase darle
besos y decirle que lo quiero.
-¡Eh,
Robin! ¡¡¿Bajas o qué?!!
El otro
bebé corrió escaleras abajo.
*****
Al
final resulta que me lo estoy pasando bien y todo.
El sótano
de Ronald es una estancia cuadricular, que sirve a la vez de trastero. En el
fondo hay amontonadas cajas y cajas de cartón llenas de lo que parecen trastos
que nadie usa y que no paran de coger polvo. Distingo algunas lámparas, unos
esquís y lo que parece una bicicleta a la que le faltan las ruedas y el
manillar. Hay algunas cajas que llevan inscripciones en rotulador como
Juguetes, Álbumes de fotos o Navidad.
En una
vieja mesa de formica hemos puesto toda la comida y las dos botellas de Fanta y
Coca-Cola. Hay una pequeña cómoda, sobre la que reposa la televisión vieja que
bajaron los padres de Ronald cuando compraron la nueva, unida a una estantería
llena de libros viejos y películas a las que no les debe quedar mucho para
unirse al resto de trastos viejos del fondo.
Ronald
ha dejado espacio una de las repisas para sus videojuegos. Concretamente, los
ha amontonado de cualquier manera al lado de un montón de películas de Disney
en VHS. Distingo El Jorobado de Notre
Dame, Atlantis y El Planeta del Tesoro al lado del Fornite, Dioses y Monstruos y el ultimo FIFA.
Es
curioso porque yo también tengo esas películas en casa. Pero no cogiendo polvo
en ningún sitio, sino que las tengo en el salón, a mano y en Blu-ray. Son
películas para niños pequeños que mi amigo ha abandonado porque se ha hecho mayor
y ya no las ve.
Pero yo
no soy así.
Yo soy
un niño pequeño que todavía se emociona con las películas de dibujos animados
de Disney y al que le encanta verlas acurrucado con su Mami, llevando un pañal
y chupando un chupete.
Las
películas de dibujos y los videojuegos se mantienen en un precario equilibrio,
a punto de desplomarse las unas sobre los otros en una irónica representación
de mí mismo, de mis dos mundos a punto de venirse abajo.
Aparto
la mirada de la estantería a punto de derrumbarse y la dirijo a televisor,
donde caballeros templarios luchan contra el imperio romano.
-Este
juego no tiene ningún rigor histórico –protesta Eddy.
-Oh,
sí. Porque un agujero de gusano en medio de Nueva York por el que entran dioses
nórdicos es el colmo del realismo –dice Joseph sarcásticamente.
-Pero
en Los Vengadores a nadie le sorprende.
A un videojuego que se llama War of Empires sí que se le puede pedir algo de
coherencia.
-A mí mientras
pueda machar a Ronald me da igual –dice Joseph-. Como si me aparece ahora un
caza de la segunda guerra mundial.
-Pero
si te estoy dando una paliza, fantasma –le suelta Ronald mientras aprieta uno
tras otro los botones de su mando.
Yo me
río. Ronald tiene razón. Se está comiendo a Joseph con patatas. Eddy sigue
leyendo las instrucciones del juego en la caratula y negando con la cabeza.
-Aquí
pone que puedes elegir cualquier imperio de toda la historia y hacerlo luchar
contra otro.
-Llamándose
War of Empires no me sorprende nada –dice Joseph.
-Sí,
pero creía que iba a ser por épocas o algo así…
-¡Mierda!
–exclama Joseph tirando el mando al suelo.
-¡¡SÍII!!
–Ronald levanta los brazos, triunfante-. Cuidado con el mando, imbécil –baja un
puño y golpea a Joseph en el hombro.
-Es normal
que ganes, llevas jugando al juego semanas. Ya verás cuando le coja el
tranquillo –protesta enfurruñado, y se levanta del sofá-. Voy a por Coca-Cola.
¿Alguien quiere?
-Yo
–dice Eddy.
-Traéte
la botella mejor, porque yo también quiero –dice Ronald agitando su vaso vacío.
-Yo voy
a querer Fanta –digo.
-Y está
Starkley tocando las narices –Joseph se mete conmigo en confianza-. Pues ven
aquí a cogerla tú porque no puedo llevar las dos botellas y mi vaso.
-No
porque me toca jugar –contesto mientras Ronald me pasa el mando y empiezo a
elegir imperio.
-Entre
todos me estáis jodiendo la tarde.
-¿Quieres
dejar de quejarte y traer las dos botellas? –le grita Ronald riéndose.
-Yo
también voy a querer patatas fritas.
-¿Me has
visto cara de camarero, Eddy?
Ahora
es el turno de Eddy y yo. Él elije al imperio Inca comandado por Atila, y yo al
imperio británico del siglo XVIII comandado por Woodes Rogers. Quien gane de
nosotros se enfrentará a Ronald.
Joseph
hace dos viajes para poder traer todo lo que le hemos pedido y se sienta de
nuevo en el sofá. Eddy es muchísimo mejor que yo así que me da una soberana
paliza. Joseph no deja pasar la oportunidad para meterse de nuevo conmigo
porque he perdido por muchos más puntos que él.
-Has
quedado último, Starkley. ¡Buuuuu!
-De eso
nada –respondo. Me he olvidado de que luego me van a tener que poner un pañal y
me lo estoy pasando francamente bien-. Tenemos que jugar luego tú y yo por el
tercer y cuarto puesto.
-Tiene
razón –corrobora Joseph.
Satisfecho,
me bebo mi vaso de Fanta de un trago y me sirvo otro más de la botella que está
a mis pies.
La partida
entre Ronald y Eddy es brutal a pesar de ser la segunda vez en su vida que Eddy
juega al War of Empires. Se le dan genial los videojuegos y derrota a Ronald,
aunque por la mínima.
-¡No
puede ser! –exclama Ronald-.¡ Es la segunda partida que juega este tío!
-Si
vamos a apuntarnos a algún campeonato, ya sabemos quién va a ser el capitán –dice
Joseph dándole una palmada a Eddy en el hombro.
-Gracias,
chicos –contesta Eddy haciendo una reverencia.
-Starkley
puede ser el utillero –dice Joseph dándome también una palmada en el hombro, aunque
con un significado totalmente opuesto.
-¡Vamos
a jugar los dos a ver quién es el peor! –exclamo, y me acabo el vaso de un
trago y lo apoyo con fuerza en el suelo, igual que un borracho deja una cerveza
en la barra del bar cuando un amigo le reta a hacer algo.
-Ojo
que Robin se ha venido arriba –dice Ronald antes de soltar una carcajada.
-Dale
una paliza al flipado este, Robin –me dice Eddy.
Pero a
pesar de los ánimos de mis amigos, Joseph me gana con una holgada diferencia de
puntos.
-¡¡Victoria!!
–exclama poniéndose de pie y volviendo el mando, esta vez contra el sofá.
-Eso,
celebra el tercer puesto. Eres el mejor de los peores –le dice Ronald-. Y te he
dicho que tengas cuidado con el mando, gilipollas –Ronald coge el mando y se
asegura de que está en perfecto estado mientras Joseph acaba su vaso de Coca-Cola.
-Lo
hemos intentado, Robin –me dice Eddy poniéndome la mano en el hombro.
A mí me
da igual ganar o perder. Soy la persona menos competitiva del mundo. Quizá
porque soy un paquete en casi todo.
-Aun
así, somos un poco malillos, chicos –dice Ronald-. Salvo el cabrón este –señala
a Eddy-, los demás vamos a tener que entrenar mucho para participar en algún
campeonato si no queremos que nos eliminen a las primeras de cambio.
Seguimos
echando más partidas entre nosotros. Ahora juego yo contra Ronald y Joseph
contra Eddy. Yo pierdo de nuevo a pesar de que mi amigo me ha dado alguna ventaja,
pero Eddy no tiene inconveniente en ventilarse a Joseph en un momento y sin contemplaciones.
Borra su ejército prusiano con sus tropas celtas sin ningún miramiento.
Las dos
botellas de refrescos van a la par, y eso que el único que está bebiendo Fanta
soy yo.
A pesar
de ir perdiendo, me lo estoy pasando genial. Me siento totalmente integrado
entre mis amigos como hacía tanto tiempo que no estaba.
La madre
de Ronald baja al poco con mi pizza ya calentada. Nos vamos todos a la mesa a
cenar y ella nos pregunta si nos falta algo y quién va ganando. Antes de irse se
inclina disimuladamente hacia mí y me pregunta si va todo bien. Me pongo rojo
porque sé a qué se refiere. Asiento mínimamente con la cabeza y sigo comiendo. Por
suerte, ninguno de mis amigos se ha percatado porque están charlando animadamente
sobre nuestras posibilidades en una competición.
-Yo
creo que si nos ponemos serios, pero de verdad, algo podemos hacer –dice
Joseph.
-Nos
falta más entrenamiento –apunta sensatamente Eddy.
-Eddy
tiene razón, Joseph. Ya nos hemos hecho al juego. Ahora vamos a elegir un imperio,
nos metemos en Internet y juagamos online en el mismo equipo contra otro.
Mami
tenía razón. Aunque lleve pañales puedo pasármelo muy bien en una pijamada con
mis amigos. Llevamos jugando toda la tarde y no me he preocupado por el pañal
ni un momento.
Como
pizza y charlo animadamente mientras voy cogiendo grandes montones de ganchitos
y llevándomelos a la boca.
-Yo
elegiría para el equipo al imperio romano, que es el más numeroso –dice Ronald.
-¿Los indios
no son más? –pregunta Joseph-. Siempre he oído eso de Son más que los indios.
-Eso
eran porque los vaqueros eran cuatro gatos –dice Eddy.
-Yo lo
que he escuchado es Son más que los orcos –dice Ronald.
-No –le
corrige Joseph-. La expresión es Son más feos que los orcos.
Reímos
los cuatro.
-A
palabras elfas, oídos orcos –digo yo parodiando un refrán.
Volvemos
a reír los cuatro. La verdad es mis amigos no se suelen reír con mis chistes,
así que me hace mucha ilusión.
-Propongo
un brindis –dice Ronald cogiendo su vaso de plástico y poniéndose en pie con
pomposidad-. Por los videojuegos.
-Y por
más noches como esta –añade Joseph, y también se pone de pie.
-Eso
–Eddy también se levanta de la silla y alza su vaso.
-¡Eh!
–digo yo estirando mi brazo hacia ellos-. Echadme Coca-Cola que ya no queda Fanta.
Ronald
llena mi vaso y los cuatro brindamos.
-Por
los videojuegos, por el War of Empires y por noches cómo esta –decimos al unísono.
Chocamos
los vasos y bebemos.
-De un
trago, de un trago –dice Joseph sin separar los labios de su vaso.
Nos
acabamos el contenido y dejamos los vasos a la vez sobre la mesa.
-¡¡Venga!!
–grita Ronald- ¡¡Vamos a elegir un imperio y darles una lección a unos pringados!!
-¿Estarán
también en el War of Empires los chicos de Kentucky contra los que juagábamos
al Dioses y Monstruos? –pregunta Eddy mientas vamos hacia el sofá.
-¡Buena
pregunta! ¡Vamos a comprobarlo! –dice Ronald encendiendo de nuevo la videoconsola.
Nos sentamos
los cuatro en el sofá, expectantes y crecidos, dispuestos a comernos vivos al
equipo de Kentucky.
Entonces
pasa.
Ya
sabéis lo que va a pasar.
Un líquido
caliente empieza a empaparme la entrepierna, mojándome pene y testículos. Siento
como se me empapa toda la parte de delante de los calzoncillos. Agacho la
cabeza en cuanto siento el calor y veo una manchita que se forma en mi pantalón
que comienza a extenderse hacia mi pierna derecha.
Por
favor, no.
El pipí
sigue saliendo. Soy incapaz de detener el chorro.
Siento
como se me va mojando la pierna conforme sigue saliendo el pipí y cómo me corre
hacia abajo. De un momento a otro se formará un charco en el suelo.
Empiezo
a temblar, pero estoy totalmente paralizado.
Mis
amigos están pendientes de Ronald mientras configura la videoconsola y no se
fijan en mí.
El pipí
no para de salir, mojando sin parar mis calzoncillos y pantalón, que son
incapaces de absorber nada.
No son
un pañal.
Me
estoy haciendo pipí encima.
Me
estoy haciendo pipí encima delante de mis amigos.
No.
Nonononono.
Ahora
no. Aquí no.
El pipí
sigue saliendo.
Me
empiezo a poner muy nervioso y muy inquieto.
El
corazón parece que está a punto de salirme por la garganta.
Noto el
culo mojado, lo que significa que el pipí ha llegado hasta el sofá.
En un
acto reflejo me pongo de pie inmediatamente y noto como el pipí cae por mi
pierna derecha, alzando calcetín, pie y zapato.
En el
sofá hay una mancha justo en el sitio en
el que estaba sentado.
Joseph
olfatea el aire.
-¿Qué
coño…?
Todos
mis amigos apartan la vista de la pantalla y me miran a mí.
Ven
como a su amigo, de su misma edad, se está haciendo pipí encima. Como se le está
escapando el pipí, mojándole testículos, calzoncillos y pantalones, y como le
corre pierna abajo. Pero eso no lo ven. Solo lo siento yo. El pipí bajando por
mi pierna y llegando hasta el zapato, sobrepasándolo y mojando el suelo,
formando un charquito.
Eso sí
que lo ven.
Mis
amigos se apartan rápidamente de mí. Eddy se da con la estantería, provocando
que películas Disney y videojuegos caigan unos sobre otros.
El olor
a pipí inunda todo el ambiente.
Me
llevo las manos a la entrepierna en un acto instintivo para parar el pipí, pero
es en vano. El pipi sigue saliendo. El charco del suelo es cada vez más grande.
Me
quedo allí de pie, paralizado mientras me hago pipí encima y mirando a mis
amigos, que me contemplan con una mezcla de estupor y asco.
El pipí
termina de salir. Han debido de ser solo unos segundos, pero suficientes para
romper la barrera que separa mis dos mundos.
Me
hecho pipí encima delante de mis amigos.
Como un
bebé.
Eso es lo
que ha pasado.
Mis dos
mundos han colisionado y el resultado de ellos soy yo sobre un charquito de pis
delante las caras estupefactas de mis amigos.
Tras
unos segundos de silencio, rompo a llorar.
Como un
bebé.
Berreo.
Agito
mis puñitos como un bebé.
Soy
incapaz de controlarme, igual que he sido incapaz de controlar el pipí.
Tengo
los ojos cerrados a causa del llanto pero aún oigo a mis amigos.
-Tíos…
¿Qu-qué hacemos?
Y se me
viene a la cabeza la imagen de la escena.
Mis
amigos de pie, inmóviles, mirando cómo me acabo de hacer pipí encima y lloro
como un bebé sobre un charco de pis.
No
puedo soportarlo más.
Esto no
puede estar pasando.
No.
No.
Nonono.
Incapaz
de soportar la vergüenza, me tiro contra el sofá y hundo la cara entre los
cojines de una esquina, intentando cubrir mi culito mojado con ambas manos.
No
puedo soportar la humillación.
No
puedo parar de llorar.
-¡Nononononono!
–exclamo en medio del llanto-. Esto no puede estar pasando, no…
<<-Robin,
te has hecho pipí encima –dice una vocecita en mi cabeza>>.
-¡¡Nooo!!
–grito intentando negar la realidad.
Esto no
ha pasado.
No ha
pasado.
No
puede haber pasado.
<<-Robin,
te has hecho pipí encima como un bebé –vuelve a decir la voz, añadiendo Como un
bebé>>.
Como un
bebé…
-Nonononono.
Esto no me puede estar pasando, no….
Sigo
llorando como un bebé.
Lo
que Ronald, Joseph y Eddy están viendo
ahora mismo es a su amigo mojado de pipí berreando como un bebé sobre el sofá.
Incapaz
de controlar los temblores de mi cuerpo, me agito en el sofá y me doy la vuelta,
quedándome bocarriba.
Veo a
mis amigos mirarme petrificados mientras agito convulsivamente mis
extremidades.
Me he
hecho pipí encima. Delante de mis amigos.
Lloro
más fuerte, si cabe.
-¡¡NO
ME MIRÉIS!! –grito en medio del llanto, tapándome la cara con las manos-. Por
favor, no me miréis…
Vuelvo
a soltar un berrido ensordecedor y a mover incontroladamente mis brazos y
piernas, pataleando al aire.
-Tíos,
tenemos que hacer algo –dice uno de mis amigos.
No sé
quién.
¿Acaso
importa?
-¡¡¡MAMI!!!
–logro decir en medio del llanto y el pataleo-. ¡¡LLAMAD A MI MAMI!! –me calmo
un poco, dejo de temblar y comienzo a respirar entrecortadamente-. Por favor…
Decidle a mi Mami que venga…
*****
Chupo y
chupo.
Me
aferro y chupo.
Estoy
sentado encima del sofá, con uno de los cojines bien pegado a mi pecho,
mientras me abrazo las rodillas y chupo una de las esquinas del cojín.
Lo
chupo compulsivamente, a conciencia, poniendo en ello todo mi empeño.
No me
está consolando nada, peor necesitaba chupar algo.
Chupo y
sigo chupando la punta con la mirada perdida, apretando fuertemente mis
rodillas hacia mí.
Sé que
estoy en el sótano de Ronald porque no me he movido de aquí desde que mis
amigos salieran y me dejasen solo.
Y
entonces gateé por el sofá hasta uno de los cojines, lo coloqué entre mi pecho
y mis rodillas levantadas y empecé a chupar una esquina, como un autómata.
Un
instinto que no podía controlar.
Necesito
chupar algo.
Pero no
me está calmando nada.
No me
está calmando nada…
La
punta del cojín ha perdido todo su relleno a causa de mi succión. Ahora es solo
un trozo de tela que mantengo arrugado en mi boca, empapado en saliva y que
sabe también a mocos y lágrimas.
No me
consuela nada pero sigo chupando.
Es lo
único que tengo.
De
repente el mundo es muy grande y yo me siento muy pequeño en él.
Desconsolado
y desprotegido.
Tengo
frío.
El pipí
calentito que salió antes ahora es una costra pegajosa en mi piel y tela fría y
mojada en mi ropa.
Sigo
chupando, ausente.
Alejado
de este gran y cruel mundo.
Oigo
unos ruidos y la puerta del sótano se abre. Entra alguien. Varias personas.
Hablan
entre ellas pero no distingo lo que dicen.
No les
presto atención. Mis sentidos se concentran solo en chupar la punta del cojín,
mi único consuelo en el enorme y cruel mundo de mi alrededor.
Me
encojo un poco más y me aferro al cojín.
No doy
muestras de haberme percatado de que ha entrado alguien en la habitación.
Chup y
chupo.
Chupo y
sigo chupando.
Necesito
chupar.
-Venga,
chicos. Vámonos –dice alguien suavemente.
No sé
quién es.
Solo me
preocupa chupar el cojín.
Si dejo
de hacerlo, pasarán cosas horribles.
La
mayoría de la gente que había allí ha salido de nuevo y han cerrado la puerta.
solo estamos una persona y yo.
Sigo
chupando.
Miro al
vacío y sigo chupando.
La
persona se acerca hacia mí. Despacio. Como si fuera un animal del bosque al que
no quisiese asustar.
Tampoco
doy muestra alguna de haberme percatado de que alguien viene hacia mí.
La tela
del cojín es un amasijo empapado en mi boca, pero sigue sin parecerse a nada
que haya chupado y me haya consolado.
Pero
necesito chupar algo.
La
persona se sienta delicadamente a mi lado.
Es una
mujer.
Una
mano se posa delicadamente en mi cabeza.
Es la
mano de la mujer.
Sigo
chupando.
-Robin…
-dice.
Es una
voz suave y calmada. Una voz muy flojita que me es familiar.
Suena a
compasión y pena.
Y a
culpabilidad.
Sigo
chupando.
Estoy
tiritando de frío.
Me
aferro más al cojín.
Los
brazos de la mujer me rodean y su cuerpo se pega al mío.
Desprende
un olor familiar.
-Mi
bebé… -dice la mujer.
Al oír
esa palabra, bebé, chupo con más ansia el cojín.
-Robin…
-la mujer vuelve a hablar con esa voz que suena a ternura y pena-. Deja eso,
por favor…
La
mujer tira del cojín hacia arriba, intentando sacármelo de la boca, pero yo me
aferro más fuerte a él.
-Robin…
Al ver
que no podía despegarme del cojín, la mujer me ladea delicadamente y me sitúa
frente a ella.
Tiene
unos ojos llorosos, y algunas lágrimas caen por sus mejillas. Su expresión es
de absoluta pesadumbre y aflicción.
Yo he
visto esta cara antes.
Hace
mucho, mucho tiempo.
Recuerdo
que también estaba mojado y hacía mucho frío.
Pero no
era pis solo lo que empapaba mi cuerpo esa vez.
Sino
agua.
Agua
helada.
-No,
Robin, no…
La voz
de la mujer era un lamento de pesar.
Esa
voz.
Ese
olor…
Poco a
poco, fui dejando de chupar el cojín.
La tela
mojada se fue desprendiendo de mi boca lentamente, y esta quedó huérfana.
-Vamos,
vamos, Robin…
Esa
voz.
Fue un
consuelo aquella vez, y ahora también estaba ejerciendo un poder reconfortante.
Yo
conocía esa voz.
Conocía
ese olor.
Conocía
aquellos ojos vidriosos que me miraban con desasosiego y tristeza.
Y los
conocía porque en el fondo se atisbaba amor.
Un amor
infinito y lleno de ternura.
-Eso,
es Robin…
No
estoy en el suelo de una bañera helada, pero jamás olvidaré esa mirada.
-¿…
Mami?
Hablo
como si lo hiciera por primera vez, como si hubiese olvidado como hacerlo y esa
fuera mi primera palabra.
-Sí,
Robin –la mujer pone una mano en mi mejilla y me la acaricia-. Soy yo.
-¡Mami!
Me lanzo
a su cuello, olvidando el cojín al que segundos antes estaba aferrado como si
me fuese la vida en ello y dejando que caiga al suelo mientras abrazo muy
fuerte a mi Mami.
Ella me
devuelve el abrazo y me aprieta fuerte contra su pecho, dejándome llorar sobre
una de sus grandes tetas.
Lloro
como cuando me hice pipí encima.
Y
entonces lo recuerdo.
Yo en
el sofá con mis amigos. El pipí saliéndome. Levantándome de un salto. De pie
sobre el charco de pis. Tirándome de nuevo al sofá y llorando como un bebé y
pataleando compulsivamente. Llorando y llamando a mi Mami. Mis amigos
mirándome.
Mis
amigos mirándome.
-¡Me he
hecho pipí encima! –le digo en medio del llanto con la boca aplastada contra
una teta.
-Ya lo
sé, Robin…
Mami me
aprieta más fuerte contra ella. No le importa que la moje con mi pantalón
mojado de pipí.
Nunca
le ha importado.
Sigo
tiritando de frío. Me rebullo inquieto y Mami me abraza y me sienta en su
regazo.
Mi
labio inferior tiembla incontroladamente y mi boca se abre una y otra vez.
Mami me
ladea sobre su pecho y hace ademán de abrirse su blusa, pero enseguida retira
su mano.
-Espera,
que tengo tu chupete por aquí.
Mami,
con dificultas, pues estoy sentado sobre sus rodillas, se lleva una mano al
bolsillo y saca mi chupete.
Morado
con el asa amarilla y la tetina de color carne.
Mi
chupete.
Al
verlo, estiro la cara hacia él, abriendo y cerrando mi boca muy rápido.
Mami me
introduce el chupete y yo lo aprieto muy fuerte con los labios, incluso con los
dientes y me lo pego mucho a mi boca, succionando de la tetina hacia dentro.
Se me
escapa todavía un gemido inquieto.
Mi
chupete.
Empiezo
a chuparlo muy rápido.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupcupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-Eso
es, Robin… Así… -dice Mami delicadamente mientras pega de nuevo mi cabecita a
una de sus tetas-. Chupa tu chupetito…
Sin
quitarme la palma de su mano de mi mejilla que no reposa sobre su teta, Mami
empieza a mecerse conmigo encima.
Me está
acunando mientras chista suavemente y susurra Eso es, mi bebé, eso es…
Con el
brazo con el que me rodea el cuerpo, Mami me da palmaditas suaves en el culito,
ignorando el hecho de que esté mojado de pipí.
No sé
cuánto rato estamos así.
Mis
chupeteos se vuelven más pausados y relajados.
Chup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup.
Cierro
los ojos y me concentro en la tetina del chupete dentro de mi boca. La chupo a
conciencia, casi como la saboreara.
Me
olvido de que estoy en casa de mis amigos y me comporto como el bebé que soy.
Me acurruco más sobre el regazo de Mami, porque sigo teniendo frío y chupo mi
chupete, disfrutando de la tetina en mi boca y calmándome con su poder
tranquilizador.
Mi
chupete…
En este
momento me da completamente igual que mis amigos puedan entrar y verme en esta
situación: encima de Mami y chupando un chupete.
Soy un
bebé, y los bebés hacen estas cosas.
Me
calmo.
Los
chupeteos se vuelen acordes con mi respiración pausada.
Chup…
chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup…
chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup…
chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup… chup…
chup… chup… chup… chup… chup… chup…
-Mejor, ¿no, bebe? –Mami me da un beso en la frente.
Mami ha esperado pacientemente a que su bebé estuviese
tranquilo. Pero aun así, el bebé está mojado y tiene frío.
No me siento capaz de hablar, así balbuceo flojito. Pero
Mami me entiende.
-Sí, bebé –me dice pasándome una mano por el pelo-. Voy a
quitarte esta ropita mojada, secarte lo que pueda y ponerte tu pijamita, ¿vale?
–me da otro besito en la frente. Suave y delicado-. Luego en casa, te ducho con
agua muy calentita y te pongo otro pijamita –otro besito.
Mami me deja sobre el sofá y se levanta para ir por mi
mochila. En los pocos segundos que tarda en regresar yo me rebullo inquieto y
muevo el chupete más rápido, pero al verla me calmo de nuevo.
Mami apoya mi mochila en el suelo, al lado de los pedazos de
estantería y carátulas de videojuegos y películas Disney viejas amontonadas, y
saca mi pijama enterizo verde. Lo deja con cuidado sobre la parte seca del sofá
y viene hacia mí para comenzar a desvestirme.
Dócil, dejo que Mami me vaya quitando una a una todas las
prendas de ropa, mojadas o no.
Primero me quita la camiseta roja, única prenda no mojada de
pis y la deja sobre el pijama. Después me suelta los zapatos y los tira al
suelo. A continuación, me desabrocha el pantalón y tira de él hacia abajo junto
con los calzoncillos. Los hace una bola y los deja en el suelo, junto con los
zapatos. Luego hace lo propio con los dos calcetines.
De modo que me quedo totalmente desnudo sobre el sofá del
sótano de Ronald. Chupando mi chupete y mirando a Mami con ojos aprensivos.
Mami coge la camiseta y comienza a secarme con ella la
entrepierna y la pierna mojada de pipí. Aunque pone todo su empeño, la camiseta
no logra secar como si fuese una toalla, pero sí que me quita parte de los
restos de pipí secado y pegajoso y consigue aliviarme aunque sea un poquito.
Pero aún no estoy del todo tranquilo.
-Mami. Pañal –le digo.
-Sí, Robin. En casita te ducho y te pongo tu pañal –me dice
con una sonrisa llena de ternura.
-No –respondo. Y señalo a la mochila donde sé que está-.
Pañal.
Mami mira hacia la dirección a la que apuntaba mi dedo antes
de contestar.
-¿Quieres que te ponga el pañal? –pregunta extrañada-.
¿Aquí?
Asiento varias veces.
-Necesito pañal.
Mami mira a la mochila y luego vuelve a mirarme a mí, con un
gesto algo preocupado.
-¿Seguro que quieres que te ponga el pañal? ¿Y tus amigos?
-Pañal –repito-. Necesito pañal.
Mami mira ahora hacia la puerta cerrada del sótano por la
que tenemos que salir, y luego me mira a mí; desnudito sobre el sofá, chupando
un chupete y agitando mis bracitos mientras pido un pañal.
-Está bien –Mami suspira y sonríe-. Te pondré el pañal.
Le devuelvo la sonrisa desde detrás de mi chupete.
Mami va hasta la mochila y regresa con mi pañal de
cochecitos. Lo despliega delnate mía y se prepara para ponérmelo.
-Luego en casa te lavo, ¿vale, Robin? Te he secado ahora un
poquito el pipí de las piernas pero en casita te limpiaré muy bien.
Mami me levanta las piernas tirando hacia arriba de mis
tobillos y me pasa el pañal por el culito, acomodándomelo debajo; luego me baja
las piernas y lo pasa por mi entrepierna, ajustándomelo bien al cuerpecito,
presionándome los genitales. A continuación, despliega de uno de los lados de
la parte de atrás del pañal una cinta adhesiva y la pega sobre la franja de delante
de cochecitos, camiones y semáforos de delante, tapando uno de los cochecitos y
parte de un camión. Mami presiona con una mano la parte delantera del pañal a
la vez que con la otra despliega la cinta del otro lado y la pega encima de un
semáforo de la franja delantera, muy fuerte, dejándome el pañal bien abrochado
a mi cintura.
Protegido, de nuevo.
Me llevo las manos a la parte delantera del pañal y al
sentir bajo mis dedos el tacto del plástico y el acolchado sobre mis genitales,
me siento muy seguro. Y yo siento que así es como tienen que ser las cosas.
Yo llevando pañales.
Como si todas las partes encajaran.
Cuando esta tarde Mami me puso los calzoncillos, había algo
que me daba mala espina, y era esto. Era no llevar un pañal.
Siento el pañal abrochado a mi cintura, acolchándome el
culito y sujetándome mis genitales y siento que es lo único que me sienta bien
ahí.
Un pañal.
El pañal es grande y mi cuerpo es pequeñito y delgado. Se
atisba un esbozo de sonrisa detrás de mi chupete que habría pasado desapercibido
para cualquiera menos para mi Mami, que se fija en él y se inclina para darme
un besito en la mejilla.
-Mi bebé –dice.
El pañal que me iba a poner en secreto arriba, mientras mis
amigos dormían en el sótano. Y se supone que nadie iba a enterarse de que
llevaba pañales.
Pero ahora da igual.
Todo da igual.
Mis dos mundos han colisionado violentamente el uno contra
el otro, y el resultado he sido yo haciéndome pipí delante de mis amigos.
Mi vida de bebé ha quedado al descubierto, expuesta y revelada.
Y lo más extraño es que ahora no me siento todo lo mal que
cabría esperar.
Estoy hasta tranquilo.
Como si así tuvieran que ser las cosas.
Quizás he tardado demasiado tiempo en darme cuenta.
Mami comienza ahora a ponerme el pijama enterizo, que es la
única prenda que había echado en mi mochila. Yo me comporto dócilmente mientras
ella introduce una de mi piernecitas por una pata, luego por la otra, después
un brazo por una de las mangas y después el otro por la siguiente. Yo me limito
a mover mi chupete mientras ella me abrocha todos los botoncitos de delante y
luego los de la solapa de atrás.
Estoy en casa de mi amigo con un pijama de bebé, chupando un
chupete y llevando un pañal.
Esta mañana me habría muerto de la vergüenza pero ahora me
siento cómodo.
El pijama es muy suave, el pañal hace que me sienta seguro y
el chupete en la boca que estás más tranquilo.
Como un bebé.
Es lo que soy.
Un bebé pequeñito que usa chupete y lleva pañales.
Mami mete en la mochila toda mi ropa mojada además de las
fundas de los cojines que he mojado de pipí y el que he estado chupando.
Yo me limito a permanecer en el sofá chupando mi chupete en
la misma posición en la que Mami me dejó tras ponerme el pijama. Mientras
introducía las prendas mojadas en mi mochila, me dirigía miradas de
preocupación y aprehensión.
Tras meter también en la mochila mis zapatos mojados, Mami
se cuelga del hombro el saco de dormir, que ni ha salido de su funda y echa una
última mirada al charquito de pis del suelo.
-Le pediré a Joseline una fregona para limpiarlo –dice para
sí misma. Mira alrededor para asegurarse que no se ha dejado nada por quitar y
me mira-. ¿Vamos, Robin? –estiro mis brazos hacia ella-. No, Robin. No te puedo
llevar en brazos –viene hacia mí-. Venga, vamos, bebé.
Me siento sobre el sofá, sin dejar de mover el chupete y sin
separar las palmas de las manos del pijama, para no dejar de sentir debajo mi
abultado pañal.
-¿Estás listo para subir? –pregunta acariciándome una
mejilla.
Asiento y me pongo de pie. Notando el pañal con el
movimiento.
-Ese es mi bebé –dice Mami-. Subiremos deprisa e
intentaremos que te vean lo menos posible. Con un poco de suerte ni siquiera se
darán cuenta de que llevas un pañal –añade Mami mirándome la cintura, aunque no
muy convencida. Ahora tira del asa de mi chupete con delicadeza, pero yo no lo
suelto-. Robin, el chupete…
Niego con la cabeza aferrando el chupete con más fuerza
entre mis labios.
-Quiero chupete, Mami –digo-. Necesito chupete –especifico.
-Pero Robin… -Mami me mira con cara de preocupación-. Te lo
vuelvo a dar cuando estemos en el coche –me dice comprensiva-. Arriba están tus
amigos y…
-Me da igual –la interrumpo.
-Robin…
-No, Mami. Soy un bebé y necesito chupete. Igual que llevar pañal
–miro a Mami a los ojos e intento sonar firme, a pesar de que me sale vocecita
de bebé.
Así es como soy. He tardado mucho en darme cuenta,
cabalgando entre dos mundos sin pertenecer enteramente a ninguno. Pero por fin
sé lo que soy.
Soy un bebé.
Cuando soy un bebé, todo está bien.
Cuando soy un bebé, no hay humillaciones porque soy un bebé.
Y los bebés llevan pañales, usan chupete y toman biberón.
Y no hay nada de malo en eso porque es normal que los bebés
los usen.
-Está bien, Robin –Mami me da un beso muy fuerte en la frente-.
¿Listo? –asiento-. Pues vamos para arriba.
*****
Subo las escaleras detrás de Mami, pomposamente y con cierta
dificultad, pues el pañal limita mis movimientos y hace ruido cada vez que doy
un paso o subo un escalón.
Plástico entre mis piernas y rozando contra la tela del pijama.
Ruido de pañal.
Cuando llegamos arriba y Mami abre la puerta de las
escaleras que conducen al sótano, me empiezo a sentir más inquieto. Mis amigos
van a verme con pañal y chupete. Empiezo a moverlo más rápido.
Chupchupchupchupchupchupchup.
Entramos en la cocina pero no hay nadie. Mis amigos no están
allí. Se oyen voces provenientes del salón. Son las suyas, pero también las de
Joseline y su marido, el padre de Ronald.
Debido a todo lo que pasó con mi padre, me siento muy
inquieto cuando hay un hombre en la casa, y más si es un hombre corpulento como
el padre de mi amigo, cuya atronadora voz se oye desde la cocina.
-¿Y dices que se meó así sin más? –pregunta.
-Sí, fue de pronto –contesta su hijo-. Yo estaba preparando
la videoconsola y de pronto se puso de pie y vimos cómo se le salía el meado.
-Ya ves –corrobora Joseph.
Mis amigos.
-Joder –bufa el padre de Ronald-. ¿Pero tiene algún problema
o algo?
-Su madre me dijo que llevaba pañales para dormir pero no
pensé que llegaría a esto –dice la madre de Ronald.
-Bueno, ¿y qué narices hacen allí abajo? ¿Cuánto tiempo
llevan ya?
-El niño se ha hecho pipí –le dice su mujer-. Es normal que
esté inquieto. Ya los visteis vosotros cuando bajamos y…
-Ya estamos –dice Mami desde el umbral de la puerta del
salón.
Todos se sonrojan y se giran rápidamente, sorprendidos de
encontrarnos allí.
Yo estoy detrás de Mami, embutido en mi pijama enterizo de
color verde clarito y chupando mi chupete. El pañal se nota bastante.
Miro hacia delante con timidez, sin fijar la vista en nadie.
Al verme con chupete, todos apartan la mirada rápidamente y
la dirigen hacia puntos de lo más dispares: una esquina de la alfombra, un
jarrón o un enchufe.
-¿To-todo bien? –logra decir Joseline evitando mirarme
directamente pero apenas lográndolo.
-Sí… Sí… -Mami está también algo ruborizada, y no mira a
Joseline a la cara-. Falta secar el pipí del suelo, por eso iba a pedirte...
-¡Ya lo hago yo, mujer! –la madre de Ronald hace un aspaviento
con la mano-. Vete, anda –dice forzosamente-. No pasa nada, ¡vete!
-No, no –Mami insiste-. Ha sido mi hijo quien… -se
interrumpe. No quiere terminar esa frase-. Bueno… que… Ya lo limpio yo.
Todo el mundo en la habitación está incómodo.
El ambiente se podría cortar con una hoja de papel de lo
tenso que está.
Por mi culpa.
Porque ven a un niño de 12 años con un chupete en la boca y
con un pañal.
-Va-vale –dice la madre de Ronald. Sigue evitando mirarnos a
Mami o a mí-. Pues… Pues te digo dónde está la legía y… -se levanta del sillón.
-Os acompaño –dice inmediatamente el padre de Ronald.
-¡Nosotros también! –Ronald se pone de pie y Joseph y Eddy
lo imitan.
No quieren quedarse conmigo en la misma habitación.
Agacho la cabeza y sorbo un poco los mocos.
Me equivocaba. Aunque eres un bebé pueden humillarte
igualmente.
Empiezo a mover mi chupete, haciendo ruido.
Chup, chup,
chup, chup, chup, chup, chup.
Es lo único que se oye en este momento en el salón.
-Vosotros os quedáis aquí –dice firmemente la madre de
Ronald.
-Pero… -Ronald me mira y nuestros ojos se encuentran solo un
segundo.
Los suyos, sobre un gesto torcido, muestran vergüenza y
repulsión; y los míos tristeza y aflicción sobre un chupete morado.
-No hay nada más que hablar –su madre adopta un tono que no
admite discusión.
La estancia se vuelve a quedar en silencio a excepción de
mis continuos chupeteos que no puedo controlar.
-De acuerdo... –Mami rompe el hielo. Se le ve un poco
abochornada, y es evidente que quiere irse de allí lo antes posible. Se inclina
hacia mí, evitando también las caras de mis amigos-. Robin, voy a limpiar eso
y… Bueno… Que no tardo nada –y hace un gesto muy raro, como si fuera a darme un
beso en la frente pero en el último instante se lo hubiese pensado mejor-. No
tardo nada –repite, y sale rápidamente de la habitación seguida de los padres de
Ronald.
Yo me quedo allí plantado en medio de la estancia como un
imbécil. Mis amigos siguen evitando mirarme, y yo chupo mi chupete sin poder
evitarlo, cada vez más rápido.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
Entre ellos se lanzan miraditas de asombro y veo que incluso
alguno se empieza a poner rojo. Para evitar seguir allí plantado, donde tienen
una visión completa de mi situación; con pijama, pañal y chupete, voy a
sentarme en el sofá, en la parte más alejada que puedo de Joseph, casi en el borde,
con medio pañal fuera. Aun así, parece que no es sufriente y mi amigo se aleja
más de mí, pegándose hacia el lado de Ronald, como si temiese que yo le pudiese
pegar una terrible enfermedad.
Bebitis aguda.
Y entonces caigo en que estoy delante de mis amigos llevando
un pañal y un chupete. Este es el momento que más he temido durante toda mi
vida. Que descubrieran esta parte de mí.
Que descubrieran que su amigo Robin Starkley todavía llevase
pañales y usase chupete.
Que descubriesen que su amigo de 12 años en realidad es un
bebé.
Los veo ahí, vestidos con ropa de niño mayor, acorde a su
edad, con sus deportivas y sus vaqueros. Y yo llevo un pijama mono que me cubre
desde las puntas de los dedos del pie hasta el cuello.
Un pijama de bebé.
Ellos llevan sus camisetas a la moda, de pre-adolescentes.
Llevan sus calzoncillos debajo de los pantalones porque controlan sus
esfínteres perfectamente.
Y yo llevo un pañal porque me hago pipí encima.
Y chupo un chupete.
Tengo la misma edad que ellos (soy incluso unos meses mayor
que Joseph) y estoy en la misma habitación llevando un pañal y un chupete.
Llevando un pañal porque me hago pipí encima.
Giro la cabeza tímidamente hacia mis amigos y veo que ellos
me miran disimuladamente, incapaces de creer que su amigo Robin fuese en
realidad un bebé.
Joseph mira el bulto que provoca mi pañal y Ronald el
chupete. Eddy, por su parte, sigue mirando al suelo con expresión de
circunstancias.
Duran poco mirándome, pues en cuanto giro la cabeza, ellos
apartan la vista, y yo también.
Ellos, vestidos con ropa de su edad.
Y yo, vestido como un bebé.
Mis amigos tienen la misma edad que yo, y sin embargo, yo
soy un bebé.
Ellos, debajo de sus vaqueros, llevan calzoncillos, pero yo
llevo un pañal blanco con una franja decorada con dibujos infantiles de
vehículos. Llevo un pañal enorme porque me hago pipí encima.
Porque no soy como ellos.
Soy un bebé.
Un bebé que se hace pipí y caca encima.
Vuelvo a mirarles lentamente. Joseph mira mi entrepierna,
donde al estar entado, el pañal se marca bastante y le pillo dándole un codazo
a Ronald y señalando al lugar.
Si antes quedaba alguna duda, ahora se ha disipado.
Mis amigos saben que llevo puesto un pañal.
Es más de lo que puedo soportar.
La confirmación de algo que era evidente.
Mis amigos ya saben que llevo pañales, y no solo para
dormir.
Saben que en ese momento, mientras ellos están ahí con sus
calzoncillos, yo llevo un pañal.
Robin Starkley, 12 años, lleva puesto un pañal delante de
sus amigos.
No puedo evitarlo y empiezo a llorar de nuevo. Como un bebé.
Berreo con mi chupete en la boca y agito mis puñitos.
Esto es demasiado. Más de lo que puedo soportar.
Más de lo que nadie debería soportar.
Y menos un niño.
Y menos un bebé.
Quiero irme de aquí.
No quiero estás más aquí.
Siento también mi pierna pegajosa de pipí y eso hace que me
sienta aún peor.
Cierro mis puñitos y los agito en el aire.
Quiero irme ya.
Quiero que Mami me lave, me ponga otro pañal y me acueste.
Quiero mi biberón.
Quiero a Wile.
Al pensar en mi peluche me pongo peor aún.
Wile está solito…
Siento el pipí salirse de nuevo, incapaz de controlarlo. Me
pongo más inquieto aún, pero no pasa nada. Llevo un pañal.
Al verme cómo me agitaba de nuevo como un bebé, mis amigos
se han sobresaltado y puesto en pie, incapaces otra vez de saber qué hacer.
Tienen 12 años. No saben ocuparse de un bebé.
Yo sigo llorando y haciéndome pipí encima, solo que esta vez
llevo puesto un pañal.
Cuando llevo un pañal, no pasa nada si me hago pipí encima.
Mami entra corriendo en el salón, atraída seguro por mi
llanto. La siguen los padres de Ronald.
Al verla allí me llevo las manos al pañal y le digo en medio
del llanto:
-¡Mami, me he hecho pipí en el pañal!
Me da igual que están mis amigos. Me da igual que están los
padres de Ronald.
Me da igual todo.
Mami cruza el salón rápidamente hacia mí y acerca mi
cabecita hasta su barriga, dejándome que llore sobre ella.
-Ya está, Robin. Ya nos vamos, mi amor… -me dice flojito.
Se empieza a oír ahora un llanto proveniente del piso de
arriba.
-Lo que faltaba –exclama molesta la madre de Ronald-. Ahora
el otro bebé se ha despertado.
El otro bebé, ha dicho.
Lloro con más fuerza contra la barriga de Mami, aún sentado
en el sofá.
Oigo a la madre de Ronald salir del salón y subir escaleras
arriba.
Con el llanto se me ha caído el chupete de la boca, pero
ninguno de los hombres de allí tienen intención de cogerlo. Mami me separa
lentamente de ella, con lo que al dejar de sentir su tacto lloro más fuerte, y
fulmina con la mirada al padre de Ronald y a mis amigos.
Del piso de arriba se siguen oyendo los llantos del bebé, muy
parecidos a los míos.
Mami coge mi chupete del suelo, le sopla un poco y lo limpia
en su blusa, y me lo vuelve a poner en la boca.
Lo chupo muy rápido y empiezo a calmarme.
Mami tira de mis axilas hacia arriba y me carga en peso,
sujetándome el culete con el pañal con un antebrazo y pasándome el otro por la
espalda. Pegado a ella, dejo de llorar, y ahora solo se oye en la estancia mi
chupete.
Chup, chup,
chup, chup, chup, chup.
-Bueno, nos vamos ya –le dice Mami a nadie en particular.
Cuando se gira para salir del salón se tropieza con Joseline
que viene de arriba con su bebé en brazos, que ya está calmado. Stuart chupa
también un chupete y ambos formamos una especie de concierto en el salón.
Como si fuera la sístole y diástole de un corazón.
-Me voy ya, Joseline –le dice Mami ignorando a los demás,
con los ojos empañados en lágrimas.
-Siento… -Joseline parece también a punto de llorar-. Bueno,
lo siento todo.
-No… No es culpa tuya… -le dice Mami recolocándome mejor en
sus brazos.
Miro a Stuart, que lleva puesto un pijama enterizo del mismo
color que el mío.
Dos bebés en brazos chupando un chupete.
-Ya, pero me sabe tan mal… -dice la madre de mi amigo.
-Cosas que pasan –contesta Mami tras un hipido.
<<-Vámonos ya, por favor –pienso>>.
-Mami, cámbiame el pañal –le digo delante de todos, por si
se le hubiera olvidado que tengo pipí.
Mis amigos ahora no me apartan los ojos encima. Me están
viendo en brazos de mi Mami, chupando un chupete y sabiendo que tengo un pañal
mojado.
-Nos vamos ya –dice tajantemente Mami tras oír mi frase.
Llegué a casa de Ronald andando por mí mismo, vestido con calzoncillos,
pantalones vaqueros y una camiseta; y cargando una mochila y un saco de dormir.
Y me voy en brazos de Mami, vestido con un pijama enterizo, llevando un pañal,
y chupando un chupete.
Llegué como un niño y me marcho como un bebé.
Parece que esta vez, al final del cuento, la oruguita no ha
acabado feliz.
Este ha sido difícil, lectores. El capítulo más largo que he escrito en mi vida, creo. Pero sentía que la ocasión lo merecía. Espero que lo hayáis disfrutado^^
ResponderEliminarGracias por estar ahí, se os quiere :)
Vaya vaya, supongo que me esperaba que algo asi pasara.
ResponderEliminarEn cuanto al War of Empires, tiene algunas inconsistencias historicas, pero como esto es ficcion, supongo que no hay porque alarmarse por eso.
El capitulo ha estado muy interesante, largo, pero digerible, excelente!
Hola, Migue!
EliminarEl War of Empires está lleno de errores históricos hahah Eddy hace un comentario al respecto, lo puse así a propósito :)
Me alegra que te gustase^^
Si he de ser sincero, no me esperaba que pasase algo así.
ResponderEliminarHa sido un buen capítulo, y de hecho, lo he disfrutado mucho al leerlo, pero...Quiero decir que ha sido muy impactante que descubriesen todo de golpe.
Así sin más.
Desconozco que puede ocurrir ahora, pero sin duda esto se tornara interesante.
Un muy buen capítulo.
Me encanta que un lector diga que esperaba algo así y otro que no esperaba algo así hahaha, es parte del efecto que quería conseguir: hacer la típica escena de historias AB/DL pero a su vez que fuese diferente, y que pasase de golpe hahaha
EliminarMe alegro muchíiiisimo de que te gustase :D
Pobre Robin, la verdad no me gusto nada, mira que me encatan tus historias pero me parecio demasiada humillacion e inecesaria. Me imagino que tomar la decision de escribir algo asi no es facil pero me esperaba algo un poco menos fuerte, quizas que solo Ronald se enterara. Ahora solo toca esperar como sigue la historia
ResponderEliminarHola!
EliminarMuchísimas gracias por comentar^^ Es como le decía a Powerrush en el otro comentario: quería que Robin sufriese un shock duro que le haga decidir de una vez por todas a qué mundo pertenece. Ha sido muy fuerte para él, y no, no fue nada fácil escribirlo. Adoro a Robin y no quiero que le pasen cosas malas, pero para el devenir de la historia era necesario un acto así.
Espero que no sufrieses mucho con él, y si lo hiciste, muchas gracias por introducirte tanto en la historia, para un escritor es un hermoso halago^^