30 de octubre de 2018

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 1: Todo lo demás




-Mami, cámbiame el pañal.
Entré en el salón llevándome las manos a la parte trasera del pañal y con andares de pato, como cada vez que me hacía caca.
Mami remendaba calcetines sobre el sofá y veía en la televisión Downton Abbey, con el volumen muy flojito, más como si le hiciera compañía que interesándose por lo que pasaba en la serie. Al verme, sonrió, como hacía siempre, sobre todo cuando llevaba puesto un pañal.
-¿Ya has terminado de hacer caca? –me preguntó.
-Sí –contesté yendo hacía ella.
Apoyé en un asiento del sofá los codos dejando las rodillas sobre el suelo y la miré a los ojos.
-¿Me cambias?
-A ver la caquita de mi bebé –Mami dejó la lana y las agujas a un lado y me palmeó el culete-. Vaya, sí que tenemos el pañal lleno –me dice dulcemente.
Mami a veces usa el plural mayestático para referirse a mí.
Vamos a cambiarte el pañal, nos hemos hecho caca, etc.
Como respuesta únicamente sonreí un poco de manera traviesa y me dejé caer del todo sobre el sofá.
-Ten cuidado con las agujas, Robin, a ver si te vas a pinchar –Mami apartó las agujas hacia el otro lado del sofá. Después miró a su hijo de 12 años llevando solo una camiseta, unos calcetines y un pañal enorme que le hacía el culo cuatro veces más grande, sobre todo ahora que tenía caca.
En realidad, no me importaba demasiado tener caca en el pañal. Con el paso de los años me había acostumbrado. Nunca he hecho caca en un váter. Ni en el de mi casa ni en ningún otro. Y siempre que tengo que hacer caca, Mami me pone un pañal. Estemos donde estemos. Y yo me voy a un rincón donde nadie me ve y me hago la caca encima. En casa tengo mi rincón de hacer caca. Es el que queda entre la pared y la mesa de la cocina. Mami y Elia, mi hermana mayor, dicen que desde que yo era un bebé y aprendí a andar, siempre hacía caca en un rinconcito oculto. Cuando estamos en una casa ajena y Mami me pone el pañal para hacer caca, siempre tengo que buscar antes un recoveco lo más escondido posible para concentrarme y hacérmela.
Y es que a pesar de tener 12 años, sigo siendo un bebé en muchos aspectos.
Mami me coge en brazos y salimos del salón. No lo suele hacer mucho, y yo no se lo pido porque sé que ya no peso lo mismo que cuando era un bebé de verdad y que Mami no es tan joven. Pero a ella le gusta cargar a su bebé, y cuando el trayecto es cortito, como del salón a mi cuarto, de vez en cuando me sigue aupando.
Al llegar a mi habitación, me deja sobre la cama y levanta un poco la camiseta descubriendo completamente mi pañal. Uso pañales de la marca Largue. Este en concreto es de color blanco, con una gran franja azul cielo a la altura de la cintura donde se sujetaban las cintas adhesivas. La franja está decorada con conejitos blancos muy infantiles, cada uno sosteniendo un cubo con una de las tres primeras letras del abecedario. También tengo otros con la franja verde clarito decorada con ositos marrones llevando pañales y otros con aviones, trenecitos y cochecitos, también en la franja donde se sujetan las cintas adhesivas.
Cintas que Mami despega separando mi pañal haciendo frunch frunch y dejando al descubierto la caca que tiene dentro. Yo no la miro. Cuando me cambian el pañal (aunque ahora me lo van a quitar solamente) ladeo la cabeza hacia un lado o miro al techo. Pero ahora, por el olor, deduzco que me he hecho bastante caca.
-Demasiadas salchichas para comer, Robin –dice Mami mientras me limpia.
Yo me río, con mi risita de bebé que guardo solo para ella.
Cuando termina de quitarme el pañal, me da un beso suave sobre la barriguita. Es algo que hace cada vez que me pone o me cambia el pañal, como si fuese su firma.
Me pone los calzoncillos que me había quitado cuando le pedí el pañal para hacer caca y también el pantalón de algodón.
Aún tumbado sobre la cama, yo le pido mi chupete.
-Mami… pete…
Mami se palmea los bolsillos de su bata de andar por casa.
-No lo tengo aquí, Robin –me contesta-. Se ha debido de quedar en la otra bata esta mañana.
Mami mira la expresión de mi cara y sabe lo que le estoy preguntando.
-En el perchero de mi habitación.
Yo me levanto de un salto de la cama, beso a Mami en la mejilla, le digo Gracias y corro hacia su habitación. Cuando no llevas pañal, correr es fácil.
Una vez allí, voy hasta el perchero de la pared y veo la bata que se pone al levantarse. Busco entre sus bolsillos, y entre pelusas, dedales y tickets de la compra arrugados, encuentro mi chupete. Le soplo la tetina para quitarle los restos de suciedad, me lo meto en la boca y me dejo caer con él puesto sobre la enorme cama de Mami.
Cierro los ojos disfrutando de tener el chupete en la boca, y comienzo a moverlo. Como un fumador necesita sus cigarrillos, yo soy adicto a mi  chupete. Todas las noches duermo con él, y durante el día también lo uso varias veces; ya sea para estudiar, ver la televisión, o simplemente como ahora para chuparlo por gusto.
Me encanta estar sobre la cama de Mami. Huele mucho a ella, y también un poquito a pañales, porque a veces, cuando tengo pesadillas o estoy inquieto, Mami me trae a dormir con ella.
Y es que a pesar de tener 12 años, sigo siendo un bebé en muchos aspectos.


*****


-¿El chupete en la mesa, Robin?
Mami, Elia y yo estamos cenando. Yo llevaba un buen rato sin probar bocado y chupando mi chupete mientras veía Los Simpson en televisión. Mami se ha dado cuenta de que no me estaba comiendo la verdura y me ha recriminado que esté en la mesa con el chupete, algo que no le gusta nada. Enfurruñado, me sacó el chupete de la boca, lo dejo a un lado y bajo la vista hasta el plato de judías. Mami deja de mirarme y vuelve a su conversación con Elia.
Elia es mi hermana mayor. Tiene 21 años, la melena castaña como yo y Mami, de estatura normal para su edad y viste siempre con camisetas ecologistas a las que les corta el cuello, llevándolas siempre ladeadas. Estudia arquitectura en la universidad de la ciudad. Pasa la mayor parte del día fuera de casa y solo regresa para la hora de cenar.
-… Entonces el profesor va y nos pide que lo hagamos en perspectiva isométrica, pero es que ese tipo de perspectiva no sirve para poder apreciar las esculturas del edificio –se lleva una cucharada de judías a la boca-. Total, que le digo que no lo voy a hacer –traga-. Y me dice Pues si no lo haces, la práctica no te cuenta como entregada –bebe agua-. Que le den. Tengo nota de sobra en su asignatura y él tío no tiene ni idea de cómo dar clase.
Mami suspira, como siempre que Elia se pone terca. Es muy testaruda, y cuando está enfada es imposible hacerle ver las cosas de otra manera. Elia sigue un buen rato más con su perorata sobre el profesor y lo que haría ella con la asignatura. Ni Mami ni yo le prestamos mucha atención. Es mejor dejar que se queje en voz alta y no replicarle mucho para no forzar una discusión. Mami, sin embargo, de vez en cuando sí que niega con la cabeza y pone los ojos en blanco. Elia no parece darse cuenta; como digo, solo quiere quejarse.
Tras el discurso de mi hermana, el silencio se apodera de la mesa. Mami come mientras mira la televisión y Elia ha sacado su móvil. Yo iba a aprovechar para preguntarle a Mami una cosa por enésima vez pero ella rompe el silencio antes de que pueda abrir la boca.
-¿El móvil en la mesa, Elia?
-Es un mensaje al que tengo que contestar, Mamá… -pero la mirada de Mami es severa-. Un momento solo…
-No me gusta que estéis en la mesa con los móviles, que parece que no hablamos.
-Es un segundo nada más –dice Elia.
-Ni un segundo ni nada –pero Elia ya ha conseguido mandar el mensaje.
-Ale, ya está –y se vuelve a guardar el móvil en el bolsillo del pantalón.
De nuevo reina el silencio. Yo veo que ya me he comido bastante cantidad del plato de judías y aprovecho para hacerle la pregunta a Mami.
-Mami, ¿me puedes comprar una cuna?
Elia deja escapar una risita.
-Ahí lo llevas, ¿no te quejabas de que no hablábamos? –le dice a mamá.
Elia suele meterse conmigo de vez en cuando por tener cosas de bebé, pero lo hace con el cariño que se tienen los hermanos, nunca haciéndome demasiada burla. En realidad ella ha cuidado de mí muchas veces y también me cambia de vez en cuando el pañal.
-Ya hemos hablado de eso cientos de veces, Robin. No.
-¿Por queee? –insisto.
-Porque una cuna no es algo que se pueda esconder en un cajón, como los pañales y el chupete. Una cuna es grande y habría que dejarla siempre puesta.
-¿Y qué pasa?
-Pues que cuando vengan tus amigos la verán. ¿Es eso lo que quieres?
No contesto, pero Elia sí tiene algo que decir.
-A lo mejor le da igual que la vean. Robin no se avergüenza de ser como es.
-¿Entonces por qué no le dice a sus amigos que lleva pañales?
-¡Quizá lo haga! –contesto.
Mami suelta un resoplido sarcástico.
-Sí, seguro. Y también le dirás que hay que ponértelos para hacer caca, que usas chupete, que a veces duermes con tu madre y todo lo demás, ¿verdad? –me quedo en silencio-. Lo que suponía –dice Mami. Luego su tono se vuelve más conciliador-. Una cuna no es algo que te puedas poner o quitar en función de la ocasión, Robin. Una cuna está ahí para siempre. No podrás esconderla en el armario como el chupete y los pañales cuando vengan Ronald y Joseph.
Ronald y Joseph son mis amigos del colegio. A Ronald lo conozco desde los 6 años; recuerdo haberme quedado a dormir en su casa con esa edad y de su madre poniéndonos un pañal a los dos. Alguna vez me he planteado revelarle mi pequeño secreto, pero me da mucho miedo su reacción. No que deje de hablarme, pues cada uno somos el mejor amigo del otro, pero sí las burlas o los comentarios que pueda hacerme, pues estoy seguro de que él dejó los pañales mucho tiempo atrás.
-En fin –Mami concluye su discurso-, lo siento mucho, Robin. Pero una cuna es un paso muy grande. Además, ya no cabes en una…
-En Largue tienen cunas grandes…
Largue es la tienda en la que Mami me compra los pañales. Tienen cosas de bebé pero de tamaño mucho más grande, como chupetes, biberones, pijamas… y cunas.
-Ya, pero son muy caras, cielo. Y el principal problema no es ese, ya te lo he dicho. Una cuna significaría que todas, todas –remarca-, las noches tendrías que dormir en ella. Además de que también habría que comprarte un cambiador. Y eso ya sí que es mucho dinero.
-¿Un cambiador por qué? –pregunto.
-¿Dónde voy a ponerte el pañal, sino? Te lo pongo siempre en la cama.
Derrotado, agacho la cabeza mirando al plato de verdura. Mami empuja el suyo vacío y se levanta. Al salir de la cocina pasa por mi lado.
-Lo siento mucho, bebé. De verdad –me dice mientras me da un beso en la coronilla. Dejo que me lo dé pero sigo con la cabeza agachada-. Pero una cuna es demasiado.
Sale de la cocina y yo aprovecho para ponerme el chupete en la boca y Elia para volver a sacar el móvil. Estamos los dos en silencio, solo se oyen mis chupeteos y el tecleo de los dedos de Elia sobre la pantalla.
-Te entiendo perfectamente, ¿sabes, Robin? –dice Elia. Yo levanto la cabeza incrédulo, sin dejar de mover el chupete- ¡Claro que sí! –corrobora ella, adivinando mi mirada-. A ver si te piensas que eres la primera persona de esta casa a la que Mamá niega algo, yo llevo tres años pidiéndole una moto. Pero no tienes de qué quejarte, ¿verdad? –me pregunta con una sonrisa.
Pienso.
En realidad no tengo muchas cosas de qué quejarme.
-¿Lo ves? –dice Elia, adivinando de nuevo la expresión de mi rostro.
Más contento, me dispongo a acabarme el plato de judías.
-Ven, que ya te las doy yo.
Y sentado sobre el regazo de Elia mientras ella cucharada a cucharada me da las judías, termino de cenar.


*****


-¡Mata a ese troll! –me grita por el micrófono Joseph.
-¡Tengo una horda de centauros detrás mía! –le contesto mientras intento alejarme lo más rápido posible y cargar mi arco.
-¡Como no cojamos pronto la espada de Lornador, esos capullos de Kentucky nos van a mandar al séptimo averno!
Estoy en mi habitación, jugando online a Dioses y Monstruos con Ronald y Joseph. Es un juego de rol al que llevamos enganchados bastante tiempo. Estamos ahora mismo en medio de una partida contra unos chicos de Kentucky. Yo estoy sentado delante del ordenador, con el pijama puesto y con Wile sobre mi regazo, cuidando de que no se vea ninguna parte de él por la webcam, así como tampoco mi chupete, que está al lado del teclado, y ningún pañal, todos guardados en el armario.
Wile es mi peluche del Coyote de los Looney Tunes. Es mi personaje favorito de esos dibujos. Su nombre real es Wile E. Coyote, aunque todo el mundo lo llama simplemente Coyote. Sin embargo, yo quería que la gente, o al menos las personas que vivían conmigo, se acostumbrasen a llamarlo por su nombre. Así que cuando con 6 años Elia me lo regaló, decidí llamarle por su verdadero nombre.
Desde ese momento, Wile me ha acompañado todas las noches, incluso en las que no he dormido en casa. Me gusta tenerlo siempre conmigo, para ver la televisión o simplemente para pasearlo por la casa.
Wile es mi compañero inseparable. Es además un peluche bastante grande, del tamaño de un bebé de verdad. Es bastante posible que le valgan los pañales de bebé. Me encantaría que Mami nos pusiese pañales a Wile y a mí.
Y es que a pesar de tener 12 años, sigo siendo un bebé en muchos aspectos.
Al final no conseguimos recuperar la espada de Lornador y los chicos de Kentucky nos ganan la partida. En realidad, somos bastante malos en este juego. Ronald es un poco mejor, pero tanto Joseph como yo somos unos paquetes. Nos despedimos y quedamos para mañana antes de entrar a clase. Yo apago el ordenador y me voy hasta la cama. Allí, me pongo mi chupete y juego un rato con Wile. A nada en concreto, simplemente lo hago correr y saltar por la pared. Como si estuviese persiguiendo al Correcaminos, pero sin ponerle demasiado interés. Disfrutando más de estar comportándome como un bebé que del juego en sí.
Mami entra enseguida en mi habitación. Lleva ya puesto el pijama y va envuelta en su bata de dormir, la misma en la que se había dejado mi chupete. Lleva mi biberón lleno de leche de cereales calentito en una mano y lo agita suavemente. Es ya la hora de que me vaya a la cama, y por si tenía un atisbo de duda, Mami lo corrobora entrando con mi bibe.
-Hora de dormir, bebé.
Yo dejo a Wile a un lado y me desperezo sobre la cama. Tengo bastante sueño.
-¿Has hecho los deberes? –me pregunta Mami mientras va al armario a coger un pañal.
Le contesto que sí, aunque la pregunta carece de sentido. Siempre los hago, y si por algún casual se me ha olvidado, a la hora que es no me voy a poner a hacerlos.
Mami viene hasta la cama con un pañal en una mano y el biberón en la otra. Deja el bibe sobre el escritorio y se sienta a mi vera. Me contempla con mirada tierna mientras yo muevo mi chupete.
-A dormir, mi bebé –dice mientras mueve el pañal perfectamente doblado delante de mi carita.
Cada noche me tienen que poner un pañal para dormir porque me hago pipí en la cama. Desde siempre. Desde que era un bebé. Todas las noches, Mami (a veces Elia) viene a mi habitación y me pone un pañal.
-Mi bebé, vamos a ponerte tu pañal –dice Mami mientras me acaricia la barriguita.
Mami, cuando llega la hora de acostarme, se comporta de manera muy mimosa. Mucho más que durante el día. Le encanta ponerme el pañal con mucha ternura y hacerme muchos mimos. Yo los recibo encantado. Me encanta sentir el amor de Mami y como me pone un pañal dejando en cada gesto una ternura infinita.
Y es que a pesar de tener 12 años, sigo siendo un bebé en muchos aspectos.
Mami me baja los pantaloncitos del pijama, que yo me había puesto sin calzoncillos, y me sube la camiseta. Yo, con los ojitos cerrados a causa del sueño, muevo mi chupete, disfrutando del momento. Mami abre el pañal, y tirando de mis piernas delicadamente hacia arriba, me lo pasa por el culete. Después me baja con cuidado las piernecitas de nuevo. Es ahora cuando aprovecha para darme un besito en la barriguita que me hace cosquillas, al que respondo con mi risita de bebé, y me pasa el pañal por delante a la misma vez. Pone una mano sobre él para que no se mueva y me abrocha la cinta adhesiva de un lado sobre la franja azul con conejitos. Para terminar, estira la parte de delante del pañal hacia el otro lado y me la sujeta con la cinta adhesiva de la parte de atrás del mismo, dejándome el pañal completamente agarrado y bien sujeto, como sabe Mami que me gusta llevarlo.
Así pues, donde antes mi pene y mis testículos estaban colgando, ahora están bien sujetos, y mi culito bien acolchado. Me siento muy cómodo y seguro. Además, estos pañales son bastante grandes y absorben mucho. Mami empezó a comprármelos cuando salieron a la venta hace no tanto tiempo, y desde entonces tanto ella como yo estamos súper contentos con ellos. Antes usaba pañales de bebé, que me estaban pequeños y se me salía el pipí por la noche, pero con estos puedo dormir seguro y sequito, pues no noto que estoy mojado.
Me palpo el pañal por delante y abro los ojos, contento de llevarlo por fin. Empiezo a hacer palmas y a cantar la canción de un anuncio de pañales que vi de pequeño y que se me quedó grabada. Es una canción que suelo cantar cuando me siento muy bebé. Es la canción de Mami y mía.
Nuestra canción.
-¡Ni gota, ni gota! ¡Ni gota, ni gota! ¡Con el nuevo pañal, el bebé no se moja! –canto con mi chupete moviendo mi cabecita al ritmo de la canción.
Mami me aplaude muy emocionada y me levanta en peso de la cama, dejándome de pie sobre el suelo.
-Cántamela otra vez, mi bebé –dice muy contenta.
Yo canto de nuevo, echando mi culito con pañal hacia atrás y moviéndolo de un lado a otro.
-¡Ni gota, ni gota! ¡Ni gota, ni gota! ¡Con el nuevo pañal, el bebé no se moja!
Mami terminó conmigo la canción al unísono y empezó a hacer palmas de nuevo.
-¡Bien, mi bebé! ¡¡Bieeen!!
-¡¡Bieeeen!! –repito yo mientras hago palmas también.
Y es que a pesar de tener 12 años, sigo siendo un bebé en muchos aspectos.
Mami me abraza y me da muchos besos seguidos estrujándome contra ella.
-¡Mi bebé! ¡Qué gracioso es!
Yo río infantilmente.
-Ahora mi bebé se tiene que ir a dormir, ¿vale?
-¡Vale! –exclamo, y me tiro bocarriba sobre la cama para que Mami me ponga los pantalones del pijama.
Cuando lo hace, coge mi bibe del escritorio y se mete en la cama conmigo. Yo gateo hacia ella y me recuesto en su regazo. Mami nos tapa a los dos y me acuna un poco junto a su pecho. Mami tiene un regazo muy grande y amplio, perfecto para que yo me acurruque en él. Yo cierro los ojitos y me relajo mientras me mece. Al poco, Mami extrae delicadamente mi chupete de la boca e introduce en ella la tetina del biberón. Yo empiezo a chupar de ella y la leche, tibia y dulce, cae en mi garganta.
No creo en Dios, pero si el cielo existe, debe ser esto: estar con un pañal sobre el regazo de Mami y tomando biberón.
Desde que dejé la teta (debía de ser siendo muy pequeño porque no tengo recuerdos), Mami me ha dado siempre un biberón antes de irme a dormir. A veces lo hace Elia, cuando Mami no puede, pero casi siempre es ella. Es nuestro momento del día. Ahí no importa como de bien o mal nos haya ido la jornada ni las posibles discusiones que hayamos podido tener. Cuando Mami me está dando el biberón, todo eso desaparece. Solo estamos Mami y yo. Y yo, acurrucado sobre su pecho, no quiero que ese momento termine nunca. Quiero ser siempre el bebé de Mami, como le prometí una vez.
Termino de tomarme el biberón y, como siempre, estoy ya casi dormido. Mami se levanta delicadamente conmigo en brazos y arregla un poquito las sábanas. Después me deja sobre la cama y me arropa con ellas. Me da un golpecito de despedida en mi pañal, como si quisiera asegurarse de que su bebé va a dormir cómodo y seguro. Después, coge a Wile y lo coloca a mi lado, arropándolo también con las sábanas. Yo lo abrazo y mi boquita hace inconscientemente el gesto de chupar. Mami me pone el chupete suavemente y me da un beso en la cabecita.
-Eso es, mi bebé. A soñar –dice antes de salir.
Y es que a pesar de tener 12 años, sigo siendo un bebé en muchos aspectos.

26 de octubre de 2018

Portada definitiva de Los 2 Mundos de Robin Starkley y título de los primeros capítulos

Hola lectores, hola lectoras!

Cómo va eso?

Bueno, lo primero, me vuelvo a disculpar por mi inocente bromilla a la hora de publicar la portada de mi nueva historia en mis dos entradas anteriores. Como decía, solo lo hice para enfatizar más el concepto de los dos mundos en los que se va a mover Robin durante todos los capítulos (¡y van a ser más de 20!), pero ahora ya se acabaron las bromas. Os traigo aquí la portada completa de Los 2 Mundos de Robin Starkley:


Cómo veis, las otras dos imágenes no iban muy desencaminadas haha

Os comento varias cosas sobre la portada.

La primera es que es la primera de mis historias que lleva portada, pero no será la única, ya que las demás historias van a venir a partir de ahora también con portada. Y quizás haga una portada para todas las anteriores: Vida de Chris, Canción de Leche y Pañales y Lucía quiere biberón, y por supuesto, también las historias cortas :)

La segunda es que la portada la he dibujado yo, y por eso es tan cutre. Porque si escribiendo hago lo que puedo, dibujando soy un auténtico desastre. Para mis próximas portadas me gustaría contar con algún dibujante que las ilustrase. Si alguien está dispuesto, que se ponga en contacto conmigo porfa plis!

Bueno, la portada refleja lo que va a ser el espíritu de la historia: los dos mundos entre los que se debate Robin. Es una representación visual del título, tal cual.

El chico que sale, por supuesto es Robin, con su pañal, su chupete y Wile, su amigo de peluche, de quien ya dije que es uno de mis peluches y que es el primero en dar el salto a mis historias. A lo mejor no es único, quién sabe :)

En el otro lado tenemos la otra pasión de Robin: Los videojuegos, que ocuparán un papel fundamental en el devenir de la trama, actuando de elemento catalizador de muchas de las cosas que a Robin le van a pasar.

Como veis, la portada está coloreada a lápiz. Podía haberlo hecho por ordenador, pues es una de las pocas cosas que sé hacer con un programa de diseño, pero quería que se viera así porque me resultaba más infantil, de ahí que tampoco esté bien coloreada.

De igual manera pasa con la tipografía del título. Hay tres formatos de letra: uno para el número 2; para resaltarlo sobre el formato de Los 2 Mundos, que es el otro; y un último para el nombre del protagonista, con un formato que parece escrito a mano, ya que la historia está narrada en primera persona y me parecía que así quedaba más personal.

Nada más, chicos. La siguiente entrada será el día 30 con el primer capítulo de Los 2 Mundos de Robin Starkley^^

Os dejo aquí el título de los primeros 5 capítulos. Recordad: Un capítulo nuevo cada martes :)

Capítulo 1: Todo lo demás
Capítulo 2: Pañal en una conversación
Capítulo 3: Nappynception
Capítulo 4: Mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso)
Capítulo 5: Nada de lo que preocuparse


20 de octubre de 2018

ERROR #404: 1/2 COVER NOT FOUND

Hola a todas y todos!

He cometido un terrible error: en mi anterior entrada se me olvidó subir la otra mitad de la portada de Los 2 Mundos de Robin Starkley!!!

Me olvidé de hecho, de la parte que nos concierne más...

Así que nada, aquí la tenéis:


PD: Espero que perdonéis la broma. Solo quería enfatizar el concepto de los dos mundos del protagonista, el elemento fundamental de la historia. No me la olvidé en mi anterior entrada ni nada parecido, quería dedicarle un avance de la portada exclusivamente a la faceta de bebé de Robin^^

Ya queda menos para el 30 de Octubre!!

17 de octubre de 2018

Portada y sinopsis de Los 2 Mundos de Robin Starkley


Sinopsis:

Robin tiene 12 años pero sigue siendo un bebé en muchos aspectos: usa chupete, toma biberón y duerme con pañales. Solo su familia lo sabe; sus amigos creen que es un niño normal y corriente, igual que ellos. Robin camina por una fina línea que separa dos mundos distintos, incapaz de saber a cuál de ellos pertenece. A veces quiere ser un niño como todos los demás y jugar a videojuegos, pero otras solo busca que su Mami lo acueste y le ponga un pañal.

14 de octubre de 2018

Cositas sobre Los 2 Mundos de Robin Starkley...

Hola a todas, hola a todos!

Cada vez está más cerca el 30 de Octubre... Cada vez está más cerca Los 2 Mundos de Robin Starkley....

Para ir abriendo boca y preparar el terreno para esa fecha, he pensado en ir colgando en el blog y en mis redes sociales cositas y pequeños avances de los que será mi historia AB/DL más larga hasta la fecha. Con un capítulo publicado semanalmente, pienso que vamos a tener historia para alrededor de de 6 meses^^

Ahora, me gustaría presentaros a alguien muy especial. Se llama Wile y es mi peluche favorito^^. Lo tengo desde que era muy, muy pequeñito. Recuerdo que con 7 años le ponía a veces alguno de mis pañales y jugaba a que era un bebé hahaha. Cuando me enfadaba con mis padres me escondía con él en un armario del sótano y me pasaba allí toda la tarde abrazándolo. Wile ha sido mi compañero e inseparable amigo desde siempre. Como veis en la foto, es el Coyote de los Looney Tunes, pero lo que mucha gente no sabe es que el verdadero nombre de ese personaje es Wile. E. Coyote, así que como veis, no me estrujé mucho los sesos para ponerle un nombre hahaha


¿Que por qué os cuento esto? Fácil. Wile va a ser el peluche de Robin!!!

Es la primera vez en 4 años escribiendo historias AB/DL que decido que uno de mis peluches aparezca en una de ellas. Me ha costado mucho decidirme, tengo muchos peluches y son todos como mi familia, pero si tuviera que elegir uno (y lo digo porque sé que mis peluches no van a leer esto) me quedaría con Wile. Por eso me hacía mucha ilusión que fuera él el primero en dar el salto a este pequeño universo AB/DL que hemos construido entre todos :)

Deciros también que he vuelto a Instagram hahaha ¡(no me odiéis!). Me he creado una cuenta pública llamada @babymarauder (sabéis que soy un gran fan de Harry Potter y sino os lo digo ya) en la que subiré cositas y dibujos que se complementarán con las del blog y alguna que otra foto personal.

Y por último deciros que estoy muy contento con la recepción que ha tenido El duende en la ventana. Es con diferencia mi historia menos AB/DL que he escrito, de hecho, algunas personas me han dicho que ni la consideran AB/DL. Sé que no es la típica historia AB/DL, de hecho, yo odio la expresión 'Típica historia AB/DL', cada escritor escribe LO QUE QUIERE. Pero yo no quería engañaros, es una historia más de fantasía que AB/DL, de ahí que la llamase El duende en la ventana y no El Duende de los Chupetes, título inicial y más asociado a este mundo.

Muchísimas gracias por vuestras visitas y comentarios, se os quiere!!

Atentos a mis redes sociales, Twitter e Instagram los tengo públicos así que todos podéis verlos. Los recuerdo por si acaso:

Instagram: @babymarauder

Twitter: Tony_abdlwriter

Nos leemos!!

Con una sonrisa detrás de mi chupete,
Tony P.

5 de octubre de 2018

El duende en la ventana



La cena transcurría en un silencio sepulcral. Solo se oía el tintineo de los cubiertos en los platos y al presentador del informativo de la noche de fondo en el televisor, aunque nadie le hacía demasiado caso. El padre de Riley cortaba el filete rebozado y se llevaba un trozo a la boca. Luego otro y luego otro más. Y cada tres trozos de filete pinchaba patatas fritas y bebía un trago de su vaso de vino. En ese orden. Una vez detrás de otra, como una secuencia de movimientos automatizados. De vez en cuando, se limpiaba su poblado bigote lleno de canas con la servilleta de papel doblada a la derecha de su plato, en un único gesto de aleatoriedad en medio de acciones mecanizadas.
Su madre también cortaba el filete, pero en trozos más pequeños, y no tenía un orden lógico de comer carne o tubérculos, ni siquiera de beber agua de su vaso. Sin embargo, sí que usaba mucho más la servilleta que su marido. Riley se fijaba en esas cosas; su madre se limpiaba la comisura de los labios con asiduidad, en cuanto sentía que se le habían quedado restos de filete o patatas, o alguna miga de las rebanas de pan que cortaba con parsimonia.
Sin embargo, su hermano mayor comía filete y patas muy rápido, pinchando con el tenedor de las dos cosas a la vez. Cortaba un trozo de filete y lo pinchaba, luego pinchaba varias veces del montón de patatas, y cuando el tenedor estaba a rebosar, cuando ya no era capaz de pinchar ninguna más, entonces se lo llevaba a la boca. Luego lo masticaba todo un buen rato, y bebía un enorme trago de batido de fresa para tragarlo con mayor facilidad. Su hermano se limpiaba la boca también más veces que su padre, y su servilleta no estaba doblada en forma de cuadrado a la derecha del plato, sino echa una bola cerca de su codo.
Riley miró su plato. El filete y las patatas estaban casi sin tocar. Normalmente era una niña que no tenía problemas para comer, pero esta noche se había quedado sin apetito.
Todo se debía a la discusión que había tenido con sus padres nada más sentarse en la mesa. Desde hacía un tiempo, casi desde que había dejado el parvulario y empezado a ir al colegio, sus padres le venían diciendo que ya era hora de que dejase de dormir con Perrito, el peluche que le hacía compañía por las noches, que por si no lo habéis adivinado, es un perro.
Sus padres sostenían la absurda teoría de que ella ya era mayor para dormir con muñecos de peluche porque ya iba al cole de niños mayores y que por tanto debía abandonar esa costumbre infantil.
Riley se enfadó mucho. Perrito era su mejor amigo y había sido un regalo de su hermano cuando ella tenía 4 años. Hacía solo dos que lo tenía. No era tanto tiempo como para encariñarse tanto con él, pero cuando estaba en casa nunca se separaba de su peluche. Con Perrito veía la televisión, hacía los deberes, leía, y por supuesto, jugaba. Perrito era su compañero, y cada noche se guarnecía en la cama con él.
Perrito era un perro que siempre estaba en posición de dormir, con los ojitos a medio cerrar, lo que le confería también una expresión triste en el rostro. Perrito era de color blanco con algunas manchitas marrones esparcidas por el cuerpo. Una de ellas la tenía sobre el ojo izquierdo, y a Riley le gustaba decir que su perrito era un perro pirata. Pero lo que más le gustaba de él era que había sido un regalo de su hermano.
Matthew era, con mucho, la persona favorita de Riley. Admiraba a su hermano mayor, le encantaba pasar tiempo con él y siempre escuchaba sus consejos. Matthew tenía 18 años, y con esa edad cualquiera podría pensar ya no debería estar jugando con su hermana pequeña, pero Matthew quería mucho a Riley. La llamaba Mi joven padawan, que Riley no sabía lo que significaba, y le enseñaba sus libros, diciéndole que algún día todo eso sería suyo.
Por eso Perrito también era especial. Era un regalo de su hermano y a Riley le gustaba tenerlo siempre con él porque así parecía que había una parte de su hermano mayor siempre junto a ella. Cuando Matthew salía con Mark o con sus amigas, Riley abrazaba mucho a perrito, acordándose siempre de su hermano mayor. Riley y Matthew tenían los mismos ojos verdes y el mismo pelo castaño, y la gente le decía a ella que era la viva imagen de su hermano con 6 años.
Riley quería mucho a su hermano, y tan acostumbrada estaba a que la defendiese durante las discusiones con sus padres que ahora mismo se sentía tan decepcionada con él que Riley no era capaz de probar bocado.
-Cómete el filete, Riley, que se te va a enfriar –le dijo su madre mientras se comía el ultimo trozo del suyo ayudándose de un poquito de pan.
-No tengo hambre –protestó enfurruñada.
-No te vas a levantar de la mesa hasta que no te acabes el plato –le avisó su madre.
-Me da igual. No quiero irme a dormir si no voy a estar con Perrito.
Su padre no dijo nada, pero Riley pudo notar que estaba haciendo un enorme esfuerzo por contener la lengua.
-No vamos a volver a discutir lo mismo, Riley –le dijo su madre-. Ya lo hemos hablado. Estás en el colegio y ya no tienes edad para dormir con peluches. ¿O es que quieres ser una bebé toda tu vida? –insinuó con sorna arqueando una ceja.
-No soy una bebé –protestó Riley.
-Por eso vas a dejar de dormir con el perrito –le dijo su madre.
-Pero…
-Ya está decidido, jovencita –dijo de pronto su padre levantando la vista del plato tras limpiarse los labios con su servilleta-. Llega un momento en la vida de todo niño que tiene que crecer, y eso implica separarse de ciertos objetos y costumbres: peluches, juguetes, dejar de dormir con chupete…
Su hermano se removió en su asiento, como siempre hacía cada vez que alguien decía la palabra Chupete.
Riley sabía por qué. Su hermano de 18 años aún usaba chupete. Riley lo había descubierto hace un año, cuando aprovechando que sus padres habían salido, Matthew llevó a casa a su novio Mark y Riley abrió la puerta de la habitación de su hermano para pedirle un pincel y vio a Matthew sentado en el regazo de Mark con un chupete en la boca. Matthew se enfadó mucho. Riley nunca lo había visto así; se levantó de un salto de las rodillas de su novio y le cerró la puerta en las narices mientras le gritaba que había que llamar antes de entrar.
Unos días después, Matthew llamó muy flojito a la puerta de la habitación de Riley, pidiéndole perdón por su comportamiento y diciéndole que, efectivamente, aún tenía un chupete y que por favor no se lo dijera a nadie. Naturalmente, Riley juró guardarle el secreto.
Riley miró a su hermano cuando su padre dijo Chupete y Matthew la miró a los ojos una fracción de segundo y arqueó una ceja a modo de advertencia. Riley no podía entender como su hermano, que se ponía siempre de su parte en las discusiones con sus padres, ahora no dijese nada cuando querían obligarla a dormir sin su peluche; y más si tenemos en cuenta que él aún usaba chupete.
Muy enfadada con sus padres y con su hermano, Riley miró su plato resignada y empezó a cortar el filete. Cuando se llevó el primer trozo a la boca, se dio cuenta de que ya estaba frío.
-Yo quiero a Perrito… -no pudo evitar decir.
-¡Ya está bien, Riley! –gritó su padre con tono amenazador.
-Papá… -dijo su hermano con parsimonia.
-¿Qué?
-Que te tranquilices.
-Estoy muy tranquilo, Matthew –se dirigió de nuevo a su hija-. Y tú, Riley. No quiero volver a oír una palabra sobre este asunto. Disfruta esta noche con tu peluche porque será la última. Llega un momento, como te decía antes, en el que a todos los niños les toca que crecer. Y ahora te ha tocado a ti. Estás en el cole de mayores, no en el parvulario. Aquí ya no tienes una hora para dormir la siesta ni juguetes en clase. Ya has aprendido a leer y por tanto, eres una niña mayor. Se acabó el dormir con peluches.
Tras la perorata, su padre bebió un largo trago de vino, como si se le hubiese secado la garganta.
-Riley… -el tono de su madre era más conciliador-. Sé que quieres mucho a Perrito, nadie te está diciendo que te deshagas de él –su padre la miró pero mamá lo ignoró completamente-. Puedes seguir teniéndolo en tu habitación, pero ya no puedes meterte en la cama con él. Es como cuando dejaste el biberón y el chupete. Ahora te toca dejar los peluches. Es parte del proceso de hacerse mayor.
-Yo no quiero hacerme mayor…
-Todos nos hacemos mayores. Tu padre tenía más pelo cuando le conocí –dijo su madre sonriendo.
-No le veo el chiste por ningún lado, Rosemary –le dijo su padre-. Tiene que crecer. Ya es hora.
-¿Puedo decir algo? –preguntó su hermano a nadie en particular.
-Depende –le advirtió su padre.
-Iba a esperarme a que Riley estuviese acostada, pero os lo voy a decir ahora.
-A ver –gruñó su padre, mirando a Matthew con recelo.
Matthew continuó ignorando el comentario de papá.
-¿No creéis que os estáis pasando un poco? –mira a sus padres-. Solo tiene 6 años. Muchos niños de su edad aún llevan pañales.
-Y otros muchos duermen sin peluches, ya no juegan con juguetes y dejaron de mojar la cama hace tres años –replica su padre.
-Lo que queráis –concedió su hermano-. Pero creo que estáis siendo un poco injustos con Riley.
Por fin. Ahí estaba su hermano. Su héroe y protector. Siempre dispuesto a defenderla.
-Matthew, no me hinches las pelotas que hoy no es la noche –le dijo su padre.
-Harvey… -le advirtió su madre.
Su padre miró a su mujer y bajó el tono.
-Cuando tengas hijos… -empezó a decirle a Matthew.
-No creo que eso pase nunca.
-Eso dices ahora.
-No, no. te lo aseguro.
-Bueno –su padre hizo un aspaviento con la mano-, si alguna vez tienes hijos te darás cuenta de que educar no es tan fácil –bebe vino-, y que aunque los veas como tus pequeños –continuó-, todos tienen que crecer algún día –miró a Riley-. Y esta es la última palabra que digo sobre este asunto.
-¡No es justo!
-¡Se acabó, jovencita! –su padre levantó la mano señalando hacia la puerta-. ¡A la cama sin cenar!
-¡Mejor! ¡Así podré estar más tiempo con Perrito! –Riley empujó la silla hacia atrás y salió corriendo de la cocina.
-¡Disfrútalo! ¡Porque mañana ese perro va a la basura! –oyó gritar a su padre mientras corría escaleras arriba.
Llegó a su cuarto y cerró de un portazo. Apoyó la espalda en la puerta y se dejó caer hasta el suelo mientras metía la cabeza entre las piernas y lloraba en silencio. Desde abajo, le llegaba el eco de los gritos de la cocina.
Quizá su padre tuviera razón y ya iba siendo hora de crecer y de dejar de dormir con peluches como si fuese una bebé. Podría esconder a Perrito, como hacía su hermano con el chupete, pero su peluche era amucho más grande y estaba segura de que su madre se cercioraría todas las noches de que ella no estuviese durmiendo con su peluche. Riley no sabía cómo lo hacía su hermano para tener un chupete y que sus padres no se diesen cuenta.
De una esquina de su cuarto, le llegaron los ruiditos que hacía Trotty, su hámster, al romper las hojas de periódico que cubrían el suelo de su jaula y roerlas con sus dientes. Riley se incorporó, limpiándose las lágrimas con los puñitos y fue hasta él. Trotty masticaba con sus grandes incisivos la cara de un jugador de baloncesto impresa en un periódico deportivo que leía su padre, y que cuando dejaba sobre el revistero, Riley cogía para cubrir el suelo de la jaula de Trotty. Su hámster se subió ahora al comedero y empezó a roer la cascara de una pipa de girasol para abrirla y comerse la semilla.
-Trotty, quieren quitarme a perrito –le dijo Riley apesadumbrada, pasando el dedo por los barrotes de la jaula.
Trotty se le quedó mirando como si la atendiese, sujetando la pipa entre sus patitas delanteras y ladeando la cabecita. Trotty era muy mono. Tenía el pelo de color marroncito claro con un mechón de pelo entre las orejitas que daba el aspecto de ser una cresta. Trotty se comió la pipa de girasol y empezó a frotarse el pelo haciendo el ruidito que tanto le gustaba a Riley:
Cushicushicushicushi.
Riley siguió un ratito más mirando a su hámster acicalándose y después como roía otra pipa y bebía agua. Cansado, Trotty se retiró debajo de la media cáscara de coco con un orificio que servía de entrada y salida para dormir.
Riley fue también hasta su cama, donde Perrito descansaba sobre las sábanas.
Ahí estaba, con su cabecita agachada y su mirada triste, siempre con aspecto de tener mucho sueño. Riley se subió a su cama saltando por encima de una de las barras que sobresalían por los bordes del colchón, como si su cama fuese una pequeña cuna. Para eso no era mayor según sus padres, pero para dormir con un peluche sí.
Riley se metió en su cama-nido y abrazó a Perrito contra su pecho.
-Ya no quieren que sigas durmiendo conmigo –le dijo-. Mi perrito.
Le puso ese nombre cuando al poco de regalárselo, su hermano le preguntó que cómo se llamaba. Riley no había pensado nunca en ponerle un nombre a su peluche, pero siempre le llamaba perrito. Decía que era su perrito. Así que le contestó eso a su hermano.
-Perrito –le dijo sosteniéndolo delante de la cara de Matthew.
-¿Perrito? –le extrañó.
-Sí, Perrito con mayúscula.
-Perrito con mayúscula. Está bien –su hermano rió y le revolvió el pelo-. Me encanta.
Riley se quedó un ratito más en la cama, escuchando sus tripas rugir y oliendo su peluche mientras no dejaba de abrazarlo. Al poco salió de nuevo por encima de una de las barras de la cama y paseó por su habitación con Perrito en brazos. Su colección de caballitos la miraba desde una de las estanterías, su cojín de Elsa desde una esquina y sus pinturas y libros para colorear desde el escritorio. Eran objetos de una niña. De lo que ella era. No quería crecer.
Las voces de la cocina hacía tiempo que habían enmudecido. Entonces alguien llamó a la puerta dos veces, muy flojito. Riley dejó a perrito sobre su cama y se acercó para abrir. En el umbral estaba su hermano sujetando en una mano un plato con dos trozos de pizza.
-Hola –la saludó sonriendo suavemente-. Te he traído pizza. Por si tenías hambre.
Riley lo abrazó por la cintura y apoyó la cabeza en su camiseta negra con la lengua estampada.
-No quiero dejar a Perrito –le dijo mientras empezaba a llorar de nuevo.
-Shh –su hermano le puso una mano en la nuca y la acarició-. Tranquila, Riley. ¿Puedo pasar?
Riley asintió frotándose aún los ojitos y se separó de él, apartándose para dejarlo entrar. Cerró la puerta y siguió a su hermano, que subió a su cama y se sentó sobre la almohada cruzando las piernas.
Riley se acercó también a su cama y su hermano la subió agarrándola de las axilas y aupándola.
-vaya –su hermano miró a su alrededor-. Me gustaba más esta habitación cuando era yo el que dormía en ella. Miró a su hermana y le pasó un trozo de pizza-. ¿Cómo estás?
-Bien –mintió Riley cogiendo el trozo y dándole un pequeño mordisco.
-No te enfades con papá y mamá –le dijo su hermano mientras la veía comer-. Sabes que solo quieren lo mejor para ti aunque a veces sean un poco tercos. Sobre todo papá.
-Dicen que tengo que crecer y hacerme una niña mayor.
-Eso es una tontería –dijo su hermano restándole importancia con un gesto de la mano-. Tú aún eres una niña. Te falta mucho para crecer.
-Yo no quiero dejar a Perrito –le dijo mientras tragaba.
-Ya lo sé –su hermano le acarició la cabeza en un gesto reconfortante.
-Es que… -a Riley le costó más tragarse ese bocado-. No es justo… Tú puedes tener un chupete pero yo no puedo dormir con un peluche.
-Baja la voz, anda –le dijo su hermano algo nervioso mientras miraba a la puerta, como si tuviese rayos-x y pudiese ver si hay alguien al otro lado.
Riley se había comido un trozo de pizza, dejando solo la corteza. Se la pasó a su hermano, que la dejó en el plato y le tendió el otro trozo. Riley se lo llevó a la boca.
-Mañana por la mañana seguiré hablando con papá y mamá para intentar convencerlos de que te dejen dormir con Perrito –le dijo su hermano.
-¿Sí? ¿Lo harás? –le pregunto Riley emocionada.
-¡Pues claro que sí! ¡Esto aún no ha acabado, hermanita! –y le revolvió el pelo.
Riley se sintió de pronto mucho mejor. Muy ilusionada con la perspectiva de que todo iba a salir bien. Se empezó a  comer el trozo de pizza con más ganas, y parecía que sabía hasta mejor que el otro.
-Oye, Matthew…
-¿Qué sucede? –preguntó su hermano.
-¿Cómo hiciste para conservar el chupete?
Mathew puso cara de extrañeza.
-¿A qué te refieres?
-Tienes 18 años.
-¿Y?
-Y que mamá y papá seguro que te obligaron a dejarlo cuando eras mucho más pequeño. ¿Cómo hiciste para tenerlo todavía?
Su hermano echó la cabeza hacia atrás y sonrió antes de contestar.
-Verás, voy a decírtelo. Pero no se lo puedes contar a nadie, ¿vale? –le advirtió.
-Vale –le contestó Riley emocionada.
-¿Lo prometes?
-Lo prometo.
-Verás, le pedí ayuda a alguien –dijo su hermano.
-¿A quién? –le preguntó extrañada y emocionada.
-¿Nunca has oído hablar de Piterete?
-¿De quién?
-Piterete –repitió su hermano.
-No –dijo Riley, que no había oído el nombre de Piterete en su vida-. ¿Quién es ese?
-Piterete es El Duende de los Chupetes –contestó su hermano adoptando una voz mística-. Entra por la ventana con su cuna voladora… -dijo haciendo con su mano como que planeaba por el aire.
-¿Qué dices? –Riley rió-. Cómo va a pasar eso.
-Claro que sí –su hermano se puso muy serio-. Piterete entra volando por la ventana con su cuna mágica.
-¡Anda ya!
-¿No me crees? –le preguntó su hermano con voz de listillo.
-Pues no –contestó Riley-. ¿Un duende que entra volando por la ventana montado en una cuna?
-¿Y si crees en La Hada de los Dientes? ¿Y en Santa Claus?
-En esos sí –le contestó Riley.
-¿Y por qué?
-Pues porque… -Riley no sabía cómo seguir-. Pues porque existen. Porque les traen a los niños regalos. Todo el mundo lo sabe.
-Todo el mundo lo sabe –repitió su hermano-. Lo que no sabe la gente es que existe un duende mágico que puede ayudar a los niños a conservar sus cosas de bebé cuando sus padres se las quieren quitar.
-¿Piterete hace eso? –preguntó Riley con los ojos abiertos.
-¡Pues claro! –contestó su hermano-. ¿Cómo te crees que conservé yo mi chupete? ¡Tú has querido saberlo!
-¿Piterete hizo que conservases el chupete?
-¡Claro que sí! Con su magia de duende.
-¿Y puede hacer que yo conserve a Perrito? –preguntó poniendo su peluche en frente de la cara de su hermano.
-¡Por supuesto! Piterete ayuda a todos los niños.
-¿Podré seguir durmiendo con Perrito?
-¡Ahora empiezas a creer en él, eh!
-Sí puede hacer que duerma con Perrito, sí –contestó Riley emocionada.
-¿Ahora no te parece extraño que un duende entra volando por tu ventana en una cuna? ¿Con su murciélago de mascota revoloteando a su alrededor?
-¿Tiene un murciélago de mascota? –preguntó Riley asombrada-. ¿Cómo Batman?
Matthew rió.
-Bueno, Batsy es más bien un murciélago de peluche pero sí. Es su mascota –su hermano la miró-. ¿Ahora crees en él?
-¡Sí! –Riley se puso de pie en la cama-. ¡Sí, sí, sí!
-Siéntate, anda –su hermano le tiró un poquito del pantalón-. Piterete no vendrá si no crees lo suficiente en él.
-¿Y cómo hago para llamarle?
-¿A qué te refieres?
-Sí –contestó Riley-.El Hada de los Dientes viene cuando se te cae un diente y Santa Claus en Navidad. ¿Cómo lo hago para llamar a Piterete?
-A ver… -Matthew cerró los ojos, pensativo-. Es que hace ya tanto tiempo que no lo llamo… ¡Ah, sí! –exclama de pronto abriéndolos-. Existe un conjuro.
-¿Cuál? –preguntó Riley impaciente.
Su hermano volvió a cerrar los ojos y recitó:

Un, dos, tres, chup, chup, chupete.
Que venga Piterete,
El Duende de los Chupetes.

Y los volvió a abrir.
-Tienes que pronunciar las palabras desde el fondo de tu corazón, creyendo en cada una con todo tu ser. Tienes que creer en Piterete –le dijo muy serio.
-Creo en Piterete –dijo Riley.
-Dilo otra vez.
-Creo en Piterete –le dijo Riley con convicción.
-Si no crees en él, nunca vendrá. Si crees, solo necesitas recitar –dijo su hermano-. Repite el conjuro.
Riley cerró los ojos y repitió las palabras de su hermano:

Un, dos, tres, chup, chup, chupete.
Que venga Piterete,
El Duende de los Chupetes.

-Deja la ventana abierta y un plato de dorayakis y Piterete vendrá esta noche –le dijo Matthew muy serio.
-¿Y podré verlo? –preguntó Riley excitada.
-¡Claro que sí! Piterete se quedará un rato para hablar contigo y saber cuál es tu problema. No es como Santa Claus o La Hada de los Dientes, que vienen y ya saben lo que tienen que hacer. Piterete tiene que enterarse de qué es lo que te pasa para poder ayudarte.
Se quedaron un rato en silencio. Riley estaba emocionada ante la perspectiva de que un duende entrase en su habitación esa noche. ¿Qué haría? ¿Cómo sería? ¿Sería igual de travieso que los duendes de los cuentos? Las preguntas se materializaban en su cabeza una detrás de otra.
-Bueno, pequeña –dijo su hermano mirando el reloj-. Los que no tenemos que no tenemos que esperar un duende no vamos a ir ya a dormir –bostezó y salió de un salto de la cama. Riley lo siguió con la mirada-. Recuerda –se giró hacia ella al llegar a la puerta-, un plato de dorayakis, la ventana abierta y las palabras mágicas pronunciadas con mucha, mucha fe.
-De acuerdo –Riley estaba decidida.
-Coge los dorayakis de la despensa, ¿vale? Pero asegúrate de que papá y mamá no te oyen bajar.
-Está bien.
Matthew sonrió.
-Buenas noches, hermanita. Suerte –añadió.
-Buenas noches, Matthew. Gracias.
Su hermano sonrió una última vez y salió de la habitación.
Riley esperó leyendo cuentos (que sus padres considerarían que también son para bebés) haciendo tiempo hasta que sus padres se fuesen a la cama. Se puso el pijama por si entraban que la viesen lista para irse a dormir, y cuando el reloj de su mesita de noche dio las 9, apagó la luz y permaneció debajo de las sábanas leyendo con la linterna que le había tocado en un bote grande de Nesquik, así si sus padres se acercaban a la puerta, no verían ninguna luz saliendo de su habitación.
Sus padres tardaron más en acostarse, sobre todo porque su hermano bajó de nuevo hasta el salón y estuvieron un rato los tres discutiendo. Riley no alcanzaba a oír lo que decían, pero se les notaba a todos bastante alterados. Al final la cosa se calmó y cada uno se marchó por fin a su habitación.
Riley esperó unos cuantos minutos más para asegurarse de que sus padres estuviesen dormidos y salió de la habitación en calcetines, de puntillas y sin hacer ruido. Llevaba a Perrito con ella porque así se sentía más segura. Andar por su casa de noche y a oscuras no era lo que más le gustaba del mundo. Pero tenía que ser valiente; si todo iba bien, esa anoche entraría un duende por su ventana.
La casa estaba en silencio y Riley se iluminaba con su pequeña linterna. Los ronquidos de su padre se oían desde la habitación conyugal, lo que tranquilizó a Riley, pues significaba que su padre se hallaba profundamente dormido. Además de que seguro que amortiguarían cualquier ruido que ella pudiera hacer, aunque iba con el máximo cuidado posible, pisando muy flojito y solo de puntillas.
Llegó a la cocina, abrió la puerta con cautela, muy despacio, para evitar que chirriase y entró en la estancia sin encender la luz. Dejó a Perrito sobre la mesa y abrió la puerta de la despensa. Esta sí chirrió. Riley aguardó con el corazón latiéndole muy deprisa a oír algún ruido del piso superior que indicase que alguno de sus padres se hubieran despertado, pero no fue así. Más tranquila, pudo asomarse dentro del armario a buscar los dorayakis para Piterete.
Las estanterías estaban llenas de magdalenas, galletas y demás dulces y bolería para el desayuno o para cuando su madre recibía visitas para tomar el té. Detrás del bizcocho de brownie, vio los dorayakis, que compraban solo para Matthew, ya que él era la única persona de la casa que comía esos dulces japoneses. A ninguno más le gustaban, por eso a Riley le pareció extraño que los comiese un duende, pero su hermano le había dicho que así era, por lo que ella no iba a dudar. Cogió cinco y los sacó de su envoltorio de plástico. Los dejó sobre la encimera y arrastró con cuidado una silla hasta el armario de la vajilla para sacar un plato llano. Se subió sosteniendo la linterna con los dientes y cogió un pequeño plato que usaba su madre para ofrecer dulces y pastas a sus amigas.
Volvió a dejar la silla en su sitio para eliminar cualquier prueba de su presencia allí, se puso a Perrito entre su brazo y su costado, cogió con una mano el plato con los dorayakis y con la otra la linterna y regresó de nuevo a su habitación.
Abrió la puerta con la mano con la que sujetaba la linterna y entró tambaleándose dentro, con los dorayakis, Perrito y la propia linterna. Cerró la puerta empujando con el culete y dejó todo lo que llevaba encima en la mesa del escritorio, al lado de sus pinturas. Ni siquiera encendió la luz. Seguro que ya era tarde y tenía que darse prisa para recitar el conjuro que traería al duende.
Cogió a Perrito y puso la linterna apuntando hacia la ventana, para iluminar lo máximo que pudiese con la pequeña bombillita. Riley coloca cuatro dorayakis alrededor del plato y uno en el centro, para hacer un presentación bonita, como ha visto hacer a su madre.
Coge la linterna y, con Perrito en brazos, se pasea por la habitación dándole las buenas noches a todas sus cosas, como hace cada noche.
-Buenas noches, cojín de Elsa –dice muy flojito-. Buenas noches, muñecos de superheroínas; buenas noches, cuentos; buenas noches, caballitos; buenas noches, pinturas y libro para colorear –se acerca a la jaula de su hámster-; buenas noches, Trotty.
Ahora se dirige a la ventana, descorre las cortinas y la abre. Levanta el pestillo con forma de garfio y lo saca de la clavija, se sube de rodillas en la repisa de la ventana, que tiene varios cojines actuando de sofá, y la abre de par en par.
Apoya los codos en el alfeizar y cierra los ojos, concentrándose en cada una de las palabras que va a decir y procurando pronunciarlas con todo el convencimiento que del que es capaz. Como le había dicho Matthew: si no crees en él, nunca vendrá. Si crees, solo necesitas recitar.

Un, dos, tres, chup, chup, chupete.
Que venga Piterete,
El duende de los chupetes.

Abre los ojos.
Ya está.
Siente que lo ha hecho todo bien. Repasa en su cabeza los pasos : dorayakis, ventana y palabras mágicas. Por si acaso, se asegura de que la ventana está totalmente abierta, pero enseguida retira la mano. No quiere estropear el conjuro.
Riley va hasta la cama, aferrando muy fuerte a su perrito, salta los pequeños barrotes y se mete dentro, cubriéndose el cuerpo con las sábanas. Creía que al dejar la venta abierta iba a tener más frío, pero hace una inusual y calurosa noche primaveral. Riley guarda la linterna de Nesquik en el primer cajón de la mesita de noche y se abraza más a Perrito.
Su compañero.
No va a perderlo.
Riley e da cuenta de todo el sueño que tiene. Quedarse despierta durante bastante más tiempo de la hora a la que se suele ir a la cama, la ha dejado agotada. Deja escapar un bostezo, besa a Perrito y se queda inmediatamente dormida en un profundo sueño.


*****


Se despierta de golpe. No sabe cuánto ha dormido pero sí que no se siente para nada cansada. La luz de la farola que hay en frente de su casa entra por la ventana abierta iluminando parcialmente su cuarto. Una luz amarilla cae perpendicularmente dibujando sombras en la penumbra del cuarto y dándole al resto de la estancia una iluminación amarillenta. Riley coge a Perrito y sale de la cama. Se baja de ella como si saltase una valla muy bajita. Sin calzarse las zapatillas, anda descalza por su cuarto hasta el escritorio, hasta el plato con dorayakis. Mathew le dijo que si viniese Piterete, cuando viniese, ella lo vería, pero quiere asegurarse de que las pastas siguen ahí por si se hubiese quedado profundamente dormida y se hubiese perdido la visita del duende. Tenía tanto sueño antes de irse a la cama…
Pero los dorayakis siguen en la misma posición en los que los dejó antes de acostarse. Eso significa que Piterete aún no ha llegado.
O quizá ni fuer a avenir. Quizá fuese todo una invención de su hermano…
No.
No podía pensar eso. Matthew nunca le había mentido. Si él había dicho que Piterete vendría es que iba a venir. E iba a conseguir, con su magia de Duende de los Chupetes, que ella pudiera seguir durmiendo con Perrito. Su hermano lo había dicho: tenía que creer que Piterete existía con todas sus fuerzas.
Esperanzada, fue hasta la ventana, todavía con su perrito en brazos. Se subió en la repisa, encima de los cojines y miró la calle, con los codos apoyados en el alfeizar y Perrito entre ellos, mirando hacia afuera también, con sus ojitos tristes y cansados.
La calle estaba parcialmente iluminada, con pequeños haces de luz que emanaban de las bombillas de las farolas hacia abajo y que daban la impresión de ser pequeños platillos volantes con rayos de abductores. Riley miró hacia el cielo. Si Piterete era un duende que volaba en su cuna, vendría por allí. Pero el firmamento nocturno estaba complemente tranquilo, lleno de estrellas y con una enorme luna. Le recordaba a un cuadro que tenía su hermano en su cuarto en el que se veía un cielo azul oscuro lleno de estrellas sobre un pequeño pueblo. Se acordó de lo que había dicho Matthew antes de acostarse y volvió a repetir, con muchísima más convicción que la primera vez y cerrando muy fuerte los ojos para concentrarse más:

Un, dos, tres, chup, chup, chupete.
Que venga Piterete,
El Duende de los Chupetes.

Los abrió. Nada. El cielo seguía igual de tranquilo.
Espero un poquito más y se bajó del sofá-repisa dándole la espalda a la ventana, dispuesta a marcharse de nuevo hacia su cama-nido y aprovechar su última noche con Perrito.
Pero no había dado ni dos pasos cuando algo la hizo girarse.
No sabría decir qué. Un espasmo. Una intuición.
Una sensación.
Miró por la ventana pero todo seguía igual de tranquilo.
Pero algo la hizo asomarse.
Pasaba algo.
Lo sentía.
Se subió de nuevo sobre la repisa, aferrando muy fuertemente a Perrito y miró hacia el cielo.
Algo volaba sobre él, delante de todas las estrellas del cosmos. O era muy grande y volaba muy lejos, o era pequeñito y planeaba sobre las demás casa de la urbanización. Tenía forma rectangular, pero se vislumbraban dos sombras que sobresalían de cada extremo, como si fuese una cesta con el asa rota. Una sombra más pequeña se agitaba alrededor de la grande muy rápido. Parecía que fuese a la vera de la figura mayor. Y ambas se estaban acercando. A la vez.
Conforme volaban más cerca de la casa de Riley, esta conseguía divisar la forma con más precisión. Una de las sombras que sobresalían de un costado era mucho más alargada que la otra, que cada vez parecía más achatada. La sombra pequeña revoloteaba como un colibrí y hacía un ruido parecido al batir de alas. Pero no era nada comparado con el otro ruido que hacía la forma rectangular. Era mucho más fuerte que el de la pequeña figura, pero Riley conseguía distinguir ambos sonidos. El más alto sonaba como una especie de hélice que giraba muy deprisa, pero no emitía un ruido metálico, sino uno más parecido al ruido del plástico al chocar, con pequeños pitidos agudos, como cuando aprietas un muñequito de goma de bebés.
La sombra se acercaba más y más. Ya iba por la manzana de enfrente, directa a su ventana. Riley la distinguía cada vez con mayor nitidez. La sombra más alargada de un extremo era una figura con forma humanoide, cuyas piernas se apoyaban en dos barrotes colindantes. De lo que debía de ser su cabeza brotaban tres bultos alargados que emitían un sonido como el de los cascabeles al moverlos. Los brazos de la figura humana estaban en jarras, apoyados en su cintura. El bulto del otro extremo no es que emitiese un sonido de hélice. Es que era una hélice. Giraba y giraba muy rápido. Y la pequeña sombra que revoloteaba alrededor de la batía lo que eran unas alas muy rápido.
La extraña composición se acercaba derecha hacia su ventana más y más, muy rápido aunque describiendo pequeños vaivenes en su movimiento.
Cuando solo estaba a unos metros y parecía que no iban a frenar, Riley se apartó de golpe de la ventana y se echó hacia atrás varios pasos.
Por ella entró una cuna volando.
Volando. Una cuna.
Una cuna volando.
Entró una cuna volando con un… Riley no sabría decir si era un hombre, un adolescente o un chiquillo… con un duende sostenido en la proa con una pierna flexionada hacia delante y la otra totalmente recta hacia atrás, con el torso inclinado hacia delante mientras que estiraba los brazos hacia atrás para hacer contrapeso, pues la cuna que viajaba describía todo el rato pequeños vaivenes hacia delante y atrás, como un subibaja de los columpios.
La cuna no volaba por si sola.
La hélice no era sino un móvil de los que se ponen en las cunas normales, las que no vuelan, para tranquilizar a los bebés con animalitos que giran, solo que los de la cuna del duende giraban a toda velocidad. Conforme se iban deteniendo, Riley pudo distinguir un rinoceronte, un unicornio, un alce, una muñeca de trapo, el Coyote de los Looney Tunes y un tigre. Una extraña combinación para un móvil de cuna.
Riley no se preocupó de que el ruido pudiera despertar a sus padres. Ni siquiera se le pasó por la cabeza. Estaba totalmente convencida de que ellos no estaban oyendo nada, y no sabría decir por qué. Sabía que ella era la única testigo de ese maravilloso espectáculo.
El ruido ni siquiera había despertado a Trotty, que seguía durmiendo plácidamente en su jaula, entre cáscaras de pipas y periódico roto.
Lo que no paraba de revolotear alrededor no era sino un murciélago de peluche, de color violeta, demasiado gordo y con alas demasiado pequeñas como para que pudiesen sostenerlo en el aire. Pero volaba. Volaba inquieto batiendo sus alitas de un lado a otro.
Riley miró asombrada como la cuna se posó suavemente en el suelo, dejando de girar su hélice de animalitos infantiles y como el duende bajaba de ella de un salto y se posaba en el suelo, haciendo el ruido de los cascabeles al ser agitados.
Y no era para menos, pues llevaba varios en su traje. El duende tenía aspecto humano, de eso no había dudas. Era más alto que Riley, como un niño de unos 10 años. Vestía un pijama rojo enterizo, como los que llevan los bebés, que le cubría desde las puntas de los pies, donde llevaba cosidos unos cascabeles amarillos, hasta el cuello, del que sobresalían tres picos hacia abajo como los de los bufones medievales, de color verde con un cascabel en cada punta. El pijama era muy ajustado, resaltando su figura larguirucha y el pañal que llevaba debajo, que abultaba mucho por delante, por la cintura y por su culete. Llevaba en la cabeza un gorro de tres puntas alargadas acabadas también en cascabeles de los mismos colores que el traje.
Pero lo que más le llamó la atención a Riley fue si cara.
No tenía cara de adulto, pero tampoco de niño. Tenía rasgos que recordaban una mezcla entre ambos, pero tampoco era un rostro de adolescente.
Tenía unas pobladas cejas, una de color verde fosforito y rosa fucsia, encima de dos ojos con mirada traviesa. Sus orejas eran alargadas y acabadas en punta, con un pendiente de aro en cada una. Su rostro terminaba en una pequeña perilla de color negro enroscada y llevaba en la boca un chupete azul y blanco. Su sonrisa pilluela sobresalía a ambos lados.
-Un poco de paciencia –le dijo sacando un reloj de arena de una de las mangas del pijama-. No eres la única niña que tiene problemas. Tenía que solucionar un pequeño conflicto antes de venir; una niña de Sheffield a la que sus padres quieren obligar a dejar el biberón.
Su voz sonaba como la de cualquier duende. Aguda y dicharachera.
-Lo-lo siento… -alcanzó a  decir Riley, que se dio cuenta de que había estado durante todo el rato con la boca abierta.
El murciélago seguía revoloteando por toda la estancia.
-¡Eh, Batsy! –lo llamó el duende-. Para un momento y ven aquí, que me estás poniendo nervioso.
El murciélago paro inmediatamente de dar vueltas por el cuarto y se posó en el hombro de su dueño, quien le acarició del lomo con dos nudillos.
-No importa –le contestó el duende distraídamente mientras acariciaba a su compañero. Su voz sonaba totalmente inteligible, como si no llevase puesto un chupete en la boca-. Así que tú eres Riley, ¿no? –la miró fijamente.
-Sí –contestó Riley, aún algo nerviosa por la presencia de ese ser en su cuarto que había llegado volando en una cuna.
-Yo soy Piterete, El duende de los Chupetes –contestó el visitante haciéndole una reverencia. El murciélago voló de su hombro hasta el otro cuando volvió a incorporarse-. Y este de aquí es Batsy. Fiel compañero y revoloteador murciélago.
El murciélago de peluche imitó a su dueño haciendo también una reverencia.
-Encantada –respondió Riley educadamente apretando a Perrito contra su cuerpo.
Piterete empezó a pasearse por la estancia mirando a su alrededor. Emitía un sonido de cascabeles agitados entremezclado con el ruido que hacía su pañal a cada pasó. A Riley le sorprendió que aún llevase pañales y usase chupete, pero no sabría decir exactamente qué edad podía tener el duende. Y además, seguro que la cuna no la usaba solo para volar.
-Bonita habitación –dijo al poco-. Muy infantil. Me encanta.
-Gracias –dijo Riley, flojito. No le había quitado la vista de encima al duende durante todo el rato.
Piterete fue hasta la cama, se subió de un salto y cruzó las piernas para sentarse mirándola ahora a ella. Batsy voló de su hombro y se posó en el cabezal.
-Bueno, Riley, ¿cuál es tu problema? –le preguntó.
-¿No… no lo sabes?
El duende pareció sentirse ofendido.
-Eh, no puedo saberlo todo, ¿sabes la cantidad de niños que hay pidiéndome ayuda todos los días? –empezó a rememorarlos-. Mis padres quieren quitarme mis juguetes, mamá quiere que deje el pañal, me gusta beber en mi tacita-biberón… Bastante que sabía tu nombre antes de venir aquí… Que ahora que lo pienso… –el duende bajó de un salto de la cama y se asomó a la ventana-. Me parece que no es la primera vez que vengo a esta casa. Esta ventaba me es familiar. Y yo nunca olvido una ventana.
-Sí, mi hermano mayor antes dormía en este cuarto –le dijo Riley.
-¡Ajá! Lo sabía –el duende se apartó de la ventana, satisfecho de si mismo, y andó hacia ella-. Mathew, ¿verdad? ¿Qué tal está el pequeñín? ¿Sigue durmiendo con su chupete? –preguntó dando unos toquecillos al asa del suyo.
-No es tan pequeñín –le dijo Riley-. Es mi hermano mayor, tiene ya 18 años. Y sí –añadió-. Sigue durmiendo con su chupete.
El duende río. Parecía muy contento.
-¡Ja! –exclamó-. Me encanta. Siempre supe que llegaría lejos –miró a Riley-. En fin, Riley, ¿qué es lo que te sucede a ti? ¿Tampoco quieres dejar el chupete? –volvió a pasearse por la habitación y se detuvo en la estantería de los caballos, mirándolos uno a uno.
Riley apretó más a Perrito contra su pecho.
-No… Es que…
-Antes había aquí playmobils de piratas, ¿verdad? –la interrumpió mirando los caballitos.
-Sí… A mi hermano le gustan mucho los piratas.
-Vaya –dejó la yegua baya y se giró hacia Riley-. No es tan listo como pensaba. Yo odio los piratas.
-Bueno, lo que me pasa es… -empezó Riley intentando contarle al duende su problema.
-¡Dorayakis! –exclamó Piterete al toparse con el plato que dulces japoneses-. ¡Me encantan! ¡Son mis favoritos!
-Los he cogido para ti –le dijo Riley, intentando sonar amable.
-Buena elección –le contestó el duende mirándola sonriente  y cogiendo uno del plato, pero antes de llevárselo a la boca se fijó en el peluche que sostenía Riley entre sus brazos-. ¡Oh, cielos! ¡Qué peluche más mono! –exclamó. Y andó a grandes zancadas hacia ella, entre sonidos de cascabeles y pañal. Se puso en cuclillas, quedándose frente a frente con Perrito-. ¿Puedo cogerlo?
Riley no quería separase de su peluche, pero se suponía que el duende había venido a ayudarla así que se lo pasó.
-Gracias –contestó él mirándolo a los ojos con expresión tierna-. ¡Qué peluche más bonitito! –Batsy hizo un ruidito de molestia desde el cabezal de la cama de Riley-. Tú también eres mono, Batsy –le dijo Piterete girando al cabeza hacia él-. Es un poquito celoso –explicó a Riley. ¿Cómo se llama?
-Perrito –contestó Riley.
-¡Perrito! –exclamó el duende mirándolo de nuevo-. Me encanta. Un perrito que se llama Perrito. Tiene su gracia. Perrito, Perrito… -comenzó a  decir mientras se daba la vuelta y lo acariciaba.
-Sí, y por eso te he llamado –le dijo Riley, que es estaba impacientando un poco.
Piterete, se giró de nuevo hacia ella, con Perrito entre sus brazos. La miró con amabilidad.
-Tú dirás.
-Pues…
-¡Un momento! –volvió a interrumpirla el duende llevándose una mano a su barriga-. Tengo hambre. ¿Tienes hambre? –le preguntó rápidamente a Riley-. ¿Quieres un biberón? Yo si quiero un biberón. Aguarda un segundo.
El duende hablaba muy rápido y muy animado. Le devolvió Perrito a Riley y se fue hasta su cuna. Se inclinó sobre los barrotes y comenzó a rebuscar entre las sábanas. Su culito abultado por el pañal se quedó mirando hacia arriba mientras el duende agitaba sus piernecillas. Riley se preguntó quién le cambiaría el pañal.
-Seguro que lo tengo por aquí –decía el duende con la cabeza metida entre las sabanas-. ¡Eh, Batsy! ¿Has visto tú mi bibe? –le preguntó al murciélago-. Nada, está aquí –dijo enseguida.
Se incorporó de nuevo sosteniendo en la mano un biberón lleno de leche. Escupió el chupete de la boca, que se mantuvo flotando en el aire a la altura de su gorro y se llevó la tetina del biberón a la boca. Chupó de ella la leche con ansia mientras tenía los ojos cerrados. Su cara traviesa era ahora una cara angelical, la de un bebé que disfruta de su biberón. Al poco paró de beber y soltó un sonoro eructo. Su cara volvía a tener una expresión pícara.
-Sheffield está muy lejos de aquí y no he podido parar a tomar nada de camino –dijo mientras el chupete volvía mágicamente a su boca-. Debería dejar de beber ya o me haré pipí encima. Y no tengo ganas de cambiarme el pañal –añadió.
-¿Podemos hablar ya de lo mío? –le pregunto Riley impaciente.
-¿Qué? –el duende la miró distraído-. ¡Ah sí! ¡Tu pequeño problema! Sí, sí, claro. Vente a la cama. Es cómoda y podré seguir tomando biberón –se llevó una mano al pañal-. Creo que no me voy a hacer pipí, pero nunca se sabe. Por eso llevo siempre un pañal. ¿Tú llevas pañal?
-No –contestó Riley.
-Ya me lo parecía a mí –dijo mirándole la cintura-. Bueno, vente a la cama y cuéntame.
Piterete llegó antes que ella y se subió de un salto. Dejó el biberón a un lado y cogió a Riley de las axilas para subirla dentro. Le hizo cosquillas con sus larguiruchos dedos y no pudo evitar solar una risita. Piterete la dejó encima del colchón y cruzó las piernas dejándose caer sobre el cabezal de la cama y llevándose de nuevo el biberón a la boca, mientras el chupete salía mágicamente de su boca y flotaba en el aire.
Riley miró al duende tomarse el biberón. Parecía un bebé de verdad. Su pañal se notaba mucho dentro de su ajustado pijama. Piterete chupaba de la tetina sosteniendo el biberón entre sus manos. Paró al cabo de un rato en el que Riley solo lo miró impaciente mientras esperaba a que el duende acabase y poder hablar de perrito. Cuando estuvo saciado, se sacó el biberón de la boca mientras el chupete volvía a ella y lo dejó sobre la almohada. Riley pudo ver que el contenido de la leche no había disminuido.
-Me encantan estas camas –dijo Piterete sosteniéndose con sus manitas y levantando varias veces el culito, con lo que su pañal sonó más-. Después de las cunas, es mi segundo sitio preferido para dormir. Bueno, el tercero –rectificó enseguida-. El segundo serían los carricoches.
-¿Podemos hablar ya de Perrito? -le preguntó levantando a su peluche y sosteniéndolo delante de la cara del duende.
-¡Claro, claro! –Piterete separó la espalda del cabezal y se irguió un poco-. ¿Qué pasa con Perrito?
-Pues… -Riley se llevó de nuevo su peluche al regazo-. Mis padres dicen que ya soy mayor para dormir con peluches y quieren quitármelo.
-Entiendo –el duende se sostenía la barbilla con la punta de sus dos dedos índices-. ¿Y quieren tirártelo a la basura, guardarlo en el desván…?
-No –contestó Riley. Sus padres no habían dicho nada de eso-. Dicen que puedo tenerlo en mi cuarto, pero que tengo prohibido dormir con él… Pero yo creo que eso es peor, ¿no?... Es decir… tener a tu peluche todos los días en una estantería pero sin poder acurrucarte con él, sentir su calor, su tacto… -bajó la cabeza. Sentía que sus ojos se humedecían.
-Bueno –el duende se enroscaba su perilla mientras miraba a Riley atentamente, quien levantó la cabeza-. Es menos grave de lo que pensaba –dijo-. No es lo mismo la magia que hay que hacer para conservar un peluche cuando este va a ser tirado a la basura u guardado en el desván que cuando se puede conservar en la misma habitación –el duende se levantó de un salto de la cama y se paseó por el cuarto-. La habitación es el santuario de cada persona –dijo abarcando la estancia con un movimiento de su brazo-. Aquí es donde somos nosotros mismos, alejados del mundo de fuera. Muchas veces separados también del resto de los familiares que viven con nosotros. En nuestras habitaciones, casi siempre cuando vamos a acostarnos, es donde podemos volver a sentirnos seguros… a salvo. Y en eso juegan un papel fundamental nuestras cosas de bebé o de cuando éramos pequeños. Hay muchas personas que llevan una vida normal… estoy hablando de cuando son mayores… cuando ya son adultos –aclaró-. Adultos que hacen su vida, que incluso están casados y tienen hijos, y siguen durmiendo con un peluche… o con su mantita de cuando eran bebés. Y sus hijos también se llevan un peluche cuando van a la cama… o un juguete. Son las habitaciones –miró de nuevo el cuarto de Riley-. No sé lo que tienen, pero son especiales. Son una zona segura para cada uno de nosotros. ¿Qué has hecho cuando te has peleado con tus padres esta noche?
-¿Cómo sabes…? –le preguntó Riley sorprendida.
-Yo sé muchas cosas –la interrumpió el duende con una sonrisa-. ¿Qué has hecho?
-Venirme a mi habitación –contestó Riley, aunque sospechaba que el duende sabía la respuesta.
-Venirte a tu habitación –repitió-. Cerrar de un portazo y sentirte a salvo, ¿verdad?
-sí –admitió Riley.
-Son las habitaciones… -volvió a decir el duende-. Es fácil hacer la magia si el objeto se va a quedar en la habitación. Entre el individuo y su habitación siempre hay un vínculo… Con los peluches es más fácil aún –le dijo. Riley lo escuchaba con mucha atención, como jamás había escuchado a nadie. Ni siquiera a su hermano-. No es como cuando algún niño te llama porque quieren obligarlo a dejar el pañal –continuó-. Normalmente los pañales se van a la basura y la magia para conservarlos ha de ser más poderosa. Lo mejor es que me llamen la primera vez que sus padres les digan que van a quitarles el pañal, porque normalmente siguen teniendo pañales en su cuarto… Pero eso a ti no te interesa –miró a Riley-. Tú lo que quieres es conservar tu peluche –fue hasta la cama y se volvió a subir de un salto.
Riley estaba realmente fascinada con el duende.
Piterete acarició en la cabeza a Batsy, que seguía sobre el cabezal, y miró a Riley sonriendo.
-¿Tú quieres tener a Perrito contigo? –le preguntó.
-Sí –contestó Riley, intentando sonar firme y decisiva. Piensa que lo ha conseguido.
-¿Con todas tus fuerzas?
-Con todas mis fuerzas –dijo segura.
-¿Quieres a perrito?
-Sí –contestó con convicción. No había estado más segura de nada en su vida-. Lo quiero muchísimo.
-Entonces conservarás a Perrito.
Piterete puso una mano sobre la cabeza de Perrito, y Riley vio cómo su palma se iluminaba tenuemente. Sintió una brisa recorrer su cuerpo y pasar hasta Perrito, y por un momento, sintió una unión  total a su peluche, como si le hubieran atado un cordel invisible a los dos. El de Riley salía desde su corazón.
-Perrito es tuyo –dijo el duende.
Y Riley lloró. Lloró de alivio y felicidad.
Perrito era suyo. Lo sabía.
Podía sentirlo.
-Gracias, Piterete –contestó muy flojito, aún sin levantar la cabeza, disfrutando de esa sensación.
-Gracias a ti. Por existir –le dijo el duende pasándole una mano por la cabecita.
-No –Riley levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos-. Gracias a ti por existir –y se lanzó a abrazarlo, sin soltar a Perrito.
Batsy levantó el vuelo desde el cabezal y empezó a revolotear entre los dos, haciendo ruiditos molestos, celoso de que su amo le estuviese dando cariño a otra.
-Vale, vale –dijo el duende intentando separarse poco a poco de Riley-. Vas a conseguir que me haga pipí encima de la emoción.
-No importa, llevas un pañal –contestó Riley con la cara pegada a su hombro.
-Sí, es verdad –admitió el duende.
Finalmente se separó de ella y la sentó sobre la cama. Riley se secó los ojitos llorosos con la base de su puñito, mientras en la otra mano aferraba fuertemente a su peluche, ahora inseparable.
-Se está haciendo tarde –le dijo el duende-. Tengo que irme y tú tienes que acostarte.
Riley sabía que en algún momento eso iba pasar, pero no hacía que fuese más fácil despedirse.
-Yo no quiero que te vayas –le dijo.
El duende sonrió.
-Hay más niños que necesitan mi ayuda, Riley. Y tú quieres que los otros niños sigan conservando sus cosas de bebé, ¿verdad? No te gustaría que otro niño tuviese que renunciar a su peluche.
Riley aferró más a Perrito contra ella.
-No –contestó.
No le gustaría nada.
-Entonces me marcho, pequeña –le dijo Piterete melosamente.
-Está bien –Riley se frotó un ojo, del que volvían a surgir lágrimas.
Piterete le abrió las sábanas y golpeó suavemente el cochón con la palma de la mano. Riley captó el significado y gateo hasta la posición que marcaba el duende. Se recostó allí y abrazó a Perrito. El duende la arropó y le acarició cariñosamente la cabecita a ella y a Perrito. Se alejó despacito de la cama de Riley hasta su cuna, haciendo sonar sus cascabeles y su pañal. Batsy estaba posado dócil sobre su hombro derecho. Piterete subió de un salto a los barrotes de su cuna y chasqueó los dedos. El móvil del rinoceronte, el unicornio, el alce, la muñeca, el Coyote y el tigre empezó a girar. La cuna se elevó en el aire y comenzó a girar, orientándose hacia  la ventana. Riley contemplaba el majestuoso espectáculo arropada entre sus sábanas, aferrando entre sus manitas al que iba a ser su amigo para toda la vida.
-Ups, casi lo olvido –exclamó el duende. Chasqueó de nuevo los dedos y su biberón, que estaba apoyado en la almohada, al lado de la cabecita de Riley, que no había reparado en él pues estaba absorta contemplando al duende volar en su cuna, salió disparado hasta la mano del Piterete, quien lo dejó caer en el cochón de su cuna. Batsy levantó el vuelo desde el hombro del duende y comenzó a revolotear a su alrededor.
De pronto Riley recordó algo.
-¿No te vas a comer los dorayakis?
El duende miró al plato de dulces antes de contestar.
-No, lo siento, Riley –volvió a sacar el reloj de arena de su manga-. Me tengo que ir ya que llego tarde. Sí, sí. Ya nos vamos, pesado –le dijo al murciélago que había comenzado a darle en el gorro de cascabeles el hocico-. Qué peluche más impaciente.
-Nunca te olvidaré, Piterete –le dijo al duende desde su cama.
-Ni yo a ti, Riley. Nunca os olvido a ninguno.
Y la cuna salió volando de nuevo por la ventana, con el móvil girando a toda velocidad, sin que se distinguieran los animalitos, en una forma borrosa gris, blanca, marrón, negra y amarilla, haciendo el ruido de los juguetes de plástico al chocar entre ellos, con el pitido agudo de los juguetes de goma para bebés. Riley no pudo evitarlo y salió de la cama. Se asomó a la ventana y vio la figura de Piterete encima de su cuna voladora, con Batsy revoloteando a su alrededor, alejándose a toda velocidad en dirección a la luna llena.
-Gracias, Piterete –repitió de nuevo, segura de que el duende la había escuchado.
Riley regresó de nuevo a su cama y se metió debajo de las sábanas. Se percató de que estaba muy cansada. No sabía qué hora era, pero seguro que debía de ser muy tarde.
-Te quiero, Perrito –le dijo a su peluche-. A partir de hoy te lo diré todas las noches.
Lo besó en su carita triste, de perrito melancólico, lo achuchó contra ella y se quedó dormida enseguida, por segunda vez en aquella noche.


*****


El despertador de su mesita vibró con un ruido ensordecedor. Riley se despertó y se sintió inmediatamente muy descansada, a pesar de haber dormido muy poco la noche anterior. La luz matinal iluminaba totalmente su cuarto, pues no había vuelto  correr las cortinas y cerrar la ventana después de que el duende se marchase. Veía y sentía a Perrito entre sus brazos, y eso la puso muy feliz. Ahora sabía que el peluche no iba a separase nunca de ella.
Sale de la cama con Perrito entre sus brazos y le da los buenos días a Trotty y a todos los objetos de su cuarto.
-Buenos días, caballitos; buenos días, Trotty; buenos días, cuentos –llega hasta su escritorio-; buenos días, pinturas y libro para colorear; buenos días, plato de…
Un momento.
Mira el plato de dorayakis. Está vacío. No queda ninguno. Los cinco dorayakis han desparecido. Y eso que Piterete dijo que no le daba tiempo a comerse ninguno
Quizá había usado su magia de duende para atraerlos luego hacia él, como hizo con su biberón.
Riley se encoge de hombros, termina de darle los buenos días a los demás objetos, deja a Perrito sobre la cama despidiéndose de él con un beso en la cabecita, pues en cuanto desayune va a volver para vestirse y coger su mochila, y ahí sí podrá despedirse bien de él, achuchándolo mucho contra su pecho, consciente de que ya no va a perderlo.
Piterete lo consiguió.
El duende hizo su magia y Riley podrá conservar a Perrito toda su vida.
Sale de su habitación corriendo para darle la noticia a su hermano. Al pasar por la puerta del baño, oye a sus padres dentro. La puerta del cuarto de Matthew está abierta, lo que significa que su hermano se encuentra en la cocina desayunando.
Riley baja las escaleras lo más rápido que puede, saltando los escalones de dos en dos. Llega a la cocina y ve a su hermano devorando un dorayaki mientras bebe batido de fresa directamente de la botella.
-Buenos días –la saluda sonriendo.
-Buenos días, Matthew –contesta Riley sonriendo más aún.
-¿A qué viene esa sonrisilla?
-¿Sabes qué pasó anoche? –le pregunta Riley muy flojito.
Matthew ríe.
-No, dime. ¿Qué pasó anoche?
Riley se acerca hasta su hermano, apoya las manos en sus rodillas y le dice al oído:
-Vino Piterete.
-¿¿Siii?? –Matthew separa la cabeza de la boca de Riley y mira a su hermana-. Cuéntame cómo fue. ¿Lo viste?
-¡Sííí! –contesta Riley muy contenta y empieza a hablar muy rápido, atropelladamente-. En-entró volando por la ventana, en-encima de su cuna, y-y iba con Batsy revoloteando todo el rato alrededor suyo…
-Despacio, despacio, Riley –la tranquiliza su hermano-. ¿Consiguió que te quedases con Perrito?
-¡¡SÍÍÍÍ!! –exclama Riley, emocionada-. Puso la mano así sobre la cabeza de Perrito –pone su palma sobre la coronilla de su hermano-, y entonces sentí como una cosa que salía de mí y me unía a Perrito.
Matthew la mira con extrañeza.
-¿Pero se comió los dorayakis o no?
-Nooo –contesta Riley, y su hermano parece incrédulo así que Riley se explica-. Se marchó volando y dijo que no tenía tiempo, pero ¿sabes qué? –coge a su hermano por los hombros-. ¡Esta mañana no estaban! ¿Crees que los pudo invocar con su magia?
-Sí… Es posible… -su hermano se rasca la cabeza.
-¿Y sabes qué? –Riley empieza a zarandear a su hermano-. ¡Va con un chupete en la boca, lleva pañales y toma biberón!
-¿Quien toma biberón? –pregunta una voz de repente.
Su padre acaba de entrar en la cocina. Va ya vestido con la ropa del trabajo. Riley se pone muy roja. Suelta a su hermano y agacha la cabeza.
-Nadie –contesta flojito.
Su padre gruñe y va hasta la cafetera a servirse café. Su madre llega también a la cocina. También va vestida con la ropa de la oficina.
-¡Buenos días, familia! –saluda.
-Buenos días, mamá –contesta Matthew, y se lleva la botella de batido a los labios, y a Riley le recuerda a Piterete tomándose el biberón.
-Buenos días, granujilla –le dice a Riley estrujándola contra ella cariñosamente.
-Buenos días, mamá –responde ella un poco cortada.
Aún resuena en sus oídos la discusión de anoche, pero su madre parece más animada.
-Buenos días, gordo –le dice su madre a su padre dándole un beso en los labios.
-¿Otra vez? –le pregunta su padre de manera bonachona, pero se deja besar.
En ese momento, Matthew carraspea sonoramente.
-Ah, sí. Riley… –dice su madre mientras se sirve una taza de café. Le echa un par de cucharadas de azúcar y empieza a moverlo-. Tu padre y yo estuvimos hablando anoche y… Bueno –bebe-, que puedes seguir durmiendo con perrito si quieres.
Riley mira emocionada a su madre, luego a su padre, que suelta un gruñido de aprobación y sorbe el café, mojándose su bigote
Riley va corriendo hasta su madre y la abraza por la cintura. Su madre le acaricia el pelo y le frota la espalda.
-Dale también las gracias a tu padre, anda.
Riley se despega de su madre y va corriendo a abrazar a su padre.
-Muchas gracias, papá –le dice con una mejilla aplastada contra su barriga.
-Está bien –dice sencillamente su padre, y le revuelve el pelo.
-Pero… –su madre se mira el reloj de la muñeca-. ¡¿Habéis visto la hora que es?! ¡Todo el mundo a vestirse corriendo que hay que irse al colegio! ¡Riley, ¿has desayunado ya?! ¡Al final llegáis tarde a todos sitios!


*****


33 años después de aquella noche, Riley le daba el biberón a su hija, Jane, antes de acostarla. Riley estaba un poco preocupada porque su hija de 8 años aún tomase biberón. En las reuniones del colegio, cuando hablaba con los otros padres, todos le decían que ninguno de sus hijos tomaba ya biberón.
George, su marido, con el que llevaba casada 12 años, decía que ya era el momento de quitarle a Jane el biberón. Habían hablado algunas noches del tema antes de acostarse. Al final siempre lo dejaban correr, sobre todo Riley, a quien le encantaba darle a su hija el biberón todas las noches. Era el único momento del día que compartían las dos. Madre e hija acurrucadas en la cama y Riley meciendo a Jane en su regazo y llevándole el biberón a la boca.
George no podía saber qué se sentía. Él simplemente le subía el biberón al cuarto de Jane, se lo daba para que se lo tomase sola y lo recogía de la mesita de noche a la mañana siguiente. Él no sabía que para Riley, dar el biberón a su hija en su regazo, mientras la acuna, es lo más parecido que tiene ahora a cuando le daba el pecho. Es una conexión única, y Riley lo sabe.
Pero también sabe que Jane tiene ya 8 años y debe dejar de tomar el biberón.
Esa tarde habían estado en casa Matthew y su marido Mark, con Henry, el niño que habían adoptado hacía dieciséis años. Henry y Jane tenían una relación muy estrecha. Parecida a la que tenía ella con Matthew cuando era pequeña.
Ella, George, Matthew y Mark habían hablado sobre quitarle el biberón a Jane, y la niña los había oído escondida en las escaleras. Bajó al salón, les gritó que no iba a dejar el biberón y subió corriendo a su cuarto dando un portazo.
Riley iba a subir pero Henry le dijo que mejor iría él. Riley aceptó.
Durante la cena, Riley había supuesto que su hija estaría enfurruñada, pero no era así. Desde que había salido de su habitación tras hablar con Henry, tenía un atisbo de sonrisa en sus labios. Riley conocía aquella sonrisa. Era la que ponía cuando había algo que le emocionaba mucho.
Tras acostar a su hija, le dio un beso de buenas noches en la cabecita y salió de su habitación sin hacer ruido, sosteniendo en una mano el biberón que acababa de darle.
Estuvo con George un buen rato viendo la televisión hasta que les llegó a ellos también el momento de acostarse.
Riley se metió en la cama mientras su marido seguía poniéndose el pijama. Cogió de al lado de su almohada un perrito de peluche de ojitos tristes y lo besó en la cabecita. Le dijo muy flojito que lo quería y lo aferró con un brazo.
George se metió también en la cama y ambos se dieron un beso en los labios de buenas noches. Riley le pasó el otro brazo a su marido y se quedó dormida plácidamente.
Pero se despertó de golpe. No sabría decir cuánto tiempo había pasado.
Oía ruidos en el exterior. El de una hélice que giraba muy rápido. Pero no era una hélice de metal, sino más bien parecía de plástico. Y se oían también algunos pitidos agudos como los que emiten los juguetes de goma para bebés al presionarlos.
Al principio se asustó. Pero solo al principio.
Sonrió y volvió a dormirse, tranquila.
Sabía que había un duende entrando por la ventana de su hija.



‘’Si no crees en él, nunca vendrá. Si crees, solo necesitas recitar’’.



FIN


             
  Dedicado a Sir James Barrie y a Peter Pan, el primer duende en la ventana.