28 de febrero de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 5: El Pañal

Ya en el piso, Sara duchó a Lucía y le puso el pijama. La dejó sentada en el sofá viendo Cartoon Network y salió para el supermercado en el que trabajaba. Tenía que ir a renovar la baja por asuntos familiares y comprar los pañales para Lucía.
Lo único bueno que tenía su trabajo era que podía ir andando, por lo que se ahorraba bastante dinero en gasolina; por lo demás, trabajaba casi 10 horas al día y ganaba unos míseros 500 euros, aunque quizá ahora que recibiría una pensión familiar de la inigualable cifra de 150 euros –maldito gobierno, pensó-, podría reducir un poco su jornada laboral para poder pasar más tiempo con su sobrina.
Llegó al súper y sus compañeras la saludaron efusivamente. La echaban mucho de menos. En el fondo, Sara también pero el trabajo no lo echaba para nada de menos. Le preguntaron cuando se incorporaría y Sara les contestó que mientras su sobrina no empezase el colegio, tendría que estar a cargo de ella. Les preguntó por la encargada y sus compañeras le indicaron que se encontraba en su despacho.
Sara subió hasta la planta de Recursos Humanos, llamó a la puerta del despacho y entró.
Su jefa era una mujer baja, regordeta, solterona y con aspecto de sapo. Iba siempre vestida de color rosa y hablaba con una voz falsamente dulce que no hacía sino que todo el mundo le tuviera más asco.
-Hola, Sra.Toad –saludó Sara al entrar.
-¡Blanc! –su jefa levantó la vista de sus papeles y la miró-. ¡Me estaba preguntando si seguías trabajando aquí!
-Tengo la baja por asuntos familiares, señora.
-Sí, la baja. Ya. Pasa, anda, y siéntate.
Sara entró y ocupó una de las dos sillas vacías que había enfrente de su mesa. La Sra.Toad era una mujer despiadada y explotadora, siempre intentando hacerle la vida imposible a los que trabajaban para ella.
-Supongo que has venido a decirme que te incorporas mañana, ¿verdad? –le preguntó con una falsa sonrisa.
-Pues no, verá… -empezó Sara-. La verdad es que mi sobrina aún no ha empezado el colegio… ya le han dado plaza –se apresuró a aclarar-, pero aún no me han llamado del centro para que lo empiece.
-Vaya, que lástima… -dijo Toad suspirando-. ¿Sabe cuánta gente hay por ahí que estaría deseando ocupar su puesto, Blanc?
-¿Un puesto de 10 horas al días y 500 euros al mes? ¿Quién? –Sara usó toda su ironía.
-No juegues conmigo, Blanc. Podría despedirte ahora mismo si quisiese.
-Un despido improcedente que yo denunciaría. Tengo contrato en vigor y la baja en regla.
-Puedo no renovártela.
-Queda una semana para que se caduque. Soy previsora.
-Podría no renovártela en una semana.
-Podría ir a renovarla a cualquier otro Departamento de Recursos Humanos de la cadena del Supermercado. Sólo he venido aquí porque me pilla cerca de casa.
Toad sonrió, aceptando su derrota.
-Eres más lista de lo que creía, Blanc.
-Ni se lo imagina.
Sara había estado algo más de un mes distraída en su puesto de trabajo. La perspectiva de tener que hacerse cargo de su sobrina, unida a la falta de sueño, hacían que no pudiera concentrase en lo que hacía. Eso le había dado cierta fama de ser una persona no demasiado inteligente, lo que viéndolo ahora había hecho que la subestimasen. Y que tu enemigo te subestime es una gran ventaja.
Sara salió del despacho de la vieja bruja con la baja laboral a buen recaudo en el bolsillo de su abrigo. Bajó las escaleras y se dirigió al pasillo de los pañales y de las demás cosas de bebé.
Tenía que ser muy cuidadosa. Lo que estaba a punto de hacer podría provocar que su sobrina no volviese a dirigirle la palabra en su vida.
Tenía que elegir unos pañales bonitos, no importaba si eran más caros. No podía llevarle unos feos o de marca blanca. A Lucía le gustaba mucho el rosa, así que intentó buscar en esa dirección. Finalmente encontró unos pañales de las princesas Disney. Salían en el paquete Jazmín, Blancanieves, Cenicienta… Pero también otras que le gustaban a Sara como Mulán, Pocahontas o Esmeralda.
Cogió el paquete de pañales y se fue hasta la caja para pagarlos.
Pero… ¿Qué narices estaba haciendo? Si la veían sus compañeras comprando pañales, todas sabrían que eran para Lucía. Por no hablar de que si se encontraba a alguna vecina o a algún conocido también sabrían que esos pañales eran para su sobrina.
Maldiciendo para su adentro, dejó los pañales de nuevo en la estantería y salió del supermercado. Por mucho que le fastidiase, no podría comprar los pañales ahí. También perdía el descuento para trabajadoras, así que le fastidiaba doble; y esos pañales no eran precisamente baratos.
Afortunadamente, llevaba las llaves del coche en el bolso así que pudo conducir hasta el supermercado más cercano sin tener que subir antes a su casa y tener que inventarse una excusa para su sobrina de por qué tenía que salir otra vez.
Condujo varios kilómetros, hasta que supuso que era una distancia sobradamente segura y fue hasta un pequeño supermercado de barrio que pertenecía a una familia de inmigrantes ecuatorianos.
-Buenas tardes, amiga –le saludó amablemente una trabajadora-. Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?
A Sara le sorprendió ese trato tan familiar y cercano, más acostumbrada a los sitios en los que los trabajadores trataban a los clientes como simple dinero.
-Verá, me gustaría comprar unos pañales… Pero no me acuerdo de qué marca eran.
-Sígame, pues. Le mostraré los que tenemos.
El pasillo de los pañales era más bien la estantería de los pañales, pues todo en ese sitio era más pequeño y acogedor que los otros supermercados que había visitado Sara. Encontró los pañales que buscaba. La marca era Little Owl.
Pequeño búho, que raro, pensó.
La trabajadora la acompañó hasta la caja, en la que se encontraba un chico que no tendría más de 14 años.
-Camilo, cóbrale esto a la señora, por favor.
A juzgar por el tono que empleaba, la edad del niño y el parecido físico, Sara dedujo que el niño era hijo de la trabajadora, y que toda la tienda debía pertenecer a la misma familia.
-A ver… Donde lleva esto el código de barras…
El chico movía el paquete de pañales delante suya. A Sara le pareció que era muy inexperto, que no debía llevar mucho tiempo trabajando ahí.
-No llevas mucho tiempo trabajando, ¿verdad? –le preguntó Sara amablemente.
El chico le devolvió la sonrisa.
-No, bueno… Estoy echándole una mano a mis padres –dijo-. Acabamos de llegar y no tenemos aún dinero para contratar a nadie.
Encontró el código de barra, lo pasó por el lector y le dijo el precio. Algo más bajo de lo que Sara esperaba.
Pagó los pañales, le dejó un euro de propina al chico y salió de la tienda.
Le había gustado bastante ir a un sitio tan diferente y cercano a comprar, además de que así ayudaba al pequeño comercio. Seguro que volvía más veces.
Cuando llegó a casa, pasó lo más rápido que pudo a su habitación y guardó los pañales en el armario. Todavía no sabía cómo se lo diría a Lucía, pero de momento era imprescindible que no los viera.
En ese momento sonó el teléfono. Sara corrió a contestar y era del colegio Federico García Lorca. Estaban terminando los últimos documentos, y Lucía empezaría en un par de días.
Genial, pensó. Lucía tendría que acostumbrarse a los pañales y a un nuevo colegio a la vez.
A Sara le habría gustado que empezase el colegio cuando ya se hubiese hecho a dormir con pañal, pero ahora vendrían las dos cosas de sopetón. Creía que tardarían más tiempo en confirmarle la plaza, maldita sea.
Preparó para cenar filetes de lomo y ensalada. Le dijo a Lucía que empezaría en el nuevo cole en dos días.
-¿Es el mismo cole que Esteban? –preguntó.
-Sí –contestó Sara. Al menos algo tenía de bueno-. Pero él estará en el patio de los niños pequeños y no creo que lo puedas ver mucho.
Vale, en realidad no era tan bueno.
Terminaron de cenar y Sara le dijo a Lucía que podía ver un poco la televisión. Eso le daba el tiempo de ir hasta su habitación y pensar cómo iba a decirle que tenía que dormir con un pañal.
Sacó el paquete de su armario y llegó con él a hurtadillas hasta el cuarto de su sobrina. Se sentó sobre la cama y lo abrió. Los pañales eran de color rosa y tenían dibujadas sobre la cinta de arriba varias princesas Disney. Por lo demás, eran pañales un poco más grandes que los de bebés, muy abultados y con dos cintas adhesivas a los lados. De pronto, Sara se dio cuenta de que nunca en su vida había puesto un pañal.
No tenía ni idea cómo se hacía, aunque no parecía muy difícil y la teoría sí se la sabía. También había visto a Laura alguna vez cambiarle los pañales a Esteban.
Por debajo del culete, luego por arriba y luego abrocharlos con las cintas.
Joder, estaba empezando a dudar ahora de si era buena idea ponérselos o no.
Maldita sea, Lucía tenía 10 años y era mayor para llevar pañales. La pobre niña lo había pasado fatal y ahora encima le tocaría dormir con un pañal.
Pero lo necesitaba. Lucía mojaba la cama y no podía dormir bien.
El pañal haría que estuviese sequita toda la noche.
Se armó de valor.
Suspiró.
Llamó a Lucía.
Su sobrina entró en la habitación y la vio sobre la cama al lado de un paquete de pañales y sosteniendo uno en su mano.
-¿Eso para qué es? –preguntó su sobrina con voz triste.
-Lucía… –empezó Sara
-¿Vas aponerme un pañal?
-Es sólo provisional, mientras te haces pipí en la cama…
-¡Pero yo no quiero llevar pañal! ¡¡No soy un bebé!!
-Ya lo sé… ya sé que no eres un bebé…
-¡Mentira! ¡Crees que soy un bebé! ¡Tú misma me llamaste bebé! -Lucía se puso a llorar- ¡Yo no quiero llevar un pañal!
-Cariño… -Sara se estaba empezando a sentir muy mal.
Pero sabía que era lo necesario. Tenía que seguir adelante con eso.
-¡Creía que eras mi amiga, Sara! –Lucía seguía llorando.
Eso no hizo que se sintiese mejor. Sabía que la reacción de su sobrina iba a ser esa, pero ella tenía que seguir adelante. Era lo mejor.
-Creía que eras mi amiga… -repitió.
Sara no pudo aguantarse más y también rompió a llorar. Dejó el pañal, se levantó de la cama y fue hasta Lucía.
-Lucía… -la abrazó cuidadosamente.
-No quiero llevar pañales… -decía entre lágrimas.
-Cariño… Lo siento, lo siento muchísimo… Créeme, por favor, Lucía…
Ella seguía llorando, y Sara tampoco daba muestras de que fuese parar.
Joder, ¡¿por qué tenía que hacer pasar por eso a su sobrina?!
Volvió a pensar que era lo mejor. Que necesitaba dormir y que el pañal conseguiría eso.
Así que trató de decírselo así. A pesar de que tuviera que ponerle un pañal, su sobrina era mayor, así que le diría la verdad. Lucía era muy inteligente y acabaría por comprender.
-Lucía… ¿Cuánto tiempo llevas sin dormir bien?
La niña no contestó. Siguió llorando.
-Cariño… -siguió-, ¿de verdad crees que quiero ponerte un pañal? ¿Lo crees en serio? –Lucía siguió sin responder. Sara podía ver que estaba pensando y reflexionando-. Sabes que no quiero ponerte un pañal, pero necesitas dormir, mi amor. El pañal hará que si te haces pipí, no te despiertes… Dormirás tranquilamente toda la noche… Guisantito.
-Yo… No… ¡Hip! Quiero… Llevar… ¡Hip! Un pañal…
Su sobrina se frotaba los ojos, había dejado de llorar pero aún le caían algunas lágrimas por las mejillas.
Sara esperó a que se le pasase un poco y fuese asumiendo que ponerse un pañal era lo mejor.
-Snif, snif… ¿Podré dormir toda la noche?
-Sí, cariño. Sí –le dijo poniendo su cara a la altura de Lucía-. Y no le diremos a nadie que llevas pañal, ¿vale? –añadió.
-¿A nadie a nadie?
-A nadie a nadie
- ¿Lo prometes?
-Lo prometo –prometió Sara.
Lucía se serenó bastante. Sara esperó a que ella le diera el consentimiento para empezar a poner el pañal.
-Vale –dijo.
Lucía le dedicó la más enorme de sus sonrisas.
-Ven, cielo –le dijo con dulzura.
Sara la cogió de la mano y la llevó hasta la cama.
-Túmbate encima, cariño. Cuando tú digas, empiezo a ponértelo.
Lucía dejó de llorar. Cerró los ojos, como si no quisiese verlo.
-Vale -volvió a decir.
Sara le volvió a sonreír, aunque Lucía no pudiese verlo.
Empezó a ponerle el pañal, y todas las dudas volvieron a su cabeza.
-Ehh, sí, veamos… -Sara estaba realmente en fuera de juego. No sabía cómo proceder.
Tenía una sensación parecida a cuando descubrió que Lucía se había hecho pipí por la noche. Ahora su sobrina se había tumbado a lo largo de la cama, pero ella necesitaba que se tumbara a lo ancho para poder ponerle el pañal.
-A ver, cariño –dijo mientras le cogía las piernecitas-, vamos a tumbarte de esta otra manera para que sea más fácil.
Dejó el pañal a un lado y, lenta y suavemente, cambió a su sobrina de postura, de manera que sus piernas quedaron colgando por el borde de la cama.
-Voy a ponerte ya el pañal, cariño –le dijo con dulzura.
Le bajó los pantaloncitos del pijama y le levantó las piernecitas.
Le empezó a pasar el pañal por debajo del culete pero le estaba costando bastante hacerlo con una sola mano. Tampoco sabía a qué altura se debía quedar para luego al pasarlo por delante que el pañal se quedase bien ajustado.
Cuando consideró una altura que debía de ser apropiada, le bajó las piernecitas y le pasó el pañal por delante. Pero se le quedaba demasiado corto.
Maldijo para sus adentros y volvió a levantarle las piernas. Le bajó un poco el pañal por detrás y le volvió a bajar las piernas.
Ahora el pañal por delante quedaba más cerca de la cintura y la misma altura que la parte de detrás, por lo que podía abrocharle las cintas.
Sabía que las cintas se abrochaban a la parte de arriba del pañal porque había visto a Esteban cuando era pequeño llevando pañales de esa manera.
Cogió una de las cintas y la abrochó por delante. Luego hizo lo propio con la otra.
Pero el pañal quedaba muy suelto. Sabía que tenía que estar mucho más ajustado al cuerpo.
Le desabrochó las cintas y las pegó más hacia el centro de la parte delantera del pañal. Ahora si quedaba bastante ajustado.
Le subió los pantaloncitos a Lucía y la puso de pie.
-Bueno, ¿qué tal?
-No sé… -respondió la niña.
-¿Estás cómoda? ¿Te aprieta?
-No… Estoy bien…
- Si te aprieta demasiado, puedes decírmelo y te lo suelto un poco…
-Nono… Está bien así…
-¿Estás cómoda?
-Sí…
Lucía respiró aliviada. Temía que su sobrina se pusiese a llorar y a berrear una vez tuviese puesto el pañal, pero no fue para nada así. Su sobrina había hecho que ponerle el pañal fuese más fácil. No protestó cuando lo llevó puesto ni se incomodó cuando Sara se lo estuvo poniendo de una manera tan torpe. El siguiente pañal se lo pondría mejor, estaba segura.
Lucía se había portado como una campeona. Como una niña mayor que había aprendido que lo mejor era dormir con pañal. Estaba orgullosa de ella.
Sara la miró. El pañal le abultaba bastante en el pantalón del pijama y asomaba un poquito por arriba. Lucía estaba de pie muy quieta.
Había superado la prueba. Era momento de seguir con la típica rutina de dormir.
-Bueno, guisantito –le dijo Sara-. Métete en la cama que yo voy a prepararte tu biberón.
Regresó con el biberón lleno de leche calentita. Lucía estaba dentro de la cama.
-¿Me lo puedes dar tú? –dijo.
-¡Claro que sí!
Se sentó en la cama y Lucía se acomodó en su regazo. Sara le puso el biberón en la boca y Lucía empezó a chupar de la tetina. Se tomaba la leche con mucha ansia. Tenía muchas ganas de biberón ya que esa tarde no se había tomado el de la merienda. Lucía se abrazó a su cintura y se pegó a ella mientras se seguía tomando su biberón. Se aferraba a la tetina con la boquita y movía los labios para tomarse la leche.
Cuando terminó, Sara la aupó para echarle los gases. Al cogerla del culete, pudo notar el pañal debajo del pijama. Le dio varios golpecitos en la espalda y Lucía eructó un par de veces. La dejó cuidadosamente sobre la cama; el pañal sonó cuando tocó el colchón.
Dejó el biberón vacío en el mesita de al lado y se sentó en el borde de la cama mientras Lucía de metía entre las sábanas. El pañal sonó con cada movimiento de su sobrina.
-¿Me lees un cuento, tía Sara, porfi? –preguntó.
-Por supuesto, cariño –Sara le sonrío y le revolvió el pelo-. Nos quedamos terminando El Viaje de Viento Pequeño, ¿no?
-¡Sí! –contestó Lucía
Sara cogió el libro, que estaba sobre la mesita, al lado del biberón, y siguió leyendo por donde lo habían dejado la noche anterior.
-… Poco después aparece una niña. En la mano lleva una cometa de colores con forma de águila. La niña comienza a soltar cuerda. Pero en el parque no se mueve ni una hoja, y el águila no consigue volar. Viento Pequeño mira a su alrededor: ‘¿Dónde está el viento guardián de este parque?’, piensa. La niña sigue soltando cuerda, y el águila, con las alas cerradas, va a dar contra la tierra. ‘Si nunca sopla el viento, no me sirve de nada tener una cometa nueva –exclama la niña. Viento Pequeño se levanta de un salto y comienza a soplar. La cometa vuela sobre los árboles. El águila, con las alas abiertas, se convierte en reina de las aves. Y a la niña se le abre una sonrisa tan ancha y tan brillante como la luna llena.
Era ya el final del libro, pero no llegó a terminarlo. Lucía se había quedado durmiendo abrazada a ella.
Sara había pensado que con el pañal le iba a costar bastante conciliar el sueño, pero de nuevo se equivocaba con su sobrina; Lucía estaba profundamente dormida.
Sara se separó cuidadosamente de ella, dejó el libro sobre la mesita y cogió el biberón. Arropó a su sobrina y le puso a Peppy entre sus brazos. Salió de la habitación no sin antes lanzarle una última mirada a Lucía.
Estaba muy mona durmiendo abrazada a su muñeca.
Y el hecho de saber que llevaba puesto un pañal hacía que estuviese aún más linda.

10 de febrero de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 4: La Solución

Sara abrió la puerta de la habitación y el olor le volvió a entrar de repente por los agujeros de la nariz.
No podía ser. Lucía había vuelto a hacerse pipí.
No era de noche. No había dormido más de dos horas.
Pensó que el problema era más grave de lo que parecía. Si ni siquiera podía dormir dos horas sin mojarse encima…
-Me he vuelto a hacer pipí, Sara –le dijo Lucía.
-Ya lo sé, cariño…
Sara encendió la luz de la lamparita del escritorio y se sentó a la vera de Lucía.
-¿Por qué me pasa esto? –le preguntó su sobrina.
-No lo sé, cielo… Ojalá lo supiera… -le contestó acariciándole el pelo.
-Hasta Peppy se ha mojado –dijo.
Lucía levantó su muñeca para que Sara la viese.
-¿Y no has podido dormir? –le preguntó.
-No –contestó la pequeña-. Cada vez que mojo la cama me despierto y no puedo volver a dormirme.
A Sara eso le pilló de sorpresa, y le asustó mucho. Si eso era verdad, su sobrina llevaba ya varios días sin dormir bien. Normal que hubiese querido echarse una siesta ese día. Tenían que solucionar el problema del pipí por la noche. Y pronto.
-Jope, Lucía –le dijo cariñosamente-. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
-Es que me da mucha vergüenza hacerme pipí –dijo-. Y ahora encima he mojado a Peppy –y se echó a llorar sobre la cama.
Sara la levantó, no fuera a ser que se mojase también la cara. La aupó contra ella, al sacarla de las sábanas le vino más fuerte el olor a pipí.
Esa no era manera de vivir para una niña de 10 años. Se le ocurría una cosa que podía hacer, pero no sabía si iba a ser peor el remedio que la enfermedad.
Una vez más, llevó a Lucía al baño para ducharla. Ya se estaba convirtiendo en rutina y no podía dejar que siguiese así. La lavó y la vistió con las ropitas nuevas que le había comprado. Le cambió las sábanas y regresó con ella al salón.
-¿Has mojado la cama para poder estrenar las cositas nuevas? –le preguntó riendo.
A Lucía no pareció sentarle bien. Sara se apresuró a aclarar sus intenciones.
-Era una broma, cielo –le dijo-. ¿Quieres tu biberón?
-Sí.
Fue a la cocina a preparárselo  y regresó con él al salón. Lucía estaba realmente mal. Se encontraba hecha un ovillo en el sofá. A Sara le dio mucha pena.
-¿Quieres que te lo de yo? –le preguntó mientras agitaba el biberón con la mano.
-Sí, porfa.
Sara se sentó en el sofá y se señaló su regazo para que Lucía fuese hasta él, pero la niña no parecía querer moverse de donde se encontraba. De hecho, parecía que no tenía ganas de moverse nunca más en la vida.
Lucía se empezó a preocupar. El problema de su sobrina con el pipí en la cama empezaba a ser grave. Tenía que solucionarlo ya.
-Ven, cariño –Sara cogió suavemente a Lucía y empezó a incorporarla lentamente-. Ven, que vamos a darte tu biberón, guisantito.
Delicadamente, se trajo a Lucía hasta su regazo. Le apoyó su cabecita sobre su pecho y le acercó el biberón a la boquita. Aún con los ojos cerrados, Lucía se aferró la tetina con los labios y empezó a chupar. Tenía una expresión muy triste en la cara, y sollozaba. Se iba tomando la leche entre sollozo y sollozo.
Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup…
Se abrazó a Sara.
-Shhh… No llores, mi amor –le dijo mientras le daba el bibe con una mano y con la otra le acariciaba el pelo sosteniéndole la cabeza con ese brazo.
Pensó que aunque Lucía estuviese mojando la cama, por lo menos ella había conseguido acercarse a su sobrina y que la niña se sintiese cómoda en su nueva casa mucho antes de lo que Sara o nadie hubiese esperado.
Entonces, ¿por qué seguía mojando la cama? Sara no lo entendía.
Lucía terminó de tomarse el biberón, Sara la aupó y empezó a darle golpecitos en la espalda para que expulsase los gases. Al cabo de un ratito y varios eructos se sentó de nuevo en el sofá con su sobrina y empezó a acunarla.
Parecía que iba a quedarse dormida. Teniendo en cuentas las húmedas consecuencias de esto, Sara se levantó con ella y empezó a moverse para que se despertase.
-Ale, ale, pequeña. No es momento de dormirse –le dijo con dulzura.
Era increíble la falta de sueño que tenía esa niña. Sara tenía que encontrar una solución. Y si era ponerle un pañal, le pondría un pañal.
Estuvieron toda la tarde jugando a las cartas en la mesa de la cocina. Sara pensó que sentada en una silla (además bastante incómoda) y con la mente ocupada, Lucía no se dormiría.
Estuvo en lo cierto. Su sobrina permaneció despierta el resto de la tarde y además estuvo bastante ocupada intentando ganarle a Sara alguna partida a la brisca. A Sara se le daba increíblemente bien este juego. Había obtenido una gran soltura durante los dos años que estuvo cursando Historia en la universidad. La carrera la había dejado, pero la destreza en ese juego de cartas la había acompañado desde entonces. No obstante, su sobrina era también bastante buena, y a punto estuvo de ganarle un par de manos, pero finalmente, Sara acabó venciendo por la mínima.
Sara pensó que con esa habilidad para las cartas, Lucía encajaría muy bien en un campus universitario. Se sorprendió pensando esas cosas, ya que la niña aún no había acabado ni la escuela primaria, pero le gustaba imaginarse un buen futuro para su sobrina.
A la hora de la cena preparó puré de verduras y lomo a la plancha. Lucía se lo comió en seguida. Una de las cosas que le preocupaban a Sara antes de adoptar a Lucía era que la niña fuera problemática a la hora de comer, como muchoa niños de su edad, sin embargo, Lucía comía estupendamente. Eran otro tipo de problemas los que le daba su sobrina…
Quizás estaba exagerando. Después de todo, Lucía sólo tenía 10 años. Algunos niños tardaban más en madurar. Seguro que había muchos de 10, o incluso 11, 12, 13 o 14 años que todavía se hacían pipí por la noche. Lo extraño de Lucía era que había vuelto a hacerse pipí cuando ya llevaba varios años controlando sus esfínteres por la noche.
O eso creía saber ella.
Se paró a pensar. No había caído en eso. Había supuesto que si nadie le había dicho que Lucia se hacía pipi en la cama era porque no se lo hacía. Sin embargo, nadie le había dicho tampoco lo del biberón.
Después de la cena, llevó a Lucía hasta su cuarto. Le puso el pijama y se la llevó hasta su habitación. No tenía ninguna intención de que Lucía durmiese con ella en su cama. Esa no era la solución para que dejara de hacerse pipí por la noche. Lo que quería era que la niña eligiese uno de los libros que tenía en sus estanterías para leérselo antes de dormir.
Dejó a Lucía eligiendo libro y fue hasta la cocina para prepararle el biberón. ¡Que gusto no tener que estar lavando el biberón siempre antes de dárselo!
Regresó a su cuarto, Lucía estaba sobre la cama con varios cuentos esparcidos sobre ella.
-¿Has elegido ya uno, cielo? –le preguntó.
-No –contestó la niña. Y añadió-. ¡Tienes muchos cuentos!
-Sí, la verdad es que sí –reconoció Sara-. ¿A ti te gusta leer, Lucía?
-¡Sí! –exclamó la niña-. Aunque en casa no teníamos muchos cuentos –añadió.
-Oh, vaya… ¿Qué te gusta leer a ti?
-Los libros de Concha López Narváez y Carmelo Salmerón.
A Sara le sorprendió que la niña conociese ya el nombre de los autores. Creía que le iba a hablar de dos o tres cuentos que le gustaban.
Concha López Narváez y Carmelo Salmerón, mujer y marido, era autores de literatura infantil y juvenil. Tomás es distinto a los demás, Parasubidas, La Leyenda del Viajero que no podía detenerse… Algunos de sus libros habían sido bastante premiados y escribían para niños de todas las edades.
-¿Pues sabes qué, Lucía? Creo que tengo por aquí algún libro de Concha López Narváez…
Buscó por las estanterías más altas y polvorientas de su habitación, donde tenía los libros que había leído de pequeña. Tras un rato en el que movió todos los libros que le habían mandado leer en el colegio, por fin encontró el que había estado buscando. Su título era El viaje de Viento Pequeño, y estaba escrito por Concha López Narváez y su marido. Las bonitas ilustraciones que llevaba corrían a cargo del hijo de éstos, Rafael Salmerón López. La edad recomendada era a partir de 6 años, pero Sara pensó que a Lucía le gustaría igual.
Cogió el libro y la llevó en brazos hasta su habitación. Le dio el biberón y le dijo que se acomodara para disfrutar de la lectura.
Se metió con ella en la cama y comenzó a leerle.
-Viento Pequeño había nacido arriba, en las montañas. En las montañas tiene todo lo necesario para vivir contento: si le apetece, vuela. Se columpia en las ramas de los árboles. Va a tumbarse en el prado…
Sara le leía a Lucía mientras su sobrina se tomaba su biberón recostada junto a ella. Cuando se lo terminó, lo apartó a un lado y se acurrucó junto a Sara para escuchar más cómodamente.
Como era de esperar, se quedó durmiendo enseguida. Lucía salió cuidadosamente de la cama, cogió el biberón y arropó a Lucía. Le dio un beso en la frente y salió sin hacer ruido cerrando la puerta tras de sí.
Ya en el pequeño pasillo, suspiró. Otro día había pasado. Ser madre es mucho más duro de lo que pensaba. Fue hasta su habitación y sacó las sábanas para cambiárselas a Lucía por la mañana. Ya había aceptado que se haría pipí.
Y no se equivocó. A la mañana siguiente, Lucía amaneció con la cama mojada. Seguía igual de triste que siempre. Sara se dijo que había sido ya la última noche que su sobrina pasaba mojada y sin poder dormir. La lavó como de costumbre y la llevó hasta el salón. Tenía que terminar de una vez por todas con esta horrible rutina matinal tan desagradable tanto para ella como para su sobrina.
Para la Lucía, mucho peor.
No era sólo que se sintiese avergonzada, sino que además no podía descansar y tenía que enfrentarse todas las mañanas a la humillación de unas sábanas mojadas.
Esta era la razón por la que Lucía pensaba que quizás el pañal no sería una buena solución. Su sobrina podría verse más humillada llevando un pañal para dormir que levantándose con pipí.
Esa tarde, Sara tenía clase de interpretación. Había acordado con Laura que se llevarían a  Esteban y Lucía para que se conociesen y después irían todos al parque a tomar un helado.
Sara tenía muchas ganas de que Lucía por fin pudiese tener un amigo de su edad. Bueno, más o menos, ya que Esteban era 3 años menor que Lucía.
Por la mañana dejó a Lucía viendo la tele después de darle su biberón y estuvo haciendo las tareas de la casa. Bajó a la lavandería del sótano del edifico y subió con las sábanas limpias. Tenía una sorpresa para Lucía: su muñeca Peppy estaba limpia.
Cuando se la dio, su sobrina se puso muy contenta. Saltó en el sofá y le dio un fuerte abrazo a Sara. Después siguió viendo la tele abrazada a ella.
A las cuatro de la tarde, Sara y Lucía bajaron al rellano. En la puerta les estaba esperando Laura dentro del coche. Esa tarde le tocaba a ella llevárselo; Sara y Laura se turnaban para poder ahorrar en gasolina. Sara se había ofrecido a llevar a Laura porque sí disponía de otro trabajo y Laura se dedicaba únicamente a actuar, pero su amiga le había dicho que no quería ni oír hablar de eso.
Cuando salieron a la calle, Laura les empezó a pitar y a saludar con la mano. Su amiga era muy extrovertida, era una de las cosas que a Sara más le gustaban de ella.
Subieron al coche, Lucía se sentó detrás con Esteban y Sara delante.
-Bueno, por fin os conocéis, Esteban –le dijo Laura a su hijo-. Y por fin te conozco yo, Lucía –añadió amablemente-. Tu tía me lo ha contado todo de ti. Antes de que vineras, no paraba de enseñarme fotos tuyas y de decirme la sobrina tan guapa que tenía, y ahora veo que no se equivocaba –dijo sonriendo.
Sara la miró. Nunca le había enseñado ninguna foto ni nada por el estilo. Pero Laura era una auténtica especialista a la hora de ayudar a Sara con su sobrina. Lucía, por su parte, no dijo nada. Era la primera vez que veía a Laura y Esteban y se encontraba un poco cohibida. Era una niña muy tímida.
-El que está al lado tuya que tampoco dice nada es mi hijo Esteban –siguió Laura-. Es también bastante tímido pero seguro que os acabaréis llevando muy bien.
Llegaron al local de ensayo. Era una pequeña cochera que habían dispuesto a modo de escenario para poder practicar las obras antes de representarlas en un teatro más grande. Sara y Laura saludaron a los demás compañeros y comenzaron con los estiramientos y los ejercicios de relajación. Les indicaron a Lucía y a Esteban que podían sentarse en las sillas del fondo.

Lucía estaba sentada al lado de un niño al que no había visto en su vida. Si ya de por sí se sentía incómoda con los chicos, con uno al que no conocía era aún peor.
No le gustaba estar con gente desconocida. Al principio había resultado un cambio muy fuerte irse a vivir con una persona a la que había visto sólo dos veces en su vida.
Recordaba que antes de irse a vivir con su tía, prefería irse a cualquier otro sitio. Creía que a lo mejor incluso con la vecina, pero vino un señor bajo y con voz de pito a su casa y le dijo que tenía que irse con la hermana de su madre.
Sabía que no podía estar con su mamá porque se la llevaban al hospital. Por un momento, creyó que la iban a mandar con su padre, un señor al que veía poco y que cada vez que lo hacía, éste estaba siempre mareado y le pegaba. Su mamá intentaba protegerla, pero entonces su papá le pegaba también a ella.
De todas formas, no podía irse a vivir con él, porque la vecina le había dicho que su papá se encontraba de viaje y que no sabían cuando iba a volver.
Sin embargo, la persona que la había acogido resultó ser muy buena. Nunca la regañaba por hacerse pipí en la cama, cuando sabía que su mamá le habría pegado y su papá también y más fuerte. Tía Sara era una persona buena que jugaba con ella y le daba el biberón. A Lucía nunca le habían dado el biberón, sólo se lo preparaba su madre porque con esa cantidad de leche, estaba bien alimentada, ya que no tenían mucho dinero para comprar muchos más alimentos.
Pero tía Sara no sólo le daba el biberón, también la acunaba, le expulsaba los gases y le leía cuentos.
A Lucía nunca le habían leído un cuento.
Se daba cuenta de que estaba empezando a querer a su tía, de que sentía mucho amor por ella. Una persona que realmente trataba a Lucía como a una hija. Otra persona seguro que la habría castigado por hacerse pipí en la cama, como había hecho su abuela con tía Sara. Sin embargo, Lucía no tenía amigos que pudiesen ver sus sábanas llenas de pipí tendidas en el balcón.
Hablando de amigos, ahora tenía un niño más pequeño sentado a su lado. Ambos miraban como su madre y tía Sara hacían teatro. Aunque en ese momento estaban haciendo una cosa muy extraña para Lucia: estaban tumbadas en el suelo estirando los brazos y las piernas en posturas extrañas y echando mucho aire por la boca.
-Mi mamá dice que Sara es ahora como si fuera tu mamá –dijo de pronto el niño. Esteban se llamaba.
-Algo así. Es quien cuida de mí –respondió Lucía.
-¿Dónde está tu mamá? –le preguntó
-Me dijeron que estaba malita y que tenían que llevársela al hospital.
-¿Y cuándo va a salir?
-No lo sé –Lucía se encogió de hombros.
-¿Te gustan los superhéroes? –le preguntó de repente
-No, mucho. Soy más de anime.
-¿Cuál es tu anime favorito?
-Me gusta mucho Pokemon, Monster Rancher Y Detective Conan.
-¿Has visto la película del castillo ambulante?
-No.
-¿No has visto El Castillo Ambulante? –dijo incrédulo-. Jo, pues tienes que verla. Está muy bien.
-Se lo diré a tía Sara.
Siguieron hablando de dibujos animados durante todo el resto del ensayo. Laura y Sara dejaron las extrañas posturas para empezar a hablar muy fuerte y con mucha entonación mientras se movían por el local. Después de una hora y media volvieron a donde estaban ellos.

Sara y Laura llegaron al sitio donde habían dejado a los niños. Durante el ensayo, estuvo mirándolos de vez en cuando y se alegró al comprobar que estaban charlando.
-Bueno, ya hemos terminado –dijo Laura-. ¿Qué tal vosotros dos? ¿Os habéis aburrido mucho?
-No –contestó Esteban-. Hemos estado hablando de dibujos animados.
-Ya os he visto, que no parabais de hablar –dijo Laura mirando a Sara y sonriéndole.
-Mamá, Lucía no ha visto El Castillo Ambulante –dijo Esteban.
-¿No? –se extrañó Laura mirando a Lucía-. ¿Y cómo es que tu tía no te la ha puesto?
Sara esperó a que su sobrina contestase, pero viendo que no era así, tuvo que hacerlo ella.
-Hemos visto La Princesa Mononoke, Terramar y Wolf Children. Poquito a poco.
-Yo esa de Terramar no la he visto –dijo Esteban.
-¿No? Sara imitó a Laura-. ¿Y cómo es eso? ¿Es que tu madre no te la ha puesto?
-Vale, lo he pillado –contestó Laura.
Cuando llegaron al parque, dejaron que los niños se fuesen a jugar a los columpios. Sara y Laura los vigilaban desde el banco mientras apuraban sus cucuruchos.
-Bueno, ¿y qué tal estos días con Lucía? –le preguntó Laura.
-Bien y mal –contestó Sara mientras lamía su bola de vainilla-. Nos estamos uniendo bastante, pero sigue haciéndose pipí en la cama.
-Joé, chica –dijo su amiga- ¿Y cómo está ella?
-Pues fatal. Se levanta llorando todas las mañanas y no duerme casi nada. El otro día quiso dormir la siesta, la tarde que vino el asistente social, y se levantó también con pipí –hizo una pausa-. No había dormido más de dos horas –añadió desolada.
Laura hizo un ruido de disgusto.
-¿Y qué vas hacer? –le preguntó.
-He pensado en ponerle pañales –contestó Sara.
-¿Ponerle pañales? Tiene 10 años –le dijo Laura.
-Sí… Ya lo sé… Y es humillante para una niña de 10 años tener que llevar un pañal para dormir… Pero, ¿qué puedo hacer? Lucía se levanta mojada todos los días…
-¿No crees que eso puede ser peor? –le preguntó.
-¿El qué?
-El tener que llevar un pañal para dormir. Que si eso puede ser peor que levantarse con la cama mojada.
-Yo también lo he pensado.
-¿Y?
-Y llegado a la conclusión de que el pipí se lo va a hacer igual, así que mejor que se levante con  pipí en su pañal pero que al menos pueda dormir, que falta le hace.
Se produjo una pausa.
-¿Y tú qué opinas? –le preguntó a Laura.
-¿Yo? –Laura estaba dándole lametazos a su cucurucho de fresa-. Pienso que como parche para el problema está bien, pero no es una solución definitiva.
-¿A qué te refieres?
-¿Cuál es el problema de lucía? –preguntó retóricamente-. Que moja la cama. Que se hace pipí por la noche. El pañal no va a conseguir que eso desaparezca, sólo que duerma cómoda. Así es como tienes que enfocarlo; como un parche mientras solucionas el verdadero problema.
-¿Entonces estás de acuerdo en que debería de ponerle pañales?
-Sí –contestó-. Pero aquí veo otro problema.
-¿Cuál?
-Lucía.
-¿Lucía?
-¿Cómo crees que aceptará ella que le vas a poner un pañal para dormir? Recuerda que se enfadó mucho cuando la llamaste bebé.
-Pues supongo que al principio mal, pero tendré que convencerla de que es lo mejor.
-¿Y cómo vas a hacer eso?
-Pues con lo mismo que estamos hablando aquí. No quiero engañarla –contestó-. Le diré que es lo mejor para que pueda dormir cómoda toda la noche. Cuando vea que ha logrado pasar una noche entera durmiendo, verá que lo mejor es dormir con su pañal.
Laura río sarcásticamente.
-Buena suerte con ello –le dijo. Miró la hora en el móvil-. Deberíamos irnos. Esteban tiene que hacer los deberes.
-Sí… -Sara también miró la hora-. Y yo tengo que pasarme por el trabajo a llevar la baja por asuntos familiares.
-Hablando de deberes, ¿cuándo va a volver Lucía al colegio?
-Pues espero que pronto, porque la baja por asuntos familiares la tengo hasta que la matriculen y pueda ir al colegio.
Llamaron a los niños, pero tardaron en acudir y tuvieron que hacerlo varias veces. En el fondo a Sara le gustó. Eso indicaba que se lo estaban pasando bien. Era justo lo que Lucía necesitaba.
Laura los llevó en coche hasta su edificio. Antes de bajarse, Lucia y Esteban preguntaron cuando iban a poder verse otra vez.
Sara y Laura se miraron y se sonrieron.
-Pronto si os portáis bien –dijo Laura.
Se despidieron de ellos y se bajaron del coche.