27 de abril de 2015

Ady

Ady se acababa de despertar. Estaba tumbada bocarriba en su cuna esperando a que su mamá viniera a despertarla. Vio la hora en el reloj de Jazmín que tenía en su mesita de noche y ya casi era la hora de ir a la guardería. Se removió entre sus sábanas. Si mamá se había quedado durmiendo, ella no iba a llamarla. No le apetecía ir a la guardería. Prefería quedarse en casa jugando con sus muñecas y sus peluches. Uno de ellos era Arnold. Era un unicornio de color blanco con la crin y la cola rosas. En un principio, iba a llamarle Firenze, como el de Harry Potter, pero consideró que no era tan oscuro como el que describían en los libros. Entonces fue cuando decidió llamarle Arnold, como el micropuff que tenía Ginny Weasley, uno de sus personajes favoritos junto con Luna Lovegood.
Ady se puso bocabajo y el chupete le aplastó la boca al chocar contra la almohada. Mami no venía. Podía volver a dormirse y despertarse al cabo de unas horas escuchando sus reproches por haberse quedado dormida. Tenía el pañal mojado, pero no le molestaba demasiado a la hora de dormir. Se acurrucó abrazando a Arnold y decidió que iba a volver a cerrar los ojos. Pero nada más hacerlo, la puerta de su habitación se abrió y en el umbral estaba su madre. Ady suspiró, resignada.
-¡Buenos días, Ady! –saludó su mamá cruzando la estancia para ir a subir la persiana-. Hoy se me ha hecho un poco tarde, así que tendremos que darnos un poco más de prisa.
Ady se desperezó en su cuna, aceptando que tendría que posponer su sueño para la hora de la siesta. Cuando su mamá se acercó a levantarla, Ady abrazó con más fuerza a Arnold y se hizo un ovillo.
-Venga, a levantarse, dormilona –decía mami mientras le hacía cariñitos por fuera de su pijamita rosa de una sola pieza.
Ady se volvió a poner bocarriba y sonrió desde detrás de su chupete. Finalmente, dejó que su madre la cargara en peso y le llevara hasta el cambiador. Una vez estuvo encima, mamá le soltó los botoncitos del pijama y se lo fue quitando poco a poco. De manera que quedó la imagen de su hija llevando solo un pañal mirándole desde abajo. Mamá le soltó las dos cintas del pañal, le levantó las piernas con una mano y se lo extrajo con la otra. Le limpió cuidadosamente y le volvió a poner un pañal. Ady tenía que llevar pañales durante las veinticuatro horas del día porque se hacía pipí y caca encima.
Cuando ya estuvo cambiada, su mamá la vistió con un peto vaquero y una camiseta de Batgirl, le recogió su melena pelirroja en dos trenzas y la llevó en brazos hasta la cocina. Una vez allí, la sentó en la trona y comenzó a prepararle el biberón. Ady miraba al vacío, lamentándose por tener que ir a la guardería y pensando en la cuna que le esperaba en su habitación cuando volviera a casa. Cuando el biberón estuvo listo, su madre se lo dejó en la mesita de la trona para que se lo bebiera. Siempre se lo tomaba ella sola, pero hoy tenía el día ‘’tonto’’, como le gustaba llamarlo a su mamá, así que le pidió que se lo diera. Su madre le dijo que no iban muy bien de tiempo pero Ady insistió. La verdad era que a mamá le gustaba darle el biberón, pero se lo solía dar después de la siesta, que tenían todo el tiempo del mundo, y así poder tomárselo tranquilamente.
-Esta tarde te lo doy, Ady, cielo. Que si no, vamos a llegar tarde.
Ady suspiró. Parecía que no estaba teniendo su día. Se quitó el chupete, lo dejó sobre la mesita de la trona y se llevó el biberón a la boca. Se lo tomó tranquilamente, mientras su mamá se duchaba y se vestía para ir a trabajar. Cuando terminó, se tiró un par de eructos aprovechando que su mamá no estaba y esperó sobre la trona. Ojalá tuviera alguna de sus muñecas con ella, así por lo menos tendría algo que hacer mientras esperaba. Se empezó a tocar distraídamente el asa de su chupete del Barça y le asaltó la sensación que más había estado presente en su vida. Se sentía sola. Solo tenía a su mamá y a algún que otro miembro de su familia. Pero en sí, estaba sola. No tenía amigos, a excepción de los niños pequeños de la guardería, pero no podía considerarlos amigos, soló compañeros de juegos. Nunca había ido a casa de ninguno a jugar. No le apetecía, y le daba un poquito de corte. No había nadie más como ella, por eso se sentía sola. El único que la comprendía era Arnold, pero era por la compañía que le hacía. Al fin y al cabo, la función de los peluches es esa.
Por fin llegó mamá, ya arreglada para salir, con el bolso en el hombro, la mochila de Ady en una mano y Arnold en la otra. La levantó de la trona y la llevó en brazos hasta el coche. Ady tenía un carrito para pasearse, pero para ir a la guardería no lo utilizaba. Su madre la llevaba siempre en coche.
Metió a Ady en la parte trasera del vehículo y la agarró a su sillita. Le dio a Arnold y le acarició un poquito el asa de su chupete.
Ady tenía 12 años.


*****


De camino a la guardería, Ady miraba distraídamente el paisaje de Barcelona que dejaban atrás desde la ventanilla. Veía a niñas de su edad que corrían, saltaban y jugaban por la calle. Ady lo que echaba en falta era una amiga, o un amigo. Alguien de su edad que la comprendiera y no la mirara con desprecio por lo que era ella. A veces, siendo más pequeña, había intentado acercarse a niñas en el parque que jugaban con sus muñecas, pero cuando la veían venir con su chupete en la boca y notándose claramente que llevaba un pañal bajo la ropa siendo varios años mayor que ellas, se alejaban por sí solas o sus madres venían y se las llevaban, lo que en algunos casos, les valía la reprimenda de la madre de Ady. Les decía que sólo era una niña como ellas que quería jugar con alguien.
Eso hacía con las que eran más pequeñas. Con las que tenían su edad, ni siquiera lo intentaba. Las veía con sus móviles, su maquillaje y su manera de vestir, tan diferente a la suya. Siempre hablando de sus novios y de sus amigas y de los que decían de ellas a sus espaldas. Y Ady no quería ser como ellas. Se sentía más a gusto con su chupete, su peluche y su ropita. Y no quería saber nada de esas futuras adolescentes embarazadas. Ady también tenía móvil, pero en su lista de contactos estaba el número de su madre y el de unas pocas personas más.
A veces, Ady veía a gente por la calle con la que creía que podía tener algo en común. Los escuchaba hablar desde su carrito o en un banco mientras su mamá le daba la merienda. También ellos buscaban lugares apartados del resto del mundo y eran los únicos que no la miraban siempre mientras se tomaba el biberón en el regazo de su madre. Sus conversaciones no iban sobre gente que hablaba a sus espaldas, ni maquillaje ni lo guapo que era Hugo Silva. Esas personas hablaban de cosas que ella conocía. De Mago de Oz, Warcry, Saratoga, Saurom...grupos de música que le gustaban. Grupos heavies de música. Grupos que hablaban de ser tú mismo, de que no importa lo que piensen los demás. Grupos que debería escuchar más gente. El Heavy Metal no iba de macarras y pinchos, sino de creer en ti, de vivir tu vida. Ady era el claro ejemplo de ello. De vez en cuando, también hablaban de cómics y de superhéroes. Algo que a Ady también le gustaba.  Sentía que con esas personas podía llegar a encajar, pero nunca se había atrevido a hablar con ellas después de las malas experiencias que había tenido.
Al llegar a la guardería, su madre la bajo  del coche y la llevó en brazos hasta la puerta. Ady andaba, pero prefería dejar que la cargase su mamá. Dejaron a Arnold en el coche. No porque en la guardería no se permitieran juguetes de fuera, sino porque no quería que alguno de sus compañeros de clase se lo rompieran accidentalmente. Era su único amigo.
En la puerta, la señorita Diana las recibió. Era una chica joven que había empezado a trabajar el año pasado. Era la encargada de la clase de Ady. Se despidió de la mamá de Ady y la llevó hasta su clase. Ady estaba en la clase de los mayores, los que tenían tres años. Ella era la mayor, con mucha diferencia. Era algo así como la segunda encargada de la clase. Ayudaba a Diana con sus compañeros pero también la necesitaba a ella para cambiarla o darle la comida.
-Ale, Ady. A jugar hasta que llegue la hora de hacer los deberes –le dijo nada más entrar a clase y dejarla sobre el suelo.
Ady fue gateando hasta el baúl de los juguetes. Podría haber ido andando normal, pero prefería ir a cuatro patas para no destacar mucho, a pesar de que la mayoría de los niños andaban normal y muchos de ellos ya no llevaban pañal.
Los juguetes de la guardería estaban un poco estropeados. A Ady no le gustaba casi ninguno y prefería jugar con sus compañeros de clase a luchas entre buenos y malos. Pero ni Cintia, ni Martin, ni Gus, ni Max, ni Mario, ni Arnau habían venido todavía. Sólo había tres niños que estaban jugando a los coches en un rincón, así que se contentó con tirarse de nuevo al suelo, coger el búho de goma del baúl y jugar a que era una lechuza blanca llamada Hedwing, a las aventuras que vivía llevando el correo de Harry Potter.
Por fin, poco a poco, fueron llegando todos sus compañeros de juegos. Ady era algo así como la jefa de su grupo, ya que era la mayor. Le solían hacer caso, más o menos. Al fin y al cabo, no dejaban de ser bebés, como ella.
A los juegos a los que jugaban los niños de su edad solían ser rescates de princesas que llevaban a cabo caballeros luchando contra dragones. Pero a Ady no le gustaba eso. Los ponía siempre a jugar a superhéroes y supervillanos. Algunas veces, tres chicos eran miembros de La Liga de la Justicia o de Los Vengadores. Los otros dos chicos podían ser villanos de DC Cómics o Marvel. Y ella hacía siempre con la otra chica de damisela en apuros y se encargaba un poco de orquestar el juego para que tuviera un mínimo de lógica. Hoy le había tocado el turno a X-Men. Martin, Max y Gus eran Cíclope, Lobezno y el Rondador Nocturno. Mario y Arnaul eran Magneto y Dientes de Sable. Y ella y Cintia eran Jean Grey y Pícara.
El juego siempre de desmadraba un poco y había peleas de verdad, sobre todo a la hora de elegir el papel, pero Ady actuaba siempre un poco de mediadora.
Llegó la hora de hacer los deberes. Diana les puso a los demás niños unas fichas para colorear y a ella le dio unas operaciones y unos problemas de matemáticas. Molesta, se sentó en una mesa que estaba apartada de las banquetas de sus compañeros de clase y empezó a estrujarse el cerebro. Diana era licenciada en enseñanza secundaria, pero sólo había encontrado trabajo en una guardería, por lo que podía ponerle a Ady deberes como hacían los niños de su edad.
Ady aumentaba el número de veces por minuto que chupaba su chupete cuando se concentraba. Chupchupchupchupchupchupchupchup.
Terminó de hacer las cuentas y se las llevó a la señorita Diana para que se las corrigiera. Ella le sonrió, muy amable, como era siempre con todos sus alumnos, y le dijo que ya podía irse a jugar. Sus compañeros aún no habían terminado de colorear así que les esperó junto al baúl.
La hora del recreo llegaba independientemente de que no hubieras terminado la ficha, a excepción de para Ady, que muchas veces se había tenido que quedar dentro sin poder salir a jugar. Miró su móvil, que se lo llevaba a clase a pesar de que su madre no le dejaba y vio que sólo quedaban diez minutos para el recreo. No le apetecía jugar así que se sentó con las piernas cruzadas y se puso a mirar el infinito moviendo su chupete. Diana, que estaba siempre pendiente de sus alumnos y se preocupaba por ellos, se le acercó.
-¿Qué te pasa, Ady? ¿No quieres jugar?
-No tengo ganas –contestó Ady sin mirarla.
La señorita Diana no podía quedarse mucho tiempo con Ady, porque tenía que estar pendiente de que los demás alumnos colorearan la ficha. A pesar de eso, se sentó a su lado y subió a Ady a su regazo.
-¿Estás triste, Ady?
-Un poco.
-¿Qué te ocurre? Tus amiguitos terminarán enseguida y podréis iros todos al patio a jugar.
-No es eso.
-¿Qué es, entonces?
-No lo sé –contestó. Y se puso a hacer pucheros. Diana la cogió entre sus brazos y la acunó un poquito.
Ady sí lo sabía. Necesitaba un amigo de verdad. Eso la ponía triste y necesitaba que la mimaran. Diana la dejó enseguida, pues tenía que irse a atender a los demás alumnos. Le acarició la mejilla limpiándole una lágrima que se le había escapado y se fue.
Durante el recreo, ady seguía sin ganas de jugar. Ni siquiera les insistió a sus compañeros para que terminaran el rescate de X-Men. Dejó que se fueran a jugar a los columpios y ella se quedó en un rincón contemplando el patio, comiéndose la manzana que le había mandado su mamá en la mochila.
Se hizo pipí, pero cómo no pedía que le cambiaran el pañal a no ser que tuviera caca, no le dijo nada a la señorita Diana. Al final, se animó un poco y, aprovechando que llevaba una camiseta de Batgirl, jugó ella sola a que era la compañera de Batman. Pero su humor no debía de haber mejorado mucho, pues su juego la llevó al momento en el que el Joker le dispara, dejándola parapléjica.
Cuando acabó el recreo sólo quedaba el cambio de pañal antes de irse a casa, a no ser que tuvieras que quedarte a comer y dormir la siesta, pero Ady casi nunca lo hacía. Le dijo a la señorita Diana que estaba mojada. Ella, la cambio la primera, para que pudiera ayudarle a cambiar a los demás. Subió a Ady al cambiador, le quitó el pañal mojado y le puso uno de los que tenía en su mochila. Cuando estuvo lista, Ady fue llevando hasta el cambiador a los 8 alumnos que llevaban pañal, para que la señorita Diana los cambiase, ya que Ady no sabía cambiar un pañal. Ady se dio cuenta de que cada vez eran menos los alumnos que llevaban pañales. Y que sólo otros tres aparte de ella usaban chupete. Y que ella era la única que usaba las dos cosas. No le importó demasiado. Ella era una bebé y le gustaba serlo. Necesitaba su pañal porque se hacía pipí y caquita encima. Cuando todos estuvieron cambiados, la señorita Diana se dedicó a hacer unos juegos con todos los alumnos mientras llegaban sus padres. La mamá de Ady era siempre de las últimas en venir, porque trabajaba mucho durante la mañana. Era limpiadora en el servicio de Barcelona y andaba siempre toda la mañana de un lado a otro de la ciudad limpiando comercios y salas de reunión. A las dos y media pasadas, la señorita Isabel, la encargada de la guardería se presentó en la clase de Ady.
-Adela Harris! ¡Tu mamá ya está aquí! –anunció.
La señorita Diana cogió a Ady en brazos, le dio un beso, y se la pasó a la señorita Isabel junto con su mochilita. La señorita Isabel la recibió y la llevó hasta su mamá, que esperaba en la puerta. En eso momentos, Ady se sentía como un saco de patatas. Sabía andar. Y no le importaba ir andando hasta donde estaba su mami, y dejar que fuera ella la que la llevara en brazos hasta el coche.


*****


Por fin estaba de vuelta en casa. Era la hora de comer. Su mamá le había quitado el peto y la camiseta y le había puesto un body. Le soltó las dos trenzas y le dejó el cabello suelto. Al hacerlo, Ady enseñó los dientes mordiendo el chupete y cerró los ojos poniendo cara de buscar pelea, como había visto que hacían los cantantes de sus grupos favoritos.
-¡Ay, mi pequeña jubi! –dijo su mamá apretándole los mofletes llenos de pecas. Ady tenía la piel muy blanquita, y la cara cubierta de pecas, que junto con la melena pelirroja, la hacían parecer una guiri. Aunque a ella le gustaba decir que era una Weasley.
-¡Se dice jebi, mami! –le recordó Ady por enésima vez-. Se escribe heavy. Y no lo soy. No tengo camisetas de Mago de Oz ni de Saurom.
-Bueno, ya las encontraremos –le dijo su mamá cogiéndola en peso y llevándosela a la cocina-. Ahora, es hora de comer.
La comida consistía en lentejas molidas. Sentó a Ady en la trona, le colocó el babero alrededor del cuello y fue dándole las lentejas con mucha paciencia, ya que Ady tardaba mucho en comer. Miraba Pokemon en la tele y se distraía. Su mamá muchas veces la regañaba y apagaba la tele y aunque Ady protestara jamás conseguía que la volviera a encender.
Esta vez, Ady comió bien. Su madre terminó de darle las lentejas y luego se comió las natillas en su regazo, mojando de vez en cuando el chupete en ellas.
Su mamá se dio cuenta de que Ady se iba a quedar durmiendo en su regazo, con la cabeza apoyada en su pecho. Decidió que ya era hora de que se echara su siesta.
Al contrario que a la mayoría de los bebés, a Ady no le importaba dormir la siesta. De hecho, hasta le gustaba. Se levantaba muy temprano para ir a clase y agradecía siempre poder dormir un poco por la tarde. Mamá tumbó a Ady en el cambiador, pero no porque estuviera mojada, sino para ponerle el pijama. Ady tenía ya casi los ojos cerrados. Después de comer siempre se quedaba sopa enseguida. Su madre lo agradecía, ya que así también le permitía a ella descansar. Trabajaba mucho y después siempre tenía que estar pendiente de su hija, que la necesitaba.
Le puso a Ady su pijamita rosa y la llevó en brazos hasta la cuna. Ady se movió inquieta en sus brazos pero su madre la tranquilizó hablándole muy flojito, casi susurrándole.
-Shhh…a dormir, mi bebé –y dándole unos golpecitos suaves en su espalda.
Ady estaba ya dormida cuando su mamá la dejó en la cuna. Le puso a Arnold al lado y la arropó cuidadosamente.  Estaba tan mona, tan frágil, con su chupete moviéndose al compás de su respiración, envuelta entre sus sabanitas.
Su madre apagó la luz y salió de la habitación sin hacer ruido.


*****


Ady se despertó de golpe. Se encontró metida en su cuna. Lo último que recordaba era haber estado en el regazo de mami después de comer. Estaba mojada y el chupete se le había caído de la boca. Lo buscó entre las sábanas y se lo volvió a poner. Como no le importaba tener pipí y quería seguir en su cuna, aprovechando toda la oscuridad que había y que era mínimamente interrumpida por los agujeros de arriba de la persiana, no llamó a mami para decirle que se había despertado y siguió un rato dentro jugando con Arnold. En eso estaba cuando le vinieron ganas de hacer caca. Interrumpió su juego y se dirigió a gatas a una de las esquinas de su cunita. Se sentó abrazándose las rodillas y dejó que la caca saliera mientras movía su chupete. Cuando hubo terminado, se volvió a poner de pie y sintió todo el producto dentro de su pañal. Entonces se acercó a los barrotes del lado de la cuna que estaban más pegados a la puerta y llamo a su mamá para que la cambiara.
-¡¡¡Mamiiiiiii!!! ¡¡¡Ya estoy despierta!!!
Al poco, entro su madre y encendió la luz. La oscuridad dejó de estar presente en el dormitorio de Ady y su mamá pudo verla de pie en la cuna llevándose las manos al pañal.
-Mami, tengo caca –dijo Ady.
-¿Si? Pues venga, vamos a cambiarte enseguida.
Sacó a Ady de la cuna cogiéndola de los brazos y la llevó hasta el cambiador. Le quito el pijama y dejó a su hija solo con un pañal. Desabrochó las cintas del mismo y dejó al descubierto todo lo que llevaba su hija dentro.
-Vaya, sí que te has hecho caca, si –dijo su madre al ver el contenido de dentro del pañal.
-Lo siento –fue lo único que Ady pudo decir.
-No pasa nada pequeñina, ¿para qué está el pañal, si no?
Le levantó las piernas con una mano y limpió a su hija con mucho cuidado, después la puso bocabajo para poder limpiarle el culete. Le volvió a dar la vuelta y le puso el pañal por debajo, después se lo pasó entre sus piernas y se lo unió con las dos cintas. Ady ya estaba cambiada. Sonrió a su mami y esta la cogió en brazos y la llevó hasta el sofá del salón. La dejó allí y fue hasta la cocina a prepararle el biberón de la merienda. Volvió al poco tiempo con el bibe en su mano. Se sentó al lado de Ady y se dio una palmada en el regazo.
-Ale, ven aquí.
Ady fue a gatas sobre el sofá y acostó donde le decía su mami, mirando hacia arriba. Su mami le puso la tetina del biberón en la boca, cogiéndolo con una mano, y con la otra sostenía la cabecita de Ady. Ella chupaba de la tetina y succionaba leche, que estaba muy dulce y calentita. Miraba la infinito y se sentía en paz. Por eso le gustaba que fuera mami la que le diera el biberón. Era uno de sus momento favoritos del día, la única comida por la que no protestaba. Al ratito, Ady fue cogiendo el biberón con sus propias manos, y mientras su mami iba acariciándole el pelo, viendo como su hija se tomaba la leche.
Cuando terminó, dejó el biberón en la mesa que había enfrente y se volvió a poner el chupete en la boca.
-Bueno, Ady, ¿quieres que salgamos a dar un paseo, que te un poquito el aire?
Le dijo que sí. Ady quería ver de nuevo a los heavies que pululaban por el parque al que le llevaba su mamá. Quería ver a personas con las que pudiera encajar, y que no se rieran de ella por llevar pañales.
Su madre la preparó para salir. Le volvió a hacer las trenzas y la vistió con unas mallas y le puso una camiseta de Spiderman. Esa ropa era más cómoda que el peto vaquero para ir en su cochecito. Cuando estuvo listan y mamá hubo preparado el bolso para colgarlo en las asas del carricoche, metió a Ady dentro.
El sitio era pequeño y Ady se tenía que encoger un poco para caber pero aún así, se sentía muy cómoda dentro. Era la única manera que tenía de salir a la calle y no despertar las miradas de extraños al ver a una niña de 12 años llevando pañales y chupete. Su madre metió a Arnold con ella en el cochecito y salieron de casa.
Ady vivía en un edificio en el centro de Barcelona, en el piso número nueve. Tenían que bajar siempre en ascensor y el cochecito era un poquito grande, por lo que les costaba bastante entrar a las dos en el ascensor. En esos momentos, Ady se sentía un poquito incómoda. Sabía algunos de los sacrificios que hacía su mami por ella, por eso se lo intentaba agradecer siempre, mostrándose muy simpática con ella. Intentaba ser una buena bebé, pero no siempre lo conseguía. Al fin y al cabo, era una niña, tenía sus rabietas, como cualquier bebé.
El edificio estaba una zona residencial de Barcelona, había muchos parques alrededor y zonas para pasear. La mamá de Ady seguía casi siempre el mismo trayecto. Andaba empujando el carricoche por una zona con baldosas amarillas, que le gustaba mucho a Ady porque le recordaban a El Mago de Oz, la película, no el grupo, y terminaban en un parque alejado del resto al que no solía ir nadie. Allí, Ady podía salir del carrito y jugar por el césped, ya que el parque estaba rodeado de setos que hacían que fuera muy difícil ver lo que había dentro. La única entrada que había era una salida por el camino de baldosas amarillas que casi no se veía, por lo que la gente pasaba de largo y se iban hasta otros parques que estaban más a delante. La zona era muy pequeña, de forma casi circular, como si fuera un claro en medio de un bosque. Un paraíso alejado del mundo real, que tan mal había tratado a Ady. Sólo había un banco, y a un lado, una roca con una placa en la que se ponían los heavies.
Su madre salió al portón empujando el carrito, abrió la puerta con dificultad y salieron a la calle. A Ady le gustaba sentir el ligero traqueteo de su carricoche. La tarde era soleada y no hacía nada de frío para ser octubre. Ady sintió algo de calor dentro del carricoche, por lo que se bajó un poco las sábanas, que estaban a la altura del cuello. A Ady no le gustaba que alguien metiera las narices dentro del cochecito y pudiera ver a la niña que había dentro con un chupete. Por fortuna, su mami se encargaba de que nadie lo hiciera. Aún así, Ady, en cuanto pasaban por una zona más transitada, de daba la vuelta y se encogía, para que sólo pudieran verle el pelo. Alguna amiga de su madre se había asomado alguna vez dentro, pero había encontrado a una niña pelirroja de espaldas que, efectivamente, era algo mayor para que la paseasen pero a la que no había podido adivinar su verdadera edad. La mamá de Ady se daba cuenta de que su hija hacía esto, y cuando salían de una parte por la que pasaba más gente, le sonreía a su hija cuando ella se volvía a dar la vuelta.
A Ady le encantaba mirar a su mami desde el carrito. Dentro se sentía cómoda y a salvo del mundo exterior, y su mami era la figura que la protegía.
Llegaron al parque, a su parque, y como no estaban los heavies, Ady se bajó del carricoche. Mejor dicho, la bajaron. Ady entonces se vio en medio de ese pequeño parque de pie, llevando un pañal que se notaba bastante dentro de sus mallas y pudiendo correr, saltar y jugar, pero sola. Lo que más deseaba era un compañero para sus juegos. Ady jugaba a que era una superheroína, Batgirl o Wonder Woman, y que era ella la que tenía que salvar el mundo. Saltaba y se revolcaba por el césped ensuciándose la ropa, lo que le valía de vez en cuando una regañina por parte de su madre, que en esos momentos había sacado una revista de su bolso y la leía con interés, dejando que su hija jugase.
Ahora era batgirl; se había puesto su chaqueta a modo de capa y se había quitado el chupete, porque Bárbara Gordon no llevaba chupete, y estaba luchando contra Poison Ivy, que la había rodeado con plantas carnívoras, que eran los setos. Fue entonces cuando aparecieron aparecieron los heavies.
Eran cuatro. Tres chicos y una chica. Todos tenían el pelo largo a excepción de un chico y vestían camisetas negras de grupos. Uno de ellos, llevaba una de Saurom. A Ady de le aceleró el pulso. Corrió al lado de su madre, que había bajado la revista y miraba a los chicos disimuladamente, por si intentaban decirle o hacerle algo a su hija. Pero pasaron de largo, se dirigieron a su piedra, abrieron la botella de cerveza que llevaban y se pusieron a hablar de sus cosas. Ady finalizó su lucha contra Poison Ivy, se sentó junto a su madre  y se puso la chaqueta sobre las piernas para que no se le notara el pañal. De lo nerviosa que se puso cuando llegaron los chicos, se hizo pipí, pero no le dijo nada a su madre. Sacó el móvil de la mochila del cochecito y se puso a jugar a Angry Birds. De vez en cuando les echaba miraditas a los 4 Fantásticos, nombre que les había dado a los cuatro heavies, porque les gustaban. Siempre iban los mismos, y sabían que ella usaba chupete y la paseaban en el cochecito porque la habían visto llegar y bajarse muchas veces. También debían de saber que llevaba pañales, pero nunca le habían dicho nada. Sólo de vez en cuando alguna mirada, pero ni era algo que hicieran todas las tardes. Por su parte, Ady entendía que una niña de su edad llevando pañales y usando chupete también despertara cierta curiosidad. Pero aún así, Los 4 Fantásticos iban a su rollo, sin que les importara el resto de la gente ni lo que hicieran.
Todos eran mayores que Ady, unos 2 o 3 años, y eran por así decirlo, diferentes al resto de niños de su edad. Iban a su bola sin criticar a terceros y hablaban de cosas de las que la mayoría de gente ignoraba bastante; como Heavy Metal y cómics. Ady habría dado cualquier cosa por integrarse en una de sus conversaciones. Ahora mismo estaban discutiendo sobre que bando tenía razón en Civil War de Marvel. Ady estaba deseando llegar y decirles que el mejor bando era el de los sublevados, pero en lugar de eso, siguió con los pájaros enfadados de su móvil.
El sol fue cayendo. Los 4 Fantásticos no tenían intención alguna de moverse de ahí. Hacía rato que se habían terminado la cerveza y uno de los chicos había ido a comprar otra. La conversación iba ahora sobre un festival de música llamado Rock Fest Barcelona al que los chicos querían ir. Ady habría dado cualquier cosa por ir a un festival, por salir con gente de su edad, pero necesitaba a su mami para que le cambiase el pañal y la cuidara. E integrarse con la gente yendo con su madre a un concierto no era la mejor forma.
Llegó la hora de irse. La mamá de Ady subió a su hija al cochecito y ambas emprendieron el camino de vuelta a casa.


*****


Una vez allí, llegó la hora del baño. Ady le dijo a mamá que tenía pipí, pero como iba a bañarse enseguida no le quitó el pañal. La dejó únicamente con él puesto mientras se llenaba la bañera. Ady esperó sentada en el sofá que su baño estuviera listo viendo la tele y mojada. Se sentía un poco incómoda pero pronto pasaría.
Efectivamente, al poco llegó su mamá para llevársela al cuarto de aseo. Le quito el pañal y la metió en la bañera. El agua estaba calentita, quizá un poquito más de la cuenta, pero a Ady no le importó. Dejó que su madre fuera soltándole las trenzas mientras ella jugaba con un delfín y una orca de goma que si le apretabas, echaba agua por la boca. A Ady le encantaba la hora del baño. Le gustaba meterse en el agua, aunque sin un pañal se sentía un poco insegura. Ya le había pasado que un par de veces se había hecho pipí en la bañera, por eso su madre se cercioraba de bañarla después de cambiarle el pañal, cuando era más difícil que se hiciese pipí.
El baño transcurrió con normalidad, bueno, con toda la normalidad de cuando bañas a un bebé. Ady no chapoteó más que de lo de costumbre y mojó a su madre un par de veces con la orca. Al terminar, la sacó de la bañera y soltó el tapón. Le puso a Ady una toalla blanca alrededor del cuerpo y la apretó contra el suyo, después la depositó en el suelo y fue secándole el pelo con la toalla para luego pasarle el secador. Le pasó el cepillo por todo el pelo rojo y se lo dejó sedoso y suave. Después, terminó de secarle todo el cuerpo y cuando se hubo asegurado de que su bebé no cogería frío al salir del baño, se la llevó en peso hasta su habitación. Allí, la tumbó sobre el cambiador para ponerle el pañal. Le levantó las piernas y puso el pañal debajo, las depositó de nuevo y le pasó el pañal entre ambas. Después, se lo sujetó con las dos cintas de los lados. Ady ya se sentía mejor y sonrió llevándose las manitas al pañal. Su madre le puso el pijama y se la llevó hasta el sofá para que viera la televisión mientras ella preparabaa la cena. A esa hora, no daban dibujos que le gustasen a Ady. Pasó por todos los canales haciendo zapping y finalmente encontró Los Simpsons. Mamá no le dejaba verlos, pues pensaba que no eran dibujos apropiados para un bebé, pero a Ady le gustaban, aunque no entendiera muchos chistes, y aprovechaba para verlos cuando su madre no podía enterarse. Y allí se quedó, disfrutando con las aventuras de Bart, Homer y compañía; aunque su favorito era, claro está, Maggie, la bebé peleona pero sin llegar a ser mala, al contrario que Stewie, un bebé de otra serie que su mamá tampoco quería que viese. En el capítulo de hoy, se menciona un momento que Bart Simpson llevó pañales hasta los 5 años. Todos sus compañeros de clase se ríen de él. Si a eso le sumamos que en otro capítulo se dice que Bart aún duerme con un osito de peluche, Ady estaba encontrando a otro personaje favorito. Cuando escuchó los pasos de mami acercándose al salón, Ady se apresuró a cambiar de canal, pues cuando veía Los Simpsons, tenía siempre el mando en la mano y el dedo puesto en el botón de return. Cuando su madre entró, no vio más que a su hija viendo Ben 10. Llevaba mucho tiempo fingiendo que le gustaba ese bodrio de serie. Ady avanzó un canal con el mando a distancia, de manera que si mami volvía a darle al return, no pudiera llegar a Los Simpsons.
-La cena ya está lista, princesita –dijo su madre cogiéndola en peso y llevándosela a la cocina.
Por el pasillo, Ady le recriminó:
-No soy una princesa, mami. Soy una superheroína –dijo molesta-. ¿Qué hay de cena?
-Puré de patatas, con leche, como a ti te gusta.
Sentó a Ady en su trona y le puso el babero. Se acercó con el cuenco del puré en una mano y la cuchara en la otra y comenzó a darle la cena a su hija.
-¡Ay, mami! –exclamó Ady, apartándose -. ¡Quema!
Mamá le sopló a la cuchara y volvió a metérsela en la boca. Aún quemaba, pero menos.
Ady se tomó todo el puré. Mami iba limpiándole con el babero las comisuras de los labios de vez en cuando, donde se habían quedado restos del puré. Cuando terminó, le acercó su tacita-biberón para que bebiera agua. Ady se la acercó a la boca sujetándola con ambas manos.
El segundo plato consistía en un filete de ternera. La mamá de Ady lo cortó en trocitos finos, puso el plato en la mesita de la trona y comenzó a darle el filete, pero sonó el teléfono y tuvo que irse a contestar. Dejó a Ady para que se lo comiera sola. A Ady no le gustaba comer sola. Prefería que se lo dieran. Fue pinchando uno a uno los trocitos del filete con el tenedor y llevándoselo a la boca, de manera torpe, sujetando el tenedor con el puño cerrado y llevándoselo a la boca torciendo exageradamente la muñeca. Cuando se acabó la ternera, su madre seguía aún hablando por teléfono. Ady quería bajarse de la trona e irse a jugar, pero no podía soltarse las correas que la sujetaban. Se agitó inquieta. Se estaba poniendo nerviosa y quería su chupete, pero estaba en su habitación, lejos de ella. Comenzó a llorar para que su mami viniera.
-¡¡¡MAMIIIIIIIIII!!! ¡¡¡MAMIIIIIIIII!!! ¡¡¡BAJAMÉ!!!!
Escuchó como mamá le decía a la persona de al otro lado del teléfono:
-Luego hablamos, mujer, que me está llamando la niña.
Se tranquilizó un poco aunque siguió sollozando. Cuando su mami entró, estiró los brazos hacia ella, como gesto de que la sacara.
-Ay, Ady. Ni hablar con la tita Raquel me dejas.
Apartó la mesita de la trona y le soltó las correas que la tenían agarrada. La cargó en peso y la llevó hasta su habitación. Una vez allí, la sentó en la moqueta. La habitación de Ady era la única en toda la casa que tenía moqueta.
-Puedes jugar un poco antes de dormir, Ady. Pero a las diez vengo y te acuesto –le dijo su mamá, y se fue hasta el salón a seguir hablando con su hermana.
Ady se incorporó del suelo y se acercó hasta la mesita de al lado de su cuna, cogió su chupete y se lo metió en la boca. Ya se sentía más tranquila. Se acercó hasta el armario y sacó su caja con los juguetes. Se volvió a tirar al suelo y estuvo jugando con sus muñecos un buen rato. Jugó a Batman, Spiderman, Harry Potter… Ady tenía mucha imaginación. Era una de las innumerables cosas de su niñez que tampoco había perdido. Y se sentía muy orgullosa de ello. También jugó a los bebés, pero no como jugaban las otras niñas en las que ellas cuidaban bebés. Ady era la bebé. Jugaba a que se hacía pipí (aunque se lo hizo de verdad) y tenían que cambiarla, a que había que pasearla, etc, porque a Ady le gustaba ser un bebé. Le encantaba que le pusieran un pañal, que la dieran biberón, que la bañasen, la paseasen, usar chupete, todo. Lo único que quería era alguien con quien compartir su estilo de vida y no saliera corriendo a las primeras de cambio. Quería un amigo. Triste, dejó de jugar y se fue a su rincón de la habitación. Siempre se iba allí cuando no se encontraba bien. Se sentó abrazándose las rodillas y comenzó a chupar su chupete muy fuerte.
A las diez en punto, llegó su mami con un biberón de leche caliente en la mano. Cuando Ady la vio, se levantó y fue derecha hasta el para cogerlo, pero mamá se lo apartó.
-Primero vamos a cambiarte el pañal, cielo.
Dejó el biberón en la mesita y subió a su hija al cambiador. La mamá de Ady sabía perfectamente cuando eran las horas a las que había que cambiarle el pañal a su hija. Y sabía que después de cenar siempre se hacía pipí. Su mami le soltó los botoncitos del pijama mono, de manera que pudo maniobrar para poder cambiar a su hija de pañal sin quitarle el pijama. Le soltó las cintas de los laterales y le separó el pañal. Le levantó las piernas con una mano y extrajo el pañal con la otra. Aún sin soltarle las piernas, limpió cuidadosamente a su hija hasta que quedó sequita. Abrió uno de los cajones de debajo del cambiador y sacó un pañal limpio. Le volvió a levantar las piernas y pegó el pañal al culito de Ady. Le separó las piernas y lo pasó entre ellas, después se lo sujetó muy fuertemente con las dos cintas, dejando a Ady cómoda y muy segura. Para finalizar, le volvió a abrochar los botoncitos del pijama. Su bebé ya estaba lista para irse a dormir, sólo faltaba su biberón.
Cogió a Ady en brazos y la llevó hasta la mecedora que había en la habitación. Le quitó a su hija el chupete de la boca y se lo guardó en uno de los bolsillos de la bata. Cogió el biberón y se lo acercó a su hija, que inmediatamente rodeó la tetina con los labios y empezó a chupar leche. Ese era probablemente EL momento favorito del día de Ady, el último biberón. Ady estaba acostada en el regazo de su mami, con los bracitos flexionados y pegados al cuerpo y recibiendo la leche. Succionaba tranquilamente, pausada, disfrutando del momento. Se terminó su biberón y se acurrucó junto a su mami. Esta, la cogió en brazos y la llevo hasta la cuna. La depositó dentro con mucho cuidado. Se sacó el chupete de la bata y se lo puso a su hija en los labios, que lo recibió gustosamente, y la arropó con mucha ternura. De pronto, Ady se dio cuenta de que le faltaba algo.
Arnold no estaba con ella.
Su peluche se había quedado en el carrito cuando Ady lo dejó tras bajarse en el parque. Le dijo a su mami que fuera a buscarlo. Ella salió enseguida llevándose consigo el biberón vacío. Ady empezó a chupar su chupete con más fuerza. Sabía que Arnold estaba en su carricoche pero…¿Y si no era sí? ¿Y si se había caído en el parque? Arnold estaría solito en medio de la noche. Dejó de pensar en eso, pues se estaba poniendo nerviosa y se haría pipí otra vez. Arnold estaba en el cochecito. Ady sabía que no se lo había bajado en el parque, pero la duda empezó a tomar forma en su cerebro.
Y efectivamente, mamá regresó al ratito, con Arnold en una mano. Se lo tendió a Ady, que inmediatamente, lo recibió entre sus brazos y lo estrechó contra su cuerpo, aliviada. Su mami sonrió al ver a su hija tan mona en la cunita, con su chupete y sosteniendo su peluche. La volvió a arropar un poco, pues se le habían salido un poco las sábanas al coger a Arnold y le deseó buenas noches a su bebé. Salió de la habitación, apagó la luz y cerró la puerta con cuidado.
Dentro del cuarto, una niña de 12 años que llevaba pañales y chupete, comía en una trona y tomaba biberón; estaba abrazada a un unicornio de peluche llamado Arnold dentro de una cuna. Ady bostezó, sintiendo cómo le venía el sueño, se acurrucó dentro de las sábanas y cerró los ojos, le dijo adiós a otro día y se preparó para recibir al siguiente.

25 de abril de 2015

Detalles de la nueva historia

Hola!
Ya he terminado de de escribir la nueva historia.
Es mucho más corta que Vida de Chris, pero más larga de lo que creía en un principio. Durante ella acompañaréis a Ady, un niña muy especial, ya veréis. En realidad, se llama Adela, pero no le gusta que la llamen así, así que no lo hagáis :)
Tengo que repasar la historia y corregir algunas cosas, pero en muy pocos días, la tendréis en el blog :)
Su título, el mismo nombre que el de la protagonista: Ady.
Un abrazo a todos y gracias por leerme!!

15 de abril de 2015

Nueva historia is comming

Al igual que el invierno a Invernalia, se acerca una nueva historia al blog.
En un principio, iba a ser una cortita de una hoja de Word, pero ya voy por 5!
Estad atentos!!