4 de octubre de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 21: Te he traído pañales

Estoy en los baños del tercer piso sentado sobre la tapa de un váter. Me abrazo fuerte las rodillas y chupo compulsivamente el cordel de los pantalones. A veces pienso en traerme el chupete al colegio; en envolverlo en un pañuelo para que no se ensucie la tetina y guardarlo en la mochila junto con los libros, los cuadernos y las demás cosas de niño de 12 años.
Es que no quiero estar aquí, en un sitio en el que a nadie le importo. Quiero estar en casa, con un pañal y chupando un chupete, no un cordón de los pantalones que no me consuela nada.
Quiero ser un bebé.
Por la venta se cuela el griterío del recreo. Oigo a los demás niños jugar y correr, hablar los unos con los otros y parece que están pasándoselo bien. Es el recreo; se supone que tienen que estar contentos. Para mí, sin embargo, no hay ninguna diferencia respecto a las clases; estoy igual de solo. Lo único que cambia es que en el recreo no estoy rodeado de gente, lo cual es una gran mejora.
Llevo toda la semana durmiendo con Mami. Desde que el sábado, al volver de pedir caramelos, me dijera la noticia, no había sido capaz de dormir solo ni siquiera una noche.
La imagen de mi padre se me aparecía en sueños. Levantándome la mano, pegándome con el cinturón. A veces me veía solo, desnudo en el jardín, y un monstruo descomunal con la cara de mi padre se alzaba ante mí, escupiéndome y riéndose con una atronadora risa.
Y entonces me despertaba empapado en sudor y mojado.
Recuerdo cómo Mami me dio la noticia como si hubiese pasado en la clase anterior.
Estaba en mi habitación, cambiado de pañal y esperando el bibe para irme a dormir. Y entonces entró Mami. Iba ya desmaquillada y se había quitado el disfraz de bruja. Traía mi biberón en una mano, pero no se la veía feliz. No había ni rastro de la sonrisa risueña en su rostro ni del brillo de sus ojos que le aparecían cada vez que veía a su bebé. Mami tenía los ojos llorosos y su cara emanaba desolación y tristeza, tan arraigadas que parecía que hubiesen estado ahí siempre, esperando por salir a flote.
Me asusté mucho al verla, y más cuando me dijo que teníamos que hablar de mi padre.
Mami me tomó en peso y me recostó sobre su regazo.
Y entonces me lo dijo.
Me dijo que tenía que pasar un fin de semana con mi padre.
Me hice pipí en el acto y mis labios empezaron a temblar. El chupete se me cayó de la boca, pero Mami me lo volvió a poner inmediatamente y me apretó contra su pecho, aferrándose mucho a mi cabecita y presionándola contra sus tetas. Me dejó llorar mientras me acunaba, sujetándome con una mano en la cabeza y  la otra en el pañal.
Y entonces una tormenta de recuerdos horribles y maltratos se desencadenó en mi cabeza. Todas  volvieron a mí como un obús de pensamientos incontrolables. Creía que los había ocultado en la parte más profunda de mi cerebro hasta hacerlos desaparecer en los confines de mi mente, pero no era así. Cuando Mami pronunció la frase, rompieron la valla que los retenía y volvieron a materializarse delante de mis hojos.
Los gritos en la noche, borrachos y furiosos.
Los otros gritos en la noche, asustados y agudos.
Los golpes en la pared.
El restallo de contra la piel.
Los guantazos en mi mejilla.
Los palos por mojar la cama.
Yo encogido detrás de una puerta.
Las súplicas de Mami.
Más golpes.
Los forcejeos de Elia.
Mami abrazándonos a Elia y a mí contra su pecho mientras en la habitación de fuera se oían destrozos de muebles y cristales.
Yo desnudo en el jardín, temblando de frío y miedo.
La huida en plena noche.
No pude evitarlo. De pronto, aunque estuviese entre los brazos de Mami, volvía a ser un bebé indefenso. Volvía a ser ese niño de 6 años que no podía ni tenerse en pie cuando su padre le pegaba. Me hice caca. Sin que mi cerebro avisase a mi cuerpo. Sin sentir nada. Solo la caca saliendo y amontonándose en el pañal. Mami debió olerla pero no me dijo nada. Siguió acunándome y diciéndome lo mucho que lo sentía.
Lo siento, lo siento, lo siento. Repetía muchas veces muy rápido.
Las lágrimas de sus mejillas resbalaban hasta mi cabeza. Le supliqué que no me dejase ir, que no me dejase, pero Mami me dijo entre lágrimas que era un mandato judicial y que no tenía elección. Que si no lo hacía, la policía podría presentarse en casa y llevarme a la fuerza.
-Huyamos, Mami –le dije-. Huyamos como aquella noche.
-No podemos, Robin –me contestó apretándome más fuerte-. Esta vez no podemos...
-Mami…
Enterré la cabeza entre sus tetas, cerré los ojos y el mundo se volvió negro. Y frío…
Ni ahí, ni estando entre los brazos de Mami, aferrándome a su cuerpo y con la cabeza en sus dos tetas, conseguía sentirme a salvo…
Le costó horrores cambiarme el pañal. Yo no quería separarme de ella ni un segundo, y al final, consiguió que me pudiese quedar tumbado sobre la cama. Pero durante todo el cambio estuve inquieto; no paraba de agitarme muy inquieto y el chupete se me caía continuamente de la boca. Mami consiguió quitarme el pañal con pipí y caca, limpiarme y ponerme uno nuevo. Pero era evidente que no iba a poder dormir solo. Mami nos cogió a Wile y a mí y nos llevó a su cama, nos metió entre las sabanas y me abrazó muy fuerte mientras yo me aferraba a Wile. Debajo de las mantas, y rodeado por el abrazo de Mami, no hacía frío, pero yo no paraba de temblar.
Tenía una ansiedad muy fuerte que ni el chupete podía calmar. Mami me hacía caricias y me susurraba palabras bonitas al oído, pero no había manera de que me tranquilizara. Mojé el pañal varias veces pero no dije nada, hasta que en un momento, cuando empezó a darme suaves palmaditas en el culete, se percató de lo hinchado que estaba el pañal. Mami encendió la luz, fue conmigo en brazos hasta mi cuarto por un pañal, volvió conmigo de la misma manera, me cambió y volvió a intentar que me durmiese.
En algún lo momento lo tuvo que lograr, o quizá fuese gracias a mi mente extenuada, pero conseguí alcanzar el sueño.
Pero era una pesadilla.
Mi padre era un monstruo gigante que me perseguía por una ciudad tétrica y deforme, de inmensas proporciones, fría y húmeda; y yo era un enano en pañales que se escurría entre las piernas de la gente, algunas de las cuales pertenecían a mis amigos. Entonces mi padre me pinzaba de los hombros con dos dedos y me levantaba en el aire. Yo pataleaba gritando de miedo e intentando zafarme, pero era inútil. Mis amigos me escupían desde abajo y mi padre me sostenía unos segundos sobre su inmensa boca abierta, de la que emanaba un olor putrefacto, y se me tragaba.
Me desperté dando un enorme alarido.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡MAAAAAAMIIIIIIIIIII!!!!
Mami se despertó al instante y encendió la luz de un manotazo.
-¡¿Qué sucede, Robin?! –me preguntó con la cara desencaja de pánico.
Yo estaba echo un ovillo, sudoroso y mojado de pipí, sin poder parar de temblar. Mami me puso de nuevo el chupete en la boca y también fue otra vez conmigo en brazos hasta mi cuarto.
Esta vez se trajo más pañales.
Me cambió de nuevo y volvimos a intentar dormirnos.
Durante los siguientes dos días no vine al colegio. No me sentía capaz de separarme de Mami ni de estar sin un pañal. Mami pidió unos días libres en el trabajo para poder cuidar de mí. Yo me encontraba en una especie de estado de shock. No podía pensar y era incapaz de hablar de otra manera que fuesen balbuceos. Me dedicaba durante todo el día a dormir, llorar y hacerme pipí y caca encima. Y por las noches solo a llorar.
Seguí durmiendo con Mami incluso la siesta, pues era separarme de ella y empezar a llorar desconsoladamente.
Todas las noches tenía pesadillas con mi padre; algunas producto de mi mente asustada, y otras recuerdos de mi etapa viviendo con él.
Esas eran las peores.
Mami estaba muy asustada también, pero por mí. Llegó incluso a pensar en llevarme a un especialista, pero poco a poco, conforme mi cerebro iba asimilando que tenía que pasar dos días con mi padre, mi cuerpo fue recuperando poco a poco su autosuficiencia.
Fueron unos días horribles, pues era un auténtico bebé incapaz de hacer nada por mí mismo, pero por fin volví a razonar y a hablar, y le devolví a mi cuerpo el poco control de esfínteres que tenía.
Sin embargo, he seguido durmiendo con Mami, lo que me ha servido para no parar de disculparme por todo el trabajo extra que le había dado esos los últimos días. Por su parte, Mami me ha dicho que tengo que volver a dormir en mi cama, que no es sano que un niño de 12 años duerma con su madre. Pero también me ha dicho que me compraría un vigila-bebés para oírme por si la necesitaba y que ella acudiría inmediatamente.
Yo me sentí un poco culpable y le dije que un vigila-bebés, como su propio nombre indica, es muy de bebés y que no me hacía falta, que volvería a dormir en mi cama como un niño mayor.
-¿Entonces ya no quieres la cuna? –me preguntó traviesamente haciéndome cosquillitas en la tripa.
-La cuna sí –contesté con vocecita de bebé.
Finalmente, había asumido que tendría que pasar un fin de semana con mi padre. A lo que ayudó mucho que Elia me prometiese que vendría conmigo y cuidaría de mí. Una tarde, cuando ya era capaz de estar despegado de Mami y ella había tenido que irse a trabajar, Elia me estaba cambiando el pañal y diciéndome lo valiente que era.
-¿Valiente como Spiderman? –le pregunté con vocecita aguda y taponada por el chupete mientras me llevaba las manos al pañal que mi hermana me estaba abrochando.
-Más que Spiderman–contestó Elia con una sonrisa apartándome con cuidado las manos para poder seguir con el cambio.
-¿Cómo Batman?
-Más aún –me dijo mientras me abrochaba las cintas-. No hay ningún superhéroe en el mundo tan valiente como tú –cogió una de mis camisetas que había sobre la cama y me tapó la parte de arriba de la cara con ella-. Eres Masked-Diaper, el superhéroe más valiente que existe-. Y me dio un sonoro beso en la mejilla.
En ese momento me sentí el bebé más orgulloso del mundo.
Y ahora estoy encerrado en un baño, escondiéndome del resto de gente del colegio.
Menudo superhéroe he resultado ser.


*****


Cuando suena el timbre que anuncia el final de las clases, camino cabizbajo, sujetándome la mochila al hombro, hacia la puerta del colegio. A mi alrededor, los demás alumnos hablan exultantes y bulliciosos, felices de que sea viernes y no tengan que volver a pisar el colegio hasta el lunes, con un fin de semana por delante libre de preocupaciones. Yo tampoco puedo evitar sentirme algo más contento. Un fin de semana significa dos días sin soportar la soledad y miradas de burla a las que estoy sometido durante todo el día, sin embargo, hoy cenamos en un restaurante con la familia. Mami va a venir a buscarme para irnos directamente hacia allí. Elia no viene porque la muy lista se va de finde con Clementine, así que nos toca a Mami y a mí cumplir solos con los compromisos familiares.
El viaje de Elia también ha sido objeto de una discusión con Mami. No solo porque no vaya a ir a la cena, sino porque mañana Mami también sale a cenar con las compañeras del trabajo y no va a poder ir porque no tiene a nadie con quien dejarme.
Es esos momentos cuando me vuelvo a sentir muy culpable de ser un bebé. Si no hubiera que darme un biberón y ponerme un pañal para dormir, Mami podría salir con sus amigas de fiesta cada vez que quisiera. Cuando le pido perdón por ello, Mami, con los ojos llorosos y una sonrisa apenada, me levanta en peso y me da un beso en la mejilla, y luego, tras achucharme, me dice que no le importa, que prefiere quedarse y pasar la noche con su bebé, haciéndole muchos mimitos y poniéndole su pañalito. Y yo sé que es verdad a medias, que a ella también le gusta tener vida social fuera de casa. Ella que puede…
Como llego a la puerta y no veo a Mami, me siento en uno de los bancos de la acera a esperar. Me fijo entonces en los padres esperando pacientemente a que salgan sus hijos, en los niños más pequeños que corren a abrazarlos en cuanto los ven. Otros niños saludan a sus padres de pasada, otros se dejan besar con cara de vergüenza y otros simplemente se van andando a casa solos.
Veo a dos de los que antes eran mis amigos intercambiar chistes sobre el profesor de Arte. Joseph imita su forma de escribir en la pizarra, y César se ríe de los pendientes con forma de calavera que lleva. Al poco llegan los demás: Miles, Eugene, Johnny, Eddy… y Ronald, el que antaño fuese mi mejor amigo. Mi compañero de pañales por una noche. Y ahora miradnos. No me dirige la palabra.
Y lo peor es que yo no he hecho nada.
Como es viernes, deduzco que esta tarde irán a jugar al fútbol y después a echar una partida al War of Empires. Hace tiempo que la alianza que formamos en el sótano de Ronald no va a ninguna misión, pues no me ha llegado ninguna notificación, así que deduzco que han debido crear otra en la que no estoy.
Han pasado casi dos semanas desde que me hice pipí delante de ellos y saliese del sótano de Ronald como un bebé. Dos largas semanas en las que he perdido a mis amigos y a ellos no ha parecido importarles. Como si yo fuese prescindible. Como si en el grupo mi presencia no fuese necesaria. Como si diese igual que yo formase parte del grupo o no.
Tras imitar al profesor de Arte, Joseph se mete el dedo pulgar en la boca y finge empezar a chupárselo. Todos prorrumpen en carcajadas, y Eddy al girar la cabeza, mira directamente al banco en el que estoy sentado y nuestras miradas se encuentran. Los observo con el gesto imperturbable. Eddy le da un codazo a Joseph y me señala con un dedo. Todos se dan cuenta de que estoy allí, mirándoles fijamente, retándoles a que se sigan riendo. Las carcajadas cesan pero aún quedan sonrisas dibujadas en su rostro. No aprecio ningún remordimiento por haberse estado riendo de mí.
No me van a ver llorar.
Por Wile que no me van a ver llorar.
Miles le da una palmada en el hombro a Joseph, le dice Vamos y todos me dan la espalda y echan a andar. Yo sigo mirándoles sin mudar la expresión, intentando, en lo más profundo de mi ser, encontrar un gesto de arrepentimiento.
Una negación con la cabeza, una regañina a Joseph. Lo que sea.
Pero no hay nada.
Solo Eddy se gira para mirarme fugazmente antes de doblar la esquina.
Y ahora sí. Agacho la cabeza y las lágrimas empiezan a humedecerme los ojos.
Eso es lo que soy ahora para mis amigos.
Una broma. Algo de lo que reírse.
Estoy solo.
Solo y humillado.
Mis amigos se han convertido ahora en las personas a las que más odio en el mundo.
¿Alguna vez fueron mis amigos?
Recuerdo las bromas que hacían a mi costa. Sobre los superhéroes que me gustaban, las series infantiles que veía… ¿De verdad eran bromas entre amigos?
Me gustaría considerar que Ronald y Jospeh sí lo eran, pero tras ver a este último imitar cómo me chupo el dedo (cosa que nunca he hecho en mi vida, por cierto) y cómo Ronald se reía sin remordimientos, quizá esté equivocado y para ellos nunca haya sido un igual. Sino un niño pequeño que veía Tom & Jerry, y que tras verme en pañales y con chupete, hubiese quedado demostrado que no se equivocaban.
Cuando mis amigos salían en mis pesadillas era siempre descubriendo que llevaba pañales y mofándose… Ahora, acompañan a mi padre en las humillaciones.
Las mofas las guardan para el mundo real.
Veo el coche de Mami doblar la esquina por la que perdí de vista a mis amigos y me levanto del banco. Me enjugo las lágrimas con el dorso de la camiseta para que no se entere que he estado llorando y corro a su encuentro.
-Arriba, bebé –dice Mami al estirarse para abrir la puerta del copiloto.
Yo me subo al coche, paso la mochila hacia la parte de atrás y cierro la puerta.
-Mi bebé, cuánto te he echado de menos –Mami pasa un brazo sobre mis hombros y me atrae hacia su pecho-. ¿Qué tal te ha ido el día?
-Bien –miento.
El coche de detrás nos dedica una sonora pitorrada.
-Ya voy, imbécil –dice Mami mientras me suelta delicadamente y se pone en marcha.
Durante el trayecto, me mira varias veces con gesto de preocupación. yo finjo que no me doy cuenta y sigo mirando por la ventanilla, con la mirada perdida.
A pesar de que me he limpiado las lágrimas, el gesto de tristeza en mi cara no parece haberse borrado.
Mami conduce en silencio, muy despacio. Tiene cara de preocupación.
-Te he… Te he traído pañales –dice muy flojito-. ¿Quieres que te ponga uno?
Yo agacho la cabeza, sintiéndome muy bebé, pero no en el buen sentido de la palabra. Casi había olvidado que el único momento del día en el que no llevo puesto un pañal es cuando estoy el colegio.
-No… -contesto también flojito, sin dejar de mirar ventanilla, cosa que no tiene explicación, pues el paisaje es bastante feo y estoy harto de verlo-. No hace falta…
-Como quieras –y noto que me sonríe con tristeza.
El trayecto hasta el restaurante lo terminamos en silencio. Cuando llegamos, Mami aparca el coche en un parking colindante, y tras apagar el motor se gira y me mira con preocupación.
-¿Estás bien, Robin? ¿Ha pasado algo en el cole?
¿Por dónde empiezo?
¿Por que paso los días solo? ¿Por que mis amigos se ríen de mí? ¿Por que voy cada rato libre al aseo a forzarme a hacer pipí para no hacérmelo encima? ¿O quizás debo empezar por las pesadillas? ¿O por que cada vez me siento más como un bebé?
-No –contesto.
Agacho la cabeza.
Mami también la agacha pero para darme un beso en ella.
-Cuéntamelo cuando estés listo, bebé.
Yo miro el cordel de mis pantalones, todo arrugado y solidificado bajo una película de saliva seca.
-Mami… -le digo con un hilo de voz-. ¿Has traído el chupete?
-Sí –responde Mami pasándome una mano por la espalda-. ¿Lo quieres?
-Sí –contesto muy flojito.
Mami rebusca en su bolso y saca mi chupete lila.
-Aquí está.
-Pónmelo –digo levantando la cabeza y mirándola con ojos anhelantes.
Mami coge el chupete del asa y lo sacude un poco, yo abro la boquita y Mami introduce la tetina dentro. Cierro los labios y le doy dos chupeteos.
-¿Un  poquito mejor? –me pregunta risueñamente revolviéndome el pelo con una mano.
La verdad es que sí.
Asiento con la cabeza y me pego más el chupete a los labios, succionando fuerte la tetina como si fuese la de un biberón. Durante un ratito, disfruto de la sensación del chupete en mi boca; el roce del plástico contra los labios y la goma de la tetina entre mis dientes.
Mami me observa con ternura mientras chupo mi chupete.
-¿Vamos? –me dice animadamente.
Me bajo del coche de la mano de Mami y chupando mi chupete. Cuando llegamos a la entrada del restaurante, está toda la familia reunida a excepción de tía Marie y sus hijas. Tío Francis habla con el camarero, tía Julia y tío Stein controlan a sus revoltosos hijos gemelos mientras la primera mueve la silleta de su hijo. Andrea, Raola, su novio y tía Gayle hablan animadamente. El jolgorio que había montado se reduce bastante al verme llegar en esas condiciones. Comienzo a notas sus miradas reprobatorias, que van desde mi chupete hasta Mami. Pero a ella parece que se las traen completamente al fresco, así que a mí también.
-Hola –saluda Mami fingiendo un tono alegre y despreocupado.
-Hola hermana –le dice tía Gayle, y le da un rápido abrazo-. Hola, Robin –se inclina hacia mí y puedo sentir el enorme esfuerzo que hace por mantener la compostura e ignorar mi chupete.
-Hola –respondo sin quitármelo.
-Estaba un poco nervioso, así que le he puesto el chupete –informa Mami con naturalidad.
-Claro, es lo más lógico del mundo –comenta Raola con mordacidad, y tanto ella como su novio y su hermana se ríen.
-Entremos –dice tía Julia antes de que la situación se ponga tensa de verdad.
-¿Y Marie? –pregunta Mami a tía Gayle mientras caminamos hacia nuestra mesa. Todavía me lleva de la mano.
-Tenía que recoger a Felicia de la guardería. Llegará en seguida, pero me ha dicho que podemos pasar y esperarla en la mesa.
Cuando entramos en el restaurante queda patente que es un sitio exclusivo. Los camareros van en camisa y pajarita, y las servilletas de las mesas están dobladas en forma de pájaros.
-Los niños vais en esa mesa de allí –nos señala tío Francis.
Los niños somos todos los menores de 19 años, así que Mami me acompaña hasta mi mesa. Me sienta en el primer asiento libre que ve y me da un beso en la frente.
-Avísame si necesitas cualquier cosa. Lo que sea –añade, y ambos sabemos a qué se refiere.
Miro al resto de los comensales. Está Carlos, de 2 años, y los gemelos Gred y Feorge, de 7, los hijos de tío Stein y tía Julia. Quedan dos sitios libres para Laëtitia y Felicia. Yo soy con diferencia el más mayor de la mesa y soy el único que lleva chupete. Por suerte, luego vendrán las hijas de tía Marie y Felicia llevará un pañal. Con un poco de suerte hasta Laëtitia.
Pero no tengo suerte, porque cuando llega la otra hermana de Mami, solo Felicia trae un pañal. Tía Marie me besa cariñosamente y me tira del asa del chupete.
-Qué mono estás –me dice, y vuelve a la mesa de los mayores.
La comida que nos traen los camareros consiste en un plato con salchichas, pescado empanado con forma de estrellitas y patatas fritas rancias. Dejo el chupete a un lado y como sin ganas ignorando el espectáculo que están dando mis primos, que han empezado a tirarse migas de pan.
Como no podía ser de otra manera, enseguida viene un adulto a llamarnos la atención.
-¡¿Qué está pasando aquí?! –tía Marie da un par de palmadas y la lucha arrojadiza cesa inmediatamente-. Qué no tenga que volver otra vez –nos dice repasándonos a todos con una mirada dura. Yo me siento un poco molesto porque no estaba haciendo nada-. A ver si aprendéis del primo Robin, que es el mayor –añade-. Mirad qué bien se está portando él.
-Sí, es el mayor pero lleva chupete –dice Feorge, y la mesa prorrumpe en carcajadas.
-Y pañales –añade Gred, y todos vuelve a reír.
Yo me pongo morado y agacho la cabeza para seguir comiéndome mis patatas rancias. Tía Marie acude a mi rescate.
-¿Y qué? –les espeta a mis primos gemelos.
-Pues que es un bebé –añade Gred sin amedrentarse lo más mínimo.
-Creía que los bebés eran algo más pequeños –le replica tía Marie-. Que no tenían 12 años.
-Pero lleva pañales y chupete –dice Feorge-. Eso es de bebés.
-¿Sabéis que es también de bebés? –le dice tía Marie a toda la mesa-. Dormir con conejitos de peluche –mira a los gemelos-, llevar pañales para dormir –mira a Laëtitia y a Carlos-, y llevar pañales todo el día –le da una palmadita en el hombro a Felicia, que estaba justo delante suya-. Así que todo el mundo a comer y a dejar de meterse con el primo Robin, como vuelva a tener que venir os castigaré de verdad.
-Mi madre no me castiga –le dice con chulería Gred.
Tía Marie se gira y lo mira con tal suficiencia que provoca de Gred se encoja en su asiento. La cara de tía Marie es por lo general amable y risueña, pero en ese momento tiene una expresión en su rostro dura como el acero.
-Ponme a prueba… a mí –añade con firmeza, y se vuelve a su asiento haciendo resonar sus zapatos por toda la sala.
En nuestra mesa, todo el mundo se ha puesto a comer y dejado lanzarse cosas. Los gemelos hablan entre ellos aun riéndose, y yo puedo imaginar de qué. Yo he perdido el apetito. Sé que tía Marie solo quería defenderme, pero era demasiado tarde. Me habían llamado bebé y se habían reído de mi chupete y mis pañales. Miro mi plato. Apenas me he comido un trozo de salchicha, dos porciones del pescado y unas cuántas patatas, pero lo empujo hacia delante y me llevo las manos a la cabeza, apoyándome en la mesa.
Soy un bebé.
Incluso para niños de 7 años soy un bebé.
¿Y por qué no iba a serlo? Ellos no llevan pañales ni chupete y yo sí. A ellos no les dan un biberón antes de dormir y a mí sí.
Siento que se humedecen los ojos por tercera vez en lo que va de día. Levanto la vista y distingo manchas borrosas donde antes estaban mis primos. Me froto los ojos con los puños, y las imágenes se aclaran, pero enseguida se vuelven a emborronar.
Estoy llorando.
Vuelvo a bajar la vista y veo mi chupete reposando a mi izquierda. Me lo llevo a la boca y empiezo a chuparlo. Me da igual lo que puedan decir mis primos o lo que puedan reírse. En este momento necesito mi chupete.
Miro hacia la mesa de los mayores y veo que están enfrascados todos en una conversación y miran hacia Mami. Ella no parece molesta, sino esquiva y no para de dirigirse a tío Stein, señalándole con la mano que sujeta el tenedor. Tío Stein niega con ambos brazos.
No sé de qué están hablando, pero es evidente que Mami me necesita. Y yo la necesito a ella.
Cualquier cosa, había dicho. Refiriéndose a un pañal.
Y en ese momento necesitaba que mi pusiese un pañal y me llevara lejos de allí. Lejos de todo.
Que me llevase a casa y me acurrucase entre sus brazos.
Me levanté y fui hacia ella sin saber muy bien qué iba a pedirle.
-¡En mi casa no puede ser, os lo estoy diciendo! –decía resolutivamente Mami cuando yo llegaba a su lado-. ¡Robin! –se sorprende al verme, aunque yo puedo evitar que está aliviada de abandonar la conversación-. ¿Qué pasa? –dice pasándome una mano por la espalda.
Antes de que yo pueda contestar, tío Francis se dirige a Mami.
-No te escabullas de la conversación, cuñada –le dice divertido, levantándole un dedo-. ¡Este año te toca a ti!
-¿pero a mí por qué? –responde Mami señalándose con ambas manos-. Es lo que no entiendo.
-Pues porque nunca lo hemos hecho en tu casa –le dice tía Gayle.
-Toma, ni en mi casa ni en ninguna desde hace seis años.
-Bueno, hace seis años las cosas eran muy distintas –apunta tía Julia.
-No todas, tía –añade Raola, y se ríe.
-No es el momento, hija –le recrimina tía Gayle, pero mi prima mayor se ríe con su hermana y me miran discretamente.
Me siento enrojecer y muevo mi chupete más rápido. Mami baja una mano y coge la mía, apretándomela con fuerza.
-Tenemos que volver a recuperar las viejas costumbres –sigue tía Gayle-. Ya lo estamos haciendo con esta cena, con las comidas en mi casa… Pues Acción de Gracias los celebramos en la tuya –vuelve a señalar a Mami.
-Mi casa es pequeña –justifica Mami. Me suelta la mano y señala a mi tío-. ¿Por qué no en la de Stein?
-Ya te he dicho que mi casa la reservo para Navidad.
-Pues hacemos la cena de Navidad en mi casa y la de Acción de Gracias en la tuya.
-No intentes escurrir el bulto, hermana –le dice tía Gayle, sonriente-. De esta no te vas a librar.
-¿Y por qué no en casa de Marie?
Mi tía fulmina a Mami con la mirada.
-Si la suya es pequeña, la mía ya ni os cuento –dice.
-Te quedas sin excusas –le dice tía Julia a Mami.
Mami resopla.
-Bueno. Ya veremos –dice finalmente, y vuelve la vista a su plato con el ceño fruncido.
-Pero… -empieza tío Stein, pero tía Gayle le corta.
-¡Déjala que eso es lo mejor que podemos conseguir por ahora!
Toda la mesa ríe, menos Mami y tía Marie.
-¿Qué quieres, Robin? –me pregunta esta última, ya que Mami parece que se ha olvidado de que estoy allí.
-¡Robin! –Mami se gira apresuradamente y me coge las dos manos-. Perdona, cielo. ¿Qué te pasa?
En la mesa han vuelto a reanudarse las conversaciones. Tío Francis y tío Stein hablan sobre los últimos resultados de fútbol y las chicas sobre los preparativos de la boda de Raola.
-¿Me puedes poner un pañal? –le digo flojito y con mucha vergüenza, sin levantar la cabeza.
-Claro, cariño –me responde Mami con una amplia sonrisa-. ¿Tienes caquita?
-Sí –miento.
Ya van dos veces hoy que he mentido a Mami.
-Vale –dice, deja la servilleta a un lado y se levanta de la mesa-. Vamos al coche y te lo pongo allí.
Salimos del restaurante de la mano. Mami me aprieta con fuerza, como si quisiese fundarme ánimos a través de ella.
Funciona.
Cruzamos el parking y llegamos al coche; tras un bip-bip de las llaves, las puertas se abren. Mami me coge de los sobacos y me sienta en el asiento trasero, y entonces veo la bolsa con mis pañales descansando sobre el suelo. Mami la abre y extrae un pañal de cochecitos.
-Vamos a hacerlo muy rápido por si viniese alguien, ¿vale?
Asiento.
Mami me da un beso en la frente y me sonríe.
-Mi bebé –dice.
Yo me recuesto en sobre los asientos traseros y dejo las piernas colgando por encima del coche. Con la puerta abierta nos cubrimos de posibles mirones que puedan llegar por la izquierda, y Mami tapa el otro lado con su cuerpo. Aun así, si alguien pasara justo en este momento, podría ser testigo claramente de cómo le están poniendo un pañal a un niño demasiado mayor para usar uno.
Mami me quita los zapatos y los deja a un lado, luego me baja los pantalones y los calzoncillos a la vez, extrayéndolos completamente. Y ya cuando estoy desnudito de cintura para abajo, comienza a ponerme el pañal.
Muy rápido. Estamos en un ligar público y no es momento para mimos.
Mami abre el pañal de cochecitos y lo despliega delante de mí, luego me levanta las piernas y coloca el pañal debajo de mi culete. Después me lo pasa entre las piernas, me lo ajusta al cuerpecito y lo sujeta fuertemente con las dos cintas adhesivas.
Yo agito las piernas inconscientemente. Sabéis que me encanta llevar un pañal.
-Te dejo aquí que tengo que terminar de comer, ¿vale, Robin? –me dice tras besar mi barriguita-. ¿Llevas el móvil?
Señalo con la cabeza hacia mis pantalones hechos un barullo en el suelo del coche.
-Muy bien –dice Mami asintiendo con la cabeza, y mira algo preocupada a ambos lados-. No creo que vaya a pasar nada porque por aquí, si viene alguien, es para coger su coche e irse otra vez… De todas formas… –vuelve a mirar-. Ten el móvil a mano y llámame cuando termines, ¿vale? No me gusta nada dejarte aquí solo –me mira con cara de preocupación.
Ahora yo me siento peor por haberle mentido.
Chupo mi chupete en silencio y la miro intentando aparentar firmeza.
-No va a pasar nada, Mami. Ya verás.
Me sonríe. Con esa sonrisa que es solo para su bebé.
-Lo sé, bebecito. Dale otro beso a Mami.
Me incorporo, de manera más patosa porque ahora llevo un pañal y la beso en la mejilla mientras le doy un abrazo.
-Te quiero, Mami.
-Y yo a ti, bebé.
Mami se separa de mí, sube mis zapatos al coche y cierra la puerta. Vuelve a hacer con el llavero bip-bip y las puertas del coche se quedan cerradas con el seguro. Me lanza dos besos con la mano y se va de vuelta a la mesa.
Paz. Por fin.
Es una paz inquieta porque no estoy lo suficientemente cobijado que me gustaría pero desde luego es mejor que estar en una mesa rodeado de niños que se ríen de mí. De todas formas, me siento algo expuesto con tanto cristal, por el que cualquier persona puede verme con pañales y chupete si pasase lo suficientemente cerca.
Necesito algo mejor.
Pensó en mi camita. En estar debajo de las sábanas abrazado a Wile.
Allí sí que me siento a salvo. Y algo así es lo que necesito ahora mismo. Entonces se me enciende la bombilla.
Bajo al suelo y acciono la palanca que hace que el respaldo del asiento se incline hacia delante. Me subo de nuevo al asiento y repto por el hueco que se ha descubierto hasta el maletero. Una vez allí, subo de nuevo el respaldo del asiento.
Todo está a oscuras. Casi.
Hay una penumbra, pero es placentera. También sirve para amortiguar los ruidos del exterior. Es como una pequeña guarida en medio de un mundo que ha estallado en guerra.
En una guerra cuyo objetivo es reírse de un bebé.
Me imagino que fuera hay una guerra de verdad y que estoy a salvo en un cubil, mientras el mundo de a mi alrededor se sume en el caos más absoluto.
Siento una punzada de tristeza al acordarme de que Wile no está conmigo. Está solito en un mundo en guerra. Entonces recuerdo que está a salvo en mi camita y me tranquilizo un poco.
Mi camita también es un lugar seguro en este mundo en el que se humilla a los bebés. Y Wile es un bebé, porque también lleva pañales.
Como yo.
Más calmado, me imagino que soy un bebé de verdad en un parque infantil. Me tumbo bocarriba y empiezo a agitar mis piernas y bracitos.
Se me escapa un balbuceo.
Gu-gu.
Y una risita de bebé.
Soy un bebé.
Me acurruco sobre mí mismo.
Vuelvo a echar de menos a Wile.
Me da igual que esté seguro en un mundo devastado por la guerra.
Quiero que esté a mi lado.
Busco a Wile por una enorme ciudad. Los edificios son muy altos y tienen formas grotescas. Y están todos pintados con formas macabras y a medio derrumbar. Yo llevo puesto mi chupete y entre mis piernas siento el pañal abultándome e impidiendo que pueda cerrarlas, pero aun así sigo buscando a mi compañero de pañales en esa urbe distópica.
También me doy cuenta de que tengo mucha hambre, y de que Mami no está ahí para alimentarme. En ese momento me siento muy solo. Los edificios empiezan a estirarse hacia el cielo dibujando posturas imposibles y a estrecharse unos con otros. No me queda más remedio que correr.
Corro todo lo que puedo y me permite el pañal, que ahora pesa más. Oigo risas atronadoras a mi alrededor. Una estridente y de borracho, y otras más agudas, pero cargadas de desprecio.
Son ellos. Están aquí.
Sigo corriendo hasta que me topo con un muro de ladrillo. En él hay un dibujo mío en el aparezco solo con un pañal y el chupete en la boca, y en un brazo sostengo mi biberón y en el otro a Wile.
-¡¡El bebito que lleva pañales!! –oigo que dicen las voces agudas.
-No, no es verdad… -contesto yo, mirando como un poseído hacia todos lados-. No soy un bebé.
Pero lo he dicho vocalizando demasiado bien. Me llevo la mano a la boca y no noto el chupete. Me hago pipí inmediatamente. Menos mal que llevo un pañal.
El muro de ladrillo ha desaparecido, la calle también, y los edificios. Solo estoy yo en medio de una oscuridad atroz. Él aparece a lo lejos, caminando hacia mí. Veo su figura retorcida. Apesta a tabaco y whisky. Lentamente, va desabrochándose el cinturón.
-No, no… Por favor.
Me doy la vuelta e intento correr. Pero no puedo. Mis piernas me obedecen, pero no logro avanzar.
-No… Vete… Aléjate de mí…
Cada vez está más cerca.
Me invade un miedo terrible.
Estoy sudando.
Corro con todas mis fuerzas pero no me muevo del sitio.
-Por favor, por favor, por favor…
-¡Robin!
-No… Vete…
-Soy yo, bebé….
-Vete…
-¡Robin! ¡DESPIERTA!
Abro los ojos y me incorporo, con lo que me doy en la frente con la cubierta del maletero. Me vuelvo a dejar caer y empiezo a llorar.
El golpe me ha hecho daño pero lloro más por la pesadilla.
-Robin, mi amor… -Mami se inclina hacia mí y me pasa una mano por el brazo-. ¿Qué haces en el maletero?
-¿Qué ha pasado? –es la voz de tía Marie.
-Que abro la puerta del coche, no lo veo y casi me muero del susto… Mi amor… -Mami intenta incorporarme y yo no puedo parar de llorar-. ¿Te has quedado durmiendo? ¿Has tenido una pesadilla?
Como respuesta, sigo llorando.
-Venga, Robin… ¿Y tú chupete?
-¿Va todo bien?
-Sí, ha debido de tener una pesadilla. Últimamente le pasa a menudo.
-Voy a cambiar a Felicia, que tiene caca.
-Sí, él está igual… A ver si consigo que se calme primero… Robin, ¿y tu chupetito? Ah, ya lo veo…
-¿Me llevo luego para dentro el bibe del niño?
-Sí. Gracias, Marie –contesta Mami
Siento el chupete entrar en mi boca, y empiezo a chupar compulsivamente la tetina. Abro los ojos y veo a Mami, que está inclinada hacia mí.
-Mami… -le digo con ojos llorosos.
-Ya está, bebé... Shhh… -me mesa el cabello delicadamente-. Solo era una pesadilla, una dichosa pesadilla…
-He tenido… ¡Hic! Tanto… ¡Hic!... Tanto miedo…
-Lo sé, bebé. Lo sé…
-Estaba… ¡Hic! Solo…
-Estoy aquí, Robin. Siempre estaré aquí.
-Mami…
-Dime, bebé.
-Tengo caca…
Mami sonríe. Parece algo aliviada.
-Ya lo sé, bebé.
-También pipí…
Me aparta delicadamente un mechón de pelo de la frente y me da un beso en ella.
-Pues vamos a cambiarte ese pañalito.


*****


Momento después entramos de nuevo en el restaurante. Yo voy en brazos de Mami, ya cambiado y con el chupete en la boca. Como los pantalones que llevo son los mismos que traía para el colegio (solo que Mami ha desechado los calzoncillos), el pañal se me nota mucho, y Mami no hace más que tirar de mi camiseta hacia abajo para que no asome por encima del pantalón. Aunque con todo lo que abulta no sirve de nada.
Puedo sentir las miradas de todos los comensales fijas en mí. En el niño de 12 años que lleva pañales y chupa un chupete y va en brazos de su madre.
Mami se sienta conmigo en el asiento que ocupaba antes, y me reposa a mí sobre su regazo. Puedo notar como las conversaciones de la mesa se van reanudando poco a poco.
Ninguno de mis familiares me mira directamente. Todos sienten vergüenza de tener de pariente a un niño de 12 años que todavía lleva pañales y usa chupete. Y a juzgar por lo que hay frente a mí, su vergüenza no ha hecho más que empezar.
Sobre la mesa reposa mi biberón. Y está lleno de leche caliente. Lo sé porque se nota el vapor entre el contenido y la tetina.
Al lado de Mami, con su asiento ladeado hacia nosotros para tener más espacio, está tía Marie con Felicia en brazos, dándole también un biberón.
-¿Lo han calentado mucho? –pegunta Mami vertiéndose unas gotas de mi bibe en la muñeca.
-Ya lo creo –contesta tía Marie.
-No pensaba darle un biberón, pero ha comido muy poco –dice Mami.
-Yo me quedo mucho más tranquila cuando las mías se toman el biberón. Así sé que al menos esa comida la hacen bien.
-Abre la boquita, Robin.
Mami me quita el chupete de la boca y lo deja sobre la mesa. Yo balbuceo inquieto pero ella me introduce enseguida la tetina del biberón.
Empiezo a chupar, pero la leche está rara.
-No tenían leche de cereales, Robin –me dice Mami como si me leyese la mente-. Es leche normal pero le he pedido que le echen mucha azúcar, como los bibes que te prepara Elia.
En resto de la mesa, nuestros familiares hacen un esfuerzo descomunal por ignorarme y proseguir con sus conversaciones. Yo me tomo el biberón chupando con cierta ansia, pues apenas he comido y tengo mucha hambre. En este momento me da igual lo que puedan pensar mis tíos, mis primos, las demás personas del restaurante, el resto del mundo o mis amigos si se presentasen en este mismo momento.
-Pues es una pena que Elia no haya podido venir –comenta tía Marie sin dejar de sujetarle el biberón a su hija.
-Sí, se ha ido de viaje con… -mira alrededor para asegurase de que los demás están enfrascados en sus respectivas conversaciones- con su amiga –hace una pausa-. Ya sabes cómo son –añade señalando al resto con una cabezada.
Tía Marie asiente comprensiva.
-¿Cuándo vuelve?
-El domingo me dijo.
-Bueno, déjala que disfrute.
-Sí, si yo estoy encantada de que se vaya y viva su amor, pero podía haber escogido otro fin de semana –añade con rencor.
-Mujer, tampoco es tan importante esta cena –dice tía Marie.
-No, si no es por la cena…
-Le ha debido de fastidiar mucho perdérsela –dice tía Marie sarcásticamente.
-Uy, sí. Casi cancela el viaje.
Las dos se ríen.
-Lo que pasa es que –continúa mami tras una pausa en la que inclina más mi biberón y me acomoda en su regazo-. Mañana yo tenía una cena con las compañeras del trabajo y no voy a poder ir.
-¿Y eso?
-¿Con quién dejo a este zampabiberones? –dice Mami dándome un besito en la coronilla.
Sé que lo ha dicho de broma, por eso no me molesta. Además, le agradezco el beso.
-Mujer, déjamelo a mí –dice tía Marie.
-¿Cómo? –se extraña Mami.
-Déjamelo mañana por la tarde. Se queda jugando con Laëtitia y Felicia, cena y duerme en mi casa Y el domingo vienes a recogerlo –añade resueltamente.
-¿Y no te importa…? –Mami le dirige una significativa mirada.
Esa mirada quiere decir: pañales, chupete, biberones. 12 años. Cambiárselos. Mayor para llevarlos.
-¡Qué me va importar! –tía Marie le quita importancia con una sacudida de mano-. Estoy más que acostumbrada  a dar biberones y cambiar pañales –señala a su hija con la barbilla.
-Hombre, pues si puedes hacerme el favor… Yo encantada, vamos –dice Mami-. Te debo una.
-Ya me debes dos –le dice mi tía.
Ambas vuelven a reír.
Yo me termino el biberón y Mami me da unas palmaditas para que expulse los gases.
Echo un par de eructos.
Pero…
Espera un momento.
¿Qué es lo que acaba de pasar?


*****


-Ni gota ni gota, ni gota ni gota. ¡Con el nuevo pañal el bebé no se moja!
Estoy con Mami en mi habitación. El biberón esta calentito en mi mesita de noche y Mami está sentada sobre la cama dando palmas y cantando; y yo de pie, vestido únicamente con un pañal, muevo mi culito al son del ritmo.
-¡Una vez más! –dice Mami-. Ni gota ni gota…
-Ni gota ni gota –sigo yo mientras vuelvo a bailar, moviendo el pañal de un lado a otro.
-¡Con el nuevo pañal el bebé no se moja! –terminamos al unísono.
-¡Muy bien, bebéee!! –Mami hace palmas más rápido, y yo la sigo.
Entonces ella me coge en peso y me sienta en su regazo.
-¡Alehop!
Yo me río tiernamente y balbuceo.
-Gu-gu, ga-ga.
-Sí –dice Mami-. Vamos a ponerte tu pijamita y darte el biberón, bebé –pone una voz muy infantil-. Que ya es muy tarde y mi bebé tiene que irse a dormir –me da un toquecito en la nariz-. Aunque ya ha dormido mucho esta tarde en el coche, ¿verdad?
Yo me vuelvo a reír a modo de disculpa.
Mami me da un sonoro beso en la mejilla y me deja recostado sobre la cama. Mientras yo sigo balbuceando como un bebé, Mami coge mi pijama del armario. Ha escogido el de color rosa clarito. En un principio no me gustó ese pijama, pero el rosa es tan tenue que parece casi blanco, y entonces se ve muy mono.
-Una piernecita por aquí… –me dice Mami abriendo el pijama y enrollando una pata para que me resulte más fácil meter el piececito-. ¡Muy bien! –me felicita-. Ahora la otra por aquí… -meto el otro pie por el otro hueco-. ¡Muy bien, bebé!
Después de meterme las piernas, Mami me incorpora suavemente y me ayuda a pasar los brazos por las mangas.
-Primero una… ¡Eso es, bebé! Y ahora la otra… ¡Muy bien!
Cuando Mami me felicita me pongo muy contento, y aunque sea por algo tan sencillo como esto, y empiezo a hacer palmitas.
Mami me acompaña también haciendo palmas y pega su naricita a la mía para darme un besito de esquimal. Después abrocha uno a uno los botoncitos del pijama, primero los de la parte delantera y luego me voltea para hacerlo con los de la solapa del culete. Cuando termina, me da unas palmaditas en el pañal.
-Mi pañal –digo con voz de bebé.
-El pañal de mi bebé –corrobora Mami, y me da otro besito de esquimal.
Entonces Mami se sienta en la cama y me coloca a mí encima. Empieza a mecerse tarareando una nana. Yo tengo la cabecita descansando sobre sus pechos, cierro los ojitos y me dejo envolver por el calor que irradia el cuerpo de Mami, por la ternura de cada uno de sus movimientos y la calidez de su voz.
Pero siento mi boquita vacía.
-Gu-gu –digo, y empiezo a abrir y cerrar los labios muy despacito, pues casi no tengo fuerzas.
-¿Quieres tu biberoncito, bebé?
Sin esperar respuesta, Mami se inclina hasta la mesita de noche y coge mi biberón. Inmediatamente siento la tetina en mis labios, los abro, los cierro en torno a ella, y empiezo a chupar para beberme la leche.
Aún sin abrir los ojos, me acurruco más contra Mami y se me escapa un gemidito de bebé.
Mis labios se mueven chupando la tetina del biberón, succionando la leche, que está más calentita y mucho más buena que la del restaurante, porque es mi leche de cereales. Es una leche para bebés, para muy bebés, pero a estas alturas a quién le sorprende ya.
Mami se mece conmigo lentamente, aferrándome con sus bracitos. Con uno me sujeta la espalda manteniéndome con la cabeza izada,  y con el otro inclina el biberón hacia mí. Yo con los labios chupo de él y con los brazos le rodeo a Mami la cintura.
-Me encanta alimentarte, bebé –dice, y me da un beso en la coronilla.
Yo sigo chupando en silencio, acurrucándome más contra Mami y disfrutando de ser su bebé. Mami también disfruta dándole el biberón a su bebé. De vez en cuando me da un besito suave en la frente, me aparta algún mechón de pelo de la boca o palmea suavemente mi pañal.
Cuando me acabo la leche, Mami me lo retira cuidadosamente el biberón y me da unas palmaditas suaves en la espalda para que expulse los gases.
Tras un par de pequeños eructos, inconscientemente vuelvo a hacer el gesto de chupar con la boquita. Enseguida recibo mi chupete entre los labios, y empiezo a chuparlo dócilmente.
-Eso es, mi bebé… A soñar…
Mami sigue tarareando la nana mientras prepara mi cama para acostarme, conmigo en brazos, dándome de vez en cuando palmaditas en mi pañal. Enseguida me reposa sobre el colchón y me tapa primero con las sábanas y después con la pesada manta.
-A gu-gu –digo al sentirme solito.
Mami pone a Wile a mi lado, y yo me aferro mucho a mi peluche. Ella termina de arroparme, metiéndome las sábanas por debajo de mi cuerpecito encogido,  dejándome hecho un ovillo.
-Nunca podré agradecer la suerte que tengo de poder acostar todas las noches a un bebé… Descansa, mi amor.
Y me da un beso en la nuca y una palmadita en el culete, que suena a pañal.

2 comentarios:

  1. Como siempre un excelente capitulo, espero el siguiente con ansias.

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    1. Muchísimas gracias! Espero que el siguiente también te guste ;)

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