Se curaron sus heridas,
ya vuelve a pelear.
Nada será fácil,
tendrá ya que luchar.
Annie estaba sentada en el alfeizar de su ventana y contemplaba la
noche mientras escuchaba la canción de Saratoga. No era de sus grupos
preferidos, ya que ella era más de Heavy Metal épico, melódico y gótico del
norte de Europa, pero los rockeros madrileños tenían cierto atractivo. Al final,
Álex había conseguido pegarle algo de su gusto por el Rock en castellano.
Rock en el idioma de Cervantes, como decía él siempre.
Con una pierna colgando hacia la calle, la otra reposando en el
alfeizar y la espalda recostada en el marco de la ventana, Annie disfrutó de
los últimos acordes de la canción antes de bajarse de un salto y cerrar el
cristal. Caminó hacia el espejo de su cuarto y se miró en él.
Una chica delgada y alta, vestida con un top desgastado y unos
pantaloncitos cortos, con el pelo más negro que el cielo justo antes del
amanecer y la piel blanca como la nieve recién caída, le devolvió la mirada. Se
levantó un poco el top para verse el tatuaje que se había hecho a escondidas unos
días atrás: un pentáculo invertido al lado del ombligo. Sabía que tarde o temprano sus padres la
descubrirían y entonces sí que se armaría un auténtico pandemónium.
La que se enfadaría sobre todo sería su madre, que no aprobaba para
nada el estilo de Annie. Su padre, en cambio, había sido heavy en su juventud y
todavía conservaba su melena llena de hebras de plata, aunque la llevaba
siempre recogida en una coleta. También tenía una enorme barriga cervecera y
cientos de discos de grupos de Rock de los años 80, época que había ‘vivido a
tope’, como decía siempre que no estuviese la madre de Annie delante.
A Annie le encantaban las historias de su padre sobre conciertos de
Leño y Barón Rojo y sobre viajes en furgoneta con amigos y humo. Los dos se
llevaban bastante bien. Él estaba orgulloso de que su hija hubiese seguido sus
pasos rockeros, aunque fuesen hacia una vertiente gótica, y ella estaba
encantada de tener un padre tan enrollado. Sin embargo, estaba segura de que el
tatuaje no le haría mucha gracia. Él no desaprobaba los tatuajes, de hecho,
llevaba una moto tatuada en un hombro, pero aun así Annie sabía que la castigaría
por haberse tatuado sin permiso y antes de cumplir los 18 años, edad a la que
su padre le había dicho que podría hacerse todos los tatuajes que quisiese.
Con su madre era otro cantar.
Ella renegaba siempre de la ropa de Annie, de sus piercings y de su
música. Así que difícilmente le iba a gustar un símbolo satánico que se acaba
de marcar en su cuerpo para toda la vida.
Se encogió de hombros, le espetó un Que se jodan a su reflejo pero que
iba en realidad dirigido a sus padres y fue hasta la cama, dispuesta a leer un
poco antes de acostarse. Se sentó sobre la almohada, se puso su chupete y abrió
Todas las hadas del reino, de Laura
Gallego.
Mientras leía, le gustaba chupar su chupete para concentrarse.
Tiptiptiptiptip.
Hacía el chupete cuando daba contra el piercing de su labio.
Esa era otra de las cosas que le gustaban de su estilo de vida: la
mezcla de rebeldía representada en su ropa negra y rota, sus piercings y ahora
también en su tatuaje; y la inocencia de una niña pequeña manifestada en que todavía
usara chupete.
Le gustaba ponérselo para leer y estudiar, o para calmarse y relajarse
cuando se sentía inquieta, pero sobre todo, lo que más le gustaba, era dormir
con su chupete. Entonces se quitaba todos los piercings y el chupete hacía el
típico sonido de plástico contra carne. Un sonido relajante que le ayudaba a
coger el sueño.
Chup, chup,
chup, chup, chup.
Eso era lo que más odiaba su madre de ella. No eran las ropas de cuero.
No era la música que escuchaba a todas horas. No eran sus tres piercings de una
oreja, los cinco de la otra, el de la ceja o el del labio, no.
Lo que más odiaba la madre de Annie es que su hija, con 16 años,
todavía usase chupete.
Y por eso había intentado quitárselo varias veces a lo largo de su
vida.
Con 6 años le dijo que el Ratoncito Pérez no traía regalos a los niños
que aún llevaran chupete, pero Annie le dijo que prefería quedarse sin regalos
antes que dejar su chupete.
Y es que con esa edad lo llevaba a todas horas. Su madre se lo daba cuando
la recogía del colegio y Annie se lo ponía en la boca sin que le importasen las
burlas de sus compañeros ni los comentarios de las demás madres.
Eso ya le había dado a Annie una fama de bicho raro, por lo que en el
colegio no tuvo muchos amigos. De todas formas, cuando logró no depender del
chupete como si fuese oxígeno, esa época quedó atrás y Annie pudo empezar a
relacionarse con los demás niños. Esta época en la que Annie quería el chupete
las 24 horas del día le enseñó a lidiar con los insultos y las burlas de los
demás, que regresaron cuando decidió volverse gótica con 13 años. Pero para
entonces ya había aprendido a contestar a los insultos, así que la dejaban
bastante en paz y la mayoría de veces los compañeros de instituto y las demás
personas que no la conocían se limitaban a lanzarle miradas despectivas..
Pero como decían Lujuria en Corazón de heavy metal: ‘He aguantado sus
miradas, ya no me pueden herir’.
Con 9 años, su madre le dijo que si no dejaba el chupete, no se iría
con sus amigos de viaje de fin de curso, pero lo que no sabía era que Annie no
tenía ninguna intención de ir a ese viaje.
No tenía amigos en el colegio, no podía dormir sin su chupete y no le
apetecía para nada que los demás niños se enterasen de que aún lo usaba.
Su madre siguió insistiendo y le dijo que no era solo el viaje, sino
que nunca podría irse a dormir a ningún sitio porque necesitaba un chupete como
una bebé. Annie se encogió de hombros y siguió viendo El Laboratorio de Dexter mientras movía su chupete en la boca de un
lado para otro.
Con 11 años, su madre lo intentó a la desesperada.
Annie se había
quedado dormida en el sofá una tarde mientras veía la televisión. Su madre se
acercó sin hacer ruido y le sacó cuidadosamente el chupete de la boca. Cuando
Annie se despertó y notó que no lo tenía, lo buscó alrededor por si se le
hubiese caído al dormir y al no dar con él, se dirigió hasta donde estaba su
madre y le gritó:
-¡¿DÓNDE ESTÁ MI
CHUPETE?!
-¿Tu chupete?
–respondió su madre con una voz falsamente extraña-. Se te ha debido de caer
mientras dormías. ¿Has mirado debajo del sofá?
-¡El chupete no
tiene patas para irse corriendo debajo del sofá! –le gritó mientras daba una
patada al suelo-. ¡QUIERO MI CHUPETE!
-No hay chupete,
que ya eres muy mayor –se delató su madre.
-¡Ajá! ¡Sabía que
me lo habías quitado tú! –señaló a su madre con un dedo acusador-.
¡Devuélvemelo! ¡Devuélvemelo! ¡Devuélvemelo! –gritó mientras pataleaba el
suelo.
-Pega todas las
patadas que quieras, pero no te voy a dar el chupete –le dijo su madre.
Cuando su padre
llegó esa noche, Annie fue corriendo hacia él para pedirle ayuda.
-¡Papi! ¡Mamá me
ha quitado el chupete! –le dijo mientras lo abrazaba por la cintura.
Su padre solía ser
su aliado cuando su madre se ponía en su contra, pero esa vez resultó que
estaba de parte de su madre.
Al llegar la hora
de acostarse, Annie no quería meterse en la cama.
-¡QUIERO MI
CHUPETE! ¡QUIERO MI CHUPETE! –gritaba.
Hubo una discusión
muy fuerte entre ella y su madre. Finalmente, consiguió que Annie se fuera a
dormir sin chupete.
Annie no podía conciliar
el sueño sin su chupete. Se movía de un lado a otro y se metía el dedo en la
boca pero no era lo mismo. Intentó también chupar una de las esquinas de la
almohada, pero no consiguió olvidar el chupete.
Nada podía
sustituir su chupete.
Finalmente, consiguió
quedarse dormida. Pero al día siguiente, al despertarse, se dio cuenta de que
había mojado la cama.
Su madre montó en
cólera y le recriminó que lo hubiese hecho adrede por no llevar chupete, pero
que ni obligándola a lavar todos los días las sábanas iba a conseguir que le
devolviese el chupete.
A la noche
siguiente, Annie se fue a dormir de nuevo pidiendo su chupete, pero tampoco se
lo dieron. Esa noche también mojó la cama, pero su madre le dijo que no se iba
a rendir y que como siguiera haciéndose pipí, le pondría un pañal.
A la mañana
siguiente, volvió a amanecer mojada.
Su madre cumplió
su promesa, y esa noche se presentó con unos cuantos pañales que le había
pedido a la madre de Álex.
Annie se puso a
llorar, intentando decirle a su madre que ella no mojaba la cama a posta, que
se hacía pipí porque estaba nerviosa al no tener su chupete, que no quería
pañal, que lo que quería era que le devolvieran su chupete.
Su madre no le
creyó y comenzó a ponerle el pañal. La tumbó bocarriba y le bajó las braguitas.
Desplegó el pañal y le levantó las piernas a Annie para luego
pasárselo por debajo. Annie no paraba de llorar.
-Yo no quiero
pañal…
Su madre la ignoró
completamente y siguió poniéndole el pañal. Le pasó la parte delantera por la
entrepierna y se lo cerró con las dos cintas adhesivas. No le devolvió las
braguitas. Le dijo que ya no las necesitaba porque ahora dormiría con un pañal
hasta que dejase de hacerse pipí en la cama.
Esa noche le costó
muchísimo más dormirse. El pañal hacía mucho ruido cada vez que se movía o
cambiaba de postura. Odiaba esa sensación de presión en el cuerpo que le
producía el pañal. Odiaba su tacto de plástico. Se lo tocaba y enseguida
apartaba la mano.
No quería llevar
pañal. No quería. No quería. No era una bebé. Usaba chupete, vale. Pero eso no
la convertía en una bebé. Aunque era verdad que estaba mojando la cama… Quizá
si fuera una bebé… ¡No! ¡No lo era! ¡No podía empezar a dudar!
Se preguntó si era
eso lo que quería su madre: que pensase que era un bebé y así rechazar el
chupete por vergüenza. Pero quería su chupete, de eso estaba segura. Y si tenía que aguantar unas noches llevando
pañales por su chupete, las aguantaría.
Al igual que todas
las demás noches que había pasado sin chupete, se quedó dormida llorando y se
despertó con pipí.
Eso fue más de lo
que pudo soportar: el tener un pañal mojado con 11 años. Annie se puso a llorar
muy fuerte, y cuando su madre entró en la habitación, la encontró dando vueltas
por la cama y, ahora sí, con las manos pegadas a la parte delantera del pañal.
-¡Mamá! ¡Tengo
pipí en el pañal! ¡Por favor, cámbiame!
Su madre se acercó
hasta la cama, pero Annie no dejó que la cogiese. Le daba ya demasiada
vergüenza el tener un pañal mojado como para que su madre la cogiese en peso
como a un bebé.
Al final, su madre
la cogió por las axilas y la tumbó bocarriba. Annie se calmó, pues eso
significaba que iba a quitarle el pañal.
En efecto. Su
madre le bajó los pantaloncitos del pijama y su pañal quedó al descubierto; luego
le desabrochó las dos cintas adhesivas y le separó el pañal de su cuerpecito.
Annie mientras lloraba.
No quería pañal. Quería que le quitaran el pañal y le devolviesen su chupete.
Su madre le
levantó las piernas con una mano y extrajo el pañal con la otra. Hizo una bola
con él y se lo llevó, dejando a Annie medio desnuda sobre la cama.
-Para que aprendas
a no hacerte pipí en la cama –le dijo mientras se iba-. Si tengo que comprarte
un paquete de pañales y ponértelos hasta que te vayas a la universidad, lo
haré. Pero el chupete no te lo voy a devolver.
Al día siguiente,
sus padres tuvieron una fuerte discusión. Él le decía que estaba siendo
demasiada dura con Annie, que no podía pretender que quitarle de golpe y
porrazo el chupete a una niña que llevaba 11 años durmiendo con uno sin que eso
tuviera ninguna consecuencia. Que era normal que estuviese inquieta y que eso
se manifestase mojando la cama.
De poco sirvió,
porque su madre no hizo ningún caso de la opinión de su padre y esa noche
volvió a presentarse en la habitación de Annie con un pañal.
-¿Hasta cuándo voy
a tener que estar durmiendo con pañal? –le preguntó mientras su madre se lo iba
poniendo.
-Hasta que dejes
de hacerte pipí en la cama, como una niña mayor –le respondió.
-Pero mamá, yo soy
una niña mayor. Ha sido cuando me has quitado el chupete que he vuelto a mojar
la cama. Devuélveme el chupete, porfa –intentaba Annie hacerla entrar en razón.
-Ni porfa ni porfo
–le dijo su madre. Ya había terminado de ponerle el pañal-. A dormir ahora
mismo –y le dio un cachete en el culo-. Y procura que el pañal esté seco
mañana.
Pero el pañal no
estuvo seco. Estaba muy mojado y su madre no lo entendía pero Annie sí.
Necesitaba su chupete para sentirse segura. Era parte de ella. Sin su chupete,
estaba incompleta. Su cuerpo lo notaba y manifestaba su necesidad de esa
manera.
A la noche
siguiente, tras estar dando vueltas en la cama y no poder dormir por culpa del
maldito pañal, decidió ir hasta el cuarto donde su padre guardaba los cómics
para coger uno de Spiderman y leer hasta que le viniese el sueño.
Annie salió de su habitación
y cruzó el pasillo de puntillas, intentando que no se la oyese al pisar, ya que
el pañal hacía bastante ruido cada vez que daba un paso.
<<Maldito
pañal, pensó>>. Cómo lo odiaba.
Cuando estaba a la
altura de la escalera, le llegó la voz de sus padres desde el salón. Al
parecer, hablaban de ella y de su pañal.
-No es normal que
le quite el chupete y acto seguido empiece a mojar la cama, Juan Luis –decía su
madre.
-O sí. Tú eso no
lo sabes, Leo. Quizá el chupete le da seguridad.
-Pero es muy mayor
para seguir andando por ahí con chupete.
-Ah, ¿y con pañal
no?
Su madre se quedó
en silencio.
Annie acercó más
la oreja conteniendo la respiración, iInclinándose y suplicando porque el pañal
no la delatase.
-Devuélvele el
chupete, Leo. ¿Qué te cuesta? ¿Es mejor estar gastándose el dinero en pañales?
¿Quieres que acabe cómo los hijos de los Romita?
Annie sintió un
ramalazo de cariño hacia su padre. Al final, siempre podía contar con él.
Regresó a su
habitación sin hacer ruido y volvió a meterse en la cama, feliz, pues estaba
segura de que era la última noche que iba a dormir con pañal.
Al día siguiente,
se volvió a despertar mojada. Su madre le quitó el pañal y le dijo que por la
noche le devolvería el chupete. Que prefería que durmiera con chupete a estar
cambiando pañales todos los días.
Por la noche, en
lugar de subir su madre a su habitación con un pañal, el que entró fue su padre,
pero sin ningún pañal. No tenía tanta barriga como ahora ni tantas entradas, pero
sí que lucía ya algunas canas y la coleta en la que llevaba recogido el pelo
era mucho más gruesa que ahora.
-Ven y siéntate
aquí, princesa del Rock and Roll –le dijo reposando su gran culo sobre el borde
la cama y golpeándose la rodilla con la palma de la mano.
Su padre siempre
la llamaba así. Era una frase que decían en una canción de Topo, un grupo de
Rock de los 80 que a su padre le gustaba mucho.
Princesa del Rock
and Roll y la carretera era la frase completa.
Annie, menudita y
pequeña, se sentó en el regazo de su padre. Él le dijo que tanto él como su
madre habían decidido devolverle el chupete, pero que tenía que prometer que
intentaría dejarlo.
Annie le prometió
que lo haría.
Su padre se rió.
-Los dos sabemos
que eso es mentira –le dijo mientras le revolvía el pelo.
Entonces sacó el
chupete de su bolsillo del pantalón. Annie lo vio, de color azul con el asa
rosa y se le debió de iluminar la cara porque su padre dejó escapar una
carcajada mientras se lo daba. Annie lo cogió y enseguida se lo metió en la
boca.
Chupchupchupchupchupchupchupchup.
Fue como chupar el
cielo.
No podía parar de
hacerlo. Muy rápido. Estaba increíblemente feliz de volver a tener el chupete
con ella.
Si fuera una bruja
en el mundo de Harry Potter y tuviese que hacer un Horrocrux, escogería seguro
su chupete para esconder una parte de su alma.
Le sonrió a su
padre desde detrás del chupete, formando dos hoyuelos en sus mejillas.
Su padre le
devolvió la sonrisa, con lo que se le formaron también los mismos hoyuelos. Era
otra de las cosas que había heredado de él.
-Ale, a dormir,
bribona –le dijo.
-Buenas noches,
papi –contestó ella mientras se metía en la cama-. Y gracias.
-De nada –contestó
su padre-. Que descanses –y apagó la luz.
Ese fue un gran
punto de inflexión. Annie había creído que ya le había ganado a su madre la
última batalla por el chupete, pero se equivocaba.
Con 13 años la
llevó a la fuerza al dentista para que este le dijera que el chupete le estaba
destrozando los dientes y tenía que dejarlo.
-Tendrás unos dientes
tan feos que ningún chico querrá besarte –le había dicho su madre.
-Pues mira tú lo
que me importa –había contestado ella.
Sin embargo, el
dentista le dijo que sus dientes, aun no estando perfectos, no tenían mayor
problema y que el uso del aparato era opcional, pero que el chupete sí debía
dejarlo porque era demasiado mayor.
-Deberías llevarla
a un psicólogo –le dijo el dentista.
Y con 15 años la
llevó al psicólogo.
Para entontes, Annie
ya tenía el carisma y el desparpajo suficiente para no tener que aguantar comentarios
ridículos sobre su chupete sin replicarlos.
-¿Por qué usas el
chupete? –le dijo la psicóloga.
-Porque me gusta
–respondió.
-¿No te consideras
mayor?
-Sí, y me da
igual.
-¿Lo haces para
captar la atención de tus padres?
Su hermano pequeño
había nacido hace poco.
-Es evidente que
no.
-¿Tienes alguna
inseguridad?
-No.
-¿Echas menos ser amantada?
-¿Es usted imbécil?
Cuando esa noche le contó a su padre la visita a la psicóloga, ambos se
troncharon de risa.
Y esa sí que fue su última batalla por el chupete. Después de eso, su
madre desistió quitárselo y se limitaba a murmurar de vez en cuando lo
vergonzoso que era que una niña de 16 años todavía lleve chupete.
Obviamente, no había usado el mismo chupete desde que nació. Se lo
había cambiado varias veces a lo largo de los años.
Con 7, fue la última vez que sus padres le compraron un chupete. Ese le
duró hasta los 10. A partir de ahí se había comprado ella los chupetes. Y desde
los 13, había cogido la costumbre de decorárselos. Ahora llevaba un chupete
negro y blanco que había fabricado ella misma uniendo las piezas de dos
chupetes distintos y dibujando en el centro un pentáculo como el que llevaba
tatuado con pequeñas piezas de brillantinas.
El pentáculo era definitivamente su símbolo favorito.
Tras la lectura, dejó el libro sobre la mesita y se desperezó. Se quitó
todos sus piercings, comprobó si alguien
había contestado al anuncio que había subido a Internet ofreciéndose como
niñera, vio que no (cosa que no le sorprendió ya que había puesto una foto suya
llevando todos los piercings y sus ropas negras), se volvió a meter el chupete
en la boca y se acostó tapándose completamente con las mantas.
Chup, chup,
chup, chup, chup, chup.
*********
Annie se despertó con
la canción Amistad, de WarCry, sonando a todo volumen desde su móvil. Estiró el
brazo fuera de las sábanas y golpeó con el dedo índice la pantalla por diversos
sitios hasta que logró silenciar la alarma.
Volvió a meter el
brazo dentro de las sábanas junto al resto de su cuerpo e hizo un ovillo con
él. La sensación de protección y seguridad que le daba estar debajo de las sábanas
chupando su chupete como una niña pequeña momentos antes de transformarse en Annie
la gótica, era un deber moral de
todos los días.
Esos minutos en
los que aún predominaba el calor nocturno antes de destaparse y recibir al frío
de la mañana era algo que Annie apreciaba
muchísimo. Quizá este fuese su momento favorito del día; cuando aún era
bebé y podía estar cobijada con su chupete. Quizás Annie fuese una bebé todas
las noches y cada mañana creciese de golpe al salir de la cama y enfrentarse a
un nuevo día; y volviese a convertirse en bebé al acostarse a la noche
siguiente. Un proceso de maduración y regresión que se repetía todos los días
de su vida.
Siguió un rato más
disfrutando de la sensación de cobijo de las mantas, del placer de la tetina en
su boca y del roce del plástico del chupete en sus labios. Estuvo un buen rato
así: hecha un ovillo y moviendo su chupete para escuchar el chup, chup, chup que tanto la
reconfortaba. Finalmente, cuando debieron de pasar unos minutos pero que a
Annie se le hicieron demasiado cortos, decidió que ya iba siendo la hora de
salir de la cama o llegaría tarde al instituto.
Se destapó de
todas las sábanas a la vez y se sentó en el borde de la cama. Se sacó el
chupete de la boca, despidiéndose de él con un suave beso en la punta de la
tetina, primer paso para dejar de ser Annie la
bebé, y se empezó a poner sus piercings, primer paso para convertirse en Annie
la gótica. Guardó el chupete en su
funda y esta en su mochila. Siempre llevaba el chupete consigo por lo que
pudiese pasar.
Bajó a desayunar ya
vestida con una camiseta de Alchemy Gothic que había cortado ella misma por los
costados, unas mallas negras de licra debajo de una faldita corta de cuadros
escoceses y unas enormes botas con correas de cuero y pinchos de metal que
pesaban un quintal. Se había pintado de negro la raya del ojo al estilo egipcio,
del mismo color que los labios.
Eso, unido a su larga
melena negra como el carbón hacía que en el instituto la llamasen Miércoles
Adamms.
Se creían que eso humillaba
a Annie en lugar de hacer que se sintiese orgullosa.
Al entrar en la
cocina se encontró con que su padre ya se había marchado a trabajar y su madre
le estaba dando las papillas a Sergio.
-Te pensarás que
vas guapa así –la pulla mañanera de su madre la saludó a modo de buenos días.
-¿No crees que
deberías empezar ya con Sergio la operación Retirada del pañal? –contraatacó
Annie.
Sabía que su madre
odiaba que Sergio todavía no controlase sus esfínteres durante el día casi
tanto como que ella necesitase su chupete. En la guardería era el único de su edad
que todavía iba con pañal y cuando Annie lo sacaba a pasear en su silleta,
tenía que aguantar a las cotillas de las vecinas que le preguntaban por qué su
hermanito todavía llevaba pañales.
-Vaya –dijo su
madre en plan sarcástico-, así que la Señorita
Tengo-16-Años-Y-Todavía-Uso-Chupete va a decirme ahora cuando tiene que dejar
el pañal un niño de 3 –hizo una pausa-.
Al menos, Sergio ya no usa chupete, no como su hermana mayor.
Eso era verdad. A
su hermanito pequeño no le gustaba nada el chupete. Desde que nació, sus padres
se lo ponían para evitar sus berrinches como con todos los bebés pero no había
manera. Siempre lo escupía y seguía llorando despertando a todas las casas de
veinte kilómetros a la redonda.
Annie no lo
entendía. No sabía cómo podía haber alguien, y menos un bebé, que no le gustase
el chupete. No sabían lo que se perdían.
-Ya estamos otra
vez con el chupete –masculló Annie antes de empezar a devorar su cuenco de
cereales.
Cuando terminaron
de desayunar, su madre los subió en el coche para llevar a Annie al instituto y
a Sergio a la guardería.
Annie estudiaba un
grado superior de fotografía y video. Había tenido mucha suerte, pues ese módulo
se impartía en el mismo instituto donde había hecho la enseñanza secundaria, de
modo que todavía podía ver a Álex, Óscar y Narci, que tenían dos años menos que
ella, aunque Óscar y Narci ya hubiesen cumplido los 15.
Al llegar al instituto,
se bajó del coche tras despedirse de su madre y Sergio y fue directamente al banco del patio en el que quedaba
siempre con sus amigos. Era el banco más apartado, lejos del bullicio del
recreo. El grupo de Annie se reunía casi siempre en un banco, ya fuese en ese o
en el banco de un pequeño parque escondido al que se llegaba por un camino de
baldosas amarillas, igualmente alejado del resto del mundo.
Cuando llegó se
encontró con que ya estaban allí los tres. Narci y Óscar discutían sobre algo y
Álex estaba en una esquina, con la mirada perdida y sin participar en la
conversación.
-Para llevar
varios años currando en él, no está mal del todo –decía Oscar.
-A mí me gusta
bastante, sobre el hecho de que sea un disco doble –señaló Narci.
-¿De qué habláis?
–preguntó Annie cuando llegó.
-Narci está
comiéndole la polla a los Saurom para variar –dijo Óscar pasándose por detrás
de la oreja su melena rubia.
Óscar, Narci y
Álex eran heavies como ella. Cada uno a su manera. A Álex le encantaba el Rock
en castellano aunque no le hacía nada de ascos a KISS ni a cualquier grupo con
una temática medieval. A Óscar le encantaba el Heavy Metal clásico, desde Judas
Priest hasta Rainbow pasando por Metallica, Iron Maiden o cualquier otro grupo
de los 80. Y a Narci le encantaba todo grupo con aires vikingos o celtas y que
tuviese flautas y violines, así que era un auténtico fanático de Saurom.
-Estábamos
hablando del último disco de Saurom –apuntó cuando Annie llegó
-Eres un maldito
fanboy de Saurom, Narci –dijo Annie dejando su mochila a un lado y sentándose
en el hueco que había entre Óscar y Álex.
-Gracias por venir
a portar tu sensatez, An –le dijo Óscar sonriendo.
-Juzgáis demasiado
duro a los Saurom, tíos –se quejó Narci rascándose la cabeza. Él llevaba el
pelo rapado y una coleta por detrás que se recogía en una trenza-. Luego cuando
hacen un concierto son los únicos que se bajan a saludar.
-Bueno, Lujuria
también lo hace –dijo Óscar. Lujuria era su grupo favorito.
-Mira que a mí me
gusta Lujuria –dijo Annie-, pero Saurom compone bastante mejor.
-Pero han dejado
de hacer Metal –contestó Oscar-. El último disco sigue mucho la estela del
penúltimo, que ya era muy pop-rock.
-Retira eso o te
parto las piernas –le dijo Narci.
-Sí, pero Lujuria
sigue haciendo Metal –apuntó Annie-. Un Metal clásico, sencillo dentro de lo
que es el Heavy Metal, y con letras en su línea.
-Pero la temática
fantástica de Saurom mola más –dijo Narci-. Lujuria son lo que tú dices, Annie,
un Heavy Metal de toda la vida.
-Bueno sí, el
estilo medieval de Saurom está guay, pero los últimos discos… Encima que hacen
un disco doble podían haber hecho la segunda parte de El Señor de los Anillos, no está cosa Folk…
Siguieron hablando
un rato más de Saurom, luego del disco de Amon Amarth, del último capítulo de Juego de Tronos... Annie de vez en
cuando miraba a Álex, que no participaba en la conversación. Lo conocía demasiado bien
para saber que le pasaba algo. Y estaba casi segura de qué podía tratarse.
La madre de Álex y
la suya se conocían desde hacía mucho tiempo, habían ido juntas a la
universidad o algo así. Y desde que la familia de Álex se había mudado al
barrio de Annie, la relación entre sus familias se había estrechado mucho y Annie
y Álex se habían hecho muy buenos amigos. De hecho, cada uno era el mejor amigo
del otro. Álex sabía que Annie usaba chupete y de la misma forma ella conocía
el secreto de Álex.
Annie estaba
preocupada por Álex. Al conocerlo desde que nació, sentía una especie de
instinto protector hacia él, algo que se había incrementado desde que hacía de
canguro tanto con él como con su hermana pequeña Valerie.
Cuando Annie salió
de sus pensamientos sobre Álex y regresó al mundo terrenal, la conversación
había retomado de nuevo el último disco de Saurom.
-¡El 75% de las
canciones son una mierda! –decía Óscar.
-¡Se acabó! ¡Me
voy! –dijo Narci mientras se levantaba de golpe-. ¡Me largo de esta reunión del
club de machacar a Saurom!
Óscar se giró
hacia Annie y Álex sonriéndoles, contento de haber hecho enfadar a Narci.
-¡Espera, Narci!
–le gritó Óscar riéndose-. ¡Que sí que me gusta Saurom! –cogió su mochila-. Nos
vemos luego, chicos – miró a Álex y luego a Annie-. Y mira a ver si tú sabes
qué le pasa a este que está todo el rato callao -y corrió tras de Narci
cantándole a grito pelado una canción de Saurom.
-Puto Óscar –dijo
Annie-. Que cabrón que es a veces.
Miró a Álex
sonriéndole, invitándole a participar en la broma, pero él estaba con la cabeza
agachada y mirándose los zapatos. El viento agitaba un poco su melena
despeinada y le daba en los ojos, pero no se daba cuenta, y si lo hacía, no
parecía importarle.
-Oye, Álex –empezó
Annie-. ¿Estás bi…?
-Estoy bien –contestó
bruscamente y poniéndose de pie-. Lo siento… -le dijo a Annie en un tono más
calmado y que parecía sincero-. Es que… -suspiró y bajó la cabeza-. Tengo que
ir a clase, ¿vale? Luego nos vemos.
-De acuerdo.
Y Álex se colgó su
mochila y se fue, andando rápidamente y mirando hacia el suelo.
Annie creía saber
lo que le pasaba. Comprendió que quizá prefiriese estar solo y lo dejó.
<<Pobre Álex>>,
pensó. Annie no tenía ningún problema con tener que usar chupete, es más, le
encantaba. Sin embargo Álex… Él no usaba chupete pero ya tenía bastante con lo
suyo…
En ese momento
sonó su móvil. Maldiciendo que se le hubiese olvidado ponerlo en silencio pero
agradecida de que hubiese sonado allí y no en clase, lo sacó de su mochila. Era
un número que no tenía guardado en su agenda. Descolgó.
-¿Sí? –preguntó con desconfianza.
-Hola… ¿Annie, verdad? –la voz era la de una mujer
-Sí… -la incertidumbre de no saber quién la llamaba la ponía nerviosa.
-Hola, Annie, me llamo Nelsi –se oía suave y tímida-. He visto tu
anuncio en Internet.
-¿Anuncio? –Annie estaba un poco desorientada. ¡Ah, sí! Su anuncio en
el que se ofrecía como canguro. En realidad, no tenía expectativas de que
alguien respondiese a él-. Sí. Perdona, es temprano aún y la cabeza aún no se
ha despertado del todo –se excusó.
La mujer, Nelsi, se rió tímidamente.
-No te preocupes, nos pasa a todos.
Se produjo una pequeña pausa en la que ninguna de las dos dijo nada.
Annie no sabía si esperaba que ella le dijese qué tarifas tenía de canguro o
qué noches estaba disponible.
-Estooo… -continuó la mujer-. Me preguntaba si podías cuidar a mi hija
esta noche...
-¿Esta noche? ¿Viernes? –estaba un poco torpe-. Sí… En principio, sí… O
sea… Sí que puedo cuidarla…
-Estupendo… Estoo… ¿Cómo lo hacemos? ¿Vienes tú a casa? ¿Te digo la
dirección?
-Sí… Sí. O sea, no… Yo la cuidaría en tu casa, sí…
-Vale… Pues… El precio y todo eso…
-Sí, son… Son ocho euros la hora…
-Vale… Eh… ¿Te tengo que decir algo más? –la mujer parecía casi tan
nerviosa como ella-. Es que es la primera vez que dejo a mi hija con una canguro
y no sé muy bien cómo funciona este mundillo…
-No… Bueno, dime si es niño o niña… El tiempo que sería…
-Es una niña… Bueno, eh… Esto… Sería para darle la cena y acostarla… No
creo que vaya a volver muy tarde.
-Vale, vale… Pues… Eh… ¿Este es tu número, no?
-Sí, sí, apúntatelo…
-Vale… Pues yo me lo guardo y así me mandas por aquí la dirección.
-Estupendo… Eh… ¿Qué te iba a decir? –la mujer parecía nerviosa-. Ha
sido mi hija la que te ha elegido a ti como canguro pero es la primera vez que
voy a dejar a mi hija con una así que… No quiero parecer desconfiada,
entiéndeme…Era para… Bueno, por si tienes alguna referencia tuya…
-Sí… Claro, es lo más normal del mundo –tenía que parecer más segura-.
No te preocupes por eso, mujer.
-Vale, es que… Bueno, no sabía si eso te podía molestar… -dijo
excusándose.
-Ni por asomo. Te habría dado las referencias yo si no me hubieses
preguntado –le dijo. Ahora sí que parecía más segura-. Vale, pues voy a decirle
a la madre de los chicos que cuido que se ponga en contacto con usted, ¿vale?
-¡Trátame de tú, hombre! –le dijo alegremente.
-Vale, pues voy a decírselo y ella te llama ¿vale?
-Perfecto. Pues… ¡Quedamos en eso! –le contestó la mujer, que parecía
que estaba más relajada.
¿Se debía a que ella se había mostrado más segura? Annie pensó que sí.
-De acuerdo. Hasta luego… -se le había olvidado el nombre así que se la
jugó-… Nelsi.
-Hasta luego, Annie –le contestó.
Acertó. La suerte del principiante.
Colgó el teléfono. No sabía si había resultado demasiado brusca y si debería
haber alargado más la despedida.
En cualquier caso, no importaba.
¡Acaba de conseguir un trabajo!
Pensó que si se daba prisa, tal vez pudiese alcanzar a Álex antes de
que entrase en clase. Los viernes a primera hora tenía Biología así que fue
corriendo hasta el laboratorio. Cuando llegó, los compañeros de clase de Álex
estaban ya entrando.
-¡Álex! –lo llamó mientras corría.
Álex, la pija de Lorena y su grupo de amigas imbéciles y repelentes se
giraron.
-Espantapájaros, aquí está tu madre Satánica –le dijo Lorena. El resto
de su grupo rieron.
-Iros a la mierda –les contestó Álex, y se dirigió hasta Annie.
En ese momento pasaron por su lado el grupo de Frank, Derek y los demás
futbolistas y chulos del patio.
-¿No notas un olor a ultratumba, Jeffrey? –preguntó sarcásticamente
Frank.
-Es el olor de la tumba que te estás cavando como no te calles,
McGallaham –le espetó Annie.
El grupo rió, pero siguió adelante sin decirle nada más. Se cruzaron
con Álex y tampoco le dijeron nada pero sí que los miraron a los dos con
suficiencia.
-¿Qué pasa? –le preguntó Álex cuando estuvieron uno en frente del otro.
-¿Dónde están Narci y Óscar? –le preguntó Annie asomándose al interior
del laboratorio.
-Creo que se van a fugar esta hora –contestó Álex.
-Mejor –Annie se volvió hacia él-. Quería preguntarte una cosa y no
podía hacerlo si estaban ellos delante.
Álex se empezó a poner rojo.
-Tranquilo, no es sobre lo que estás pensando –le dijo Annie. Luego lo
aclaró-. Bueno, sí y no.
-¿Qué es lo que pasa? –Álex se estaba empezando a poner nervioso.
-Escucha, voy a pasarte un número de teléfono. Necesito que se lo des a
tu madre y le digas que llame a ese número para decirle a la mujer –bajó la
voz- lo buena canguro que soy y lo bien que cuido de ti y de tu hermana.
Álex se puso como un tomate.
-¿A qué mujer? –preguntó muy bajito.
-A la de ese número –Annie señaló hacia delante como si el número en
cuestión estuviese escrito en el aire-. Es una mujer que quiere contratarme de
canguro para esta noche y necesita referencias.
-Pero esta noche hay concierto en La Comadreja. Toca Garra Bastarda.
Óscar ya ha comprado la cerveza.
-Bueno, pues no puedo ir, Álex. Me ha salido trabajo y no voy a decir
que no.
-Está bien…
-¿Le pasarás el número a tu madre?
-¿Por qué no se lo pasas tú directamente?
-Quería hablar primero contigo. Ya sabes, por si…
-¡¿Por si qué?!
-¡Romita! ¡¿Piensa usted entrar en clase en algún momento?! –el
profesor de Biología asomó por la puerta y llamó a Álex a gritos.
-Sí, profesor, enseguida –dijo Álex sobresaltado.
-Pase o le envío al despacho del director.
-Hablamos luego, ¿vale? –se despidió Annie mientras se marchaba.
-¡Okey! –le dijo Álex diciéndole adiós con la mano.
-¡Romita!
-Voy, voy.
Antes de girar por el pasillo, Annie vio cómo Álex entraba
apresuradamente en clase y el profesor cerraba de un portazo.
-¿Y dónde están sus amigos satánico-siniestros, Romita? –oyó Annie
preguntar al profesor desde dentro de clase.
Rió y fue hasta la suya, que ya llevaba bastante tarde.
*********
Annie llegó al edificio en el que vivía Nelsi media hora antes de su
cita. Había salido de su casa con tiempo, cosa que no era necesaria pues el
edificio se encontraba a unas pocas manzanas de donde vivía ella, muy cerca
también del parque al que solía ir con sus amigos.
Annie estaba realmente nerviosa. Notaba su corazón latiendo muy rápido
y sus piernas temblar como dos gelatinas. Era la primera vez que cuidaba de un
bebé de verdad. Realmente, este trabajo podía venirle muy bien para tener
ingresos extra y así poder ahorrar para otro tatuaje.
Miró el mensaje que le había mandado Nelsi.
El piso era el 9ºB.
¿Cuál es el colmo de un ciego?
Vivir en el 9ºB.
Debía de estar bastante nerviosa para que se le viniese a la cabeza ese
chiste.
El edificio de Nelsi formaba parte de una urbanización con varios
edificios más, todos iguales, que rodeaban una plaza que tenía una fuente en
medio y que a su vez estaba rodeada por una hilera de bancos.
Annie se dirigió hasta uno de ellos a esperar que diesen las ocho y
media, hora a la que le había dicho Nelsi que estuviera en su casa. Sacó de su
bolso con forma de caja de guitarra el estuche que contenía su chupete. Miró
alrededor, no había nadie. Estaba también bastante oscuro y ella iba vestida de
negro, aunque era ropa más formal que la de esa mañana; una camiseta de Nightwish,
debajo de una chaqueta de cuero fina y unos leggins negros, con unas botas
menos ostentosas que las que había llevado al instituto.
Necesitaba su chupete para calmarse pero se puso nerviosa por si
alguien la veía con sus 16 años y con un chupete en la boca, así que se dispuso
a guardarlo, pero vaciló. Abrió el estuche. Si le daba una chupada rápida no
pasaría nada. Allí estaba, dentro del estuche, con la tetina de color amarillo
mirándole. Estaba nerviosa y parecía que el chupete le decía Ponme en la boca,
ponme en la boca… Pero no se atrevió. Cerró el estuche y lo guardó en su bolso.
<<Annie –se dijo-, es solo un bebé. ¿Qué problemas te va a dar?
Has cuidado de Sergio cientos de veces, y le has cambiado de pañal tantas otras
y dado el biberón que ya has perdido la cuenta. Sube ahí y muestra seguridad y
confianza>>
Sacó su móvil. Vio que Nelsi estaba en línea y lo soltó de repente.
Luego pensó que eso era una tontería. ¿Qué más da que ella estuviese
conectada o no?
Cuando faltaban cinco minutos para las ocho y media, se armó de valor y
fue hasta el portal del edificio.
El corazón le latía rápidamente. Parecía que se le fuese a salir por la
garganta.
<<Solo es cuidar a un bebé, idiota>>.
Llamó al fonoporta del 9ºB y le respondieron en seguida.
-¿Annie?
-Sí, soy yo.
-Vale, pasa.
La puerta se abrió con un ruido metálico y Annie entró.
El pulso se le iba acelerando conforme subía en el ascensor y para
cuando estuvo frente a la puerta del 9ºB, casi sentía que fuese a vomitar el
corazón.
Se giró, respiró hondo tres veces y llamó al timbre.
<<Uno, dos y tres, cuatro cinco y seis, yo me calmaré y todos lo
veréis>>
Oyó unos pasos acercarse y luego la puerta se abrió.
En el umbral había una mujer joven, que no aparentaba haber cumplido
aún los 40 años. Tenía una espesa melena castaña y se conservaba bastante bien.
Iba vestida con un traje de fiesta de color negro con lentejuelas.
-¿Annie, no?
-Sí –contestó tratando de sacar una sonrisa.
-Claro, si has llamado abajo, ¿quién iba a ser si no? Qué preguntas
tengo… -la voz en persona sonaba armoniosa, aunque al igual que había pasado
cuando hablaron por teléfono, se notaba bastante nerviosa.
-No importa… -empezó Annie.
-¡Pero pasa, mujer, pasa! No te quedes ahí –le hizo gestos para que
entrase.
Annie cruzó la puerta. Dentro había un pequeño recibidor, ocupado casi
en su totalidad por un cochecito de bebés.
-Gracias –dijo al entrar.
-¿Tienes que dejar algo en el perchero? ¿La chaqueta o…?
-Sí, sí… La chaqueta –contestó Annie torpemente.
Se quitó el bolso, pero no vio dónde dejarlo así que lo dejó con
cuidado en el suelo. Se quitó la chaqueta y la colgó en el pechero.
-Bueno, eh… Sígueme –le dijo Nelsi tímidamente.
Andó tras Nelsi y llegaron a la cocina, donde había una trona al lado
de la mesa. Después cruzaron por un pequeño pasillo con tres puertas a un lado que
terminaba en una pequeña sala de estar, con un sofá de dos plazas y una pequeña
televisión.
-Siéntate, por favor –le dijo Nelsi señalándole el sofá-. Ya ves que la
casa no es muy grande.
-Está muy bien –dijo Annie-. Lo poco que he visto, vamos –añadió.
Nelsi le sonrió y se sentó a su lado en el sofá.
-Verás –empezó-. Esta noche tengo la cena de empresa y llevo muchos
años queriendo ir, pero me daba miedo dejar a mi bebé sola.
Annie pensó en el carrito y en la trona.
<<¿Muchos años?>>
-Claro –se limitó a decir intentando que no se le notase el recelo.
Había algo ahí que no encajaba.
-Las compañeras llevan mucho tiempo insistiéndome para que vaya –siguió
Nelsi-, y claro, necesito salir también con mis amigas, no estar encerrada en
mi casa siempre. Tú eres joven, seguro que me entiendes –añadió sonriéndole.
-La verdad es que sí –le contestó sonriéndole también.
-Así que aquí estamos. Es el mundo al revés: una chica de 16 años sin
salir un viernes por la noche y una mujer de 38 yéndose de fiesta –bromeó.
-Bueno, no pasa nada –contestó Annie con una sonrisa cómplice. La
verdad era que no sabía muy bien qué decir.
Y parecía que Nelsi tampoco.
Hubiera sido difícil de adivinar quién de las dos estaba más nerviosa.
-Bien –Nelsi adoptó ahora un tono más serio-, lo único que tienes que
hacer es darle la cena en una hora y acostarla para las once y media. Después
de cenar puede ver un poco la tele, una película o lo que sea. Luego, antes de
meterla en la cuna, le das un bibe de leche… Y ya está. Eso es todo.
-Vale, no hay problema –Annie asintió.
-Los biberones están en el armario de la cocina –le dijo la mujer-. Mi
número lo tienes, el de emergencias supongo que también…
-No hará falta –la tranquilizó Annie.
-Ya, ya –dijo Nelsi como disculpándose-, es solo que…
-La entiendo –le dijo Annie tratando de parecer empática.
La verdad era que la conversación se estaba volviendo un poco
exasperante.
-Bueno, eso es todo –dijo la mujer mirando a su alrededor-. Solo falta
lo más importante; que la conozcas a ella –su expresión se tornó muy inquieta
de repente-. Esto… Seguro que está escuchando al lado de la puerta –hizo una
pausa-. ¡Pasa, anda, que sé que estás ahí!
En ese momento asomaron desde un lado del marco de la puerta unos
ojitos verdes que iban precedidos por una melena pelirroja. Y poco a poco fue
surgiendo el resto del cuerpo: era el de una niña de 12 años que sujetaba un
peluche de unicornio en sus brazos, llevaba puesto un chupete y vestía
únicamente con una camiseta violeta y un pañal.
-Ven a saludar, Ady –le dijo su madre.
En ese momento, la canción que Annie había estado escuchando la noche
anterior en el alfeizar de su ventana retumbó en sus oídos:
Hoy las nubes grises
a tu puerta llamarán.
La vida da mil vueltas,
es
El Vuelo del Halcón.
Continuará
en Bebés Superheroínas…