23 de octubre de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 22: Las mejores partes

Tía Marie vive en una calle estrecha y destartalada que va a parar a un descampado. En la entrada de la calle hay unos cubos de basura pero parece que están de adorno, porque todos los desperdicios se acumulan a su alrededor, en una especie de abrazo residual. La casa de mi tía está en la los suburbios de Chicago; nosotros ya vivimos en los suburbios y la casa de tía Marie está más alejada aún del centro, así que podemos decir que mi tía vive en los suburbios de los suburbios.
No me gustan estas zonas, suelen estar habitadas por personas más propensas a reírse de un niño de 12 años que lleva pañales. Aunque bueno, en el pleno centro de la cuidad también hay gente muy propensa a reírse de mí, como por ejemplo, el resto de mis primos.
Me empiezo a sentir más nervioso de lo que ya estaba y me arrepiento de haber guardado el chupete en la mochila, junto con mis pañales, el pijama, el biberón y Wile, pero no quería llegar a casa de tía Marie con un aspecto muy de bebé.
Ya tengo suficiente con haber traído puesto un pañal.
Mami detiene el coche delante de una casa con la fachada desconchada. No tiene jardín, es solo una puerta tras una endeble verja metálica y dos ventanas a los lados con rejas negras en diagonal. No se ve parte de arriba, a excepción de una terraza sin barandilla de la que asoma una vieja antena de televisión de cuando aún se usaba el analógico. Realmente parece una casa muy vieja.
-El número 42. Aquí es –dice Mami.
Recojo la mochila de mis pies y salimos del coche.
Nada más abrir la puerta me llega el hedor de toda la basura en descomposición, pues los cubos no quedan lejos de la casa de tía Marie. Mami sale también del coche y mira a su alrededor antes de cerrarlo. La noto también inquieta.
Y yo necesito mi chupete.
No me puedo creer que vaya a pasar una noche en casa de mi tía. Que ella me vaya a cambiar el pañal y darme el biberón. Voy a pasar una noche sin Mami y sin Elia por primera vez en mi vida. Estaba tan inquieto al salir de casa que Mami prefirió ponerme un pañal por si no podía controlarme. También me dijo que ella confiaba en su hermana como confiaba en Elia o en mí, pero lo cierto es que para mí no es más que una de las hermanas de Mami a la que he visto en contadas veces en mi vida. Sí que es verdad que con diferencia es la que mejor me cae, aunque eso tampoco es un gran mérito. Con no dirigirme miradas condescendientes ni arrugar la nariz cada vez que me ve con pañal o chupete es suficiente, y tía Marie no solo no hacía eso, sino que también me defendió delante de mis primos y de sus propias hijas y además ya me cuidó una vez, que yo recuerde: cuando me quedé en casa sin ir al cole y ella me cambió el pañal.
Aun así, la perspectiva de pasar una noche sin Mami y sin mi hermana no es nada halagüeña, y  a eso le tenemos que añadir que las hijas de mi tía son dos niñas pequeñas que se ríen de mí por llevar pañales.
Me llevo las manos al pañal, pero no parece que me vaya a hacer pipí.
-Llama al timbre, Robin –me dice Mami con apremio mirando a ambos lados de la calle.
Yo me apresuro a obedecer.
Ding-dong.
-Ya va –oigo enseguida la voz de mi tía.
La puerta se abre y ella aparece en el umbral, sonriente.
-¡Hola! –saluda alegremente. Saca una llave de su bolsillo ya abre el candado de la verja-. Venga, pasad. No estéis mucho tiempo en la calle que se os va a pegar el olor de la basura.
En estos momentos me alegro de que Wile esté a buen recaudo en mi mochila.
-Seguro que cuando salga no me voy a encontrar con que al coche le faltan las ruedas? –pregunta Mami en broma.
Medio en broma.
-Considérate afortunada si aún queda algo del coche cuando te vayas a ir –tía Marie ríe, y vuelve a cerrar el candado cuando entramos en la morada-. No, ya en serio. Es mala zona pero aquí no suelen robar. Esta calle solo tiene una salida y lo tendrían más complicado para huir. Hace unos años, todavía no había nacido Felicia, a la vecina del 36 le robaron todas las macetas que tenía en el alfeizar, pero ya está. No hay más robos registrados en esta calle.
Al decir el nombre de mi prima, me fijo en que hay una cabecita que nos observa desde una puerta entornada. Es la de mi prima pequeña; aún no hay rastro de Laëtitia, que es la que me preocupa. Esa niña tiene la capacidad de aparecer o decir las palabras menos oportunas en el momento menos oportuno: cuando yo llevo un pañal en público.
Genial, tengo 12 años y tengo miedo de una niña de 5.
Bueno, podemos verlo de esa manera o que soy un bebé a la que una niña de 5 años le pone inquieto.
Sí, esto me gusta más.
La casa de mi tía parece mucho más acogedora por dentro que por fuera. El salón está pintado con tonos pasteles, que invitan a la tranquilidad, además de que todo el suelo está recubierto por una moqueta beige y varios juguetes esparcidos sobre ella. El sofá, la mesa, el mobiliario y la televisión también parecen nuevos, en contraposición con el exterior de la vivienda.
Mami también se ha fijado.
-Nadie diría que la casa es tan mona si uno mira la parte de fuera.
-¿A que sí? –dice tía Marie, satisfecha-. Eso es justo lo que pretendía: que la casa pareciera tan destartalada que a nadie se le ocurriese entrar a robar. Hasta subí a la terraza una vieja antena de televisión para darle un aspecto más ruinosa.
-Pues funciona –corrobora Mami.
Yo me siento un poco cohibido. No tengo tanta confianza con tía Marie como Mami, así que permanezco en silencio llevándome las manos inconscientemente a la parte delantera del pantalón, donde abulta el pañal, para intentar disimularlo un poco, aunque sé que no sirve para nada. No solo porque el pañal es demasiado grande, sino porque voy a pasarme toda la velada llevándolo y en algún momento tendrán que cambiarme. Pero estoy decidido a retrasarlo lo máximo que pueda.
-Así que… –empieza tía Marie tras un silencio, en el que supongo que ambas han estado mirándome-. Se queda esta noche conmigo.
-Hasta que desayune mañana –dice Mami-. Vendré a recogerlo en cuanto me levante.
-No tengas prisa, mujer. Si quieres puedes dejármelo aquí para comer también. El tiempo que quieras.
-No, no –Mami agradece el gesto pero niega con la cabeza-. Con dos bebés aquí ya tienes bastante.
-De verdad que no me importa.
-Ya, ya lo sé… Pero… no quiero tampoco que te pases el día cambiando pañales.
-Ya me paso el día cambiando pañales.
-Bueno, más pañales –especifica Mami.
Empiezo a enrojecer y a echar mucho, mucho de menos mi chupete.
Y no solo el chupete, sino mi cama, mi habitación y mi casa.
-En la mochila tiene todas las cosas –informa Mami señalándome con una cabezada-. Ahora mismo lleva un pañal –tía Marie me sonríe-. Normalmente él avisa cuando está mojado, sino cuando tú puedas le echas un vistazo. El pañal que lleva es bueno y absorbe bastante.
-¿Qué pañales usa? –pregunta tía Marie.
Mami hace una pequeña pausa antes de contestar.
-Largue –y le dedica a su hermana una mirada culpable-. Lo siento –dice Mami enseguida-. Es que los de bebé ya no le valen y...
-No pasa nada –la corta tía Marie con un ademán-. Cuando le cambié la otra vez no me fijé en la marca, pero suponía que eran Largue…
-Es que no hay otros… -volvió a decir Mami excusándose.
¿Excusándose de qué?
-Tranquila –tía Marie compone-. No vas a dejar que se le salga el pipí por lo que pasó. Robin necesita llevar pañales. Además, yo ya tengo un nuevo trabajo y estoy genial.
-Aun así que sepas que siempre me siento un poquito culpable cuando voy a Largue… Como si te estuviera traicionando o algo…
-No pasa nada. De verdad que no –sonríe de nuevo-. Además, ya le tiré un huevazo a Karen Largue en la cabeza así que en cierto modo me he desquitado con ella. Y luego la vida la puso en su sitio –añadió con dureza.
-El otro día dijeron en la televisión que iban a ponerla en libertad…
-¿En serio? –tía Marie se encogió de hombros-. Bueno, los ricos no pasan mucho tiempo en la cárcel…  Además –hace un aspaviento con la mano-, todo eso ya agua pasada, hay que centrarse en el presente. Y el presente es este niño tan mono que tenemos aquí. ¿Algo más que deba saber?
-Sí –contesta Mami, aliviada de haber salido del tema sin repercusiones-. Solo una cosa más. Un biberón antes de dormir.
-Igual que Felicia.
-Exacto.
Las dos ríen.
Yo todavía estoy algo anonadado ante el hecho de que mi tía haya trabajo en Modas Large.
-Y no le dejas que se ponga el chupete en la mesa –dice Mami
-Yo a Felicia sí que le dejo. A veces me viene bien para que me coma mejor.
-Pues lo que quieras –Mami se ha rendido demasiado pronto-.Tu casa, tus reglas.
-Vas a querer quedarte aquí, Robin –me dice alegremente tía Marie.
Yo le sonrío tímidamente.
-Pues yo me marcho –dice Mami mirando su reloj de muñeca-. Aún tengo que arreglarme y todo –viene hacia mí, se inclina y me d aun fuerte achuchón-. No le des trabajo a la tía y haz todo lo que ella te diga. Te quiero mucho, mucho, mucho muchito, mi bebé –me da varias palmaditas en mi culete, haciendo sonar el pañal-. Pórtate muy bien y recuerda que Mami estará por si pasa lo que sea. Mami siempre estará.
-Por dios, que no se va a la guerra, solo se queda con su tía.
-Tú estarías igual si me dejaras a Laëtitia o Felicia  –le contesta Mami, todavía sin soltarme.
-La verdad es que sí –admite tía Marie.
Mami se separa de mí lentamente y me da un beso en la mejilla. Tiene lágrimas en los ojos.  Yo me siento de pronto muy triste y mis labios empiezan a temblar. No quiero que Mami se vaya. Quiero quedarme con ella y me trate como un bebé. Porque soy su bebé. Quiero que me ponga pañales y me los cambie, que me dé el biberón y me ponga el chupete en la boca cuando estoy inquieto. Que me acune en su regazo hasta quedarme dormido.
Quiero ser su bebé.
-Mi bebé, no llores –me dice Mami, aunque ella también llora-. No llores que si no Mami se pone muy triste, ¿vale?
-Vale –logro decir.
Mis labios siguen temblando.
-Espera, que voy a ponerte el chupetito.
Mami abre mi mochilita que llevo colgada y saca mi chupete.
-Aquí está –y me lo pone en la boca.
Yo lo chupo con anhelo.
Mami me abraza.
-Una estampa preciosa –dice mi tía-. De verdad que va a estar bien, hermana. No te preocupes.
-Ya lo sé… -Mami vuelve a abrazarme-. Es solo que… Mi bebé…
-Tu bebé va a estar muy bien aquí, con mis bebés.
Mami me suelta y corre a abrazar a su hermana.
-Te quiero tanto, Marie. Gracias por todo.
-Yo también te quiero. Y no me las des. Yo quiero mucho a Robin y estoy encantado de cuidarle.
-Y yo a Laëtitia y Felicia. Si alguna vez necesitas dejármelas por lo que sea…
-Te tomo la palabra. Y ahora largo.
Mami se suelta y mi tía le abre la puerta.
-Has tenido suerte. Tu coche está entero.
-Pues me voy antes de que le quiten el chasis –Mami va hasta el umbral y se queda parada debajo del marco de la puerta. Se gira y me mira por última antes de irse-. Te quiero, bebé.
Yo le digo adiós con la manita.
-Ay, ¿no ves lo mono que es? –Mami da una palmada y me señala con ambas manos.
-Estoy a punto de soltarte a los perros.
-Me voy, me voy –Mami ríe-. Nos vemos mañana.
-Hasta mañana, hermana –mi tía cierra la puerta y echa todos los pestillos. Entonces se gira hacia mí y me ve en medio del salón, inmóvil, chupando mi chupete y llevándome las manos al pañal-. Es broma, no tengo perros –dice.
Como no sé qué decir, sigo chupando el chupete mirando al suelo. Tía Marie se pasa las manos por la cabeza.
-Tengo cosas que hacer de la oficina. Voy a decirles a tus primas que vengan,¿ vale? Así podréis jugar juntos. Podéis estar en el salón... ¡Laëtitia, ven aquí! ¡Y tráete a tu hermana!
Me rebullo inquieto y tía Marie se percata.
-No te preocupes, Robin –dice poniéndose en cuclillas y quedándose a mi altura-. Estás un poco nervioso porque no las conoces mucho… y la experiencia tampoco ha sido la mejor –admite poniendo cara de circunstancias-.  Pero seguro que enseguida os vais a llevar muy bien… ¿tienes pipí? ¿Estás mojadito? –me pregunta palpándome la zona del pañal de cubre mi culete.
-No… -contesto flojito.
-Si te haces pipí, dímelo enseguida, ¿vale? A mí no me importa cambiarte el pañal las veces que hagan falta. Aquí cambiamos muchos pañales al día, ¿sabes?
-¿Si? –pregunto con curiosidad.
-¡Claro que sí! –exclama tía Marie, contenta por mi repentino interés en algo que no sean las puntas de mis zapatos-. Felicia lleva siempre pañales y a Laëtitia se lo pongo también para dormir. ¡Aquí vas a estar entre pañales! –y ríe.
Yo sonrío un poco.
Estar entre pañales es mejor que estar entre niños de mi edad que se meten conmigo.
-¡Pero bueno! ¿Dónde se han metido estas niñas? ¡Laëtitia! ¡Felicia!
-Ya vamos –contesta la voz de prima la mayor.
Una de las puertas del final del salón se abre y de ella salen mis dos primas. Laëtitia camina detrás de Felicia, que anda torpe a casusa de su edad y del pañal y va pintada de manera parecida a un payaso.
No llevaba la cara así cuando estaba asomada detrás de la puerta.
-¿Qué estabais haciendo el baño? –pregunta tía Marie, y se fija en la cara de su hija pequeña-. ¿Qué le has hecho a tu hermana, Laëtitia?
-Ha sido ella. Quería ser como el payaso de It.
-No mientas. Tu hermana no sabe quién es el payaso de It. Y tú tampoco deberías saberlo… ¿Cómo conoces tú a ese payaso?
-Cuando me quedé en casa de Laura, su hermano mayor nos la puso un rato.
Mi tía bufa.
-Ya hablaré yo con la madre de Laura. Ven. Felicia, que vamos a quitarte el maquillaje ese de la cara –coge a su hija pequeña en brazos, y el pañal de esta se deja ver por encima del pantalón. Tú quédate aquí con el primo y enséñale tus juguetes.
Me siento un poco avergonzado de que mi tía piense que con 12 años quiero jugar con los juguetes de una niña de 5, pero lo cierto es que no la culpo. Llevo un pañal y estoy chupando un chupete, y ella sabe que tiene que darme un biberón antes de acostarme, así que la imagen que tiene de mí en su cabeza es la de un niño pequeño, la de un bebé.
Y tampoco puedo culparla.
Tía Marie sale del salón con Felicia no sin antes guiñarme un ojo de manera cómplice. Yo me quedo solo con Laëtitia. La miro y veo que tiene su vista fija en mí, sobre todo en el bulto que describe el pañal, y aparto la mirada enseguida.
Se nota la tensión en el ambiente. Una niña de 5 años mira a un niño de 12 que lleva pañales. Y que también usa chupete y toma biberón. Estoy seguro de que sabe eso también.
Yo estoy ya contando en mi cabeza las horas que faltan para irme de aquí.
No quiero estar aquí con un pañal. Quiero estar en mi casa con un pañal.
Prefiero estar aquí con pañal que delante de mis amigos con pañal.
La palabra resuena en mi cabeza todo el rato.
Pañal. Pañal.
Llevas un pañal.
No quiero estar en silencio durante todo el rato. Tengo que decir algo. Intento olvidar de que llevo un pañal (Pañal. Pañal. Llevas un pañal) y me dispongo a romper el hielo.
-¿Quieres jugar a alg…? –decimos mi prima y yo al unísono.
Nos sonrojamos al unísono.
-Tu primero –decimos a la vez de nuevo.
Apartamos la mirada el uno del otro.
-Empieza tú –digo.
Mi prima está también un poco cohibida pero habla.
-Decía que si quieres jugar a algo…
-Sí, claro… -le contesto sin mirarla a los ojos.
Ella mira pañal de nuevo. Esta vez fugazmente.
-¿A qué quieres jugar? –me pregunta.
-Me da igual –contesto flojito, y me guardo el chupete en el bolsillo.
Estoy aún algo cortado pero digo la verdad. No he traído ninguno de mis juguetes a excepción de Wile, así que tendré que jugar a lo que quiera ella.
-Tengo aquí  Pinypons –contesta cogiendo algunas del suelo-. ¿Quieres jugar a Pinypon?
No me gusta Pinypon.
-Vale –contesto. Y me acerco hacia ella.
Cuando doy un paso, mi pañal suena. Me vuelvo a quedar inmóvil en el acto. Me siento enrojecer, pero no puedo quedarme allí plantado todo la tarde, de modo que sigo andando hasta mi prima. Cada paso es una humillación. Cada ruido que hace el pañal al rozarse con mi cuerpo o con mi ropa me recuerda que soy un niño de 12 años llevando pañales delante de una niña de 5 que ya no usa.
Los dos metros que nos separan me parecen dos kilómetros, pero llego a su lado. Entonces mi prima se aleja y corre hasta el sofá. Ante la perspectiva de tener que volver a moverme, me pongo inquieto, pero mi prima, tras rebuscar debajo del sofá un poco, vuelve con una caja llena de juguetes y la vuelca sobre la moqueta.
Se deja caer en el suelo y comienza a rebuscar entre ellos.
-Venga, siéntate –me dice.
Me siento y al hacerlo tengo que tirar de la camiseta hacia abajo, pues la parte de arriba del pañal se ha quedado descubierta.
No me gusta que se me vea el pañal.
Mi prima vuelve a mirar mi pañal con el rabillo del ojo.
-¿Yo quién soy? –pregunto sosteniendo un par de Pinypons.
-Elige uno –contesta mi prima mientras intenta meter un Pinypon en un coche.
Miro el montón de Pinypons que nos separa, una pequeña montaña entre dos gigantes.
Mi prima y yo somos los gigantes.
Un gigante bebé. Qué gracia.
Elijo un Pinypon con una camiseta azul claro, como la que traigo puesta. Le pongo un pelo rojo porque no he encontrado ninguno castaño.
-Ya –digo.
-Elije un nombre –me dice mi prima.
-Umm… Chris –digo el primer nombre que se me pasa por la cabeza.
La camiseta ha vuelto a levantarse por la parte de atrás, mostrando mi pañal, así que vuelvo a tirar de ella hacia abajo. Esta vez parece que mi prima no se ha dado cuenta.
-Pues yo soy la dueña de la casa –dice mi prima-. Y voy en mi coche a hacer la compra.
¿Hacer la compra? ¿Qué emoción tiene eso? ¿Dónde están los dragones y los trolls en este juego? ¿Dónde están los superhéroes?
En ningún sitio.
Odio los juegos de niñas.
Si Elia estuviese aquí me diría que no existen los juegos de niños ni los juegos de niñas, que todos son juegos y que cada uno o cada una puede jugar con lo que le dé la gana.
Mientras tanto mi prima mueve el coche por la moqueta y cuando llega hasta un punto aleatorio, saca al Pinypon y lo hace andar sobre la moqueta.
-¿Yo qué hago? –pregunto.
-Tú puedes ser el vendedor.
-Umm… Vale.
-Quiero comprar lechugas.
-Umm… Tres dólares.
-¿¿¿Tres dólares unas lechugas???
-¡No sé lo que valen las lechugas! –protesto.
-¿Eres vendedor y no sabes lo que valen las lechugas?
-¡Es que no soy vendedor!
-¿Entonces qué haces en una tienda de lechugas? –pregunta mi prima balanceando su Pinypon.
Ah, vale. Que está jugando.
-Esto… Soy el sustituto –contesto.
Miro la montaña de juguetes pero mi prima no tiene ningún dragón ni nada que se le parezca
-¿Dónde está el vendedor de siempre?
-Eeeeh… Se ha muerto.
-¿Cuándo es el entierro?
-Mañana.
-¿Y no vas a ir?
-Primero tengo que vender estas lechugas.
-A tres dólares pocas lechugas vas a vender.
-Vale, pues dame lo que quieras.
-Te doy cincuenta centavos.
-Vale.
-Así no vas a ganar dinero.
-Me da igual, no es mi tienda.
¿Por qué no me pega alguien un tiro en la cabeza?
-Y entonces después de comprar las lechugas, me monto en el coche para ir a buscar a mi hija al colegio.
-¿Y yo qué hago?
-Ahora puede ser mi marido, que me espera en casa haciendo la comida. Coge la casa esa de ahí –dice mi prima señalando al sofá, donde a los pies hay una pequeña casa de plástico sin tejado.
Me estiro hacia ella, olvidando que llevo un pañal y la parte de arriba queda totalmente al descubierto cuando el doy la espalda a mi prima. Me vuelvo con la casa de juguete y totalmente rojo, pues mi prima me ha visto perfectamente el pañal.
-Aquí está la casa –digo muy flojito, tendiéndosela.
Mi prima no la coge.
-¿Por qué llevas un pañal? –me pregunta.
Bajo la cabeza.
-Porque me hago pipí encima –contesto flojito.
No sé me ocurre ninguna razón para mentir. Aparte, ¿para qué sirve un pañal sino?
-¿Y caca también?
-Caca también.
Levanto la cabeza, que parece un tomate y miro a mi prima, como retándole a que se ría, pero ni por asomo parece que vaya a hacerlo. Su expresión es más bien curiosa, como si verdaderamente quisiese saber por qué un niño de 12 años lleva pañales, pero sin rastro de mofa o burla.
-¿Y te cambian?
-Sí, mi Mami y mi hermana me cambian el pañal.
-¿Y para el cole también llevas pañales? ¿No te dicen nada los otros niños?
Un trocito se mi interior se rompe al oír eso. Mis amigos… Los que yo creía mis amigos… No tengo amigos…
-Al cole no los llevo –respondo reprimiendo unas lágrimas.
-Jo, qué suerte. ¿Y no te haces pipí?
-Hago en el váter cuando estoy en el cole.
-¿Y por qué no lo haces también en casa?
-Porque en casa solo llevo por si se me escapa.
-¿Y si se te escapa en el cole?
-Me moriría –respondo secamente.
Silencio.
-Tú también llevas pañales –le digo. No es una pregunta.
-Solo para dormir –contesta ella, sonrojándose-. Felicia sí que los lleva todo el día.
-¿Te gusta llevarlos? –pregunto lo primero que me viene a la cabeza.
Mi prima se encoge de hombros.
-No está mal.
Silencio de nuevo.
En  ese momento una de las puertas del salón se abre y regresa tía Marie, con Felicia en brazos, que tiene la cara ya limpia.
-Uy, qué silencio –dice al entrar-. He tenido que cambiar a Felicia que llevaba pipí. ¿A qué jugáis? –pregunta mientras deja a mi prima a nuestro lado, que inmediatamente gatea hasta la montaña de juguetes.
-Hablábamos de pañales –contesta mi prima.
-Aaah –tía Marie no sabe qué decir. La respuesta de Laëtitia la ha dejado sin palabras-. Tendréis mucho de qué hablar, entonces. Te dejo aquí a tu hermana, procura que se integre en el juego y no le pintes la cara.
Tía Marie salió del salón por otra puerta diferente a la que había entrado y nos dejó allí a los tres. Yo estaba casi más cortado que antes, Felicia jugaba con la figura de un perrito de la Patrulla Canina de las que regalan con las bolsas de patatas y Laëtitia nos miraba con cierta apatía.
-¿Se-seguimos jugando? –pregunté por decir algo.
-No –contestó Laëtitia-. Ya me he cansado de los Pinypons. Vamos a jugar pero sin ellos, haciendo nosotros de los personajes.
-Está bien… -dije algo decepcionado, pues eso implicaba moverse más, y moverse más implicaba que mi pañal quedase más expuesto.
-Yo sigo siendo la señora de la casa –mi prima se puso de pie-. Felicia puede ser mi hija… y tú…
-Yo puedo ser el marido –propuse con desgana.
-No puedes ser el marido –me replicó enseguida mi prima.
-¿Por qué no?
-Porque los maridos no llevan pañales –contestó sabiamente.
-¿Entonces de quién hago? –pregunté temiendo la respuesta.
-Pues del bebé –dijo como si fuese lo más obvio del mundo.
-Yo no quiero ser el bebé.
-Pues el marido no puedes ser porque llevas un pañal.
-Tú también llevas pañal –protesté.
-Pero no ahora. Ahora tú llevas pañal, y Felicia también. Así que vosotros sois los bebés y yo vuestra madre.
-Podemos jugar a otra cosa –sugerí-. A superhéroes o…
-¡O nada! –exclamó mi prima-. Quiero jugar madres y bebés y como vosotros lleváis pañales, vosotros seréis los bebés y yo la mamá.
Como era su casa, me callé y acepté, preparándome para la humillación. Y es que mi prima nos hizo gatear como bebés, nos prohibió hablar e hizo como que nos daba la comida.
A Felicia parecía gustarle pero yo me sentía totalmente humillado. No se me veía el pañal (al menos no demasiado), pero me estaba tratando como a un bebé de verdad, como si fuese mucho más pequeño que ella cuando era justo lo contrario.
Intentado recordar durante todo el tiempo que solo se trataba de un juego, reprimí las lágrimas, pero no puede reprimir el pipí, y se me salió cuando mi prima de 5 años quiso ponerme a dormir la siesta. Así que ahí estaba yo: con un pañal mojado, obligado a ser el bebé de mi prima. Quise ponerme mi chupete pero no quería darle más motivos para que me tratara como a un bebé.
Hubo un momento en el que sí me negué en redondo a participar en el juego y fue cuando quiso hacer como que me cambiaba el pañal. Dijo que me había hecho pipí encima (lo cual era verdad pero ella no lo sabía) y tenía que cambiarme el pañal así que debía bajarme el pantalón para quedarme en pañales.
Le dije que ni por asomo iba a hacer eso. Mi prima insistió bastante, de hecho, temí que gritase o se cogiese un berrinche, pero finalmente, perdió el interés por ‘’cambiarme el pañal’’ y por el juego en general.
Mi prima pasaba de un juego a otro cada dos por tres y hacía con nosotros lo que quería. Felicia  y yo fuimos dos tigres de bengala, luego dos unicornios (a mí me hizo llevarla caballito mientras golpeaba con la palma de su mano mi pañal) y también jugó a que era peluquera e intentó hacernos diferentes peinados.
Laëtitia nos daba órdenes como si ella fuese la mayor, y la verdad es que yo llevando un pañal y estando mojado, no me sentía con fuerzas suficientes para contradecirla.
Me di cuenta que mi prima estaba acostumbrada a hacer lo que quisiese y que nadie salvo su madre podía hacerle cambiar de parecer. Era una marimandona pero no estaba consentida. Se atrevía a hacer todas esas cosas porque su madre no estaba delante. Yo estuve tentado más de una vez de ir a decirle a tía Marie si podía cambiarme, aunque solo fuese para alejarme un rato de Laëtitia, pero me daba mucha vergüenza pedírselo, aunque sabía que en cualquier momento vendría a preguntarme si necesitaba un cambio, y si palpaba mi pañal comprobaría que tenía pipí.
Laëtitia se cansó también de jugar a peluqueras y volvió a concentrarse en sus Pinypons. Yo aproveché para gatear hasta el sofá y sentarme encima a descansar un rato de la ardua tarea de estrechar lazos familiares. La verdad es que la amistad con mi prima me estaba matando. Me senté y noté que el pañal estaba más hinchado de lo que me había parecido en un primer momento, lo que significaba que me había hecho más pipí del que creía. Pensé que ojalá viniese mi tía a cambiarme, y conforme el pensamiento se materializó en mi cabeza, mi tía lo hizo en el salón.
-¿Cómo van mis niños? –preguntó con una sonrisa mientras se acercaba a nosotros-. ¿Quién necesita que le cambien el pañal?
Se acercó hasta Felicia y le paló el culete.
-Tú estás sequita que te he cambiado antes. ¿Y tú, Robin?
Se acercó a mí y antes de que pudiese contestar, puso una mano sobre mi entrepierna, palmeando mi pañal.
-Vaya, tú tienes pipí, ¿no? –me preguntó. Retóricamente, claro.
-Sí –contesté flojito.
-¿Por qué no me lo has dicho antes, cielo?
No supe qué decir así que me encogí de hombros y la miré inexpresivamente.
-Bueno, vamos a cambiarte ese pañalito para que puedas seguir jugando.
<<Tampoco hay prisa>>, pensé.
Me tendió la mano y me ayudó a levantarme. Luego fue hasta mi mochila y sacó uno de mis pañales. Le costó un poquito, pues sobre los pañales estaba el pijama, y sobre el pijama, Wile. Finalmente regresó con un pañal de cochecitos.
-Ven, te cambiamos en mi habitación –me volvió a tender la mano.
Yo se la di y ella me guió hasta la puerta por la que acaba de salir. La verdad es que me sentía un poquito reconfortado dándole la mano a tía Marie.
Resulta que esa puerta daba a su dormitorio. En él había una gran cama en el centro, un escritorio debajo de la ventana con un montón de papeles esparcidos, un gran armario que ocupaba casi la totalidad de una de las paredes y una cómoda a los pies de la cama con una televisión y algunas fotos.
-Siempre les pongo el pañal aquí a las niñas –me dijo cuando entramos, y cerró la puerta tras nosotros-. No tenemos cambiador así que las acuesto sobre mi cama. Nos viene bien porque los fines de semana siempre vemos aquí el programa ese de Disney Channel de vídeos graciosos antes de acostarnos. Yo hago comentarios y ellas se ríen mucho. Ya verás, tienes una tía muy bromista –me sonrió.
Yo le intenté devolver la sonrisa pero me quedé a medias.
-Bueno, túmbate.
Subí a la cama de mi tía y me recosté mirando al techo, en la posición de cambio de pañal. Estaba muy intranquilo. Que me cambien el pañal en una casa ajena y que no sea Mami quien lo hace no es precisamente lo más relajante del mundo. Intentaba controlar mi cuerpo pero este se movía inquieto sobre la colcha.
-Shh… Tranquilo, Robin –mi tía se acercó al borde de la cama y me pasó una mano por el pelo-. No es la primera vez que te cambio. Lo haré en un periquete y podrás volver a jugar con las primas.
Como podréis entender, esa perspectiva tampoco contribuyó a que me calmara.
Me agité, aún más inquieto y abrí y cerré varias veces la boca, balbuceando ininteligiblemente.
Tía Marie me entendió.
-¿Dónde tienes el chupete, cariño? –me preguntó inclinándose hacia mí apoyando las manos sobre sus piernas flexionadas.
Apartó una y me mesó el cabello.
Señalé el bolsillo izquierdo de mi pantalón. Tía Marie introdujo la mano dentro y sacó mi chupete sujetándolo por la tetina. Le sopló ligeramente para apartarle una pelusa que se le había quedado adherida y lo acercó hasta mi inquieta boquita. Erguí levemente mi cuello y prensé el chupete con mis labios.
Comencé a moverlo rápidamente.
Chupchupchuchupchupchupchupcupchupchupchupchupcupchupchupchupchupcupchup.
No sé si os ha cambiado el pañal alguna vez alguien que no fuera de vuestro círculo cercano, pero cuando a mí me pasa me pongo muy nervioso y empiezo a sentir mucha vergüenza, como si fuese de verdad un niño mayor abochornándose por aún tener que llevar pañales.
Al menos antes era así.
En este momento me sorprendo a mí mismo comportándome de manera tan dócil mientras tía Marie me baja el pantalón para descubrir el pañal; no emito ningún gemido incómodo ni sonido molesto. Simplemente me quedo quieto mientras me cambian el pañal, como si lo hiciese Mami o Elia.
Tía Marie es muy eficiente a la hora de cambiar pañales. Lo hace rápido pero con delicadeza, con movimientos suaves pero firmes. Ahora no es momento de cambiar un pañal con muchos mimos, pues tiene dos hijas pequeñas solas en el salón, pero estoy seguro de que en otras circunstancias, tía Marie podría cambiarme como Mami lo hace; dejando en cada cinta desabrochada, en el pañal ajustándose y en cada cinta volviéndose a abrochar, una ternura infinita como solo tienen las madres al cambiarle el pañal a sus hijos.
-He visto antes que tienes un peluche muy mono –me dice mientras me limpia.
-Sí –le contesto, porque es verdad.
-Es el Coyote de los Looney Tunes, ¿verdad?
-Sí –vuelvo a decir-. Se llama Wile –añado.
-Me ha llamado la atención una cosa –dice arrugando un poquito la frente.
Me puedo imaginar qué es pero aun así se lo pregunto.
-¿Qué? –y hago un chupeteo.
Antes de responder, tía Marie coge el pañal que va a ponerme y comienza a abrirlo.
-Que lleve pañales como tú –y me da un toquecito en la nariz.
-Es que se hace pipí –contesto-. Por eso Mami también le pone pañales.
-¿Y tú no se los pones también? –me pregunta mientras me pasa el pañal por el culete.
-No –le doy un chupeteo al chupete-. Yo no sé –otro chupeteo.
-¿Y no quieres aprender? –me pregunta con una sonrisa al dejarme caer el culete y pasarme el pañal por la entrepierna-. Así cuando esté mojadito no tendrá que esperar a que venga tu madre a cambiarle.
Nunca había pensado en ello. Quizá tía Marie tuviese razón. Si Wile era mi bebé tal vez debiese ser yo quien le cambie el pañal.
Tía Marie me ajusta el pañal a la cintura y me lo abrocha fuertemente con las cintas adhesivas.
-Ale –tía Marie se sacude las manos-. Ya está. Voy a tirar esto a la basura –coge el pañal hecho una bola que me ha quitado-. Tú puedes ir ya con tus primas.
Me bajo de la cama de un salto y me subo el pantalón para cubrirme el pañal. Salgo de la habitación de mi tía y ella me sigue, posando una mano sobre mi hombro en gesto protector.
-¿Ya le has cambiado al primo el pañal? –pregunta Laëtitia cuando nos ve aparecer. Su mirada se desvía hacia mi entrepierna acolchada.
Ella y Felicia están repantingadas en el sofá viendo la nueva versión de Las Supernenas. Yo me ruborizo ante el comentario de mi prima, y tía Marie debe de notarlo, pues me aprieta ligeramente el hombro y fulmina a su hija con la mirada
 -Sí –contesta con firmeza-. Igual que se lo cambio a Felicia o te lo pongo a ti para irte a la cama –puntualiza.
Ahora le toca ruborizarse a mi prima. Aparta la mirada de nosotros y la dirige de nuevo a la pantalla, en donde Las Supernenas están dándole para el pelo a Mojo Jojo.
Tía Marie se dirige a la cocina a deshacerse de mi pañal mojado no sin antes volver a apretarme el hombro. Yo lo interpreto como un gesto para reconfortarme y ando hasta el sofá con mis andares de pato provocados por estar recién cambiado. Cuando el pañal lleve más tiempo puesto y se amolde mejor ya no caminaré de forma tan pomposa.
Esto pasa siempre que te acaban de poner un pañal, no debería sorprenderos. De todas formas, siempre hago hincapié porque los andares torpes, parecidos a como si te acabases de bajar de un caballo, son un signo distintivo de que una persona lleva puesto un pañal.
Me subo al sofá y me siento educadamente en un extremo, tan alejado de mis primas como me es posible. Mantengo las piernas todo lo cerradas que puedo y miro la pantalla de la televisión con un nada fingido interés.
Cuando tía Marie regresa de la cocina y me ve, suelta una carcajada.
-No hace falta que te sientes como si estuvieras al lado del presidente –me dice-. Aunque cualquiera se merece más respeto que él, ¿verdad, Robin? –me guiña un ojo.
Yo sonrío tímidamente porque no sé qué decir. Si estuviera aquí Elia, seguro que comenzaba una diatriba sobre el presidente, sobre sus leyes y lo que haría con él, incluyendo dónde lo encerraría y con qué herramientas cortaría algunas partes de su cuerpo, pero yo no sé mucho de política ni de tortura medieval así que sonrío un poquito detrás de mi chupete.
-Os voy a traer ya la merienda –dice mi tía resueltamente.
-Vale –contesta Laëtitia sin apartar los ojos de la pantalla.
-¿Tú qué quieres, Robin? –giro la cabeza hacia ella-. Tengo fruta, yogures… Puedo prepararte un biberón, si quieres…
-Un biberón está bien… -contesto flojito, algo abochornado.
¿Qué más da? Llevo un pañal y el chupete, mis primas ya deben de saber cuan bebé soy.
-¡Yo también quiero bibe! –exclama Felicia, que tampoco aparta la vista de los dibujos animados.
-Vale, dos bibes –dice mi tía para sí misma-. ¿Tú también quieres un bibe, Laëtitia?
Mi prima ahora sí se pone muy roja.
-No –responde con firmeza-. Yo leche en un vaso.
Mi tía sale del salón y me quedo a solas con mis primas. Ellas no apartan la mirada del televisor, y a mí, aunque me gusta Las Supernenas, prefiero mil veces antes la serie original, así que me aburro un poco. Entonces caigo en que Wile sigue en mi mochila, solito y en una postura nada cómoda, ya que antes de venir a casa de tía Marie, Mami lo ha metido dentro a presión, como hace Elia con el árbol de navidad. Me levanto del sofá, ando torpemente (aunque menos que antes) hasta mi mochila y regreso con Wile entre mis bracitos.
Mis primas no hacen gesto alguno de haberla oído. Mis primas siguen absortas mirando la tele, pero Laëtitia me dirige de vez en cuando miradas lacónicas. Yo las advierto por el rabillo del ojo, pero trato de ignorarlas, mirando fijamente el televisor como si la serie de Las Supernenas fuese tan buena como la original.
Pero entonces me percato de que mi prima no me mira a mí, sino a Wile, a quien tengo sentado sobre mis rodillas como si fuese mi bebé.
-¿Ese es tu peluche? –me pregunta de repente.
Aparto la mirada de la televisión y asiento, asiendo fuertemente el chupete.
-¿Por qué lleva un pañal?
-Porque se hace pipí –contesto escuetamente.
-¿Tú también te haces pipí encima? ¿Por eso llevas pañales?
Para mi sorpresa, no me ruborizo ni lo más mínimo.
-Sí, y caca también –contesto con calma-. Por eso me tienen que poner pañales. Ya te lo he dicho antes. Me ponen pañales igual que a ti –añado.
-A mí solo me los ponen para dormir –me informa con cierto retintín-. Y yo solo me hago pipí.
-A veces le ponen uno también para estar en casa porque ella lo pide –salta Felicia de repente.
-¡Cállate, Felicia! –le grita Laëtitia, y le tira un cojín a la cara.
Felicia se lo aparta y sigue mirando la tele como si nada.
<<Vaya, vaya>>, pienso, ante el comentario de mi prima pequeña.
-¿También llevas pañales de día? –le pregunto a Laëtitia.
Mi prima pone la misma cara que el profesor de Inglés cuando nos reímos de su peluquín.
-Solo han sido unas pocas veces –se defiende, y aparta la vista para mirar una de las esquinas del salón-. Y era para jugar, no porque sea un bebé.
-Pero a la mamá sí le decías que te cogiese como un bebé y te diese el bibe.
-¡¡Cállate, Felicia!! ¡¡Eres tonta!! –y esta vez le tira lo primero que tiene a mano, que es un muñeco Ken, y le da a su hermana pequeña en un lado de la cara.
Felicia comienza a llorar desconsoladamente, dando unos alaridos como si la estuviesen torturando. Laëtitia sigue enfurruñada de brazos cruzados y mira la televisión con el rostro rojo de rabia.  Por suerte, tía Marie llega al momento.
-¿Qué es lo que pasa aquí? –pregunta mirándonos a los tres. Lleva en una mano uno de mis biberones y en la otra una tacita de entrenamiento.
-¡La hermana me ha tirado un juguete! –grita Felicia llevándose una mano al lugar en el que le ha impactado el Ken volador.
Tía Marie deja sobre la mesa el bibe y la taza y corre a comprobar que su hija pequeña no tiene ningún daño.
-¡Ella ha dicho que tú me pones pañales! –grita Laëtitia.
-¡Porque es verdad! –grita Felicia entre alarido y alarido.
Yo miro Las Supernenas fijamente y moviendo el chupete. En este momento la nueva versión me parece la mejor serie del mundo.
-¡De verdad! ¡La una y la otra! –exaspera tía Marie-. Tú no tenías que haberle tirado la nada a tu hermana, y tú, Felicia no tenías que haber dicho que lleva pañales. Vaya imagen le estáis dando a vuestro primo.
Muevo el chupete más rápido.
-¡Pero si es vedad que lleva pañales! –protesta Felicia.
-¡¡Mentirosa!! ¡¡CÁLLATE!! –Laëtitia hace ademán de tirarle ahora una Monster High.
-Basta, Felicia. Y tú suelta eso. YA.
Laëtitia deja la muñeca sobre el sofá de un golpe. Tía Marie la mira fulminantemente, y cuando se ha asegurado que va a estarse quieta, vuelve la cabeza hacia su hija pequeña, cuyo llanto es ahora un hipido continuo.
-No es verdad que Laëtitia lleve pañales como tal, Felicia. Solo los usa para dormir, y alguna vez, jugando –puntualiza- se lo he puesto para estar en casa. Pero jugando –repite-. No es que se haga pipí despierta.
-Eso he dicho –y vuelve a llorar cubriéndose el rostro con las manos.
-¿Has dicho eso? –le pregunta extrañada mirando a su hija y apartándole las manos de la cara. Parece que la trama se complica-. ¿Ha dicho eso, Robin?
Mierda.
Digo simplemente la verdad para ver si termina de una vez este momento tan incómodo
-Ha dicho que a veces te pedía que le pusieras un pañal y le dieses el biberón –contesto sin dejar de mirar la televisión.
Vuelvo a mover mi chupete.
-Pues eso es cierto, Laëtitia –le recrimina su madre.
Su hija no dice nada. Está completamente abochornada.
-Pero una cosa –tía Marie comienza a juntar las piezas que no encajan-. ¿Por qué has dicho eso? ¿Cómo habéis acabado hablando de cuando Laëtitia lleva o no lleva pañales? –pregunta mirándome a mí.
-Porque Laëtitia le ha preguntado al primo por qué su peluche llevaba pañales y luego si él también se hace pipí encima y el primo le ha dicho que sí igual que ella –dice Felicia.
Espérate que todavía me cae a mí algo.
Tía Marie me mira y pone los ojos en blanco, como el niño ese de Juego de Tronos, luego vuelven a su posición normal y me echa una mirada de ¿Qué quieres que haga con ellas?
Al final obliga a sus hijas a hacer las paces, y cuando estas se dan un escueto abrazo trae de la cocina una taza de leche con pajita para Laëtitia. A mí me da el biberón y a Felicia el vaso de entrenamiento, y los tres nos tomamos la merienda mirando la televisión. Tía Marie regresa a su dormitorio para seguir trabajando.
Me quité el chupete de la boca y lo dejé a mi lado para poder tomarme el biberón. Me llevé la tetina a la boca y empecé a chupar. La leche era como la que me tomaba en casa, y estaba rica y calentita.
Al rato, Laëtitia y Felicia volvieron a hablar entre ellas como si no hubiese pasado nada, como si la pelea de hace unos minutos no hubiese tenido lugar. Felicia apartaba los labios del pitorro de su vaso de entrenamiento, que es de Las Supernenas, por cierto, y le preguntaba a su hermana por cosas de la serie que no entendía. Y Laëtitia, como buena hermana mayor, se las explicaba entre sorbo y sorbo de su pajita.
Entonces me di cuenta de otra cosa.
Era el más bebé de los que nos encontrábamos en ese salón. Laëtitia bebía de una taza y no llevaba pañal, Felicia de un vaso de entrenamiento y llevaba un pañal, y yo tomaba la leche de un biberón, llevaba un pañal, mi chupete estaba a mi lado y mi peluche sobre mis piernas.
Me di cuenta de que era más bebé incluso que una niña de 3 años.
¿Cuántos años podría aparentar en ese instante? ¿1? ¿2? Era evidente que a 3 no llegaba, porque una niña de 3 años estaba sentada a mi lado y no tomaba de un biberón ni tenía su chupete a mano.
Pero eso no podía ser. Yo tenía 12 años. De acuerdo que era bajito y escuchimizado para mi edad, pero un año no aparentaba. Sin embargo, en ese momento, de las tres personas allí presentes, yo era la mayor y al mismo tiempo la más bebé.
Eso me hizo pensar otra cosa.
¿De verdad había elegido un mundo en el que vivir?
No podía negar que tenía 12 años y que cada vez cumpliría más. Eso es algo contra lo que no se podía luchar. Pero por otro lado, tampoco se podía negar que tenía más de uno, más de dos y más de tres rasgos distintivos de un bebé. ¿Era suficiente con elegir uno de los mundos? ¿Podría hacer esa elección negando la realidad? ¿Pueden Robin Starkley, el estudiante de 12 años y Robin, el bebé coexistir mutuamente?
Me rebullí inquieto en el sofá.
Todavía no había respondido a la pregunta de quién era yo.


*****


Cenamos pizza y patatas fritas. Tía Marie sostiene a Felicia sobre su regazo, muy parecido a como hace Mami conmigo y le va partiendo pequeños trocitos de una porción. Laëtitia y yo nos comemos nuestra porción en silencio. Mi tía intentaba que entre los dos se estableciera una conversación, pero a pesar de compartir varios rasgos de bebé, mi prima y yo éramos muy diferentes, y no me refiero solo a la edad.
-¿A qué ahora vais a querer que el primo venga todos los días? –preguntó tía Marie en uno de sus tanteos.
-Si comemos pizza, sí –contestó Laëtitia llevándose un trozo enorme a la boca e intentando metérselo todo a la vez.
Tía Marie pareció un poco decepcionada y siguió dándole la comida a su hija pequeña. A mí me había dejado tener el chupete y a Wile conmigo durante la comida, pero me era difícil masticar si tenía una tetina en la boca, así que había dejado mi chupete en el bolsillo. Sin embargo, Wile descansaba sobre mi regazo.
-¿Cuándo sabes si Wile tiene pipí? –me preguntó mi tía.
-Él me lo dice –contesté.
-Entonces se lo llevas a Mami para que lo cambie, ¿no?
-Sí.
-Mis peluches no llevan pañales –dijo Laëtitia.
El resto de la cena transcurrió en silencio. Yo seguía un poco cohibido, tanto por lo que había sucedido antes con todo el tema de la pelea de mis primas, como por estar en una casa ajena, y como, por supuesto, por llevar puesto un pañal.
Aunque parecía que a esto último me acostumbraba cada vez más y me daba memos pudor.
¿No os habéis fijado que al principio de esta historia siempre incidía en el hecho de llevar un pañal cuando estaba rodeado de gente? Ahora parece que cada vez me acostumbro más a llevarlo en público.
A mi pañal.
Mi pañal de bebé.
Cuando terminamos de cenar, mis primas se van a seguir viendo la televisión, y yo me quedo a ayudar a tía Marie a recoger la cocina.
-No hace falta, Robin –me dice por enésima vez.
-No pasa nada –contesto mientras vacío en el cubo de basura los bordes de la pizza que no se ha comido Laëtitia-. A Mami siempre le ayudo.
-¿Ah, sí?
-Bueno, a veces yo, y otras veces Elia.
-La palabra no es Ayudar, Robin –me dice mi tía-, sino compartir el trabajo.
-Eso, eso –contesto-. Nos turnamos la limpieza y la comida. Bueno, la comida yo aún no –digo mientras me inclino para colocar los platos en el lavavajillas.
-Se me hace tan extraño… -dice mi tía, pero deja la frase a medias.
Al erguirme la veo contemplándome con ternura.
-¿Qué pasa? –pregunto extrañado.
Mi tía sale de su ensimismamiento.
-Digo que se me hace raro verte con un pañal y ayudándome a limpiar la cocina.
Me doy cuenta de que al inclinarme he dejado entrever mi pañal por encima del pantalón. Me apresuro a tirar de la camiseta para ocultarlo.
-No, no –se apresura a decir mi tía-. No me malinterpretes. Es genial.
Al final tía Marie insiste tanto en que me vaya con mis primas y la deje a ella terminar de recoger la cocina que no me queda más remedio que obedecerla.
Llegó al salón con el chupete en la boca y asiendo a Wile bajo el brazo. Mis primas están tiradas en el suelo viendo la película de Disney Channel. 101 dálmatas. No es de mis favoritas, pero no está mal.
Me siento en el suelo apoyando la espalda en el sofá y flexiono las rodillas. Me siento un poco extraño aquí. Con mis primas no termino de encajar y mi tía no deja de ser una persona adulta. Tenía la esperanza de que al estar con gente de edad más cercana a la de un bebé, como mis primas, podría sentirme más cómodo, ya que desde que perdí a mis amigos me había sentido muy solo, pero no había sido así. Con mis primas no había hecho otra cosa que aburrirme o sentirme humillado. Laëtitia no era mala, solo traviesa. Y Felicia era demasiado pequeña aún.
De modo que me seguía sintiendo solo. Con los niños de mi edad ya no me llevaba y con los más pequeños tampoco.
¿Estaba destinado a no tener amigos el resto de mi vida? ¿Tendría que renunciar a una de mis partes para tener amigos que concordasen con la otra? ¿Dejar de ser un bebé para tener amigos mayores o viceversa?
Y de todas maneras, solo había una parte a la que podía renunciar voluntariamente, pues necesito llevar pañales.
<<Pipí y caca encima>>, pensé.
Y me puse el chupete en la boca.
Y entonces sentí un retortijón.
Oh, no.
Caca.
Me puse de pie y llevé la mano con la que no sujetaba a Wile a la parte trasera del pañal. Aún no me había salido la caca, pero no tardaría.
Iba a hacerme caca encima.
Oh, no. Aquí no.
Eso no. cualquier cosa menos eso.
Intenté comportarme como un chico mayor y controlar la caca, pero recordé que llevaba puesto un chupete, que aferraba un muñeco de peluche y que un pañal me rodeaba la cintura y me atravesaba la entrepierna.
Mi chupete. Comencé a moverlo más rápidamente.
Tenía que encontrar un sitio apropiado donde poder hacer caca. Y pronto.
Miré intranquilo a mi alrededor. La casa de tía Marie no es ni mucho menos tan grande como la de tía Gayle, pero no veía ningún rinconcito lo suficientemente escondido como para poder hacer caca sin  que se fijasen en mí ojos ajenos.
Para no llamar la atención de mis primas, que seguían mirando la pantalla en la que ahora Cruella de Vil conducía como una loca por una carretera nevada, gateé hasta detrás del sofá, con la esperanza de que fuese un buen sitio que me hiciera sentir seguro, pero había mucha distancia respecto la pared; no era ni mucho menos un rinconcito.
Otro retortijón.
Tenía que encontrar un sitio pronto.
<<Aguanta, Robin>>
Y entonces me fijé en una pequeña mesita que había al lado de la puerta de entrada. Era la típica mesa en la que uno deja el las llaves o el bolso al entrar en casa, y en efecto, tanto la cartera como las llaves de tía Marie estaban sobre ella. Tenía las patas muy finas y parecía muy endeble, pero era lo suficientemente alta como para poder ponerme en cuclillas debajo.
Otro retortijón.
 Gateé hacia ella lo más rápido que podía apoyándome en una mano, pues con la otra sujetaba a Wile. En cuando alcancé la mesa, me situé en cuclillas debajo de ella, aferrando a Wile entre mis brazos, y entonces la caca empezó a salir.
Me salía y se amontonaba en la parte trasera del pañal.
Comencé a chupar mi chupete muy intranquilo.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
No era el sitio más cobijado del mundo, pues desde mi posición, aún podía ver a mis primas mirando la tele, y si ellas se giraban me verían a mí totalmente, en cuclillas debajo de la mesa y haciéndome caca en el pañal. De modo que me giré para mirar hacia la pared.
Graso error, pues dejé parte de atrás de mi pañal al descubierto.
No sé si debió a que mis primas vieron directamente el pañal o al ruido que hacía con el chupete, pero el caso es que sentí su presencia detrás de mí, y al girarme me topé con sus caras, que me miraban fijamente. Felicia sujetaba un peluche de una tortuga de la misma manera que yo sujetaba a Wile.
Del susto, me sobresalté y me di con la cabecita en la mesa.
-¿Qué hacéis aquí? –pregunté aterrado.
Me estaba empezando a sentir muy mal. Estaba haciéndome caca y mis primas me miraban extrañadas, con sus ojos muy abiertos. ¿Es que nunca habían visto a un bebé hacer caca? ¿Cómo hacía caca Felicia?
-¿Qué estás haciendo tú? –me preguntó Laëtitia.
-Ca-caca –respondí llanamente, poniéndome morado.
Me llevé las manos al culito y pude sentir la caca dentro del pañal.
-¿Podéis dejarme solo, por favor? –pregunté con hilo de voz.
-Vámonos, Felicia –mi prima mayor cogió a su hermana pequeña del brazo y ambas regresaron frente al televisor.
-Yo siempre hago caca detrás del mueble de la habitación de mi madre –me dijo Felicia antes de dejarse arrastrar por su hermana.
Agaché la cabeza y continué haciendo caca. cada vez me sentía peor.
Lo sentía.
El llanto incontrolable a punto de invadirme.
Los ojos se me humedecieron. Apreté a Wile más fuerte y moví mi chupete más rápido.
<<Aguanta, Robin>>
Por fin sentí que había echado toda la caca.
Salí de debajo de la mesa torpemente, pues el pañal estaba lleno de caca y me era muy difícil andar con normalidad. Rápidamente, eché a andar hacia la cocina, para decirle a tía Marie que me cambiase, pues no tenía más remedio.
Odio tener caca en el pañal, ya lo sabéis.
En mi precipitación, tropecé y me caí de culo contra el suelo.
La caca que había dentro del pañal me pringó todo el culito.
Fue más de lo que pude soportar.
Me puse a llorar incontrolablemente y corrí hacia la cocina llamando a mi ti mientras me llevaba las manos al culo.
Durante el camino perdí el chupete y a Wile.
-¡¡TÍA MARIE!! ¡¡¡TÍA MARIE!!! –grité cuando entré-. ¡¡¡ME HE HECHO CACAAAA!!!
-y comencé a llorar.
Mi tía se quitó rápidamente los guantes de fregar y vino hacia mí.
-¿Te has hecho caca en el pañal?
-¡¡¡SÍIIIIII!!! ¡¡¡¡¡CAMBIÁMEEEE!!!!!
Mi tía se apresuró a cogerme en peso y llevarme hacia su dormitorio, por delante de mis dos primas, que me miraban estupefactas, como si no diesen crédito que un niño de 12 años se comportarse de esa manera.
Como un bebé.
Tía Marie me dejó sobre su cama y comencé a patalear al aire, sin poder controlarme.
Sin poder parar de llorar.
-¡Robin! –me intentaba calmar mi tía-. Está todo bien. No llores. ¿Y tu chupete? –se giró hacia sus hijas, que nos habían seguido hasta su cuarto-. Niñas, buscad el chupete del primo que le podamos cambiar el pañal –mis primas salieron y se volvió a girar hacia mí-. Ya está… Ya está Robin… Shhh…
Yo no podía controlarme. No dejaba de agitar mis extremidades y llorar.
Mis primas regresaron enseguida. Laëtitia traía mi chupete y Felicia a Wile.
-Aquí está –anunció Laëtitia sosteniéndolo en alto, como si fuese un trofeo.
-Gracias, cariño –cogió el chupete y lo puso con cuidado en mi boca.
Lo acepté y comencé a moverlo muy rápido.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-Ya está… Ya está… -mi tía me pasaba una mano por el pelo-. También está aquí tu peluchito –tía Marie sostenía a Wile delante de mí.
Wile.
Estiré los brazos hacia él, lo tomé y lo apreté contra mi pecho.
Chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup.
Poco a poco me fui tranquilizando y mi respiración volvió a su ritmo normal.
Mi tía me hacía caricias y mis primas me contemplaban con una mezcla de preocupación y asombro.
Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup…
-Creo que ya podemos cambiarle el pañal –dijo mi tía. Se cercioró de que estuviese lo suficientemente tranquilo y se dirigió a mi prima mayor-. Laëtitia, tráeme uno de los pañales del primo, por favor. Están en su mochilita.
Mi prima regresó con un pañal que no alcancé a ver de lo que era y se lo dio a mi tía.
-Vamos a cambiarte este pañalito –me dijo mi tía.
Mis primas se querían quedar a ver cómo me cambiaban el pañal, pero tía Marie las echó discretamente, luego volvió hacia mí, se inclinó, se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja y comenzó a cambiarme el pañal.
Me desabrochó las cintas adhesivas con cuidado y extendió el pañal. Lo extrajo levantando mis piernecitas y comenzó a limpiarme.
-Tienes unos pañales muy bonitos, ¿sabes?  -dijo-. Este que has traído de ositos con pañales es súper mono. Tienes mucha suerte de tener pañales tan cuquis.
Terminó de limpiarme, cerciorándose que de no quedaba ni rastro de caca en mi culito y extendió el pañal de ositos que le había traído mi prima.
Mientras me lo iba poniendo, al estar yo más tranquilo, recordé lo que acaba de decir mi tía y la conversación que había tenido con Mami al llegar.
-Tía Marie…
A mi tía se le iluminó la cara.
-Dime, Robin.
-¿Es verdad que trabajabas en Largue’s?
Mi tía mudo el gesto a una expresión de ligero pesar.
-Así es –dijo mientras me pasaba el pañal por el culito-. Cuando todavía se llamaba Modas Largue y era una empresa de ropa.
-¿Y qué es lo que pasó?
-Bueno –me ajustó el pañal al culete y me lo pasó por la entrepierna-, Karen largue despidió a un cuarto del personal, y luego esa junta de accionistas imbéciles corroboró su decisión –me ajustó el pañal a la cintura-. Al final acabó en la cárcel, pero no por eso, sino por asesinato. Y la verdad es que me extrañó, Karen Largue podía ser muchas cosas, pero estoy segura de que no era una asesina –dijo mientras me abrochaba las cintas.
Recuerdo cuando hace unos meses, las noticias sobre Karen Largue, su empresa y su hijo, que todavía llevaba pañales copaban todos los telediarios. Siempre quise conocer a Jackie Largue, pero después del incidente del Wallace Place, no había vuelto a hacer una aparición pública.  Todavía tengo grabada su imagen pataleando dentro de un carricoche, con docenas de reporteros, tirándose de su pantalón para conseguir la instantánea de su pañal.
-En cualquier caso –siguió, que parecía que le habían dado cuerda-, ahora parece que han suspendido la condena y va a quedar en libertad –hizo una bola con mi pañal sucio-. Solo los pobres van a la cárcel, me temo.
-Pero a lo mejor la van a soltar porque es inocente –dije yo, que no esperaba tía Marie me soltase esa chapa.
-Puede ser, ya te digo que no veo a Largue matando a nadie…
-A su hijo lo trataba como un bebé… -dije. Era lo único que me había llamado la atención de todas esas noticias.
-Sí, y ya sabemos que algunos niños son casi bebés, ¿verdad? –me dijo pellizcándome la nariz-. En cualquier caso, ¿qué sea buena madre la exime de todos las demás actos?
Me incorporé y tía Marie me subió los pantaloncitos.
-Quizá no, pero si es buena persona y no cometió esos asesinatos quizá no se merezca estar en la cárcel…
-Karen Largue tampoco es un modelo a seguir… -mi tía se me quedó mirando pensativamente. Yo chupaba mi chupete y aferraba a Wile debajo del brazo. Al final sonrió y ladeó la cabeza-. ¿Sabes, Robin? No solo eres un bebé precioso sino que además eres un niño encantador, y muy inteligente –añadió-. Vamos al salón, ya es hora de que las niñas se vayan a la cama. Tú te puedes quedar un rato más, si quieres.


*****


Mis primas seguían sorprendidas por mi reacción al hacerme caca encima, y no sé si fue por eso, pero no pusieron muchas pegas a la hora de irse a la cama antes que yo.
Todas las noches, tía Marie cambiaba de pañal a Felicia y le ponía uno a Laëtitia. Y después, las tres se iban a la cama de mi tía a ver un poco la televisión mientras ella le daba el biberón a su hija pequeña. Pero esa noche también estaba yo, y los cuatro no cabíamos en la cama de mi tía, de modo que balbuceé por lo bajo que no quería molestar y que viesen ellas tres solas la televisión. Mi tía dijo que ni hablar del peluquín y que esa noche cambiarían la cama por el sofá, para que pudiésemos estar los cuatro juntos.
Mi tía se llevó a sus hijas a su habitación para prepararlas para dormir, por lo que yo me senté con Wile sobre el sofá a esperar. Era el primer momento que tenía en soledad desde que había llegado a casa de mi tía, de manera que lo aproveché para relajarme un poquito. Me acosté boca arriba e hice bailar a Wile a los lados, cantando mentalmente:
-Ni gota ni gota, ni gota ni gota. Con el nuevo pañal –y aquí cambié la estrofa- Wile no se moja.
Luego lo abrazaba fuertemente contra mi pecho.
Cuando oí que la puerta de mi tía se abría, volví inmediatamente a adoptar una posición formal, aunque creo que Laëtitia se dio cuenta, que fue la primera en salir. Mi prima mayor llevaba un pijama de color azul clarito, y el pañal le abultaba un poquito en el pantalón. Felicia, por su parte, llevaba un pijama enterizo como el que me había traído Mami, chupaba un chupete y aferraba su tortuguita bajo un brazo.
-Ahora te toca a ti, Robin –me dijo mi tía mientras mis primas corrían hasta el sofá tanto como les permitían sus pañales. Laëtitia iba un poco cohibida-. Vamos, ven.
Me levanté y anduve hasta mi tía chupando el chupete, con Wile bien apretadito. Mientras, ella sacó mi mochilita el pijama.
-Vamos a prepararte para dormir –dijo.
Me llevó de la mano hasta su cuarto y me tumbó sobre la cama.
Le dije que no hacía falta, pero ella insistió en que quería ponerme el pijama, igual que a sus hijas.
Lo hizo delicadamente y con ternura. Me desvistió con mucho cuidado, y cuando estaba desnudito a excepción del pañal, me ayudó a entrar los bracitos y piernas por las mangas y patas del pijama. Luego cerró todos los botoncitos y me sacó cargándome en peso. Me dejó sobre el sofá, entre mis dos primas, y contempló a todos sus bebés con una sonrisa radiante.
-Bueno, ¿quién quiere bibe?
Felicia levantó la mano en el acto, y yo la seguí, aunque algo vacilante.
-Ya sabía yo que vosotros dos querríais –nos pellizcó la naricita a los dos-. Lo decía sobre todo por este tormento.
Tía Marie miró a su hija mayor y esta se puso roja.
-Está bien… -dijo muy flojito.
-Tres  biberoncitos para mis bebés –corroboró.
No tuvimos que esperar mucho. Tía Marie regresó enseguida con tres biberones de leche caliente. Nos tendió a cada uno el nuestro y comenzamos a tomárnoslo, menos Felicia, a quien mi tía tomó en su regazo y fue dándoselo poco a poco, igual que hace Mami conmigo. Mientras, en la tele, veíamos los cuatro el programa de caídas y golpes de Disney Channel, y nos reíamos más con los comentarios de mi tía, que con el programa en sí.
Cuando nos terminamos los biberones, tía Marie fue uno por uno, dándonos golpes en la espalda para que expulsáramos los gases. Tras varios eructos en sinfonía seguimos viendo el programa.
La primera en quedarse dormida fue Felicia. Tía Marie la izó con cuidado y la tomó en brazos.
-Vamos a cambiarte el pañalito y acostarte, preciosa –le dijo mientras se marchaba con ella.
Yo me quedé a solas con Felicia.
Era la primera vez que estábamos los dos solos.
Llevando ambos un pañal, claro.
-Es que Felicia siempre se hace pipí antes de dormir –me explicó mi prima.
Cuando yo llevo pañal todo el día, Mami también suele cambiarme antes de acostarme, porque sabe que suelo estar mojado.
-Pero cuando duerme también se lo hace –siguió.
Yo movía mi chupete mientras miraba la televisión, pero mi prima tenía la mirada fija en mí. Para romper ese incómodo silencio, dije lo primero que se me pasó por la mente.
-Todos nos hacemos pipí por la noche, por eso llevamos pañales.
-¿Tú peluche también? –me preguntó.
Y entonces me di cuenta de que estaba intentando retomar la conversación que se había quedado a medias por la tarde, justo antes de que el Ken volador se estrellase  en la cabeza de Felicia.
-Sí, por eso lleva pañales.
-¿Y cómo sabes que se ha hecho pipí?
Porque me lo imagino. Porque juego a que es mi bebé.
-Simplemente lo sé –contesto.
-Antes te he mentido.
-¿Qué? –digo, y aparto la mirada de la televisión extrañado y miro a mi prima.
Laëtitia está sentada con las piernas cruzadas sobre el sofá. Su pañal ahora se nota más.
-Que te he mentido. A mi llama de peluche antes también le ponía pañales. Los de Felicia de cuando era más pequeña. ¿Cómo se llama tu peluche?
-Como se llama de verdad: Wi…
-¿Coyote? –me interrumpió mi prima.
-No, no –aclaré-. El nombre completo es Wile E. Coyote. Yo lo llamo Wile.
-Aaah –mi prima parecía impresionada-. ¿Te gusta la serie Loonatics Unleashed?
-Sí, mucho –contesté.
Mi tía abrió la puerta de la otra habitación y le dijo muy flojito a Laëtitia:
-Ahora tú.
-Mañana seguimos –me dijo mi prima.
Se bajó de un salto y corrió hasta su madre, de manera torpe porque llevaba un pañal, y haciéndolo sonar junto a sus pisadas sobre la moqueta.
-Despacito y en silencio –le dijo mi tía, y la cogió en brazos.
Entró con ella en la habitación y cerró la puerta.
Me volví a quedar solo, pero no tenía ganas de jugar, de modo que me acurruqué con Wile y miré la televisión sin mucho interés. El programa de golpes y caías había terminado y ahora estaban dando una serie que no conocía sobre un conejo que vive en la selva.
La puerta de la habitación volvió a abrirse, esta vez muy poquito, y mi tía asomó por ella sonriendo de manera traviesa.
-Robin –me llamó flojito-. ¿Quieres ver a tus primas durmiendo? –y sin esperar respuesta dijo-: Ven.
Me levanté del sofá y anduve pomposamente hacia mi tía. Ella abrió un poquito más la puerta y entré en el cuarto.
Era la habitación de mis primas. En una estrecha cama dormía Laëtitia, y Felicia lo hacía en una cuna paralela. Mi prima pequeña abrazaba su tortuguita y movía el chupete al compás de su respiración.
¿De modo que ese era el aspecto que tenía yo chupando mi chupete?
Tía Marie besó en la frente a su hija pequeña y se giró para mirarme a mí y llevarse un dedo a los labios indicando silencio. Di marcha atrás a mis pasos y lentamente salí de la habitación, sin poder evitar que el pañal sonase. Tía Marie salió también y cerró la puerta con delicadeza.
-Conseguido –dijo muy flojito, y me ofreció su mano para que se la chocara.
Lo hice, muy flojito.
-Venga, y te toca a ti –y sin que me lo esperase ni pudiese hacer nada para evitarlo, mi tía me alzó en peso.
-De verdad, no es necesario… -dije yo un poco abochornado.
-¿Cómo qué no? –dijo mi tía fingiendo indignación- . En esta casa llevamos a todo el mundo a la cama en brazos –me dio unas palmaditas en el culete-. ¿Necesitas que te cambie?
-No. Estoy seco –contesté un poquito cohibido, pero mucho menos que cuando había llegado a esa casa.
-¿Sabes?, en realidad, es un lujazo que avises de cuando necesitas un cambio de pañal. Nos facilita mucho el trabajo.
Tía Marie fue conmigo hasta e salón y me dejó sobre el sofá.
-Dormirás aquí –me dijo-. Lo siento –añadió inmediatamente-, pero no tenemos más camas.
-No pasa nada –contesté.
Tía Marie abrió uno de los cajones de debajo del televisor y sacó una manta de franela. La remetió debajo los cojines del sofá y me cubrió con ella. Me puso uno de los cojines a modo de almohada y se quedó contemplándome pensativamente.
-Espera un momento. Se me acaba de ocurrir una idea.
Fue hasta la cocina y regresó con dos sillas. Las colocó con el respaldo pegado al sofá y me miró satisfecha de sí misma.
-Esto evitará que te caigas, como si fuera una cuna –dijo.
Y lo cierto es que así era. El respaldo de las sillas y el del propio sofá dibujaban una especie de barreras a los lados que hacían que no me pudiese caer.
-Estarás bien –dijo.
Saqué a Wile de debajo de la manta y coloqué a mi lado, estrechándolo contra mi pecho.
Mi tía me contempló con ternura, entrecerrando los ojos.
A mí se me escapó un balbuceo, que quedó un poco amortiguado por mi chupete.
Mi tía se inclinó hacia mi cabecita y me besó en la frente
-¿Sabes, Robin? –me dijo acariciándome el pelo-.Tienes las mejores partes de ser un bebé y las mejores de ser un niño. No cambies nunca.
Y tras apagar la luz, se marchó a su habitación me dejó sumido en la oscuridad.
Y en esa frase.