Tía Marie vive en una calle estrecha y
destartalada que va a parar a un descampado. En la entrada de la calle hay unos
cubos de basura pero parece que están de adorno, porque todos los desperdicios
se acumulan a su alrededor, en una especie de abrazo residual. La casa de mi
tía está en la los suburbios de Chicago; nosotros ya vivimos en los suburbios y
la casa de tía Marie está más alejada aún del centro, así que podemos decir que
mi tía vive en los suburbios de los suburbios.
No me gustan estas zonas, suelen estar
habitadas por personas más propensas a reírse de un niño de 12 años que lleva
pañales. Aunque bueno, en el pleno centro de la cuidad también hay gente muy
propensa a reírse de mí, como por ejemplo, el resto de mis primos.
Me empiezo a sentir más nervioso de lo que ya
estaba y me arrepiento de haber guardado el chupete en la mochila, junto con
mis pañales, el pijama, el biberón y Wile, pero no quería llegar a casa de tía
Marie con un aspecto muy de bebé.
Ya tengo suficiente con haber traído puesto
un pañal.
Mami detiene el coche delante de una casa con
la fachada desconchada. No tiene jardín, es solo una puerta tras una endeble
verja metálica y dos ventanas a los lados con rejas negras en diagonal. No se
ve parte de arriba, a excepción de una terraza sin barandilla de la que asoma
una vieja antena de televisión de cuando aún se usaba el analógico. Realmente
parece una casa muy vieja.
-El número 42. Aquí es –dice Mami.
Recojo la mochila de mis pies y salimos del
coche.
Nada más abrir la puerta me llega el hedor de
toda la basura en descomposición, pues los cubos no quedan lejos de la casa de
tía Marie. Mami sale también del coche y mira a su alrededor antes de cerrarlo.
La noto también inquieta.
Y yo necesito mi chupete.
No me puedo creer que vaya a pasar una noche
en casa de mi tía. Que ella me vaya a cambiar el pañal y darme el biberón. Voy
a pasar una noche sin Mami y sin Elia por primera vez en mi vida. Estaba tan
inquieto al salir de casa que Mami prefirió ponerme un pañal por si no podía
controlarme. También me dijo que ella confiaba en su hermana como confiaba en
Elia o en mí, pero lo cierto es que para mí no es más que una de las hermanas
de Mami a la que he visto en contadas veces en mi vida. Sí que es verdad que con
diferencia es la que mejor me cae, aunque eso tampoco es un gran mérito. Con no
dirigirme miradas condescendientes ni arrugar la nariz cada vez que me ve con
pañal o chupete es suficiente, y tía Marie no solo no hacía eso, sino que
también me defendió delante de mis primos y de sus propias hijas y además ya me
cuidó una vez, que yo recuerde: cuando me quedé en casa sin ir al cole y ella
me cambió el pañal.
Aun así, la perspectiva de pasar una noche
sin Mami y sin mi hermana no es nada halagüeña, y a eso le tenemos que añadir que las hijas de
mi tía son dos niñas pequeñas que se ríen de mí por llevar pañales.
Me llevo las manos al pañal, pero no parece
que me vaya a hacer pipí.
-Llama al timbre, Robin –me dice Mami con
apremio mirando a ambos lados de la calle.
Yo me apresuro a obedecer.
Ding-dong.
-Ya va –oigo enseguida la voz de mi tía.
La puerta se abre y ella aparece en el umbral,
sonriente.
-¡Hola! –saluda alegremente. Saca una llave
de su bolsillo ya abre el candado de la verja-. Venga, pasad. No estéis mucho
tiempo en la calle que se os va a pegar el olor de la basura.
En estos momentos me alegro de que Wile esté
a buen recaudo en mi mochila.
-Seguro que cuando salga no me voy a
encontrar con que al coche le faltan las ruedas? –pregunta Mami en broma.
Medio en broma.
-Considérate afortunada si aún queda algo del
coche cuando te vayas a ir –tía Marie ríe, y vuelve a cerrar el candado cuando
entramos en la morada-. No, ya en serio. Es mala zona pero aquí no suelen
robar. Esta calle solo tiene una salida y lo tendrían más complicado para huir.
Hace unos años, todavía no había nacido Felicia, a la vecina del 36 le robaron
todas las macetas que tenía en el alfeizar, pero ya está. No hay más robos
registrados en esta calle.
Al decir el nombre de mi prima, me fijo en
que hay una cabecita que nos observa desde una puerta entornada. Es la de mi
prima pequeña; aún no hay rastro de Laëtitia, que es la que me preocupa. Esa
niña tiene la capacidad de aparecer o decir las palabras menos oportunas en el
momento menos oportuno: cuando yo llevo un pañal en público.
Genial, tengo 12 años y tengo miedo de una
niña de 5.
Bueno, podemos verlo de esa manera o que soy
un bebé a la que una niña de 5 años le pone inquieto.
Sí, esto me gusta más.
La casa de mi tía parece mucho más acogedora
por dentro que por fuera. El salón está pintado con tonos pasteles, que invitan
a la tranquilidad, además de que todo el suelo está recubierto por una moqueta
beige y varios juguetes esparcidos sobre ella. El sofá, la mesa, el mobiliario
y la televisión también parecen nuevos, en contraposición con el exterior de la
vivienda.
Mami también se ha fijado.
-Nadie diría que la casa es tan mona si uno
mira la parte de fuera.
-¿A que sí? –dice tía Marie, satisfecha-. Eso
es justo lo que pretendía: que la casa pareciera tan destartalada que a nadie se
le ocurriese entrar a robar. Hasta subí a la terraza una vieja antena de televisión
para darle un aspecto más ruinosa.
-Pues funciona –corrobora Mami.
Yo me siento un poco cohibido. No tengo tanta
confianza con tía Marie como Mami, así que permanezco en silencio llevándome
las manos inconscientemente a la parte delantera del pantalón, donde abulta el
pañal, para intentar disimularlo un poco, aunque sé que no sirve para nada. No
solo porque el pañal es demasiado grande, sino porque voy a pasarme toda la
velada llevándolo y en algún momento tendrán que cambiarme. Pero estoy decidido
a retrasarlo lo máximo que pueda.
-Así que… –empieza tía Marie tras un silencio,
en el que supongo que ambas han estado mirándome-. Se queda esta noche conmigo.
-Hasta que desayune mañana –dice Mami-.
Vendré a recogerlo en cuanto me levante.
-No tengas prisa, mujer. Si quieres puedes
dejármelo aquí para comer también. El tiempo que quieras.
-No, no –Mami agradece el gesto pero niega
con la cabeza-. Con dos bebés aquí ya tienes bastante.
-De verdad que no me importa.
-Ya, ya lo sé… Pero… no quiero tampoco que te
pases el día cambiando pañales.
-Ya me paso el día cambiando pañales.
-Bueno, más pañales –especifica Mami.
Empiezo a enrojecer y a echar mucho, mucho de
menos mi chupete.
Y no solo el chupete, sino mi cama, mi
habitación y mi casa.
-En la mochila tiene todas las cosas –informa
Mami señalándome con una cabezada-. Ahora mismo lleva un pañal –tía Marie me
sonríe-. Normalmente él avisa cuando está mojado, sino cuando tú puedas le
echas un vistazo. El pañal que lleva es bueno y absorbe bastante.
-¿Qué pañales usa? –pregunta tía Marie.
Mami hace una pequeña pausa antes de contestar.
-Largue –y le dedica a su hermana una mirada
culpable-. Lo siento –dice Mami enseguida-. Es que los de bebé ya no le valen
y...
-No pasa nada –la corta tía Marie con un
ademán-. Cuando le cambié la otra vez no me fijé en la marca, pero suponía que
eran Largue…
-Es que no hay otros… -volvió a decir Mami
excusándose.
¿Excusándose de qué?
-Tranquila –tía Marie compone-. No vas a
dejar que se le salga el pipí por lo que pasó. Robin necesita llevar pañales.
Además, yo ya tengo un nuevo trabajo y estoy genial.
-Aun así que sepas que siempre me siento un
poquito culpable cuando voy a Largue… Como si te estuviera traicionando o algo…
-No pasa nada. De verdad que no –sonríe de nuevo-.
Además, ya le tiré un huevazo a Karen Largue en la cabeza así que en cierto
modo me he desquitado con ella. Y luego la vida la puso en su sitio –añadió con
dureza.
-El otro día dijeron en la televisión que
iban a ponerla en libertad…
-¿En serio? –tía Marie se encogió de
hombros-. Bueno, los ricos no pasan mucho tiempo en la cárcel… Además –hace un aspaviento con la mano-, todo
eso ya agua pasada, hay que centrarse en el presente. Y el presente es este
niño tan mono que tenemos aquí. ¿Algo más que deba saber?
-Sí –contesta Mami, aliviada de haber salido
del tema sin repercusiones-. Solo una cosa más. Un biberón antes de dormir.
-Igual que Felicia.
-Exacto.
Las dos ríen.
Yo todavía estoy algo anonadado ante el hecho
de que mi tía haya trabajo en Modas Large.
-Y no le dejas que se ponga el chupete en la
mesa –dice Mami
-Yo a Felicia sí que le dejo. A veces me
viene bien para que me coma mejor.
-Pues lo que quieras –Mami se ha rendido
demasiado pronto-.Tu casa, tus reglas.
-Vas a querer quedarte aquí, Robin –me dice
alegremente tía Marie.
Yo le sonrío tímidamente.
-Pues yo me marcho –dice Mami mirando su
reloj de muñeca-. Aún tengo que arreglarme y todo –viene hacia mí, se inclina y
me d aun fuerte achuchón-. No le des trabajo a la tía y haz todo lo que ella te
diga. Te quiero mucho, mucho, mucho muchito, mi bebé –me da varias palmaditas
en mi culete, haciendo sonar el pañal-. Pórtate muy bien y recuerda que Mami
estará por si pasa lo que sea. Mami siempre estará.
-Por dios, que no se va a la guerra, solo se queda
con su tía.
-Tú estarías igual si me dejaras a Laëtitia o
Felicia –le contesta Mami, todavía sin
soltarme.
-La verdad es que sí –admite tía Marie.
Mami se separa de mí lentamente y me da un
beso en la mejilla. Tiene lágrimas en los ojos.
Yo me siento de pronto muy triste y mis labios empiezan a temblar. No
quiero que Mami se vaya. Quiero quedarme con ella y me trate como un bebé.
Porque soy su bebé. Quiero que me ponga pañales y me los cambie, que me dé el
biberón y me ponga el chupete en la boca cuando estoy inquieto. Que me acune en
su regazo hasta quedarme dormido.
Quiero ser su bebé.
-Mi bebé, no llores –me dice Mami, aunque
ella también llora-. No llores que si no Mami se pone muy triste, ¿vale?
-Vale –logro decir.
Mis labios siguen temblando.
-Espera, que voy a ponerte el chupetito.
Mami abre mi mochilita que llevo colgada y
saca mi chupete.
-Aquí está –y me lo pone en la boca.
Yo lo chupo con anhelo.
Mami me abraza.
-Una estampa preciosa –dice mi tía-. De
verdad que va a estar bien, hermana. No te preocupes.
-Ya lo sé… -Mami vuelve a abrazarme-. Es solo
que… Mi bebé…
-Tu bebé va a estar muy bien aquí, con mis
bebés.
Mami me suelta y corre a abrazar a su
hermana.
-Te quiero tanto, Marie. Gracias por todo.
-Yo también te quiero. Y no me las des. Yo
quiero mucho a Robin y estoy encantado de cuidarle.
-Y yo a Laëtitia y Felicia. Si alguna vez
necesitas dejármelas por lo que sea…
-Te tomo la palabra. Y ahora largo.
Mami se suelta y mi tía le abre la puerta.
-Has tenido suerte. Tu coche está entero.
-Pues me voy antes de que le quiten el chasis
–Mami va hasta el umbral y se queda parada debajo del marco de la puerta. Se
gira y me mira por última antes de irse-. Te quiero, bebé.
Yo le digo adiós con la manita.
-Ay, ¿no ves lo mono que es? –Mami da una
palmada y me señala con ambas manos.
-Estoy a punto de soltarte a los perros.
-Me voy, me voy –Mami ríe-. Nos vemos mañana.
-Hasta mañana, hermana –mi tía cierra la
puerta y echa todos los pestillos. Entonces se gira hacia mí y me ve en medio
del salón, inmóvil, chupando mi chupete y llevándome las manos al pañal-. Es
broma, no tengo perros –dice.
Como no sé qué decir, sigo chupando el
chupete mirando al suelo. Tía Marie se pasa las manos por la cabeza.
-Tengo cosas que hacer de la oficina. Voy a
decirles a tus primas que vengan,¿ vale? Así podréis jugar juntos. Podéis estar
en el salón... ¡Laëtitia, ven aquí! ¡Y tráete a tu hermana!
Me rebullo inquieto y tía Marie se percata.
-No te preocupes, Robin –dice poniéndose en
cuclillas y quedándose a mi altura-. Estás un poco nervioso porque no las conoces
mucho… y la experiencia tampoco ha sido la mejor –admite poniendo cara de
circunstancias-. Pero seguro que
enseguida os vais a llevar muy bien… ¿tienes pipí? ¿Estás mojadito? –me
pregunta palpándome la zona del pañal de cubre mi culete.
-No… -contesto flojito.
-Si te haces pipí, dímelo enseguida, ¿vale? A
mí no me importa cambiarte el pañal las veces que hagan falta. Aquí cambiamos
muchos pañales al día, ¿sabes?
-¿Si? –pregunto con curiosidad.
-¡Claro que sí! –exclama tía Marie, contenta
por mi repentino interés en algo que no sean las puntas de mis zapatos-.
Felicia lleva siempre pañales y a Laëtitia se lo pongo también para dormir. ¡Aquí
vas a estar entre pañales! –y ríe.
Yo sonrío un poco.
Estar entre pañales es mejor que estar entre
niños de mi edad que se meten conmigo.
-¡Pero bueno! ¿Dónde se han metido estas
niñas? ¡Laëtitia! ¡Felicia!
-Ya vamos –contesta la voz de prima la mayor.
Una de las puertas del final del salón se
abre y de ella salen mis dos primas. Laëtitia camina detrás de Felicia, que
anda torpe a casusa de su edad y del pañal y va pintada de manera parecida a un
payaso.
No llevaba la cara así cuando estaba asomada
detrás de la puerta.
-¿Qué estabais haciendo el baño? –pregunta
tía Marie, y se fija en la cara de su hija pequeña-. ¿Qué le has hecho a tu
hermana, Laëtitia?
-Ha sido ella. Quería ser como el payaso de It.
-No mientas. Tu hermana no sabe quién es el
payaso de It. Y tú tampoco deberías
saberlo… ¿Cómo conoces tú a ese payaso?
-Cuando me quedé en casa de Laura, su hermano
mayor nos la puso un rato.
Mi tía bufa.
-Ya hablaré yo con la madre de Laura. Ven.
Felicia, que vamos a quitarte el maquillaje ese de la cara –coge a su hija
pequeña en brazos, y el pañal de esta se deja ver por encima del pantalón. Tú
quédate aquí con el primo y enséñale tus juguetes.
Me siento un poco avergonzado de que mi tía
piense que con 12 años quiero jugar con los juguetes de una niña de 5, pero lo
cierto es que no la culpo. Llevo un pañal y estoy chupando un chupete, y ella
sabe que tiene que darme un biberón antes de acostarme, así que la imagen que
tiene de mí en su cabeza es la de un niño pequeño, la de un bebé.
Y tampoco puedo culparla.
Tía Marie sale del salón con Felicia no sin
antes guiñarme un ojo de manera cómplice. Yo me quedo solo con Laëtitia.
La miro y veo que tiene su vista fija en mí, sobre todo en el bulto que
describe el pañal, y aparto la mirada enseguida.
Se nota la tensión en el ambiente.
Una niña de 5 años mira a un niño de 12 que lleva pañales. Y que también usa
chupete y toma biberón. Estoy seguro de que sabe eso también.
Yo estoy ya contando en mi cabeza
las horas que faltan para irme de aquí.
No quiero estar aquí con un
pañal. Quiero estar en mi casa con un pañal.
Prefiero estar aquí con pañal que
delante de mis amigos con pañal.
La palabra resuena en mi cabeza
todo el rato.
Pañal. Pañal.
Llevas un pañal.
No quiero estar en silencio
durante todo el rato. Tengo que decir algo. Intento olvidar de que llevo un
pañal (Pañal. Pañal. Llevas un pañal) y me dispongo a romper el hielo.
-¿Quieres jugar a alg…? –decimos
mi prima y yo al unísono.
Nos sonrojamos al unísono.
-Tu primero –decimos a la vez de
nuevo.
Apartamos la mirada el uno del
otro.
-Empieza tú –digo.
Mi prima está también un poco
cohibida pero habla.
-Decía que si quieres jugar a
algo…
-Sí, claro… -le contesto sin
mirarla a los ojos.
Ella mira pañal de nuevo. Esta
vez fugazmente.
-¿A qué quieres jugar? –me
pregunta.
-Me da igual –contesto flojito, y
me guardo el chupete en el bolsillo.
Estoy aún algo cortado pero digo
la verdad. No he traído ninguno de mis juguetes a excepción de Wile, así que
tendré que jugar a lo que quiera ella.
-Tengo aquí Pinypons
–contesta cogiendo algunas del suelo-. ¿Quieres jugar a Pinypon?
No me gusta Pinypon.
-Vale –contesto. Y me acerco
hacia ella.
Cuando doy un paso, mi pañal
suena. Me vuelvo a quedar inmóvil en el acto. Me siento enrojecer, pero no
puedo quedarme allí plantado todo la tarde, de modo que sigo andando hasta mi
prima. Cada paso es una humillación. Cada ruido que hace el pañal al rozarse
con mi cuerpo o con mi ropa me recuerda que soy un niño de 12 años llevando
pañales delante de una niña de 5 que ya no usa.
Los dos metros que nos separan me
parecen dos kilómetros, pero llego a su lado. Entonces mi prima se aleja y
corre hasta el sofá. Ante la perspectiva de tener que volver a moverme, me
pongo inquieto, pero mi prima, tras rebuscar debajo del sofá un poco, vuelve
con una caja llena de juguetes y la vuelca sobre la moqueta.
Se deja caer en el suelo y
comienza a rebuscar entre ellos.
-Venga, siéntate –me dice.
Me siento y al hacerlo tengo que
tirar de la camiseta hacia abajo, pues la parte de arriba del pañal se ha
quedado descubierta.
No me gusta que se me vea el
pañal.
Mi prima vuelve a mirar mi pañal
con el rabillo del ojo.
-¿Yo quién soy? –pregunto sosteniendo
un par de Pinypons.
-Elige uno –contesta mi prima
mientras intenta meter un Pinypon en
un coche.
Miro el montón de Pinypons que nos separa, una pequeña
montaña entre dos gigantes.
Mi prima y yo somos los gigantes.
Un gigante bebé. Qué gracia.
Elijo un Pinypon con una camiseta azul claro, como la que traigo puesta. Le
pongo un pelo rojo porque no he encontrado ninguno castaño.
-Ya –digo.
-Elije un nombre –me dice mi
prima.
-Umm… Chris –digo el primer
nombre que se me pasa por la cabeza.
La camiseta ha vuelto a
levantarse por la parte de atrás, mostrando mi pañal, así que vuelvo a tirar de
ella hacia abajo. Esta vez parece que mi prima no se ha dado cuenta.
-Pues yo soy la dueña de la casa
–dice mi prima-. Y voy en mi coche a hacer la compra.
¿Hacer la compra? ¿Qué emoción
tiene eso? ¿Dónde están los dragones y los trolls en este juego? ¿Dónde están
los superhéroes?
En ningún sitio.
Odio los juegos de niñas.
Si Elia estuviese aquí me diría
que no existen los juegos de niños ni los juegos de niñas, que todos son juegos
y que cada uno o cada una puede jugar con lo que le dé la gana.
Mientras tanto mi prima mueve el
coche por la moqueta y cuando llega hasta un punto aleatorio, saca al Pinypon y lo hace andar sobre la
moqueta.
-¿Yo qué hago? –pregunto.
-Tú puedes ser el vendedor.
-Umm… Vale.
-Quiero comprar lechugas.
-Umm… Tres dólares.
-¿¿¿Tres dólares unas lechugas???
-¡No sé lo que valen las lechugas!
–protesto.
-¿Eres vendedor y no sabes lo que
valen las lechugas?
-¡Es que no soy vendedor!
-¿Entonces qué haces en una tienda
de lechugas? –pregunta mi prima balanceando su Pinypon.
Ah, vale. Que está jugando.
-Esto… Soy el sustituto
–contesto.
Miro la montaña de juguetes pero
mi prima no tiene ningún dragón ni nada que se le parezca
-¿Dónde está el vendedor de
siempre?
-Eeeeh… Se ha muerto.
-¿Cuándo es el entierro?
-Mañana.
-¿Y no vas a ir?
-Primero tengo que vender estas
lechugas.
-A tres dólares pocas lechugas
vas a vender.
-Vale, pues dame lo que quieras.
-Te doy cincuenta centavos.
-Vale.
-Así no vas a ganar dinero.
-Me da igual, no es mi tienda.
¿Por qué no me pega alguien un
tiro en la cabeza?
-Y entonces después de comprar
las lechugas, me monto en el coche para ir a buscar a mi hija al colegio.
-¿Y yo qué hago?
-Ahora puede ser mi marido, que me
espera en casa haciendo la comida. Coge la casa esa de ahí –dice mi prima
señalando al sofá, donde a los pies hay una pequeña casa de plástico sin
tejado.
Me estiro hacia ella, olvidando
que llevo un pañal y la parte de arriba queda totalmente al descubierto cuando
el doy la espalda a mi prima. Me vuelvo con la casa de juguete y totalmente rojo,
pues mi prima me ha visto perfectamente el pañal.
-Aquí está la casa –digo muy flojito,
tendiéndosela.
Mi prima no la coge.
-¿Por qué llevas un pañal? –me
pregunta.
Bajo la cabeza.
-Porque me hago pipí encima
–contesto flojito.
No sé me ocurre ninguna razón
para mentir. Aparte, ¿para qué sirve un pañal sino?
-¿Y caca también?
-Caca también.
Levanto la cabeza, que parece un
tomate y miro a mi prima, como retándole a que se ría, pero ni por asomo parece
que vaya a hacerlo. Su expresión es más bien curiosa, como si verdaderamente
quisiese saber por qué un niño de 12 años lleva pañales, pero sin rastro de
mofa o burla.
-¿Y te cambian?
-Sí, mi Mami y mi hermana me
cambian el pañal.
-¿Y para el cole también llevas
pañales? ¿No te dicen nada los otros niños?
Un trocito se mi interior se
rompe al oír eso. Mis amigos… Los que yo creía mis amigos… No tengo amigos…
-Al cole no los llevo –respondo
reprimiendo unas lágrimas.
-Jo, qué suerte. ¿Y no te haces
pipí?
-Hago en el váter cuando estoy en
el cole.
-¿Y por qué no lo haces también
en casa?
-Porque en casa solo llevo por si
se me escapa.
-¿Y si se te escapa en el cole?
-Me moriría –respondo secamente.
Silencio.
-Tú también llevas pañales –le
digo. No es una pregunta.
-Solo para dormir –contesta ella,
sonrojándose-. Felicia sí que los lleva todo el día.
-¿Te gusta llevarlos? –pregunto
lo primero que me viene a la cabeza.
Mi prima se encoge de hombros.
-No está mal.
Silencio de nuevo.
En ese momento una de las puertas del salón se
abre y regresa tía Marie, con Felicia en brazos, que tiene la cara ya limpia.
-Uy, qué silencio –dice al
entrar-. He tenido que cambiar a Felicia que llevaba pipí. ¿A qué jugáis?
–pregunta mientras deja a mi prima a nuestro lado, que inmediatamente gatea
hasta la montaña de juguetes.
-Hablábamos de pañales –contesta
mi prima.
-Aaah –tía Marie no sabe qué
decir. La respuesta de Laëtitia la ha dejado sin palabras-. Tendréis mucho de
qué hablar, entonces. Te dejo aquí a tu hermana, procura que se integre en el
juego y no le pintes la cara.
Tía Marie salió del salón por
otra puerta diferente a la que había entrado y nos dejó allí a los tres. Yo
estaba casi más cortado que antes, Felicia jugaba con la figura de un perrito
de la Patrulla Canina de las que
regalan con las bolsas de patatas y Laëtitia nos miraba con cierta apatía.
-¿Se-seguimos jugando? –pregunté
por decir algo.
-No –contestó Laëtitia-. Ya me he
cansado de los Pinypons. Vamos a
jugar pero sin ellos, haciendo nosotros de los personajes.
-Está bien… -dije algo
decepcionado, pues eso implicaba moverse más, y moverse más implicaba que mi
pañal quedase más expuesto.
-Yo sigo siendo la señora de la
casa –mi prima se puso de pie-. Felicia puede ser mi hija… y tú…
-Yo puedo ser el marido –propuse
con desgana.
-No puedes ser el marido –me replicó
enseguida mi prima.
-¿Por qué no?
-Porque los maridos no llevan
pañales –contestó sabiamente.
-¿Entonces de quién hago?
–pregunté temiendo la respuesta.
-Pues del bebé –dijo como si
fuese lo más obvio del mundo.
-Yo no quiero ser el bebé.
-Pues el marido no puedes ser
porque llevas un pañal.
-Tú también llevas pañal
–protesté.
-Pero no ahora. Ahora tú llevas
pañal, y Felicia también. Así que vosotros sois los bebés y yo vuestra madre.
-Podemos jugar a otra cosa
–sugerí-. A superhéroes o…
-¡O nada! –exclamó mi prima-.
Quiero jugar madres y bebés y como vosotros lleváis pañales, vosotros seréis
los bebés y yo la mamá.
Como era su casa, me callé y acepté,
preparándome para la humillación. Y es que mi prima nos hizo gatear como bebés,
nos prohibió hablar e hizo como que nos daba la comida.
A Felicia parecía gustarle pero yo
me sentía totalmente humillado. No se me veía el pañal (al menos no demasiado),
pero me estaba tratando como a un bebé de verdad, como si fuese mucho más pequeño
que ella cuando era justo lo contrario.
Intentado recordar durante todo
el tiempo que solo se trataba de un juego, reprimí las lágrimas, pero no puede
reprimir el pipí, y se me salió cuando mi prima de 5 años quiso ponerme a
dormir la siesta. Así que ahí estaba yo: con un pañal mojado, obligado a ser el
bebé de mi prima. Quise ponerme mi chupete pero no quería darle más motivos
para que me tratara como a un bebé.
Hubo un momento en el que sí me
negué en redondo a participar en el juego y fue cuando quiso hacer como que me
cambiaba el pañal. Dijo que me había hecho pipí encima (lo cual era verdad pero
ella no lo sabía) y tenía que cambiarme el pañal así que debía bajarme el
pantalón para quedarme en pañales.
Le dije que ni por asomo iba a
hacer eso. Mi prima insistió bastante, de hecho, temí que gritase o se cogiese
un berrinche, pero finalmente, perdió el interés por ‘’cambiarme el pañal’’ y
por el juego en general.
Mi prima pasaba de un juego a
otro cada dos por tres y hacía con nosotros lo que quería. Felicia y yo fuimos dos tigres de bengala, luego dos
unicornios (a mí me hizo llevarla caballito mientras golpeaba con la palma de
su mano mi pañal) y también jugó a que era peluquera e intentó hacernos diferentes
peinados.
Laëtitia nos daba órdenes como si
ella fuese la mayor, y la verdad es que yo llevando un pañal y estando mojado,
no me sentía con fuerzas suficientes para contradecirla.
Me di cuenta que mi prima estaba
acostumbrada a hacer lo que quisiese y que nadie salvo su madre podía hacerle
cambiar de parecer. Era una marimandona pero no estaba consentida. Se atrevía a
hacer todas esas cosas porque su madre no estaba delante. Yo estuve tentado más
de una vez de ir a decirle a tía Marie si podía cambiarme, aunque solo fuese para
alejarme un rato de Laëtitia, pero me daba mucha vergüenza pedírselo, aunque sabía
que en cualquier momento vendría a preguntarme si necesitaba un cambio, y si
palpaba mi pañal comprobaría que tenía pipí.
Laëtitia se cansó también de
jugar a peluqueras y volvió a concentrarse en sus Pinypons. Yo aproveché para gatear hasta el sofá y sentarme encima
a descansar un rato de la ardua tarea de estrechar lazos familiares. La verdad
es que la amistad con mi prima me estaba matando. Me senté y noté que el pañal
estaba más hinchado de lo que me había parecido en un primer momento, lo que
significaba que me había hecho más pipí del que creía. Pensé que ojalá viniese
mi tía a cambiarme, y conforme el pensamiento se materializó en mi cabeza, mi
tía lo hizo en el salón.
-¿Cómo van mis niños? –preguntó
con una sonrisa mientras se acercaba a nosotros-. ¿Quién necesita que le
cambien el pañal?
Se acercó hasta Felicia y le paló
el culete.
-Tú estás sequita que te he
cambiado antes. ¿Y tú, Robin?
Se acercó a mí y antes de que
pudiese contestar, puso una mano sobre mi entrepierna, palmeando mi pañal.
-Vaya, tú tienes pipí, ¿no? –me
preguntó. Retóricamente, claro.
-Sí –contesté flojito.
-¿Por qué no me lo has dicho antes,
cielo?
No supe qué decir así que me
encogí de hombros y la miré inexpresivamente.
-Bueno, vamos a cambiarte ese
pañalito para que puedas seguir jugando.
<<Tampoco hay prisa>>,
pensé.
Me tendió la mano y me ayudó a levantarme.
Luego fue hasta mi mochila y sacó uno de mis pañales. Le costó un poquito, pues
sobre los pañales estaba el pijama, y sobre el pijama, Wile. Finalmente regresó
con un pañal de cochecitos.
-Ven, te cambiamos en mi
habitación –me volvió a tender la mano.
Yo se la di y ella me guió hasta
la puerta por la que acaba de salir. La verdad es que me sentía un poquito
reconfortado dándole la mano a tía Marie.
Resulta que esa puerta daba a su
dormitorio. En él había una gran cama en el centro, un escritorio debajo de la
ventana con un montón de papeles esparcidos, un gran armario que ocupaba casi
la totalidad de una de las paredes y una cómoda a los pies de la cama con una
televisión y algunas fotos.
-Siempre les pongo el pañal aquí
a las niñas –me dijo cuando entramos, y cerró la puerta tras nosotros-. No
tenemos cambiador así que las acuesto sobre mi cama. Nos viene bien porque los
fines de semana siempre vemos aquí el programa ese de Disney Channel de vídeos graciosos antes de acostarnos. Yo hago
comentarios y ellas se ríen mucho. Ya verás, tienes una tía muy bromista –me
sonrió.
Yo le intenté devolver la sonrisa
pero me quedé a medias.
-Bueno, túmbate.
Subí a la cama de mi tía y me
recosté mirando al techo, en la posición de cambio de pañal. Estaba muy intranquilo.
Que me cambien el pañal en una casa ajena y que no sea Mami quien lo hace no es
precisamente lo más relajante del mundo. Intentaba controlar mi cuerpo pero este
se movía inquieto sobre la colcha.
-Shh… Tranquilo, Robin –mi tía se
acercó al borde de la cama y me pasó una mano por el pelo-. No es la primera
vez que te cambio. Lo haré en un periquete y podrás volver a jugar con las
primas.
Como podréis entender, esa
perspectiva tampoco contribuyó a que me calmara.
Me agité, aún más inquieto y abrí
y cerré varias veces la boca, balbuceando ininteligiblemente.
Tía Marie me entendió.
-¿Dónde tienes el chupete,
cariño? –me preguntó inclinándose hacia mí apoyando las manos sobre sus piernas
flexionadas.
Apartó una y me mesó el cabello.
Señalé el bolsillo izquierdo de
mi pantalón. Tía Marie introdujo la mano dentro y sacó mi chupete sujetándolo
por la tetina. Le sopló ligeramente para apartarle una pelusa que se le había
quedado adherida y lo acercó hasta mi inquieta boquita. Erguí levemente mi
cuello y prensé el chupete con mis labios.
Comencé a moverlo rápidamente.
Chupchupchuchupchupchupchupcupchupchupchupchupcupchupchupchupchupcupchup.
No sé si os ha cambiado el pañal alguna
vez alguien que no fuera de vuestro círculo cercano, pero cuando a mí me pasa me
pongo muy nervioso y empiezo a sentir mucha vergüenza, como si fuese de verdad
un niño mayor abochornándose por aún tener que llevar pañales.
Al menos antes era así.
En este momento me sorprendo a mí
mismo comportándome de manera tan dócil mientras tía Marie me baja el pantalón para
descubrir el pañal; no emito ningún gemido incómodo ni sonido molesto.
Simplemente me quedo quieto mientras me cambian el pañal, como si lo hiciese
Mami o Elia.
Tía Marie es muy eficiente a la
hora de cambiar pañales. Lo hace rápido pero con delicadeza, con movimientos suaves
pero firmes. Ahora no es momento de cambiar un pañal con muchos mimos, pues
tiene dos hijas pequeñas solas en el salón, pero estoy seguro de que en otras
circunstancias, tía Marie podría cambiarme como Mami lo hace; dejando en cada
cinta desabrochada, en el pañal ajustándose y en cada cinta volviéndose a
abrochar, una ternura infinita como solo tienen las madres al cambiarle el
pañal a sus hijos.
-He visto antes que tienes un
peluche muy mono –me dice mientras me limpia.
-Sí –le contesto, porque es
verdad.
-Es el Coyote de los Looney Tunes, ¿verdad?
-Sí –vuelvo a decir-. Se llama
Wile –añado.
-Me ha llamado la atención una
cosa –dice arrugando un poquito la frente.
Me puedo imaginar qué es pero aun
así se lo pregunto.
-¿Qué? –y hago un chupeteo.
Antes de responder, tía Marie
coge el pañal que va a ponerme y comienza a abrirlo.
-Que lleve pañales como tú –y me
da un toquecito en la nariz.
-Es que se hace pipí –contesto-.
Por eso Mami también le pone pañales.
-¿Y tú no se los pones también?
–me pregunta mientras me pasa el pañal por el culete.
-No –le doy un chupeteo al
chupete-. Yo no sé –otro chupeteo.
-¿Y no quieres aprender? –me
pregunta con una sonrisa al dejarme caer el culete y pasarme el pañal por la
entrepierna-. Así cuando esté mojadito no tendrá que esperar a que venga tu
madre a cambiarle.
Nunca había pensado en ello.
Quizá tía Marie tuviese razón. Si Wile era mi bebé tal vez debiese ser yo quien
le cambie el pañal.
Tía Marie me ajusta el pañal a la
cintura y me lo abrocha fuertemente con las cintas adhesivas.
-Ale –tía Marie se sacude las
manos-. Ya está. Voy a tirar esto a la basura –coge el pañal hecho una bola que
me ha quitado-. Tú puedes ir ya con tus primas.
Me bajo de la cama de un salto y
me subo el pantalón para cubrirme el pañal. Salgo de la habitación de mi tía y
ella me sigue, posando una mano sobre mi hombro en gesto protector.
-¿Ya le has cambiado al primo el
pañal? –pregunta Laëtitia cuando nos ve aparecer. Su mirada se desvía hacia mi
entrepierna acolchada.
Ella y Felicia están
repantingadas en el sofá viendo la nueva versión de Las Supernenas. Yo me ruborizo ante el comentario de mi prima, y
tía Marie debe de notarlo, pues me aprieta ligeramente el hombro y fulmina a su
hija con la mirada
-Sí –contesta con firmeza-. Igual que se lo
cambio a Felicia o te lo pongo a ti para irte a la cama –puntualiza.
Ahora le toca ruborizarse a mi
prima. Aparta la mirada de nosotros y la dirige de nuevo a la pantalla, en
donde Las Supernenas están dándole para el pelo a Mojo Jojo.
Tía Marie se dirige a la cocina a
deshacerse de mi pañal mojado no sin antes volver a apretarme el hombro. Yo lo
interpreto como un gesto para reconfortarme y ando hasta el sofá con mis
andares de pato provocados por estar recién cambiado. Cuando el pañal lleve más
tiempo puesto y se amolde mejor ya no caminaré de forma tan pomposa.
Esto pasa siempre que te acaban
de poner un pañal, no debería sorprenderos. De todas formas, siempre hago
hincapié porque los andares torpes, parecidos a como si te acabases de bajar de
un caballo, son un signo distintivo de que una persona lleva puesto un pañal.
Me subo al sofá y me siento educadamente
en un extremo, tan alejado de mis primas como me es posible. Mantengo las
piernas todo lo cerradas que puedo y miro la pantalla de la televisión con un
nada fingido interés.
Cuando tía Marie regresa de la
cocina y me ve, suelta una carcajada.
-No hace falta que te sientes
como si estuvieras al lado del presidente –me dice-. Aunque cualquiera se
merece más respeto que él, ¿verdad, Robin? –me guiña un ojo.
Yo sonrío tímidamente porque no
sé qué decir. Si estuviera aquí Elia, seguro que comenzaba una diatriba sobre
el presidente, sobre sus leyes y lo que haría con él, incluyendo dónde lo
encerraría y con qué herramientas cortaría algunas partes de su cuerpo, pero yo
no sé mucho de política ni de tortura medieval así que sonrío un poquito detrás
de mi chupete.
-Os voy a traer ya la merienda
–dice mi tía resueltamente.
-Vale –contesta Laëtitia sin
apartar los ojos de la pantalla.
-¿Tú qué quieres, Robin? –giro la
cabeza hacia ella-. Tengo fruta, yogures… Puedo prepararte un biberón, si
quieres…
-Un biberón está bien… -contesto
flojito, algo abochornado.
¿Qué más da? Llevo un pañal y el
chupete, mis primas ya deben de saber cuan bebé soy.
-¡Yo también quiero bibe!
–exclama Felicia, que tampoco aparta la vista de los dibujos animados.
-Vale, dos bibes –dice mi tía
para sí misma-. ¿Tú también quieres un bibe, Laëtitia?
Mi prima ahora sí se pone muy
roja.
-No –responde con firmeza-. Yo
leche en un vaso.
Mi tía sale del salón y me quedo
a solas con mis primas. Ellas no apartan la mirada del televisor, y a mí,
aunque me gusta Las Supernenas,
prefiero mil veces antes la serie original, así que me aburro un poco. Entonces
caigo en que Wile sigue en mi mochila, solito y en una postura nada cómoda, ya
que antes de venir a casa de tía Marie, Mami lo ha metido dentro a presión,
como hace Elia con el árbol de navidad. Me levanto del sofá, ando torpemente
(aunque menos que antes) hasta mi mochila y regreso con Wile entre mis
bracitos.
Mis primas no hacen gesto alguno
de haberla oído. Mis primas siguen absortas mirando la tele, pero Laëtitia me
dirige de vez en cuando miradas lacónicas. Yo las advierto por el rabillo del
ojo, pero trato de ignorarlas, mirando fijamente el televisor como si la serie
de Las Supernenas fuese tan buena como la original.
Pero entonces me percato de que
mi prima no me mira a mí, sino a Wile, a quien tengo sentado sobre mis rodillas
como si fuese mi bebé.
-¿Ese es tu peluche? –me pregunta
de repente.
Aparto la mirada de la televisión
y asiento, asiendo fuertemente el chupete.
-¿Por qué lleva un pañal?
-Porque se hace pipí –contesto
escuetamente.
-¿Tú también te haces pipí
encima? ¿Por eso llevas pañales?
Para mi sorpresa, no me ruborizo
ni lo más mínimo.
-Sí, y caca también –contesto con
calma-. Por eso me tienen que poner pañales. Ya te lo he dicho antes. Me ponen
pañales igual que a ti –añado.
-A mí solo me los ponen para
dormir –me informa con cierto retintín-. Y yo solo me hago pipí.
-A veces le ponen uno también
para estar en casa porque ella lo pide –salta Felicia de repente.
-¡Cállate, Felicia! –le grita Laëtitia,
y le tira un cojín a la cara.
Felicia se lo aparta y sigue
mirando la tele como si nada.
<<Vaya, vaya>>,
pienso, ante el comentario de mi prima pequeña.
-¿También llevas pañales de día?
–le pregunto a Laëtitia.
Mi prima pone la misma cara que
el profesor de Inglés cuando nos reímos de su peluquín.
-Solo han sido unas pocas veces
–se defiende, y aparta la vista para mirar una de las esquinas del salón-. Y
era para jugar, no porque sea un bebé.
-Pero a la mamá sí le decías que
te cogiese como un bebé y te diese el bibe.
-¡¡Cállate, Felicia!! ¡¡Eres
tonta!! –y esta vez le tira lo primero que tiene a mano, que es un muñeco Ken,
y le da a su hermana pequeña en un lado de la cara.
Felicia comienza a llorar desconsoladamente,
dando unos alaridos como si la estuviesen torturando. Laëtitia sigue
enfurruñada de brazos cruzados y mira la televisión con el rostro rojo de rabia.
Por suerte, tía Marie llega al momento.
-¿Qué es lo que pasa aquí? –pregunta
mirándonos a los tres. Lleva en una mano uno de mis biberones y en la otra una
tacita de entrenamiento.
-¡La hermana me ha tirado un juguete!
–grita Felicia llevándose una mano al lugar en el que le ha impactado el Ken
volador.
Tía Marie deja sobre la mesa el
bibe y la taza y corre a comprobar que su hija pequeña no tiene ningún daño.
-¡Ella ha dicho que tú me pones
pañales! –grita Laëtitia.
-¡Porque es verdad! –grita Felicia
entre alarido y alarido.
Yo miro Las Supernenas fijamente y moviendo el chupete. En este momento la
nueva versión me parece la mejor serie del mundo.
-¡De verdad! ¡La una y la otra!
–exaspera tía Marie-. Tú no tenías que haberle tirado la nada a tu hermana, y
tú, Felicia no tenías que haber dicho que lleva pañales. Vaya imagen le estáis
dando a vuestro primo.
Muevo el chupete más rápido.
-¡Pero si es vedad que lleva
pañales! –protesta Felicia.
-¡¡Mentirosa!! ¡¡CÁLLATE!! –Laëtitia
hace ademán de tirarle ahora una Monster
High.
-Basta, Felicia. Y tú suelta eso.
YA.
Laëtitia deja la muñeca sobre el
sofá de un golpe. Tía Marie la mira fulminantemente, y cuando se ha asegurado
que va a estarse quieta, vuelve la cabeza hacia su hija pequeña, cuyo llanto es
ahora un hipido continuo.
-No es verdad que Laëtitia lleve
pañales como tal, Felicia. Solo los usa para dormir, y alguna vez, jugando
–puntualiza- se lo he puesto para estar en casa. Pero jugando –repite-. No es
que se haga pipí despierta.
-Eso he dicho –y vuelve a llorar
cubriéndose el rostro con las manos.
-¿Has dicho eso? –le pregunta
extrañada mirando a su hija y apartándole las manos de la cara. Parece que la
trama se complica-. ¿Ha dicho eso, Robin?
Mierda.
Digo simplemente la verdad para
ver si termina de una vez este momento tan incómodo
-Ha dicho que a veces te pedía
que le pusieras un pañal y le dieses el biberón –contesto sin dejar de mirar la
televisión.
Vuelvo a mover mi chupete.
-Pues eso es cierto, Laëtitia –le
recrimina su madre.
Su hija no dice nada. Está completamente
abochornada.
-Pero una cosa –tía Marie
comienza a juntar las piezas que no encajan-. ¿Por qué has dicho eso? ¿Cómo
habéis acabado hablando de cuando Laëtitia lleva o no lleva pañales? –pregunta
mirándome a mí.
-Porque Laëtitia le ha preguntado
al primo por qué su peluche llevaba pañales y luego si él también se hace pipí
encima y el primo le ha dicho que sí igual que ella –dice Felicia.
Espérate que todavía me cae a mí
algo.
Tía Marie me mira y pone los ojos
en blanco, como el niño ese de Juego de
Tronos, luego vuelven a su posición normal y me echa una mirada de ¿Qué
quieres que haga con ellas?
Al final obliga a sus hijas a
hacer las paces, y cuando estas se dan un escueto abrazo trae de la cocina una
taza de leche con pajita para Laëtitia. A mí me da el biberón y a Felicia el
vaso de entrenamiento, y los tres nos tomamos la merienda mirando la
televisión. Tía Marie regresa a su dormitorio para seguir trabajando.
Me quité el chupete de la boca y
lo dejé a mi lado para poder tomarme el biberón. Me llevé la tetina a la boca y
empecé a chupar. La leche era como la que me tomaba en casa, y estaba rica y
calentita.
Al rato, Laëtitia y Felicia volvieron
a hablar entre ellas como si no hubiese pasado nada, como si la pelea de hace
unos minutos no hubiese tenido lugar. Felicia apartaba los labios del pitorro
de su vaso de entrenamiento, que es de Las
Supernenas, por cierto, y le preguntaba a su hermana por cosas de la serie
que no entendía. Y Laëtitia, como buena hermana mayor, se las explicaba entre
sorbo y sorbo de su pajita.
Entonces me di cuenta de otra
cosa.
Era el más bebé de los que nos
encontrábamos en ese salón. Laëtitia bebía de una taza y no llevaba pañal,
Felicia de un vaso de entrenamiento y llevaba un pañal, y yo tomaba la leche de
un biberón, llevaba un pañal, mi chupete estaba a mi lado y mi peluche sobre
mis piernas.
Me di cuenta de que era más bebé
incluso que una niña de 3 años.
¿Cuántos años podría aparentar en
ese instante? ¿1? ¿2? Era evidente que a 3 no llegaba, porque una niña de 3
años estaba sentada a mi lado y no tomaba de un biberón ni tenía su chupete a
mano.
Pero eso no podía ser. Yo tenía
12 años. De acuerdo que era bajito y escuchimizado para mi edad, pero un año no
aparentaba. Sin embargo, en ese momento, de las tres personas allí presentes,
yo era la mayor y al mismo tiempo la más bebé.
Eso me hizo pensar otra cosa.
¿De verdad había elegido un mundo
en el que vivir?
No podía negar que tenía 12 años
y que cada vez cumpliría más. Eso es algo contra lo que no se podía luchar.
Pero por otro lado, tampoco se podía negar que tenía más de uno, más de dos y
más de tres rasgos distintivos de un bebé. ¿Era suficiente con elegir uno de
los mundos? ¿Podría hacer esa elección negando la realidad? ¿Pueden Robin
Starkley, el estudiante de 12 años y Robin, el bebé coexistir mutuamente?
Me rebullí inquieto en el sofá.
Todavía no había respondido a la
pregunta de quién era yo.
*****
Cenamos pizza y patatas fritas.
Tía Marie sostiene a Felicia sobre su regazo, muy parecido a como hace Mami
conmigo y le va partiendo pequeños trocitos de una porción. Laëtitia y yo nos
comemos nuestra porción en silencio. Mi tía intentaba que entre los dos se
estableciera una conversación, pero a pesar de compartir varios rasgos de bebé,
mi prima y yo éramos muy diferentes, y no me refiero solo a la edad.
-¿A qué ahora vais a querer que
el primo venga todos los días? –preguntó tía Marie en uno de sus tanteos.
-Si comemos pizza, sí –contestó Laëtitia
llevándose un trozo enorme a la boca e intentando metérselo todo a la vez.
Tía Marie pareció un poco
decepcionada y siguió dándole la comida a su hija pequeña. A mí me había dejado
tener el chupete y a Wile conmigo durante la comida, pero me era difícil
masticar si tenía una tetina en la boca, así que había dejado mi chupete en el
bolsillo. Sin embargo, Wile descansaba sobre mi regazo.
-¿Cuándo sabes si Wile tiene
pipí? –me preguntó mi tía.
-Él me lo dice –contesté.
-Entonces se lo llevas a Mami
para que lo cambie, ¿no?
-Sí.
-Mis peluches no llevan pañales
–dijo Laëtitia.
El resto de la cena transcurrió
en silencio. Yo seguía un poco cohibido, tanto por lo que había sucedido antes con
todo el tema de la pelea de mis primas, como por estar en una casa ajena, y
como, por supuesto, por llevar puesto un pañal.
Aunque parecía que a esto último
me acostumbraba cada vez más y me daba memos pudor.
¿No os habéis fijado que al
principio de esta historia siempre incidía en el hecho de llevar un pañal cuando
estaba rodeado de gente? Ahora parece que cada vez me acostumbro más a llevarlo
en público.
A mi pañal.
Mi pañal de bebé.
Cuando terminamos de cenar, mis
primas se van a seguir viendo la televisión, y yo me quedo a ayudar a tía Marie
a recoger la cocina.
-No hace falta, Robin –me dice
por enésima vez.
-No pasa nada –contesto mientras
vacío en el cubo de basura los bordes de la pizza que no se ha comido Laëtitia-.
A Mami siempre le ayudo.
-¿Ah, sí?
-Bueno, a veces yo, y otras veces
Elia.
-La palabra no es Ayudar, Robin
–me dice mi tía-, sino compartir el trabajo.
-Eso, eso –contesto-. Nos
turnamos la limpieza y la comida. Bueno, la comida yo aún no –digo mientras me inclino
para colocar los platos en el lavavajillas.
-Se me hace tan extraño… -dice mi
tía, pero deja la frase a medias.
Al erguirme la veo contemplándome
con ternura.
-¿Qué pasa? –pregunto extrañado.
Mi tía sale de su
ensimismamiento.
-Digo que se me hace raro verte
con un pañal y ayudándome a limpiar la cocina.
Me doy cuenta de que al inclinarme
he dejado entrever mi pañal por encima del pantalón. Me apresuro a tirar de la
camiseta para ocultarlo.
-No, no –se apresura a decir mi
tía-. No me malinterpretes. Es genial.
Al final tía Marie insiste tanto
en que me vaya con mis primas y la deje a ella terminar de recoger la cocina
que no me queda más remedio que obedecerla.
Llegó al salón con el chupete en
la boca y asiendo a Wile bajo el brazo. Mis primas están tiradas en el suelo
viendo la película de Disney Channel.
101 dálmatas. No es de mis favoritas,
pero no está mal.
Me siento en el suelo apoyando la
espalda en el sofá y flexiono las rodillas. Me siento un poco extraño aquí. Con
mis primas no termino de encajar y mi tía no deja de ser una persona adulta.
Tenía la esperanza de que al estar con gente de edad más cercana a la de un
bebé, como mis primas, podría sentirme más cómodo, ya que desde que perdí a mis
amigos me había sentido muy solo, pero no había sido así. Con mis primas no
había hecho otra cosa que aburrirme o sentirme humillado. Laëtitia no era mala,
solo traviesa. Y Felicia era demasiado pequeña aún.
De modo que me seguía sintiendo
solo. Con los niños de mi edad ya no me llevaba y con los más pequeños tampoco.
¿Estaba destinado a no tener amigos
el resto de mi vida? ¿Tendría que renunciar a una de mis partes para tener
amigos que concordasen con la otra? ¿Dejar de ser un bebé para tener amigos
mayores o viceversa?
Y de todas maneras, solo había
una parte a la que podía renunciar voluntariamente, pues necesito llevar
pañales.
<<Pipí y caca
encima>>, pensé.
Y me puse el chupete en la boca.
Y entonces sentí un retortijón.
Oh, no.
Caca.
Me puse de pie y llevé la mano
con la que no sujetaba a Wile a la parte trasera del pañal. Aún no me había
salido la caca, pero no tardaría.
Iba a hacerme caca encima.
Oh, no. Aquí no.
Eso no. cualquier cosa menos eso.
Intenté comportarme como un chico
mayor y controlar la caca, pero recordé que llevaba puesto un chupete, que
aferraba un muñeco de peluche y que un pañal me rodeaba la cintura y me atravesaba
la entrepierna.
Mi chupete. Comencé a moverlo más
rápidamente.
Tenía que encontrar un sitio apropiado
donde poder hacer caca. Y pronto.
Miré intranquilo a mi alrededor.
La casa de tía Marie no es ni mucho menos tan grande como la de tía Gayle, pero
no veía ningún rinconcito lo suficientemente escondido como para poder hacer
caca sin que se fijasen en mí ojos
ajenos.
Para no llamar la atención de mis
primas, que seguían mirando la pantalla en la que ahora Cruella de Vil conducía
como una loca por una carretera nevada, gateé hasta detrás del sofá, con la
esperanza de que fuese un buen sitio que me hiciera sentir seguro, pero había
mucha distancia respecto la pared; no era ni mucho menos un rinconcito.
Otro retortijón.
Tenía que encontrar un sitio pronto.
<<Aguanta, Robin>>
Y entonces me fijé en una pequeña
mesita que había al lado de la puerta de entrada. Era la típica mesa en la que
uno deja el las llaves o el bolso al entrar en casa, y en efecto, tanto la
cartera como las llaves de tía Marie estaban sobre ella. Tenía las patas muy
finas y parecía muy endeble, pero era lo suficientemente alta como para poder ponerme
en cuclillas debajo.
Otro retortijón.
Gateé hacia ella lo más rápido que podía
apoyándome en una mano, pues con la otra sujetaba a Wile. En cuando alcancé la
mesa, me situé en cuclillas debajo de ella, aferrando a Wile entre mis brazos,
y entonces la caca empezó a salir.
Me salía y se amontonaba en la
parte trasera del pañal.
Comencé a chupar mi chupete muy
intranquilo.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
No era el sitio más cobijado del
mundo, pues desde mi posición, aún podía ver a mis primas mirando la tele, y si
ellas se giraban me verían a mí totalmente, en cuclillas debajo de la mesa y
haciéndome caca en el pañal. De modo que me giré para mirar hacia la pared.
Graso error, pues dejé parte de
atrás de mi pañal al descubierto.
No sé si debió a que mis primas
vieron directamente el pañal o al ruido que hacía con el chupete, pero el caso
es que sentí su presencia detrás de mí, y al girarme me topé con sus caras, que
me miraban fijamente. Felicia sujetaba un peluche de una tortuga de la misma
manera que yo sujetaba a Wile.
Del susto, me sobresalté y me di
con la cabecita en la mesa.
-¿Qué hacéis aquí? –pregunté
aterrado.
Me estaba empezando a sentir muy mal.
Estaba haciéndome caca y mis primas me miraban extrañadas, con sus ojos muy
abiertos. ¿Es que nunca habían visto a un bebé hacer caca? ¿Cómo hacía caca
Felicia?
-¿Qué estás haciendo tú? –me
preguntó Laëtitia.
-Ca-caca –respondí llanamente,
poniéndome morado.
Me llevé las manos al culito y
pude sentir la caca dentro del pañal.
-¿Podéis dejarme solo, por favor?
–pregunté con hilo de voz.
-Vámonos, Felicia –mi prima mayor
cogió a su hermana pequeña del brazo y ambas regresaron frente al televisor.
-Yo siempre hago caca detrás del
mueble de la habitación de mi madre –me dijo Felicia antes de dejarse arrastrar
por su hermana.
Agaché la cabeza y continué
haciendo caca. cada vez me sentía peor.
Lo sentía.
El llanto incontrolable a punto
de invadirme.
Los ojos se me humedecieron.
Apreté a Wile más fuerte y moví mi chupete más rápido.
<<Aguanta, Robin>>
Por fin sentí que había echado
toda la caca.
Salí de debajo de la mesa
torpemente, pues el pañal estaba lleno de caca y me era muy difícil andar con
normalidad. Rápidamente, eché a andar hacia la cocina, para decirle a tía Marie
que me cambiase, pues no tenía más remedio.
Odio tener caca en el pañal, ya
lo sabéis.
En mi precipitación, tropecé y me
caí de culo contra el suelo.
La caca que había dentro del
pañal me pringó todo el culito.
Fue más de lo que pude soportar.
Me puse a llorar
incontrolablemente y corrí hacia la cocina llamando a mi ti mientras me llevaba
las manos al culo.
Durante el camino perdí el
chupete y a Wile.
-¡¡TÍA MARIE!! ¡¡¡TÍA MARIE!!!
–grité cuando entré-. ¡¡¡ME HE HECHO CACAAAA!!!
-y comencé a llorar.
Mi tía se quitó rápidamente los
guantes de fregar y vino hacia mí.
-¿Te has hecho caca en el pañal?
-¡¡¡SÍIIIIII!!!
¡¡¡¡¡CAMBIÁMEEEE!!!!!
Mi tía se apresuró a cogerme en
peso y llevarme hacia su dormitorio, por delante de mis dos primas, que me
miraban estupefactas, como si no diesen crédito que un niño de 12 años se comportarse
de esa manera.
Como un bebé.
Tía Marie me dejó sobre su cama y
comencé a patalear al aire, sin poder controlarme.
Sin poder parar de llorar.
-¡Robin! –me intentaba calmar mi
tía-. Está todo bien. No llores. ¿Y tu chupete? –se giró hacia sus hijas, que
nos habían seguido hasta su cuarto-. Niñas, buscad el chupete del primo que le
podamos cambiar el pañal –mis primas salieron y se volvió a girar hacia mí-. Ya
está… Ya está Robin… Shhh…
Yo no podía controlarme. No
dejaba de agitar mis extremidades y llorar.
Mis primas regresaron enseguida. Laëtitia
traía mi chupete y Felicia a Wile.
-Aquí está –anunció Laëtitia sosteniéndolo
en alto, como si fuese un trofeo.
-Gracias, cariño –cogió el
chupete y lo puso con cuidado en mi boca.
Lo acepté y comencé a moverlo muy
rápido.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-Ya está… Ya está… -mi tía me
pasaba una mano por el pelo-. También está aquí tu peluchito –tía Marie
sostenía a Wile delante de mí.
Wile.
Estiré los brazos hacia él, lo
tomé y lo apreté contra mi pecho.
Chup, chup, chup, chup, chup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup,
chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup,
chup, chup, chup.
Poco a poco me fui tranquilizando
y mi respiración volvió a su ritmo normal.
Mi tía me hacía caricias y mis
primas me contemplaban con una mezcla de preocupación y asombro.
Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup…
Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup…
Chup… Chup… Chup… Chup… Chup… Chup…
-Creo que ya podemos cambiarle el
pañal –dijo mi tía. Se cercioró de que estuviese lo suficientemente tranquilo y
se dirigió a mi prima mayor-. Laëtitia, tráeme uno de los pañales del primo,
por favor. Están en su mochilita.
Mi prima regresó con un pañal que
no alcancé a ver de lo que era y se lo dio a mi tía.
-Vamos a cambiarte este pañalito
–me dijo mi tía.
Mis primas se querían quedar a
ver cómo me cambiaban el pañal, pero tía Marie las echó discretamente, luego
volvió hacia mí, se inclinó, se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja y
comenzó a cambiarme el pañal.
Me desabrochó las cintas
adhesivas con cuidado y extendió el pañal. Lo extrajo levantando mis
piernecitas y comenzó a limpiarme.
-Tienes unos pañales muy bonitos,
¿sabes? -dijo-. Este que has traído de
ositos con pañales es súper mono. Tienes mucha suerte de tener pañales tan
cuquis.
Terminó de limpiarme,
cerciorándose que de no quedaba ni rastro de caca en mi culito y extendió el
pañal de ositos que le había traído mi prima.
Mientras me lo iba poniendo, al
estar yo más tranquilo, recordé lo que acaba de decir mi tía y la conversación
que había tenido con Mami al llegar.
-Tía Marie…
A mi tía se le iluminó la cara.
-Dime, Robin.
-¿Es verdad que trabajabas en
Largue’s?
Mi tía mudo el gesto a una
expresión de ligero pesar.
-Así es –dijo mientras me pasaba
el pañal por el culito-. Cuando todavía se llamaba Modas Largue y era una
empresa de ropa.
-¿Y qué es lo que pasó?
-Bueno –me ajustó el pañal al
culete y me lo pasó por la entrepierna-, Karen largue despidió a un cuarto del
personal, y luego esa junta de accionistas imbéciles corroboró su decisión –me
ajustó el pañal a la cintura-. Al final acabó en la cárcel, pero no por eso,
sino por asesinato. Y la verdad es que me extrañó, Karen Largue podía ser
muchas cosas, pero estoy segura de que no era una asesina –dijo mientras me
abrochaba las cintas.
Recuerdo cuando hace unos meses,
las noticias sobre Karen Largue, su empresa y su hijo, que todavía llevaba
pañales copaban todos los telediarios. Siempre quise conocer a Jackie Largue,
pero después del incidente del Wallace Place, no había vuelto a hacer una
aparición pública. Todavía tengo grabada
su imagen pataleando dentro de un carricoche, con docenas de reporteros,
tirándose de su pantalón para conseguir la instantánea de su pañal.
-En cualquier caso –siguió, que
parecía que le habían dado cuerda-, ahora parece que han suspendido la condena
y va a quedar en libertad –hizo una bola con mi pañal sucio-. Solo los pobres
van a la cárcel, me temo.
-Pero a lo mejor la van a soltar
porque es inocente –dije yo, que no esperaba tía Marie me soltase esa chapa.
-Puede ser, ya te digo que no veo
a Largue matando a nadie…
-A su hijo lo trataba como un
bebé… -dije. Era lo único que me había llamado la atención de todas esas
noticias.
-Sí, y ya sabemos que algunos
niños son casi bebés, ¿verdad? –me dijo pellizcándome la nariz-. En cualquier
caso, ¿qué sea buena madre la exime de todos las demás actos?
Me incorporé y tía Marie me subió
los pantaloncitos.
-Quizá no, pero si es buena persona
y no cometió esos asesinatos quizá no se merezca estar en la cárcel…
-Karen Largue tampoco es un
modelo a seguir… -mi tía se me quedó mirando pensativamente. Yo chupaba mi
chupete y aferraba a Wile debajo del brazo. Al final sonrió y ladeó la cabeza-.
¿Sabes, Robin? No solo eres un bebé precioso sino que además eres un niño encantador,
y muy inteligente –añadió-. Vamos al salón, ya es hora de que las niñas se
vayan a la cama. Tú te puedes quedar un rato más, si quieres.
*****
Mis primas seguían sorprendidas
por mi reacción al hacerme caca encima, y no sé si fue por eso, pero no
pusieron muchas pegas a la hora de irse a la cama antes que yo.
Todas las noches, tía Marie
cambiaba de pañal a Felicia y le ponía uno a Laëtitia. Y después, las tres se
iban a la cama de mi tía a ver un poco la televisión mientras ella le daba el
biberón a su hija pequeña. Pero esa noche también estaba yo, y los cuatro no
cabíamos en la cama de mi tía, de modo que balbuceé por lo bajo que no quería
molestar y que viesen ellas tres solas la televisión. Mi tía dijo que ni hablar
del peluquín y que esa noche cambiarían la cama por el sofá, para que
pudiésemos estar los cuatro juntos.
Mi tía se llevó a sus hijas a su
habitación para prepararlas para dormir, por lo que yo me senté con Wile sobre
el sofá a esperar. Era el primer momento que tenía en soledad desde que había
llegado a casa de mi tía, de manera que lo aproveché para relajarme un poquito.
Me acosté boca arriba e hice bailar a Wile a los lados, cantando mentalmente:
-Ni gota ni gota, ni gota ni
gota. Con el nuevo pañal –y aquí cambié la estrofa- Wile no se moja.
Luego lo abrazaba fuertemente
contra mi pecho.
Cuando oí que la puerta de mi tía
se abría, volví inmediatamente a adoptar una posición formal, aunque creo que
Laëtitia se dio cuenta, que fue la primera en salir. Mi prima mayor llevaba un
pijama de color azul clarito, y el pañal le abultaba un poquito en el pantalón.
Felicia, por su parte, llevaba un pijama enterizo como el que me había traído
Mami, chupaba un chupete y aferraba su tortuguita bajo un brazo.
-Ahora te toca a ti, Robin –me
dijo mi tía mientras mis primas corrían hasta el sofá tanto como les permitían
sus pañales. Laëtitia iba un poco cohibida-. Vamos, ven.
Me levanté y anduve hasta mi tía
chupando el chupete, con Wile bien apretadito. Mientras, ella sacó mi mochilita
el pijama.
-Vamos a prepararte para dormir
–dijo.
Me llevó de la mano hasta su
cuarto y me tumbó sobre la cama.
Le dije que no hacía falta, pero
ella insistió en que quería ponerme el pijama, igual que a sus hijas.
Lo hizo delicadamente y con
ternura. Me desvistió con mucho cuidado, y cuando estaba desnudito a excepción
del pañal, me ayudó a entrar los bracitos y piernas por las mangas y patas del
pijama. Luego cerró todos los botoncitos y me sacó cargándome en peso. Me dejó
sobre el sofá, entre mis dos primas, y contempló a todos sus bebés con una
sonrisa radiante.
-Bueno, ¿quién quiere bibe?
Felicia levantó la mano en el
acto, y yo la seguí, aunque algo vacilante.
-Ya sabía yo que vosotros dos
querríais –nos pellizcó la naricita a los dos-. Lo decía sobre todo por este
tormento.
Tía Marie miró a su hija mayor y
esta se puso roja.
-Está bien… -dijo muy flojito.
-Tres biberoncitos para mis bebés –corroboró.
No tuvimos que esperar mucho. Tía
Marie regresó enseguida con tres biberones de leche caliente. Nos tendió a cada
uno el nuestro y comenzamos a tomárnoslo, menos Felicia, a quien mi tía tomó en
su regazo y fue dándoselo poco a poco, igual que hace Mami conmigo. Mientras,
en la tele, veíamos los cuatro el programa de caídas y golpes de Disney Channel, y nos reíamos más con
los comentarios de mi tía, que con el programa en sí.
Cuando nos terminamos los
biberones, tía Marie fue uno por uno, dándonos golpes en la espalda para que
expulsáramos los gases. Tras varios eructos en sinfonía seguimos viendo el
programa.
La primera en quedarse dormida
fue Felicia. Tía Marie la izó con cuidado y la tomó en brazos.
-Vamos a cambiarte el pañalito y
acostarte, preciosa –le dijo mientras se marchaba con ella.
Yo me quedé a solas con Felicia.
Era la primera vez que estábamos
los dos solos.
Llevando ambos un pañal, claro.
-Es que Felicia siempre se hace
pipí antes de dormir –me explicó mi prima.
Cuando yo llevo pañal todo el día,
Mami también suele cambiarme antes de acostarme, porque sabe que suelo estar
mojado.
-Pero cuando duerme también se lo
hace –siguió.
Yo movía mi chupete mientras
miraba la televisión, pero mi prima tenía la mirada fija en mí. Para romper ese
incómodo silencio, dije lo primero que se me pasó por la mente.
-Todos nos hacemos pipí por la
noche, por eso llevamos pañales.
-¿Tú peluche también? –me
preguntó.
Y entonces me di cuenta de que
estaba intentando retomar la conversación que se había quedado a medias por la
tarde, justo antes de que el Ken volador se estrellase en la cabeza de Felicia.
-Sí, por eso lleva pañales.
-¿Y cómo sabes que se ha hecho
pipí?
Porque me lo imagino. Porque
juego a que es mi bebé.
-Simplemente lo sé –contesto.
-Antes te he mentido.
-¿Qué? –digo, y aparto la mirada
de la televisión extrañado y miro a mi prima.
Laëtitia está sentada con las
piernas cruzadas sobre el sofá. Su pañal ahora se nota más.
-Que te he mentido. A mi llama de
peluche antes también le ponía pañales. Los de Felicia de cuando era más
pequeña. ¿Cómo se llama tu peluche?
-Como se llama de verdad: Wi…
-¿Coyote? –me interrumpió mi
prima.
-No, no –aclaré-. El nombre
completo es Wile E. Coyote. Yo lo llamo Wile.
-Aaah –mi prima parecía impresionada-.
¿Te gusta la serie Loonatics Unleashed?
-Sí, mucho –contesté.
Mi tía abrió la puerta de la otra
habitación y le dijo muy flojito a Laëtitia:
-Ahora tú.
-Mañana seguimos –me dijo mi
prima.
Se bajó de un salto y corrió
hasta su madre, de manera torpe porque llevaba un pañal, y haciéndolo sonar
junto a sus pisadas sobre la moqueta.
-Despacito y en silencio –le dijo
mi tía, y la cogió en brazos.
Entró con ella en la habitación y
cerró la puerta.
Me volví a quedar solo, pero no
tenía ganas de jugar, de modo que me acurruqué con Wile y miré la televisión
sin mucho interés. El programa de golpes y caías había terminado y ahora
estaban dando una serie que no conocía sobre un conejo que vive en la selva.
La puerta de la habitación volvió
a abrirse, esta vez muy poquito, y mi tía asomó por ella sonriendo de manera
traviesa.
-Robin –me llamó flojito-.
¿Quieres ver a tus primas durmiendo? –y sin esperar respuesta dijo-: Ven.
Me levanté del sofá y anduve
pomposamente hacia mi tía. Ella abrió un poquito más la puerta y entré en el
cuarto.
Era la habitación de mis primas.
En una estrecha cama dormía Laëtitia, y Felicia lo hacía en una cuna paralela.
Mi prima pequeña abrazaba su tortuguita y movía el chupete al compás de su
respiración.
¿De modo que ese era el aspecto que
tenía yo chupando mi chupete?
Tía Marie besó en la frente a su
hija pequeña y se giró para mirarme a mí y llevarse un dedo a los labios
indicando silencio. Di marcha atrás a mis pasos y lentamente salí de la
habitación, sin poder evitar que el pañal sonase. Tía Marie salió también y
cerró la puerta con delicadeza.
-Conseguido –dijo muy flojito, y
me ofreció su mano para que se la chocara.
Lo hice, muy flojito.
-Venga, y te toca a ti –y sin que
me lo esperase ni pudiese hacer nada para evitarlo, mi tía me alzó en peso.
-De verdad, no es necesario…
-dije yo un poco abochornado.
-¿Cómo qué no? –dijo mi tía
fingiendo indignación- . En esta casa llevamos a todo el mundo a la cama en
brazos –me dio unas palmaditas en el culete-. ¿Necesitas que te cambie?
-No. Estoy seco –contesté un
poquito cohibido, pero mucho menos que cuando había llegado a esa casa.
-¿Sabes?, en realidad, es un
lujazo que avises de cuando necesitas un cambio de pañal. Nos facilita mucho el
trabajo.
Tía Marie fue conmigo hasta e
salón y me dejó sobre el sofá.
-Dormirás aquí –me dijo-. Lo
siento –añadió inmediatamente-, pero no tenemos más camas.
-No pasa nada –contesté.
Tía Marie abrió uno de los
cajones de debajo del televisor y sacó una manta de franela. La remetió debajo
los cojines del sofá y me cubrió con ella. Me puso uno de los cojines a modo de
almohada y se quedó contemplándome pensativamente.
-Espera un momento. Se me acaba
de ocurrir una idea.
Fue hasta la cocina y regresó con
dos sillas. Las colocó con el respaldo pegado al sofá y me miró satisfecha de
sí misma.
-Esto evitará que te caigas, como
si fuera una cuna –dijo.
Y lo cierto es que así era. El
respaldo de las sillas y el del propio sofá dibujaban una especie de barreras a
los lados que hacían que no me pudiese caer.
-Estarás bien –dijo.
Saqué a Wile de debajo de la
manta y coloqué a mi lado, estrechándolo contra mi pecho.
Mi tía me contempló con ternura,
entrecerrando los ojos.
A mí se me escapó un balbuceo,
que quedó un poco amortiguado por mi chupete.
Mi tía se inclinó hacia mi
cabecita y me besó en la frente
-¿Sabes, Robin? –me dijo
acariciándome el pelo-.Tienes las mejores partes de ser un bebé y las mejores
de ser un niño. No cambies nunca.
Y tras apagar la luz, se marchó a
su habitación me dejó sumido en la oscuridad.
Y en esa frase.