26 de febrero de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 14: Compañero de pañales




Estoy en la cama con un pañal puesto jugando a Mario Kart en la Nintendo DS. He pasado todo el día con un pañal, me he hecho pipí todas las veces en él, y también caca, y Mami me ha cambiado siempre, con mucha ternura y mimándome mucho. La verdad es que si exceptuamos la visita de Joseph, he pasado un día muy, muy de bebé. Bueno, y la visita de Joseph también podemos contarla, pues no me he comportado como un niño de 12 años propiamente dicho.
Mami no se ha enfadado cuando le he contado lo que había pasado con el móvil. Al contrario. Me ha consolado y ha dejado que terminase mi relato abrazando mi cabecita contra sus pechos mientras me pasaba una mano por la coronilla en un gesto protector. Yo he llorado contra su blusa mientras le narraba como había roto el móvil de avioncitos, el chasquido que ha hecho el palo al romperse y como han acabado todos los avioncitos, todos los helicópteros y todos los cohetes estrellados debajo de mi cama, en el que sería el mayor accidente aéreo de la historia, pero no son aviones de verdad; son de plástico y son para bebés.
Mami ha dejado que terminase mi historia sobre el ocultamiento de objetos de bebé y después me ha mecido en su regazo, diciéndome en voz muy flojita que lo comprendía, que ella hubiese hecho lo mismo y que ya me compraría otro móvil para la cama, que en Largue había muchos. Después me ha llevado en brazos hasta el sofá y me ha preparado un biberón de leche con chocolate, que me ha ayudado bastante a recomponerme. Luego me ha puesto los dibujos animados en el canal de niños pequeños y me ha dejado en el sofá toda la tarde, con el chupete puesto y Wile en mi regazo. La verdad es que he pasado un completo día de bebé, pero mañana tendré que rendir cuentas ante mis amigos por el llanto infantil que he tenido esta tarde, pues Joseph ya se lo habrá contado a todos.
Me pongo un poco nervioso y empiezo a chupar mi chupete más fuerte.
En ese momento, la puerta de mi habitación se abre y aparece Mami con una enorme sonrisa en su carita. En una mano lleva mi bibe y en la otra el paquete que ha traído esta mañana aún dentro de la bolsa.
-¿Cómo está mi bebé? –me pregunta mientras deja el biberón y la bolsa sobre el escritorio.
-Bien, Mami –le contesto. Pauso la partida y le enseño las dos pantallas de la consola-. Voy primero.
Mami se sienta en la cama y yo gateo con la consola en una mano y me coloco sobre sus rodillas, reposado en mi pañal.
-¿Me vas a enseñar a jugar? –me pregunta ella peinándome el pelo con la mano mientras mira la pantalla distraída.
-¡Claro que sí! –le contesto muy emocionado y vuelvo a reanudar la partida-. En cuanto acabe esta carrera.
-Mejor ya mañana, bebé, u otro día. Después de esta partida, el bibe y a dormir.
Yo no contesto. Mami tiene razón, así que me vuelvo a concentrar en la consola y en mi chupete. Mami me mira jugar mientras me da suaves cachetes en el pañal.
-Te he traído una cosita –me dice flojito al oído, como si hubiera alguien más que pudiera escucharnos.
-¿Qué es? –le pregunto con la voz ahogada por el chupete y sin apartar la vista de la pantalla superior de la consola.
-Aaaah –Mami adopta un tono misterioso-. Cuando termines la partida lo verás.
Aparto una fracción de segundo los ojos de la pantalla y miro el paquete que se oculta dentro de una bolsa que descansa sobre el escritorio, al lado del biberón. Tiene forma cuadrada y no parece que lleve dentro algo pesado, pues apenas ha hecho ruido cuando Mami lo ha dejado sobre la mesa.
He apartado la vista un microsegundo y ya me he caído por un precipicio de la Jungla Dino-Dino. Me han adelantado todos los demás. Cuando me vuelven a dejar en la carrera, muchos ya han ganado y no hay manera de hacer ni un solo punto. Bebe Waluigi, el personaje que siempre elijo por motivos evidentes, se enfurruña molesto encima de su coche-silleta.
Lo elijo porque es un bebé, porque lleva pañales, y porque me recuerda al Coyote de los Looney Tunes.
Wile E. Coyote.
Mi Wile.
Suelto un resoplido y apago la consola. Ni siquiera me quedo a la última carrera de la copa Estrella.
-Ya está, Mami –digo con mi vocecita de bebé, la única que he usado en todo el día-. ¿Qué me has comprado?
Mami me sonríe misteriosamente y me deja suavemente a un lado para incorporarse.
-Túmbate bocarriba y cierra los ojos.
La obedezco. Oigo el ruido de Mami abriendo la bolsa y me pongo muy inquieto, pero de emoción. Muevo el chupete muy rápido.
¿Qué me habrá traído?
-Ya. Ábrelos.
Antes de que Mami terminase la frase ya tenía los ojos abiertos.
Mami está delante de mí. La veo desde mi posición, la misma que cuando me van a  cambiar el pañal. Sostiene en sus brazos un paquete de pañales. Pero no son los pañales que yo uso. No pone Largue por ningún sitio y no salen los dibujos de conejitos, ositos y cochecitos.
-¿Son pañales? –le pregunto.
-Son pañales de bebé –me aclara sonriendo-. De muy bebé.
De pronto me da un vuelco el corazón. Las pulsaciones se me aceleran y empiezo a mover el chupete muy rápido.
-¿Son pañales para Wile? –pregunto abriendo mucho los ojos a causa de la emoción y notando como se me escapa un poquito de pipí.
-¡Sí, Robin! –Mami acerca el paquete de pañales hasta situarlo delante de mis ojos-. Son los pañales más pequeños que he encontrado, perfectos para Wile.
-¡Wile, que vas a llevar pañales! –gateo hasta dónde está mi peluche, en una esquina de la cama mientras me hago ya totalmente pipí encima sin que pueda evitarlo y sin que me importe, y lo abrazo.
-Wile solo es un poquito más grande que un bebé reciñen nacido –explica Mami mientras acaricia a mi peluche-. Pero es un poquitín más delgado y las piernas las tiene más largas. Estos pañales le sentarán estupendamente.
-Yo me he hecho pipí, Mami –le digo con una sonrisa pilluela detrás de mi chupete.
Mami ríe y me revuelve el pelo.
-Qué mono eres, Robin. ¿Te cambiamos primero el pañal y luego se lo ponemos a Wile?
-¡Sí! –contesto, muy emocionado, y me coloco en la misma posición que estaba antes, situando a Wile también bocarriba y a mi lado.
Mami va hasta el armario y regresa con uno de mis pañales, de cochecitos y mucho más grande que los de Wile. Deja el pañal entre mi amigo y yo y comienza a desabrocharme el que llevo puesto. Despega una cinta y luego la otra, dejando al descubierto los animalitos que hay sobre la franja horizontal de la cintura del pañal. Yo miro al lado en el que no está Wile. Me están poniendo un pañal al lado de mi amigo y eso da vergüenza. Aunque a él le vayan a poner después otro, en este momento el que es un bebé soy yo.
Mami me levanta las piernas con una mano y extrae con la otra el pañal, luego me limpia cuidadosamente bajo la atenta mirada de Wile, que no hace ningún ruido, parece que ni siquiera está ahí. Tras limpiarme, Mami abre el pañal que hay a mi lado y me levanta de nuevo las piernas para pasármelo por el culete. Yo cambio la mirada hacia el techo y la sostengo ahí, mirando la lámpara de mi habitación.
Soy un bebé que lleva pañales.
Mami me pasa el pañal por la entrepierna y pega la parte de dentro a mi bajo vientre, luego lo sujeta así con una mano y abrocha la cinta de la izquierda del pañal, cambia de mano y me sujeta la otra, dejándome el pañal bien sujeto.
Sonrío detrás de mi chupete. Me encanta llevar pañal.
-Ahora vamos contigo, Wile –dice Mami.
Me pongo de lado para mirar. No quiero perderme cómo le ponen el primer pañal a Wile.
Mami abre la bolsa de pañales y la deja sobre el escritorio. Saca uno de los pañales y puedo ver que son de nubes y soles, con uno más grande en la zona donde se sujetan las cintas adhesivas. Me recuerdan a unos pañales que he visto en algún sitio.
Mami abre el pañal y lo deja al lado de Wile, que está quieto, dócil, esperando su pañal sin un atisbo de vergüenza. Mami le levanta las piernecitas a Wile, que no deben de pesar nada y le pasa el pañal por el culete, luego se las baja y le pasa el pañal hacia delante. Yo puedo ver como Wile no muda el gesto durante todo el proceso, que sigue mirando al techo mientras le ponen el pañal. Mami le cierra el pañal igual que hizo conmigo: abrochando una cinta mientras sujeta el pañal con una mano y luego haciendo lo mismo con la otra.
Ahora sí, mi amigo y yo llevamos pañales los dos.
-¡Pero qué monos que estáis! –exclama Mami mirándonos a los dos tumbados bocarriba sobre la cama y llevando pañales.
Yo miro también a Wile. Está muy tierno con su pañal, se parece al de Baby Looney Tunes. No puedo esperar a estar en la cama con él y estrujarlo mucho contra mi pecho, pero antes tengo que tomarme mi biberón.
Mami me lo da como siempre, sentada sobre la cama mientras yo me lo tomo en su regazo, chupando pausadamente la tetina. La unión que se produce en estos momentos entre Mami y yo es total. Soy dependiente de ella, un bebé que necesita que lo alimenten, y Mami lo hace acunándome bajo su pecho y dándome un biberón. A su bebé. A su bebé que lleva pañales.
-Robin –me pregunta Mami de repente. Yo abro los ojitos, estaba disfrutando plácidamente del biberón, de su tetina entre mis labios y de cómo la chupaba para sacarle la leche-. Tú… El pipí de día lo controlas, ¿verdad? –Mami me mira con una mirada inquisitiva y preocupada.
Yo paro de succionar leche.
¿Lo controlo?
Sí, ¿no?
A ver, me he hecho pipí unas cuántas veces despierto, hoy todas, pero sí que es verdad que algunas veces me lo he hecho encima durante del día sin que pueda evitarlo. En el cine y muchas veces cuando estoy inquieto o nervioso, como hace un momento, pero yo diría que sí… que lo controlo.
-Sí, Mami –le respondo, aunque mi voz no suena muy convencida.
-¿El pipí que te has hecho ahora ha sido queriendo? –me pregunta mirándome a los ojos mientras sostiene el biberón, que ya no chupo.
-Sí –miento, y fracasando en mi intento de sonar firme.
-Y todas las veces que te haces pipí en el pañal también, ¿no? Te haces pipí a propósito.
-¿Es que te molesta? –le pregunto tímidamente.
-No, bebé –Mami me da un beso en la frente-. ¡Claro que no! –me da otro-. Me encanta cambiarte el pañal y que seas mi bebé, ya lo sabes. Pero mañana vas al cole y últimamente has estado llevando pañal en casa y haciéndote pipí encima. Solo quiero asegurarme de que controlas el pipí de día.
-Sí, Mami. Mo te preocupes. En el cole seré un niño grande –le digo con mi voz infantil, que disimula mi inseguridad.
-Y en casa un bebé –dice Mami pegando su naricita a la mía-. Besito de esquimal, bebé –y hacemos chocar nuestras naricitas.
Mami me ofrece de nuevo el biberón y yo rodeo la tetona con los labios y continuo tomándome la leche.
En la cama, una vez Mami me ha acostado, los mimos a Wile en su primera noche con pañal pasan a un segundo plano.
¿De verdad controlo los esfínteres durante el día?
La inmensa mayor parte del tiempo sí, solo he tenido algún accidente, pero seguro que se debe a que tenía el esfínter más relajado porque llevaba un pañal. Y en el cine… En el cine simplemente debería haber ido al baño, y la película era muy potente.
Aun así, estoy intranquilo. No me haría ninguna gracia empezar a hacerme pipí encima también durante el día. No me importaría que me pasase en casa, pero en el colegio… Si me hiciera pipí en clase, sería algo que me perseguiría toda la vida. Las burlas serían infinitas y tendría la palabra meón escrita en la frente para siempre. Son el tipo de cosas que nadie olvida y que pueden a hacer incluso que te quedes sin amigos.
Pero no era mi caso. Yo controlo el pipí de día. No necesito pañales de día. No soy un bebé.
Oh, dios. No soy un bebé.
Es cierto.
No soy un bebé. Los bebés tienen que llevar pañales siempre, pero yo no. Solo los necesito para dormir. Bueno, y para hacer caca también. Pero no durante el día.
Mi lado bebé sale de noche, como Batman. Y mi lado normal de día. Ser un bebé es mi identidad secreta.
Y por eso no quiero ser un bebé todo el día, si mis amigos me ven con pañales o me hago pipí en el colegio… se habrá acabado todo. Mi lado de bebé quedará expuesto y nadie sabe lo que podría pasar después. La vida tal como la conozco podría extinguirse, desaparecer para siempre. Como si mi yo de bebé fuera la Tierra y mi vida social un meteorito a punto de estrellarse contra ella. Hace millones de años, un meteorito acabó con los dinosaurios. Puede que en el 2019, otro meteorito acabe con la vida social de Robin Starkley.
De momento y por si acaso, voy a  tener más cuidado con los accidentes diurnos. Creo que controlo el pipí de día, pero no estoy seguro, he tenido varios accidentes. Así que lo que haré será ir al baño en cada cambio de clase y al principio y final del recreo para obligarme a hacer pis y así estar preparado siempre para evitar los accidentes.
Cojo a Wile y lo atraigo hacia mí. El tacto suave de su pelito tiene ahora también un plástico que lo interrumpe hacia mitad de su cuerpo: su pañal.
Somos dos bebés durmiendo con pañal.
Qué mono que está Wile con pañal.


*****


Me despierto tras el suave zarandeo de Mami en mi hombreo. Estoy acurrucado en las sábanas, abrazando a Wile con mi chupete en la boca. Tengo el pañal con pipí, lo noto hinchado pero yo estoy seco.
-A levantarse, mi príncipe –Mami me da un suave besito y sube un poco la persiana, dejando que los primero rayos de sol matutinos iluminen parcialmente mi cuarto.
Mami sale de la habitación y yo me acurruco aún más debajo de las sábanas, tapándome completamente. Siento el tacto del pañal de Wile entre mis manos, pues lo tengo fuertemente agarrado y abro los ojos para ver a mi peluche con su pañal.
A pesar de la poca luz que entra, puedo ver a Wile con claridad. El pañal le llega un poquito alto y las cintas están abrochadas muy juntas, casi rozándose, porque Wile es más delgado que un bebé de verdad. Pero aun así está monísimo.
Es algo que siempre había querido: que Wile lleve pañales y que Mami nos los cambiase a los dos. Que Wile fuese mi amigo de pañal, como lo era Charlotte antes de que desapareciese del mapa. Solo que Wile no es una persona de verdad. Wile es un peluche, un ser inanimado.
No estoy loco, ¿vale?
Pero aun así es mi compañero de cama y ahora también mi compañero de pañales.
-Llevamos los dos pañales, Wile –le digo aunque es algo evidente-. ¿Tienes pipí? –le pregunto, e imagino que su respuesta es sí-. Pues no te preocupes que Mami va a venir enseguida a cambiarnos.
-Mami ya está aquí para cambiaros –oigo la voz e Mami fuera de las sabanas, entrando en mi habitación-. Pero bueno, ¿todavía estás así?
Mami me destapa y la veo con un brazo en jarra y el otro sosteniendo mi biberón y las mantas. Su bebé la mira desde la cama, con un pañal hinchado por el pipí y que asoma por encima de su pantalón del pijama. Su bebé de 12 años chupa un chupete y abraza un peluche que también lleva puesto un pañal.
-Wile se ha hecho pipí –le digo a Mami sosteniendo mi peluche encima de mi cabeza.
-Bueno, pues luego cambiamos a Wile. Primero a mi bebé mientras se toma el biberón.
Mami me da el bibe y yo lo agarro con mis manitas tras dejar a Wile a un lado. Dejo el chupete sobre su pañal y me llevo el biberón a la boca. Mami mientras tanto comienza a quitarme el pañal.
No es momento para mimos. Por la mañana siempre vamos con el tiempo justo y no podemos detenernos a cambiar un pañal con ternura o a dar el bibe dulcemente. Ahorramos tiempo si Mami me cambia el pañal rápidamente mientras yo me tomo el biberón.
Cuando termina de quitarme el pañal, Mami hace una bola con él y se dirige a la puerta.
-¡Mami! –la llamo sacándome la tetina de la boca. Mami se gira-. Wile tiene pipí. Hay que cambiarle el pañal.
Mami suspira antes de contestar.
-Robin, tengo mucha prisa. Seguro que Wile puede esperarse a que volvamos para que le cambiemos el pañal.
-¿Lo vamos a dejar con pipí todo el día?
Mami vuelve a suspirar. Deja mi pañal-pelota en el escritorio y se inclina hacia mi cama. Quita mi chupete de encima del pañal de Wile y lo deja en la mesita de noche.  Coge a Wile de una pierna y lo coloca verticalmente sobre el borde de la cama.
-Sabía que esto iba a pasar –masculla para sí misma.
Yo me pongo de lado para ver cómo le cambian el pañal a Wile mientras me sigo tomando el biberón. Estoy desnudo de cintura para abajo porque Mami no ha tenido tiempo de ponerme los calzoncillos.
-¿Es que le has puesto pañales al peluche? –la cara de Elia asoma por el marco de la puerta. Va ya vestida para irse y lleva su mochila al hombro y una enorme carpeta que llena de planos de edificios debajo del brazo.
Mami no contesta a su pregunta. Le suelta el pañal a Wile, hace como que lo limpia y le vuelve a poner el mismo pañal.
Me vale. Estamos jugando a que Wile lleva pañales. Es un ser inanimado, no puede hacerse pipí encima.
-Al menos no le voy a poner siempre otro pañal. Cuando las cintas dejen de pegarse entonces cogeré otro.
-Pues solo faltaría –le dice mi hermana.
Mami pasa a su lado y Elia se le queda mirando, luego me mira a mí, que estoy medio desnudo tumbado sobre la cama tomándome mi biberón. Mi hermana pone los ojos en blanco, niega con la cabeza y sale tras los pasos de Mami.
-¡Pues si has sido capaz de ponerle pañales a un peluche seguro que a mí puedes comprarme una moto!
-¡Ni moto ni mota! –oigo gritar a Mami desde abajo.


*****


-¿Otra vez vienes de mear, tío? ¿Cuántas veces van ya?
Estamos en el recreo, acaba de sonar el timbre y he ido al aseo para seguir con mi plan de ir al baño siempre que pueda. El que me ha hecho esa pregunta es Ronald. Estamos todos sentados en las escaleras del patio: Ronald, Joseph, Eddy, Johnny, César, Miles y Eugene. Yo debo de empezar a buscar una excusa para mis próximas y continuas desapariciones para plantarme delante de la taza del váter e intentar hacer pipí. De momento he conseguido orinar un total de cero veces, aunque no me sorprende. Normalmente hago pipí una vez al día en el colegio, y casi siempre antes de la última clase.
-Vengo de ver si están ya los apuntes de Geografía para fotocopiarlos –miento-. Sabes que esa asignatura se me da como el culo.
Parece que eso les convence porque siguen hablando de fútbol. Joseph no ha dicho nada aún de lo que pasó ayer. Se ve que no le dio tanta importancia y que sí cree que pudo ser un llanto provocado por el dolor.
-Pues el partido fue un coñazo –bufa Eugene-. Yo estuve a punto de cambiar de canal un par de veces de canal y todo.
-¿Qué dices, tío? –Johnny se gira hacia él y le levanta la mano, como si Eugene acabase de decir una terrible blasfemia-. Todo el rato manejando el cotarro ahí, en el centro del campo. Pim pam, pim pam –hace como si diese pases con los pies, levantándolos del escalón.
-Pero nada de ocasiones –Eugene defiende su postura-. Bueno, sí –rectifica-. Dos ocasiones, dos goles.
-Fue un partido igualado –dice Ronald-. Yo no me lo pasé mal. ¿A ti que te pareció, Eddy?
Eddy levanta la cabeza. A él no le gusta mucho el futbol. Lo ve casi siempre por presión social, y no digamos ya cuando le decimos de jugar. Después de mí, es al que menos le gusta del grupo.
-Yo estuve jugando al Dioses y Monstruos, que lo tenéis todos abandonado, leñe.
-Buas, ya salieron los frikis con sus movidas –exclama César tras soltar un resoplido.
-¿Qué problema tienes tú con los frikis, gilipollas? –le espeta Joseph, que siempre se altera cuando le llaman friki. Aunque no mucho, porque hace como si se encarase con César, pero de broma.
-¿A ti te gustó el partido, Joseph? –le pregunta Eugene, mientras Joseph sigue con la cabeza de César debajo e su sobaco y le frota el nudillo del dedo índice fuertemente por la coronilla. Suelta a nuestro amigo antes de contestar.
-No llegué a verlo entero, tío –contesta mientras Eugene se pone bien la chaqueta del chándal y le d aun puñetazo en el hombro-. Fui a casa de Starkley a decirle lo del War of… -se calla de repente al ver la mirada de advertencia de Ronald-. Lo del War of… Lo de El Guardián entre el centeno que hay que leerse para la clase de Literatura – corrige lo que iba a decir, aunque no resulta muy convincente para nadie- ¡Que por cierto! –dice dándose una palmada en la frente-. No os vais a creer lo que le pasó ayer a este –me señala con la barbilla y ríe-.
Yo me empiezo a poner inquieto. Las mejillas se me ruborizan pero intento que no se me note, fracasando estrepitosamente. Más que Ronald cuando estuvo a punto de irse de la lengua con lo del War of Empires.
-Míralo, si se ha puesto rojo el caaaabrón –dice César, y todos ríen y me miran expectantes, esperando que cuente que es lo que pasó. Todos menos Eddy, que sigue con la cabeza agachada, pensando en sus cosas y sin participar en la conversación. No le gusta el futbol ni que se rían de los demás, aunque sea en plan colegueo, como en este caso.
-¿Qué te pasó ayer, pequeño Starkley? –me pregunta Eugene riendo.
-Nada, joder –protesto, intentando restarle importancia al tema. Fracaso de nuevo esplendorosamente-. Que me dolía la barriga y por eso no vine a clase.
-Pues sí que te tenía que doler la barriga –Joseph ríe.
-Hombre, al joven Robin no le gusta perderse el colegio por nada del mundo –Miles me agita el pelo como si yo fuese un niño pequeño.
-Déjame en paz –protesto zafándome de su brazo.
-No lo digo por eso –Joseph se gira hacia su derecha para mirarnos a todos bien, pues está sentado en un extremo-. Lo digo porque cuando llegué a su casa y entré en su cuarto…
-Que esa es otra –protesto, interrumpiéndole, pues cuando Joseph se coló en mi habitación sí me enfadé mucho-. No puedes entrar en una casa corriendo, sin esperar a que te inviten a pasar.
-Era un asunto importante, Starkley. No había tiempo para protocolos.
-Bueno, al grano –salta Eugene, impaciente-. ¿Qué pasó?
-Bueno, pues que estoy allí en su cuarto. Él está metido en la cama tapado hasta arriba…
-Que estaba enfermo –vuelvo a decir.
-Cállate, Starkley –Miles me da un empujón-. Sigue, Joseph.
-Bueno, total, que estoy ahí contándole cosas y de pronto –hace una mini pausa dramática-. ¡Se pone a llorar!
Todos menos Eddy ríen. Ronald un poco menos.
-¡¿En serio?! –exclama uno.
-¡Vaya un crío! –grita otro.
-Pero no a llorar en plan Me he caído, me duele pues lloro un poco, no –Joseph sigue con su plan de humillarme-. Llorar en plan bebé, berrear más bien.
Todos ríen más fuerte.
-Y luego entra su madre –bien, Joseph. Muchas gracias-, y se pone a consolarlo ahí –la carcajada en el grupo es tan fuerte que algunos que pululan por el patio cerca nuestra se giran para mirar-. Yo creía que iba a ponerle un chupete o algo –ríe agarrándose el pecho-. ¡Como si fuese un bebé, tíos, en serio!
Yo tengo ganas de llorar. Los veo ahí, a todos, Ronald incluido, riéndose de mí. Riéndose despectivamente y con ganas y solo porque lloré como un bebé, sin saber nada más. Sin saber la verdad. Sin saber cómo soy realmente.
Ni siquiera yo sé cómo soy realmente.
Suena el timbre que anuncia el final del recreo. Me levanto rápidamente sin volverme. Oigo un Eh, no te enfades, que era una broma, pero me da igual. Estoy a punto de llorar y no quiero hacerlo delante de mis amigos. Las burlas serán más grandes de lo que podría soportar. Además, es hora de que intente hacer pipí de nuevo.
Llego al baño de chicos y entro en mi aseo favorito; el último de todos, el que está más alejado de la puerta. Cierro de un portazo, echo el pestillo torpemente y apoyo la espalda sobre la puerta llena de pintadas de rotulador y empiezo a llorar.
Intento no hacer ruido para no atraer a los gamberros, ni a nadie. Estoy en el último curso del colegio, al fin y al cabo, y si me vieran llorar sería un suicidio social.
Más todavía.
Necesito mi chupete. Lo necesito desesperadamente. Estoy muy angustiado y lo necesito para calmarme. Antes me lo traía al colegio en la mochila, dentro de un estuche para gafas que me dio Elia, pero una vez se me cayó en clase de Educación Física y no se abrió de milagro delante de los demás chicos que había en el vestuario.
Me vienen las ganas de hacer pis. Me bajo rápidamente los pantalones y me acerco al váter. Y nada más sacar el pito comienzo a orinar.
Vuelvo a llorar. Ha faltado poco.
Todavía resuenan las risas de mis amigos en mi cabeza. La de Ronald es la que más me ha dolido. Se supone que es mi mejor amigo. Hace no tanto tiempo, 6 años, la mitad de nuestra vida, me quedé a dormir en casa de Ronald. Era la primera vez que dormía fuera de casa. Mami estaba muy intranquila porque por aquella época, yo tenía que llevar pañales durante todo el día porque no controlaba nada el pipí. Fue a los pocos meses de dejar a mi padre, cuando todavía vivíamos en casa de tía Gayle. Conocí a Ronald en el parque, antes de que yo estuviese matriculado en ningún colegio, durante mi época no lectiva. De hecho, vine a este colegio por Ronald. El caso es que yo era el único niño en el parque que aún llevaba pañales, y eso que había niños a los que habían traído en silleta, y Ronald fue el único que quiso jugar conmigo. No le importó que llevase pañales, y al poco tiempo me enteré por qué. Mami me lo dijo. A ella se lo había dicho la madre de Ronald, pues se habían hecho muy amigas. Resulta que Ronald llevaba pañales para dormir. Estaba a punto de dejarlos, pero aún los llevaba porque a veces tenía accidentes nocturnos. Yo me puse muy contento; tenía un amigo que también llevaba pañales, aunque fuese solo de día, y por eso accedí a quedarme a dormir en su casa. Fue su madre la que nos puso el pañal a los dos antes de irnos a la cama. Lo recuerdo muy bien. Los dos tumbados en la cama de Ronald. Yo con un pañal que había que cambiarme, y él con unos calzoncillos que en seguida iban a ser sustituidos por un pañal.
La madre de Ronald fue hasta mi mochila y cogió con uno de mis pañales, con un tigre infantil dibujado sobre la franja de la cintura, que era los que usaba en ese momento. Unos pañales de bebé, más pequeños, aunque no tano, de los que llevo ahora. Deja el pañal entre mi amigo y yo y comienza a desabrocharme el que llevo puesto. Despega una cinta y luego la otra, dejando al descubierto el tigre infantil. Yo miro al lado en el que no está Ronald. Me están poniendo un pañal al lado de mi amigo y eso da vergüenza. Aunque a él le vayan a poner después otro, en este momento el que es un bebé soy yo.
La madre de Ronald  me levanta las piernas con una mano y extrae con la otra el pañal, luego me limpia cuidadosamente bajo la atenta mirada de Ronald, que no hace ningún ruido, parece que ni siquiera está ahí. Tras limpiarme, Joseline abre el pañal que hay a mi lado y me levanta de nuevo las piernas para pasármelo por el culete. Yo cambio la mirada hacia el techo y la sostengo ahí, mirando la lámpara de la habitación de mi amigo.
Soy un bebé que lleva pañales.
La madre de Ronald me pasa el pañal por la entrepierna y pega la parte de dentro a mi bajo vientre, luego lo sujeta con una mano y abrocha la cinta de la izquierda del pañal, cambia de mano y me sujeta la otra, dejándome el pañal bien sujeto.
Sonrío, pero echo en falta el chupete.
-Ahora vamos contigo, Ronald –dice su madre.
Me pongo de lado para mirar. No quiero perderme cómo le ponen el primer pañal a Ronald delante mía.
Su madre abre una bolsa de pañales sin estrenar y la deja sobre el escritorio. Saca uno de los pañales y puedo ver que son de nubes y soles, con uno más grande en la zona donde se sujetan las cintas adhesivas.
Joseline abre el pañal y lo deja al lado de su hijo, que está quieto, dócil, esperando su pañal sin un atisbo de vergüenza. Su madre le levanta las piernecitas, que no deben de pesar nada y le pasa el pañal por el culete, luego se las baja y le pasa el pañal hacia delante. Yo puedo ver como Ronald no muda el gesto durante todo el proceso, que sigue mirando al techo mientras le ponen el pañal. Su madre le cierra el pañal igual que hizo conmigo: abrochando una cinta mientras sujeta el pañal con una mano y luego haciendo lo mismo con la otra.
Ahora sí, mi amigo y yo llevamos pañales los dos.
-¡Pero qué monos que estáis! –exclama la madre de Ronald mirándonos a los dos tumbados bocarriba sobre la cama y llevando pañales.
Yo miro también a mi amigo. Los dos llevando pañales.
Eso no se volvió a repetir.
Ronald dejó los pañales enseguida y yo durante el día también dejé de usarlos. Y ahora estamos aquí: 6 años más tarde, y uno aún lleva pañales para dormir y a veces incluso se hace pipí durante el día.
Vuelvo a clase antes de que llegue el profesor. Mis amigos están ahí para disculparse por si me he enfadado. Les digo que no, que son bromas entre colegas, y que son unos cabrones. Ellos ríen y se van hacia sus asientos, pues el profesor de Matemáticas ya acaba de entrar por la puerta. Me siento al lado de Ronald. Me da una palmada en el hombro.
Somos amigos, lleve yo un pañal o no.

19 de febrero de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 13: El dolor de barriga




Me despierto un poquito al escuchar ruidos en la cerradura de casa. Luego oigo la puerta abriéndose y a alguien empujando una silleta. Después la puerta cerrarse.
-Voy a ver al primo, espera un momento, Felicia –dice tía Marie.
Escucho a mi tía subir las escaleras, abrir el cuarto de mi hermana por error y luego sus pasos dirigirse al mío. Yo cierro los ojitos y me hago el dormido. La puerta se abre y procuro no moverme, a excepción del chupete, que muevo lentamente, como si estuviera en un plácido sueño. Tía Marie abre la puerta despacito y se acerca a mi cama, muy suavemente, con pisadas muy flojitas que casi ni se oyen. Llega hasta mi cama, oigo su respiración justo enfrente. Mi cara apunta hacia ella pero intento no hacer ningún gesto. Estoy dormido, profundamente dormido.
-Qué mono está –exclama muy flojito, casi en susurro.
Luego siento sus labios dándome un besito muy suave en la coronilla.
-Ay –la oigo quejarse, pues parece que al levantar la cabeza se ha dado con el móvil que está colgado sobre el cabezal.
Yo me muevo un poco en la cama, imitando a alguien que estuviese durmiendo cuando oye un ruido algo más fuerte de lo común pero sin legar va despertarlo.
-No, no, no, Robin… -dice muy flojito-. Maldita sea, qué tonta soy.
Me arropa aunque no hace ninguna falta mientras chasquea suavemente la lengua.
Tiene una voz muy dulce. Creo que vuelvo a quedarme dormido antes incluso de que salga de mi cuarto.


*****


Me despierto tras dormir sin soñar, mucho más descansado que esta mañana. Miro la hora en mi móvil y veo que son casi la una. ¡He dormido toda la mañana! Me desperezo un poco mientras empujo las sabanas con las piernas y me destapo completamente. No llevo pantalón de pijama, solo una camiseta y el pañal, que tiene pipí. Chupo un poco el chupete haciendo algo de ruido y me giro para abrazar a Wile, que durmiendo lo he mandado hasta una esquina de la cama. Lo atraigo hacia mí y me acurrucó con él. Esto ya es otra cosa. Necesitaba este sueño reparador.
Será mejor que vaya saliendo de la cama, que ya es hora. No me hace especial ilusión que tía Marie me cambie el pañal, pero no puedo quedarme mojado hasta que venga Mami.
Bajo de la cama de un salto y abro la puerta de mi habitación, lentamente, con precaución. Tener a alguien extraño en casa es algo que nunca me ha gustado. Mi casa es mi refugio, es el punto seguro de jugar al pilla-pilla, es el por mí y por todos mis compañeros del escondite. Tener a alguien que no es ni Mami ni Elia, siempre me pone inquieto (excepto cuando viene Clementine) y me cuido muchísimo de mostrarme con pañal o chupete, tal como soy.
Tía Marie no es ninguna extraña, es la que mejor me cae de los hermanos de mi madre. No solo por verla regañar a la entrometida de su hija mayor, sino porque es la única persona de la familia a excepción de Mami que todavía cambia pañales. Y no sé por qué, pero eso ya hace que me caiga mejor, como cuando una actriz va a interpretar a una superheroína y dice que es una gran fan de los cómics. No es sinónimo de que lo vaya a hacer mejor o peor, pero ya la miras con mejores ojos que al resto. Además, cuando Mami, Elia y yo vivíamos en casa de tía Gayle tras abandonar a mi progenitor bilógico, la única persona que no me miraba con reproche al verme en pañales, chupando mi chupete o tomando biberón era tía Marie, que por aquel entonces tenía 24 años y ya decía que ella iba a ser madre soltera. No sé si era por eso, pero la recuerdo cambiarme el pañal torpemente varias veces mientras Mami le enseñaba; y como Mami le explicaba también en qué posición había que sujetar el biberón para que cayese toda la leche.
Interés por ser una buena madre.
Aun así no me hace especial gracia que alguien que no es Mami o Elia me cambie el pañal (excepto quizá Clementine)
¿Cuándo la volverá a invitar Elia a dormir?
Bajo las escaleras intentando hacer algo de ruido al pisar, como si quisiera advertir a mi tía de mi presencia. Oigo en el salón la televisión puesta y una serie infantil de dibujos animados que yo solo veo a veces, cuando me siento muy bebé y me acurruco en el sofá con Wile, chupando el chupete y llevando pañal.
La puerta del salón está abierta de modo que hago mi aparición de una sola vez. Bajo el marco de la puerta está el sobrino de tía Marie, de 12 años, llevando un pañal y con un chupete en la boca.
Mi tía está sentada en el sofá con Felicia encima, como hace Mami conmigo. La pequeña está absorta viendo la televisión, como estoy yo siempre, y tía Marie le acaricia el pelo mientras le da cachetes suaves en el pañal, como hace Mami conmigo. Solo que yo tengo 12 años y mi prima 3.
-Hola –saludo tímidamente para advertir de mi presencia, pues parece que las pisadas en la escalera no han dado resultado.
Mi tía gira la cabeza hacia mí muy rápido.
-¡Hola, Robin! –exclama. Deja a su hija sobre el sofá y viene hacia mí-. ¿Cómo estás? –me da dos sonoros besos en las mejillas y se inclina un poco para situarse a mi altura.
Me mira radiante, como si ver a su sobrino despierto fuese lo que más la tranquilizase del mundo.
-Bien –contesto yo escuetamente.
-¿Estás mejor? ¿Cómo has dormido? ¿Tienes hambre? ¿Te preparo un biberón?
Me hace todas esas preguntas a la vez, muy rápido. Yo decido contestar a la última.
-No, estoy bien. No tengo hambre –a las dos últimas.
-Iba a darle la comida a Felicia enseguida. ¿Quieres que te prepare algo?
-No… Estoy bien –parece que voy a tener que pedírselo directamente. Me va a obligar a decirlo en voz alta, delante de una niña de 3 años-. Esto… Tía Marie, ¿me puedes cambiar el pañal?
-Claro que sí, cariño –me contesta efusivamente-. Estaba a punto de preguntártelo. ¿Tienes pipí? –asiento-. Pues venga, vamos a tu cuarto y te cambio el pañal, ¿vale?
-vuelvo a asentir. Tía Marie me sonríe-. Felicia –se dirige a la niña, que no había apartado la vista de la pantalla-. Voy a cambiar al primo, no te muevas de aquí –se vuelve a dirigir a mí-. ¿Vamos?
-Sí…
Echo a andar delante de ella, camino de mi habitación.
-Es una niña muy buena –me dice tía Marie mientras subimos las escaleras-. Nada que ver con el torbellino de su hermana. Te pido perdón de nuevo por lo del otro día, bueno, por lo de las otras veces.
Parecía que eso realmente la tenía con la mosca detrás de la oreja, porque me lo acaba de decir nada más vernos, una vez pasados los formalismos de los saludos y haberse asegurado de que estaba bien.
-Laëtitia no es mala –continua-. Pero es una niña, ya sabes. Es muy curiosa y si se le pasa algo por la cabeza tiene que gritarlo a los cuatro vientos. Lo siento mucho, debió de hacerte pasar un momento muy incómodo.
-No pasa nada –le digo yo, que no me esperaba que tía Marie me volviese a pedir perdón. Además ahora que lo pienso, no es para tanto. Son cosas de niños, y yo de eso sé un montón.
-Creo que fue más lo que me impactó en el momento que lo que es en realidad.
-Qué bueno eres –me revuelve el pelo-.  La próxima vez llámala pequeña meacamas, es lo que yo le digo. Le fastidia mucho –me dice riendo.
Yo río un poco también.
-No pasa nada –vuelvo a decir.
Llegamos a mi habitación. Yo abro la puerta y mi tía pasa detrás de mí.
-Qué habitación más chula –dice-. Y qué mono el móvil de avioncitos –exclama tras dirigir a caso hecho la mirada hacia él-. Me encanta.
Yo no sé muy bien qué decir, así que me tumbo bocarriba sobre la cama. Al menos tía Marie no se ha escandalizado al ver que todavía tengo un móvil colgado del cabecero.
-¿Dónde guardas los pañales? –me pregunta.
-Ah, sí, perdón –le respondo mientras me incorporo, formando una L con mi cuerpo-. Están en el armario –lo señalo y me vuelvo a tumbar.
Tía Marie abre el armario y saca el paquete entero de pañales.
-¿Cuál quieres? ¿Uno de conejitos, de ositos, de coches? –dice mientras los va viendo uno a uno.
-Me da igual.
Tía Marie se acerca con uno de conejitos y lo deja a mi lado. Luego se inclina hacia mí.
-Venga, vamos a ello –dice-. Voy a intentar hacerlo tan bien como tu madre.
Me desbrocha las cintas adhesivas del pañal que llevo puesto con dos frunch y me lo separa de delante, dejando al descubierto mis genitales. Me pongo muy rojo, giro la cabeza y empiezo amover mi chupete muy rápido.
-No pasa nada –me tranquiliza. De nuevo esa voz tan dulce y sosegada-. Termino enseguida. Ni te darás cuenta y enseguida estrás limpio y seco.
Tía Marie me levanta las piernas y extrae mi pañal totalmente. Luego me limpia muy rápido pero sin hacerme mucha presión y yo me pongo más rojo. Muevo mi chupete aún más rápido si cabe. A 20 veces por segundo, como si intentase batir un record.
¿Habrá records de esto?
Por favor, que acabe pronto.
Tía Marie abre el pañal de conejitos, y me coge las piernas con una mano, tira de ellas hacia arriba y me pasa el pañal por el culete. Luego me baja las piernas suavemente y deja reposar mi culete sobre el pañal acolchado. Me lo pasa por delante, me lo ajusta un poquito, y me lo sujeta muy fuerte con las dos cintas adhesivas, tapando un par de conejitos de la franja azul cielo.
-Ale, ya está –dice al incorporarse-. Baja al salón si quieres con la prima que yo voy a tirar esto –me dice mientras hace una bola con el pañal que me acaba de quitar-. O bueno, lo que tú quieras. Quédate aquí, no sé… Lo que hagas. Es tu casa –ríe y me da otro beso en la mejilla-. Cómo me alegro de verte.
Tía Marie sale de mi cuarto y yo me quedo allí de pie. Parece que no le importa en absoluto que yo lleve pañales y sea un bebé. Eso no se puede decir de todo el mundo. En fin, será mejor que baje, que es descortés quedarme aquí cuando ella ha venido a cuidarme.


*****


Bajo al poco ya vestido con una camiseta y un pantalón de algodón sobre el pañal, ya que a tía Marie se le ha olvidado vestirme, o tal vez pensara que eso lo hacía yo.
A ver, que lo hago yo. Pero normalmente cuando me cambian el pañal también me ponen la ropa.
Llegó al salón y veo a mi tía sentada en el sofá con Felicia. Ahora no la tiene encima, sino que está a su lado y le va dando de comer un potito con una cuchara de plástico.
-¡Hola, sobrino! –me dice al verme entrar-. Estoy ya con la comida de la niña. ¿Tú quieres algo?
-No, gracias -contesto, y me siento en el otro sofá.
La silleta de Felicia está a mi lado y me llama mucho la atención. Me dan curiosidad todas las cosas de bebés, pero intento no fijarme mucho en ellas, o al menos que no se note que lo hago. La silleta de Felicia es una silleta normal y corriente. Su sillita, su cesta debajo, su bolsa con los pañales detrás, su mango para empujar… Me encantaría que Mami me pasease en una. Pero tendría que ser en otra ciudad, en otro país, en otro continente. En un sitio donde nadie me supiese quien soy ni existiese la mínima posibilidad de ver a alguien conocido.
-Pon lo que quieras en la tele –me dice tía Marie mientras pone el mando a mi lado-. He puesto la serie esta de dibujos para bebés porque es lo que le gusta a la niña, pero vamos, que puedes cambiar si quieres.
No, esto también me gusta a mí.
Evidentemente, no digo eso.
La serie es La Casa de Mickey Mouse, ¿vale?
Cojo el mando y pongo Cartoon Network. Están dando Código KND, pero por suerte, no es el capítulo del Sr.B. Me moriría de vergüenza si saliese en la tele un adulto en un cuerpo de bebé.
Miro de reojo a mi prima mientras se come el potito. Parece que le gusta mucho, y además no huele tan mal. Pero he debido de ser más indiscreto de lo que pretendía, porque tía Marie se ha dado cuenta.
-¿Seguro que no tienes hambre, Robin? Te preparo algo en un momento.
-No, no… Estoy bien, en serio –digo intentando sonar con firmeza.
-¿Has probado los potitos? –me pregunta de repente-. De peque sí, me acuerdo. Pero ya no tomas, ¿verdad?
Noto que me ruborizo un poco.
-No… No… Potitos ya no tomo.
Tía Marie sonríe.
-¿Quieres un poco? –dice mientras me ofrece un cucharada-. Están buenos.
-Aquí –le dice mi prima  a su madre mientras le tira de la manga, intentando que vuelva a prestarle atención –tía Marie le da una cucharada.
-No, no… -vuelvo a decir-. No me apetece…
Pero no sueno muy convincente.
Nunca me he planteado comer comida para bebés. Tengo la leche de cereales de mis biberones pero ya está. Potitos, papillas y esas cosas es algo que nunca me he planteado.
-¿Seguro que no quieres un poco? –vuelve a decirme tía Marie ofreciéndome otra cucharada-. No se lo diré a nadie –sonríe y me guiña el ojo.
-No… Bueno... -balbuceo un poco-. Además, no quiero manchar la cuchara de…
-Si quieres, te mojo un poquito el chupete para que lo pruebes.
Bah, qué diablos.
Me saco el chupete de la boca y se lo doy a tía Marie. Ella lo coge con la misma mano con la que tiene la cuchara, sin derramas ni una pizca de su contenido y lo moja en el tarro de potito, que sujeta con la otra mano. Me lo devuelve con la tetina manchada de un puré marrón y yo me lo meto en la boca.
No está nada pero que nada mal. No es el manjar de mis sueños, pero no está mal. Mucho mejor que las acelgas de Elia. Yo chupo el chupete a conciencia, intentando degustar todo sabor que se ha quedado impregnado en la tetina.
-¿Y bien? ¿Te gusta? –me pregunta sonriéndome mientras le da una cucharada de potito a su hija sin ni siquiera mirarla y acertando en la boca.
De verdad que parece que mi tía es una Súper-Mamá.
-Está bueno –contesto moviendo mi chupete, intentando que no se note que de verdad me ha gustado mucho.
-¿Quieres que te caliente uno? –me dice mientras le vuelve a dar una cucharada de potito a su hija.
De nuevo sin mirarla. Directa a la boca.
-No… -digo intentando sonar decidido pero no consiguiéndolo en absoluto-. No, gracias. Esperaré a Mami para comer con ella. No le tiene que quedar mucho.
-Como tú quieras –asiente-. Pero puedo dejarte algunos y que tu Mami te los caliente para comer.
-No, Mami creo que anoche dejó la comida para hoy…
-De acuerdo, pues –y se vuelve a girar hacia su hija-. Como tú quieras.
Se me debe de notar bastante que quiero un potito, porque tía Marie lo sabe. Pero me da mucha vergüenza decir delante de ella que quiero uno. Bastante bebé soy ya. Se lo podría decir a Mami, pero no sé si a ella le haría gracia que le pidiese que me comprase potitos. Además, hay otras cosas de bebé que prefiero antes, como una cuna o que Wile lleve pañales como yo.


*****


Mami llega a las dos y media. Cuando su oigo sus llaves metiéndose en la cerrada y abriendo la puerta, me empiezo a sentir muy emocionado.
Es Mami. Mi Mami. Quien que me ha protegido y cuidado esta noche. Voy hacia la puerta y cuando abre me lanzo a su cuello a cubrirla de besos. Mami lleva un pequeño bulto cuadrado dentro de una bolsa, que deja caer para poder agarrarme del culete y que no le disloque el cuello.
-¡Pero bueno, bebé! –dice-. ¡Menudo susto me has dado!
Como respuesta, yo me espachurro más contra ella. En la entrada aparece tía Marie con mi prima en brazos y contempla la tierna escena. Mi prima mueve el chupete pausadamente, mientras que yo estoy demasiado contento para hacerlo despacio. Lo muevo muy emocionado y haciendo ruido.
Chup, chup, chup, chup, chup, chup, chup.
-Muchas gracias por venir, Marie –le dice Mami acercándose a ella.
-Ni las des.
Se acercan las dos para saludarse, algo difícil, pues llevan a sus hijos en brazos. Yo estoy más calmado. Ahora solo muevo mi chupete sin hacer ruido mientras permanezco inmóvil en los brazos de Mami, con los míos alrededor de su cuello.
-¿Cómo se ha portado? –pregunta Mami.
-Genial, hija –contesta tía Marie rotundamente-. Se ha levantado a la una, le he cambiado el pañal –mi tía me da dos suaves golpecitos en mi abultado culete-, y le he preguntado si tenía hambre pero me ha dicho que no, así que ahí lo tienes, listo para comer.
-Sí, es normal que no tenga hambre –le contesta Mami-. Le he dado un biberón antes de irme –dice mientras me mira-. ¿Y esta princesita cómo está? –pregunta Mami poniendo voz infantil mientras se dirige a Felicia y le da los cachetes en su pañal.
-Bueno, ahí va –contesta tía Marie mirando a su hija, que mueve su chupete rosa al compás de su respiración-. Más tímida que una avestruz, pero bueno… al menos no es un torbellino como su hermana.
-¡Ay, Laëtitia! –exclama Mami de repente, asustada-. ¿No tienes que ir a recogerla del cole o algo?
-No, no, tranquila –le contesta tía Marie mientras se acomoda a su hija pequeña en los brazos-. Tiene comedor. Yo entro a trabajar a las tres y ya me paso todo el día fuera.
-¡Anda! –vuelve a exclamar Mami-. ¿Y con quién dejas a la pequeña?
Basta ya de conversación intranscendente, por favor. Mami, dame la comida y acuéstame.
-Viene una canguro y se queda con las dos hasta la hora de cenar.
-Pues genial, chica –asiente Mami acomodándome el culete en su antebrazo-. Y muchas gracias de nuevo, eh.
-Que no hace falta que las des –repite-. Además, es un cielo de niño que no me ha dado nada de trabajo. Lo he hecho encantada.
-Bueno, eso es que no le has visto cuando le dan algunos berrinches –dice Mami golpeándome suavemente el chupete con un dedo.
Yo gimo algo molesto.
-Oye, que a la mía también le dan berrinches –replica tía Marie-. Y hablando de berrinches, me tienes que decir donde le has comprado a Robin el móvil ese que tiene en la cama, porque todo el mundo me ha dicho que para calmar a los bebés va muy bien. Y a esta –toca el chupete de mi prima varias veces y ella hace un ruidito de molestia-, le cuesta mucho a veces dormirse.
-Bueno, eso lo tienes en cualquier tienda de bebés –contesta Mami.
-Es que como con Laëtitia no lo usé, no sé dónde comprar uno para Felicia.
-En Largue, mismo. Yo compro allí los pañales y todo, que Robin usa estos –le da un palmadita a mi pañal-, que son un poco más grandes que los de bebés. Pero tienes de todo también para bebés.
-¿Y eso como lo enganchas en la cuna?
-Pues en el cabezal. Tiene una pinza que… Bueno, ven que te lo enseño en un momento. ¿Tienes prisa?
-No, todavía no.
-Pues vamos. Es solo un segundo.
Mami y tía Marie nos dejan a los dos en el sofá del salón y suben a mi cuarto. Yo miro a mi prima pequeña. Con su chupete rosa y el abultado pañal dentro de sus pantaloncitos de algodón. Mueve el chupete inquieta, echando de menos a su madre.
Le saco 9 años. 9 malditos años.


*****


Me acabo de despertar de la siesta. Mami me ha acostado tras darme de comer. Se lo he pedido yo. He comido sentado en su regazo, mientras ella me daba el puré de lentejas, que no estaba tan bueno como el potito de tía Marie, cucharada a cucharada y limpiándome la comisura de los labios cuando se me manchaban. Después me ha dado unas natillas, y me ha dejado mojar de vez en cuando el chupete en ellas. Mami me ha mimado mucho, me ha hecho muchos cariñitos mientras me daba de comer. Está preocupada por mi estado, seguro. Sabe que he pasado una muy mala noche y eso hace que se preocupe más de su bebé.
Yo me he hecho pipí mientras Mami me daba las natillas, casi antes de terminar de comer, así que me ha tenido que cambiar el pañal antes de acostarme.
Ahora estoy despierto, aunque me siento un poco amodorrado. Wile está a mi lado y mi pañal está otra vez mojado. Es una ley inquebrantable: si me quedo durmiendo, me hago pipí. No importa el tiempo que sea. Miro la hora en móvil y veo que son las cuatro de la tarde. Calculo que Mami me debió acostar para las tres o así, de modo que he dormido alrededor de una hora. No es tan poco mucho tiempo. Hay veces que me he hecho pipí en cabezadas de diez minutos, sobre todo en el coche. De ahí que Mami ya no se fíe y ahora me ponga un pañal siempre que hacemos un viaje largo.
Me lo miro. El pañal. Me levanto el pantalón del pijama y me lo miro.
Es de cochecitos. Cochecitos, camiones y semáforos. Todos dibujitos muy infantiles.
El pañal ya de por sí es lo más infantil que se me ocurre.
El mío ahora está hinchado a causa del pipí. Levanto el culete un poco de la cama y noto que pesa mucho. He debido de hacerme más pipí del que pesaba en un principio. Pero no importa, los pañales Largue que uso absorben muy bien.
Ya sé lo que estáis pensando. No, Largue no me paga por hacer publicidad de sus productos. No conozco a Jackie Largue ni he firmado ningún contrato con él. Es solo que los pañales de bebés que hace en tallas más grandes me han salvado la vida. He visto pañales de adultos y son bien feos. Si me tuviesen que uno supongo que me moriría. Así que estoy más que agradecido de que existan estos pañales.
Largue, he dicho tu nombre siete veces. Dame mi pasta.
Es broma.
Me cubro otra vez el pañal con el pantalón y le doy dos golpecitos.
Hinchado, lleno de pipí.
Será mejor que le diga a Mami que me cambie. Pero no he hecho más que poner un pie fuera de la cama cuando oigo el timbre.
Maldición. ¿Quién narices puede ser a estas horas?
Vuelvo a meter el pie dentro de las sábanas y me cubro con ellas, rogando porque sea el cartero o algún predicador a domicilio. Quien sea mientras no entre en casa. Cojo a Wile y lo atraigo hacia mí, lo abrazo y muevo mi chupete en silencio, intentando hacer el menor ruido posible para enterarme de quien ha llamado al timbre.
Oigo la puerta abrirse y el que bien podría ser uno de mis peores temores se cubren.
-Hola, Sra. Starkley, ¿está Robin?
Es Joseph.
-Sí, está en su habitación, pero… –dice Mami con voz preocupada, intentando como siempre alejar a mis amigos cuando estoy en casa con pañal.
Otras veces, cuando estoy con chupete solo. Anuncia la llegada de mis amigos muy fuerte, para que a mí me dé tiempo a quitármelo. Pero ahora no es así, para Mami, estoy aún durmiendo.
-Es solo un momento. Vengo a traerle loes deberes –dice Joseph muy rápido-. ¿Puedo pasar?
Y oigo como se cuela dentro sin esperar respuesta.
-Pero… -Mami no sabe qué decir.
-Está en su habitación, ¿No?
-Sí, pero…
-Voy para allá.
Y lo oigo subir las escaleras.
-¡ROBIN, HA VENIDO JOSEPH! –grita Mami bien fuerte.
Gracias, Mami, pero ya lo sé.
Mi amigo se dirige hacia aquí. Yo estoy con un pañal lleno de pipí, un chupete puesto y con Wile a mi lado.
Rápido, joder.
Lo que pasa ahora vais a tardar un tiempo en leerlo, pero sucede en apenas unos segundos.
Tenéis que imaginarme haciéndolo todo muy, muy rápido. Con el corazón latiéndome a mil por hora mientras intento ocultar todo atisbo de mi vida de bebé.
¿Listos?
Allá voy.
Como un resorte, me quito el chupete y lo tiro dentro de las sabanas, hasta los pies.
Lo mismo hago con Wile; tras darle un beso rápido susurrarle un Lo siento lo mando junto al chupete.
Me subo las mantas hacia arriba para ocultar cualquier bulto que pudiese provocar el pañal.
Ya está todo. Los pasos de Joseph cada vez se oyen más cerca.
Un momento.
¡El móvil!
Me incorporo de rodillas en la cama y me giro para arrancar el móvil del cabezal.
Vamosvamosvamosvamosvamos.
Sal, maldita pinza.
Intento soltarla pero no hay manera. Muevo el palo del móvil a los lados pero no logro despegarlo del cabecero de mi cama.
Los pasos de Joseph se oyen cada vez más cerca.
Joderjoderjodernononononovamosvamosvamovamosvamos.
Se me sale un poco de pipí.
A tomar por saco.
Parto el palito del móvil.
Tengo el móvil en una mano y la pinza sigue enganchada al cabezal de la cama. Queda ahora un pequeño pitorrito que sobre sale hacia arriba.
Cojo el resto del móvil y lo tiro debajo de mi cama, provocando un accidente aéreo, y para cuando Joseph abre la puerta de golpe, yo estoy de espaldas a él y con el enorme pañal puesto y asomando por fuera del pantalón.
Ya está. El tiempo narrativo vuelve a ser tiempo real.
Estoy en la semi oscuridad y sus ojos aún no se han acostumbrado a la penumbra. Me cubro con las sabanas justo cuando enciende la luz de un manotazo.
-¡¿Qué pasa tío?!
Yo tengo el corazón latiéndome aún a mil pulsaciones por minuto y me he hecho pipí encima.
-¿Cómo entras así, joder? –le digo fingiendo adormilamiento.
-¡Traigo noticias! Le he dicho a tu madre que venía atraerte los deberes de hoy, que también los llevo apuntados aquí, por cierto…
-Robin, ha venido… -Mami aparece en la habitación.
Me mira preocupada. Estoy cubierto de cintura para abajo con las sabanas y tengo una evidente cara de inquietud.
-No pasa nada –respondo con una significativa mirada-. Estoy bien.
Mami me mira preocupada.
-Vale, vale… Si queréis algo, avisad –y me mira con preocupación antes de salir.
-¿Qué te ha pasado, por cierto? –me pregunta Joseph cogiendo la silla del escritorio y sentándose en ella.
-Me duele la barriga –respondo simplemente.
-Joder, qué putada –dice-. Bueno, a lo que iba...
Le importa bien poco si me duele la barriga o no.
Joseph empieza a hablar pero yo no le escucho. Toda mi atención se centra en que no descubra que su amigo de 12 años lleva un pañal lleno de pipí y esconde un chupete y un peluche debajo de sus sabanas. Por no hablar del móvil roto que hay debajo de la cama.
Pienso por primera vez en él.
El móvil… Roto…
El móvil que tanta ilusión le había hecho a Mami comprarme y con el que yo me tranquilizaba y jugaba como un bebé…
Partido ahora sin contemplaciones como una frágil ramita de árbol. Tirado como un trasto viejo debajo de mi cama…
Mi móvil de avioncitos, helicópteros y cohetes…
Mi móvil con el que jugaba a intentar tocar los avioncitos con mis manitas, mientras estiraba mis piernecitas hacia arriba y balbuceaba como un bebé.
Mi móvil de bebé…
Me pongo muy triste y noto que las lágrimas me van a empezar a salir aquí en medio. Delante de mi amigo y su perorata sobre no sé qué del War of Empires. Lo que sí que me está saliendo ya es más pipí, pues estoy muy inquieto. Y los pañales Largue absorberán muchísimo, pero tendrán un límite. Y siento que lo estoy forzando demasiado. Lo único que me faltaba ya es que se me derramase el pipí del pañal y Joseph  lo viera, como en el sueño…
El sueño…
Mis amigos viéndome con un pañal mojado de pipí.
Mi móvil roto…
Soy un mal hijo…
He roto el móvil que me regaló Mami…
Ella lo compró con tanta ilusión porque yo no podía tener una cuna ya hora lo he roto.
¿Y para qué?
Para que mis amigos no descubran que soy un bebé.
Anda, y que les den.
Ese móvil era un regalo de Mami…
Lo he roto por salvarme a mí mismo…
Me pongo a llorar.
-¿Robin? –a Joseph mi llanto le pilla de sorpresa.
Ya me da igual que esté él delante. He roto el regalo de Mami…
Mi móvil de bebé…
Lloro como un bebé. No puedo controlarlo.
Me vuelvo a hacer pipí.
No puedo controlarlo.
-¿Qué…? ¿Qué te pasa? –mi amigo está totalmente extrañado.
-Será mejor que te vayas, Joseph –dice Mami, que vuelve a aparecer por la puerta-. A Robin le ha vuelto a venir el dolor de barriga. Es que le da muy fuerte a veces.
Mami ha debido de estar escuchando al lado de la puerta todo el rato por si la necesitaba. Es la mejor.
-Vale, pues… -Joseph no deja de mirar como su amigo de 12 años llora como un bebé-. Aquí te dejo los deberes… –saca una hoja de libreta doblada y la deja sobre el escritorio-. Nos… Nos vemos en clase… -y me lanza una última mirada extrañada antes de salir.
-Cierra la puerta al salir, Joseph –le dice Mami mientras viene hacia mí-. Gracias por traerle los deberes a Robin.
Cuando se oye la puerta de la casa cerrarse de golpe, Mami viene hacia mí con la cara muy preocupada, a punto de echarse a llorar también. Pero no puede hacerlo. Necesita mostrarse fuerte para su bebé. Que él pueda ver que es su cuidadora y protectora.
-¡Mi bebé! –Mami se sienta en la cama, me coge la cabecita y la pega contra su pecho-. Mi pobre bebé… Ya está… Ya pasó…
Yo no dejo de llorar. No puedo parar. Me he hecho mucho pipí y mi pañal está a punto de reventar. Necesito mi chupete pero no lo alcanzo.
-Shhh, mi bebé –Mami sigue con los ojos cerrados, acunándome mientras me sujeta la cabeza en sus tetas-. ¿Dónde has puesto el chupetito, mi bebé?
Yo intento responderle pero no puedo parar de llorar.
-Mi bebé, ¿y tu chupetito? –pegunta Mami mientras aparta las sabanas con una mano.
Lloro sin poder articular ninguna palabra.
-Mi bebé, ¿dónde está? –su voz está muy angustiada.
He roto el móvil y mi pañal está a punto de explotar de todo el pipí que tiene.
-¿Y si…? –Mami se desabrocha el primer botón de la blusa, pero en seguida se lo vuelve a abrochar-. Mejor no ¿Y tú chupete, bebé? –me pregunta anhelante.
-ALBIBABLDELAGAMA –logro decir.
Mami lo entiende.
Aparta todas las sábanas a la vez y efectivamente, al final de la cama está mi chupete. Mami me lo pone rápidamente en la boca.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchupchup.
Mami me abraza muy fuerte contra ella y respira aliviada, pero oigo su corazón a través de sus tetas latir muy rápido. Me da muchos besos en la coronilla y palitos suaves en el culete.
-Mi bebé, hay que cambiarte este pañal, que lo tienes muy lleno.
Mami me separa de ella con cuidado y me deja sobre la cama. Yo me inquieto mucho, pero entonces ella me da a Wile y lo brazo contra mi pecho. Mami vuelve enseguida con un  pañal y lo deja a mi lado. Me desabrocha rápidamente el que llevo puesto y lo despega de mi cuerpo. Siento una gran presión quitarse de encima. Respiro un poco aliviado y mis chupeteos se vuelven más pausados, aunque no mucho. Mami me levanta las piernas con una mano y me empieza a sacra el pañal con la otra, pero no puede hacerlo de una vez, el pañal pesa mucho. Mami va tirando de un lado y de otro del pañal hasta que por fin logra salir.
-Madre mía, cuanto pipí tenías, bebé. Pobrecito, qué mal que tenías que estar.
Mami me limpia a conciencia, pero con mucha delicadeza y suavidad. Yo ya muevo el chupete más relajado. Me voy sintiendo mucho mejor.
Mami me levanta de nuevo las piernas y me pasa el pañal limpio por el culete. Me lo ajusta allí y yo doy las gracias por llevar de nuevo un pañal seco y cómodo. Mami me lo pasa por la entrepierna y luego me lo pega al cuerpo. Me lo ajusta un poco y me lo abrocha muy, muy fuerte con las dos cintas adhesivas.
Soy un bebé. Y me acaban de cambiar el pañal.
Agito mis extremidades inquieto y balbuceo feliz con  mi chupete. Babeo un poco por un lado y Mami me lo limpia con la manga de su blusa. Luego me da un montón de besitos en la tripita.
-¡Mi bebé!
Veo que a Mami se le empiezan a salir algunas lágrimas.
-¿Qué te pasa, Mami? –le pregunto con mi voz de bebé.
-No lo sé –contesta mientras se las limpia con el dorso de la mano-. Que te quiero mucho.
Pienso el móvil roto que yace debajo de mi cama y me pongo muy triste. Mami aún no se ha percatado de que no está porque enfoca toda su atención en que su bebé esté bien.
-Mami, tengo que decirte una cosa.