Estoy
tumbado bocarriba en mi cama, moviendo mi chupete mientras veo los avioncitos
del móvil girar, intentando alcanzar a los helicópteros y estos a su vez intentando
pillar los cohetes.
Son tan
monos. Todos tan infantiles.
Me
relajan mucho.
Hace
poco que Mami y yo hemos vuelto del cine y Elia me ha cambiado el pañal. Y digo
cambiado porque tras quitarme el mojado me ha puesto otro. Me llevo las manos
hacia el pantalón y lo siento en mi cuerpo. Acolchado y haciendo el ruido tan
característico de plástico contra tela.
Plástico
sobre piel.
Mi piel.
Me
levanto el pantalón de algodón con el cordel desabrochado y me lo miro.
Ahí.
Donde deberían haber unos calzoncillos, hay un pañal.
Un
pañal de bebé.
Miro el
pañal, blanco en su mayor parte pero con un franja azul cielo con conejitos
infantiles que sujetan bloques con las tres primeras letras del abecedario en la
que hay pegadas dos cintas adhesivas que lo sujetan.
Un
pañal de bebé.
Y eso
es lo que soy yo. Un bebé.
Esta
tarde me he hecho pipí en el cine.
No durmiendo.
No viajando en coche. No a propósito. No.
Me he
hecho pipí encima. Despierto.
De
acuerdo que la película estaba muy emocionante y era un momento de gran tensión
pero esa no es razón para mojarme encima.
Película,
por cierto, de la que no he podido ver el final.
Y no lo
he visto porque me he hecho pipí encima.
¿Por
qué?
Porque
soy un bebé.
Me
vuelvo a cubrir el pañal y miro los avioncitos girar.
Es un
círculo infinito pero arriba. Lejos de todo. En el fondo los envidio.
Ojala
ser uno de esos aviones que no tienen preocupación alguna, solo tienen que
girar y girar.
Sin
embargo yo estoy en tierra. Llevando un pañal porque me hago pipí encima.
Despierto.
No dormido.
No
tienen que preocuparse de que puede ser que les tengan que poner un pañal cada
vez que salen de casa, o de tener que ir a dormir a casa de un amigo sabiendo
que vas tener que hacerlo llevando un pañal.
Pero es
que a mí me gusta llevar pañales. Esa es la dicotomía de todo esto.
Me
gusta llevar pañales. Me gusta hacerlo dentro de casa. Con Mami, con Wile, con
Elia. Con la amiga de Elia y hasta no me importa llevarlos delante de algunos
familiares.
Pero
fuera de casa no. Fuera de casa soy un niño de 12 años normal, como todos los
demás. Fuera de casa no quiero llevar un pañal.
Mis dos
mundos, de nuevo, a punto de colisionar.
Los dos
Robin.
Me giro
hacia un lado de la cama, formando con mi cuerpo lo que algunas personas llaman
una cuchara y miro a Wile, que está sonriendo apoyado contra la pared, con su
culito reposando sobre el colchón.
Su culito
desnudo. Su culito sin pañal.
Lo
agarro y me lo traigo hacia mí.
Vuelvo
a pensar en que estaría bien que llevase un pañal, así podría hacerme compañía
y seríamos dos en casa con pañales.
Wile
sonríe. Él siempre está sonriendo, no importa lo que pase. También porque es un
peluche y fue cosido de esa forma, no debo olvidarme. Es un peluche de Wile. E.
Coyote. Hay cientos. No, miles. Millones más como él por el resto del mundo. No
es si quiera un peluche único.
Debo
recordar estas cosas para no alejarme del mundo real. No es un ser de carne y
hueso, con alma.
Los
seres de carne y hueso con alma y sentimientos están en mi mundo.
En mis
dos mundos.
Me
acuerdo de Charlotte, una chica con la que solía hablar a veces por skype. Nos conocimos
en un foro de internet hará unos años, cuando escribí en Google Tengo 10 años y
llevo pañales. Fue entonces cuando descubrí que había muchos más como yo,
incluso más mayores. Personas que llevaba pañales pero que también usaban
chupete y tomaban biberón. Gente a la que sus madres todavía les cambiaban el
pañal o lo hacía su pareja. Chicos, chicas, todo un submundo de personas que
todavía eran bebés.
Y entre
todos esos comentarios de gente anónima, conocí a Charlotte. Tenía 7 años y
también llevaba pañales y se chupaba el dedo. Charlotte nunca le confesó a nadie
que en realidad le gustaba llevarlos. Solo usaba pañales porque se hacía pipí
en la cama.
Tenía
un gatito de peluche. Se llamaba Mordisquitos.
Su
mayor deseo era que su madre y su hermana la tratasen como a una bebé. Le
gustaba ir en pañales por la casa y chuparse el dedo abrazada a su peluche. Por
eso mi vida le daba cierta envidia. Decía que yo era un afortunado por poder
ser el bebé de Mami y de Elia. Que debía valorarlo como el sueño que era para
muchos.
Hace
tiempo que no hablo con ella así que no sé nada a cerca de su vida ni si habrá
reunido el valor suficiente para decirle a su familia que querría ser una bebé.
Pero
era muy buena, espero que sea cual sea la decisión que haya tomado, la vida vaya
bien, se lo merece.
Sin
embargo Charlotte tenía 6 años. A esa edad no es tan descabellado que un niño
lleve aún pañales para dormir.
Con 12
es otra historia. A veces siento las miradas desdeñosas que me dedican mis tíos
y mis primas mayores cuando me ven con un pañal. Y las miradas de reproche que
le dedican a Mami o Elia cuando me están cambiando o dando el biberón.
Suspiro
y muevo mi chupete. Estoy inquieto.
Inquieto
porque me he hecho pipí encima y porque en el horizonte se vislumbra la perspectiva
de ir con mis amigos a dormir a casa de Ronald.
De
pronto me entran ganas de hacer pipí, pero como llevo un pañal simplemente dejo
que salga. Lo noto salir calentito sobre mis genitales y mi entrepierna pero
enseguida es absorbido por el pañal dejándome casi seco.
Son
mentira los anuncios esos de pañales que dicen que tu bebé estará seco toda la
noche. Por mucho que absorban los pañales, siempre te mojas algo.
Cuando
el pipí termina de salirme me llevo las manos por dentro del pantalón y las
pongo sobre el pañal. Esta mucho más hinchado con lo cual abulta mucho
muchísimo más, y la verdad es que este pantalón no ayudada para nada a
disimular el pañal.
Me pongo
de rodillas sobre la cama y noto que el pañal pesa mucho más, la otra característica
de hacerse pipí. Me pongo de rodillas para darle un golpe al móvil y que los
avioncitos vuelvan a girar.
Me acuesto
de nuevo bocarriba con Wile bajo el brazo y los veo moverse mientras muevo mi
chupete.
Ojalá
ser un avión.
*****
-Luz
verde.
-¿Qué?
–pregunto.
-Vía
libre.
-Ya sé lo
que significa luz verde.
Estamos
en el recreo. Ronald, Joseph, Eddy y yo estamos un poco apartados del grupo,
que siguen hablando de futbol y de otras cosas que no nos interesan. O que nos
interesan bastante poco.
-Que
digo que mis padres me han dado el visto bueno para que pasemos la noche
probando el War of Empires.
-¡Toma
ya! –exclama Joseph, y él y Ronald se chocan las manos por encima de mi cabeza.
-Se
avecina una noche memorable –dice Eddy.
-Bueno,
esto hay que prepararlo bien –Joseph saca su vena organizativa-. Ronald, tú no
haces nada que ya pones la casa. Eddy, bebida. Robin, comida.
-¿Y tú
de qué te encargas? –le pregunta Eddy.
-¿Es
que no lo ves? ¡Yo estoy organizando!
-Imbécil
–Eddy le da un cariñoso golpe en el hombro.
-Relaja,
relaja, Joseph –le dice Ronald-. Primero hay que fijar un día.
-Joder,
pues este fin de semana mismo.
-Este
fin de semana no puede ser porque mis padres están de viaje.
-¡Toma,
pues mejor! –Joseph está eufórico-. Fiesta sin padres.
-Mis padres
no quieren que os vengáis si no están ellos.
-Oh,
pobrecito. Que sus papis tienen que vigilar al niño pequeño –se burla Joseph
poniendo una voz infantil.
Yo
agacho la cabeza para que no me vean sonrojarme.
Si
supieran…
-Además,
no tienen por qué enterarse –continua Joseph.
-Prefiero
no arriesgarme.
-Joder
tío, a veces pareces más crío que Starkley.
-¡Eh!
–protesto, levantando la cabeza.
-Tom & Jerry, Robin. Tom & Jerry.
-Una
vez. ¡Una vez! –me altero un poco. Estoy harto de esa historia.
Si
supieran…
-Relájate,
Joseph –le dice Ronald-. Hay tiempo, podemos dejarlo para otro fin de semana.
-Claro,
a ti te da igual porque mientras puedes jugar tú.
-Eh, ¿de
qué estáis hablando ahí? –nos pregunta Eugene desde el otro extremo de las
escaleras.
-¡De
nada! –respondemos los cuatro a la vez.
Verdaderamente,
algunas veces somos muy patéticos.
*****
Esa
tarde, al volver del colegio, le pido a Mami que me ponga a dormir la siesta. Me
siento un poco inquieto, supongo que ante la perspectiva de pasar una noche
entera con mis amigos.
Nunca
he hecho eso en mi vida.
Bueno,
con 6 años sí. Una vez me quedé a dormir en casa de Ronald y su madre nos puso
un pañal a cada uno antes de irnos a la cama.
Pero
eso era antes y esto es ahora.
Aunque
ahora yo no he cambiado mucho desde ese antes. Sigo llevando pañales, usando
chupete y tomando biberón. Y ahora ya no puedo quedarme a dormir en casa de un
amigo. Simplemente no puedo.
No.
No y
no.
¿Os imagináis?
Tus
amigos descubren que llevas pañales para dormir.
Y te
ven así, con un pañal puesto y chupando tu chupete. Y quizá abrazado a Wile.
Nada
más ese pensamiento entra en mi cabeza me pongo muy inquieto y me revuelvo un
poco mientras chupo más rápido mi chupete.
-Estate
quieto, Robin, que si no, no te puedo poner bien el pañal –me dice Mami.
Intento
calmarme. Me concentro más en mi chupete mientras ella termina de abrocharme el
pañal.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-¿Se
puede saber qué te pasa? –me dice cuando termina-. ¿Por qué estás tan inquieto?
-Es que
la semana que viene tengo un examen y no lo llevo muy bien –miento. Pero yo sé
que algún día tendré que contarle lo del plan en casa de Ronald.
Es algo
que tiene que pasar tarde o temprano, pero me da mucho miedo incluso afrontar
el tema con Mami.
-Bueno,
seguro que te sale bien, como siempre –me dice, y me da un beso en la
barriguita-. Ale, a dormir bebé.
Me da
también una palmadita en el culete y yo gateo hasta dentro de las sábanas. Mami
termina de arroparme y me vuelve a besar, esta vez en la frente.
-No te
preocupes, mi bebé. Ahora descansa que en un ratito te despierto para que te
pongas a estudiar –me dice, y su voz es pausada, lenta y suave. Hace parecer
que todo va a ir bien-. ¿Tienes a Wile?
-Aquí
–digo con mi voz de bebé mientras se lo muestro.
-Pues
no te separes de tu amiguito.
Y
entonces se lo pregunto.
-Oye,
Mami, ¿podrías ponerle pañales a Wile?
Mami
pone un segundo una cara de extrañeza, pero enseguida muda su rostro y me
dedica una cálida sonrosa mientras me acaricia el pelo.
-¿Es
que Wile se hace pipí también?
-No,
pero puede llevar pañales como yo, así sería también tu bebé.
-Pero
ya tengo un bebé –me dice Mami cariñosa tirando del asa de mi chupete.
-¡Pero
así tendrías dos! –le respondo como mi vocecita de bebé.
-¡Huy,
dos bebés! –Mami ríe-. Bueno, ya lo veremos –me responde-. Ahora, a dormir, mi
bebé.
Y me da
otro beso antes de cerrar la puerta suavemente tas de sí.
Yo me
acurruco dentro de las sábanas y pego a Wile a mi pecho.
-Yo
creo que al final Mami sí te pondrá un pañal –le digo-. Ahora a dormir –y le
doy un beso sin quitarme el chupete.
Besitos
de chupete.
Pero
mis sueños son intranquilos. Estoy llevando un pañal en medio de la calle. Miro
a mi alrededor continuamente para asegurarme de que no hay nadie. Llevo puesto
solo un pañal y el chupete. Oigo un murmullo a mi alrededor que cada vez es más
alto, por lo que sé que alguien se acerca. Corro calle abajo y de pronto estoy
en mi habitación, a salvo. Pero no es mi habitación. Es el cuarto de Ronald.
¿Qué narices estoy haciendo aquí? Oigo entonces a mis amigos acercarse. No los
veo pero sé que son Ronald, Joseph, Eddy, Miles, Eugene, Johnny y César. Todos.
Miro donde esconderme pero no hay nada. Oigo a mis amigos acercarse, están casi
al lado de la puerta.
No, por
favor.
Me
despierto de golpe, incorporándome en la cama y con un grito ensordecedor.
Me
llevo las manos al pañal y noto el pipí saliéndome. Wile se ha caído.
Era
solo un sueño.
La
pesadilla ha terminado pero era tan real…
Miro la
hora en el móvil. Se suponía que Mami iba a despertarme enseguida. Al
iluminarse la pantalla compruebo que solo han pasado veinte minutos.
En veinte
minutos he dormido, soñado y despertado.
Me
duele la cabeza. La siesta me ha dejado mucho peor de lo que pensaba.
Estoy
inquieto.
Estoy
inquieto y tengo pipí.
Mami.
Salgo
de la cama cogiendo a Wile de un bracito y salgo de mi habitación dirección hacia
donde se encuentra Mami. Supongo que estará en el salón y allí me dirijo.
Efectivamente,
Mami está en el sofá viendo una serie que ahora mismo no sé cuál es. Mami me ve
entrar, con mi carita asustada y casi arrastrando mi peluche. Su cara de
ternura se cambia en el acto por una de preocupación.
-¡Robin!
–se gira completamente, mostrándome su amplio regazo-. ¿Qué te sucede, bebé?
-He
tenido una pesadilla –le digo moviendo mi chupete, caminando hacia ella.
-Ven
con Mami, bebé.
Llego
hasta sus brazos extendidos y estos me rodean. Me levantan y me sientan sobre
su regazo, acunándome en él. Tengo a Wile entre mis brazos, y Mami entre los
suyos tiene a su bebé.
-¿Qué
te ha pasado? ¿De qué era la pesadilla? Pobrecito, mi bebé…
Yo no
contesto. Si lo hiciera tendría que hablar. Afrontar cosas que no quiero
afrontar. Sé que cuanto más lo retrase es peor, pero hora no quiero hablar.
Solo quiero ser un bebé.
Mami me
acuna mientras yo con los ojos
cerraditos, disfruto del calor y la ternura que irradia su cuerpo.
-¿Quieres
que te quite el pañal, Robin? Te pongo otro –me susurra dulcemente. Evidentemente,
sabe que su bebé se ha hecho pipí.
-No
–contesto-. Quiero quedarme aquí un poquito contigo.
-Vale,
mi bebé… Pobrecito –repite, y me da un besito suave pero lleno de amor en la
frente.
Me
acuerdo entonces de cuando le prometí a Mami que siempre iba a ser su bebé.
Yo
debía de tener más o menos la edad de Charlotte. Por esa época, yo llevaba
también pañales para dormir y para hacer caca, usaba chupete y Mami me daba el
biberón. Pero nada más.
Qué
más, pensaréis.
Digo
que solo usaba esas cosas de bebé, pero no me comportaba como un bebé. No
gateaba, no balbuceaba, no hablaba con voz de bebé. En esa época solo era un
niño de 6 años que aún mojaba la cama.
No
estaba tan mal visto. Quizá lo del chupete y el biberón un poco sí, pero no era
tan raro que un niño de 6 años aún no controlase los esfínteres para dormir.
Vivíamos
con mi padre. Mami Elia y yo. Y digo vivíamos con él, no los cuatro juntos. Mi
padre era, en todos los términos de la palabra, un cabrón. Elia lo odiaba,
discutía con él a todas horas. Lo llamaba misógino y machista. Mi padre trababa
a Mami fatal: le insultaba y le pegaba. Elia se enfrentaba a él y también recibía
golpes mientras yo me quedaba llorando en mi habitación, mojándome en el pañal
si llevaba uno y sino en los calzoncillos, y con mi chupete en la boca
Mi
padre odiaba que yo usase chupete, mojase la cama y que Mami me diese el biberón.
Me arrancaba el biberón de la boca, tiraba continuamente mis chupetes a la
basura y me pegaba cuando me levantaba mojado.
Decía
que yo era una basura. Un criajo que nunca iba a crecer.
Elia
también se enfrentaba a él por esas cosas. Y mi padre también le pegaba por
defenderme.
También
Mami le hacía frente a veces cuando me maltrataba, y por eso mi padre también
le golpeaba.
Mi
padre llamaba puta, zorra e inútil a Mami. Bebía mucho, y cuando llegaba
tambaleándose del bar, golpeaba a Mami sin motivo. Ella estaba en su habitación
durmiendo, y yo los oía discutir y después los golpes.
Siempre
los golpes.
Elia
abría la puerta de mi cuarto y me decía rápidamente que permaneciese dentro
para luego irse a la habitación de mis padres y proteger a Mami. Y Elia también
recibía golpes. Luego las dos salían llenas de moratones cuando mi padre se hartaba
de pegarles, y entonces las dos se venían a mi cuarto a llorar. Me abrazaban y
los tres llorábamos en silencio en mi cama, juntos
Siempre
juntos.
Yo por
aquel entonces solo era un niño que no entendía lo que estaba pasando ni por qué
Mami estaba con un hombre que no la quería.
Yo no
veía a mi Mami feliz. Siempre estaba con cara de triste y llorando en silencio, cuando creía que no la
oía. Por eso ahora me parte el corazón ver a Mami llorar. Me recuerda a una
parte anterior de mi vida que afortunadamente ya hemos dejado atrás.
Sin
embargo, había veces que veía a mami feliz. Era cuando me estaba poniendo el pañal
para irme a dormir, cuando me daba el biberón o cuando cantábamos los dos
juntos Ni gota, ni gota, la canción del anuncio de pañales.
Mami
tenía que ponerme el pañal y darme el bibe a escondidas de mi padre, cuando él
no estaba en casa o cuando dormía la mona. Como tiraba mis chupetes y mis
biberones a la basura, Mami siempre tenía que comprarme unos nuevos sin que mi
padre la descubriese y dejar que los usase cuando él no pudiera vernos. Yo le
decía a Mami que no se arriesgase, que aunque me gustase el chupete y el biberón,
no quería que ella lo pasase mal por mi culpa. Pero Mami me decía que merecía
la pena por verme feliz con mi chupete puesto. Cuando mi padre se enteraba, se enfadaba
muchísimo. A parte de castigarnos físicamente a los dos, decía que mi madre me
estaba malcriando y que así nunca llegaría a hacerme un hombre.
Pues si
hacerme un hombre era convertirme en alguien como mi padre, no quería ser un
hombre nunca.
Yo
quería estar con mis pañales, mi chupete y mi biberón. Era feliz y veía a Mami
feliz cuando me los ponía. Su cara de ternura cada vez que me abrochaba las
cintas del pañal, sus besos en la barriguita después de cada cambio y su
sonrisa mientras me miraba tomarme el biberón. Supongo que el cuidar de mí y de
Elia era lo único que hacía a Mami levantarse cada mañana.
Uno de
tantos días me desperté mojado. No era una novedad pero ese día mi padre debía
de estar más borracho de lo habitual. Lo que si estaba seguro era más enfadado.
Me arrancó de las sábanas en las que me envolvía y me empujó al suelo. Mi
chupete salió despedido de mi boca al chocar mi cabeza contra la fría losa y mi
padre se fijó en él. Nunca olvidaré ese chupete, de color azul y rojo con un
osito dibujado, consuelo en tantas noches de gritos y golpes. Yo empecé a
llorar a causa del dolor y del miedo que empezaba a invadir mi cuerpo. Mi padre
se enfadó más aún, levantó una pierna y aplastó mi chupete estrellando su zapato
viejo contra el suelo.
Como
quien pisa una cucaracha y quiere asegurarse que esté bien muerta. Apretó la punta
del pie contra el suelo y lo movió a los lados. Yo oía los crujidos de mi
chupete rompiéndose y lloré más aún. Sabía que se avecinaba algo horrible. Mi
padre entonces levantó las sabanas y vio cómo de grande era la mancha de pipí.
Yo había dormido sin pañal porque la noche anterior Mami no había podido
ponérmelo sin que mi padre se enterase.
Mi
padre entonces lanzó un grito que, aún hoy cuando lo recuerdo, me pone los
pelos de punta.
ME CAGO
EN EL PUTO CRÍO DE LOS COJONES.
Vino
hacía mí echando saliva por la boca y con los ojos a punto de salirse de las
órbitas. Yo intenté salir corriendo pero él me agarró por la pechera de la
camiseta del pijama y me empujón contra el colchón. Me arrancó la camiseta
dándola de sí y se quitó el cinturón. Comenzó a golpearme salvajemente con él
en la espalda, en los costados, donde pillase mientras yo lloraba con la cara
sobre la mancha de pipí en las sábanas implorando ayuda a quien fuese.
Mami no
había vuelto de su turno de noche en el hospital y Elia tampoco estaba. Mi hermana
por esa época pasaba mucho tiempo fuera de casa.
Supongo
que para escapar de todo esto.
Yo le
gritaba a mi padre que parase, que no iba a volver a hacerme pipí, pero él se
reía y me seguía golpeando sin menguar ni un ápice la fuerza.
Cuando
se hartó de pegarme, me arrancó los pantalones y los calzoncillos llenos de
pipí. Yo no tenía fuerzas ni para incorporarme. Me vi desnudo sobre la cama al
lado de un hombre que no paraba de golpearme como un energúmeno. Nunca me he
sentido tan vulnerable en mi vida. Los mocos me sabían a lágrimas, pipí y
sangre.
Mi
padre me agarró del pelo y me arrastro fuera de la habitación.
¿Alguna
vez habéis sentido un pánico extremo hacia algo que va pasar sin saber exactamente
lo que es?
Mi
padre abrió la puerta de la casa y me empujó al jardín. Sucio pequeño y viejo.
Nadie se molestaba en cuidarlo. Con una rejas de hierro oxidadas y un suelo de
cemento lleno de grietas.
Solo
había una manguera.
Yo,
desnudo, estaba encorvado sobre el frío suelo, incapaz de levantarme a causa del
dolor que sentía en todo el cuerpo. Solo tenía 6 años, por amor de dios. Era
más enclenque incluso de lo que soy ahora.
Mi
padre me gritó ARRIBA, JODER y sentí una descarga de agua fría impactándome en
el cuerpo. Me estaba mojando con un chorro a presión de la manguera.
ASÍ A
PRENDERÁS A NO MEARTE EN LA CAMA.
Para,
por favor.
Risas.
No lo
haré más, por favor.
Más
risas.
Por
favor.
Risas histéricas.
Risas
de borracho maltratador.
PARA,
POR EL AMOR DE DIOS.
Esa voz
no era la mía.
Era la
voz de Mami.
Abrí
los ojos y la vi en la puerta del jardín. Tenía la cara marcada por el terror y
miraba la escena con tremendo pánico. Iba vestida aún con su bata de enfermera.
Mami
entró corriendo en el jardín e intentó quitarle a mi padre la manguera de las
manos.
PARA, POR
PIEDAD TE LO SUPLICO.
Más
risas.
Mami
vino hasta mí y me levantó en peso pegándome contra su cuerpo. Yo lloraba a
moco tendido y me hice pipí encima. A Mami no le importó nada que su hijo le
mojase de pipí, agua y lágrimas. Ella también lloraba.
Conmigo
en brazos entró en casa y me llevó hasta el baño. Yo no tenía fuerzas para
moverme, era como un muñeco de trapo, un pelele. Ya no lloraba, solo me mojaba
encima. Mami se agachó conmigo en brazos y me sentó sobre la bañera, con la
espalda apoyada en la parte de atrás, pero mi cuerpo resbaló completamente y quedé
tumbado sobre el suelo, incapaz de incorporarme.
No,
Robin, no. Oía.
Vamos,
vamos, Robin.
Mami me
puso una mano en la espalda y empujó con ella hacia adelante, para intentar
sentarme sobre el suelo de la bañera.
Eso es,
Robin.
Entonces
comenzó a lavarme. Mami no dejaba de llorar mientras me pasaba la esponja. Era
un llanto de dolor, sufrimiento, ira y culpabilidad, pero en cierto modo
también de alivio. Me había salvado.
Mami
lloraba y me lavaba.
Me
lavaba y lloraba.
Yo seguía
sin reaccionar, incapaz de sentir nada. Pero entonces empecé a llorar de nuevo.
Dos
cascadas silenciosas que nacían de mis ojos.
Mami me
quitó el jabón, me sacó de la bañera y me envolvió muy fuerte en una toalla. Me
llevó así hasta mi habitación, y allí me tumbó sobre la cama.
Mi bebe.
Mi pobre bebé.
Yo
dejaba caer lágrimas incapaz de llorar de verdad. Incapaz de emitir ningún
sonido.
Los
restos de mi chupete esparcidos por el suelo.
Y Mami
me puso un pañal.
No me
iba a dormir. No iba a hacer caca.
Me puso
un pañal porque yo era su bebé.
Me puso
un pañal porque ella era feliz poniéndome un pañal.
Me puso
un pañal porque ella era feliz cuando yo era su bebé.
Y yo
con un pañal también era feliz.
Veía a
Mami feliz y eso me hacía feliz.
Y
entonces lo hice. No sé qué me impulsó a hacerlo ni por qué, solo me salió sin
más. Empecé a cantar.
Ni gota,
ni gota. Ni gota, ni gota.
Y Mami me
miró directamente a los ojos y pude ver como los suyos estaban vidriosos y
dejaban caer algunas lágrimas, pero una tímida sonrisa empezó a surgir en su rostro
y continuó la canción.
Con el
nuevo pañal.
Y los
dos terminamos al unísono.
El bebé
no se moja.
El
abrazo que nos dimos. Mami me levantó y me apretó muy fuerte contra su pecho.
Pegó su mejilla a la mía, mojando mi cara con sus lágrimas y empezó a girar conmigo
en brazos mientras lloraba y reía, las dos cosas a la vez.
Recordaré
ese abrazo toda mi vida.
Mami me
despegó, me acunó junto a su pecho, y mirándome con una felicidad que yo no
había visto nuca en sus ojos volvió a decir Mi bebé.
Y yo,
acurrucado entre sus brazos le pregunté ¿Soy tu bebé?
Sí,
eres mi bebé. ¿Quieres ser mi bebé?
Sí,
quiero ser tu bebé.
¿Vas a
ser siempre mi bebé?
Sí, voy
a ser siempre tu bebé.
¿Siempre?
Siempre.
¿Lo
prometes?
Sí.
Esa
noche, Mami, Elia y yo abandonamos a mi padre. Nos fuimos a vivir con tía
Gayle. Luego vinieron un montón de juicios y abogados. Mi padre denunció a mi
madre por abandono y estuvimos varios años de juzgado en juzgado. Finalmente
todo se resolvió de manera favorable para nosotros y pudimos comenzar una nueva
vida.
No sé
qué es lo que hace que una mujer que sufre malos tratos continuamente no sea
capaz de dejar a su marido. Puede ser una absurda concepción en la sociedad de
que las mujeres tienen que ser sumisas a sus maridos, ocuparse del hogar y los
hijos, como dice la biblia. Mi madre es una persona fuerte y con entereza, pero
a veces te ciega el amor o lo que pudo ser antes el amor. Te ata psicológicamente
y te ves incapaz de dar el paso
definitivo.
Mami lo
dio. Mami fue fuerte al final. No la culpo por todos esos años. Elia fue quien
me explico todo esto. El cómo podía haber gente que todavía culpase a mi madre
por los abusos que sufrió.
No en
vano, mi padre la denunció por abandono.
Por
abandono.
Pero
ahora somos felices. Mami, Elia y yo por fin podemos desfrutar de la vida que
una familia feliz merece.
-Mi
bebé, ¿te cambio ya el pañal? –me pregunta Mami acariciándome el pelo.
Yo abro
los ojos y la miro directamente a los suyos. Ahora solo se ve felicidad.
-Sí, Mami –contesto mientras chupo mi chupete-.
Cámbiame el pañal.
De piedra... me he quedado de piedra hasta hace nada que mi reacción ha sido llorar, y sigo aquí llorando.
ResponderEliminarRealmente impactante. Cuando cuenta como fue maltratado por su padre... sinceramente no he podido evitar llorar.
Eso si, ya me estiro de los pelos pensando que llegan las navidades y que fijo que vas a tardar en subir el siguiente
Deberías abrir una consulta de tarot haha
EliminarMuy buen capitulo, como siempre!!
ResponderEliminarGracias, Migue :)
Eliminar