29 de enero de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 10: Aguanta, Robin




Anoche Elia salió y Mami y yo nos acostamos tarde viendo una película. Llevo unas cuantas noches que no duermo muy bien; me encuentro la mayor parte del tiempo muy nerviosos e inquieto por la quedada en casa de Ronald, cuyo día en el calendario está cada vez más cerca; y además, el decírselo a Mami hizo que realmente me tuviera que enfrentar a ella por primera vez.
Llevo un par de noches teniendo un sueño intranquilo. Me despierto en mitad de la noche a causa de una pesadilla, todo sudoroso y mojado. Afortunadamente no han sido muy fuertes y a pesar de tener pipí en el pañal, he podido volver a conciliar el sueño, abrazándome a Wile y chupando mi chupete compulsivamente hasta quedarme dormido. A veces sueño que estoy durmiendo con mi pañal y mis amigos se presentan en casa; otras que estamos todos en el sótano de Ronald, pero yo estoy dentro de un carricoche incapaz de ponerme en pie porque soy un bebé que no sabe ni andar. Otras veces estoy en el colegio llevando pañales y chupete, sentado en una trona mientras mis compañeros están en los pupitres y me miran y se ríen.
Siempre lo mismo: un bebé humillado. Así es como acaban todas estas historias.
Le he contado a Mami lo de mis pesadillas y ahora, antes de acostarme, me mima mucho más que antes, y siempre me quedo durmiendo profundamente en sus brazos antes de que me meta en la cama.
Ayer no fue distinto. Mami y yo vimos Shrek y después me cambió el pañal y me dio el biberón antes de acostarme. A pesar de que no me guste que me lleve en brazos, Mami me tomó y estivo acunándome hasta que me quedé dormido, como si fuera un bebé de verdad.
Esta mañana me he despertado en mi cama mucho más descansado que los últimos días; no he tenido ninguna pesadilla y he podido dormir del tirón toda la noche. Me siento lleno de energía así que cojo a Wile, me levanto de un salto y salgo de la habitación con mi pañal mojado, buscando a Mami o Elia para que me cambien.
Ayer Elia salió con Clementine y sus amigos así que no creo que me la vaya a encontrar despierta a estas horas, pero me equivoco. Tanto Elia como Mami están en la cocina, terminando de desayunar. Veo que mi biberón se está calentando en un cazo.
-¡Vaya! –exclama Elia-. ¡Por fin se ha despertado el bello durmiente!
-¿Qué hora es? –pregunto con el chupete puesto y frotándome los ojitos con un puño, ya que en la otra mano llevo cogido a Wile.
-Las once y media –responde mi hermana.
-¿Qué? –no puedo dar crédito. ¿Cómo he podido dormir tanto tiempo?
-Según Mamá, llevas durmiendo casi doce horas.
-Déjalo, Elia –le dice Mami-. El pobre lleva unas cuantas noches que no duerme bien. Ven, bebé –y estira los brazos hacia mí. Yo voy a ellos y Mami me sube a su regazo-. ¿Cómo has dormido esta noche? –me pregunta poniendo su voz infantil.
-No hace falta que le hables así, Mamá. Ni que le tomes –le recrimina Elia.
-Déjalo, Elia. Que lo ha pasado mal últimamente… Mi pobre bebé –Mami me estruja contra su pecho.
Elia suspira.
-Voy a sacar el biberón del cazo, que la leche está a punto de hervir.
Mami sigue abrazándome y meciéndose conmigo mientras se termina la tostada. Yo dejo que me acune mientras chupo el chupete y abrazo a Wile, con la mirada perdida y disfrutando de los mimos de Mami.
Elia vuelve a la mesa con el biberón y lo deja al lado de la taza vacía del café de Mami y sale de la cocina.
-Voy a cambiarme, que cuanto antes salgamos, antes llegaremos y antes podremos irnos.
-¿Irnos a dónde, Mami? –le pregunto mientras me quita el chupete de la boca.
-Hoy es la comida en casa de tía Gayle –contesta Mami mientras me acerca el biberón.
Yo cierro los labios en torno a la tetina y comienzo a tomármelo.
Genial, era hoy cuando teníamos la otra comida familiar. Entre lo de la casa de Ronald y las pesadillas lo había olvidado.
Mami sigue dándome el biberón mientras estoy recostado entre sus amplias caderas y mw mira con ternura.
-Mi bebé se va a tomar todo el bibe muy rápido –me dice mientras me da un besito en la frente-. Así… Toda la lechecita para mi bebé –me da otro besito.
Termino de tomarme el biberón y Mami me hace expulsar los gases con un par de palmaditas en la espalda. Después me deja en el suelo y me lleva de la mano camino de mi cuarto.
Mami me lleva a mí de su mano y yo llevo de la mía a Wile.
En mi cuarto, Mami me suelta y va hacia el armario, y yo inconscientemente me tumbo sobre la cama. Mami regresa con un pañal y ropa para salir.
-Voy a ponerte un pañal, ¿vale Robin? –me dice mirándome con precaución pero con ono tajante a la vez que se  pasa el pelo por detrás de una oreja.
Yo no digo nada. La miro inexpresivamente mientras muevo el chupete sin hacer ruido. Mami ya me había prometido que me iba a poner un pañal la próxima vez que nos subiéramos en coche por si me quedaba dormido y me hacía pipí. Yo no quiero llevar un pañal fuera de casa, y mucho menos llegar con él a casa de mis tíos, pero si tengo que elegir entre eso y hacerme pipí encima y que Mami o Elia me tengan que bañar en casa de mi tía y ponerme una muda limpia, elijo un pañal.
Total, todos en mi familia saben que uso.
No me atare para nada la idea de llevar un pañal delante de ellos, pero entre eso y llegar mojado, está clara la decisión.
-Lo siento mucho, Robin –me dice Mami mientras me quita el pañal mojado-. En cuanto lleguemos a casa de los tíos te lo quito.
Mami termina de quitarme el pañal, me limpia y empieza a ponerme el nuevo cuando Elia entra en mi habitación. Va ya vestida para salir.
-¿Qué os falta? Quiero llegar lo antes posible y… –mira a Mami-. ¿Qué haces?
-Le estoy poniendo un pañal para el camino.
-¿Por qué?
-Ya sabes lo que pasó la otra vez. ¿Es que quieres que se mee otra vez encima? Tú misma dijiste que lo mejor era ponerle un pañal.
-Sí, pero me refería a cuando volviésemos después. Se acaba de levantar y ha dormido 12 horas, no va a mearse encima yendo para allá.
A veces hablan delante mía como si no estuviese o no pudiera entenderlas. Supongo que es una consecuencia de ser en parte un bebé.
-Bueno, ¿qué más da? –replica Mami-. Yo le pongo un pañal y listo. Cuando lleguemos se lo quito y ya está.
-Es que me da la sensación de que estás pasándote un poco.
Mami me abrocha las cintas adhesivas del pañal y la mira con cierta inquisición.
-¿A qué te refieres?
-Es desde lo de las pesadillas, quizá un poco antes… ¡Tratas a Robin como si fuese un bebé de verdad¡ -Elia mira a Mami pero ella no dice nada así que mi hermana sigue-. Le has comprado un móvil… Por el amor de dios, ¡tiene 12 años!
-¡Y necesita pañales!
-¡Claro que sí!  -corrobora Elia-. ¡Y chupete, y biberón! Pero no es un bebé, Mamá. Vale que a veces lo mimes como si lo fuera, yo también lo hago. Pero nunca olvido que no deja de tener 12 años. Ponerle un pañal para ir en coche me parece excesivo.
-El otro día le tuve que poner un pañal para estar en el cine –le recuerda Mami-. Porque se hizo pipí encima. ¡Despierto! –enfatiza.
-¡Un accidente, joder! Pero de todas formas, aun así… ¡Ponerle un pañal en el cine estuvo mal!
-Si no le hubiese puesto un pañal después de mearse en el cine, se habría mojado otra vez los pantalones, ¡porque en cuanto salimos se hizo pipí otra vez!
-¡¡¿Entonces qué vas a hacer?!! –le grita Elia-. ¡¿Ponerle pañales también para ir al colegio?!
-¡Haré lo que sea mejor para mi hijo! Lo del cine fue un caso aislado y esto es para ponerme la venda antes de la herida. ¡No creo que a estas alturas le vaya  a tener que volver a poner pañales durante el día! –y sale de mi habitación.
Elia se queda mirando la puerta de mi cuarto, en dirección a donde ha salido Mami, como si esta hubiese dejado una estela detrás. Luego me mira a mí y me ve tumbado sobre la cama, con solo un pañal puesto y moviendo el chupete mientras la miro. Mi hermana suspira y viene hacia mí. Comienza a ayudarme a vestirme.
-A ver, Robin –me dice delicadamente-. Tú sabes que la primera que no quiere que te hagas pipí encima soy yo, ¿verdad? –me pasa un brazo por una manga de la camiseta-. ¿Pero tú quieres llevar un pañal ahora?
Lo que yo no quiero es volver a hacerme pipí encima y que me tengan que lavar.
-No quiero hacerme pipí encima –le digo a Elia muy flojito.
-Por eso llevas pañal para dormir y a la vuelta de casa de la tía Gayle te lo pondremos, por si te quedas durmiendo y te haces pipí –me dice mientras me ayuda a pasar la cabeza por el cuello de la camiseta-. Pero ahora… ¿tú de verdad crees que te vas a hacer pipí?
-No, pero en el cine tampoco lo creía.
-Está bien –Elia se pone de pie y me baja la camiseta-. Pero lo que yo no quiero es que se rían de ti, ¿vale atún? –me levanta la cabeza con dos dedos empujando desde la barbilla para que la mire a los ojos-. Porque al que se ría de ti me lo como, pero no se lo pongas tú también tan fácil, ¿vale? –me da un beso en la coronilla-. Venga, termina de vestirte que yo preparo el bolso con los pañales. ¿Nos llevamos el chupete también?


*****


El trayecto en coche no se me hace especialmente extraño. No es la primera vez que llevo un pañal en un viaje. Siempre que Mami, Elia y yo hemos ido de vacaciones a algún sitio, me han puesto un pañal para ir en el coche, pues el viaje solía ser de más de tres horas. Sin embargo, es la primera vez que lo llevo para solo cuarenta y cinco minutos. De todas formas, en el coche estoy tranquilo llevando un pañal y no porque me vaya a hacer pipí, de hecho, no creo que me lo vaya a hacer. Estoy bastante descansado y no hay ningún titán loco en pantalla matando Vengadores. Estoy tranquilo porque no hay nadie que pueda verme con el pañal.
El único momento peligroso de ir con pañal en el coche es cuando te tienes que subir a él. En mi caso, asomo un poco la cabeza por la puerta de casa, miro a ambos lados y corro hasta el coche llevándome las manos al culito, tratando de disimularlo. El problema es que estaba tan preocupado porque no me vieran subirme al coche con pañal que se me ha olvidado la Nintendo DS, así que llevo todo el tiempo mirando por la ventanilla viendo pasar postes de luz y otros coches.
Cuando llegamos al edificio de tía Gayle y Mami aparca, me pregunta por decimoquinta vez si estoy bien y si tengo pipí, vuelvo a responder que no y salimos del coche. Mami lleva el bolso con mis pañales y yo estoy algo más tranquilo, pues aquí no me conoce nadie y no me importa demasiado si alguien me ve con un un pañal. Elia ha estado todo el trayecto en silencio, aún enfada con Mami, y sigue sin dirigirle la palabra a nadie. Siempre que ellas se enfadan, yo lo paso muy mal. Me acuerdo de nuestra anterior vida, de todo lo que hemos pasado y lo unidos que estábamos y me pongo muy triste.
No deberíamos enfadarnos nunca.
Mami llama al telefonillo y entramos en el edificio. En el ascensor, yo me empiezo a poner inquieto. Me van a ver llegar con un pañal. Los adultos me empezarán a lanzar miradas de reproche y los niños no despegarán los ojos de mi pañal. Pero me da igual.
Nos abre el tío Francis, que nos saluda cordialmente a todos.
-¿Ha llegado ya el futuro miembro de la familia? –pregunta Mami.
-Aún no, aún no –responde tío Francis con su voz estridente-. Pero pasad, hombre, pasad.
Elia me mira, nos acordamos del mafioso de Uno de los nuestros y nos reímos por lo bajini. Yo sigo inquieto por el pañal, pero me alegro de llevarlo puesto por si se me escapa el pipí.
Es curioso, si no llevase pañal, no estaría inquieto y no tendría miedo de hacerme pipí, pero al llevarlo, estoy inquieto y hay más posibilidades de que me moje encima.
Entramos a la cocina para seguir saludando a los demás. Yo sigo nervioso y me llevo las manos a la parte delantera del pañal, como creando un escudo entre él y el resto del mundo. En la cocina están tía Gayle, tío Stein y tía Julia. Los saludamos rápidamente y nos dicen que nos vayamos ya a la mesa, que Raola y su prometido están al llegar. Noto como me miran el pañal y me ruborizo. Me siento como esos niños pequeños a los que les ponen un pañal para las ocasiones sociales por si se hacen pipí a pesar de que hace ya un tiempo que han dejado el pañal de día.
¡Un momento!
¡Eso es exactamente lo que soy!
Me ruborizo más y agacho la cabeza. Puedo notar las miradas clavadas en mi pañal de Julia y Gayle, y como esta le da un codazo a tío Stein. En ese momento entran en la cocina corriendo los gemelos y Laëtitia.
-¡Cuidado niños, cuidado! –les dice tía Julia-. Aquí en la cocina no se puede estar. Idos a lavaros las manos y luego a la mesa, que la comida ya está.
-Hemos oído la perta y queríamos ver si había venido ya el novio de Raola –contestan a la vez Gred y Feorge.
-¡Mirad, el primo Robin lleva un pañal! –grita de pronto Laëtitia señalándome.
Verdaderamente estoy empezando a odiar a esta niña.
Me pongo como un tomate y me aprieto más el pañal. Está empezando a salírseme el pipí.
Oh, dios.
Me estoy haciendo pipí allí. Encima. Delante de todo el mundo.
Miro a Mami y Elia, que me miran preocupadas y sin saber que decir. La cocina entera se ha quedado en silencio y Laëtitia mira a todos a la vez.
-¿Qué pasa? –pregunta la niña.
-¡Idos a la mesa, anda! –les dice a los niños tía Gayle-. Ya.
Los niños obedecen y salen de la cocina.
Lo siento –tía Julia se disculpa ante Mami.
De nuevo la gente me trata como si no estuviese allí o como si fuera un bebé sin uso de razón.
Pero me da igual. Ahora mismo lo único que me importa es que me he hecho pipí allí en medio, rodeado de gente.
Y despierto.
Oh, dios. Me he hecho pipí despierto otra vez.
-No… No importa –logra decir Mami-. Le he puesto un pañal por si se hacía pipí en el coche y… -Mami no sabe cómo continuar.
En la cocina el ambiente se ha vuelto tenso de repente. Elia fulmina a Mami con la mirada.
Y yo llevo un pañal mojado.
Me voy a poner a llorar.
Aguanta, Robin.
No aguanto más. El llanto incontrolable me va a venir de un momento a otro.
Voy hasta Mami y le tiro de la falda.
-Mami, cámbiame el pañal –le digo sin apenas despegar los labios.
Mami asiente y salimos de la cocina hacia la habitación de tía Gayle. Elia nos sigue.
-No te voy a decir nada –le dice a Mami.
-Pues entonces no abras la boca –le espera Mami cortante.
Elia va hasta el salón y Mami y yo entramos en el dormitorio de tía Gayle.
Cuando cierra la puerta tras de mí, me abraza fuertemente, atrayéndome hacia ella y dejándome la cabeza debajo de sus pechos.
-¡Lo siento mucho, Robin! Yo solo quería que estuvieras bien y no te volvieses a hacer pipí encima sin pañal –solloza un poco-. Ya sabes cómo son los niños…
Lo sé muy bien. Yo soy incluso más pequeño que Laëtitia, que tiene 5 años. Mi prima no lleva pañales de día y yo sí.
-Mami, ¿puedes ponerme mi chupete?
Mami abre rápidamente la bolsa con los pañales, saca mi chupete y me lo pone en la boca. Yo lo empiezo a chupar muy rápido para calmarme.
Chupchupchupchupchupchupchupchupchup.
-Eso es, mi bebé –me dice Mami sin disminuir su abrazo-. Eso es… cálmate, bebé… Cálmate…
Me da besos en la coronilla mientras yo muevo mi chupete mirando un rincón de la habitación.
Me siento desolado. Me he vuelto a hacer pipí encima.
Menos mal que llevaba puesto un pañal.
Mi pañal…
-Mami…
-Dime, cariño.
-¿Puedes cambiarme el pañal?
-Claro, mi bebé. Claro… –se yergue y comienza a sacar rápidamente de la bolsa de los pañales las cosas para limpiarme-. Ahora mismo te quito ese pañal, te pongo tus calzoncillos y…
-¡No! –la corto yo. Mami me mira extrañada-. Ponme otro pañal.
Durante un segundo no dice nada y se me queda mirando pero luego vuelve a mirar los calzoncillos con dibujos de astronautas que tiene en la mano.
-¿Seguro que no quieres que te ponga los calzoncillos, Robin? Podemos…
-No –vuelvo a decir-. Quiero que me pongas un pañal.
Estoy muy inqueto todavía por lo que ha pasado, y no me fío de que no me vuelva a hacer pipí encima. La sensación que tengo en mi cuerpo ahora mismo es idéntica a cuando fuimos al cine.
-Está bien… -Mami no parece nada segura-. Te pondré un pañal…
-Gracias –respondo con un hilo de voz.
Todos saben ya que he venido con un pañal; mis tías y primos se lo habrán dicho a todo aquel que no estaba en la cocina. Ahora, lo único que quiero es no hacerme pipí encima otra vez, por eso es mejor que lleve un pañal.
Mami me tumba sobre la cama, me quita el pañal mojado y me pone uno nuevo sin decir una palabra. Bajo de la cama y me estira la camiseta hacia abajo en un vano intento de disimular el pañal. Le doy mi chupete (como ha dicho Elia, tampoco es cuestión de ponérselo fácil a los que se quieran reír de mí) y salimos de la habitación.
-En cuanto quieras que te quite el pañal me lo dices y te lo quito enseguida –me dice Mami.
Llegamos al comedor y ya están casi todos sentados. Cuando entramos Mami y yo las conversaciones cesan de golpe todas a la vez. Elia me ve llegar con un pañal y mira a Mami, quien le hace un gesto con la mirada que también entiendo yo: Luego hablamos. Me siento en el lado de los niños, entre Feorge y Laëtitia. Me percato de que tía Marie mira fijamente a su hija.
-Laëtita –le dice su madre-. ¿No tienes nada que decirle a tu tía ni al primo Robin?
-Sí -contesta la niña muy flojito, y baja la cabeza.
-Pues díselo –le ordena su madre con un tono autoritario.
-Marie, de verdad, no es necesario –le dice Mami.
-Sí que lo es –le responde sin mirarla-. ¿Y bien? Estoy esperando.
-Edón –dice la niña muy flojito.
-¿Cómo? –la tía Marie levanta mucho la voz-. No te he oído.
-Perdón –dice Laëtitia más alto.
-Es suficiente –dice Mami-. Marie, de verdad, es una niña.
-Es una niña pero tiene que aprender lo que está bien y lo que está mal –tía Marie sigue mirando a su hija-. No sé por qué tiene que decir en voz alta que alguien lleva pañales cuando a ella hay que ponerle un pañal todas las noches porque se hace pipí en la cama.
Laëtitia mira a su madre incrédula y baja la cabeza, poniéndose tan rojo como cuando yo me hice pipí antes.
Su madre acaba de soltar delante de todos lo que hasta ahora era un secreto entre su hija y ella.
Reina ahora un silencio incómodo.
Todo esto es culpa mía, por llevar aún pañales.
En la mesa el ambiente está tenso, pero tío Francis se pone en pie y exclama con su estridente voz:
-Bueno, ahora que parece que todo está arreglado, que todo el mundo está seco y que Laëtitia ha aprendido la lección, ¡podemos seguir con la fiesta! –da una palmada-. Venga, ¡coged los vasos y a beber, a beber! ¿Qué queréis? Decídmelo que lo traigo. ¡En esta casa hay de todo!
Raola llega con su novio al poco tiempo. Todos se levantan y lo saludan cariñosamente, como si fuera un viejo amigo. Yo le doy la mano tímidamente cuando llega a mi lado sin levantarme demasiado para que no se me vea mucho el pañal. Sigo inquieto pero el ambiente ha cambiado totalmente. Reina la festividad y todos parecen haberse olvidado del accidente (nunca mejor dicho) de antes. Tía Marie y Mami son todo sonrisas, pero Elia y yo somos los únicos que no participamos en el delirio colectiva.
El novio de Raola es otro gordo. No está tan gordo como mi prima pero como engulla todos los días como ha comido hoy la alcanzará seguro. Parecen los protagonistas de Jake & Molly. Le mando un mensaje a mi hermana diciéndoselo y veo que al leerlo reprime una carcajada. Me guiña el ojo sonriendo y se guarda el móvil. Me alegro de haberla hecho reír.
Yo casi me he olvidado de que llevo un pañal… hasta que me entran ganas de hacer pipí.
Me entran ganas, lo noto. Noto que tengo ganas de hacer pipí y que puedo controlarlo. No necesito llevar pañales de día porque controlo el pipí.
Es casi un alivio.
Controlo el pipí.
Y como lo controlo y soy el dueño de mi vejiga, dejo que salga.
Dejo que salga y se quede en mi pañal, absorbido por él, sin apenas mojarme.
Miro alrededor y me percato de que me hecho pipí en público. Y ni estoy inquieto ni tengo ganas de llorar.
Me siento muy diferente a como estaba al llegar, pero también es que la situación es diferente: antes me había hecho pipí encima, se me había escapado. Me había hecho pipí en público. En un pañal.
Ahora era yo el que había decidido hacerme pipí. Como cuando llevo un pañal en casa durante los fines de semana. Me he hecho pipí encima pero porque yo había querido. Porque me gusta llevar pañales.
Me lo toco y lo siento más hinchado y abultado, pero no importa. Estos pañales me mantienen sequito cuando me hago pipí.


*****


Al terminar de comer, mientras recogemos la mesa, le pregunto a Mami si puede cambiarme el pañal. Noto que vuelven las miradas curiosas hacia mí y veo como Raola me señala y cuchichea con el gordo de su novio de cuyo nombre no me acuerdo.
Genial, ahora ya saben todos que el primo Robin lleva un pañal.
Mami asiente, deja los platos sucios en una bandeja y salimos del comedor.
-¿Se te ha escapado otra vez el pipí, Robin? –me pregunta
-No, me lo he hecho porque tenía ganas.
Puedo notar que Mami está más aliviada. Quizá creía por un momento que tenía que ponerle pañales a su hijo también durante el día.
Y por momentos yo también lo creía.
Pero no quiero ni pensar en eso.
He controlado el pipí. No necesito pañal de día.
Recuerdo que tengo 12 años y la poca emoción se viene abajo.
Sigo siendo un bebé, pero no soy tan bebé.


*****


A la vuelta en coche, sí que llevo puesto un pañal por si me quedo durmiendo y me hago pipí encima. Estoy chupando mi chupete y mirando las luces que dejamos atrás por la ventanilla. Ahora sí me siento un bebé.
Pero estoy tranquilo. Llevo puesto un pañal.
Todo está bien.


*****


Cuando llegamos a casa, Mami me despierta delicadamente. Me he quedado dormido en el asiento. Estoy muy amodorrado y puedo notar el pipí en el pañal. Mami me desbrocha el cinturón de seguridad delicadamente y me ayuda a salir del coche y ponerme de pie, pero estoy tan dormido que no me mantengo. Mami me coge en brazos y le dice a Elia que cierre el coche. No sé si hay algún vecino mirando pero me da igual. Verán a un niño de 12 años con un chupete y un pañal siendo llevado en brazos por su madre.
Mami entra conmigo en casa y me deja sobre el sofá. Estoy medio dormido pero puedo notar cómo empieza a cambiarme el pañal. Sin abrir los ojos, dejo que Mami proceda para así estar cómodo y sequito del todo y poder dormir plácidamente.
Mami me desabrocha las cintas adhesivas y separa el pañal de mi cuerpo, me levanta con cuidado las piernas y extrae el pañal mojado. Oigo como hace una bola con él y después comienza a limpiarme con cuidado. Oigo ahora como abre un pañal y lo deja delante mía. Una de sus partes de plástico roza mi piernecita. Mami me levanta las piernas con delicadeza y pasa el pañal por mi culito, me lo coloca bien y me lo pasa por la entrepierna, y está cerrándomelo cuando oigo a Elia hablar. No sé cuánto tiempo lleva ahí.
-Lo siento –dice mi hermana.
-No pasa nada –contesta Mami con voz conciliadora.
-No, sí que pasa…
-Tienes razón, Elia –le dice Mami. Termina de cambiarme el pañal y me da un beso en la barriguita-. A veces mimo demasiado a Robin, es verdad. Pero después de todo lo que hemos pasado… -sorbe, no sé si mocos o lágrimas-. Robin y tú lo sois todo para mí. Tú tienes 21 años y pasas más tiempo fuera que en casa, y es normal. Pero Robin… Todavía necesita a su Mami… ¿Hasta cuándo durará eso? ¿Crees que se irá a la universidad y seguirá llevando pañales y tomando biberón? Robin fue mi consuelo cuando todo lo de tu padre…
-Mi progenitor bilógico –le corrigió Elia-. Nunca fue mi padre.
-Me encantaba cuidar de mi bebé… Y me encanta… -me pone la mano en la barriguita-. Con 12 años los niños están a punto de entrar en la pubertad y no quieren saber nada de sus madres, pero Robin… -sorbe de nuevo. Ahora estoy seguro de que son lágrimas-. Todavía me llama Mami y viene hacia mí con su chupete, corriendo, pidiéndome que le cambie el pañal… Es mi bebé… En el mundo exterior es un niño de 12 años que no quiere darme un beso delante de sus amigos. Es normal. En el mundo exterior es un niño de 12 años normal. Pero en casa… En casa es mi bebé…
Noto como Elia se sienta también en el sofá.
-Robin no es el único que hijo que todavía te necesita, Mamá –le dice Elia.
Y noto como las dos se abrazan.

22 de enero de 2019

Los 2 Mundos de Robin Starkley - Capítulo 9: Mi verdadero problema




Es por la tarde. Estoy sentado delante del libro de Geografía intentando que se me queden grabados en el cerebro todos los ríos y lagos que hay en Estados Unidos. Esta asignatura es un auténtico peñazo. Geografía es con diferencia la materia del cole que peor se me da. Suelo sacar aprobados raspados, y es que nunca le he visto el menor sentido a tener que saber dónde nace cada río, por donde circula y en que mar desemboca.
Estoy mirando continuamente un mapa físico de la Costa Este y el mapa me mira a mí. Nos miramos. Yo muevo mi chupete y miro el mapa.
El chupete me ayuda a concentrarme. Lo muevo de un extremo a otro del a boca y lo hago girar varias veces, jugando con él. Luego me meto en la boca la parte de plástico también y dejo fuera solo el asa. Lo vuelvo a sacar y chupo solo la tetina. Aparto los ojos del libro y miro a Wile, tumbado de cualquier manera sobre la cama.
-Esto es un aburrimiento, Wile –le digo-. Tú tienes suerte. Eres un peluche y nadie va a preguntarte mañana si sabes dónde nace el río Colville y dónde desemboca.
Me desperezo en la silla y la echo hacia atrás. Luego seguiré con los ríos y lagos, ahora voy a tumbarme con Wile sobre la cama.
Me dejo caer bocarriba y sostengo a Wile sobre mi rostro. Qué mono es.
-Mami aún no me ha dicho nada sobre ponerte un pañal.
Le doy un beso sin quitarme el chupete y lo recuesto a mi lado. Y entonces miro el móvil de avioncitos.
Mi móvil de bebé.
Me pongo de rodillas sobre la cama y le doy un toquecito. Los aviones, helicópteros y cohetes comienzan a girar. Me vuelvo a tumbar y los veo moverse. Hago ruido moviendo mi chupete mientras los veo intentar alcanzarse los unos a los otros.
Ojalá el maldito tercer principio de la termodinámica fuese falso y estos avioncitos pudiesen girar eternamente. ¿No sería maravilloso que fuese un móvil de bebés el que demostrase que ese principio de la termodinámica está errado? Pero las máquinas de movimiento perpetuo no existen…
Suspiro.
Y vuelvo a mover mi chupete.
¿Por qué es todo tan difícil a veces?
¿Por qué no puedo ser un niño de 12 años normal y corriente al que le hace toda la ilusión del mundo quedarse a dormir en casa de sus amigos?
Hay veces que no desearía para nada ser un bebé.
Que no desearía llevar pañales para dormir ni usar chupete.
No tomar biberón ni tener a Wile.
Ser un niño de 12 años normal.
Pero no lo soy, al igual que mi móvil de bebés no es una máquina de movimiento perpetuo.
¿Qué voy a hacer con lo de Ronald?
Si me quedo a dormir, tendré que hacerlo llevando un pañal, eso está claro. Mami no querrá que vaya sin pañal, ni yo tampoco quiero ir sin un pañal.
Mami.
Aún no le he dicho a Mami lo de quedarme a dormir en casa de Ronald.
Ella seguro que me dice que vaya. No le gusta nada que no haya hecho nunca vida normal por ser casi un bebé.
Hasta ahora siempre he podido evitar las noches a dormir en casa de amigos o los campamentos de verano a los que iban Ronald y Joseph. Pero esta vez me parece que no voy a poder evitarlo. Ya tenía que ser una excusa bastante grande para no ir. Rollo se ha muerto mi abuela.
Se ha vuelto a morir.
Por no hablar de que Ronald seguiría teniendo el juego así que siempre está la posibilidad de que me siga invitando hasta que vaya.
No, esta vez no tengo escapatoria. Tengo que ir.
Pero… ¿Cómo?
Ni siquiera sé si puedo pasar una noche sin tomarme el bibe antes de acostarme. No sé ni siquiera si puedo dormir sin Wile.
Pero lo que seguro que no puedo es dormir sin mi chupete.
Y sin un pañal tampoco.
Así que solo hay una salida: si me quedo a dormir en casa de Ronald con Joseph y Eddy, tiene que ser llevando un pañal y con chupete.
El chupete es fácil de ocultar. En un bolsillo del pijama puede pasar desapercibido y así podría ponérmelo en la boca una vez esté en la cama.
Porque ese es otro punto a tener en cuenta: ¿dónde vamos a dormir?
Lo más probable es que sea todos juntos en el sótano de Ronald, sobre sacos de dormir, como una fiesta de pijamas, pero con más pañales y más chupetes.
Si es así lo tendría muy, pero que muy difícil para ocultar el pañal, pues abulta cantidad debajo del pijama. Sería más que evidente que llevo un pañal. Por no hablar del ruido que hace cuando me muevo.
Entonces tendrían que ponerme el pañal justo antes de acostarme, lo que abre otro frente: ¿quién me va a poner el pañal? ¿Mami? ¿La madre de Ronald?
Joseline nos puso pañales una vez a Ronald y a mí cuando teníamos 6 años y me quedé a dormir en su casa. Por aquella época a nuestras madres les parecía muy gracioso que todavía llevásemos pañales (a Mami se lo sigue pareciendo) pero ahora tenemos el doble de años. Dudo mucho que Ronald siga llevando pañales. Esto no es una historia AB/DL de Internet donde un niño está preocupado por quedarse a dormir llevando un pañal en casa de un amigo y al llegar descubre que su amigo también lleva pañales. Esto es la vida real, y aquí tu amigo de 12 años no lleva pañales. Es un niño normal y corriente que controla sus esfínteres perfectamente, que hace años dejó el chupete y que por supuesto, si te ve a ti con pañales, se va a reír en tu cara fuertemente.
Hablando de pañales, tengo que hacer caca. Ya solucionaré este problema de dimensiones cósmicas en otro momento, aunque no puedo demorarlo mucho tiempo más y tengo que hablarlo con Mami lo antes posible.
Dimensiones cósmicas.
La colisión de dos mundos.
Es un buen nombre para una película.
Salgo de mi habitación y voy hasta el salón, donde Mami está viendo Downton Abbey, para variar.
-¿Qué pasa, Robin? –me pregunta cuando me ve entrar.
-Tengo que hacer caca –mi voz está ahogada por el chupete.
Mami pausa el capítulo, se aparta su espesa melena y viene hacia mí.
-Venga, vamos a ponerte tu pañal.
Vamos hasta mi habitación y me tumbo sobre la cama, a esperar mi pañal. Mami viene con uno de cochecitos, camiones  y semáforos y lo deja a mi lado.
-¿Y eso que se mueve el móvil? –me dice mientras me baja los pantalones-. ¿Es que has estado jugando con él? ¿No deberías estar estudiando?
-Ya me lo sé casi todo –miento-. Quería relajarme un poquito.
-¿Seguro? –Mami no parece muy convencida. Me quita los calzoncillos con cierto recelo.
-Seguro –contesto-. ¿Cuándo he suspendido un examen?
-Geografía no se te da muy bien –me recuerda mientras abre el pañal.
-Pero nunca suspendo –protesto algo ofendido.
-Pero tampoco sacas buenas notas –me dice a la vez que tira de mis piernas hacia arriba y pasa el pañal por mi culete.
-Pero no suspendo –repito.
-Se trata de que también saques buenas notas, Robin.
Me pasa el pañal por la entrepierna.
-Bueno, saco buenas notas en las demás –le digo mientras me cierra el pañal.
Mami se da por vencida.
-Está bien, pero procura no suspender este examen –y me da un cachete cariñoso aunque algo más fuerte de lo normal en el culito, sobre mi pañal-. Avísame cuando termines.
Salgo de mi habitación con mi pañal recién puesto camino de mi rinconcito de hacer caca. Llevo a parte del pañal, solo una camiseta y mi chupete, con lo que parezco un bebé, y mis andares pomposos así lo demuestran. Bajo las escaleras de lado, torpemente, como si fuera un bebé que está aprendiendo a andar y voy hasta la cocina. Me pongo en cuclillas entre el aparador y la mesa y empiezo a hacerme caca.
No estoy en ninguna casa extraña y mi hermana no está por aquí para chincharme así que puedo hacerla tranquilamente.
Toda mi vida he hecho caca en un pañal. Siempre. Estemos donde estemos, Mami siempre me tiene que poner un pañal para hacer caca. No sé hacerla en el váter, me tienen que poner un pañal.
Imaginaos si mis amigos se enteran de esto.
Hace un par de años la madre de Joseph nos puso un vídeo casero para avergonzar cariñosamente a su hijo en el que se veía a Joseph con 5 años sentado en el váter haciendo caca por primera vez. Ese vídeo tenía una etiqueta pegada que llevaba escrito El Gran Día de Jospeh.
Lo que se rieron los demás. Cómo se partieron.
Yo intenté disimular como pude, esbozando solo una sonrisa y procurando que no se me viera mucho el sonroje de la cara. Joseph se percató de que no me estaba riendo y a partir de ese momento nos hicimos más amigos. Lo que él no sabía, lo que nadie de mis amigos sabía, era que yo con 10 años aún llevaba pañales para hacer caca.
Y aquí estoy, con 12 y todavía llevándolos.
Y no parece que vaya a dejar de hacerlo próximamente.
Aunque algún día tendré que hacerlo.
O no.
No sé.
¿Me veo con 20 años y mi madre poniéndome pañales?
La verdad, no.
Ese es otro problema que tendré que afrontar en algún momento.
De momento, nos centramos en la quedada en casa de Ronald que bastante tengo ya con eso.
Parece que he terminado de hacer caca. Me toco el pañal por debajo y noto todo el producto allí almacenado.
Me levanto rápidamente. Odio tener caca en el pañal, me pongo muy inquieto y me puede dar un berrinche. Es algo que aún mantengo de cuando era un bebé.
Vaya, qué comentario más irónico.
Voy andando como un vaquero que se acaba de bajar del caballo después de haber cruzado el Gran Cañón del Colorado (maldita Geografía) a decirle a Mami que me quite el pañal.
Llego hasta el salón y me llevo las manos al culete.
-Mami. Caca –le digo con voz flojita e infantil y llevando el chupete.
Mami me sonríe melosamente y viene hacia mí.
-Venga, vamos a quitarte ese pañalito.
Salgo delante de ella y subo las escaleras igual que las he bajado, de lado y agarrándome a la barandilla, como si estuviese aprendiendo a andar.
-Qué mono estás, Robin –me dice Mami, que va detrás mía-. Pareces un bebé de verdad.
Yo me río con mi chupete puesto de manera infantil y sigo subiendo las escaleras despacio, con el pañal lleno de caca.
-¿Quieres que Mami te lleve en brazos, bebé? –me pregunta inclinándose hacia mí y mirándome tiernamente.
-¡Sí, Mami! ¡Aúpa! –le digo estirando mis bracitos hacia ella.
-¡Aaaaarriba! –Mami me alza y me toma, dejando mi culito reposar sobre su antebrazo-. Vaya, sí que tienes caquita, mi bebé –me dice pellizcándome la nariz.
-Quítame la caca, Mami –le pido con voz de bebé triste.
-Enseguida, bebé.
Llegamos a la habitación y Mami me deja sobre la cama. Antes de ir a por las cosas para quitarme el pañal le da un ligero toque al móvil para que los avioncitos empiecen a girar. Yo estiro mis manitas para alcanzarlos aunque sé que no puedo. Me encanta verlos girar, me producen mucha paz.
Mami empieza a cambiarme el pañal sin que me dé cuenta. Estoy tan abosrto mitrando los avioncitos y cohetes que no me he percatado de que me ha desabrochado las cintas y ha comenzado a limpiarme. Aparto la vista del móvil e inclino la cabeza hacia delante.
-Mi bebé, que le estamos quitando su pañal.
Otra vez el plural mayestático.
Pero ahora me da igual. Se usa mucho para hablarle a los bebés.
Mami termina de limpiarme y me pone los calzoncillos. Hubiera preferido un pañal pero no le digo nada. Me pone también los pantalones y me tira cariñosamente del asa del chupete.
-Ahora mi bebé va a seguir estudiando, ¿verdad que sí? –es una pregunta retorica-. Mi bebé tiene que sacar muy buenas notas.


*****


Elia y yo estamos acostados en el sofá. Cuando llegó de la universidad, Mami la obligó a preguntarme la lección, y tras decirle mi hermana que me lo sabía, lo cual no era del todo verdad, me dejó ver la televisión un poco antes de cenar.
El libro de Geografía reposa abierto bocabajo sobre la mesa del salón, y Elia y yo reposamos sobre el sofá, cada uno con la cabeza en un extremo para no olernos los pies.
Es una costumbre que tenemos desde que éramos pequeños; cuando queremos ver algo en la televisión juntos, nos acostamos en el mismo sofá. Hay veces que Elia, me deja acurrucarme con ella, y entonces me da de vez en cuando besos en la cabecita y pellizcos en la barriga, pero ahora solo somos dos estudiantes exhaustos que queremos ver el programa menos intelectual que haya en televisión para dejar la mente en blanco y no pensar en otra cosa.
Mami aparece en el salón y se nos queda mirando un rato antes de decir algo.
-Desde luego, el que os viera ahora…
-¿Qué te pasa ahora? –dice Elia sin apartar la vista de la pantalla, donde están untando en manteca de cacahuete a un señor bastante gordo y pegándole billetes de un dólar.
-Pues qué pensaría que sois unos gandules que están todo el rato tirados en el sofá.
-Ese libro de Geografía que hay sobre la mesa no opinaría eso –digo yo señalando al libro con un pie y sin quitar tampoco los ojos de la pantalla.
-¡Robin! –Mami va hasta la mesa del sofá-. ¡Trata mejor este libro, hombre! ¿Tú sabes lo que me ha costado? Se acabó –coge el mando y apaga la tele.
-¡Eh! ¡¿Qué haces?! –Elia se levanta de un salto-. ¡Estaban a punto de tirar al tío ese por una cuesta para ver cuantos billetes se le caían!
-Tengo que deciros una cosa, así que escuchadme.
Yo giro la cabeza y la miro con recelo. No presiento una buena noticia. Y Elia tampoco, porque ahora mira a Mami con el mismo interés con el que miraba al gordo rebozado en manteca.
Entonces Mami sonríe.
-Oh, no –Elia intuye de qué puede tratarse.
-Sí –corrobora Mami.
-¿Qué es lo que pasa? –me siento muy tonto cuando Elia y Mami se comunican solo con la mirada.
-Comida con la familia –dice Elia.
Mami asiente.
-¡No! –protesto-. ¡Si estuvimos en una hace nada!
-Un par de semanas –especifica Mami-. Y dijeron que ahora querían que nos viésemos más.
-¿Por qué?
-Quieren recuperar los lazos, Robin. Y no te olvides de que tía Gayle nos…
-Acogió a los tres cuando no teníamos a donde ir –termino la frase por ella-.Y también me acuerdo de cómo me miraba cada vez que llevaba un pañal –añado.
-Que era siempre –añade también Elia.
Le tiro una zapatilla.
-¿Pero por qué otra comida? –me dirijo de nuevo a Mami-. ¿Por qué no puede ser una merienda? Es más corta. ¿O un McAuto? Así no tendríamos ni que bajarnos del coche. Cada uno se compra su comida y listo.
-No digas tonterías, Robin –me dice Mami, aunque vislumbro un atisbo de sonrisa en su rostro-. Raola nos quiere presentar a su futuro marido.
-Vaya, esta comida se está poniendo interesante por momentos –dice Elia con cierta malicia.
-A ver, curiosidad por verle tenemos todos –admite Mami-. Pero sabéis que a estas cosas familiares hay que ir. De alguna nos libraremos, pero de la segunda que organizan lo veo un poco pronto.
-¿Y cuándo va a ser esta reunión familiar? –pregunta Elia.
-Este domingo.
-Clementine y yo íbamos a ir a ver Los Vengadores.
-Pues lo aplazáis.
-Nooo –protesto ahora yo-. Me quería ir con ellas para ver el final.
-Sí, pero conmigo ibas a llevar el pañal puesto desde casa –me dice Elia.
-¡Nadie va a ir a ver Los Vengadores con o sin pañal! –exclama Mami, poniendo fin a la discusión-. Este domingo nos vamos los tres a casa de la tía Gayle y punto en boca. Idos ahora a hacer la cena y dejarme en paz. Quiero ver si al gordo ese se le han caído los billetes al rodar por la cuesta.
Elia y yo salimos del salón para ir a la cocina, y entonces recuerdo lo que Mami me dijo cuando volvimos de casa de los tíos la última vez, que la próxima vez que hiciésemos un viaje tan largo en coche, me pondría un pañal.


*****


Estoy sentado en la cama, con Wile en mi regazo y estudiándome a contrarreloj los ríos de Estados Unidos. Estos cuatro no hay manera de que se me quedan grabados. El chupete lo tengo en la boca y lo muevo inquieto.
- Colville, Columbia, Flatehead y Gila. Colville, Columbia, Flatehead y Gil.
La puerta de mi cuarto se abre y entra Mami. Es ya la hora de acostarme. Mi biberón calentito está entre los dedos de Mami, que lo agita suavemente.
-¿Cómo llevas el examen, Robin?
-Bien –miento-. Dándome un último repaso.
Probabilidad de que me crea: 10%. Mami me conoce demasiado bien.
-Ya –dice con un tono mordaz-. Bueno, ven que te ponga el pañal y te dé el bibe. Dejo a Wile a un lado y me acuesto bocarriba. Mami saca un pañal de conejitos del armario y vuelve con él. Me baja los pantalones del pijama y comienza a ponérmelo.
Siempre que me pongo yo el pijama, nunca me pongo los calzoncillos. ¿Para qué?
Mami abre el pañal y comienza a ponérmelo. Yo muevo mi chupete y miro al techo, pensativo.
-¿Qué mosca te pica, Robin? ¿Estás preocupado por el examen?
Sí, pero hay algo que me preocupa más.
-No, es solo que…
-¿Qué sucede? –Mami me mira inquisitivamente mientras me pasa el pañal por la entrepierna.
Ha llegado el momento de decírselo. No puedo demorarlo durante más tiempo. Al final va a llegar el día de la quedada en casa de Ronald y me voy a ver sin una solución.
Le cuento todo a Mami mientras ella termina de ponerme el pañal: los tíos de Ronald, el War of Empires III, que vamos Joseph, yo  y otro más (Eddy es una adquisición reciente de nuestro grupo así que no lo conoce aún), que vamos a dormir todos en el sótano en sacos de dormir, todo.
Mami escucha atentamente y cuando termino se me queda mirando desde arriba. Yo sigo tumbado bocarriba, ya con el pañal puesto. Mami contempla a su bebé mientras piensa.
-Ya veo –dice al cabo de una pausa.
-¡¿Eso qué significa?! –le pregunto exaltado-. ¿No lo entiendes? ¡Yo no puedo quedarme a dormir en casa de Ronald! ¡No puedo quedarme a dormir en casa de nadie!
-¿Por qué? –me pregunta muy tranquila.
Yo no doy crédito.
-¡¡¿Que por qué?!! –repito-. ¡Por esto! –me pongo de pie de un salto para que el pañal se me vea bien y me lo señalo con los dos dedos índices-. ¡¡Llevo pañales!! ¡Tengo que llevar pañales!! ¡¡No puedo quedarme a dormir en casa de mis amigos llevando pañales!!
Entonces me pongo a llorar desconsoladamente. Por primera vez, he expresado en voz alta mi mayor preocupación. Mi verdadero problema. Soy un bebé que lleva pañales amigo de niños de 12 años que no lo saben. Agacho la cabeza avergonzado de tener que llevar un pañal y muevo mi chupete intentando calmarme.
-Robin… -Mami se ha sentado en el borde de la cama. Estira sus brazos hacia mí y me atrae a su regazo.
Me sienta encima de ella y me baja la cabeza hacia sus pechos, dejándome llorar con la cara enterrada entre sus tetas mientras me da golpecitos consoladores en la espalda.
-Ya está, Robin… Pobrecito, mi bebé.
Mi bebé.
Un bebé.
Bebé.
Be, e, be, e con tilde.
Bebé.
Eso soy. Un bebé.
No puedo estar con niños de mi edad porque soy un bebé.
-Pobre Robin… -Mami se mece conmigo encima mientras yo sigo llorando entre sus senos-. ¿Dónde está tu chupetito?
Al lado de la almohada, pero no lo digo.
Mi chupetito de bebé.
De bebé.
Be, e, be, e con tilde.
Bebé.
-Abre la boquita, Robin –oigo a Mami.
Separo la cabeza de sus pechos y ya sé lo que me voy a encontrar.
Veo la tetina del chupete venir de frente hacia mí, y los dedos de Mami sujetándolo del asa. Despego los labios y lo recibo en mi boquita. Empiezo a moverlo.
Me voy sintiendo un poco mejor.
Pero a la vez peor.
Necesito un chupete para calmarme.
Soy un bebé.
No puedo quedarme a dormir en casas de niños de 12 años porque soy un bebé.
Sigo un ratito más chupando el chupete con la cabeza apoyada en el pecho de Mami mientras ella se balancea suavemente con su hijo encima, que va vestido con una camiseta y un pañal.
-¿Estás mejor, Robin?
Estoy algo mejor, pero tampoco respondo.
Ojalá pudiera quedarme para siempre así, entre los brazos de Mami. Protegido y cobijado. Con mi chupete y mi pañal.
Pero no. también pertenezco a otro mundo.
-Lo tomaré como un sí –dice Mami.
Entonces, me separa delicadamente de ella y me sienta de lado sobre su muslo, para poder verme la carita mejor.
-No es el fin del mundo, Robin –yo la miro moviendo mi chupete-. Encontraremos una solución.
-¿Cuál? –pregunto con voz flojita y sin dejar de chupar el chupete.
-Necesito un poco de tiempo para pensar… Pero antes de nada… ¿Estás seguro de que no quieres decirle a tus amigos que llevas pañales? Son muy majos y os conocéis desde hace mucho tiempo. Seguro que no se ríen de ti.
-Sí que se reirán –respondo desolado.
Me acuerdo de El Gran Día de Joseph.
-¿Ronald se reirá?
-Sí.
-¿Y Joseph? ¿Y el otro chico?
-Sí –respondo de nuevo-. El otro chico se llama Eddy.
-¿Y es majo?
-Está bien –respondo llanamente.
-Son tus amigos. Si les caes bien y te quieren no se reirán de ti. Igual que un niño que no tiene los dientes correctamente tiene que llevar un aparato, tú tienes un problema de esfínteres y tienes que llevar pañales para dormir.
-Pero lo mío no es solo un problema de esfínteres…
Vuelvo a enterrar la cabeza entre sus dos tetas, esta vez chupando el chupete. Mami me separa delicadamente y se lleva una mano al costado de uno de sus pechos mientras suelta un pequeño quejido.
-Lo único que se me ocurre ahora mismo –dice mientras se recoloca de nuevo las tetas- es que pases allí la noche jugando con ellos y pasándotelo bien; y cuando sea la hora de acostaros, te metas en el saco como los demás y cuando ellos ya se hayan quedado dormidos, subes arriba y te ponemos el pañal.
De nuevo el plural mayestático.
-¿A quién te refieres con Te ponemos el pañal?
-Pues que tendría que ser yo y me tocaría quedarme hasta que os fueseis a dormir, o bien te lo tendría que poner la madre de Ronald. En cualquier caso, eso significaría decirle a Joseline que llevas pañales. Es lo único que se me ocurre –añade tras una pausa.
Genial.
No hay escapatoria.
No puedo ir sin que al menos alguien se entere de que llevo pañales.
-Joseline tiene a Stuart, así que aún está acostumbrada a cambiar pañales –apunta Mami.
Estupendo, que me pongan el pañal al lado de un bebé.
La metáfora perfecta.
-Mami, ¿yo soy un bebé? –le pregunto de repente.
-¿A qué viene eso ahora? –Mami me mira extrañada.
-Responde, por favor.
Mami mira pensativa un ratito al cielo antes de contestar.
-Bueno, llevas pañales, ¿no? –me da un pequeño cachete en el culito.
-Sí –respondo flojito con la voz ahogada a causa del chupete.
-Y usas chupete, ¿a que sí?
-Sí.
-Y tomas biberón y duermes con un peluche y tienes un móvil de avioncitos…
-¿Eso me convierte en un bebé? –le pregunto.
-En el mío seguro que sí –contesta-. Eres mi bebé, ¿no te acuerdas?
¿Cómo no me voy a acordar?
Sonrío detrás de mi chupete.
Mami me sonríe también.
-Con eso te debería valer, mi bebé –me da un beso en la mejilla-. Pero mi bebé tiene 12 años y tiene que hacer también cosas de niños de 12 años, así que su Mami lo va a ayudar en todo lo que pueda para que se lo pase súper bien con sus amigos jugando al War of Desire.
-War of Empires –le corrijo, y me río tontamente.
-Como se diga –y me da otro beso en la mejilla.
Me acuna un ratito más junto a su pecho mientras me acaricia el pelo. También me da golpecitos en el pañal y me chista suavemente para relajarme. Yo muevo mi chupete mientras me abrazo a su cintura y me calmo con sus mimos. Sin decir nada y muy delicadamente, Mami me quita muy despacito el chupete de la boca y yo empiezo a hacer gemiditos de bebé, pero rápidamente, Mami introduce la tetina del biberón y comienza a hacerme tomar la leche calentita. Yo chupo la tetina y absorbo la leche, que cae en mi estómago produciéndome una sensación de paz y confortabilidad.
Para cuando acabo de tomarme el biberón tengo los ojitos cerrados y balbuceo medio dormido pidiendo mi chupete. Mami lo introduce delicadamente en mi boca y se levanta conmigo en brazos. Me hace echar los gases con palitos suaves en la espalda y me reposa de nuevo sobre la cama. Me arropa y pone a Wile a mi lado, al que aferro instintivamente.
-Buenas noches, mi bebé precioso.
Y me da un beso en la frente antes de salir de la habitación.