Cindy
Cindy estaba de
pie, la lluvia le caía sobre la cabeza, pegándole los mechones de pelo a la
cara. El paraguas colgaba inerte de uno de sus brazos. No oía lo que decía el
cura. Nunca había sido creyente. De hecho, era una atea consagrada, pero su
madre siempre había querido un funeral religioso. Y tampoco se le ocurría
ninguna otra manera de hacer un funeral.
Miro a su
izquierda y vio a su hermana, sorbiéndose los mocos. Ella si sostenía el
paraguas sobre su cabeza. Charlotte era demasiado pequeña para pasar por todo
esto. A Cindy también le costaba soportarlo. Pero tendría que ser fuerte. Por
ella misma y por su hermana. Miro a su alrededor. Podía mirar a cualquier lado
menos al ataúd de su madre. Vio a muy pocas personas en el funeral; dos amigas
de su madre; Gonzalo, el cocinero de la Mansión Largue; su hermana; Laura y
Carla, sus dos mejores amigas…. Y a Jackie. El pequeño lactante estaba allí, de
pie, sin carricoche y sin chupete, con una expresión seria en su rostro y
mirando al suelo. No había ningún atisbo de comportamiento infantil en su pose,
y el traje negro y sobrio que llevaba ayudaba también a ello. Hasta se había
quitado el pendiente de la oreja. Dejó de pensar en él y volvió con su mente al
funeral de su madre. El cielo estaba gris y llovía copiosamente. Muy apropiado.
Era un día triste, el más triste en la vida de Cindy. Había perdido a su padre
hace cuatro años en un accidente de coche, y ahora había perdido a su madre.
Pero, sobre todo, le dolía por Charlotte. Había asistido a demasiados funerales
para su edad, y era tan pequeña, tan dependiente… Era una injusticia que una
personita como su hermana hubiera tenido que ver como sus dos padres morían.
Sentía que las
lágrimas le empezaban a correr por las mejillas, aunque la lluvia las disimulaba.
Aún así, sus ojos hinchados la delataban. Recordó como había empezado todo.
Estaba en la
Mansión Largue guardando ropita de Jackie mientras éste mamaba de la teta de su
madre cuando sonó el teléfono. La llamaban del hospital. A su madre le había
dado un infarto en su casa y los vecinos, al escuchar el golpe que hizo al caer
al suelo, llamaron a la ambulancia. Y le pedían que fuera corriendo para el
hospital.
Salió todo lo
deprisa que pudo de la casa, y condujo rápidamente hasta el hospital. Por el
camino, llamó a Carla para que recogiera a Charlotte del cole y le diera la
comida. Cuando se tranquilicen las cosas la llamaría ella para decirle que todo
iba bien.
Porque en ese
momento, Cindy creía que todo iba a ir bien.
Llegó al hospital
y los médicos le dijeron que su madre estaba muy grave, que la habían sedado e
iban a esperar a ver como pasaba la noche. Cindy les dio las gracias y salió a
comer algo y llamar a Charlotte. La voz de su hermana sonó preocupada y
llorosa. Le dijo lo que había pasado y entonces ella se echó a llorar. Cindy la
consoló como pudo a través del teléfono y le pidió que le dijera a Carla que se
pusiese. Le comunicó a Carla que su hermanita llevaba pañales para dormir y que
esa noche le iba a tocar a ella ponérselos. Carla le dijo que no se preocupase,
que ella se ocupaba de todo y que se quedase tranquila. Cindy le dio las
gracias y colgó.
Fue entonces, para
distraerse, cuando puso la televisión. Vio en todas las cadenas como Karen
Largue entraba esposada en un coche de policía con una teta fuera. Se enteró de
que la habían acusado del asesinato de Gertrudis y de que pedían 15 años de
cárcel. Cindy, lejos de preocuparse por su trabajo, se atormentó pensando el
suplicio que debería estar pasando el pobre Jackie. Le vinieron de golpe todos
los pensamientos, como un obús incontrolable;
su madre, Jackie, su hermana, su trabajo, hasta Karen Largue…
Su jefa podía
tener muchos defectos, pero Cindy estaba segura de que no era una asesina.
Llamó a Alicia Sanders, la ayudante de su jefa. La encontró muy atareada, pues estaba
intentando descubrir quién le había tendido la trampa a Largue. Sabía quién,
pero necesitaba pruebas. Alicia la colgó sin casi despedirse y Cindy se quedó a
oscuras en la habitación, con el móvil colgando de una mano, y sin menos
compañía que el pitido del aparato que medía las constantes de su madre.
Al día siguiente,
una manita la despertó zarandeándola. Era Charlotte, que había venido con Carla
antes de ir al colegio. Le preguntó que cómo estaba su madre y Cindy le dijo la
verdad: sin cambios.
Carla le dijo que
Cindy se había portado muy bien. Se había comido toda la cena y dejó que le
pusiera el pañal tranquilamente, aunque por la mañana se había levantado con
pipí.
Charlotte rio
tímidamente mientras se sonrojaba.
-Eso es normal –le
dijo Cindy a Carla mientras acariciaba a su hermana.
Cindy aupó a
Charlotte y su hermanita le dio un beso en la frente a su madre. Salió con
Carla, y juntas se fueron al colegio. Cindy se quedó allí toda la mañana,
esperando que llegase el médico.
Lo hizo casi dos
horas más tarde de lo que le tocaba. Y es que Cindy, no tenía dinero para un
hospital mejor.
Pero casi deseaba
que el médico nunca hubiese llegado.
Las noticias que
le dio no pudieron ser peores; su madre tenía obstruidas la vena cava superior
y la aorta, que impedían que la sangre pudiese ser bombeada con la suficiente
fuerza. Esto hacía que su corazón tuviese que trabajar el triple que uno sano.
Y ya estaba cansado de hacerlo. Estaba en su último sprint. Le dijo que llamase
a su familia porque a su madre le podían quedar horas.
Y tras darle una
palmada en el hombro y decirle un ‘Lo siento’ que sonó a ‘En realidad me da
igual’, el médico salió de la habitación.
Cindy no sabía qué
hacer. Había fallado. Siempre encontraba una solución para todo pero ahora
había fracasado. Su madre se estaba muriendo y no podía hacer nada. Se sentó en
la silla que había junto a la cama y la observó durmiendo, con la respiración
entrecortada. La máquina que medía su pulso cada vez tardaba más en hacer el
siguiente pitido. Miró a la tele sin sonido que había colgada en la pared y vio
a la criada Sara empujando el carrito de Jackie en la entrada del juzgado. Era
el juicio de su jefa.
Apartó la vista de
la televisión pensando que ya tendría tiempo de preocuparse de eso. ahora lo
que le interesaba era no separarse ni un momento de su madre. Le cogió la mano,
deseando que se despertase para poder decirle unas últimas palabras, decirle
por última vez que la quería…
Pensó en todos los
momentos buenos que había pasado con su madre: cuando venía corriendo a su
cuarto porque se había despertado con una horrible pesadilla, y su madre la
apretaba contra su pecho y le dejaba tomar un poco de teta a pesar de ser algo
mayor, como se sentaba junto a ella en el suelo para jugar con sus juguetes,
como le dejó llevar chupete hasta los 12 años, cuando le dijo que estaba
embarazada y que iba a ser una hermana mayor, cuando nació Charlotte, lo unidas
que estuvieron tras la muerte de su padre…
Pasó toda la
mañana sujetándole la mano, hasta que los pitidos de las constantes
desaparecieron por completo para convertirse en un único y largo pitido. Abrazó
el cuerpo sin vida de su madre, se secó las lágrimas y llamó al médico. El
doctor certificó el fallecimiento de su madre e hizo los preparativos para que
se la llevasen al depósito. Cindy miró la televisión. Otra personita la
necesitaba.
Cindy llegó al
juzgado justo cuando Karen Largue salía acosada delante de un grupo de
paparazzis.
Detrás de ellos,
iba corriendo Jackie. Al encontrarse se abrazaron muy fuerte y ambos
compartieron lágrimas por la pérdida de sus madres.
Subió junto con
Benson y Jackie a la limusina que les llevaría de nuevo a la Mansión Largue.
Benson todavía tenía el ojo morado pero condujo como siempre. Sara no subió a
la limusina porque Cindy le había dado el día libre, y el siguiente también, y
el siguiente, y el siguiente… Así hasta nuevo aviso.
Llegaron a una
mansión más silenciosa que de costumbre. Estaban todos los criados esperando en
el hall. Gonzalo, nada más verla, corrió a abrazarla. Era el único que estaba
al tanto de los problemas familiares de Cindy. Jackie la cogió de la mano y le
preguntó si podía cambiarle el pañal. Le dijo que por supuesto, así que lo aupó
y lo llevó arriba. Les dijo a los demás trabajadores que esperasen ahí, y todos
le hicieron caso.
Jackie estaba muy
inquieto. Cindy tuvo que acunarle contra su pecho y mecerlo para que se
tranquilizase. Cuando estuvo ya más calmado, le pudo cambiar el pañal.
-¿Cómo estás,
Cindy? –le preguntó Jackie mientras ella le desabrochaba las cintas del pañal
mojado.
-Mal, Jackie. ¿Y
tú, mi amor?
-Mal también…
-parecía muy triste. Echo de menos a mi mami.
-Y yo a la mía
Jackie –Cindy le extrajo el pañal.
-Cindy… -empezó
Jackie.
-Dime, cariño
–comenzó a limpiarle.
-¿Qué va a pasar
ahora?
Cindy pensó un
momento. Iba improvisando sobre la marcha. Le había venido todo de golpe. Ahora
tenía que cuidar del bebé al que le estaba cambiando el pañal. Después lloraría
a su madre y cuidaría de su otro bebé.
-Ahora, vas a
venirte a vivir conmigo. Al menos provisionalmente –le empezó a poner el pañal
nuevo-. Le diremos a Benson que suba tu cuna plegable a la limusina. Les daré
el día libre a los demás criados de la Mansión Largue hasta que sepamos a quien
le pertenece ahora que tu madre está en la cárcel y cuál es tu nuevo papel en
todo.
-¿Mi nuevo papel?
–se extrañó Jackie.
-Sí –Cindy le
abrochó el body y lo aupó para llevarlo hasta el parque de juegos-. Ahora es
muy posible que te toque a ti hacerte cargo de Modas Largue, y de esta casa y
de la gente que trabaja en ella.
-¿Hasta de ti?
-Hasta de mi,
cielo. Ahora tú eres mi jefe.
Eso pareció poner
a Jackie muy nervioso.
-Pero Cindy, yo no
quiero ser tu jefe. Tú eres mi amiga. Quiero que seamos amigos.
-Y lo somos,
Jackie. Pero las cosas están así.
-No, Cindy. Las
cosas van a estar como yo quiera. De momento, te cedo el mando hasta que sepa
que hacer, ¿vale? Que te he visto dar órdenes y lo haces muy bien.
Fue un comentario
tan mono que Cindy le pellizcó la mejilla.
-Vale, Jackie –le
dejó en el parque de juegos y salió- Coge los juguetes que quieras llevarte,
¿vale? Voy a prepararte la ropita para venirte a mi casa.
Bajó hasta el
hall. Allí les dijo a los criados que no sabía que era lo que iba a pasar, pero
que de momento, estaban de vacaciones hasta nuevo aviso. Gonzalo se acercó a
ella y le dijo que para cualquier cosa que le necesitara, podría llamarla.
Cuando Benson se iba, lo detuvo para darle las instrucciones de la que iba a
ser su última tarea: llevarla a ella y a Jackie hasta su piso, pero antes tenía
que ir al funeral de su madre.
Ahora, veía
desfilar delante suya a las personas, dándole el pésame a ella y a su hermana.
Pero no las oía hablar, sólo movían los labios. Llegó Jackie, vestido de manera
solemne con el traje que Di Carlo le había tenido que hacer corriendo. Sabía
que llevaba puesto un pañal porque se lo había cambiado ella, pero no tenía en
ese momento ni una pizca de bebé. La abrazó y siguió andando detrás de Gonzalo,
que era la única persona que conocía.
Cuando bajaron el
ataúd de su madre, llovía más fuerte todavía. A Cindy le vino un pensamiento
gracioso y absurdo a la cabeza; que pasaría si se llenaba de agua el agujero y
su madre se quedaba flotando dentro de su caja de madera, como los muertos
piratas que arrojaban por la borda.
Por fin terminó el
entierro. El cura le pidió 50 dólares por haber dicho el nombre de su madre 4
veces, pero Cindy se negó a dárselos.
Llegó a su piso
calada hasta los huesos, empujando el carrito de Jackie con una mano, y con su
hermana Charlotte de la otra.
Sacó a Jackie del
carrito y lo tomó. Él estaba seco, y Charlotte también, que iba aguantando un
paraguas.
-Bueno chicos, voy
a ducharme y os preparo la cena –dejó a Jackie en el suelo-. Jackie, le dije a
Benson que dejase tu maleta sobre la cama. Ve y cámbiate de ropa que seguro que
lo estás deseando. Charlotte –se dirigió a su hermana-, ayúdale tú si ves que
él no puede.
Se dirigió al
cuarto de aseo a darse una ducha caliente. Se quedó un rato debajo del agua. No
pensaba en nada, era curioso. Pero de todas formas, le relajó enormemente.
Al salir, encontró
a Jackie vestido con un pijama mono, con su chupete puesto y abrazando a
Ronnie. Estaba sentado al lado de Charlotte en el sofá, y veían juntos la
televisión en silencio.
Preparó para cenar
pescado a la plancha para ella y para su hermana. Y a Jackie le hizo una
papilla de cereales y fruta.
Charlotte comía
mirando como ella le daba la cena a Jackie, y como lo aupó y le dio golpes en
la espalda para que soltase los gases. Al estar Jackie de espaladas a
Charlotte, aprovechó para decirle a su hermana moviendo sólo los labios: ‘Es un bebé’.