Lucía no es la única que toma biberón^^
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- INICIO
-
Vida de Chris
- Capítulo 1: Un pañal para dormir
- Capítulo 2: Noche en casa de los primos
- Capítulo 3: Sueño interrumpido
- Capítulo 4: Solo en casa
- Capítulo 5: Cambio de pañal en el centro comercial
- Capítulo 6: Un día más
- Capítulo 7: Mojado en el supermercado
- Capítulo 8: Visita al médico
- Capítulo 9: En la buhardilla
- Capítulo 10: El comienzo
- Epílogo
- Canción de Leche y Pañales
- Lucía quiere biberón
-
Los 2 Mundos de Robin Starkley
- Cap1. Todo lo demás
- Cap2. Pañal en una conversación
- Cap3. Nappynception
- Cap4. Mojados por la lluvia y por pipí (en mi caso)
- Cap5. Nada de lo que preocuparme
- Cap6. Avioncitos, helicópteros y cohetes
- Cap7. ¿Todavía nos hacemos pipí encima?
- Cap8. Plástico sobre piel
- Cap9. Mi verdaderos problema
- Cap10. Aguanta, Robin
- Cap11. Es lo que tienen los bebés
- Cap12. Tú mismo
- Cap13. El dolor de barriga
- Cap14. Compañero de pañales
- Cap15. Chupete sonoro
- Cap16. El bebé de Schrödinger
- Cap17. Cosas que pasan
- Cap18. Restos de pipí seco
- Cap19. ¿Pero vosotros sabíais que llevaba un pañal?
- Cap20. Esto es Halloween
- Cap21. Te he traído pañales
- Cap22. Las mejores partes
- Cap23. Así que era verdad
- Cap24. La soledad
- Cap25. Quince minutos
- Cap26. Las Aventuras de Elia y Robin
- Cap27. Una vida de bebé
- Cap28. Lo único que tiene sentido
- Historias cortas
30 de abril de 2017
26 de abril de 2017
Lucía quiere biberón - Capítulo 7: El Colegio
Lucía sintió un pequeño zarandeo en el
hombro. Por un momento, creyó que estaba aún en casa de su madre, y que era
ella quien la despertaba, más dormida que la propia Lucía, para que fuera al
cole.
Pero no era un movimiento brusco, sino suave
y delicado. No la agarraban y tiraban del hombro para que se despertase, sino que
era más bien una caricia, un roce acompañado de una voz suave.
Abrió los ojos y vio a su tía Sara, que le sonreía
inclinada hacia la cama.
-Hora de levantarse, mi amor.
Lucía tenía mucho sueño. Volvió a cerrar los
ojos y se cubrió entera con la mantita.
-¡Pero bueno! –exclamó su tía. En su voz no
se notaba una reprimenda, sino un tono divertido y juguetón-. ¡No sabía que
tenía una marmota por sobrina!
Lucía siguió dentro de las sábanas, acurrucándose
aún más. El pañal sonó cuando lo hizo con ese sonido de plástico tan
característico.
-Umm… ¿Qué puedo hacer ahora? –seguía
diciendo su tía con el mismo tono alegre-. Veamos si así mi marmotita sale de
su madriguera.
Lucía oyó como tía Sara agitaba el bibe. La
perspectiva de tomarse el biberón habría hecho que saliese de la cama, pero
estaba tan cansada… Cuando por fin podía dormir bien, tenía que madrugar para
ir al cole. No era justo.
Y hablando de dormir bien… Se llevó las manos
a la parte delantera del pañal y las metió por dentro del pantaloncito del
pijama; le gustaba mucho tocar el pañal y lo sentía como ayer por la mañana, de
modo que dedujo que se había hecho pipí otra vez. Pero era increíble; con el
pañal ni notaba que estaba mojada, aunque se sentía un poco rara teniendo pipí,
de modo que hizo un esfuerzo para salir de debajo de las sábanas y que su tía
la cambiase. Además, tía Sara la estaba despertando de manera muy dulce, nada
parecido a lo que Lucía estaba acostumbrada.
Cuando asomó la cabecita por debajo de las
sábanas, tía Sara se abalanzó sobre ella y empezó a cubrirla de besos. Lucía se
intentó zafar como pudo, pero no había manera. Su tía la tenía bien agarrada
con los brazos, que en ese momento parecían tentáculos, y que además, le hacían
cosquillas.
-Ayyy –Lucía intentaba hablar pero la risa no
la dejaba-. Para, tía Sara… Jijijijijijiji… ¡Eres peor que un pulpo!
-¡Soy un pulpo que no va a renunciar a su
presa, la pequeña marmota dormilona! –y dicho esto le subió la camiseta del
pijama y le empezó a hacer pedorretas en la barriga.
De esta manera, la parte de arriba del pañal
quedaba a la vista, pero a Lucía no le importó.
-¡Para! Jijijijijijji… ¡Para, porfi! –Lucía
casi se iba a hacer pipí otra vez de la risa. Le gustaba sentir el pañal puesto
mientras jugaba con su tía. No se movía ni nada. Se sentía muy segura aunque
llevase pipí-. ¡Me levantaré! Jijijijijiji ¡Lo prometo, me levantaré!
Tía Sara la soltó, y Lucía se sentó en la
cama, de rodillas, y se llevó las manos a la parte delantera del pañal.
-Casi me hago pipí otra vez –le dijo, aún
riéndose un poco.
Su tía también le sonrió y se llevó las manos
hacia la espalda.
-¿A qué no sabes lo que tengo aquí detrás?
–le pregunto con una sonrisa pícara.
Por supuesto, Lucía lo sabía, y su tía sabía
que ella lo sabía, pero solo pretendía jugar con ella. Lucía se sentía muy
querida.
-¡Bibe! –exclamó Lucía.
Y empezó a abrir y cerrar la boca, pidiendo
que se lo diese.
-¿Quieres tu bibe? –le preguntó su tía mientras
sacaba el bibe d detrás suya y lo agitaba delante de Lucía.
-¡Sí!
-Pues aún no le has dado un beso de buenos
días a tu tía –le dijo imitando un tono de reproche.
Esta vez fue Lucía la que se abalanzó sobre
ella. Le empezó a dar besos en una mejilla como si le fuese la vida en ello. Su
tía intentaba apartarla con una mano mientras que con la otra sujetaba su
biberón. Habían intercambiado los papeles. Esta vez, Lucía era el pulpo.
-¡Quítate de encima, calamar! ¡Arr! –le decía
su tía imitando el tono de un pirata.
-¡Me quitaré de encima cuando me des mi bibe!
–le contestaba Lucía jugando.
Finalmente, tía Sara pudo zafarse de ella y tumbarla
con dos movimientos boca arriba sobre la cama; su tía era muy fuerte. Con todo
el revuelo, a Lucía se le había bajado un poco el pantalón del pijama, dejando
al descubierto casi todo el pañal. Lucía se llevó las manos hacia él y se rió
nerviosa. Parecía que sí que le seguía dando un poquito de vergüenza que la
viesen con pañal.
-Cámbiame, tía Sara –le dijo.
Su tía se inclinó hacia ella y le preguntó
abriendo mucho los ojos y fingiendo sorpresa.
-¿Quieres que te cambie el pañal? O sea, que
te ponga otro…
-¡Nooo! –exclamó Lucía riéndose-. Que me
quites el pañal, digo –y se rió otra vez.
-Claro, cielo –le contestó su tía
pellizcándole la mejilla-. Voy a quitarte ahora mismo el pañalito.
Lucía adoptó la postura de ponerle y quitarle
el pañal: tumbada boca arriba perpendicular al borde de la cama.
Su tía se acercó y le terminó de bajar el
pantaloncito. Lucía se agitó, un poco inquieta, le habían entrado ganas de que
le quitasen ese pañal mojado.
-Tranquila, guisantito. Ya te lo estoy
quitando –le dijo tía Sara. Debió de notar las ansias de Lucía.
La verdad era que su tía la había conocido
muy rápido. Ya sabía muchas cosas de los gustos de Lucía. Cosas que ni su madre
de verdad sabía ni se había preocupado por saberlas.
Tía Sara le separó las cintas de los dos
lados del pañal y se lo abrió. Lucía sonrió, y su tía, creyendo que le había
sonreído a ella, se la devolvió. O quizás solo sonreía por ver a Lucía sonreír.
El caso es que Lucía disfrutaba mucho cuando
le quitaban el pañal mojado, y también le había gustado cuando anoche su tía le
puso el pañal con tantos mimos y ella se quedaba embobada mirando al techo, sorprendiéndose
de lo cómoda que estaba con el pañal. Con su pañal.
Tía Sara le levantó las piernas y le extrajo
el pañal de su culito. La limpió con mucho cuidado y le subió los
pantaloncitos. Lucía se incorporó de rodillas sobre la cama.
-¡Bibe!
Sara le sonrió. Se subió también a la cama y
se sentó con las piernas cruzadas, apoyada en la pared. Cogió el biberón, que
se había quedado tirado sobre la cama, mezclado entre las sábanas a
consecuencia de la doble pelea mañanera, y le hizo un gesto a Lucía de que se
acercase a su regazo. Lucía gateó hasta ella, sorprendiéndose de esa actitud de
bebé que estaba mostrando, aunque no le importaba. Se acurrucó mirando hacia
arriba sobre las piernas cruzadas de su tía y abrió mucho la boca. Tía Sara,
con una sonrisa muy tierna, se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la
cara y llevó el bibe hasta los labios de su sobrina.
Cuando la tetina del mismo estaba cerca de su
boquita, Lucía estiró el cuello y la cerró, sujetando la tetina fuertemente con
los labios. Empezó succionar de ella, haciendo que la leche saliese y cayese en
su boquita. Tía Sara preparaba unos bibes muy ricos, y eso que los ingredientes
eran los mismos que usaba su madre.
Lucía se fue tomando el bibe haciendo ese
sonido que tanto le tranquilizaba, parecido a un bebé al chupar su chupete.
Chopchopchopchochopchopchop.
Lucía estaba abrazada a la cintura de su tía,
y ella la sujetaba con un brazo, incorporando un poco su cabecita y acercándole
el bibe con la otra mano.
Cuando Lucía de tomaba el biberón, tía Sara
siempre la miraba sonriendo, con una expresión de felicidad en su rostro en el
que participaba su boca, pero sobre todo sus ojos. Lucía podía notar que era
una expresión de felicidad auténtica; quizás por eso no le importaba, ya que de
otro modo, le habría resultado un poco incómodo que la mirasen mientras se
tomaba el biberón.
Conforme se lo iba acabando, su tía lo iba
inclinando cada vez más para que así la leche no dejase de caer. Lucía no podía
creer que Sara nunca le hubiese dado el biberón a nadie. Lo hacía tan bien…
Poner y quitar pañales le había costado un
poquito pero ahora sí que lo hacía muy bien también. Sin embargo, con el
biberón era otro tema. A Lucía nunca le habían dado el bibe (bueno, de pequeña
seguro que sí), su madre, después de gritarle que se levantase, se lo dejaba
sobre la mesita de noche, que era una caja de cartones vino. Lucía era muy
dormilona y odiaba madrugar, por eso tardaba mucho en despertarse y se tomaba
el biberón frío. Aunque lo malo no era eso, sino que siempre llegaba tarde al
colegio. Y había días que incluso ni iba.
Sin embargo su tía la despertaba delicadamente,
jugaba con ella y le daba el biberón de esa manera tan cariñosa. Lucía nunca
hubiese creído que pudiera llegar a acostumbrarse a su nueva vida de esa manera
tan rápida, y ni mucho menos llegar a querer tanto a su tía.
Una tía que había tenido que ponerle pañales
para dormir, pero Lucía sabía que no le quedaba más remedio ya que ella mojaba
la cama y que a su tía le había dolido ponérselos, sin embargo, a Lucía le
había sorprendido lo cómodo que era el pañal y lo segura que estaba con él, con
la certeza de que podía hacerse pipí por la noche y no despertarse.
Terminó de tomarse el biberón y su tía se levantó con ella en brazos de la
cama y comenzó a soltarle los gases.
Esa era otra de las cosas que su madre no
había hecho nunca. Siempre que se tomaba el biberón, Lucía pasaba una hora
aguantándose pedetes y eructos. A veces le salían en clase, con lo que todos
los niños se reían de ella. Entre eso y que Lucía cambiaba de colegio cada dos
por tres, nunca había podido hacer amigos. Esteban era el niño con el que más
tiempo había estado jugando.
Terminó de eructar, se rió un poco porque eso
sí que le daba vergüenza, y su tía la dejó sentada sobre la cama. Le dio un
beso en la frente.
-Qué bonita eres –le dijo-. Bueno –añadió
mientras cogía el biberón de una mesita de noche de verdad-, ahora voy a
desayunar yo. Vístete que enseguida nos vamos –le dio otro beso.
-¿Tengo tiempo de trenzarme el pelo? –le
preguntó Lucía.
-¿Sabes trenzarte el pelo? –se extrañó tía
Sara.
-Ajá –asintió Lucía-. ¿Por qué?
-No, por nada… -contestó. Luego sacó su móvil
de un bolsillo de su bata y miró la hora-. Sí, tienes tiempo –y salió de la
habitación-. ¡Mierda, si aún me tengo que vestir yo! –la oyó exclamar Lucía.
Su tía, a pesar de ser un adulto, se
comportaba muchas veces de una manera más parecida a un niño: veía dibujos, no
le importaba tener comida en el salón, se sentaba con las piernas cruzadas
sobre la cama… Pero no era inmadurez, como su madre, que sí que se comportaba
de una manera mucho más desastrosa para un adulto, sino que era su forma de
ser. Lucía sonrió para sí misma y empezó a vestirse.
Salió de su habitación ya peinada, vestida y
con la mochila al hombro. Esperaba que a su tía no se le hubiese olvidado
hacerle el sándwich. Entonces la vio saltando por el pasillo a la pata coja,
abrochándose el zapato y sosteniendo unos papeles con la boca. Al final, logró
llegar hasta el sofá. Bueno, más bien se cayó en el sofá. Terminó de atarse los
cordones y se levantó.
-¿Estás ya lista, Lucía? –levantó la cabeza y
la miró. De repente se fijó en sus dos trenzas-. ¡Pero qué guapa estás,
guisantito! ¡Todos los niños de tu clase van a querer salir contigo!
-¡Ay, cállate! –Lucía se puso muy roja.
-Bueno, a ver –tía Sara empezó a hablar
consigo misma-. Tengo los papeles de la matrícula, el móvil, la cartera, las
llaves, el sándwich de Lucía… Vale, creo que ya puedo irme.
Salió corriendo pasando por delante de Lucía
y llegó hasta la cocina. De pronto, Lucía la oyó volver corriendo al salón.
-¡Lucía! ¡Que me olvidaba de ti! –la cogió
por la pechera y tiró de ella.
Lucía se dejó arrastrar con cara de susto.
Ya fuera del edificio, su tía le iba hablando
mientras andaban hacia el cole. O iba hablando otra vez consigo misma, Lucía no
estaba muy segura.
-Vale, sales a las dos y media, lo que me da
tiempo a salir del trabajo y venir a buscarte… O también se lo puedo decir a
Laura… No, me da tiempo… Bueno, podríamos turnarnos… En fin, ya lo veremos…
Fue en ese momento cuando Lucía se percató
que estaba a punto de empezar un cole nuevo y comenzó a ponerse nerviosa.
Desgraciadamente, había estado en muchos colegios, pero siempre se asustaba a
la hora empezar en uno. Sin embargo, en esta ocasión, todo el tema del pañal
había hecho que lo del cole nuevo pasase a un segundo plano.
De pronto llegaron a él. Era un colegio con
una fachada marrón y una puerta verde que precedía un patio de piedras. Encima
de la puerta de entrada podía leerse Colegio Público Federico García Lorca.
-¿Quién es Federico García Lorca? –preguntó
Lucía.
-Un poeta que mataron los franquistas
–contestó tía Sara.
-¿Quiénes son los franquistas?
Su tía sonrió, divertida.
-Buff, esa es una historia muy larga. Pregúntaselo
a Laura cuando volvamos a verla, sobre todo si te aburre el tema del que está
hablando. Dices franquistas y se tirará un buen rato despotricando de ellos. Y
con razón –añadió-. Pero hazme un favor, Lucía. No le preguntes a tu profesora
el primer día por los franquitas. Si quieres, hazlo más adelante, pero el
primer día no –sonrió-. Bueno, entremos.
Lucía se fijó en que había muchos niños
esperando también a que sonase el timbre para entrar; su tía, sin embargo, le
dijo que ellas debían entrar antes, que tenían una reunión con el secretario
del colegio. A Lucía, le daba mucha vergüenza que en su primer día la viesen
entrar con un adulto. Tía Sara le debía de estar leyendo el pensamiento porque
le dijo:
-Mira, Lucía, vamos a hacer una cosa. Entra
tú primero y espérame justo al lado de la puerta. Al rato entraré yo y así no
te verán entrar con un adulto, que creerán que soy tu madre.
A Lucía le pareció una idea genial.
Entró, nerviosa, procurando no mirar hacia
atrás, ya que vería a los demás niños mirando que hacía una alumna entrando
antes de que sonase el timbre. ¿Y si pensaban que era una empollona?
Cuando ya estuvo dentro, cerró la puerta
rápidamente tras de sí. Vio un banco y se sentó a esperar a tía Sara, que entró
tras un considerable periodo de tiempo.
-Bueno, vamos –le dijo-. El despacho del
secretario tiene que estar por ahí –y ambas pasaron por un pasillo que empezaba
a mano izquierda.
Tía Sara iba mirando en los carteles de las
puertas que se encontraban, buscando el despacho del secretario.
-Pedro Martínez, secretario. Aquí es –llamó.
-Adelante –dijo una voz grave desde dentro.
Sara pasó y Lucía la siguió.
Al verlas, el secretario se levantó enseguida
de su mesa. Lucía pudo ver que era una persona alta, con el pelo muy corto y
que vestía tejanos y una camisa a cuadros en la que llevaba una chapa en la
solapa. Lucía pudo ver que en ella estaba escrito ‘Más recortes en educación,
menos futuro para la región’.
-Ah, usted debe ser Sara Blanc, la tutora
legal de Lucía Creus. Y su tía, por supuesto –dijo estirando la mano hacia ella.
Tía Sara le devolvió el saludo-. Y aquí tenemos a Lucía –añadió, mirándola con
una sonrisa.
También le extendió la mano. Lucía se la
devolvió, tímida. Era la primera vez que alguien le ofrecía su mano para que la
estrechase.
Pedro Martínez, se apoyó en su mesa y se
metió las manos en los bolsillos. Tenía una postura distendida, relajada, y que
trasmitía seguridad.
-Bueno –dijo mirándolas a las dos a la vez-,
Lucía, tu clase es Sexto A. Tienes hoy a primera hora Lenguaje con la señorita
Isabel, que también te dará Matemáticas, Conocimiento del Medio y Plástica
–cogió un papel del escritorio y se lo dio a Lucía, que vio que era un horario.
Pedro Martínez continuó hablando-. En cuanto a los libros, tus profesores
sabrán mejor que yo cuales son, pero creo recordar que son todos de la
Editorial Santillana menos el de Inglés, que es de Oxford Class, que suena muy
difícil pero luego verás que no es tan complicado –añadió con una sonrisa-. Tu
clase está en la tercera planta, puesto que ya sois los mayores del colegio, en
el segundo pasillo a la izquierda.
Lucía asintió con la cabeza.
-Aquí traigo los papeles para la matrícula
–dijo tía Sara mostrando el montón de folios que había llevado esa mañana
sujetados con la boca.
-Ah, sí –exclamó el secretario-. El libro de
familia y eso, ¿no?
-Ajá –contestó su tía.
-Vale, déjalos por aquí –dijo cogiéndolos y
dejándolos él mismo sobre la mesa-. La directora es la que tiene que firmar la
matrícula, llegará más tarde –hizo una pausa. Las miró y les sonrió-. Pues por
mi parte esto es todo. El timbre está a punto de sonar –añadió mirando
fugazmente su reloj, luego levantó a la cabeza y miró a Lucía-, ¿tienes alguna
pregunta, Lucía?
Lucía dio un respingo.
-No, no… Está todo bien… -dijo con voz
bajita.
El secretario empezó a informarles de las
actividades extraescolares: pintura, fútbol, baile, un taller de escritura… El
último sí le llamó la atención a Lucía
-Es los Martes y Jueves de seis a siete y
media –dijo el secretario-. Lo da un autor que ha publicado varios libros, Javi
Carrasc.
En ese momento sonó el timbre.
-Vale, hora de ir a clase… Y yo de empezar a
trabajar –dijo el secretario.
Tía Sara le dio las gracias por todo y las
dos salieron del despacho. En el hall del colegio, los niños ya habían empezado
a entrar, pero Lucía y su tía no los veían desde ese punto del pasillo.
-Bueno, Lucía –su tía se puso en cuclillas
hasta quedarse a su altura-, sé que no hace falta que te lo diga porque eres
muy lista… Y tampoco estoy segura de qué debo decir… Pero… Pórtate bien… ¿No?
–estaba muy insegura.
Lucía se rió un poco. Era más bien una risa
nerviosa. Ojalá llevase un pañal.
-Sí, tía Sara. Lo sé.
-Claro que lo sabes, eres listísima –se le
empezaron a humedecer los ojos-. Cualquier cosa que necesites, lo que sea… En
secretaría tienen mi número… Pero a lo mejor deberías llamarme tú directamente,
deberías venir con móvil… ¿Es buena idea que vengas con un móvil al colegio…?
Mira, no sé… –la besó en la frente-. Que peinado más chulo te has hecho. Nos
vemos a la salida. A las dos y media estaré aquí para recogerte –volvió a
besarla-. Pásatelo bien. Ahora, sal tú antes que yo –y le guiñó un ojo.
Lucía le dijo que vale y salió del pasillo.
En el hall aún quedaban algunos niños rezagados. Lucía subió por las escaleras,
recordando dónde le había dicho el secretario que estaba su clase.
<<Tercera planta, segundo pasillo a la
izquierda>>
Ya estaba allí. La puerta estaba abierta.
Cogió airé y entró.
Dentro había un gran escándalo porque aún no
había llegado la profesora, pero cuando entró Lucía, fue bajándose el griterío
progresivamente hasta quedar en un murmullo, del que Lucía podía oír cosas como
‘Eh, esa es la nueva’, ‘Es la chica nueva’ o ‘¿Has visto que trenzas?’
Lucía buscó con la mirada a quien había dicho
eso para saber si se trataba de un comentario ofensivo. Enseguida vio que debía
de haberlo dicho la niña rubia con el pelo lacio vestida con un vestido verde
que la miraba de forma despectiva.
<<La popular de la clase, pensó>>
Lucía odiaba a ese tipo de personas.
Lucía buscó con la mirada y encontró un sitio
vacío en la última fila de la clase. Caminó hacia él escuchando aún algunos
comentarios provenientes del murmullo. Dejó la mochila en el suelo, apoyada en
una de las patas del pupitre y se sentó.
En ese momento entró la profesora de
Lenguaje. Era una mujer de mediana edad, con la cabellera marrón y rizada y que
caminaba de una forma muy decidida. Los alumnos en cuanto la vieron entrar,
corrieron a sentarse en sus pupitres. Parecía una profesora que sabía imponer
disciplina. Dejó sus cosas sobre su mesa y miró a la clase.
-Buenos días, chicos –les dijo-. Hoy me ha
dicho el secretario que tenemos una nueva alumna en clase –miró uno de los
papeles que había dejado en la mesa y volvió a levantar la cabeza-. Lucía
Creus… ¿Dónde estás sentada, Lucía? –lucía levantó la mano-. Bien, ¿por qué no
vienes a la pizarra y te presentas? Así sabremos algo más de ti.
Lucía se levantó. Siempre que empezaba en un
cole nuevo le tocaba esa parte, estaba ya acostumbrada y se había aprendido un
párrafo con su presentación completa para soltarla y volver siempre a sentarse
en su sitio lo antes posible; pero conforme iba andando hasta la pizarra se
daba cuenta de que se párrafo ya no le valía.
Ya no vivía en una casa vieja que tendría que
abandonar pronto con una madre que no le hacía caso y con un novio de su madre
que le hacía menos caso aún, en una casa falta de amor y cariño. Ahora vivía
con una persona que realmente la quería y se preocupaba de ella, que le ponía
películas de anime, le daba el biberón y hasta le ponía el pañal con tal
ternura que parecía su propia madre.
Mientras iba pensando esto, ya había llegado
hasta la pizarra. Estaba enfrente de la clase y en blanco. Intentó no parecer
insegura, pero estaba muy nerviosa. Dos docenas de caras la miraban, esperando
unas palabras que tenían que salir de su boca pero que parecían que no
encontraban el camino.
-¿Por qué no empiezas por tu nombre? –le dijo
amablemente la profesora Isabel.
Lucía empezó a hablar, pero su voz salió
temblorosa, como si estuviese hecha de gelatina.
-Me-me llamo Lu-Lucía… y-y soy de Sarrià…
Pero ahora vivo con mi tía aquí al lado.
-¿Por qué vives con tu tía? –preguntó un niño
de la segunda fila.
-Arturo, no he dicho que podáis preguntarle
–le reprendió la profesora Isabel lanzándole una mirada de advertencia. Sigue,
Lucía. ¿Cuáles son tus hobbies?
-Me-me gustan las películas de anime y
Detective Conan.
-¿Qué te gustaría ser de mayor? –le preguntó
la profesora.
-Escritora.
-¿Escritora? –parecía sorprendida-. Vaya, me
alegro mucho de oír eso. ¿Significa que tienes una gran imaginación y que te
gusta leer verdad?
-Sí…
-¿Cuál es tu libro preferido?
-Las Lágrimas de Shiva.
-¿Las Lágrimas de Shiva? Pero es un libro
para niños más mayores...
-Sí, pero … Bueno, me da igual… No se me hace
muy pesado -añadió.
-Vaya, Lucía. Realmente me has dado una grata
sorpresa –la profesora parecía muy satisfecha-. ¿Hay algo más que quieras
contarnos sobre ti?
<<Tomo biberón, duermo con una muñeca y
llevo pañales>>.
Pero no dijo nada de eso.
Se volvió a su pupitre y empezó la clase.
La profesora Isabel era una docente exigente,
pero se notaba que le encantaba su trabajo. No se preocupaba solo de que sus
alumnos aprendieran sobre la materia, sino también sobre la vida, respeto y
valores humanos. Lucía notó eso enseguida. Les hizo leer un poema de un tal
Miguel Hernández que dedicaba a la Libertad. Y les puso una canción después sobre
ese poema. La profesora Isabel le preguntó varias cosas a Lucía sobre la
materia y ella supo respondérselas. Lenguaje era una asignatura que se le daba
bastante bien.
Después tuvieron Conocimiento del Medio, y
eso no se le daba tan bien. La profesora Isabel le hizo una pregunta y Lucía no
supo la respuesta. No volvió a preguntarle en esa clase.
Lucía sabía que lo hacía para ver el nivel
que tenía. Realmente era una buena profesora.
Cuando salieron al patio, cada niño se juntó
con su grupo de amigos, por lo que Lucía se quedó un poco sola.
Bueno, bastante sola.
Sacó el sándwich que le había preparado tía
Sara y fue a comérselo a un banco alejada del bullicio.
Se dio cuenta de lo diferente que estaba
siendo este primer día de colegio. Normalmente, ella estaba feliz cada vez que
empezaba un nuevo cole, pero esta vez era muy distinto.
En las otras ocasiones, Lucía quería ir al
colegio para poder estar lejos de su casa, donde se sentía como una tortuga a
la que solo se preocupaban de darle de comer; su madre no jugaba con ella ni le
ponía películas así que Lucía se dedicaba a ver la tele en la cocina o a jugar
sola con su muñeca.
Sin embargo, esta vez era muy distinto. Con
tía Sara se sentía valorada y querida. Ella jugaba con ella, veían películas
juntas, le daba el bibe y hasta le ponía pañales. Y eso que al principio la
convivencia con su tía había sido horrible, se hacía pipí en la cama y no se
podía dormir. Pero tía Sara le había puesto pañales para evitarl; y aunque en un
principio a Lucía no le gustaba nada el pañal, enseguida se había acostumbrado
a él, y le encantaba que su tía se lo pusiese. Hacía que se sintiera muy
querida; le daba mucho amor sentir como tía Sara le ponía el pañal con tanta
ternura… Cuando aprendió a ponérselo.
Se le escapó una risita, recordando lo torpe
que era su tía al principio poniéndole el pañal. Pero ahora lo hacía muy bien y
Lucía echaba de menos eso en ese momento del día.
Se sorprendió porque solo llevaba dos días
llevando pañal.
Realmente se había acostumbrado muy pronto a
él.
Miro a su alrededor.
Estaba en un patio sin nadie que le hiciese
caso, y quería estas en casa, con su pañal, tomando bibe y viendo películas con
tía Sara.
Se empezó a poner muy triste. Le costaba
comerse el sándwich, no porque estuviese malo sino porque cuando uno está
triste, siempre es más difícil comer, pero su tía se lo había preparado con
mucho amor y no iba a dejarlo a medias. Se lo acabó, y lamentó haberlo hecho,
porque ahora no tenía nada en que ocupar el tiempo. Se quedó ahí sentada, sola,
observando a los demás niños jugar.
Intentó encontrar a los que iban a su clase.
Vio a la niña rubia que se había reído de ella. Estaba con un corro de
admiradoras riéndose de algo. Lucía las observó un rato a ver si la miraban a
ella pero no era así; miraban a los chicos que jugaban al fútbol. La chica
además no era nada guapa; ocultaba sus nada agraciados rasgos faciales con una
gran cantidad de maquillaje, pero esa nariz enorme no había forma de taparla.
Lucía sonrió. Seguro que tenía una
inseguridad con ello. Se lo guardó para sí misma por si alguna vez tenía que
utilizarlo.
Lucía se aburría. Tampoco podía ir a buscar a
Esteban porque estaba en otro patio, y no estaba segura de dónde se encontraba.
Además aún no sabía si a los niños se les permitía ir a patios de otros cursos.
Suspiró. Miró la hora en un reloj que había encima
de una de las porterías de la pista de fútbol. No sabía cuánto duraba el
recreo, pero se le estaba haciendo demasiado largo.
En el trabajo,
Sara no daba una derecha. Estaba muy nerviosa pensando en el primer día de
colegio de Lucía. Se equivocó varias veces al devolver el cambio y se le
cayeron las latas de tomate en conserva cuando las estaba colocando en una
estantería.
-¡Sara, despierta!
–le dijo una de sus compañeras en tono de broma.
Pero lo cierto era
que sí que tenía que espabilarse y concentrarse en el trabajo.
Miraba cada poco
tiempo la hora en su teléfono móvil, esperando que diesen las dos en punto para
salir e ir a recoger a Lucía.
El día se le hizo eterno
pero por fin llegó la hora de salir. Terminó de despachar rápidamente a los dos
últimos clientes, se despidió fugazmente de sus compañeros y salió echando humo
del supermercado.
El colegio no
estaba a más de quince minutos a pie desde el supermercado, pero Sara quería
estar lo antes posible para situarse cerca de la puerta y que su sobrina la
viese enseguida.
Cuando llegó había
ya varios padres esperando para recoger a sus hijos.
Sonó el timbre y
Sara empezó a buscar a Lucía con la mirada. No la vio y se empezó a poner
nerviosa pero al poco su sobrina asomó por una de las puertas.
Levantó la mano y
la llamó.
-¡Lucía! ¡Lucía,
aquí!
Lucía se acercó a
ella. Estaba roja como un tomate.
-Tía Sara, por
favor, que vergüenza –le dijo abriendo mucho los ojos y evitando mirarla.
-¿Qué pasa? –le
preguntó. Y entonces cayó en la cuenta-. Ah, vale. Lo siento.
Sara se puso en el
lugar de Lucía. Todos los demás padres esperaban a sus hijos sin llamarlos,
incluso los que eran más pequeños, y ella se había puesto a llamar a Lucía como
si ésta volviese de misión en Irak.
De camino a casa,
Sara le preguntó por su día.
Lucía le dijo que
había ido bien, pero parecía un poco deprimida.
-¿Has hecho algún
amigo o alguna amiga?
-No…
Sara la notó
bastante deprimida.
-Bueno –le dijo
para animarla-, ¡ya verás cómo mañana sí que conoces a alguien! Al fin y al
cabo, hoy era solo el primer día –le acarició la mejilla-. ¿Has visto a
Esteban?
-No, estamos en
patios separados…
-Yaa… Pero pensaba
que a lo mejor sí que podías haberlo visto entrando a clase o…
-Pues no.
Sara se dio cuenta
de que no tenía ganas de hablar, así que no insistió.
No había sido un
buen día para Lucía así que la dejaría descansar.
Preparó para comer
hamburguesas de pollo. Ella y Lucía comieron en silencio. Sara intentó sacar
algún tema de conversación que no tuviera que ver con el colegio pero Lucía
tampoco parecía muy dispuesta a hablar. Cuando estaban tomando el postre, Lucía
por fin dijo una frase de más de una palabra.
-Tía Sara, ¿puedes
ponerme ahora el pañal, que vaya a dormir la siesta?
-¡Claro, cariño!
–le sonrió y le apretó su manita-. ¿Tienes sueño?
-Un poquito.
-Vale, pues
acábate el flan que te pongo tu pañal y te vas a dormir –le dijo con una
sonrisa.
Lucía también
sonrió un poquito, Sara había aprendido a notar cuando Lucía estaba feliz. Se
acabó el flan rápidamente y juntas se dirigieron a la habitación.
Cuando llegaron,
Lucía se tumbó baca arriba sobre la cama, esperando a que Sara le pusiese el
pañal. Sara notó a que a su sobrina ya no le importaba tanto tener que llevar
puesto un pañal para dormir. Recordó como la primera vez que le puso uno,
estaba muy molesta y no quería llevarlo, pero esta mañana se había mostrado muy
juguetona con ella, y parecía que no le molestaba el pañal.
Y ahora, cuando le
había preguntado si podía ponerle uno y Sara le había contestado que sí, Lucía
parecía más animada.
Sara ya sabía que
Lucía había aceptado que necesitaba llevar pañales para dormir, pero parecía
que el pañal también hacía que se sintiese segura en otros aspectos. Estaba
segura de que su sobrina no había pasado un buen día en el colegio y eso le
preocupaba, pero por otra parte era normal, solo era el primer día. Y el primer
día siempre es duro.
Sin embargo,
parecía que el pañal, no solo había conseguido que Lucía pudiese dormir
cómodamente, sino que también se sintiese feliz.
<<Dormir
bien hace mucho, pensó Sara>>
Sacó un pañal de
la bolsa y se acercó con él a Lucía. Lo dejó a su lado sobre la cama y le bajó
los pantaloncitos.
-¿Qué dibujo lleva
el pañal? –preguntó.
-Es de Esmeralda
–contestó Sara.
Sara le quitó las
braguitas y le levantó las piernas. Abrió el pañal y le pasó la parte de tras a
Lucía por el culete. Le bajó las piernecitas y se lo pasó por delante. Lucía
sonrió, esta vez de abiertamente, con esa sonrisa tan bonita que tenía.
-Es la primera vez
que te veo sonreír desde que has venido del cole –le dijo Sara, sonriendo
también.
-Sí…
-¿Es que te gusta
el pañal? –le preguntó Sara.
-No… -contestó
Lucía flojito, girando la cabeza a un lado para no mirarla.
-A tu tía no la
engañas –le dijo Sara haciéndole cosquillas en la barriga.
Lucía se rió.
-Bueno, me gusta
un poquito –dijo muy flojito y separando un poco el dedo pulgar del índice.
-¡Lo sabía! –Sara
se inclinó y le empezó a hacer cosquillas en su barriguita.
-¡Para, porfi! –le
decía Lucía sin poder contener la risa-. ¡Para, para! Jijijijiji…
Sara se incorporó,
apartándose un mechón de pelo que le caía por la frente, miró a Lucía, que se
reía, y terminó de ponerle el pañal. Se lo ajustó de nuevo, ya que Lucía se
había movido cuando le había empezado a hacer cosquillas, y le abrochó las dos
cintas adhesivas, dejándoselo bien sujeto.
-Ale, ya está
–Lucía se incorporó y Sara la vio allí de pie con su pañal. Estaba muy mona-.
¿Quién me iba a decir a mí que aprendería tan pronto a poner pañales?
-No es tan difícil
–le dijo Lucía riendo y tocándose el pañal por la parte de atrás.
Sara se ofendió en
broma.
-¡Pues la próxima
vez te lo pones tú! –le dijo dándole con el pantalón que le había quitado.
-Nonono –Lucía
corrió a abrazarla-. Perdón, perdón, perdón –le decía mientras apretaba un lado
de su cara a la barriga de Sara.
Sara la cogió en
peso, aguantándola con ambos brazos en el culete, por lo que podía sentir el
tacto del pañal por fuera. Lucía estaba tan mona con él puesto… La llevó hasta
la cama y la dejó con cuidado apoyada sobre la almohada. Le quitó la camiseta y
comenzó a ponerle el pijama. No sabía por qué, pero le salía natural hacer
esto. Preparó a Lucía para dormir y la arropó, para que se sintiese segura
entre sus manitas. Sara se giró y empezó a buscar algo con la mirada.
<<¿Qué
pasa?, pensó Sara>>.
Enseguida cayó en
la cuenta.
¡Peppy!
Buscó a Peppy, y
la encontró sobre la mesa del escritorio, la llevó hasta la cama y se la dio a
Lucía, que la aferró con una de sus manitas, se acomodó de nuevo, haciendo que
el pañal sonase con su movimiento, y se acurrucó.
-Descansa, cielo
–le dijo Sara.
Le dio unos
golpecitos suaves en la parte en la que el pañal abultaba debajo de las
sábanas, apagó la luz y saló de la habitación.
American Horror Story la estaba esperando.
American Horror Story la estaba esperando.
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Tony Prince
9 de abril de 2017
Lucía quiere biberón - Capítulo 6: La Noticia
Este es con diferencia el capítulo más largo de esta historia hasta el momento. Quería hacerlo así para compensaros un poco el tiempo que he tardado en publicarlo. Aprovecho también para decir que Lucía quiere biberón constará de 10 capítulos.
La alarma del móvil sonó estrepitosamente. Sara alargó el brazo desde la cama e intentó apagarla a tientas en la oscuridad. Deslizaba el dedo por la pantalla táctil intentando poner fin al estruendo y la vibración, pero el móvil no estaba por la labor de hacerle caso. Finalmente, le quitó la carcasa exterior y le sacó la batería.
Lucía quiere biberón - Capítulo 6: La Noticia
La alarma del móvil sonó estrepitosamente. Sara alargó el brazo desde la cama e intentó apagarla a tientas en la oscuridad. Deslizaba el dedo por la pantalla táctil intentando poner fin al estruendo y la vibración, pero el móvil no estaba por la labor de hacerle caso. Finalmente, le quitó la carcasa exterior y le sacó la batería.
Se volvió a meter
debajo de las sábanas. Sabía que tenía que salir pronto, pues corría el riesgo
de quedarse dormida de nuevo. Se desperezó y estiró todas sus extremidades y se
destapó. Se incorporó en la cama y volvió a estirarse y crujirse algunas
articulaciones de su cuerpo que habrían escandalizado a cualquier
quiropráctico. Finalmente se levantó.
Hoy se había
puesto la alarma más temprano de lo normal. Quería saber cómo había dormido
Lucía en su primera noche con pañal. Se había propuesto hacerlo todo lo más
cómodo posible para ella, como cuando acababa de mudarse, así que iba a
aparecer en su habitación con su biberón ya hecho.
Dormir con pañal
era otro cambio muy importante para Lucía, no tanto como irse a vivir con una
persona a la que había visto dos veces en su vida pero sí podía llegar a ser
algo traumático, como había leído por Internet.
Se puso la bata y
fue hasta la cocina a prepararle el biberón. Ese día cogió el que tenía el
plástico de la tetina de color rojo. Calentó la leche, luego le echó el
Cola-Cao, lo removió y lo vertió en el biberón.
Camino del cuarto
de Lucía lo fue agitando para que se mezclase todo mejor.
Abrió la puerta de
la habitación y entró sigilosamente. Lucía estaba dormida, por primera vez
desde que vivía con ella. Sara dejó el biberón sobre la mesita de noche y
encendió la luz de la lamparita. Lucía dormía acurrucada, abrazándose a Peppy.
Estaba muy mona. Sara lamentaba despertarla, el corazón le decía Cinco minutitos
más, pero la cabeza le decía Ya es hora de levantarse.
Tocó a su sobrina
suavemente en el hombro y le susurró.
-Lucía… -le
hablaba con voz muy suave-. Ya es hora de levantarse, cielo.
Lucía gimoteó
medio dormida y se acurrucó más. A Sara le pareció muy adorable. Además, eso
indicaba que había dormido profundamente.
-Guisantito –Sara
le acarició la cabeza-, a levantarse, mi amor.
Lucía se desperezó
y estiró lo bracitos. A Sara le recordó a ella misma, y sintió por dentro aún
más amor por su sobrina.
-¿Qué hora es?
–preguntó la niña mientras abría los ojos lentamente.
-La hora de
levantarse –contestó Sara acariciándole la mejilla-. ¿Has dormido bien?
-Sí… -Lucía
parecía sorprendida.
-¿Te ha molestado
el pañal?
-No… -Lucía
parecía más sorprendida por esto.
-¿Te has hecho
pipí? –le preguntó Sara con delicadeza.
-No sé… -Lucía
metió las mano debajo de las sábanas y se palpó la parte delantera del pañal,
como si se acabase de acordar que llevaba puesto uno-. Hoy no me he despertado.
El pañal había
conseguido que Lucía pudiese dormir toda la noche de un tirón. Se hubiese hecho
pipí o no, había sido una buena idea ponérselo.
-Vamos a verlo,
¿vale? –le dijo.
Lucía echó las
sábanas hacia delante y se fue incorporando de la cama. Al destaparse, Sara
pudo ver cómo el pañal le asomaba por encima del pantalón del pijama. Lucía se
puso en la misma posición que había adoptado la noche anterior cuando Sara le
puso el pañal.
Ahora esperaba que
su tía se lo revisase, pero la verdad es que Sara aún era torpe con todo esto
de los pañales.
Le bajó con cuidado
los pantaloncitos del pijama, dejando al descubierto el pañal de las princesas
Disney. Lucía tenía la cabeza ladeada, parecía que no quería ver cómo Sara le
quitaba el pañal. Le desabrochó las dos cintas adhesivas y le separó el pañal
del cuerpecito. Cuando dejó la parte de dentro al descubierto, Sara pudo ver
que estaba de color amarillento, señal de que se había hecho pipí. Le levantó
las piernas a Lucía y le extrajo el pañal completamente. Lo dejó a un lado de
la cama, el contrario al que Lucía tenía la cabeza girada.
A Sara el pañal
mojado abierto sobre la cama le trasmitía algo extraño.
<<No creo
que el pañal se deba dejar así, pensó>>
¡Una
bola! ¡Cuando Laura le cambiaba el pañal a Esteban hacía un bola con él!
Sara
cogió el pañal y lo empezó a aplastar, pero se volvía a abrir.
<<A
Laura se le quedaba hecho una pelota, ¿por qué a mí no?>>
¡Las
cintas! ¡Laura lo dejaba sujeto luego con las cintas!
Volvió
a abrir el pañal, maldiciendo para sí misma y con un poco de asquete y separó
las cintas adhesivas, que se habían quedado pegadas a la parte de dentro. Lo
enrolló, dejando las cintas a los lados y cuando estuvo hecho una bola, lo
sujetó de nuevo con las cintas adhesivas. Al haber pegado y despegado las
cintas varias veces, tanto la noche anterior cuando le puso el pañal como ahora
mismo, éstas habían perdido gran parte de su fijación y amenazaban con
despegarse. Sara tiró el pañal al suelo y fue por fin a limpiar a Lucía.
Su
sobrina había girado la cabeza al otro lado y había visto a Sara peleándose con
el pañal.
-Lo
siento, cielo –se disculpó-. Pero no soy muy buena en esto de cambiar pañales.
Voy a limpiarte.
-Tenía
pipí, ¿no? –le preguntó Lucía.
Sara
no vio motivos para mentirle.
-Sí,
guisantito –dijo-. ¿Pero has visto que con el pañal has podido dormir cómoda
toda la noche?
-Sí…
-contestó Lucía.
Sara
la limpió y le puso las braguitas. Lucía se incorporó y se subió el pantalón
del pijama.
-¿Puedes
darme ya el bibe? –preguntó.
-¡Claro
que sí, cielo!
Lucía
se subió de nuevo a la cama, esperando su biberón. Sara lo cogió y notó que ya
no estaba tan caliente. Había tardado muchísimo en quitarle el pañal a Lucía.
La próxima vez tenía que darse más prisa.
Pero
estaba siendo un poco injusta consigo misma. Al fin y al cabo, era la primera
vez que cambiaba un pañal, poco a poco lo iría haciendo mejor.
Le
puso el biberón a Lucía en la boca, ésta se aferró a la tetina con los labios y
se acurrucó en el regazo de Sara.
-¿Está
caliente, Lucía? –le preguntó-. Puedo meter la leche en el microondas si se ha
quedado frío.
-Está
bien –contestó la niña.
Al
hablar, unas gotitas de leche se le cayeron por la comisura de la boca. Sara se
las limpió con el dedo pulgar y siguió dándole el biberón.
-¿Has
visto que hoy no hemos tenido que ducharte como los otros días, que con el
pañal has dormido sequita?
Su
sobrina asintió con la cabeza mirándola a los ojos sin dejar de tomar biberón.
Sara le sonrió y la apretó junto a ella. Estaba muy satisfecha de que su idea
hubiese resultado y que su Lucía hubiese podido dormir cómodamente una noche
entera.
Terminó
de darle el biberón y de echarle los gases, le dijo que se vistiese, cogió el
pañal mojado del suelo y salió de la habitación. Fue hasta la cocina y lo tiró
en el cubo de basura de debajo del fregadero.
No
tenía ganas de cocinar, de modo que cogió uno de los tuppers que tenía en el
congelador y lo dejó sobre la encimera.
Le
apetecía vaguear. Lucía empezaría el colegio mañana, de modo que hoy era su
último día de ‘’vacaciones’’. Fue hasta el sofá, dispuesta a ponerse al día con
las series que había dejado a medias desde que Lucía se vino a vivir con ella.
Empezó
con American Horror Story. No había
terminado de ver la intro cuando Lucía apareció en el salón.
-¿Qué
estás viendo, Tía Sara? –le dijo.
Sara
pausó el capítulo.
-Una
serie de miedo.
-¿Puedo
verla contigo?
-No,
cielo. Esta es para mayores.
-Jo…
Lucía
se volvió hasta su cuarto. Sara se sintió mal.
-Espera,
Lucía –la llamó.
-¿Qué
pasa? –Lucía volvió a entrar.
-¿Quieres
ver Detective Conan?
-¡Sí!
–contestó.
Sara
suspiró.
-Bien,
ven aquí.
Lucía
corrió hasta el sofá y se acurrucó junto a ella. Sara paró definitivamente American Horror Story y fue hasta la
carpeta de las series de dibujos animados. Buscó el capítulo de Detective Conan en el que se habían
quedado y le dio al play.
Pasaron
la mañana viendo las aventuras de Shinichi Kudo. Lucía estaba encantada, pero
Sara echaba de menos a Evan Peters. Comieron en el salón el tupper congelado, que
resultó ser de macarrones. Dejaron el plato vacío sobre la mesa del salón.
Sara
pensó que en algún momento de su vida tendría que limpiar el salón.
Convenció
a Lucía de ver otra serie por la tarde, pues la voz de Kogoro Mouri le salía ya
por las orejas. Finalmente se pusieron Nicky,
la aprendiz de bruja.
Más
anime. A Sara le gustaba el anime pero es que a Lucía le apasionaba. Sin
embargo, notó que su sobrina estaba dando cabezadas en el sofá.
-¿Tienes
sueño, Lucía? –le preguntó.
-Un
poco –contestó la niña.
-¿Quieres
que te acueste a dormir la siesta? –preguntó Sara pensando en American Horror Story.
-Umm…
Vale.
Sara
paró la película de Miyazaki y se levantó. Sin saber por qué, cogió a Lucía en
brazos y la llevó hasta su cuarto. Al llegar la dejó sobre la cama.
-Voy
a ponerte un pañal, ¿vale, cielo? –le dijo con delicadeza.
-Vale
–contestó Lucía.
-Ponte
tú el pijamita mientras.
Sara
salió de la habitación, fue hasta la suya y volvió con la bolsa de los pañales.
Sacó uno y se acercó con él hasta la cama.
-Túmbate
boca arriba, cariño –le dijo.
Lucía
obedeció. Sara le bajó los pantaloncitos y vio que Lucía llevaba las braguitas
puestas. Todavía no se había acostumbrado a que tenía que llevar un pañal para
dormir. Y era normal, puesto que solo lo había llevado una noche.
Le
quitó las braguitas.
-Uy
–dijo Lucía al darse cuenta de que se las había dejado puestas-. Se me ha
olvidado.
Sara
le sonrió.
-La
costumbre –le contestó sonriendo.
Le
levantó las piernas y le pasó el pañal por el culete. Le pasó la otra parte por
delante y se dio cuenta que de nuevo lo había dejado demasiado alto por detrás.
Le volvió a levantar las piernas y le bajó un poco el pañal. Ahora sí. Le pasó
la parte delantera por las entrepierna y se lo sujetó abrochándole las cintas
fuertemente.
-A
ver, ponte de pie –Lucía se levantó-. ¿Te aprieta?
Lucía
se palpó el pañal por delante y por detrás, mirándoselo por primera vez.
-No,
está bien –contestó la niña.
Sara
se sintió aliviada.
-Menos
mal, voy cogiendo práctica –dijo riendo.
Lucía
seguía mirándose el pañal.
-¿Te
gusta, cielo? –Lucía dejó de mirarse el pañal rápidamente y volvió la cabeza
hacia donde estaba Sara, como si se hubiese percatado de pronto de que estaba
ahí-. El pañal –aclaró Sara-. Si te gusta.
Lucía
se lo volvió a mirar.
-Sí…
-dijo-. Es bonito.
Sara
sonrió.
-¿Te
pones tú el pijama, cariño? –le dijo pensando en Evan Peters.
Estaba
demasiado enganchada a American Horror
Story.
-Vale
–contestó.
-Descansa,
cielo –le dijo Sara.
Y
salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Por
fin. American Horror Story la
esperaba. Se dio cuenta de todo el tiempo que llevaba sin tener un momento para
ella. Probablemente, desde que Lucía llegó a su vida.
Pero
no llevaba ni una semana con ella. Sin embargo, a Sara le parecía mucho más tiempo.
Pensó que hasta incluso podría hacerse un porro. Se había propuesto no volver a
fumar yerba cuando Lucía se vino a vivir con ella, por aquello de dar ejemplo,
pero su sobrina no tendría por qué enterarse.
Además,
Laura también fumaba, no delante de Esteban, pero lo hacía. Y eso no la
convertía en una peor madre.
Aunque
lo que de verdad hacía que Sara se sintiese culpable al fumar mariguana era
todo lo que había pasado su madre por culpa de la adición a las drogas de su
hermana. Aunque Laura solo fumaba yerba, nunca había probado otra cosa ni tenía
intención de hacerlo.
Fue
hasta su habitación y sacó del fondo del último cajón de la cómoda su riñonera.
Dentro llevaba el grinder, la yerba, el papel y todo lo necesario para hacerse
un canuto. Se lo preparó y se sentó en el sofá a disfrutar de American Horror Story. Y de Evan Peters.
Se
lo encendió, le dio al play… Y sonó el timbre.
<<Mierda,
joder, mierda, puta, hostias>>
Pensó
en no abrir, pero si seguían llamando despertarían a Lucía. Apagó el porro en
el cenicero y fue hasta la puerta.
-¿Quién
es? –preguntó antes de abrir.
-Satanás
–le respondió una voz conocida.
Abrió
la puerta y se encontró con Laura.
-Tía,
¿qué haces aquí?
-Tenía
la tarde libre y he pensado en pasarme. Además, tengo que darte una buena
noticia.
-¿Una
buena noticia para mí? –se extrañó Sara.
-No,
egocéntrica. Hablaba de mí.
-Bueno,
pasa –Sara se apartó para que entrase-. Iba a ver un capítulo de American Horror Story pero se ve que el
universo no quiere que lo haga.
Llegaron
hasta el salón. Laura tiró el bolso en la mesa y se dejó caer en el sofá.
-Que
bien huele –dijo mirándola con una sonrisa pícara.
-Estaba
a punto de fumarme uno cuando has tocado mi timbre –le espetó cariñosamente.
Sara
cogió el porro y se lo volvió a encender. Le dio una calada que le supo a
gloria y expulsó el humo lentamente.
-¿Quieres?
–se lo ofreció a Laura.
-Gracias
–Laura lo cogió y también le dio una calada-. Bueno –dijo después de expulsar
el humo-, ¿qué tal Lucía? ¿Ha aceptado dormir con el pañal?
Sara
se levantó a abrir la ventana para que el humo no se quedase condensado en el
salón.
-Pues
la verdad es que muy bien –contestó-. Bueno, al principio se mostró un poco
reticente como es normal, pero luego sí se lo puse.
-¿Y
qué tal?
-Pues
fatal. No he puesto un pañal en mi vida y estaba súper torpe. Tuve que…
-Tú
no –le cortó Laura-. Lucía.
-Ah…
Pues Lucía… –Sara pensó. Estaba a punto de iniciar una perorata sobre lo mala
que era poniendo pañales cuando Laura la había cortado-. Pues me dio la
sensación de que estaba cómoda con él. Esta noche no se ha despertado al
hacerse pipí y eso es lo importante.
-¿Ah,
no? –preguntó Laura mientras le daba otra calada al porro. No lo había soltado
todavía.
-No.
Y estaba tan mona con su pañal puesto abrazando a Peppy...
-¿Quién
es Peppy?
-Su
muñeca.
-Ah,
vale –parecía que Laura se había ido de la conversación un momento-. Pero
recuerda que el pañal es solo algo provisional. Un parche mientras solucionas
el verdadero problema que es que una niña de 10 años siga mojando la cama.
-Ya,
ya lo sé –contestó Sara-. Pero es un buen comienzo.
-Cierto
–Laura le dio otra calada-. ¿Y qué tal tú con el pañal? ¿Te hiciste mucho lío?
-Ni
te lo imaginas –contestó Sara-. Primero le puse el pañal por detrás muy alto,
luego se lo dejé muy suelto… -Laura se reía-. En fin, al final se lo logré
poner. Y esta mañana para quitárselo más de lo mismo. No sabía hacerlo una
bola, un caos –a Laura le había dado un ataque de risa-. Y dame ya el porro,
anda.
Sara
se lo quitó de las manos y le dio una calada. Laura aún tardó en superar el
ataque de risa.
-Perdona,
cariño –le dijo-. No ha sido el porro, es que me he acordado de la primera vez
que le puse el pañal a Esteban. Acaba de nacer y eso hacía que tuviese que ir aún
con más cuidado –hizo una pausa en la que se terminó de serenar-. Al final te conviertes
en una experta cambia-pañales.
-No,
si ahora para echarse la siesta parece que se lo he puesto mejor –Laura la
señaló con dedo asintiendo con la cabeza-. Eso me recuerda… -a Sara le vino de
pronto la promesa que le había hecho a Lucía la noche anterior-. Le prometí a
Lucía que no le diría a nadie que llevaba pañales. Y pienso cumplirla. Tú lo
sabes porque te lo dije antes de que se los pusiese, de modo que estás en una
especie de vacío legal, pero no se lo digas a Esteban.
-Descuida,
lo prometo –Laura levantó la palma de la mano en un gesto que pretendía ser
solemne.
-Gracias
–Sara le sonrió-. Tampoco le digas lo del biberón a nadie. Sospecho que tampoco
le gustaría que Esteban se enterase.
-Ni
te rayes –dijo Laura como finiquitando el tema.
Sara
le dio otra calada y dejó escapar el humo por la nariz. Miró el porro y casi
iba ya por la boquilla
-Tía,
te lo has fumado entero –le reprochó.
-Bueno,
al próximo invito yo –Laura estaba recostada sobre el respaldo del sofá y tenía
los ojos cerrados. De pronto los abrió rápidamente y se activó como un
resorte-. Tía, que se me olvidaba la razón principal por la que he venido.
-¿Qué
pasa? ¡Cuenta!
Laura
se incorporó hacia ella.
-Pues
resulta que me ha llamado un amigo que
trabaja en una agencia de actores y hay una productora estadounidense buscando
por aquí a una actriz para una película ambientada en la época isabelina.
Quieren que tenga acento extranjero –Laura estaba muy emocionada, hablando muy
deprisa. Se le notaba que estaba ansiosa por llegar a la conclusión-. Total,
que me ha pasado los requisitos y las medidas y las cumplo. ¡Voy a hacer un
casting para una productora de Hollywood!
Sara
tardó un rato en asimilar lo que su amiga le acababa de decir. Tras un segundo
de pausa en el que le brotó una sensación de envidia en su interior se lanzó
como loca a abrazarla, pero parecía que la persona que lo hacía no era ella. El
gesto le salió forzado y algo antinatural. Sin embargo, ambas cayeron en el sofá. La felicitó una vez. Dos. Tres.
Volvió a abrazarla. Volvió a felicitarla.
Siempre
con esa voz que no parecía la suya.
-Bueno,
ya vale, ¿no? –dijo Laura, aunque estaba visiblemente emocionada-. Que aún no
me han dado el papel ni nada.
-Pero
tía –le dijo Sara cogiéndola por los hombros y mirándola fijamente a los ojos-,
seguro que lo consigues, ya verás.
Otra
vez esa voz.
-Uh,
ojalá –hizo una pequeña pausa que Sara aprovechó para abrazarla de nuevo-. De
momento, vamos a hacer el casting a ver qué pasa.
-Te
lo van a dar. Ya lo verás.
¿Quería
que se lo dieran? La pregunta le explotó en su mente. Debía alegrarse por su
amiga, pero su reacción había sido demasiado entusiasta, y falsa. Aunque por
suerte, era buena actriz y Laura no lo había notado. ¿Era mejor actriz que
Laura? Ella siempre había pensado que sí, aunque su amiga no lo hacía nada mal.
Pero los requisitos para el papel los tenía Laura, no ella. Así que no le
quedaba otra que alegrarse por su amiga. Ya le llegaría a ella su momento.
¿Le
llegaría? Todos los actores soñaban con que les llegase su momento para
triunfar, y solo les pasaba a unos pocos. A los demás, les tocaba resignarse y
esperar. Y mientras tanto no parar de actuar y de actuar.
Se
quitó esos pensamientos de la cabeza. Ahora tocaba apoyar a Laura. Era como su
hermana. Le parecía un poco arrogante por su parte no alegrarse por ella. Debía
alegrarse, así que no entendía por qué tenía que forzar esa emoción en su
cuerpo y que no fuera algo que le saliese natural.
Se
hicieron otro porro, ergo Laura no la invitó al siguiente, y se pusieron a
hablar de la obra que llevaban en marcha con la compañía de teatro, La Celestina, y de su inminente estreno.
-Yo
creo que aún no estamos para representarla, pero es Alfred quien manda así que…
-decía Laura
-Ya
–asintió Sara-. Estoy de acuerdo pero aquí se trata de lanzarse a la piscina,
sino, no se estrena nunca.
-Sí,
pero si te lanzas a la piscina para pegarte un planchazo prefiero quedarme
tomando el sol en la hamaca…
En
esas estaban cuando Sara oyó la voz de Lucía, que la llamaba desde su
habitación.
-¡Sara!
¡Ya estoy despierta! ¿Puedes venir, porfi?
-¡Voy,
cariño!
Laura
le sonrió.
-A
cambiar el pañal, madraza –le dijo.
-Cállate
–le contestó Sara en voz baja, también sonriendo.
Llegó
hasta la habitación de su sobrina, y al entrar la encontró sentada en la cama.
-¿Me
quitas el pañal, tía Sara?
-Claro,
cielo.
-¿Quién
ha venido? Os estaba oyendo hablar –dijo Lucía mientras se recostaba bocarriba
en la cama.
-Mi
amiga Laura –Sara se acercó a ella y le bajó los pantaloncitos del pijama-.
¿Tienes pipí?
-No
sé –contestó-. Creo que sí.
-Vamos
a verlo –Sara le desabrochó las cintas del pañal-. ¿Has dormido bien con el
pañal, cariño?
-Sí
–contestó Lucía-. Me quedé dormida enseguida.
Laura
sonrió para sus adentros. Verdaderamente había sido una buena idea ponerle
pañales a Lucía.
Al
separarle el pañal de su cuerpecito, vio que efectivamente estaba mojado.
-Sí
te has hecho pipí, cielo –le dijo delicadamente, sin ningún tono de reproche.
-Vaya…
-Lucía parecía un poco triste. A pesar de habérselo dicho con delicadeza, su
sobrina se lo tomó como una pequeña reprimenda. Debía de tener más cuidado en
el futuro-. Lo siento.
-¡Guisantito!
–Sara sonrió, esta vez hacia fuera-. ¡No pasa nada, cariño! ¿Para qué está el
pañal si no?
Lucía
sonrió un poquito. Sara le levantó las piernecitas y extrajo el pañal entero.
Le volvió a bajar las piernas con cuidado y enrolló el pañal, haciendo una bola
con él. Había aprendido de sus errores, de modo que esta vez le salió a la
primera. Limpió a Lucía y le dijo que ya podía vestirse.
-¿Y
mi bibe? –preguntó la niña.
¡Se
le olvidaba el biberón! Entre el pañal de Lucía, la noticia de Laura y el porro
se le había olvidado el biberón de por la tarde de Lucía.
<<Voy
a dejar de fumar, pensó>>
-Voy
a preparártelo –le dijo-. Vístete y te lo traigo.
Fue
hasta la cocina, le preparó el biberón y regresó con él a la habitación de
Lucía. Estaba ya vestida, esperando su bibe sobre la cama. Sara se lo tendió y
Lucía lo cogió enseguida y se lo llevó a la boca.
Chopchopchopchopchopchopchop.
Sara
le sonrió. Le pellizcó cariñosamente el pie y volvió al salón con Laura.
-¿Qué
tal? –le preguntó su amiga.
-Muy
bien. A la primera.
-¿Tenía
pipí?
-¡Shh!
–le dijo Sara-. Que se oye -y añadió muy bajito-. Sí, tenía pipí –se dejó caer
en el sofá-. Perdona que haya tardado tanto, pero he ido a prepararle el
biberón.
-¿Se
lo vas a quitar al final?
-¿El
qué?
-El
biberón
-Acabo
de ponerle pañales para dormir –dijo como si eso respondiese a su pregunta
-¿Y?
–era evidente que lo que había dicho no respondía a la pregunta.
-Y
–enfatizó-, no creo que sea buena idea intentar quitárselo. Y más ahora que va
a empezar un cole nuevo. Por no olvidar que aún acaba de mudarse aquí. Son
muchos cambios y el biberón le ayuda –dijo-. ¿Podemos hablar de otra cosa?
Lucía nos va a oír y se supone que tú no sabes ni que lleva pañales ni que toma
biberón.
Laura
hizo el gesto de cerrarse la boca con una cremallera. Siguieron hablando toda
la tarde sobre teatro, las trabas que tenía el oficio de actor y del grupo de
teatro.
En
un momento dado, Lucía apareció en el salón. Se sentó con ellas en el sofá y la
conversación derivó a películas de anime y a cuando iban a ver a Esteban.
-Otra
tarde que venga, me lo traigo conmigo. Hoy está con su padre –dijo Laura.
Ya
casi era la hora de cenar. Habían pasado toda la tarde hablando. Laura, al
despedirse, le prometió a Lucía volver con Esteban muy pronto. Sara le dio las
gracias por venir y le volvió a desear suerte para el casting.
-¿Por
qué le has dicho Suerte a Laura cuando se ha ido? –le preguntó Lucía mientras
Sara empezaba a preparar la cena.
Sara
suspiró.
-Porque
se va a presentar a una prueba para una película.
-¿Va
a salir en la tele?
-No
lo sé, cielo –la verdad era que no tenía ganas de hablar de Laura.
Terminó
de preparar la cena. Puré de verduras y lomo de cerdo a la plancha. Se sentó
con Lucía a la mesa y ambas cenaron. Reinaba un silencio incómodo. Sara todavía
estaba pensando en la noticia que le había dado Laura. Una parte de su interior
esperaba que no consiguiese el papel. Eso hizo que se sintiese muy cabreada
consigo misma. ¿La convertía eso en una persona arrogante? Tenía que alegrarse
por ella. Era su amiga. Su mejor amiga. Una hermana para ella, aunque no podía
evitar sentirse un poco... Celosa.
Pero
debía apartar esa idea de su cabeza. Primero porque hacía que se sintiese una
mierda de persona; segundo y más importante, porque mañana Lucía empezaba en el
nuevo cole, y eso exigía un montón de cosas por preparar.
-Mañana
te tienes que levantar pronto. Te acuerdas, ¿no?
-¿Por
qué?
-Empiezas
el cole, Lucía –le dijo. Le salió algo molesta. Seguía dándole vueltas a lo de
Laura. Tenía que quitárselo de la cabeza ya-. Te lo dije ayer, ¿no te acuerdas?
-Se
me había olvidado... –su sobrina bajó la cabeza hacia el cuenco de puré.
-Lucía…
Sara
no podía culparla. Se lo había dicho una vez de pasada, y luego había llegado
todo el tema del pañal y eso había absorbido cualquier otro pensamiento que
pudiese tener tanto ella como Sara.
-No
te preocupes, cariño. Es normal –estiró su brazo para cogerle la mano-. Entre
lo del pañal y todo... La verdad es que yo también tengo otras cosas en la
cabeza, perdona –su sobrina no contestó. Sara le apretó la manita y decidió
ponerse optimista-. Bueno, tenemos que prepararte la mochila, cielo. ¿Qué te
parece si después del puré te preparo un batido de fresa y nos ponemos con
ello?
-Como
quieras… -contestó la niña.
Terminaron
de cenar en silencio. Lucía se fue a su habitación. Sara dejó que estuviese un
rato sola. Terminó de fumarse el porro que había dejado a medias por la tarde,
limpió todo el salón y fue hasta el cuarto de Lucía. Llamó antes de entrar.
-¿Se
puede?
-Sí
–contestó su sobrina desde el interior.
Al
entrar, la encontró sentada en la mesa del escritorio.
-¿Qué
haces, cielo?
-Estaba
preparándome las cosas para el cole. He terminado y he hecho un dibujo.
¿Preparándose
las cosas para el cole? Sara de verdad admiraba a esa niña. Era mucho más lista
y espabilada que los demás niños de su edad. Al menos, eso creía Sara. No
conocía a muchos niños de su edad.
Pero
seguro que a ningún se lo ocurría prepararse por sí solo las cosas para empezar
un nuevo colegio.
De
todas formas, debía comprobar si se las había preparado bien. Pero decidió que
lo que mejor le podía venir a su sobrina en ese momento era que se interesase
por el dibujo.
-¿Qué
has dibujado, cariño? –le preguntó mientras se inclinaba para estar a la altura
de Lucía.
La
pequeña le mostró el dibujo. En él se podía ver a una niña y a una mujer
cogidas de la mano rodeadas de lo que parecían ser árboles.
-Somos
yo y tú en el parque –le dijo señalando el folio-. Iba a dibujar también a
Laura y Esteban pero no me cogían.
A
Sara se le revolvió el corazón, decidió que no era momento para corregirle a
Lucía esa expresión errónea y se fijó bien en el dibujo de su sobrina.
Nunca
la habían dibujado. Y no podía soportar que la niña a la que hacía solo un
momento le había hablado mal ahora la estuviese dibujando junto con ella. Unas
lágrimas se le escaparon de los ojos.
-Cariño
–la abrazó muy fuerte-. Es precioso.
-¿Por
qué lloras, tía Sara? –le preguntó Lucía, con la boca taponada a causa de los
brazos de Sara.
-Porque
eres tan bonita, tan buena… -la apretó aún más contra ella y le cayeron más
lágrimas conforme iba a hablando-. Yo te hablo mal y tú haces un dibujo de las
dos…
-No
pasa nada, tía Sara –Sara se separó de ella. Seguía llorando-. Es que entre lo
del… Bueno, lo del pañal… Y eso… Se me había olvidado lo del cole.
-Es
normal, cariño –Sara se limpió las lágrimas con el dorso de la mano-.
¡Guisantito! –y se volvió a abrazar a ella.
Le
dio unos sonoros besos en la mejilla, haciéndole cosquillas a Lucía, que se rió
y también la abrazó.
-Bueno,
vale ya de llorar –dijo Sara para animar el ambiente, aunque la verdad es que
solo estaba llorando ella-. ¿Qué te has llevado para el cole?
Lucía
se levantó y fue hasta la mochila.
-He
cogido solo una libreta. Aún no sé los libros que llevamos ni nada. Iba a meter
el estuche cuando terminase el dibujo.
Esa
niña era increíble. Demasiado madura para su edad.
-Perfecto,
cielo –le dio un beso en la mejilla-. Perdón de nuevo por hablarte mal –le
volvió a besar-. Mañana te preparo el bocadillo, ¿de qué lo quieres? ¿O
prefieres un sándwich?
-Umm
–pensó Lucía-. ¿Tienes Nocilla?
-¿Nocilla?
–no, no tenía Nocilla-. No, guisantito. Pero puedo pedirle a la vecina.
-No…
No hace falta –dijo enseguida Lucía-. Si no tienes Nocilla… Umm… De queso.
Queso
sí tenía. Además ya cortado en lonchas.
-Perfecto.
¡Un bocadillo de queso para la niña más lista del mundo!
-No
soy la más lista del mundo –Lucía se ruborizó.
-De
todas las niñas que conozco de tu edad, sí.
-¿Conoces
a muchas niñas de mi edad? –preguntó Lucía.
-Umm…
Paso palabra –admitió Sara.
Lucía
se rió.
-¿Me
vas a poner el pañal, tía Sara?
A
Sara esa pregunta la pilló un poco de sorpresa. Sí. Tenía que ponérselo. Pero
el tono de Lucía no parecía de desazón, sino más bien expectante.
-Sí,
cielo –le contestó-. Te voy a poner el pañal. Si te levantas seca un día, a la
noche siguiente no te lo pongo, ¿te parece? –la verdad es que era una buena
idea que se le acababa de ocurrir.
-Umm…
Vale.
Sara
le revolvió el pelo.
-Ve
poniéndote el pijama que voy a prepararte el bibe y te pongo el pañal.
-¡Vale!
–dijo Lucía emocionada. Realmente tenía ganas de su biberón, pensó Sara.
Cuando
regresó a la habitación agitando el biberón de leche con Cola-Cao caliente,
Lucía estaba tumbada boca arriba sobre la cama, en la posición de ponerle el
pañal.
Sara
dejó el biberón en el escritorio y sacó un pañal de la bolsa, que estaba dentro
del armario. Lucía la debía de haber guardado allí cuando vino Laura por la
tarde, para que no la viese.
Se
acercó con el pañal hasta su sobrina y lo dejó plegado sobre la cama, al lado
de ella. Le bajó a Lucía el pantaloncito del pijama (ya no llevaba puestas las
braguitas) y abrió el pañal, dejándolo preparado para ponérselo en el culete. A
continuación, le levantó las dos piernecitas y le pasó el pañal por detrás.
Esta vez sí que se lo dejó a la altura correcta. Sonrió a su sobrina, pero ésta
estaba mirando hacia el techo. Parecía que no quería ver cómo le ponían el
pañal. Después, le pasó el pañal por delante, separándole un poquito las
piernecitas. Ahora el pañal sí que se quedaba perfecto para abrochárselo.
Separó una cinta adhesiva y la abrochó sobre la tira de las princesas Disney.
Este pañal tenía a Bella. Luego separó la otra y también la abrochó.
-Ale,
ya está –le dijo.
Se
separó un poco para ver su obra. La verdad es que el pañal le quedaba perfecto
a Lucía. Y además estaba muy mona con él puesto.
Lucía
se levantó de un salto y se subió el pantalón del pijama. Se metió dentro de la
cama y se tapó hasta la cintura con las sábanas.
-¡Bibe!
–pidió con una sonrisa.
Sara
se la devolvió y se acercó con el biberón hasta ella. Se sentó en el borde de
la cama y se dio unos golpecitos en el muslo para que Lucía se acomodase sobre
su regazo. La niña salió de las sábanas gateando y se acurrucó abrazándose a su
cintura. Pidió el biberón haciendo el gesto de chupar con los labios. Sara le
sonrió de nuevo y le acercó el biberón a la boquita. Lucía se aferró a la
tetina y se lo empezó a tomar.
Chopchopchopchopchopchopchop.
La
pequeña se lo tomaba muy rápido. Movía los labios muy deprisa para chupar más
leche.
-Más
despacio, cielo. Nadie te lo va a quitar –Sara se rió.
En
ese momento, viendo a su sobrina tomándose su bibe, siendo evidente lo mucho
que le gustaba. Viéndola abrazada a ella, sintiendo su cariño con su abrazo por
la cintura, decidió que no iba a quitarle el biberón. A Lucía le gustaba; es
más, le encantaba tomárselo. Y no era nada perjudicial para su salud. Por no
hablar del bonito momento que compartían las dos.
Lucía
terminó de tomárselo. Sara la aupó para que echase los gases. Sentía el pañal por
fuera del pijama de su sobrina. Le daba la sensación de que así estaba
protegida. Además, la primera experiencia con el pañal había sido buena; Lucía
había podido dormir cómodamente toda la noche.
Cuando
terminó de eructar, la balanceó un poco sujetándola con un brazo contra su
pecho mientras que con el otro le preparaba las sábanas. Cuando terminó, le
dejó suavemente sobre la cama y la tapó. Le puso a Peppy al lado -recordó que
tenía que coserle un vestido- y le dio un beso suave en la frente.
-Buenas
noches, guisantito. Que duermas bien.
-Buenas
noches, Sara –le contestó acurrucándose junto a la muñeca.
Al
hacerlo, el pañal hizo un poco de ruido. Sara sonrió para sí misma, satisfecha
de que su sobrina llevase un pañal y pudiese dormir bien.
Apagó
la luz de cuarto y salió.
Se
dirigió hasta su habitación. Mañana entraba a trabajar. La baja se le acababa
en el mismo momento en el que Lucía empezase el colegio. Sacó de su armario su
traje de cajera y lo extendió sobre la cama. Estaba algo arrugado, pero valdría.
Además no tenía ni pizca de ganas de ponerse a planchar a esas horas. Lo que
tenía era un sueño que se moría, y mañana le esperaba un día duro. Se puso el
pijama, luego activó un sinfín de alarmas en el móvil para no quedarse dormida
y apagó la luz.
Lucía escuchó la luz de la
habitación de tía Sara apagarse, y esperó un poco para asegurarse de que su tía
estuviese dormida. Cuando calculó que debía de haber pasado tiempo suficiente,
encendió la luz de la lámpara de la mesita y salió de la cama. Quería verse el
pañal tranquilamente.
Se lo palpó por fuera del
pantalón y notó que era muy grueso. Cualquiera que la viese a una distancia
prudencial sabría que lleva puesto un pañal. La parte de arriba asomaba por
encima del pantalón; se lo bajó para verse el pañal entero.
La verdad es que era muy bonito.
Todo en distintos tonos de rosa, con Bella dibujada sobre la cinta de arriba. Se
lo tocó por ambos lados con las manos y el sonido del plástico le gustó. Giró
unas cuentas veces para ver cómo reaccionaba el pañal. Éste ni se movió. Su tía
se lo había sujetado muy fuerte. A Lucía le gustó eso, hacía que se sintiese
segura y protegida. Andó un poquito por la habitación y el pañal siguió sin
despegarse ni un milímetro de su cuerpo.
A Lucía le había sorprendido también
lo cómodo que era, pero sobre todo el hecho de haberse mojado por la noche y no
despertarse gracias al pañal. Había dormido plácidamente sin enterarse de que
se había hecho pipí.
Creía que el pañal le iba a
resultar molesto y que se despertaría en cuanto se mojase, como siempre; pero
tía Sara había acertado: había podido dormir toda la noche aún haciéndose pipí.
Se sentó en la cama y se miró el
pañal. Se sentía muy segura con él. Ya no importaba si se hacía pipí, el pañal
la protegería y la mantendría seca. Por no hablar de que también era muy
bonito. Se levantó y fue hasta el armario a ver de qué princesas eran los otros.
Abrió con cuidado las puertas,
que chirriaban un poco, y espero sin respirar a ver si se oía algún ruido en la
habitación de tía Sara que indicase que se hubiese despertado. No fue así, de
modo que empezó a sacar los pañales de la bolsa.
Había de Esmeralda, La Sirenita,
Pocahontas, Jazmín, Mulán, Cenicienta, otro de Bella… El paquete era veinte
pañales, ahora quedaban diecisiete, y las princesas se repetían. Cogió uno de
cada princesa y regresó con ellos hasta la cama.
El diseño de todos los pañales
era el mismo: distintos tonos de rosa con un dibujo de una princesa Disney en
la parte de arriba. El más bonito era el de Mulán. Mañana le pediría a tía Sara
que le pusiese un pañal de Mulán.
Dejó de nuevo los pañales dentro
de la bolsa, procurando que se quedasen iguales para que tía Sara no sospechase
de su pequeña aventura nocturna, ya que se suponía que se había quedado en la
cama casi dormida. Al final no pudo dejarlos exactamente iguales, pero sí se
preocupó de que el primero que se viese fuera de la misma princesa del que
había cuando tía Sara sacó el pañal de Bella para ponérselo.
Regresó a la cama. Estaba muerta
de sueño y mañana empezaba el colegio nuevo.
Era extraño, en cualquier otra
noche de antes de empezar en un cole nuevo (y había empezado en unos cuantos),
Lucía se ponía muy nerviosa y no conseguía dormir, pero esa noche, y teniendo
en cuenta que el gran cambio era que había empezado a dormir con pañales, el
hecho de empezar un colegio nuevo había pasado a segundo plano. Como le había
dicho a tía Sara, dormir con pañal había apartado de su cabeza cualquier otra
preocupación.
Se tumbó boca arriba, y antes de
taparse le vino un bostezo acompañado de un desperezo. Se recreó en él, le
encantaba desperezarse. Estiró todas sus extremidades, y al levantar las
piernas, le encantó esa postura llevando un pañal. Pataleo suavemente y apretó
los puñitos agitando un poquito los brazos. Se sentía como un bebé de verdad.
Gateó
hasta la almohada y se tapó con las sábanas. El pañal sonaba con cada uno de
sus movimientos, y eso también le gustó. Se acurrucó apretando a Peppy contra
su pecho y cerró los ojos, lista para quedarse dormida.
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