Estoy
en la cama con un pañal puesto jugando a Mario
Kart en la Nintendo DS. He pasado todo el día con un pañal, me he hecho
pipí todas las veces en él, y también caca, y Mami me ha cambiado siempre, con
mucha ternura y mimándome mucho. La verdad es que si exceptuamos la visita de
Joseph, he pasado un día muy, muy de bebé. Bueno, y la visita de Joseph también
podemos contarla, pues no me he comportado como un niño de 12 años propiamente
dicho.
Mami no
se ha enfadado cuando le he contado lo que había pasado con el móvil. Al
contrario. Me ha consolado y ha dejado que terminase mi relato abrazando mi
cabecita contra sus pechos mientras me pasaba una mano por la coronilla en un
gesto protector. Yo he llorado contra su blusa mientras le narraba como había
roto el móvil de avioncitos, el chasquido que ha hecho el palo al romperse y
como han acabado todos los avioncitos, todos los helicópteros y todos los
cohetes estrellados debajo de mi cama, en el que sería el mayor accidente aéreo
de la historia, pero no son aviones de verdad; son de plástico y son para
bebés.
Mami ha
dejado que terminase mi historia sobre el ocultamiento de objetos de bebé y
después me ha mecido en su regazo, diciéndome en voz muy flojita que lo comprendía,
que ella hubiese hecho lo mismo y que ya me compraría otro móvil para la cama,
que en Largue había muchos. Después me ha llevado en brazos hasta el sofá y me
ha preparado un biberón de leche con chocolate, que me ha ayudado bastante a
recomponerme. Luego me ha puesto los dibujos animados en el canal de niños
pequeños y me ha dejado en el sofá toda la tarde, con el chupete puesto y Wile
en mi regazo. La verdad es que he pasado un completo día de bebé, pero mañana tendré
que rendir cuentas ante mis amigos por el llanto infantil que he tenido esta
tarde, pues Joseph ya se lo habrá contado a todos.
Me pongo
un poco nervioso y empiezo a chupar mi chupete más fuerte.
En ese
momento, la puerta de mi habitación se abre y aparece Mami con una enorme
sonrisa en su carita. En una mano lleva mi bibe y en la otra el paquete que ha
traído esta mañana aún dentro de la bolsa.
-¿Cómo
está mi bebé? –me pregunta mientras deja el biberón y la bolsa sobre el escritorio.
-Bien,
Mami –le contesto. Pauso la partida y le enseño las dos pantallas de la
consola-. Voy primero.
Mami se
sienta en la cama y yo gateo con la consola en una mano y me coloco sobre sus rodillas,
reposado en mi pañal.
-¿Me
vas a enseñar a jugar? –me pregunta ella peinándome el pelo con la mano
mientras mira la pantalla distraída.
-¡Claro
que sí! –le contesto muy emocionado y vuelvo a reanudar la partida-. En cuanto
acabe esta carrera.
-Mejor
ya mañana, bebé, u otro día. Después de esta partida, el bibe y a dormir.
Yo no
contesto. Mami tiene razón, así que me vuelvo a concentrar en la consola y en
mi chupete. Mami me mira jugar mientras me da suaves cachetes en el pañal.
-Te he
traído una cosita –me dice flojito al oído, como si hubiera alguien más que
pudiera escucharnos.
-¿Qué
es? –le pregunto con la voz ahogada por el chupete y sin apartar la vista de la
pantalla superior de la consola.
-Aaaah
–Mami adopta un tono misterioso-. Cuando termines la partida lo verás.
Aparto
una fracción de segundo los ojos de la pantalla y miro el paquete que se oculta
dentro de una bolsa que descansa sobre el escritorio, al lado del biberón. Tiene
forma cuadrada y no parece que lleve dentro algo pesado, pues apenas ha hecho
ruido cuando Mami lo ha dejado sobre la mesa.
He
apartado la vista un microsegundo y ya me he caído por un precipicio de la Jungla Dino-Dino. Me han adelantado
todos los demás. Cuando me vuelven a dejar en la carrera, muchos ya han ganado
y no hay manera de hacer ni un solo punto. Bebe Waluigi, el personaje que siempre
elijo por motivos evidentes, se enfurruña molesto encima de su coche-silleta.
Lo
elijo porque es un bebé, porque lleva pañales, y porque me recuerda al Coyote
de los Looney Tunes.
Wile E.
Coyote.
Mi
Wile.
Suelto
un resoplido y apago la consola. Ni siquiera me quedo a la última carrera de la
copa Estrella.
-Ya
está, Mami –digo con mi vocecita de bebé, la única que he usado en todo el
día-. ¿Qué me has comprado?
Mami me
sonríe misteriosamente y me deja suavemente a un lado para incorporarse.
-Túmbate
bocarriba y cierra los ojos.
La
obedezco. Oigo el ruido de Mami abriendo la bolsa y me pongo muy inquieto, pero
de emoción. Muevo el chupete muy rápido.
¿Qué me
habrá traído?
-Ya.
Ábrelos.
Antes
de que Mami terminase la frase ya tenía los ojos abiertos.
Mami
está delante de mí. La veo desde mi posición, la misma que cuando me van a cambiar el pañal. Sostiene en sus brazos un
paquete de pañales. Pero no son los pañales que yo uso. No pone Largue por
ningún sitio y no salen los dibujos de conejitos, ositos y cochecitos.
-¿Son
pañales? –le pregunto.
-Son
pañales de bebé –me aclara sonriendo-. De muy bebé.
De
pronto me da un vuelco el corazón. Las pulsaciones se me aceleran y empiezo a mover
el chupete muy rápido.
-¿Son
pañales para Wile? –pregunto abriendo mucho los ojos a causa de la emoción y notando
como se me escapa un poquito de pipí.
-¡Sí, Robin!
–Mami acerca el paquete de pañales hasta situarlo delante de mis ojos-. Son los
pañales más pequeños que he encontrado, perfectos para Wile.
-¡Wile,
que vas a llevar pañales! –gateo hasta dónde está mi peluche, en una esquina de
la cama mientras me hago ya totalmente pipí encima sin que pueda evitarlo y sin
que me importe, y lo abrazo.
-Wile
solo es un poquito más grande que un bebé reciñen nacido –explica Mami mientras
acaricia a mi peluche-. Pero es un poquitín más delgado y las piernas las tiene
más largas. Estos pañales le sentarán estupendamente.
-Yo me
he hecho pipí, Mami –le digo con una sonrisa pilluela detrás de mi chupete.
Mami
ríe y me revuelve el pelo.
-Qué
mono eres, Robin. ¿Te cambiamos primero el pañal y luego se lo ponemos a Wile?
-¡Sí!
–contesto, muy emocionado, y me coloco en la misma posición que estaba antes,
situando a Wile también bocarriba y a mi lado.
Mami va
hasta el armario y regresa con uno de mis pañales, de cochecitos y mucho más
grande que los de Wile. Deja el pañal entre mi amigo y yo y comienza a desabrocharme
el que llevo puesto. Despega una cinta y luego la otra, dejando al descubierto
los animalitos que hay sobre la franja horizontal de la cintura del pañal. Yo
miro al lado en el que no está Wile. Me están poniendo un pañal al lado de mi
amigo y eso da vergüenza. Aunque a él le vayan a poner después otro, en este momento
el que es un bebé soy yo.
Mami me
levanta las piernas con una mano y extrae con la otra el pañal, luego me limpia
cuidadosamente bajo la atenta mirada de Wile, que no hace ningún ruido, parece
que ni siquiera está ahí. Tras limpiarme, Mami abre el pañal que hay a mi lado
y me levanta de nuevo las piernas para pasármelo por el culete. Yo cambio la
mirada hacia el techo y la sostengo ahí, mirando la lámpara de mi habitación.
Soy un
bebé que lleva pañales.
Mami me
pasa el pañal por la entrepierna y pega la parte de dentro a mi bajo vientre,
luego lo sujeta así con una mano y abrocha la cinta de la izquierda del pañal,
cambia de mano y me sujeta la otra, dejándome el pañal bien sujeto.
Sonrío
detrás de mi chupete. Me encanta llevar pañal.
-Ahora
vamos contigo, Wile –dice Mami.
Me
pongo de lado para mirar. No quiero perderme cómo le ponen el primer pañal a Wile.
Mami
abre la bolsa de pañales y la deja sobre el escritorio. Saca uno de los pañales
y puedo ver que son de nubes y soles, con uno más grande en la zona donde se
sujetan las cintas adhesivas. Me recuerdan a unos pañales que he visto en algún
sitio.
Mami
abre el pañal y lo deja al lado de Wile, que está quieto, dócil, esperando su
pañal sin un atisbo de vergüenza. Mami le levanta las piernecitas a Wile, que
no deben de pesar nada y le pasa el pañal por el culete, luego se las baja y le
pasa el pañal hacia delante. Yo puedo ver como Wile no muda el gesto durante
todo el proceso, que sigue mirando al techo mientras le ponen el pañal. Mami le
cierra el pañal igual que hizo conmigo: abrochando una cinta mientras sujeta el
pañal con una mano y luego haciendo lo mismo con la otra.
Ahora
sí, mi amigo y yo llevamos pañales los dos.
-¡Pero
qué monos que estáis! –exclama Mami mirándonos a los dos tumbados bocarriba
sobre la cama y llevando pañales.
Yo miro
también a Wile. Está muy tierno con su pañal, se parece al de Baby Looney Tunes. No puedo esperar a
estar en la cama con él y estrujarlo mucho contra mi pecho, pero antes tengo
que tomarme mi biberón.
Mami me
lo da como siempre, sentada sobre la cama mientras yo me lo tomo en su regazo,
chupando pausadamente la tetina. La unión que se produce en estos momentos
entre Mami y yo es total. Soy dependiente de ella, un bebé que necesita que lo
alimenten, y Mami lo hace acunándome bajo su pecho y dándome un biberón. A su
bebé. A su bebé que lleva pañales.
-Robin
–me pregunta Mami de repente. Yo abro los ojitos, estaba disfrutando
plácidamente del biberón, de su tetina entre mis labios y de cómo la chupaba
para sacarle la leche-. Tú… El pipí de día lo controlas, ¿verdad? –Mami me mira
con una mirada inquisitiva y preocupada.
Yo paro
de succionar leche.
¿Lo
controlo?
Sí,
¿no?
A ver,
me he hecho pipí unas cuántas veces despierto, hoy todas, pero sí que es verdad
que algunas veces me lo he hecho encima durante del día sin que pueda evitarlo.
En el cine y muchas veces cuando estoy inquieto o nervioso, como hace un
momento, pero yo diría que sí… que lo controlo.
-Sí,
Mami –le respondo, aunque mi voz no suena muy convencida.
-¿El
pipí que te has hecho ahora ha sido queriendo? –me pregunta mirándome a los
ojos mientras sostiene el biberón, que ya no chupo.
-Sí
–miento, y fracasando en mi intento de sonar firme.
-Y
todas las veces que te haces pipí en el pañal también, ¿no? Te haces pipí a
propósito.
-¿Es
que te molesta? –le pregunto tímidamente.
-No,
bebé –Mami me da un beso en la frente-. ¡Claro que no! –me da otro-. Me encanta
cambiarte el pañal y que seas mi bebé, ya lo sabes. Pero mañana vas al cole y últimamente
has estado llevando pañal en casa y haciéndote pipí encima. Solo quiero
asegurarme de que controlas el pipí de día.
-Sí,
Mami. Mo te preocupes. En el cole seré un niño grande –le digo con mi voz infantil,
que disimula mi inseguridad.
-Y en
casa un bebé –dice Mami pegando su naricita a la mía-. Besito de esquimal, bebé
–y hacemos chocar nuestras naricitas.
Mami me
ofrece de nuevo el biberón y yo rodeo la tetona con los labios y continuo
tomándome la leche.
En la
cama, una vez Mami me ha acostado, los mimos a Wile en su primera noche con
pañal pasan a un segundo plano.
¿De
verdad controlo los esfínteres durante el día?
La
inmensa mayor parte del tiempo sí, solo he tenido algún accidente, pero seguro
que se debe a que tenía el esfínter más relajado porque llevaba un pañal. Y en
el cine… En el cine simplemente debería haber ido al baño, y la película era
muy potente.
Aun
así, estoy intranquilo. No me haría ninguna gracia empezar a hacerme pipí
encima también durante el día. No me importaría que me pasase en casa, pero en
el colegio… Si me hiciera pipí en clase, sería algo que me perseguiría toda la
vida. Las burlas serían infinitas y tendría la palabra meón escrita en la
frente para siempre. Son el tipo de cosas que nadie olvida y que pueden a hacer
incluso que te quedes sin amigos.
Pero no
era mi caso. Yo controlo el pipí de día. No necesito pañales de día. No soy un
bebé.
Oh,
dios. No soy un bebé.
Es
cierto.
No soy
un bebé. Los bebés tienen que llevar pañales siempre, pero yo no. Solo los
necesito para dormir. Bueno, y para hacer caca también. Pero no durante el día.
Mi lado
bebé sale de noche, como Batman. Y mi lado normal de día. Ser un bebé es mi
identidad secreta.
Y por
eso no quiero ser un bebé todo el día, si mis amigos me ven con pañales o me
hago pipí en el colegio… se habrá acabado todo. Mi lado de bebé quedará
expuesto y nadie sabe lo que podría pasar después. La vida tal como la conozco
podría extinguirse, desaparecer para siempre. Como si mi yo de bebé fuera la
Tierra y mi vida social un meteorito a punto de estrellarse contra ella. Hace
millones de años, un meteorito acabó con los dinosaurios. Puede que en el 2019,
otro meteorito acabe con la vida social de Robin Starkley.
De momento
y por si acaso, voy a tener más cuidado
con los accidentes diurnos. Creo que controlo el pipí de día, pero no estoy
seguro, he tenido varios accidentes. Así que lo que haré será ir al baño en
cada cambio de clase y al principio y final del recreo para obligarme a hacer
pis y así estar preparado siempre para evitar los accidentes.
Cojo a
Wile y lo atraigo hacia mí. El tacto suave de su pelito tiene ahora también un
plástico que lo interrumpe hacia mitad de su cuerpo: su pañal.
Somos
dos bebés durmiendo con pañal.
Qué
mono que está Wile con pañal.
*****
Me despierto
tras el suave zarandeo de Mami en mi hombreo. Estoy acurrucado en las sábanas, abrazando
a Wile con mi chupete en la boca. Tengo el pañal con pipí, lo noto hinchado
pero yo estoy seco.
-A levantarse,
mi príncipe –Mami me da un suave besito y sube un poco la persiana, dejando que
los primero rayos de sol matutinos iluminen parcialmente mi cuarto.
Mami
sale de la habitación y yo me acurruco aún más debajo de las sábanas, tapándome
completamente. Siento el tacto del pañal de Wile entre mis manos, pues lo tengo
fuertemente agarrado y abro los ojos para ver a mi peluche con su pañal.
A pesar
de la poca luz que entra, puedo ver a Wile con claridad. El pañal le llega un
poquito alto y las cintas están abrochadas muy juntas, casi rozándose, porque
Wile es más delgado que un bebé de verdad. Pero aun así está monísimo.
Es algo
que siempre había querido: que Wile lleve pañales y que Mami nos los cambiase a
los dos. Que Wile fuese mi amigo de pañal, como lo era Charlotte antes de que
desapareciese del mapa. Solo que Wile no es una persona de verdad. Wile es un
peluche, un ser inanimado.
No
estoy loco, ¿vale?
Pero aun
así es mi compañero de cama y ahora también mi compañero de pañales.
-Llevamos
los dos pañales, Wile –le digo aunque es algo evidente-. ¿Tienes pipí? –le
pregunto, e imagino que su respuesta es sí-. Pues no te preocupes que Mami va a
venir enseguida a cambiarnos.
-Mami
ya está aquí para cambiaros –oigo la voz e Mami fuera de las sabanas, entrando
en mi habitación-. Pero bueno, ¿todavía estás así?
Mami me
destapa y la veo con un brazo en jarra y el otro sosteniendo mi biberón y las
mantas. Su bebé la mira desde la cama, con un pañal hinchado por el pipí y que
asoma por encima de su pantalón del pijama. Su bebé de 12 años chupa un chupete
y abraza un peluche que también lleva puesto un pañal.
-Wile
se ha hecho pipí –le digo a Mami sosteniendo mi peluche encima de mi cabeza.
-Bueno,
pues luego cambiamos a Wile. Primero a mi bebé mientras se toma el biberón.
Mami me
da el bibe y yo lo agarro con mis manitas tras dejar a Wile a un lado. Dejo el
chupete sobre su pañal y me llevo el biberón a la boca. Mami mientras tanto
comienza a quitarme el pañal.
No es
momento para mimos. Por la mañana siempre vamos con el tiempo justo y no
podemos detenernos a cambiar un pañal con ternura o a dar el bibe dulcemente.
Ahorramos tiempo si Mami me cambia el pañal rápidamente mientras yo me tomo el
biberón.
Cuando termina
de quitarme el pañal, Mami hace una bola con él y se dirige a la puerta.
-¡Mami!
–la llamo sacándome la tetina de la boca. Mami se gira-. Wile tiene pipí. Hay
que cambiarle el pañal.
Mami
suspira antes de contestar.
-Robin,
tengo mucha prisa. Seguro que Wile puede esperarse a que volvamos para que le
cambiemos el pañal.
-¿Lo
vamos a dejar con pipí todo el día?
Mami
vuelve a suspirar. Deja mi pañal-pelota en el escritorio y se inclina hacia mi
cama. Quita mi chupete de encima del pañal de Wile y lo deja en la mesita de
noche. Coge a Wile de una pierna y lo
coloca verticalmente sobre el borde de la cama.
-Sabía
que esto iba a pasar –masculla para sí misma.
Yo me
pongo de lado para ver cómo le cambian el pañal a Wile mientras me sigo tomando
el biberón. Estoy desnudo de cintura para abajo porque Mami no ha tenido tiempo
de ponerme los calzoncillos.
-¿Es
que le has puesto pañales al peluche? –la cara de Elia asoma por el marco de la
puerta. Va ya vestida para irse y lleva su mochila al hombro y una enorme carpeta
que llena de planos de edificios debajo del brazo.
Mami no
contesta a su pregunta. Le suelta el pañal a Wile, hace como que lo limpia y le
vuelve a poner el mismo pañal.
Me
vale. Estamos jugando a que Wile lleva pañales. Es un ser inanimado, no puede
hacerse pipí encima.
-Al
menos no le voy a poner siempre otro pañal. Cuando las cintas dejen de pegarse
entonces cogeré otro.
-Pues
solo faltaría –le dice mi hermana.
Mami
pasa a su lado y Elia se le queda mirando, luego me mira a mí, que estoy medio
desnudo tumbado sobre la cama tomándome mi biberón. Mi hermana pone los ojos en
blanco, niega con la cabeza y sale tras los pasos de Mami.
-¡Pues
si has sido capaz de ponerle pañales a un peluche seguro que a mí puedes
comprarme una moto!
-¡Ni
moto ni mota! –oigo gritar a Mami desde abajo.
*****
-¿Otra
vez vienes de mear, tío? ¿Cuántas veces van ya?
Estamos
en el recreo, acaba de sonar el timbre y he ido al aseo para seguir con mi plan
de ir al baño siempre que pueda. El que me ha hecho esa pregunta es Ronald.
Estamos todos sentados en las escaleras del patio: Ronald, Joseph, Eddy, Johnny,
César, Miles y Eugene. Yo debo de empezar a buscar una excusa para mis próximas
y continuas desapariciones para plantarme delante de la taza del váter e
intentar hacer pipí. De momento he conseguido orinar un total de cero veces,
aunque no me sorprende. Normalmente hago pipí una vez al día en el colegio, y
casi siempre antes de la última clase.
-Vengo
de ver si están ya los apuntes de Geografía para fotocopiarlos –miento-. Sabes
que esa asignatura se me da como el culo.
Parece
que eso les convence porque siguen hablando de fútbol. Joseph no ha dicho nada
aún de lo que pasó ayer. Se ve que no le dio tanta importancia y que sí cree
que pudo ser un llanto provocado por el dolor.
-Pues
el partido fue un coñazo –bufa Eugene-. Yo estuve a punto de cambiar de canal un
par de veces de canal y todo.
-¿Qué
dices, tío? –Johnny se gira hacia él y le levanta la mano, como si Eugene
acabase de decir una terrible blasfemia-. Todo el rato manejando el cotarro
ahí, en el centro del campo. Pim pam, pim pam –hace como si diese pases con los
pies, levantándolos del escalón.
-Pero
nada de ocasiones –Eugene defiende su postura-. Bueno, sí –rectifica-. Dos ocasiones,
dos goles.
-Fue un
partido igualado –dice Ronald-. Yo no me lo pasé mal. ¿A ti que te pareció,
Eddy?
Eddy
levanta la cabeza. A él no le gusta mucho el futbol. Lo ve casi siempre por
presión social, y no digamos ya cuando le decimos de jugar. Después de mí, es
al que menos le gusta del grupo.
-Yo
estuve jugando al Dioses y Monstruos, que lo tenéis todos abandonado, leñe.
-Buas,
ya salieron los frikis con sus movidas –exclama César tras soltar un resoplido.
-¿Qué
problema tienes tú con los frikis, gilipollas? –le espeta Joseph, que siempre
se altera cuando le llaman friki. Aunque no mucho, porque hace como si se
encarase con César, pero de broma.
-¿A ti
te gustó el partido, Joseph? –le pregunta Eugene, mientras Joseph sigue con la
cabeza de César debajo e su sobaco y le frota el nudillo del dedo índice
fuertemente por la coronilla. Suelta a nuestro amigo antes de contestar.
-No
llegué a verlo entero, tío –contesta mientras Eugene se pone bien la chaqueta
del chándal y le d aun puñetazo en el hombro-. Fui a casa de Starkley a decirle
lo del War of… -se calla de repente al ver la mirada de advertencia de Ronald-.
Lo del War of… Lo de El Guardián
entre el centeno que hay que leerse para la clase de Literatura – corrige
lo que iba a decir, aunque no resulta muy convincente para nadie- ¡Que por cierto! –dice dándose
una palmada en la frente-. No os vais a creer lo que le pasó ayer a este –me
señala con la barbilla y ríe-.
Yo me
empiezo a poner inquieto. Las mejillas se me ruborizan pero intento que no se me
note, fracasando estrepitosamente. Más que Ronald cuando estuvo a punto de irse
de la lengua con lo del War of Empires.
-Míralo,
si se ha puesto rojo el caaaabrón –dice César, y todos ríen y me miran
expectantes, esperando que cuente que es lo que pasó. Todos menos Eddy, que
sigue con la cabeza agachada, pensando en sus cosas y sin participar en la
conversación. No le gusta el futbol ni que se rían de los demás, aunque sea en
plan colegueo, como en este caso.
-¿Qué
te pasó ayer, pequeño Starkley? –me pregunta Eugene riendo.
-Nada,
joder –protesto, intentando restarle importancia al tema. Fracaso de nuevo
esplendorosamente-. Que me dolía la barriga y por eso no vine a clase.
-Pues sí
que te tenía que doler la barriga –Joseph ríe.
-Hombre,
al joven Robin no le gusta perderse el colegio por nada del mundo –Miles me
agita el pelo como si yo fuese un niño pequeño.
-Déjame
en paz –protesto zafándome de su brazo.
-No lo
digo por eso –Joseph se gira hacia su derecha para mirarnos a todos bien, pues
está sentado en un extremo-. Lo digo porque cuando llegué a su casa y entré en
su cuarto…
-Que
esa es otra –protesto, interrumpiéndole, pues cuando Joseph se coló en mi
habitación sí me enfadé mucho-. No puedes entrar en una casa corriendo, sin esperar
a que te inviten a pasar.
-Era un
asunto importante, Starkley. No había tiempo para protocolos.
-Bueno,
al grano –salta Eugene, impaciente-. ¿Qué pasó?
-Bueno,
pues que estoy allí en su cuarto. Él está metido en la cama tapado hasta
arriba…
-Que estaba
enfermo –vuelvo a decir.
-Cállate,
Starkley –Miles me da un empujón-. Sigue, Joseph.
-Bueno,
total, que estoy ahí contándole cosas y de pronto –hace una mini pausa
dramática-. ¡Se pone a llorar!
Todos
menos Eddy ríen. Ronald un poco menos.
-¡¿En serio?!
–exclama uno.
-¡Vaya
un crío! –grita otro.
-Pero
no a llorar en plan Me he caído, me duele pues lloro un poco, no –Joseph sigue
con su plan de humillarme-. Llorar en plan bebé, berrear más bien.
Todos
ríen más fuerte.
-Y
luego entra su madre –bien, Joseph. Muchas gracias-, y se pone a consolarlo ahí
–la carcajada en el grupo es tan fuerte que algunos que pululan por el patio
cerca nuestra se giran para mirar-. Yo creía que iba a ponerle un chupete o
algo –ríe agarrándose el pecho-. ¡Como si fuese un bebé, tíos, en serio!
Yo
tengo ganas de llorar. Los veo ahí, a todos, Ronald incluido, riéndose de mí.
Riéndose despectivamente y con ganas y solo porque lloré como un bebé, sin
saber nada más. Sin saber la verdad. Sin saber cómo soy realmente.
Ni siquiera
yo sé cómo soy realmente.
Suena
el timbre que anuncia el final del recreo. Me levanto rápidamente sin volverme.
Oigo un Eh, no te enfades, que era una broma, pero me da igual. Estoy a punto de
llorar y no quiero hacerlo delante de mis amigos. Las burlas serán más grandes de
lo que podría soportar. Además, es hora de que intente hacer pipí de nuevo.
Llego
al baño de chicos y entro en mi aseo favorito; el último de todos, el que está más
alejado de la puerta. Cierro de un portazo, echo el pestillo torpemente y apoyo
la espalda sobre la puerta llena de pintadas de rotulador y empiezo a llorar.
Intento
no hacer ruido para no atraer a los gamberros, ni a nadie. Estoy en el último
curso del colegio, al fin y al cabo, y si me vieran llorar sería un suicidio social.
Más
todavía.
Necesito
mi chupete. Lo necesito desesperadamente. Estoy muy angustiado y lo necesito
para calmarme. Antes me lo traía al colegio en la mochila, dentro de un estuche
para gafas que me dio Elia, pero una vez se me cayó en clase de Educación
Física y no se abrió de milagro delante de los demás chicos que había en el
vestuario.
Me
vienen las ganas de hacer pis. Me bajo rápidamente los pantalones y me acerco
al váter. Y nada más sacar el pito comienzo a orinar.
Vuelvo
a llorar. Ha faltado poco.
Todavía
resuenan las risas de mis amigos en mi cabeza. La de Ronald es la que más me ha
dolido. Se supone que es mi mejor amigo. Hace no tanto tiempo, 6 años, la mitad
de nuestra vida, me quedé a dormir en casa de Ronald. Era la primera vez que
dormía fuera de casa. Mami estaba muy intranquila porque por aquella época, yo
tenía que llevar pañales durante todo el día porque no controlaba nada el pipí.
Fue a los pocos meses de dejar a mi padre, cuando todavía vivíamos en casa de
tía Gayle. Conocí a Ronald en el parque, antes de que yo estuviese matriculado
en ningún colegio, durante mi época no lectiva. De hecho, vine a este colegio
por Ronald. El caso es que yo era el único niño en el parque que aún llevaba
pañales, y eso que había niños a los que habían traído en silleta, y Ronald fue
el único que quiso jugar conmigo. No le importó que llevase pañales, y al poco
tiempo me enteré por qué. Mami me lo dijo. A ella se lo había dicho la madre de
Ronald, pues se habían hecho muy amigas. Resulta que Ronald llevaba pañales
para dormir. Estaba a punto de dejarlos, pero aún los llevaba porque a veces
tenía accidentes nocturnos. Yo me puse muy contento; tenía un amigo que también
llevaba pañales, aunque fuese solo de día, y por eso accedí a quedarme a dormir
en su casa. Fue su madre la que nos puso el pañal a los dos antes de irnos a la
cama. Lo recuerdo muy bien. Los dos tumbados en la cama de Ronald. Yo con un
pañal que había que cambiarme, y él con unos calzoncillos que en seguida iban a
ser sustituidos por un pañal.
La
madre de Ronald fue hasta mi mochila y cogió con uno de mis pañales, con un
tigre infantil dibujado sobre la franja de la cintura, que era los que usaba en
ese momento. Unos pañales de bebé, más pequeños, aunque no tano, de los que
llevo ahora. Deja el pañal entre mi amigo y yo y comienza a desabrocharme el
que llevo puesto. Despega una cinta y luego la otra, dejando al descubierto el tigre
infantil. Yo miro al lado en el que no está Ronald. Me están poniendo un pañal
al lado de mi amigo y eso da vergüenza. Aunque a él le vayan a poner después
otro, en este momento el que es un bebé soy yo.
La
madre de Ronald me levanta las piernas
con una mano y extrae con la otra el pañal, luego me limpia cuidadosamente bajo
la atenta mirada de Ronald, que no hace ningún ruido, parece que ni siquiera
está ahí. Tras limpiarme, Joseline abre el pañal que hay a mi lado y me levanta
de nuevo las piernas para pasármelo por el culete. Yo cambio la mirada hacia el
techo y la sostengo ahí, mirando la lámpara de la habitación de mi amigo.
Soy un
bebé que lleva pañales.
La
madre de Ronald me pasa el pañal por la entrepierna y pega la parte de dentro a
mi bajo vientre, luego lo sujeta con una mano y abrocha la cinta de la izquierda
del pañal, cambia de mano y me sujeta la otra, dejándome el pañal bien sujeto.
Sonrío,
pero echo en falta el chupete.
-Ahora
vamos contigo, Ronald –dice su madre.
Me
pongo de lado para mirar. No quiero perderme cómo le ponen el primer pañal a Ronald
delante mía.
Su
madre abre una bolsa de pañales sin estrenar y la deja sobre el escritorio.
Saca uno de los pañales y puedo ver que son de nubes y soles, con uno más
grande en la zona donde se sujetan las cintas adhesivas.
Joseline
abre el pañal y lo deja al lado de su hijo, que está quieto, dócil, esperando
su pañal sin un atisbo de vergüenza. Su madre le levanta las piernecitas, que
no deben de pesar nada y le pasa el pañal por el culete, luego se las baja y le
pasa el pañal hacia delante. Yo puedo ver como Ronald no muda el gesto durante
todo el proceso, que sigue mirando al techo mientras le ponen el pañal. Su
madre le cierra el pañal igual que hizo conmigo: abrochando una cinta mientras
sujeta el pañal con una mano y luego haciendo lo mismo con la otra.
Ahora
sí, mi amigo y yo llevamos pañales los dos.
-¡Pero
qué monos que estáis! –exclama la madre de Ronald mirándonos a los dos tumbados
bocarriba sobre la cama y llevando pañales.
Yo miro
también a mi amigo. Los dos llevando pañales.
Eso no
se volvió a repetir.
Ronald
dejó los pañales enseguida y yo durante el día también dejé de usarlos. Y ahora
estamos aquí: 6 años más tarde, y uno aún lleva pañales para dormir y a veces
incluso se hace pipí durante el día.
Vuelvo
a clase antes de que llegue el profesor. Mis amigos están ahí para disculparse
por si me he enfadado. Les digo que no, que son bromas entre colegas, y que son
unos cabrones. Ellos ríen y se van hacia sus asientos, pues el profesor de
Matemáticas ya acaba de entrar por la puerta. Me siento al lado de Ronald. Me
da una palmada en el hombro.
Somos
amigos, lleve yo un pañal o no.