Hola a todas y a todos!
Ya tenéis aquí el último capítulo de Lucía quiere biberón. Me ha costado escribirlo pero ha sido genial hacerlo; espero, como siempre digo, que os lo paséis tan bien leyéndolo como yo escribiéndolo.
Pero aún queda un poquito de Lucía, pues recordad que la historia tiene un epílogo y que será publicado en breve. Ya lo he escrito, así que por mi parte, ya me he despedido de Sara y Lucía de momento, pero a vosotros aún os queda un poquito más!
Muchísimas gracias a todos por acompañarme en esta historia que iba a ser mucho más corta que lo que en realidad ha sido.
Lucía quiere biberón
Capítulo 10: La Conversación
Entraron en casa
de Laura cuando ya rayaba el alba. Se respiraba un silencio y una tranquilidad
que de los que precedían una tormenta. Sara y Laura estaban cansadas y
apestaban a alcohol y tabaco, y en el caso de Sara, también a sudor. Su amiga
debió de notarlo porque nada más entrar le dijo:
-Joder, Sara, cómo
se te nota que has follado esta noche. Hueles a macho.
-Déjame en paz –le
contestó bruscamente.
Sara no estaba
para bromas. Había notado como Xavier terminó dentro de ella. Y estaba tan
excitada en ese momento que no había reparado en que no llevaban el condón.
Se dejó caer en el
sofá de Laura.
-Yo, para la hora
que es, no me voy a acostar. Después de comer me echaré una siesta de siete
horas y ya luego empezaré a prepararme la maleta.
Sara se sentía muy
alejada de Laura y del resto de cosas livianas que la rodeaban. Podía haberse
jodido la vida esa noche.
<<Bueno, si
estoy embarazada, siempre puedo abortar y se acabó>>
Y tenía que
hacerlo pronto.
-Oye, Laura, ¿me
acompañas a la farmacia? –le soltó de repente.
-¿A qué?
-Tengo que
comprarme la pastilla del día después.
Y le relató todo
lo ocurrido.
Minutos después
iban las dos escaleras abajo corriendo camino de una farmacia de guardia.
-¿Tú sabes dónde
hay una? –le preguntó Sara sin parar de correr.
-Creo que en la
calle Cícero pero no me hagas mucho caso.
-¿Es qué estamos
en la Prehistoria? ¡Míralo en el móvil!
-¡Oye, pues míralo
tú que has sido la que se ha follado a un tío a pelo!
Sara se dio cuenta
de que había sonado muy brusca. Paró en un rellano y esperó a Laura, que venía
tras ella.
-Perdona, Lau…
Estoy muy alterada.
-Ay, mi pequeña
–Laura la abrazó-. No pasa nada. No te rayes más. Te tomas ahora la pastilla y
ya está.
-Sí, sí… Es que…
Joder, quedarme embarazada es lo último que querría ahora.
-Te podría dar un
síncope cambiando veintisiete pañales al día… Y los de Lucía.
Laura no perdía
nunca el sentido del humor. Sara no sabía cómo lo hacía, pero no lo perdía
nunca.
Buscaron en Google
Maps y efectivamente vieron que había una farmacia de guardia en la calle
Cícero. Pidieron un taxi en el portal y llegaron allí.
No tuvieron ningún
problema en pedir la pastilla. Sara había oído que existían algunas farmacias
que no la proporcionaban porque consideraban que era asesinato, pero Sara se
alegró de esta farmacia no fuera una de ellas. Había oído también que existían
otras que ni siquiera vendían preservativos por la misma razón. Agradeciendo
que esta farmacia si fuera del siglo XXI y no dirigida por un miembro de la
Santa Inquisición, se subió de nuevo en el taxi con Sara y regresaron a su
apartamento.
Entraron en la
cocina y Sara fue derecha a por un vaso de agua para tomársela cuanto antes.
-¡Espera, espera!
–le dijo Laura.
-¿A qué quieres
que me espere? ¿A que me esté asomando una cabeza por el coño?
-Tenemos que leer
si esto tiene efectos secundarios o si tú eres apta para tomártela.
-Aunque no sea
apta me la pienso tomar igualm…
-No seas estúpida
–le recriminó Laura.
A continuación,
sacó las instrucciones y empezó a leerlas detenidamente.
-¡¿Puedes hacer el
favor de darte un poco de prisa?!
-Baja la voz.
Tienes setenta y dos horas para tomártela. O hasta ciento veinte, pero a partir
de las setenta y dos horas su porcentaje de acierto va bajando.
-Estupendo. Para
cuando termines de leerlo, si no he parido, habré muerto por los nervios.
Su amiga volvió a
dirigir la mirada al folleto. Al cabo de un rato levantó la vista y apartó el
papel a un lado.
-Ya está. A no ser
que estés amamantando puedes tomártela.
-Amamantando voy a
estar como no me la tome ya.
-Pues hazlo.
Sara sacó el
paquete de píldoras rosas. Cogió una, se la metió en la boca y se la tragó con
un vaso de agua.
-Ya está.
-¿Aliviada?
-No lo voy a estar
hasta que no me venga la regla.
Se hicieron unos
cafés y fueron hasta el sofá. Ya era completamente de día.
-Cuando vi la caja
de condones sin abrir, creí que estaba embarazada.
-Siempre te pones
en lo peor.
-¿Qué habrías
creído tú?
-Que a lo mejor
podría estar embarazada.
-Fíjate que ha
sido solo un poco menos de una hora y ya estaba viendo como la vida me
sobrepasaba
-Hombre, la
llegada de un segundo hijo es lo que tiene.
-Basta. Lucía no
es mi hija.
-¿Y eso te
molesta?
-Sí, pero es algo
contra lo que no puedo luchar. Lucía ya tiene una madre.
-Una madre que
nunca se ocupó de ella y que está metida en un centro de desintoxicación.
-Pero sigue siendo
su madre.
-¿Nunca has
escuchado a Mägo de Oz, verdad?
-¿Qué tiene que
ver eso ahora?
-En uno de sus
discos, en el librillo en el que vienen las letras, el batería escribió una
cosa que me llegó más que la propia canción. Decía ‘’La diferencia entre una
casa y un hogar es que la primera está hecha de ladrillos y la segunda de
amor’’ –Laura hizo una pausa-. Eso quiere decir que Lucía siempre ha vivido en
una casa, pero tú has sido la primera persona que le ha dado un hogar. No lo
olvides.
Sara bajó la cara
para que su amiga no le viese las lágrimas.
-De verdad que voy
a echarte mucho de menos, Laura.
Siguieron
bebiéndose el café en silencio. Las dos juntas. Haciéndose compañía la una a la
otra. Eran dos hermanas que se separaban. Y hasta el último momento, no habían
dejado de vivir aventuras.
Cuando ya era una
hora más que decente, fueron a despertar a los niños.
Sara entró en la
habitación de Lucía y la encontró dormida, acurrucada a Peppy.
-Lucía, cielo… -le
tocó suavemente el hombro.
Lucía gimió
molesta y se dio la vuelta.
-Hay que
levantarse, guisantito. ¿Qué tal has dormido?
-Bien –le contestó
frotándose los ojitos, que aún no había abierto.
-¿Seguro? Pareces
muy cansada…
-No, he dormido
bien…
-¿Cómo tienes el
pañal?
-Con pipí.
-Bueno, pues voy a
cambiarte que vayamos a desayunar con Esteban y luego a la casa, que… Que tengo
que darte una noticia.
-¿Qué es lo que
pasa?
-Nada. Es que esta
tarde tenemos que ir a un sitio…
-¿A dónde?
-En casa te lo
digo, ¿vale? Déjame ahora que te cambie el pañal.
Lucía se colocó en
posición de cambio, en silencio. Sara le bajó los pantaloncitos del pijama y
dejó al descubierto de la mañana el pañal de su sobrina. Cuando le desabrochó
las cintas y lo extrajo, Sara notó que pesaba más que de costumbre.
-Sí que te has
hecho pipí esta noche, Lucía…
-Sí…
Pero en seguida
Sara ató los cabos: lo cansada que estaba Lucía, el pañal con tanto pipí…
-¿Cuántas veces
has mojado el pañal esta noche?
Lucía giró la
cabecita, cerró los ojos y no contestó.
-Lucía –le dijo
Sara con tono enfadado.
-No podía dormirme
y me entraron ganas de hacer pipí, así que… Así que me lo tuve que hacer en el
pañal.
Salieron a
desayunar. Sara guardó el pañal sucio en una bolsa de plástico y la metió
dentro de la mochila de Lucía, para tirarlo cuando llegasen a casa.
En la cocina, les
estaban esperando Laura y Esteban. Él estaba sentado a la mesa, comiendo
cereales de su tazón, y Laura hacía tortitas en la sartén.
-¡Buenos días,
Lucía! –saludó su amiga cuando entraron-. ¿Tú que tomas para desayunar?
Sara la miró con
cara de sorpresa, Laura se puso roja y Lucía más aún. Bajó la cabeza para
contestar pero no le salían las palabras.
-Tengo, galletas
de dinosaurios, magdalenas, cereales de Esteban y estoy haciendo tortitas
–Laura intentó arreglar la situación.
-Tortitas –dijo
Lucía muy bajito.
-¿Qué has dicho,
cielo? No te he oído –le preguntó Laura con voz amable.
-Tortitas
–contestó Sara por ella.
Se sentó a la mesa
y Lucía la siguió. Laura sirvió las
tortitas en un plato al centró y se sentó también. Comieron animadamente
mientras hablaban de películas de Estudio Ghibli. Normalmente, ese era un tema
que a Lucía le encantaba, pero hoy se mostraba más circunspecta.
A Sara le
sorprendió la soltura que tenía Lucía para echarse el Cola Cao en el vaso de
leche, removerlo y bebérselo, teniendo en cuenta que siempre había tomado
biberón para desayunar.
Cuando terminaron
se despidieron de ellos y pusieron rumbo a casa. No fue una despedida muy larga,
pues Sara y Laura iban a verse otra vez antes de que esta se fuese.
Llegaron al piso,
Sara tiró el pañal mojado a la basura de la cocina y fue hasta la habitación de
lucía. Había llegado el momento de que hablasen de la llamada.
-Lucía –Sara llamo
antes de entrar-. ¿Podemos hablar un momento?
-Siento haberme
hecho pipí dos veces… -la niña bajo la cabeza.
-Oh –Sara se
sorprendió de lo tierna que podía llegar a ser Lucía. Todavía se seguía
conmoviendo cuando la veía adoptar comportamientos de una niña más pequeña. Y
sabía que siempre le iban a seguir emocionando-. No es eso, guisantito –Sara se
sentó en la cama, cogió a Lucía de la mano y la atrajo hacia ella-. A mí eso no
me molesta para nada –le dio un beso en la mejilla-. No, es otra cosa de la que
quiero hablarte. Algo mucho más importante.
Lucía puso cara de
preocupación y se sentó al lado de Sara. Esta se giró para mirar a Lucía a los
ojos y le contó la llamada.
Cuando terminó, Lucía
se quedó en silencio. A juzgar por la expresión de su cara, Sara sabía que era algo
que no se esperaba para nada.
-Mira, si no
quieres ir, no vayas –dijo Sara rápidamente-. Pero yo creo que, al menos una
vez, deberías hacerlo.
-¿Crees que lo
mejor es que vaya?
-Sinceramente, no
estoy segura cielo. Pero… Pero yo en tu lugar iría. Aunque si no quieres, no
voy a obligarte.
-¿Tú vas a ir?
-Creo que yo
también debería ir, al menos una vez.
-Tú no has pasado
por lo que he pasado yo.
-Lo sé. Y nadie te
culpará si no quieres ir. Pero demostrarías una gran madurez yendo.
-Yo no quiero ir.
-Ni yo.
-¿Entonces por qué
vamos?
-Aún no hemos ido.
-¿Pero vamos a ir?
-Creo que
deberíamos ir.
-¿Es lo correcto?
-No lo sé.
Se quedaron en
silencio.
-¿Aunque yo no
vaya tú irás? –le preguntó Lucía.
-Sí. Por tu
abuela.
-¿La querías
mucho?
-Era mi madre,
Lucía… -y rompió a llorar.
Lloró como nunca
había llorado en su vida. Le caían cascadas de lágrimas de los ojos que
empañaban la vista y mojaban su camiseta. Lágrimas que arrastraban restos de
maquillaje, alcohol y sudor. Lágrimas de dolor, de tristeza y de culpa.
Lucía la abrazó y
lloró también.
-Pase lo que pase,
lo vamos a afrontar juntas –le dijo Lucía.
-¿De verdad?
Sara se sentía en
ese momento como si ella fuese la niña y Lucía la adulta. Comprendió en ese
instante que ninguna estaba por encima de la otra, que se querían y se apoyaban
por igual. Como hacía ella con Laura.
Como hacen las
buenas amigas.
Como hacen las
familias.
-De verdad de la
buena –le contestó Lucía.
-Siento mucho no
haberte dado el biberón hoy, Lucía –Sara empezó a llorar de nuevo-. Ni ayer por
la noche. Ni ayer por la tarde. Perdóname, por favor.
-No pasa nada…
-Sí que pasa. Te
he descuidado y es imperdonable. No volverá a pasar.
-Sara –Lucía le
levantó la cara por la barbilla como había hecho ella la noche anterior y como
Laura hizo con ella también-, te perdono.
-Lucía, te prometo
que nunca, no va a haber ninguna noche, ninguna mañana, ni ninguna vez, que tú
me pidas el biberón y yo no te lo de. Nunca. Te lo prometo.
Se lo había
prometido ya la noche anterior, pero ahora sentía que debía recalcar la
importancia de esa promesa.
Se abrazaron y
lloraron hasta quedarse sin lágrimas.
-Te he puesto
perdida –le dijo Sara al separarse.
-Jijiji. No pasa
nada –contestó Lucía.
Sara fue a
ducharse para quitarse ese maldito olor. Cuando salió, vio a Lucía en el salón
viendo Regreso al futuro III. Sonrió
para sus adentros, feliz de que la niña compartiese sus gustos. Fue hasta el
salón y se sentó con ella a ver la película.
Estuvieron el
resto de la mañana viendo películas. Después de Regreso al Futuro III vieron Ponyo
en el acantilado y después El Recuerdo
de Marnie.
Cuando terminaron
de comer, Sara vio la hora en su móvil y le dijo a Lucía que fuese a vestirse,
que tenían que irse pronto.
Estaba abrochándose
los pantalones cuando Lucía la llamó desde su habitación.
Cuando entró, la
vio llevando solo una camiseta.
-¿Todavía estás
así? Venga, cariño, que vamos a llegar tarde.
-Tía Sara –Lucía
miraba al suelo-. ¿Puedes ponerme un pañal?
Por un momento,
Sara pensó que no había oído bien.
-¿Cómo?
-Que si me puedes
poner un pañal –Lucía lo dijo muy flojito.
-¿Cómo que si te
puedo poner un pañal? ¿Te has hecho pipí? –Sara empezó a mirar por el suelo,
buscando algún charquito.
-No…
-¿Entonces para
qué quieres que te ponga un pañal?
-Estoy inquieta…
Sara empezaba a comprender.
-Oh, cariño –la abrazó,
la cogió en peso y se sentó en la cama, poniendo a Lucía sobre su regazo-. No
va a pasar nada.
-Eso no lo sabes…
Y era verdad. No
lo sabía.
-Te prometo que no
te va a pasar nada –le dijo entonces Sara.
-Eso tampoco lo sabes
–le contestó Lucía.
Sara la miró a los
ojos muy fijamente.
-Sí. Esto sí que
lo sé.
-¿Es una promesa?
–Lucía la miró con un gesto esperanzador en los ojos.
-Sí, es una promesa.
La pequeña guardó
silencio un ratito.
-Aún así, ¿puedes ponerme
un pañal?
Sara pensó que
tendría que llevarse la conversación hacia otro lado.
-¿Pero quieres que
te ponga un pañal para salir de casa?
-Sí…
-Pero te verán con
pañal.
-Podemos hacer que
no se note.
-¿Cómo, Lucía?
-Puedo atarme una
chaqueta a la cintura y…
-¿Y por delante?
¿Te vas a atar otra chaqueta por delante?
-Puedo ponerme una
falda.
-Lucía, no tienes
falda.
-Podemos ir a una
tienda a comprar una.
Aquello se le
estaba yendo de las manos.
-Lucía… -empezó Sara.
-¡Por favor!
–Lucía la abrazó- ¡Por favor, tía Sara! ¡Ponme un pañal! ¡Necesito pañal! ¡Tú
no sabes cómo era antes! ¡Por favor, tía Sara, ponme un pañal!
Sara dejó que
Lucía llorase contra su pecho mientras la consolaba dándole palmaditas en la
espalda. Había creído al principio que Lucía quería un pañal por capricho, pero
parecía que verdaderamente lo necesitaba. ¿Cómo de horrible debió ser su vida
antes de venirse a vivir con ella?
-Está bien, Lucía
–Sara apartó con cuidado su cabecita de su pecho y le limpió las lágrimas con
el pulgar-. Te pondré un pañal.
-¡Gracias, tía
Sara! –y se volvió a abrazar a ella-. Muchas gracias, de verdad. Te prometo que
intentaré hacerme mayor y dejar el pañal.
-Lucía –Sara la
miró fijamente. Quería que lo que iba a decirle le quedase claro-, que a mí no
me importa ponerte pañales ni darte el bibe.
-¿No? –Lucía
parecía extrañada.
-¡Claro que no, mi
amor! –ahora le tocaba a Sara abrazarla-. Estás tan mona con tu bibe y tu
pañal…
Lucía se rió con
su risita mezcla de traviesa y vergüenza.
Sara la cogió en
peso y la dejó boca arriba sobre la cama.
-Ahora vamos a
ponerte tu pañal –le dijo mientras le apretaba su naricita.
Fue hasta el
armario y sacó un pañal de dentro.
-Uno de Esmeralda
–le dijo mientras se lo mostraba-. Que es valiente como mi Lucía.
-¡Siii!
Sara le levantó las
piernecitas y le pasó el pañal por el culete. Se las bajó y le pasó el pañal
por delante. Después se lo ajustó y lo abrochó con las cintas muy fuerte. Quería
que Lucía se sintiese muy protegida con él.
La niña se levantó
de un salto y la volvió a abrazar.
-Gracias –le dijo
con una sonrisa y los ojitos cerrados mientras se apretaba a su cintura.
Sara dejó a Lucía
que se vistiese y ella corrió a su cuarto a terminar de hacerlo también. Antes
de que se fueran, Sara pasó por la habitación de Lucía, que la estaba esperando
en la entrada, y cogió un pañal por si tenía que cambiarla.
Al salir del piso,
Lucía se asomó a la puerta y miró hacia un lado y al otro para comprobar que no
había nadie. Lo mismo al subir al ascensor y lo mismo al salir al portón. De
camino hacía el coche iba andando con las manos tapándose la parte delantera
del pantalón, mientras que en la trasera se había atado una chaqueta.
-¿Quieres
calmarte, Lucía? –le dijo Sara, divertida-. Nadie se va a fijar en si llevas
puesto un pañal pero sí en que andas como un mono disléxico.
Subieron al coche
y fueron hasta una tienda de ropa cercana. Sara le compró a Lucía una falda de
cuadros rojos y negros y ella se la puso en el coche, cayéndose hacia un lado y
al otro mientras Sara conducía.
-¡Ese volantazo lo
has hecho adrede! –le dijo Lucía desde el suelo.
-¿Yo? ¡Dios me
libre! –le contestó irónicamente Sara.
Llegaron al sitio
y Sara se bajó del coche, dio la vuelta por delante y fue a abrirle la puerta a
Lucía, que esperaba sentada en el asiento de atrás. La niña se desabrochó el
cinturón y se bajó de un salto, teniendo cuidado de que no se le viese el pañal
por debajo de la falda.
Estaban en la
Cínica de Desintoxicación Rivera.
Entraron en el
edificio y preguntaron por Claudia Blanc.
-Ustedes deben de
ser su hermana y su hija –les dijo la mujer de recepción-. Les está esperando
en la sala de visitas. En la mesa 4. Tercera puerta a la derecha, al final del
pasillo.
Sara le dio las
gracias y se dirigió al lugar con Lucía. A la niña se le había pasado toda la
diversión que tenía en el coche y ahora se encontraba bastante nerviosa. Miraba
al infinito y guardaba silencio. Su pañal hacia ruido con cada u o de sus pasos
y hacía que Lucía andase con las piernas más abiertas de lo habitual, pero Sara
sabía que eso no le importaba.
Entraron a la sala
de vistas y se detuvieron frente a la puerta.
-Lucía, si no
quieres hacer esto, todavía puedes esperarme en el coche.
-No –a pesar de su
mirada y su miedo, la voz de lucía sonó firme-. Entremos.
-¿Juntas? –le
preguntó Sara.
-Siempre.
Empujaron la
puerta las dos a la vez y entraron en la sala. Era una habitación amplia, de
colaor blanco, con mesas a juego y pequeñas ventanas de cristal en lo alto.
Había varios internos, todos con la bata blanca de la clínica, sentados en
varias mesas, que también recibían una visita.
Sara levantó la
cabeza y buscó a su hermana con la mirada. La vio en una mesa en el centro de
la sala, mirándolas pero sin hacerles ningún gesto. Sara adoptó una actitud
decidida, casi desafiante, al ver a su hermana. Cogió a Lucía de la mano y se
dirigió hacia ella.
Cuando vio que se
acercaba, su hermana giró la cabeza. Sara no sabía si era por vergüenza o
porque no quería que estuviesen allí. En cualquier caso, le daba igual.
-Hola, Claudia –la
saludó al llegar. Fríamente y sin sentarse.
Su hermana giró la
cabeza para mirarlas. Estaba mucho más delegada que de costumbre, que ya era
decir. Tenía unas grandes ojeras y se le notaban mucho los huesos de los
pómulos, que hacían que su rostro tuviese rasgos de una calavera. Tenía además el
pelo raído y sin brillo.
-Hola, Sara –miró
a su hija-. Hola, Lucía.
La niña tenía
también una expresión seria en el rostro.
Sara se fijó en
que Lucía no se parecía mucho a su madre, pero a lo mejor se debía a que el
aspecto de su hermana no es el que tenía normalmente.
-Hola –dijo Lucía.
Claudia volvió a
girar la cabeza.
Sara le hizo un
gesto a Lucía para que se sentase y ella hizo lo mismo.
-Nos dijeron que
ya podías recibir visitas.
-Sí, ya lo sé
–contestó Claudia.
-¿No querías que
viniésemos?
-Mi médico
insistió. Yo no quería que me vieseis así.
-Te he visto mucho
pero otras veces, Claudia.
Su hermana volvió
a apartar la cabeza.
-Aquí está tu hija
–Sara señaló a Lucía con la cabeza-. ¿No vas a decirle nada?
-¿Qué quieres que
le diga?
-¿Me lo preguntas
a mí? –Claudia no contestó-. Podrías empezar con un Lo siento. Eso nunca está
demás.
Claudia bajó la
cabeza. Se comportaba con una niña a la que hubiesen pillado haciendo una
travesura.
Se hizo un
silencio que no parecía que fuera a romper su hermana. Sara miró a lucía. El
gesto de su cara era de dolor. Contenía las lágrimas pero miraba a su madre con
rabia. Sara sintió un impulso de levantarse y abofetear a su hermana. ¿Cómo era
posible que pudiese haber hecho sufrir tanto a Lucía? ¿Cómo era posible que ni teniéndola
delante fuera capaz de pedirle perdón?
-¿Cuánto tiempo
vas a estar aquí dentro? –le preguntó Sara.
-No lo saben.
Hasta que me haya curado del todo.
Sara no sabía por
qué habían venido. Era evidente que Claudia no quería verles. Miró a Lucía y
veía el esfuerzo que hacía la niña por no llorar, conteniendo las lágrimas.
Tenía toda la cara roja pero no dejaba de mirar a su madre. Y ella sin ni
siquiera prestarle atención.
Ahí no tenía nada
que ver la mariguana, ni la cocaína, ni el speed ni cualquier otra droga que consumiese
su hermana. No querer ni mirar a una hija era sinónimo de la clase de persona
que era, con independencia de si era una adicta o no.
Le habían dicho
siempre que las personas adictas tenían una enfermedad, que no era culpa suya y
que no debía enfadarse con ellas. Tenían razón, por supuesto. Pero esto era
distinto.
Aquí teníamos a
una madre totalmente sobria que no quería ni ver a su hija. A una persona que,
colocada o no, nunca le había prestado la menor atención a su hija.
¿Qué haces con una
persona así?
Una persona así no
se merece ni el peor de tus desprecios.
Y si esa persona
es la responsable de que tú no tengas madre, más aún.
Sara miraba a su
hermana, que no daba muestras de querer seguir con la conversación.
Pero iban a
seguir.
Por el coño de
Sara que iban a hablar.
Ya que había ido
hasta allí, no se marcharía sin decirle a Claudia todo lo que había tenido
guardado dentro tantos años.
Pero antes que
nada, era la madre de Lucía.
-Lucía –Sara se dirigió
a ella, sin dejar de mirar a Claudia-. ¿Quieres decirle algo a tu madre?
Claudia levantó la
cabeza. Miró a Sara y después a Lucía.
-No –contestó firmemente.
Sara la miró y
daba la impresión de que la niña no podría soportar eso mucho más.
-Sal y espérame en
el coche, ¿vale? –le dio las llaves-. Yo voy a hablar un momento con tu madre.
Lucía se levantó
lentamente, se dio la vuelta y empezó a andar muy rápido hasta la salida. Sara
sabía que en cuanto cruzarse la puerta se pondría a llorar desconsoladamente.
¿Cómo podía una
persona ver que una niña estaba sufriendo de esa manera y no hacer nada, más aún
cuando es tu propia hija?
-Estarás contenta
–le dijo Sara.
-Yo nunca quise
una hija.
Sara tuvo que
hacer un enorme esfuerzo por no saltar sobre ella y molerla a palos.
-Si no querías una
hija, no haberla tenido. Existen métodos para no tener hijos. Pero irías tan
colocada que un día descubriste que ese mes no te había venido la regla.
-Sara…
-¿Tienes idea de
por lo que ha pasado esa niña? –le preguntó sin disimular su rabia-. ¡¿Cómo
puedes verla sufrir así y no hacer nada?!
Algunos se giraron
para mirlarlas, pues Sara había levantado demasiado el tono de voz.
-Tú no sabes lo
que yo he…
-¿Qué? ¿Qué no sé
lo que has pasado, dices? ¿Eras tú la que te veía llegar todas las mañanas de
vete tú a saber dónde borracha y empastillada o era yo? ¿Eras tú la que tenías que
ir recoger a tu hermana drogada y sin
bragas a la puerta de un hospital o era yo? ¡¡¿Eras tú la que veías como tu
madre se moría delante de tus narices por los disgustos que le dabas o era
yo?!!
-Baja la voz si no
quieres que te…
-¡¡¡ME IMPORTA UNA
MIERDA QUE ME ECHEN!!! –le gritó-. ¡¡CONTESTA!! ¡¡¿Sabes tú a caso por lo que pasamos
mamá y yo por tu culpa?!! ¡Se te decían la cosas una vez, dos, tres, se te
daban segundas, terceras, cuartas oportunidades y tú las desperdiciaste todas!!
Claudia no decía
nada.
-Por tu culpa,
mamá murió –le dijo Sara. Llevaba guardándose eso desde hacía muchos años-. Me
quitaste a mamá de mi vida. Y todavía no te he oído ni pedir perdón. Ni por eso
ni por todo lo demás –hizo una pausa-. Maltrataste a una niña durante 11 años. No
quería ni imaginar todo le hacíais tú y el cabrón hijo de puta que tenías por
novio, pero ahora me lo vas a decir. Vas a contármelo todo o te juro por mi
madre muerta que te sacaré la verdad a hostias.
-Pero…
-¡Empieza!
-¡Tomás le pegaba!
–le gritó su hermana-. Oh, Dios… -rompió a llorar-. Le pegaba mucho, Dios…
Sara no tenía
sentimientos que pudiesen hacerla llorar en ese momento. Solo el sentimiento de
la rabia.
-Sigue.
-No puedo, joder…
-¡SIGUE!
-Le pegaba, la
abofeteaba. Si Lucía entraba en el salón y estábamos los dos, se levantaba y le
daba un guantazo para que se largase.
Sara respiraba
rápidamente. Tenía que controlarse si no quería buscarse un lío gordo. La mierda
que tenía delante y que los demás llamaban persona no iba a hacer que se
metiese en problemas.
-Te llamaría hija
de puta, pero me parece que ese es el único insulto que no te mereces.
-Sara…
-Casi consigues
que me dé igual lo que nos hiciste a mí y a mamá. Pero lo que le hiciste a
Lucía, lo que dejaste que le hicieran… No te importaba lo más mínimo.
-Sara…
-¡¡11 años!! ¡¡11
años de malos tratos!! ¡¡Cuando estabas con novio y cuando no!! ¡¡¡¿Cuando
tenías un novio la única diferencia es que las hostias a Lucía eran más gordas,
no?!!!
Su hermana rompió
a llorar.
-Yo no quería una
hija…
-¡Pues haber
abortado! ¡¡Antes que criar a una hija en un ambiente de mierda, el que te ha
rodeado toda tu puta vida, haber abortado, joder!!
-No sabía que
estaba…
-¡No sabías que
estabas embarazada! ¡Has sido una irresponsable toda tu vida que nunca has dedicado
ni un segundo para pensar en los demás! ¡Por tu culpa hay una niña que se
siente una desgraciada! –Sara hizo una pausa para intentar serenarse-. ¿Contigo
mojaba la cama?
Era una pregunta
que tenía en mente mucho tiempo.
-Solo… Solo cuando
Tomás le pegaba.
-Eres una cabrona.
Una capulla indecente y una mierda de persona y de madre. No te mereces otra
cosa que el más profundo de mis desprecios.
Se quedaron en
silencio un rato. A Sara le sirvió para tranquilizarse. Había montado un pollo
bueno en la sala.
Cuando se notó más
relajada, le hizo la otra pregunta que le reconcomía el cerebro desde el primer
día que tuvo a Lucía con ella.
-Lo que no
entiendo es como una persona como tú, que nunca se ha preocupado por lo que
sentía Lucía o lo que le gustaba, ha podido darle el biberón hasta los 11 años.
Su hermana levantó
la cabeza.
-¿Qué? Yo no le
daba el biberón a Lucía.
¿Qué quieres
decir? –esa contestación había pillado a Sara en fuera de juego.
-Lo que oyes. ¿De
dónde has sacado que yo le daba el biberón a Lucía?
-De... De ningún
sitio. Creía que le dabas biberón para no tener que hacerle más comidas
-improvisó.
-Pues no.
-A juzgar por tu
historial de madre, podría ser una suposición bastante lógica.
-Sé que no he sido
una buena madre.
-Has sido una
mierda de madre. No te mereces ni llamarte madre.
-Cuando Lucía
llegó, no te imaginas lo que supuso eso para mí. Mi vida se puso patas arriba.
Intenté centrarme y durante un tiempo lo conseguí. Pero una niña que lloraba
todas las noches, que no me dejaba en paz ni un segundo…
-¡Si te hubieras molestado
en conocer a tu hija, te habrías dado cuenta de que es una persona muy
especial! –le contestó-. Lista, dulce, cariñosa y no hablo solo de inteligencia
mental, sino también emocional. Es una niña fantástica, y creo que habiéndote
perdido eso, tienes castigo suficiente.
Echó la silla
hacia atrás y se levantó.
-¿Sabes, Claudia?
Hoy creía que iba a ser madre –le dijo mientras se colgaba el bolso-. Sí,
precisamente hoy. Pero la responsabilidad para con nuestros hijos viene incluso
antes de que los tengamos. Si sabes que no vas a poder ocuparte de un hijo, no
lo tengas. Es así de sencillo. Ahora, una última
pregunta antes de largarme para siempre: ¿querías a Lucía?
-Sara…
-Querías. A. Lucía
–le preguntó sin separar los dientes.
-No… No lo sé…
-Adiós, Claudia.
Si Lucía quiere venir a verte yo no se lo voy a impedir, pero sinceramente creo
que eso nunca va a pasar. Por mi parte, tú eres la persona que mató a mi madre
y maltrató a la persona que más quiero, y que luego no ha sido capaz ni de
pedir perdón. Así que adiós. Ojalá te recuperes, salgas y rehagas tu vida, pero
yo no quiero saber nada más de ti.
Abandonó la sala
con la cabeza alta, sintiendo rabia pero a la misma vez satisfacción. Se había
quitado una espina que llevaba encima muchos años.
-Su sobrina ha
salido corriendo y llorando, no he podido detenerla –le dijo la recepcionista
cuando pasó por delante.
-Lo sé –le
respondió Sara.
Salió al
aparcamiento y fue hasta su coche. Se asomó a la ventana del asiento de atrás y
vio a Lucía boca abajo, llorando. Tocó el cristal y la niña se levantó sobresaltada.
Sara la saludó con lágrimas en los ojos. Lucía abrió la puerta y ambas se
fundieron en un abrazo infinito.
-Has sido muy
valiente, Lucía –le dijo Sara.
-Me hecho pipí –contestó
la niña.
A Sara le entró
una risa. Una risa nerviosa, liberadora. Una risa incontrolable. Se la contagió
a Lucía y ambas estuvieron riendo durante un buen rato. Luego le cambió el
pañal allí mismo y pusieron rumbo a casa.
Esa tarde, Sara y
Lucía la dedicaron a ver películas, jugar al encesta-pañal, correr una detrás
de la otra por la casa, comer pizzas en el sofá y a darle Lucía, según ella, el mejor biberón de su
vida.
Llegó la hora de
irse a la cama. Lucía había pasado toda la tarde con un pañal, así que Sara la
estaba cambiando para irse a dormir. El biberón con leche calentita esperaba
sobre la mesita de noche.
Le desabrochó las
cintas del pañal mojado, le levantó las piernas y se lo extrajo. La limpió y le
volvió a bajar las piernas. Luego abrió el pañal que iba a ponerle, le levantó
de nuevo las piernas y se lo pasó por debajo del culito, le bajó las piernas y
se lo pasó por delante. Lucía sonreía, contenta de que le estuviesen cambiando
el pañal. Sara le sonrió también y le abrochó las cintas muy fuerte, dejándole
el pañal bien sujeto.
Lucía se incorporó
y abrazó a Sara.
-Ahora, el biberón
y a la cama –le dijo.
Sara se sentó en
la cama y puso a Lucía sobre su regazo. Cogió el biberón de la mesita.
-Pero antes
–continuó-, ¿por qué me dijiste que tu madre te daba el biberón si no era así?
Lucía la miró
sorprendida. Se puso muy, muy roja.
Cuando empezó a
hablar, le temblaba la voz.
-Porque… Porque…
Sara sonrió y la
calmó.
Tenía una idea de
por qué se lo había dicho, pero era evidente que el biberón con el que había
llegado Lucía no era nuevo, sino que estaba muy usado.
-Tranquila,
cariño. No estoy enfada, mi amor –le acarició el bracito-. Pero quiero saber por
qué tenías un biberón tan usado si no te lo daban.
-Porque… Porque el
biberón sí lo usaba yo… -Lucía bajó la cabecita.
-O sea, que tú sí tomabas biberón.
-Sí, pero en
secreto… Mi madre me quería tirar el biberón cuando dejó de dármelo pero yo lo
cogí de la basura. Lo limpié y lo escondí en mi cuarto.
-¿Y por qué
hiciste eso?
-Porque cuando mi
madre me daba el biberón no era la persona que me pegaba y me maltrataba. Era
mi madre. Me ponía encima suya y me lo daba. Quería sentirme querida, así que
guardé el biberón e imaginaba cuando lo tomaba que era mi madre quien me lo
daba.
Sara no pudo hacer
otra cosa que abrazar a Lucía con todas sus fuerzas.
-Así que cuando viniste
aquí me dijiste que te lo diera porque…
-Porque quería
sentirme querida por alguien… Perdón por mentirte, Sara…
Lucía empezó a
sollozar contra su pecho. A Sara también se le escapaban algunas lágrimas.
-Bueno –le dijo
mientras la separaba-, entonces, vamos a mimarte un poco ¿no? –le dijo en un
tono muy animado. Cogió el biberón de la mesita. Lucía se acomodó en su
regazo-. Abre la boquita –Lucía la abrió y Sara le llevó el biberón hasta sus
labios
Lucía los cerró en
torno a la tetina y empezó a tomarse su bibe.
Acurrucada sobre
Sara, Lucía se tomaba su biberón llevando un pañal.
Sara le daba el
biberón con una mano y con el otro brazo la sujetaba mientras le daba suaves
golpecitos en su abultado pañal.
Lucía sonreía de
una manera muy risueña y se le resbalaron gotitas de leche por la comisura de los
labios. Sara le sonrío y se las limpió.
Lucía siguió
disfrutando de su bibe. Cerró los ojitos y se concentró en él. Se cambió de
postura para poder abrazarse a la cintura de Sara. Parecía que estuviese
tomando teta. Lucía movía los labios al compás de su respiración y chupaba la
tetina.
¿Cómo podía ser
una persona tan linda?
Siguieron un
ratito en esa postura. Lucía disfrutando del biberón y Sara disfrutando
dándoselo. La pequeña se había encogido ahora encima de su regazo y seguía
chupando la tetina del bibe echa un ovillo.
Cuando se acabó el
biberón, Sara se lo apartó muy delicadamente. Se acomodó a Lucía en sus brazos
y la aupó. Le echó los gasecitos y la acunó un poco con mientras le iba
preparando la cama. Lucía estaba todo el rato con los ojitos cerrados, y
parecía que ya se estaba quedando dormidita.
Estaba tan dócil,
parecía vulnerable…
Sara la contempló
un ratito mientras la tenía en brazos y la dejó con mucha delicadeza sobre la
cama. Le puso a Peppy al lado y arropó con suavidad. Le dio un beso en la
frente y fue a salir de la habitación cuando Lucía la llamó.
-Tía Sara… ¿Soy tu
bebé?
Sara tardó un
poquito en responder. La primera vez que le había llamado bebé, Lucía se había
enfadado mucho, pero habían pasado muchas cosas desde entonces. Además, Sara
tenía la intuición de cuál era la respuesta.
-Sí, guisantito.
Eres mi bebé.
Lucía sonrió y se
acomodó entre las sábanas. El pañal hizo ruido cuando se cambió de postura.
-Entonces, si yo
soy tu bebé, tú eres mi mami –se acurrucó junto a Peppy-. Buenas noches, mami.
Esa noche, Sara lloró de felicidad hasta quedarse dormida.
Wuaoooo!!! Tío tremenda historia me encanto demasiado hasta me hizo llorar, sigue así espero que sigas escribiendo historias tan buenas como estas!!! La leeré otra vez completa porque esta muy buena y bueno esperando el epilogo
ResponderEliminarHola!!
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras, me has emocionado con ellas, de verdad:)
Es un gusto escribir para lectores así^^
me gusto tu historia espero q sigas publicando mas historias
ResponderEliminarMuchas gracias!! Claro que seguiré publicando!
Eliminar:)
Encantada de terminar otra historia tuya, me ha echo llorar este ultimo capítulo y otros antes, eres muy buen escritor como ya te lo habia dicho y creo que igual soy muy buena adentrandome en las historias, pero es gracias a tu muy buen contenido, estoy satisfecha y feliz. Gracias por esta historia sigue asi.
ResponderEliminarToda creación (historia, película, cómic, disco) consta de dos partes: la que hace el autor y la otra la que hace el público, o en este caso, los lectores. Adentrándote en las historias de esa manera en la que lo haces, demuestras que tu parte la haces estupendamente. Así que gracias a ti y sigue así!
EliminarGracias a ti Tony!! Mucha buena suerte para la siguiente historia.
EliminarOjala algún dia pueda llegar a ser tan buena como tu en mi historia.
ResponderEliminarY yo un lector como tú :)
EliminarHola, hace mucho tiempo que no comento (desde La vida Cris) y debo decir que mejoraste mucho como escritor.
ResponderEliminarTu lenguaje es más fluido, sin recurrir a redundancias, además, tus personajes se sienten más vivos, con una gran cantidad de emociones e ideas.
Esta ha sido tu "mágnum opus" hasta el momento y espero que sigas superandote.
Hola :)
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras. Siempre intento contar una historia diferente y eso creo que se nota en la manera de escribir. Vida de Chris era mi primera historia y estaba como un pulpo en un garaje hahaha Pero le tengo un cariño especial a Vida de Chris^^
Muchas gracias por haberme leído desde el principio, y espero que sigamos leyéndonos mucho tiempo más :)
Un saludo!