-Bueno,
¿entonces todo está claro?
-¡Shh!
Ronald,
Joseph, Eddy y yo estamos en la biblioteca del colegio. Nos hemos venido aquí
en el recreo para ultimar todos los detalles de la Noche D. Enseguida tendré
que ir al aseo a intentar hacer pis porque el recreo está a punto de terminar.
Mis amigos están muy emocionados con la noche tan flipante que para ellos que
se avecina, pero yo estoy nervioso. Muy, muy intranquilo.
Ayer
por la tarde mojé el pañal sin darme cuenta. Estaba viendo la televisión
despreocupadamente en el sofá y de pronto sentí un líquido caliente llenándome
el pañal. Evidentemente era pipi. Inmediatamente, me puse a llorar desconsoladamente,
sacudiendo piernas y bracitos mientras el pipí seguía saliendo incontroladamente.
Mami apareció enseguida en el salón a comprobar a qué se debía mi llanto, pero
fui incapaz de decírselo. Por vergüenza y por miedo de que me obligase a ir
todo el día con un pañal, pues de momento solo me lo ponía porque yo se lo
pedía. Al no poder articular palabra mientras me agitaba sobre el sofá, Mami
pensó que se trataba de uno de los berrinches que me dan ocasionalmente y se
limitó a intentar tranquilizarme moviendo a Wile delante de mí y pegándome a su
pecho. Cuando por fin estuve calmado, pudo palparme el pañal y darse cuenta que
estaba mojado. Me cambió y lo dejó estar; pero estuvo muy pendiente de mí toda
la tarde, asegurándose de que tuviese mi chupete a mano en todo momento y de
que mi pañal estuviese seco sin ni siquiera preguntarme. Únicamente se acercaba
a donde yo estaba y me palpaba el pañal o me olía el culete, como si yo no
supiese hablar.
Como si
fuese un bebé de verdad.
Así que
no sé qué estoy haciendo aquí, en una biblioteca rodeado de niños de 12 años,
si soy un bebé. Cada vez me siento más extraño en el colegio, como si entre mis
amigos y yo se estuviese levantando un cada vez más alto muro invisible que
separa dos mundos.
¿Realmente
soy como ellos?
-A lo
que iba –continua Ronald bajando la voz. Está sentado junto a Joseph enfrente mía
y de Eddy. Se inclina un poco hacia delante, como si me fuese a explicar algo referente
a lo que hay escrito en mi cuaderno-, para ir concretando: en mi casa el sábado
a las siete. Joseph, tú traes las bebidas; Eddy, patatas fritas, ganchitos,
todas esas cosas, ya sabes; y tú, Robin, una pizza –nos mira a los tres-. ¿De
acuerdo? –nosotros asentimos-. Yo no traigo nada porque ya pongo la casa y el
juego, pero mi madre, si no está muy ocupada con mi hermano, seguro que nos
baja un pastel o algo, ya sabéis cómo es.
Yo no
puedo evitar sonrojarme, pero finjo que estoy muy interesado en el pico de la
mesa para que no se me note. La madre de Ronald tiene un hijo que nació el año
pasado, y además sabe que yo llevo pañales porque Mami no tuvo más remedio que
decírselo como parte del plan que trazó para que mis amigos no descubriesen que
aún llevo pañal. Era un mal menor para evitar una catástrofe catastrófica. El
sábado vamos a ser dos personas con pañales en casa de Ronald.
Dos
bebés. Solo que uno le saca 11 años al otro.
-¡Va
ser genial! –exclama Joseph.
-Baja
la voz –le azuza Ronald mirando a la Sra.Engleton, la bibliotecaria del colegio.
-Va a
ser genial –repite Joseph inclinándose más sobre mi cuaderno-. Si nos hacemos medianamente
buenos en el War of Empires podremos competir en torneos oficiales. Quizá hasta
en la lan party del año que viene.
-Para
eso todavía tenemos que mejorar bastante –dice Eddy-. De aquí soy el único que
está en nivel leyenda en el Gods and Monsters, y aún me falta muchísimo para
llegar al que exigen en la lan party.
-No nos
subestimes, gordito –le dice Joseph moviendo el dedo delante de su cara-. El
War of Empires es diferente, aquí no vale el nivel que tengas en el Gods.
Cuando el sábado te dé una paliza, lo comprobarás.
-Está
bien –concede Eddy, sarcástico-. Si me ganas el sábado nos apuntaremos a la lan
party.
-¡A
ver, los de la mesa del fondo! –nos grita la Sra.Engleton-. ¡A la próxima os
echo!
-Te he
dicho que bajes la voz, capullo –le dice Ronald a Joseph dándole un codazo.
-Da igual,
ya casi se ha acabado el recreo –Joseph mira su móvil.
Ostras.
-Bueno,
yo me voy –digo mientras cierro el cuaderno rápidamente.
-¿Ya?
–se extraña Ronald.
-Sí,
tengo que ir a mear –respondo mientras guardo la libreta y me levanto.
-Pero
si has ido antes de venir.
-Pero
estaban todos los aseos ocupados y pude entrar –miento.
-¿Y por
qué no has ido a los de la tercera planta? –me pregunta Joseph.
¿Qué es
esto? ¿Un interrogatorio sobre donde tengo que hacer pis?
-Porque
esos están siempre llenos de mierda –respondo, y me cuelgo la mochila al hombro.
-Voy
contigo, Robin –dice Ronald levantándose también-, que yo también tengo que ir
a mear.
-Bueno,
pues nos vamos todos –Joseph vuelve a mirar su móvil-. Va a sonar la campana
enseguida de todas formas –cierra su cuaderno, abierto por una página de
ecuaciones de segundo grado que hicimos el mes pasado, y coge su mochila.
Eddy se
levanta también por inercia, arrastrando su silla.
-¡Los cuatro!
–la Sra.Engleton nos grita desde su mesa-. ¡Fuera!
-¡Que ya
nos vamos, señora! –le dice Joseph, mientras el resto de la gente ríe.
*****
-Hey,
¿estás bien? –me pregunta Ronald camino del baño.
-Sí
–respondo encogiéndome de hombros-. ¿Por qué lo preguntas?
-Últimamente
estás un poco raro –me dice-. Más de lo habitual, vamos.
-Ya…
-asiento distraídamente. Se me deben de notar más de lo que creía todas las
preocupaciones que asolan mi mente: Noche D, hacerme pipí encima, cada vez me
siento más bebé y menos niño…
-Si te
preocupa algo, me lo puedes contar. Lo sabes, ¿verdad? No les diré nada a ellos
–señala atrás con la cabeza, refiriéndose a Joseph y Eddy, que se han marcado
ya para clase.
-N-No
hace falta, Ronald –tartamudeo-. Es-Estoy bien –intento sonar convincente.
-¿Seguro?
Porque parece que estés en el espacio y haber perdido contacto con la nave
nodriza.
-¿De
dónde sacas esas metáforas? –le pregunto sonriendo.
-¡Anda,
pero si se acuerda de cómo sonreír! –exclama mi amigo
-Pues
sonrío mucho –protesto. Es mentira-. A lo mejor es que estás siempre con la
cabeza metida en conversaciones con Joseph y Eddy sobre videojuegos y no te das
cuenta.
-Últimamente
nuestras conversaciones son un poco monotemáticas, cierto –admite-. Pero creía
que los videojuegos te molaban.
-¡Claro
que me molan!
-Pues
parece que no. No dices nada cuando hablamos del War of Empires ni del plan del
sábado. Me da la sensación de que no quieres venir. Los otros quizá no te
conozcan tanto, pero yo sí. ¿Qué te preocupa? –añade inquisitivamente.
-Nada –digo
intentando sonar convincente. No lo logro.
-Sé que
mi madre habló con la tuya por teléfono sobre algo, pero no me quiere decir de
qué se trata.
Inmediatamente
me pongo como un tomate y Ronald se percata.
-¿Ves?
¡Lo sabía! –dice orgulloso de sí mismo-. ¡Sabía que pasaba algo! ¿Me lo vas a
contar?
-Te… te
he dicho qu-que no pasa na-nada –repito, pero el rubor de mi cara y el
tartamudeo me delatan.
-Ya.
¿Te crees que me chupo el dedo? –dice mi amigo sarcásticamente, y ese
comentario no hace sino que me ruborice más-. Si no me lo quieres contar, no lo
hagas. Pero no me trates cómo si fuese imbécil.
-¡Yo no
te trato cómo si fueses imbécil! –protesto.
-¡No me
hagas reír! –y a pesar de lo que ha dicho, suelta una irónica carcajada. Está
visiblemente molesto-. Desde que dijimos que íbamos a ir a mi casa a jugar al
War of Empires te cambió la cara. Me di cuenta en ese mismo momento, en el
campo de fútbol. Estábamos todos súper contentos y tú ahí, agachando la cabeza
circunspecto.
Siento
que se me humedecen los ojos.
-¿Vas a
llorar? ¿En serio? –mi amigo suelta un resoplido-. A veces pareces un niño
pequeño. Joseph y yo lo hemos comentado alguna vez. Y César, Miles y el resto
también piensan lo mismo.
Es más
de lo que puedo soportar. Las lágrimas brotan y no puedo hacer nada por
evitarlo. Cierro los ojos pero es inútil. Cuando llegamos a la puerta del baño,
Ronald no entra conmigo. Me pone una mano en el hombro, y me dice en un tono
más conciliador:
-Oye, Robin,
si no quieres contármelo, no lo hagas, ¿vale? Yo no te voy a obligar. Solo
recuerda que nos conocemos desde hace mucho, y que hemos compartido hasta
cambios de pañales –me sonríe-. Quiero que sepas que puedes confiar en mí.
Asiento
mientras me limpio las lágrimas con la manga de la camiseta y entro en el baño.
Una vez
dentro, busco el aseo más limpio. Antes no he mentido; es cierto que estos
baños están siempre bastante sucios. Son los más elegidos por los estudiantes
para mearse en las esquinas y reventar zumos. Cuando encuentro un aseo
medianamente limpio, cierro con pestillo y me apoyo en la puerta, dejando caer
la mochila al suelo.
¿Por
qué? ¿Por qué tiene que pasarme esto a mí?
¿Es que
no puedo ser quién soy? ¿Tan difícil es ser uno mismo?
Quiero
mi chupete. Pero al mismo tiempo no lo quiero.
Quiero
que Mami me ponga un pañal, pero a veces me siento avergonzado por tener
todavía que usar uno.
Quiero
ser un bebé pero al mismo tiempo no quiero serlo.
Soy el
bebé de Schrödinger.
Me
acerco hasta el váter y me bajo la bragueta para intentar hacer pis.
Poco a
poco me voy serenando, pero aun así sigo inquieto, incluso durante un momento
hago instintivamente el gesto de chupar con los labios.
Pero no
tengo el chupete a mano. No tengo cerca nada de bebé, solo cosas de niño mayor.
Mochila
llena de libros, ropa de niño mayor, un váter.
Los
bebés no usamos nada de eso.
¿A
quién quiero engañar?
Ni
siquiera sé quién soy.
Y para
colmo no me sale el pipí.
*****
En casa,
Mami me pone un pañal nada más llegar. Llevando uno, siento como si las piezas
dispersas en mi cabeza encajasen, como si todo estuviese dónde tiene que estar.
El chupete en la boca también ayuda.
Pero no
puedo evitar cuando me miro en el espejo ver a un niño de 12 años que todavía
usa esas cosas. No veo a un bebé. Sin embargo, dentro de mi cuerpo, sí es cómo
me siento. Siento que es normal que me pongan un pañal y llevar un chupete en
la boca. Es normal dormir abrazado a un
peluche y que Mami me dé un biberón.
Ahora
paso todo el día en casa llevando un pañal. Mami me lo pone y me lo cambia.
Creo que no tiene ni idea de ha habido algunas veces en las que me he hecho
pipí encima sin poder controlarlo. Ella cree que me lo hago a propósito, como
cuando estoy un fin de semana entero llevando pañal. Pero no le importa. Como
he dicho, me lo cambia cuando me hace falta.
Algunas
veces sin que yo se lo pida. Sabe que su bebé puede estar mojado y se acerca a
dónde estoy para cambiarme y que no me irrite.
No
obstante, no dejo de tener obligaciones. En el colegio y en casa. Tengo que
estudiar y también tengo de vez en cuando que fregar los platos o barrer la
cocina. Últimamente es más extraño que nunca verme con un pañal y chupete
delante del libro de Historia o limpiando el baño.
-¡Pero
si yo no lo uso! –protesto a veces.
Mami se
ríe y me dice que aunque lleve pañales tengo limpiar el váter porque Elia y
ella sí lo usan y ellas me limpian a mí cuando tengo caca.
Estos
momentos me ayudan a establecer una frontera entre dos mundos, pero hacen más
evidente que no sepa a cuál de ellos pertenezco.
Una de
las veces en las que más me sentí a caballo entre dos vidas fue cuando Mami me
preguntó la lección de Geografía mientras me cambiaba el pañal tras haberme
hecho caca.
En mi
tiempo libre sí que he dejado de hacer cosas de niño de 12 años. Ya no voy con
mis amigos a jugar al fútbol y hace semanas que no echo una partida al Gods and
Monsters. Me limito a ver dibujos animados para niños pequeños en televisión o
tumbarme en la cama a jugar con Wile.
Juego a
que es mi compañero de aventuras, y viajamos cada noche en una cuna mágica a
lugares de encantos y fantasía, y siempre volvemos antes de que salga el sol
para que Mami nos cambie el pañal por la mañana.
Ahora
es momento de irse a dormir. Estoy acurrucado encima de Mami tomándome mi
biberón mientras ella me lee un cuento. Es un libro infantil, de esos que
tienen solo cinco páginas y de cartón, con una frase por cara y ocupada entera
por un dibujo. Este cuento se llama La oruguita sin casa, y trata sobre una
oruga que ha pedido su casa y le pide ayuda a otros bichitos del bosque para
que le ayuden a construir una. El libro se lee en un minuto, pero Mami demora
mucho tiempo leyendo cada frase con entonación y señalándome los dibujitos,
mientras yo chupo la tetina del bibe y me tomo la leche.
-Señor
Ciempiés, ¿puede ayudarme a conseguir una casita nueva? –lee Mami poniendo una
voz aguda y entonando mucho cada palabra.
-Claro,
Oruguita –Mami cambia a un tono más grave y vocaliza mucho-. Con mis cincuenta
manos y cincuenta pies, te ayudaré a construir un hogar en un periquete.
-La
oruguita va a tener su casita –digo con voz de bebé, separando la boca del
biberón, con lo que unas gotitas de leche se derraman por la comisura de los
labios.
-Claro
que sí, mi bebé –dice Mami dándome un besito en la coronilla-. ¿Has visto que
el señor Ciempiés lleva una botita y un guante en cada mano? –me pregunta Mami
señalando el dibujo.
-Ajá
–contesto, y vuelvo a llevarme el biberón a la boca-. Es muy bonito –digo
mientras chupo la tetina.
-Bonito
como mi bebé –me dice Mami mientras me da una palmadita en el culete sobre el
pañal.
Yo río
como bebé y sigo chupando la leche calentita del biberón.
-Entonces,
la oruguita y el señor Ciempiés corrieron juntos a buscar otros animalitos que
le ayudasen a construir una casita nueva –sigue leyendo Mami.
A pesar
de que Mami lee pausadamente y mostrándome los dibujitos, termina el cuento
antes de que yo me haya acabado el biberón, de modo que se incorpora un poquito
conmigo encima y comienza a dármelo ella. Yo le rodeo la cintura con los
bracitos, cierro los ojitos y disfruto de estar encima de Mami, con un pañal y
tomando biberón.
Llevo
puesto uno de mis pijamas enterizos. Mami me ha comprado dos más y ahora son
los únicos que uso. Uno es de color verde clarito, casi más cerca del azul
cielo, con un conejito bordado en el pecho y otro en la espalda. El otro pijama
tiene bordado también el mismo conejito en ambos sitios y su color es, según
ponía en la caja, rosa bebé.
Cuando me
termino el biberón, Mami se levanta cargándome en peso y me ayuda a expulsar
los gases. Después, deja de nuevo sobre el colchón y me cubre con las sábanas
hasta el cuello.
-¿Estás
sequito, verdad? –me pregunta mientras me pone el chupete en la boca
delicadamente.
Asiento.
Mami
pone a Wile a mi lado y lo arropa también.
-Mami…
-le digo yo muy flojito.
Mami se
inclina de nuevo hacía mí, sonriéndome y apartándose un mechón de pelo de la
cara.
-¿Qué
pasa, bebé?
-El
sábado es lo de Ronald –le digo muy flojito, mirándola a los ojos y sin dejar
de mover mi chupete.
-Es
verdad. Es este sábado ya.
-¿Vamos
a hacerlo como lo hablamos? –le pregunto de igual manera.
-Sí,
claro –asiente-. Cuando estéis ya acostados, subes, te pongo el pañal y luego en
la mañana te lo quito.
-Estoy nervioso.
-Es el
mejor plan que tenemos, Robin. No se me ocurría otro.
-Ya… -me
rebullo un poquito entre las sábanas. Todavía me acuerdo de mis pesadillas.
-No
pasará nada… -me dice ella, aunque la noto también algo nerviosa-. ¿Qué es lo
peor que puede pasar?
-Que se
enteren de que llevo pañales.
Mami se
sienta en el borde de la cama y me mira con ternura.
-¿Qué
le pasaba a la oruguita del cuento? –Mami coge el libro de la mesita de noche y
me lo muestra.
-Que no
tenía casita.
-¿Y
cómo se sentía por eso?
-Muy
triste y sola –digo flojito, y doy un pequeño chupeteo.
-¿Entonces
qué hace?
-Le
pide ayuda a otros animalitos para construir una.
-¿Y al
final? ¿Cómo termina el cuento?
-Hacen
entre todos una casita nueva y se lo pasan muy bien en ella.
-¡Muy
bien, mi bebé! –exclama Mami-. Mira –abre el libro-. Esta oruguita eres tú –la
señala-. La oruiguita del cuento está preocupada porque no tiene casita, y tú
estás preocupado por tener que dormir fuera de la tuya, ¿verdad?
Asiento
despacito, mirando a Mami a los ojos con atención y moviendo mi chupete.
-Pero
al final –Mami va a la última página del libro y señala el dibujo- Oruguita, el
señor Ciempiés, Ratoncito y Hormiguita están en una nueva casita haciendo una
fiesta. Y aunque Oruiguita estaba antes muy preocupada y asustada, ahora está
pasándoselo muy bien con sus amiguitos.
Tú
también vas a estar en nueva casa el sábado –dice Mami, dejando de nuevo el
libro sobre la mesita-. Y solo una noche. Y ahora estás preocupado y asustado.
Pero cuando llegues a casa de Ronald, preocúpate solo de pasártelo bien, ¿vale?
De eso se trata –dice mientras me pasa una mano cariñosamente por la mejilla-.
De que te lo pases bien con tus amigos, como la oruguita. No te preocupes del
pañal. Ya sabes que te lo pondré cuando todos estén dormidos, ¿vale, bebé?
-Sí,
Mami –respondo más tranquilo.
-Ese es
mi bebé –me da un besito suave en la frente-. Te quiero, bebé.
-Yo también
te quiero, Mami.
Me da
otro beso. Esta vez más largo.
-Buenas
noches, bebé –se levanta de la cama y coge el biberón vacío-. Que descanses.
-Buenas
noches, Mami.
Y no la
oigo ni salir del cuarto, pues me aferro a Wile y me quedo dormido inmediatamente.
*****
El
sábado llega antes de que me dé cuenta. Mami me está cambiando. Me he hecho
caca encima mientras jugaba en la cama a Mario
Kart en la Nintendo DS. Me está poniendo un pañal y no sé para qué, porque
en quince minutos tenemos que irnos a casa de Ronald, pero Mami parece que
quiere mantenerme protegido hasta el último momento, porque una vez que salga
por la puerta, tendré que ser un niño mayor de 12 años, sin pañal, sin chupete
y sin biberón.
Un niño
de 12 años normal.
Mami me
levanta las piernas y me pasa e pañal nuevo por el culete. Luego me deja caer suavemente
sobre el material acolchado y me pasa la otra parte por la entrepierna. La
parte de arriba del pañal me tapa el ombligo. Finalmente, Mami une las dos
partes del pañal con las cintas adhesivas, pegándolas sobre la franja cielo en
la que reposan conejitos, aes, bes y ces.
-¿Te has preparado ya las cosas para esta
noche? –me pregunta una vez se incorpora con el pañal que acaba de quitarme
echo una bola en su mano.
Yo
niego con la cabeza mientras muevo el chupete. Estoy totalmente desnudo a
excepción del pañal.
Mami
suspira.
-Está
bien.
Deja el
pañal a un lado y se dirige al armario. Abre sus puertas y comienza a remover
entre las perchas. Una de las puertas la tapa de cintura para arriba, de modo
que desde mi posición no puedo verle la cara, pero sé que su rostro está
marcado por la preocupación y el nerviosismo. Sus movimientos son muy rápidos y
bruscos. Mami cierra rápidamente las puertas del armario y viene hasta la cama,
donde estoy tumbado bocarriba llevando solo un pañal, y las deja a mi derecha,
al lado del pañal que acaba de quitarme.
-He
pensado en que te lleves esta camiseta roja de manga larga –dice mientras la
extiende delante de mi cara-, y estos pantalones vaqueros –me los muestra
también-. ¿Qué te parece?
Muevo
mi chupete inexpresivamente y me llevo las manos al pañal.
-De
acuerdo –Mami deja escapar un sollozo y gira la cabeza, para evitar mirarme-. También
te he cogido este pijama –continua, y me muestra el pijama enterizo de color
verde clarito-. Es un pijama mono pero últimamente he visto muchos en tiendas
de ropa. Ninguno de tus amigos tiene por qué pensar que es de bebés, ¿no crees?
–vuelve a mirarme. Tiene los ojos húmedos.
Yo la
miro sin fijar la mirada en ningún sitio en concreto mientras chupo mi chupete
y me aferro a mi pañal con las manitas.
Me
viene un pipí, y soy incapaz de retenerlo.
Se me
sale y moja mi pañal.
-Muy
bien –cierra los ojos para intentar contener las lágrimas y suelta otro
hipido-. Te… Te voy a echar… –hace una pausa para intentar contener el llanto-,
una… -hipa-, una muda limpia y… –aprieta los párpados muy fuerte. Las lágrimas
empiezan a salir-, y un… un pañ… ¡Oh, Robin! –y se abalanza sobre mí,
abrazándome muy fuerte, incorporándome de la cama y pegando mi cuerpecito al
suyo-. Todo va a salir bien –me dice entre lágrimas-. ¿Me oyes? Todo va a salir
bien –repite. Me abraza más fuerte-. Te lo prometo. Mi bebé pequeñito. Todo va
a salir bien, todo va a salir bien –me susurra al oído.
Mami me
separa un poquito de ella para contemplar mi carita y puede ver ahora la
preocupación reflejada en mi rostro. Muevo mi chupete rápidamente y también me
caen lágrimas.
-Dime
algo, Robin. Po favor –se vuelve a abrazar a mí-. Por favor.
-Me
hecho pipí.
Mami
suelta un hipido que es como una risa nerviosa.
-¿Te
has hecho pipí? No pasa nada, te cambiaremos –pega su mejilla contra la mía y
me aprieta más fuerte-. Te cambiaremos… -repite en un susurro.
-Mami…
-Dime,
mi bebé –Mami sigue sin separarse ni un milímetro de mí.
-Estoy
inquieto.
-Lo sé,
mi bebé. Mami lo sabe… Pero –hipa-. Mami te promete que todo va a salir bien. Mami
cuidará de ti.
-¿Me lo
prometes?
-Sí –a
pesar del llanto suena firme-. Estaré ahí para ponerte tu pañal y después
estaré ahí también para quitártelo. Todo irá bien. Te lo prometo.
Mami se
separa de mí y me coge la cabeza con las manos, izándomela para mirarme la
carita. Mis ojos llorosos buscan los suyos, también llenos de lágrimas, que
miran a los míos con determinación.
-Todo
va a salir bien. Te lo prometo –y me vuelve a abrazar.
Estamos
así un ratito. Los dos abrazados, yo con la carita escondida entre sus dos
tetas y ella dándome palmaditas en el culete y acariciándome la espalda.
-Bueno,
vamos a cambiarte este pañalito –dice dándome unas palmaditas algo más fuertes.
-No
hace falta, Mami –le contesto-. Tenemos que irnos enseguida.
-Nonono
–Mami suena decidida-. Mientras mi bebé está en casa y lleve pañal, mi bebé va
a estar siempre sequito.
Mami me
vuelve a tumbar bocarriba y se prepara para cambiarme el pañal.
Primero
me desabrocha las cintas adhesivas del que llevo puesto, luego me lo separa del
cuerpecito y lo extrae tirando de mis piernecitas hacia arriba. A continuación
me seca cuidadosamente, cerciorándose de que no se deja ninguna parte. Cuando
termina va hacia el armario, y cuando antes había sacado un montón ropa ahora
trae consigo solo un pañal. Uno de cochecitos. Mami los despliega delante de mí
sin dejar de lucir una sonrisa y me tira otra vez de las piernas hacia arriba
para pasármelo por el culito, después me deja caer sobre el pañal y me lo pasa
por la entrepierna. Me lo acomoda alrededor de la cintura y lo sujeta muy
fuerte con las dos cintas adhesivas.
-Ya
está, bebé.
-Gracias,
Mami.
-Nunca
–Mami me sonríe y me pasa una mano por el cabello-. Nunca me des las gracias
por cambiarte el pañal. Es algo que hago encantada y que seguiré haciendo
siempre que quieras.
Mami se
recuesta a mi lado y me abraza, atrayéndome hacia ella, deja mi cabecita debajo
de sus tetas e inclina la cabeza para besarme en la coronilla.
-Mi
bebé –me dice-. Mi bebecito pequeñito.
Yo
cierro los ojitos y disfruto de los mimos de Mami, quien comienza a acariciarme
el bracito paseando suavemente la punta de sus dedos por él. La otra mano
reposa sobre mi culito, sobre el pañal, como si Mami quisiese impedir así que
algo me separe de ella, guarneciendo a su bebé a su lado.
No sé
cuánto tiempo estamos así, madre e hijo disfrutando del silencio y de la
compañía del uno al otro, pero finalmente nos ponemos en marcha para ir a casa
de Ronald.
Mami se
despega de mí lentamente y con delicadeza, y yo no mudo el gesto cuando me saca
el chupete de la boca y comienza a desabrocharme el pañal.
Es una
sensación rara; que me quiten el pañal cuando no tengo ni caca ni pipí.
Al
verme allí desnudo completamente, liberado de la presión que ejercía el pañal
sobre mis genitales, me invade una sensación extraña, como si hubiese algo que
no está en su lugar. Me empiezo a sentir raro.
Aquí
hay algo que no encaja.
La
sensación no disminuye cuando Mami comienza a ponerme los calzoncillos.
Echo de
menos la sensación que me provocaba el pañal.
Seguridad.
Tranquilidad. Estabilidad.
Mami me
sube los calzoncillos, luego los pantalones vaqueros y me abrocha unos zapatos marrones.
Bajo de
la cama de un salto y me llevo las manos a la entrepierna, pero no siento el acorchamiento
que producía el pañal. Tampoco en el culete.
Me
siento más raro aún.
Extraño.
Como si
estuviese traicionando algún código ético.
Casi
como si estuviese decepcionado conmigo mismo.
Mami no
se percata de mi estado. Ha sacado los
libros de mi mochila del cole y metido dentro
el pijama y un pañal de cochecitos, trenes y
semáforos.
-Todo
va a salir bien –me repite cuando me descubre mirando cómo introducía el pañal-.
Vamos.
*****
Dos
minutos después estoy en el coche con Mami, con un saco de dormir en mis pies y
sujetando en el regazo una pizza familiar y mirando al frente pero a nada en particular.
Tengo la mente en blanco e intento no pensar en nada. No quiero ponerme más
nervioso de lo que ya estoy. De vez en cuando, Mami me dirige miradas
preocupadas.
De
pronto me acuerdo de una cosa.
-Mami.
-¿Qué
pasa, cielo?
-No me
he despedido de Wile.
Mami
deja escapar un gemidito de ternura casi inaudible antes de contestar.
-No
pasa nada, bebé. Yo le daré un beso de tu parte cuando vuelva a casa.
-¿Podrías
preguntarle si tiene pipí y cambiarle el pañal?
-Claro,
Robin. Le pondré un pañalito nuevo cuando vuelva a casa.
-¿Pero
luego volverás a casa de Ronald, no? –pregunto temeroso.
-¡Claro
que sí, bebé! –Mami se muestra casi ofendida por mi pregunta-. Volveré cuando
sea la hora de acostaros para ponerte tu pañal.
Me
remuevo en el asiento intranquilo.
Siento
un nudo en la garganta.
-Ya
hemos llegado –dice Mami, y detiene el coche.
Me bajo
del coche con el saco de dormir cargado en un hombro y sosteniendo la pizza con
manos temblorosas. Mami lleva mi mochila y me pone una mano en el hombro que
tengo libre cuando entramos en casa de Ronald.
Debajo
del porche del jardín veo un columpio para bebés y un carricoche al lado de la
puerta.
El
estómago me da un vuelco.
Tengo
que recordar que en esta casa hay un bebé.
Llegamos
a la puerta y Mami me aprieta más en el hombro
-¿Listo?
–me pregunta.
Suspiro.
-Listo
–respondo intentando aparentar firmeza.
No lo
consigo.
Mami
llama al timbre.
super bueno, no me espero para leer el siguiente capitulo para ver que pasa con Robin en casa de sus amigos, Saludos!!!
ResponderEliminarGracias, Migue^^
EliminarPerdón por la tardanza, espero que lo disfrutases :)
Ojalá pudiese esperar al próximo capítulo. Esta realmente interesante. Parece que Robin tiene sentimientos realmente complejos para un bebé jejejeje...
ResponderEliminarBueno, parece que la Noche D ha llegado. Y con ella, el momento de la verdad.
Un gran capítulo!! Espero el siguiente con muchas ansias!!
Hola, Powerrush!
EliminarPerdón por haber tardado tanto en responder este comentario...
Es que Robin no es exactamente un bebé hahaha
Espero que disfrutases los capítulos!!!