28 de febrero de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 5: El Pañal

Ya en el piso, Sara duchó a Lucía y le puso el pijama. La dejó sentada en el sofá viendo Cartoon Network y salió para el supermercado en el que trabajaba. Tenía que ir a renovar la baja por asuntos familiares y comprar los pañales para Lucía.
Lo único bueno que tenía su trabajo era que podía ir andando, por lo que se ahorraba bastante dinero en gasolina; por lo demás, trabajaba casi 10 horas al día y ganaba unos míseros 500 euros, aunque quizá ahora que recibiría una pensión familiar de la inigualable cifra de 150 euros –maldito gobierno, pensó-, podría reducir un poco su jornada laboral para poder pasar más tiempo con su sobrina.
Llegó al súper y sus compañeras la saludaron efusivamente. La echaban mucho de menos. En el fondo, Sara también pero el trabajo no lo echaba para nada de menos. Le preguntaron cuando se incorporaría y Sara les contestó que mientras su sobrina no empezase el colegio, tendría que estar a cargo de ella. Les preguntó por la encargada y sus compañeras le indicaron que se encontraba en su despacho.
Sara subió hasta la planta de Recursos Humanos, llamó a la puerta del despacho y entró.
Su jefa era una mujer baja, regordeta, solterona y con aspecto de sapo. Iba siempre vestida de color rosa y hablaba con una voz falsamente dulce que no hacía sino que todo el mundo le tuviera más asco.
-Hola, Sra.Toad –saludó Sara al entrar.
-¡Blanc! –su jefa levantó la vista de sus papeles y la miró-. ¡Me estaba preguntando si seguías trabajando aquí!
-Tengo la baja por asuntos familiares, señora.
-Sí, la baja. Ya. Pasa, anda, y siéntate.
Sara entró y ocupó una de las dos sillas vacías que había enfrente de su mesa. La Sra.Toad era una mujer despiadada y explotadora, siempre intentando hacerle la vida imposible a los que trabajaban para ella.
-Supongo que has venido a decirme que te incorporas mañana, ¿verdad? –le preguntó con una falsa sonrisa.
-Pues no, verá… -empezó Sara-. La verdad es que mi sobrina aún no ha empezado el colegio… ya le han dado plaza –se apresuró a aclarar-, pero aún no me han llamado del centro para que lo empiece.
-Vaya, que lástima… -dijo Toad suspirando-. ¿Sabe cuánta gente hay por ahí que estaría deseando ocupar su puesto, Blanc?
-¿Un puesto de 10 horas al días y 500 euros al mes? ¿Quién? –Sara usó toda su ironía.
-No juegues conmigo, Blanc. Podría despedirte ahora mismo si quisiese.
-Un despido improcedente que yo denunciaría. Tengo contrato en vigor y la baja en regla.
-Puedo no renovártela.
-Queda una semana para que se caduque. Soy previsora.
-Podría no renovártela en una semana.
-Podría ir a renovarla a cualquier otro Departamento de Recursos Humanos de la cadena del Supermercado. Sólo he venido aquí porque me pilla cerca de casa.
Toad sonrió, aceptando su derrota.
-Eres más lista de lo que creía, Blanc.
-Ni se lo imagina.
Sara había estado algo más de un mes distraída en su puesto de trabajo. La perspectiva de tener que hacerse cargo de su sobrina, unida a la falta de sueño, hacían que no pudiera concentrase en lo que hacía. Eso le había dado cierta fama de ser una persona no demasiado inteligente, lo que viéndolo ahora había hecho que la subestimasen. Y que tu enemigo te subestime es una gran ventaja.
Sara salió del despacho de la vieja bruja con la baja laboral a buen recaudo en el bolsillo de su abrigo. Bajó las escaleras y se dirigió al pasillo de los pañales y de las demás cosas de bebé.
Tenía que ser muy cuidadosa. Lo que estaba a punto de hacer podría provocar que su sobrina no volviese a dirigirle la palabra en su vida.
Tenía que elegir unos pañales bonitos, no importaba si eran más caros. No podía llevarle unos feos o de marca blanca. A Lucía le gustaba mucho el rosa, así que intentó buscar en esa dirección. Finalmente encontró unos pañales de las princesas Disney. Salían en el paquete Jazmín, Blancanieves, Cenicienta… Pero también otras que le gustaban a Sara como Mulán, Pocahontas o Esmeralda.
Cogió el paquete de pañales y se fue hasta la caja para pagarlos.
Pero… ¿Qué narices estaba haciendo? Si la veían sus compañeras comprando pañales, todas sabrían que eran para Lucía. Por no hablar de que si se encontraba a alguna vecina o a algún conocido también sabrían que esos pañales eran para su sobrina.
Maldiciendo para su adentro, dejó los pañales de nuevo en la estantería y salió del supermercado. Por mucho que le fastidiase, no podría comprar los pañales ahí. También perdía el descuento para trabajadoras, así que le fastidiaba doble; y esos pañales no eran precisamente baratos.
Afortunadamente, llevaba las llaves del coche en el bolso así que pudo conducir hasta el supermercado más cercano sin tener que subir antes a su casa y tener que inventarse una excusa para su sobrina de por qué tenía que salir otra vez.
Condujo varios kilómetros, hasta que supuso que era una distancia sobradamente segura y fue hasta un pequeño supermercado de barrio que pertenecía a una familia de inmigrantes ecuatorianos.
-Buenas tardes, amiga –le saludó amablemente una trabajadora-. Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?
A Sara le sorprendió ese trato tan familiar y cercano, más acostumbrada a los sitios en los que los trabajadores trataban a los clientes como simple dinero.
-Verá, me gustaría comprar unos pañales… Pero no me acuerdo de qué marca eran.
-Sígame, pues. Le mostraré los que tenemos.
El pasillo de los pañales era más bien la estantería de los pañales, pues todo en ese sitio era más pequeño y acogedor que los otros supermercados que había visitado Sara. Encontró los pañales que buscaba. La marca era Little Owl.
Pequeño búho, que raro, pensó.
La trabajadora la acompañó hasta la caja, en la que se encontraba un chico que no tendría más de 14 años.
-Camilo, cóbrale esto a la señora, por favor.
A juzgar por el tono que empleaba, la edad del niño y el parecido físico, Sara dedujo que el niño era hijo de la trabajadora, y que toda la tienda debía pertenecer a la misma familia.
-A ver… Donde lleva esto el código de barras…
El chico movía el paquete de pañales delante suya. A Sara le pareció que era muy inexperto, que no debía llevar mucho tiempo trabajando ahí.
-No llevas mucho tiempo trabajando, ¿verdad? –le preguntó Sara amablemente.
El chico le devolvió la sonrisa.
-No, bueno… Estoy echándole una mano a mis padres –dijo-. Acabamos de llegar y no tenemos aún dinero para contratar a nadie.
Encontró el código de barra, lo pasó por el lector y le dijo el precio. Algo más bajo de lo que Sara esperaba.
Pagó los pañales, le dejó un euro de propina al chico y salió de la tienda.
Le había gustado bastante ir a un sitio tan diferente y cercano a comprar, además de que así ayudaba al pequeño comercio. Seguro que volvía más veces.
Cuando llegó a casa, pasó lo más rápido que pudo a su habitación y guardó los pañales en el armario. Todavía no sabía cómo se lo diría a Lucía, pero de momento era imprescindible que no los viera.
En ese momento sonó el teléfono. Sara corrió a contestar y era del colegio Federico García Lorca. Estaban terminando los últimos documentos, y Lucía empezaría en un par de días.
Genial, pensó. Lucía tendría que acostumbrarse a los pañales y a un nuevo colegio a la vez.
A Sara le habría gustado que empezase el colegio cuando ya se hubiese hecho a dormir con pañal, pero ahora vendrían las dos cosas de sopetón. Creía que tardarían más tiempo en confirmarle la plaza, maldita sea.
Preparó para cenar filetes de lomo y ensalada. Le dijo a Lucía que empezaría en el nuevo cole en dos días.
-¿Es el mismo cole que Esteban? –preguntó.
-Sí –contestó Sara. Al menos algo tenía de bueno-. Pero él estará en el patio de los niños pequeños y no creo que lo puedas ver mucho.
Vale, en realidad no era tan bueno.
Terminaron de cenar y Sara le dijo a Lucía que podía ver un poco la televisión. Eso le daba el tiempo de ir hasta su habitación y pensar cómo iba a decirle que tenía que dormir con un pañal.
Sacó el paquete de su armario y llegó con él a hurtadillas hasta el cuarto de su sobrina. Se sentó sobre la cama y lo abrió. Los pañales eran de color rosa y tenían dibujadas sobre la cinta de arriba varias princesas Disney. Por lo demás, eran pañales un poco más grandes que los de bebés, muy abultados y con dos cintas adhesivas a los lados. De pronto, Sara se dio cuenta de que nunca en su vida había puesto un pañal.
No tenía ni idea cómo se hacía, aunque no parecía muy difícil y la teoría sí se la sabía. También había visto a Laura alguna vez cambiarle los pañales a Esteban.
Por debajo del culete, luego por arriba y luego abrocharlos con las cintas.
Joder, estaba empezando a dudar ahora de si era buena idea ponérselos o no.
Maldita sea, Lucía tenía 10 años y era mayor para llevar pañales. La pobre niña lo había pasado fatal y ahora encima le tocaría dormir con un pañal.
Pero lo necesitaba. Lucía mojaba la cama y no podía dormir bien.
El pañal haría que estuviese sequita toda la noche.
Se armó de valor.
Suspiró.
Llamó a Lucía.
Su sobrina entró en la habitación y la vio sobre la cama al lado de un paquete de pañales y sosteniendo uno en su mano.
-¿Eso para qué es? –preguntó su sobrina con voz triste.
-Lucía… –empezó Sara
-¿Vas aponerme un pañal?
-Es sólo provisional, mientras te haces pipí en la cama…
-¡Pero yo no quiero llevar pañal! ¡¡No soy un bebé!!
-Ya lo sé… ya sé que no eres un bebé…
-¡Mentira! ¡Crees que soy un bebé! ¡Tú misma me llamaste bebé! -Lucía se puso a llorar- ¡Yo no quiero llevar un pañal!
-Cariño… -Sara se estaba empezando a sentir muy mal.
Pero sabía que era lo necesario. Tenía que seguir adelante con eso.
-¡Creía que eras mi amiga, Sara! –Lucía seguía llorando.
Eso no hizo que se sintiese mejor. Sabía que la reacción de su sobrina iba a ser esa, pero ella tenía que seguir adelante. Era lo mejor.
-Creía que eras mi amiga… -repitió.
Sara no pudo aguantarse más y también rompió a llorar. Dejó el pañal, se levantó de la cama y fue hasta Lucía.
-Lucía… -la abrazó cuidadosamente.
-No quiero llevar pañales… -decía entre lágrimas.
-Cariño… Lo siento, lo siento muchísimo… Créeme, por favor, Lucía…
Ella seguía llorando, y Sara tampoco daba muestras de que fuese parar.
Joder, ¡¿por qué tenía que hacer pasar por eso a su sobrina?!
Volvió a pensar que era lo mejor. Que necesitaba dormir y que el pañal conseguiría eso.
Así que trató de decírselo así. A pesar de que tuviera que ponerle un pañal, su sobrina era mayor, así que le diría la verdad. Lucía era muy inteligente y acabaría por comprender.
-Lucía… ¿Cuánto tiempo llevas sin dormir bien?
La niña no contestó. Siguió llorando.
-Cariño… -siguió-, ¿de verdad crees que quiero ponerte un pañal? ¿Lo crees en serio? –Lucía siguió sin responder. Sara podía ver que estaba pensando y reflexionando-. Sabes que no quiero ponerte un pañal, pero necesitas dormir, mi amor. El pañal hará que si te haces pipí, no te despiertes… Dormirás tranquilamente toda la noche… Guisantito.
-Yo… No… ¡Hip! Quiero… Llevar… ¡Hip! Un pañal…
Su sobrina se frotaba los ojos, había dejado de llorar pero aún le caían algunas lágrimas por las mejillas.
Sara esperó a que se le pasase un poco y fuese asumiendo que ponerse un pañal era lo mejor.
-Snif, snif… ¿Podré dormir toda la noche?
-Sí, cariño. Sí –le dijo poniendo su cara a la altura de Lucía-. Y no le diremos a nadie que llevas pañal, ¿vale? –añadió.
-¿A nadie a nadie?
-A nadie a nadie
- ¿Lo prometes?
-Lo prometo –prometió Sara.
Lucía se serenó bastante. Sara esperó a que ella le diera el consentimiento para empezar a poner el pañal.
-Vale –dijo.
Lucía le dedicó la más enorme de sus sonrisas.
-Ven, cielo –le dijo con dulzura.
Sara la cogió de la mano y la llevó hasta la cama.
-Túmbate encima, cariño. Cuando tú digas, empiezo a ponértelo.
Lucía dejó de llorar. Cerró los ojos, como si no quisiese verlo.
-Vale -volvió a decir.
Sara le volvió a sonreír, aunque Lucía no pudiese verlo.
Empezó a ponerle el pañal, y todas las dudas volvieron a su cabeza.
-Ehh, sí, veamos… -Sara estaba realmente en fuera de juego. No sabía cómo proceder.
Tenía una sensación parecida a cuando descubrió que Lucía se había hecho pipí por la noche. Ahora su sobrina se había tumbado a lo largo de la cama, pero ella necesitaba que se tumbara a lo ancho para poder ponerle el pañal.
-A ver, cariño –dijo mientras le cogía las piernecitas-, vamos a tumbarte de esta otra manera para que sea más fácil.
Dejó el pañal a un lado y, lenta y suavemente, cambió a su sobrina de postura, de manera que sus piernas quedaron colgando por el borde de la cama.
-Voy a ponerte ya el pañal, cariño –le dijo con dulzura.
Le bajó los pantaloncitos del pijama y le levantó las piernecitas.
Le empezó a pasar el pañal por debajo del culete pero le estaba costando bastante hacerlo con una sola mano. Tampoco sabía a qué altura se debía quedar para luego al pasarlo por delante que el pañal se quedase bien ajustado.
Cuando consideró una altura que debía de ser apropiada, le bajó las piernecitas y le pasó el pañal por delante. Pero se le quedaba demasiado corto.
Maldijo para sus adentros y volvió a levantarle las piernas. Le bajó un poco el pañal por detrás y le volvió a bajar las piernas.
Ahora el pañal por delante quedaba más cerca de la cintura y la misma altura que la parte de detrás, por lo que podía abrocharle las cintas.
Sabía que las cintas se abrochaban a la parte de arriba del pañal porque había visto a Esteban cuando era pequeño llevando pañales de esa manera.
Cogió una de las cintas y la abrochó por delante. Luego hizo lo propio con la otra.
Pero el pañal quedaba muy suelto. Sabía que tenía que estar mucho más ajustado al cuerpo.
Le desabrochó las cintas y las pegó más hacia el centro de la parte delantera del pañal. Ahora si quedaba bastante ajustado.
Le subió los pantaloncitos a Lucía y la puso de pie.
-Bueno, ¿qué tal?
-No sé… -respondió la niña.
-¿Estás cómoda? ¿Te aprieta?
-No… Estoy bien…
- Si te aprieta demasiado, puedes decírmelo y te lo suelto un poco…
-Nono… Está bien así…
-¿Estás cómoda?
-Sí…
Lucía respiró aliviada. Temía que su sobrina se pusiese a llorar y a berrear una vez tuviese puesto el pañal, pero no fue para nada así. Su sobrina había hecho que ponerle el pañal fuese más fácil. No protestó cuando lo llevó puesto ni se incomodó cuando Sara se lo estuvo poniendo de una manera tan torpe. El siguiente pañal se lo pondría mejor, estaba segura.
Lucía se había portado como una campeona. Como una niña mayor que había aprendido que lo mejor era dormir con pañal. Estaba orgullosa de ella.
Sara la miró. El pañal le abultaba bastante en el pantalón del pijama y asomaba un poquito por arriba. Lucía estaba de pie muy quieta.
Había superado la prueba. Era momento de seguir con la típica rutina de dormir.
-Bueno, guisantito –le dijo Sara-. Métete en la cama que yo voy a prepararte tu biberón.
Regresó con el biberón lleno de leche calentita. Lucía estaba dentro de la cama.
-¿Me lo puedes dar tú? –dijo.
-¡Claro que sí!
Se sentó en la cama y Lucía se acomodó en su regazo. Sara le puso el biberón en la boca y Lucía empezó a chupar de la tetina. Se tomaba la leche con mucha ansia. Tenía muchas ganas de biberón ya que esa tarde no se había tomado el de la merienda. Lucía se abrazó a su cintura y se pegó a ella mientras se seguía tomando su biberón. Se aferraba a la tetina con la boquita y movía los labios para tomarse la leche.
Cuando terminó, Sara la aupó para echarle los gases. Al cogerla del culete, pudo notar el pañal debajo del pijama. Le dio varios golpecitos en la espalda y Lucía eructó un par de veces. La dejó cuidadosamente sobre la cama; el pañal sonó cuando tocó el colchón.
Dejó el biberón vacío en el mesita de al lado y se sentó en el borde de la cama mientras Lucía de metía entre las sábanas. El pañal sonó con cada movimiento de su sobrina.
-¿Me lees un cuento, tía Sara, porfi? –preguntó.
-Por supuesto, cariño –Sara le sonrío y le revolvió el pelo-. Nos quedamos terminando El Viaje de Viento Pequeño, ¿no?
-¡Sí! –contestó Lucía
Sara cogió el libro, que estaba sobre la mesita, al lado del biberón, y siguió leyendo por donde lo habían dejado la noche anterior.
-… Poco después aparece una niña. En la mano lleva una cometa de colores con forma de águila. La niña comienza a soltar cuerda. Pero en el parque no se mueve ni una hoja, y el águila no consigue volar. Viento Pequeño mira a su alrededor: ‘¿Dónde está el viento guardián de este parque?’, piensa. La niña sigue soltando cuerda, y el águila, con las alas cerradas, va a dar contra la tierra. ‘Si nunca sopla el viento, no me sirve de nada tener una cometa nueva –exclama la niña. Viento Pequeño se levanta de un salto y comienza a soplar. La cometa vuela sobre los árboles. El águila, con las alas abiertas, se convierte en reina de las aves. Y a la niña se le abre una sonrisa tan ancha y tan brillante como la luna llena.
Era ya el final del libro, pero no llegó a terminarlo. Lucía se había quedado durmiendo abrazada a ella.
Sara había pensado que con el pañal le iba a costar bastante conciliar el sueño, pero de nuevo se equivocaba con su sobrina; Lucía estaba profundamente dormida.
Sara se separó cuidadosamente de ella, dejó el libro sobre la mesita y cogió el biberón. Arropó a su sobrina y le puso a Peppy entre sus brazos. Salió de la habitación no sin antes lanzarle una última mirada a Lucía.
Estaba muy mona durmiendo abrazada a su muñeca.
Y el hecho de saber que llevaba puesto un pañal hacía que estuviese aún más linda.

10 comentarios:

  1. Hola Tony, excelente capitulo, siempre lo mejor, sigue con la historia, Saludos

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  2. Pública el siguiente, nos haces esperar demaciado

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    1. Hola Ana! Sí, tienes razón, pero ya has visto que me he quedé sin ordenador... Tendrás el capítulo 6 súper pronto!

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  3. Lucia no tenia 10 años??, en este capítulo dices que tiene 11 xd
    PD: muy buena historia sigue así :D

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    1. JAJAJAJAJAJAJAJA Joder... Sisi, tienes toda la razón, vaya gamba he metido... Muchas gracias, de verdad :)

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  4. sigue con la historia esta muy interesante

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