Estoy en los baños del tercer piso sentado
sobre la tapa de un váter. Me abrazo fuerte las rodillas y chupo compulsivamente
el cordel de los pantalones. A veces pienso en traerme el chupete al colegio;
en envolverlo en un pañuelo para que no se ensucie la tetina y guardarlo en la
mochila junto con los libros, los cuadernos y las demás cosas de niño de 12
años.
Es que no quiero estar aquí, en un sitio en
el que a nadie le importo. Quiero estar en casa, con un pañal y chupando un chupete,
no un cordón de los pantalones que no me consuela nada.
Quiero ser un bebé.
Por la venta se cuela el griterío del recreo.
Oigo a los demás niños jugar y correr, hablar los unos con los otros y parece
que están pasándoselo bien. Es el recreo; se supone que tienen que estar contentos.
Para mí, sin embargo, no hay ninguna diferencia respecto a las clases; estoy
igual de solo. Lo único que cambia es que en el recreo no estoy rodeado de
gente, lo cual es una gran mejora.
Llevo toda la semana durmiendo con Mami. Desde
que el sábado, al volver de pedir caramelos, me dijera la noticia, no había
sido capaz de dormir solo ni siquiera una noche.
La imagen de mi padre se me aparecía en
sueños. Levantándome la mano, pegándome con el cinturón. A veces me veía solo,
desnudo en el jardín, y un monstruo descomunal con la cara de mi padre se
alzaba ante mí, escupiéndome y riéndose con una atronadora risa.
Y entonces me despertaba empapado en sudor y
mojado.
Recuerdo cómo Mami me dio la noticia como si
hubiese pasado en la clase anterior.
Estaba en mi habitación, cambiado de pañal y
esperando el bibe para irme a dormir. Y entonces entró Mami. Iba ya desmaquillada
y se había quitado el disfraz de bruja. Traía mi biberón en una mano, pero no
se la veía feliz. No había ni rastro de la sonrisa risueña en su rostro ni del
brillo de sus ojos que le aparecían cada vez que veía a su bebé. Mami tenía los
ojos llorosos y su cara emanaba desolación y tristeza, tan arraigadas que
parecía que hubiesen estado ahí siempre, esperando por salir a flote.
Me asusté mucho al verla, y más cuando me
dijo que teníamos que hablar de mi padre.
Mami me tomó en peso y me recostó sobre su
regazo.
Y entonces me lo dijo.
Me dijo que tenía que pasar un fin de semana
con mi padre.
Me hice pipí en el acto y mis labios
empezaron a temblar. El chupete se me cayó de la boca, pero Mami me lo volvió a
poner inmediatamente y me apretó contra su pecho, aferrándose mucho a mi
cabecita y presionándola contra sus tetas. Me dejó llorar mientras me acunaba,
sujetándome con una mano en la cabeza y la otra en el pañal.
Y entonces una tormenta de recuerdos
horribles y maltratos se desencadenó en mi cabeza. Todas volvieron a mí como un obús de pensamientos
incontrolables. Creía que los había ocultado en la parte más profunda de mi
cerebro hasta hacerlos desaparecer en los confines de mi mente, pero no era
así. Cuando Mami pronunció la frase, rompieron la valla que los retenía y
volvieron a materializarse delante de mis hojos.
Los gritos en la noche, borrachos y furiosos.
Los otros gritos en la noche, asustados y
agudos.
Los golpes en la pared.
El restallo de contra la piel.
Los guantazos en mi mejilla.
Los palos por mojar la cama.
Yo encogido detrás de una puerta.
Las súplicas de Mami.
Más golpes.
Los forcejeos de Elia.
Mami abrazándonos a Elia y a mí contra su
pecho mientras en la habitación de fuera se oían destrozos de muebles y
cristales.
Yo desnudo en el jardín, temblando de frío y
miedo.
La huida en plena noche.
No pude evitarlo. De pronto, aunque estuviese
entre los brazos de Mami, volvía a ser un bebé indefenso. Volvía a ser ese niño
de 6 años que no podía ni tenerse en pie cuando su padre le pegaba. Me hice
caca. Sin que mi cerebro avisase a mi cuerpo. Sin sentir nada. Solo la caca
saliendo y amontonándose en el pañal. Mami debió olerla pero no me dijo nada.
Siguió acunándome y diciéndome lo mucho que lo sentía.
Lo siento, lo siento, lo siento. Repetía
muchas veces muy rápido.
Las lágrimas de sus mejillas resbalaban hasta
mi cabeza. Le supliqué que no me dejase ir, que no me dejase, pero Mami me dijo
entre lágrimas que era un mandato judicial y que no tenía elección. Que si no
lo hacía, la policía podría presentarse en casa y llevarme a la fuerza.
-Huyamos, Mami –le dije-. Huyamos como aquella
noche.
-No podemos, Robin –me contestó apretándome
más fuerte-. Esta vez no podemos...
-Mami…
Enterré la cabeza entre sus tetas, cerré los
ojos y el mundo se volvió negro. Y frío…
Ni ahí, ni estando entre los brazos de Mami,
aferrándome a su cuerpo y con la cabeza en sus dos tetas, conseguía sentirme a
salvo…
Le costó horrores cambiarme el pañal. Yo no
quería separarme de ella ni un segundo, y al final, consiguió que me pudiese
quedar tumbado sobre la cama. Pero durante todo el cambio estuve inquieto; no
paraba de agitarme muy inquieto y el chupete se me caía continuamente de la
boca. Mami consiguió quitarme el pañal con pipí y caca, limpiarme y ponerme uno
nuevo. Pero era evidente que no iba a poder dormir solo. Mami nos cogió a Wile
y a mí y nos llevó a su cama, nos metió entre las sabanas y me abrazó muy
fuerte mientras yo me aferraba a Wile. Debajo de las mantas, y rodeado por el
abrazo de Mami, no hacía frío, pero yo no paraba de temblar.
Tenía una ansiedad muy fuerte que ni el
chupete podía calmar. Mami me hacía caricias y me susurraba palabras bonitas al
oído, pero no había manera de que me tranquilizara. Mojé el pañal varias veces
pero no dije nada, hasta que en un momento, cuando empezó a darme suaves
palmaditas en el culete, se percató de lo hinchado que estaba el pañal. Mami
encendió la luz, fue conmigo en brazos hasta mi cuarto por un pañal, volvió
conmigo de la misma manera, me cambió y volvió a intentar que me durmiese.
En algún lo momento lo tuvo que lograr, o quizá
fuese gracias a mi mente extenuada, pero conseguí alcanzar el sueño.
Pero era una pesadilla.
Mi padre era un monstruo gigante que me
perseguía por una ciudad tétrica y deforme, de inmensas proporciones, fría y
húmeda; y yo era un enano en pañales que se escurría entre las piernas de la gente,
algunas de las cuales pertenecían a mis amigos. Entonces mi padre me pinzaba de
los hombros con dos dedos y me levantaba en el aire. Yo pataleaba gritando de
miedo e intentando zafarme, pero era inútil. Mis amigos me escupían desde abajo
y mi padre me sostenía unos segundos sobre su inmensa boca abierta, de la que
emanaba un olor putrefacto, y se me tragaba.
Me desperté dando un enorme alarido.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡MAAAAAAMIIIIIIIIIII!!!!
Mami se despertó al instante y encendió la
luz de un manotazo.
-¡¿Qué sucede, Robin?! –me preguntó con la
cara desencaja de pánico.
Yo estaba echo un ovillo, sudoroso y mojado
de pipí, sin poder parar de temblar. Mami me puso de nuevo el chupete en la
boca y también fue otra vez conmigo en brazos hasta mi cuarto.
Esta vez se trajo más pañales.
Me cambió de nuevo y volvimos a intentar dormirnos.
Durante los siguientes dos días no vine al
colegio. No me sentía capaz de separarme de Mami ni de estar sin un pañal. Mami
pidió unos días libres en el trabajo para poder cuidar de mí. Yo me encontraba
en una especie de estado de shock. No podía pensar y era incapaz de hablar de
otra manera que fuesen balbuceos. Me dedicaba durante todo el día a dormir,
llorar y hacerme pipí y caca encima. Y por las noches solo a llorar.
Seguí durmiendo con Mami incluso la siesta,
pues era separarme de ella y empezar a llorar desconsoladamente.
Todas las noches tenía pesadillas con mi
padre; algunas producto de mi mente asustada, y otras recuerdos de mi etapa
viviendo con él.
Esas eran las peores.
Mami estaba muy asustada también, pero por
mí. Llegó incluso a pensar en llevarme a un especialista, pero poco a poco,
conforme mi cerebro iba asimilando que tenía que pasar dos días con mi padre,
mi cuerpo fue recuperando poco a poco su autosuficiencia.
Fueron unos días horribles, pues era un auténtico
bebé incapaz de hacer nada por mí mismo, pero por fin volví a razonar y a
hablar, y le devolví a mi cuerpo el poco control de esfínteres que tenía.
Sin embargo, he seguido durmiendo con Mami,
lo que me ha servido para no parar de disculparme por todo el trabajo extra que
le había dado esos los últimos días. Por su parte, Mami me ha dicho que tengo
que volver a dormir en mi cama, que no es sano que un niño de 12 años duerma
con su madre. Pero también me ha dicho que me compraría un vigila-bebés para
oírme por si la necesitaba y que ella acudiría inmediatamente.
Yo me sentí un poco culpable y le dije que un
vigila-bebés, como su propio nombre indica, es muy de bebés y que no me hacía
falta, que volvería a dormir en mi cama como un niño mayor.
-¿Entonces ya no quieres la cuna? –me
preguntó traviesamente haciéndome cosquillitas en la tripa.
-La cuna sí –contesté con vocecita de bebé.
Finalmente, había asumido que tendría que
pasar un fin de semana con mi padre. A lo que ayudó mucho que Elia me
prometiese que vendría conmigo y cuidaría de mí. Una tarde, cuando ya era capaz
de estar despegado de Mami y ella había tenido que irse a trabajar, Elia me
estaba cambiando el pañal y diciéndome lo valiente que era.
-¿Valiente como Spiderman? –le pregunté con
vocecita aguda y taponada por el chupete mientras me llevaba las manos al pañal
que mi hermana me estaba abrochando.
-Más que Spiderman–contestó Elia con una
sonrisa apartándome con cuidado las manos para poder seguir con el cambio.
-¿Cómo Batman?
-Más aún –me dijo mientras me abrochaba las
cintas-. No hay ningún superhéroe en el mundo tan valiente como tú –cogió una
de mis camisetas que había sobre la cama y me tapó la parte de arriba de la
cara con ella-. Eres Masked-Diaper, el superhéroe más valiente que existe-. Y
me dio un sonoro beso en la mejilla.
En ese momento me sentí el bebé más orgulloso
del mundo.
Y ahora estoy encerrado en un baño, escondiéndome
del resto de gente del colegio.
Menudo superhéroe he resultado ser.
*****
Cuando suena el timbre que anuncia el final
de las clases, camino cabizbajo, sujetándome la mochila al hombro, hacia la
puerta del colegio. A mi alrededor, los demás alumnos hablan exultantes y
bulliciosos, felices de que sea viernes y no tengan que volver a pisar el
colegio hasta el lunes, con un fin de semana por delante libre de
preocupaciones. Yo tampoco puedo evitar sentirme algo más contento. Un fin de
semana significa dos días sin soportar la soledad y miradas de burla a las que
estoy sometido durante todo el día, sin embargo, hoy cenamos en un restaurante
con la familia. Mami va a venir a buscarme para irnos directamente hacia allí.
Elia no viene porque la muy lista se va de finde con Clementine, así que nos
toca a Mami y a mí cumplir solos con los compromisos familiares.
El viaje de Elia también ha sido objeto de una
discusión con Mami. No solo porque no vaya a ir a la cena, sino porque mañana Mami
también sale a cenar con las compañeras del trabajo y no va a poder ir porque
no tiene a nadie con quien dejarme.
Es esos momentos cuando me vuelvo a sentir
muy culpable de ser un bebé. Si no hubiera que darme un biberón y ponerme un
pañal para dormir, Mami podría salir con sus amigas de fiesta cada vez que
quisiera. Cuando le pido perdón por ello, Mami, con los ojos llorosos y una
sonrisa apenada, me levanta en peso y me da un beso en la mejilla, y luego,
tras achucharme, me dice que no le importa, que prefiere quedarse y pasar la
noche con su bebé, haciéndole muchos mimitos y poniéndole su pañalito. Y yo sé
que es verdad a medias, que a ella también le gusta tener vida social fuera de
casa. Ella que puede…
Como llego a la puerta y no veo a Mami, me
siento en uno de los bancos de la acera a esperar. Me fijo entonces en los
padres esperando pacientemente a que salgan sus hijos, en los niños más
pequeños que corren a abrazarlos en cuanto los ven. Otros niños saludan a sus
padres de pasada, otros se dejan besar con cara de vergüenza y otros
simplemente se van andando a casa solos.
Veo a dos de los que antes eran mis amigos
intercambiar chistes sobre el profesor de Arte. Joseph imita su forma de
escribir en la pizarra, y César se ríe de los pendientes con forma de calavera
que lleva. Al poco llegan los demás: Miles, Eugene, Johnny, Eddy… y Ronald, el
que antaño fuese mi mejor amigo. Mi compañero de pañales por una noche. Y ahora
miradnos. No me dirige la palabra.
Y lo peor es que yo no he hecho nada.
Como es viernes, deduzco que esta tarde irán
a jugar al fútbol y después a echar una partida al War of Empires. Hace tiempo
que la alianza que formamos en el sótano de Ronald no va a ninguna misión, pues
no me ha llegado ninguna notificación, así que deduzco que han debido crear
otra en la que no estoy.
Han pasado casi dos semanas desde que me hice
pipí delante de ellos y saliese del sótano de Ronald como un bebé. Dos largas
semanas en las que he perdido a mis amigos y a ellos no ha parecido importarles.
Como si yo fuese prescindible. Como si en el grupo mi presencia no fuese
necesaria. Como si diese igual que yo formase parte del grupo o no.
Tras imitar al profesor de Arte, Joseph se
mete el dedo pulgar en la boca y finge empezar a chupárselo. Todos prorrumpen
en carcajadas, y Eddy al girar la cabeza, mira directamente al banco en el que
estoy sentado y nuestras miradas se encuentran. Los observo con el gesto
imperturbable. Eddy le da un codazo a Joseph y me señala con un dedo. Todos se
dan cuenta de que estoy allí, mirándoles fijamente, retándoles a que se sigan
riendo. Las carcajadas cesan pero aún quedan sonrisas dibujadas en su rostro.
No aprecio ningún remordimiento por haberse estado riendo de mí.
No me van a ver llorar.
Por Wile que no me van a ver llorar.
Miles le da una palmada en el hombro a
Joseph, le dice Vamos y todos me dan la espalda y echan a andar. Yo sigo
mirándoles sin mudar la expresión, intentando, en lo más profundo de mi ser,
encontrar un gesto de arrepentimiento.
Una negación con la cabeza, una regañina a
Joseph. Lo que sea.
Pero no hay nada.
Solo Eddy se gira para mirarme fugazmente
antes de doblar la esquina.
Y ahora sí. Agacho la cabeza y las lágrimas
empiezan a humedecerme los ojos.
Eso es lo que soy ahora para mis amigos.
Una broma. Algo de lo que reírse.
Estoy solo.
Solo y humillado.
Mis amigos se han convertido ahora en las personas
a las que más odio en el mundo.
¿Alguna vez fueron mis amigos?
Recuerdo las bromas que hacían a mi costa.
Sobre los superhéroes que me gustaban, las series infantiles que veía… ¿De
verdad eran bromas entre amigos?
Me gustaría considerar que Ronald y Jospeh sí
lo eran, pero tras ver a este último imitar cómo me chupo el dedo (cosa que
nunca he hecho en mi vida, por cierto) y cómo Ronald se reía sin
remordimientos, quizá esté equivocado y para ellos nunca haya sido un igual.
Sino un niño pequeño que veía Tom &
Jerry, y que tras verme en pañales y con chupete, hubiese quedado
demostrado que no se equivocaban.
Cuando mis amigos salían en mis pesadillas
era siempre descubriendo que llevaba pañales y mofándose… Ahora, acompañan a mi
padre en las humillaciones.
Las mofas las guardan para el mundo real.
Veo el coche de Mami doblar la esquina por la
que perdí de vista a mis amigos y me levanto del banco. Me enjugo las lágrimas
con el dorso de la camiseta para que no se entere que he estado llorando y
corro a su encuentro.
-Arriba, bebé –dice Mami al estirarse para
abrir la puerta del copiloto.
Yo me subo al coche, paso la mochila hacia la
parte de atrás y cierro la puerta.
-Mi bebé, cuánto te he echado de menos –Mami
pasa un brazo sobre mis hombros y me atrae hacia su pecho-. ¿Qué tal te ha ido
el día?
-Bien –miento.
El coche de detrás nos dedica una sonora
pitorrada.
-Ya voy, imbécil –dice Mami mientras me
suelta delicadamente y se pone en marcha.
Durante el trayecto, me mira varias veces con
gesto de preocupación. yo finjo que no me doy cuenta y sigo mirando por la
ventanilla, con la mirada perdida.
A pesar de que me he limpiado las lágrimas,
el gesto de tristeza en mi cara no parece haberse borrado.
Mami conduce en silencio, muy despacio. Tiene
cara de preocupación.
-Te he… Te he traído pañales –dice muy
flojito-. ¿Quieres que te ponga uno?
Yo agacho la cabeza, sintiéndome muy bebé,
pero no en el buen sentido de la palabra. Casi había olvidado que el único
momento del día en el que no llevo puesto un pañal es cuando estoy el colegio.
-No… -contesto también flojito, sin dejar de
mirar ventanilla, cosa que no tiene explicación, pues el paisaje es bastante
feo y estoy harto de verlo-. No hace falta…
-Como quieras –y noto que me sonríe con
tristeza.
El trayecto hasta el restaurante lo
terminamos en silencio. Cuando llegamos, Mami aparca el coche en un parking
colindante, y tras apagar el motor se gira y me mira con preocupación.
-¿Estás bien, Robin? ¿Ha pasado algo en el
cole?
¿Por dónde empiezo?
¿Por que paso los días solo? ¿Por que mis
amigos se ríen de mí? ¿Por que voy cada rato libre al aseo a forzarme a hacer
pipí para no hacérmelo encima? ¿O quizás debo empezar por las pesadillas? ¿O
por que cada vez me siento más como un bebé?
-No –contesto.
Agacho la cabeza.
Mami también la agacha pero para darme un
beso en ella.
-Cuéntamelo cuando estés listo, bebé.
Yo miro el cordel de mis pantalones, todo
arrugado y solidificado bajo una película de saliva seca.
-Mami… -le digo con un hilo de voz-. ¿Has
traído el chupete?
-Sí –responde Mami pasándome una mano por la
espalda-. ¿Lo quieres?
-Sí –contesto muy flojito.
Mami rebusca en su bolso y saca mi chupete
lila.
-Aquí está.
-Pónmelo –digo levantando la cabeza y
mirándola con ojos anhelantes.
Mami coge el chupete del asa y lo sacude un
poco, yo abro la boquita y Mami introduce la tetina dentro. Cierro los labios y
le doy dos chupeteos.
-¿Un
poquito mejor? –me pregunta risueñamente revolviéndome el pelo con una
mano.
La verdad es que sí.
Asiento con la cabeza y me pego más el
chupete a los labios, succionando fuerte la tetina como si fuese la de un
biberón. Durante un ratito, disfruto de la sensación del chupete en mi boca; el
roce del plástico contra los labios y la goma de la tetina entre mis dientes.
Mami me observa con ternura mientras chupo mi
chupete.
-¿Vamos? –me dice animadamente.
Me bajo del coche de la mano de Mami y
chupando mi chupete. Cuando llegamos a la entrada del restaurante, está toda la
familia reunida a excepción de tía Marie y sus hijas. Tío Francis habla con el
camarero, tía Julia y tío Stein controlan a sus revoltosos hijos gemelos mientras
la primera mueve la silleta de su hijo. Andrea, Raola, su novio y tía Gayle
hablan animadamente. El jolgorio que había montado se reduce bastante al verme
llegar en esas condiciones. Comienzo a notas sus miradas reprobatorias, que van
desde mi chupete hasta Mami. Pero a ella parece que se las traen completamente
al fresco, así que a mí también.
-Hola –saluda Mami fingiendo un tono alegre y
despreocupado.
-Hola hermana –le dice tía Gayle, y le da un
rápido abrazo-. Hola, Robin –se inclina hacia mí y puedo sentir el enorme
esfuerzo que hace por mantener la compostura e ignorar mi chupete.
-Hola –respondo sin quitármelo.
-Estaba un poco nervioso, así que le he
puesto el chupete –informa Mami con naturalidad.
-Claro, es lo más lógico del mundo –comenta Raola
con mordacidad, y tanto ella como su novio y su hermana se ríen.
-Entremos –dice tía Julia antes de que la
situación se ponga tensa de verdad.
-¿Y Marie? –pregunta Mami a tía Gayle
mientras caminamos hacia nuestra mesa. Todavía me lleva de la mano.
-Tenía que recoger a Felicia de la guardería.
Llegará en seguida, pero me ha dicho que podemos pasar y esperarla en la mesa.
Cuando entramos en el restaurante queda
patente que es un sitio exclusivo. Los camareros van en camisa y pajarita, y
las servilletas de las mesas están dobladas en forma de pájaros.
-Los niños vais en esa mesa de allí –nos
señala tío Francis.
Los niños somos todos los menores de 19 años,
así que Mami me acompaña hasta mi mesa. Me sienta en el primer asiento libre
que ve y me da un beso en la frente.
-Avísame si necesitas cualquier cosa. Lo que
sea –añade, y ambos sabemos a qué se refiere.
Miro al resto de los comensales. Está Carlos,
de 2 años, y los gemelos Gred y Feorge, de 7, los hijos de tío Stein y tía
Julia. Quedan dos sitios libres para Laëtitia y Felicia. Yo soy con diferencia
el más mayor de la mesa y soy el único que lleva chupete. Por suerte, luego
vendrán las hijas de tía Marie y Felicia llevará un pañal. Con un poco de
suerte hasta Laëtitia.
Pero no tengo suerte, porque cuando llega la
otra hermana de Mami, solo Felicia trae un pañal. Tía Marie me besa
cariñosamente y me tira del asa del chupete.
-Qué mono estás –me dice, y vuelve a la mesa
de los mayores.
La comida que nos traen los camareros
consiste en un plato con salchichas, pescado empanado con forma de estrellitas
y patatas fritas rancias. Dejo el chupete a un lado y como sin ganas ignorando
el espectáculo que están dando mis primos, que han empezado a tirarse migas de
pan.
Como no podía ser de otra manera, enseguida viene
un adulto a llamarnos la atención.
-¡¿Qué está pasando aquí?! –tía Marie da un
par de palmadas y la lucha arrojadiza cesa inmediatamente-. Qué no tenga que
volver otra vez –nos dice repasándonos a todos con una mirada dura. Yo me
siento un poco molesto porque no estaba haciendo nada-. A ver si aprendéis del
primo Robin, que es el mayor –añade-. Mirad qué bien se está portando él.
-Sí, es el mayor pero lleva chupete –dice
Feorge, y la mesa prorrumpe en carcajadas.
-Y pañales –añade Gred, y todos vuelve a
reír.
Yo me pongo morado y agacho la cabeza para
seguir comiéndome mis patatas rancias. Tía Marie acude a mi rescate.
-¿Y qué? –les espeta a mis primos gemelos.
-Pues que es un bebé –añade Gred sin
amedrentarse lo más mínimo.
-Creía que los bebés eran algo más pequeños
–le replica tía Marie-. Que no tenían 12 años.
-Pero lleva pañales y chupete –dice Feorge-.
Eso es de bebés.
-¿Sabéis que es también de bebés? –le dice
tía Marie a toda la mesa-. Dormir con conejitos de peluche –mira a los
gemelos-, llevar pañales para dormir –mira a Laëtitia y a Carlos-, y llevar
pañales todo el día –le da una palmadita en el hombro a Felicia, que estaba
justo delante suya-. Así que todo el mundo a comer y a dejar de meterse con el
primo Robin, como vuelva a tener que venir os castigaré de verdad.
-Mi madre no me castiga –le dice con chulería
Gred.
Tía Marie se gira y lo mira con tal
suficiencia que provoca de Gred se encoja en su asiento. La cara de tía Marie
es por lo general amable y risueña, pero en ese momento tiene una expresión en
su rostro dura como el acero.
-Ponme a prueba… a mí –añade con firmeza, y
se vuelve a su asiento haciendo resonar sus zapatos por toda la sala.
En nuestra mesa, todo el mundo se ha puesto a
comer y dejado lanzarse cosas. Los gemelos hablan entre ellos aun riéndose, y
yo puedo imaginar de qué. Yo he perdido el apetito. Sé que tía Marie solo
quería defenderme, pero era demasiado tarde. Me habían llamado bebé y se habían
reído de mi chupete y mis pañales. Miro mi plato. Apenas me he comido un trozo
de salchicha, dos porciones del pescado y unas cuántas patatas, pero lo empujo
hacia delante y me llevo las manos a la cabeza, apoyándome en la mesa.
Soy un bebé.
Incluso para niños de 7 años soy un bebé.
¿Y por qué no iba a serlo? Ellos no llevan
pañales ni chupete y yo sí. A ellos no les dan un biberón antes de dormir y a
mí sí.
Siento que se humedecen los ojos por tercera
vez en lo que va de día. Levanto la vista y distingo manchas borrosas donde
antes estaban mis primos. Me froto los ojos con los puños, y las imágenes se
aclaran, pero enseguida se vuelven a emborronar.
Estoy llorando.
Vuelvo a bajar la vista y veo mi chupete
reposando a mi izquierda. Me lo llevo a la boca y empiezo a chuparlo. Me da
igual lo que puedan decir mis primos o lo que puedan reírse. En este momento
necesito mi chupete.
Miro hacia la mesa de los mayores y veo que
están enfrascados todos en una conversación y miran hacia Mami. Ella no parece
molesta, sino esquiva y no para de dirigirse a tío Stein, señalándole con la
mano que sujeta el tenedor. Tío Stein niega con ambos brazos.
No sé de qué están hablando, pero es evidente
que Mami me necesita. Y yo la necesito a ella.
Cualquier cosa, había dicho. Refiriéndose a
un pañal.
Y en ese momento necesitaba que mi pusiese un
pañal y me llevara lejos de allí. Lejos de todo.
Que me llevase a casa y me acurrucase entre
sus brazos.
Me levanté y fui hacia ella sin saber muy
bien qué iba a pedirle.
-¡En mi casa no puede ser, os lo estoy
diciendo! –decía resolutivamente Mami cuando yo llegaba a su lado-. ¡Robin! –se
sorprende al verme, aunque yo puedo evitar que está aliviada de abandonar la
conversación-. ¿Qué pasa? –dice pasándome una mano por la espalda.
Antes de que yo pueda contestar, tío Francis
se dirige a Mami.
-No te escabullas de la conversación, cuñada
–le dice divertido, levantándole un dedo-. ¡Este año te toca a ti!
-¿pero a mí por qué? –responde Mami
señalándose con ambas manos-. Es lo que no entiendo.
-Pues porque nunca lo hemos hecho en tu casa
–le dice tía Gayle.
-Toma, ni en mi casa ni en ninguna desde hace
seis años.
-Bueno, hace seis años las cosas eran muy
distintas –apunta tía Julia.
-No todas, tía –añade Raola, y se ríe.
-No es el momento, hija –le recrimina tía
Gayle, pero mi prima mayor se ríe con su hermana y me miran discretamente.
Me siento enrojecer y muevo mi chupete más
rápido. Mami baja una mano y coge la mía, apretándomela con fuerza.
-Tenemos que volver a recuperar las viejas
costumbres –sigue tía Gayle-. Ya lo estamos haciendo con esta cena, con las
comidas en mi casa… Pues Acción de Gracias los celebramos en la tuya –vuelve a
señalar a Mami.
-Mi casa es pequeña –justifica Mami. Me
suelta la mano y señala a mi tío-. ¿Por qué no en la de Stein?
-Ya te he dicho que mi casa la reservo para
Navidad.
-Pues hacemos la cena de Navidad en mi casa y
la de Acción de Gracias en la tuya.
-No intentes escurrir el bulto, hermana –le
dice tía Gayle, sonriente-. De esta no te vas a librar.
-¿Y por qué no en casa de Marie?
Mi tía fulmina a Mami con la mirada.
-Si la suya es pequeña, la mía ya ni os
cuento –dice.
-Te quedas sin excusas –le dice tía Julia a
Mami.
Mami resopla.
-Bueno. Ya veremos –dice finalmente, y vuelve
la vista a su plato con el ceño fruncido.
-Pero… -empieza tío Stein, pero tía Gayle le
corta.
-¡Déjala que eso es lo mejor que podemos
conseguir por ahora!
Toda la mesa ríe, menos Mami y tía Marie.
-¿Qué quieres, Robin? –me pregunta esta
última, ya que Mami parece que se ha olvidado de que estoy allí.
-¡Robin! –Mami se gira apresuradamente y me
coge las dos manos-. Perdona, cielo. ¿Qué te pasa?
En la mesa han vuelto a reanudarse las
conversaciones. Tío Francis y tío Stein hablan sobre los últimos resultados de
fútbol y las chicas sobre los preparativos de la boda de Raola.
-¿Me puedes poner un pañal? –le digo flojito
y con mucha vergüenza, sin levantar la cabeza.
-Claro, cariño –me responde Mami con una amplia
sonrisa-. ¿Tienes caquita?
-Sí –miento.
Ya van dos veces hoy que he mentido a Mami.
-Vale –dice, deja la servilleta a un lado y
se levanta de la mesa-. Vamos al coche y te lo pongo allí.
Salimos del restaurante de la mano. Mami me
aprieta con fuerza, como si quisiese fundarme ánimos a través de ella.
Funciona.
Cruzamos el parking y llegamos al coche; tras
un bip-bip de las llaves, las puertas se abren. Mami me coge de los sobacos y
me sienta en el asiento trasero, y entonces veo la bolsa con mis pañales
descansando sobre el suelo. Mami la abre y extrae un pañal de cochecitos.
-Vamos a hacerlo muy rápido por si viniese
alguien, ¿vale?
Asiento.
Mami me da un beso en la frente y me sonríe.
-Mi bebé –dice.
Yo me recuesto en sobre los asientos traseros
y dejo las piernas colgando por encima del coche. Con la puerta abierta nos
cubrimos de posibles mirones que puedan llegar por la izquierda, y Mami tapa el
otro lado con su cuerpo. Aun así, si alguien pasara justo en este momento,
podría ser testigo claramente de cómo le están poniendo un pañal a un niño
demasiado mayor para usar uno.
Mami me quita los zapatos y los deja a un
lado, luego me baja los pantalones y los calzoncillos a la vez, extrayéndolos
completamente. Y ya cuando estoy desnudito de cintura para abajo, comienza a
ponerme el pañal.
Muy rápido. Estamos en un ligar público y no es
momento para mimos.
Mami abre el pañal de cochecitos y lo despliega
delante de mí, luego me levanta las piernas y coloca el pañal debajo de mi
culete. Después me lo pasa entre las piernas, me lo ajusta al cuerpecito y lo
sujeta fuertemente con las dos cintas adhesivas.
Yo agito las piernas inconscientemente.
Sabéis que me encanta llevar un pañal.
-Te dejo aquí que tengo que terminar de
comer, ¿vale, Robin? –me dice tras besar mi barriguita-. ¿Llevas el móvil?
Señalo con la cabeza hacia mis pantalones
hechos un barullo en el suelo del coche.
-Muy bien –dice Mami asintiendo con la
cabeza, y mira algo preocupada a ambos lados-. No creo que vaya a pasar nada
porque por aquí, si viene alguien, es para coger su coche e irse otra vez… De
todas formas… –vuelve a mirar-. Ten el móvil a mano y llámame cuando termines,
¿vale? No me gusta nada dejarte aquí solo –me mira con cara de preocupación.
Ahora yo me siento peor por haberle mentido.
Chupo mi chupete en silencio y la miro
intentando aparentar firmeza.
-No va a pasar nada, Mami. Ya verás.
Me sonríe. Con esa sonrisa que es solo para
su bebé.
-Lo sé, bebecito. Dale otro beso a Mami.
Me incorporo, de manera más patosa porque
ahora llevo un pañal y la beso en la mejilla mientras le doy un abrazo.
-Te quiero, Mami.
-Y yo a ti, bebé.
Mami se separa de mí, sube mis zapatos al
coche y cierra la puerta. Vuelve a hacer con el llavero bip-bip y las puertas
del coche se quedan cerradas con el seguro. Me lanza dos besos con la mano y se
va de vuelta a la mesa.
Paz. Por fin.
Es una paz inquieta porque no estoy lo
suficientemente cobijado que me gustaría pero desde luego es mejor que estar en
una mesa rodeado de niños que se ríen de mí. De todas formas, me siento algo
expuesto con tanto cristal, por el que cualquier persona puede verme con
pañales y chupete si pasase lo suficientemente cerca.
Necesito algo mejor.
Pensó en mi camita. En estar debajo de las sábanas
abrazado a Wile.
Allí sí que me siento a salvo. Y algo así es
lo que necesito ahora mismo. Entonces se me enciende la bombilla.
Bajo al suelo y acciono la palanca que hace
que el respaldo del asiento se incline hacia delante. Me subo de nuevo al
asiento y repto por el hueco que se ha descubierto hasta el maletero. Una vez
allí, subo de nuevo el respaldo del asiento.
Todo está a oscuras. Casi.
Hay una penumbra, pero es placentera. También
sirve para amortiguar los ruidos del exterior. Es como una pequeña guarida en
medio de un mundo que ha estallado en guerra.
En una guerra cuyo objetivo es reírse de un
bebé.
Me imagino que fuera hay una guerra de verdad
y que estoy a salvo en un cubil, mientras el mundo de a mi alrededor se sume en
el caos más absoluto.
Siento una punzada de tristeza al acordarme
de que Wile no está conmigo. Está solito en un mundo en guerra. Entonces recuerdo
que está a salvo en mi camita y me tranquilizo un poco.
Mi camita también es un lugar seguro en este
mundo en el que se humilla a los bebés. Y Wile es un bebé, porque también lleva
pañales.
Como yo.
Más calmado, me imagino que soy un bebé de
verdad en un parque infantil. Me tumbo bocarriba y empiezo a agitar mis piernas
y bracitos.
Se me escapa un balbuceo.
Gu-gu.
Y una risita de bebé.
Soy un bebé.
Me acurruco sobre mí mismo.
Vuelvo a echar de menos a Wile.
Me da igual que esté seguro en un mundo
devastado por la guerra.
Quiero que esté a mi lado.
Busco a Wile por una enorme ciudad. Los
edificios son muy altos y tienen formas grotescas. Y están todos pintados con
formas macabras y a medio derrumbar. Yo llevo puesto mi chupete y entre mis
piernas siento el pañal abultándome e impidiendo que pueda cerrarlas, pero aun
así sigo buscando a mi compañero de pañales en esa urbe distópica.
También me doy cuenta de que tengo mucha
hambre, y de que Mami no está ahí para alimentarme. En ese momento me siento
muy solo. Los edificios empiezan a estirarse hacia el cielo dibujando posturas
imposibles y a estrecharse unos con otros. No me queda más remedio que correr.
Corro todo lo que puedo y me permite el
pañal, que ahora pesa más. Oigo risas atronadoras a mi alrededor. Una
estridente y de borracho, y otras más agudas, pero cargadas de desprecio.
Son ellos. Están aquí.
Sigo corriendo hasta que me topo con un muro
de ladrillo. En él hay un dibujo mío en el aparezco solo con un pañal y el
chupete en la boca, y en un brazo sostengo mi biberón y en el otro a Wile.
-¡¡El bebito que lleva pañales!! –oigo que
dicen las voces agudas.
-No, no es verdad… -contesto yo, mirando como
un poseído hacia todos lados-. No soy un bebé.
Pero lo he dicho vocalizando demasiado bien.
Me llevo la mano a la boca y no noto el chupete. Me hago pipí inmediatamente.
Menos mal que llevo un pañal.
El muro de ladrillo ha desaparecido, la calle
también, y los edificios. Solo estoy yo en medio de una oscuridad atroz. Él
aparece a lo lejos, caminando hacia mí. Veo su figura retorcida. Apesta a
tabaco y whisky. Lentamente, va desabrochándose el cinturón.
-No, no… Por favor.
Me doy la vuelta e intento correr. Pero no
puedo. Mis piernas me obedecen, pero no logro avanzar.
-No… Vete… Aléjate de mí…
Cada vez está más cerca.
Me invade un miedo terrible.
Estoy sudando.
Corro con todas mis fuerzas pero no me muevo
del sitio.
-Por favor, por favor, por favor…
-¡Robin!
-No… Vete…
-Soy yo, bebé….
-Vete…
-¡Robin! ¡DESPIERTA!
Abro los ojos y me incorporo, con lo que me
doy en la frente con la cubierta del maletero. Me vuelvo a dejar caer y empiezo
a llorar.
El golpe me ha hecho daño pero lloro más por
la pesadilla.
-Robin, mi amor… -Mami se inclina hacia mí y
me pasa una mano por el brazo-. ¿Qué haces en el maletero?
-¿Qué ha pasado? –es la voz de tía Marie.
-Que abro la puerta del coche, no lo veo y
casi me muero del susto… Mi amor… -Mami intenta incorporarme y yo no puedo
parar de llorar-. ¿Te has quedado durmiendo? ¿Has tenido una pesadilla?
Como respuesta, sigo llorando.
-Venga, Robin… ¿Y tú chupete?
-¿Va todo bien?
-Sí, ha debido de tener una pesadilla.
Últimamente le pasa a menudo.
-Voy a cambiar a Felicia, que tiene caca.
-Sí, él está igual… A ver si consigo que se
calme primero… Robin, ¿y tu chupetito? Ah, ya lo veo…
-¿Me llevo luego para dentro el bibe del
niño?
-Sí. Gracias, Marie –contesta Mami
Siento el chupete entrar en mi boca, y
empiezo a chupar compulsivamente la tetina. Abro los ojos y veo a Mami, que
está inclinada hacia mí.
-Mami… -le digo con ojos llorosos.
-Ya está, bebé... Shhh… -me mesa el cabello delicadamente-.
Solo era una pesadilla, una dichosa pesadilla…
-He tenido… ¡Hic! Tanto… ¡Hic!... Tanto
miedo…
-Lo sé, bebé. Lo sé…
-Estaba… ¡Hic! Solo…
-Estoy aquí, Robin. Siempre estaré aquí.
-Mami…
-Dime, bebé.
-Tengo caca…
Mami sonríe. Parece algo aliviada.
-Ya lo sé, bebé.
-También pipí…
Me aparta delicadamente un mechón de pelo de
la frente y me da un beso en ella.
-Pues vamos a cambiarte ese pañalito.
*****
Momento después entramos de nuevo en el
restaurante. Yo voy en brazos de Mami, ya cambiado y con el chupete en la boca.
Como los pantalones que llevo son los mismos que traía para el colegio (solo
que Mami ha desechado los calzoncillos), el pañal se me nota mucho, y Mami no
hace más que tirar de mi camiseta hacia abajo para que no asome por encima del
pantalón. Aunque con todo lo que abulta no sirve de nada.
Puedo sentir las miradas de todos los
comensales fijas en mí. En el niño de 12 años que lleva pañales y chupa un
chupete y va en brazos de su madre.
Mami se sienta conmigo en el asiento que
ocupaba antes, y me reposa a mí sobre su regazo. Puedo notar como las
conversaciones de la mesa se van reanudando poco a poco.
Ninguno de mis familiares me mira
directamente. Todos sienten vergüenza de tener de pariente a un niño de 12 años
que todavía lleva pañales y usa chupete. Y a juzgar por lo que hay frente a mí,
su vergüenza no ha hecho más que empezar.
Sobre la mesa reposa mi biberón. Y está lleno
de leche caliente. Lo sé porque se nota el vapor entre el contenido y la
tetina.
Al lado de Mami, con su asiento ladeado hacia
nosotros para tener más espacio, está tía Marie con Felicia en brazos, dándole
también un biberón.
-¿Lo han calentado mucho? –pegunta Mami
vertiéndose unas gotas de mi bibe en la muñeca.
-Ya lo creo –contesta tía Marie.
-No pensaba darle un biberón, pero ha comido
muy poco –dice Mami.
-Yo me quedo mucho más tranquila cuando las
mías se toman el biberón. Así sé que al menos esa comida la hacen bien.
-Abre la boquita, Robin.
Mami me quita el chupete de la boca y lo deja
sobre la mesa. Yo balbuceo inquieto pero ella me introduce enseguida la tetina
del biberón.
Empiezo a chupar, pero la leche está rara.
-No tenían leche de cereales, Robin –me dice Mami
como si me leyese la mente-. Es leche normal pero le he pedido que le echen
mucha azúcar, como los bibes que te prepara Elia.
En resto de la mesa, nuestros familiares
hacen un esfuerzo descomunal por ignorarme y proseguir con sus conversaciones.
Yo me tomo el biberón chupando con cierta ansia, pues apenas he comido y tengo
mucha hambre. En este momento me da igual lo que puedan pensar mis tíos, mis
primos, las demás personas del restaurante, el resto del mundo o mis amigos si
se presentasen en este mismo momento.
-Pues es una pena que Elia no haya podido
venir –comenta tía Marie sin dejar de sujetarle el biberón a su hija.
-Sí, se ha ido de viaje con… -mira alrededor
para asegurase de que los demás están enfrascados en sus respectivas
conversaciones- con su amiga –hace una pausa-. Ya sabes cómo son –añade
señalando al resto con una cabezada.
Tía Marie asiente comprensiva.
-¿Cuándo vuelve?
-El domingo me dijo.
-Bueno, déjala que disfrute.
-Sí, si yo estoy encantada de que se vaya y
viva su amor, pero podía haber escogido otro fin de semana –añade con rencor.
-Mujer, tampoco es tan importante esta cena –dice
tía Marie.
-No, si no es por la cena…
-Le ha debido de fastidiar mucho perdérsela
–dice tía Marie sarcásticamente.
-Uy, sí. Casi cancela el viaje.
Las dos se ríen.
-Lo que pasa es que –continúa mami tras una
pausa en la que inclina más mi biberón y me acomoda en su regazo-. Mañana yo tenía
una cena con las compañeras del trabajo y no voy a poder ir.
-¿Y eso?
-¿Con quién dejo a este zampabiberones? –dice
Mami dándome un besito en la coronilla.
Sé que lo ha dicho de broma, por eso no me
molesta. Además, le agradezco el beso.
-Mujer, déjamelo a mí –dice tía Marie.
-¿Cómo? –se extraña Mami.
-Déjamelo mañana por la tarde. Se queda
jugando con Laëtitia y Felicia, cena y duerme en mi casa Y el domingo vienes a
recogerlo –añade resueltamente.
-¿Y no te importa…? –Mami le dirige una
significativa mirada.
Esa mirada quiere decir: pañales, chupete,
biberones. 12 años. Cambiárselos. Mayor para llevarlos.
-¡Qué me va importar! –tía Marie le quita importancia
con una sacudida de mano-. Estoy más que acostumbrada a dar biberones y cambiar pañales –señala a
su hija con la barbilla.
-Hombre, pues si puedes hacerme el favor… Yo
encantada, vamos –dice Mami-. Te debo una.
-Ya me debes dos –le dice mi tía.
Ambas vuelven a reír.
Yo me termino el biberón y Mami me da unas
palmaditas para que expulse los gases.
Echo un par de eructos.
Pero…
Espera un momento.
¿Qué es lo que acaba de pasar?
*****
-Ni gota ni gota, ni gota ni gota. ¡Con el
nuevo pañal el bebé no se moja!
Estoy con Mami en mi habitación. El biberón
esta calentito en mi mesita de noche y Mami está sentada sobre la cama dando
palmas y cantando; y yo de pie, vestido únicamente con un pañal, muevo mi
culito al son del ritmo.
-¡Una vez más! –dice Mami-. Ni gota ni gota…
-Ni gota ni gota –sigo yo mientras vuelvo a
bailar, moviendo el pañal de un lado a otro.
-¡Con el nuevo pañal el bebé no se moja!
–terminamos al unísono.
-¡Muy bien, bebéee!! –Mami hace palmas más
rápido, y yo la sigo.
Entonces ella me coge en peso y me sienta en
su regazo.
-¡Alehop!
Yo me río tiernamente y balbuceo.
-Gu-gu, ga-ga.
-Sí –dice Mami-. Vamos a ponerte tu pijamita
y darte el biberón, bebé –pone una voz muy infantil-. Que ya es muy tarde y mi
bebé tiene que irse a dormir –me da un toquecito en la nariz-. Aunque ya ha
dormido mucho esta tarde en el coche, ¿verdad?
Yo me vuelvo a reír a modo de disculpa.
Mami me da un sonoro beso en la mejilla y me
deja recostado sobre la cama. Mientras yo sigo balbuceando como un bebé, Mami
coge mi pijama del armario. Ha escogido el de color rosa clarito. En un
principio no me gustó ese pijama, pero el rosa es tan tenue que parece casi
blanco, y entonces se ve muy mono.
-Una piernecita por aquí… –me dice Mami
abriendo el pijama y enrollando una pata para que me resulte más fácil meter el
piececito-. ¡Muy bien! –me felicita-. Ahora la otra por aquí… -meto el otro pie
por el otro hueco-. ¡Muy bien, bebé!
Después de meterme las piernas, Mami me
incorpora suavemente y me ayuda a pasar los brazos por las mangas.
-Primero una… ¡Eso es, bebé! Y ahora la otra…
¡Muy bien!
Cuando Mami me felicita me pongo muy contento,
y aunque sea por algo tan sencillo como esto, y empiezo a hacer palmitas.
Mami me acompaña también haciendo palmas y
pega su naricita a la mía para darme un besito de esquimal. Después abrocha uno
a uno los botoncitos del pijama, primero los de la parte delantera y luego me
voltea para hacerlo con los de la solapa del culete. Cuando termina, me da unas
palmaditas en el pañal.
-Mi pañal –digo con voz de bebé.
-El pañal de mi bebé –corrobora Mami, y me da
otro besito de esquimal.
Entonces Mami se sienta en la cama y me
coloca a mí encima. Empieza a mecerse tarareando una nana. Yo tengo la cabecita
descansando sobre sus pechos, cierro los ojitos y me dejo envolver por el calor
que irradia el cuerpo de Mami, por la ternura de cada uno de sus movimientos y
la calidez de su voz.
Pero siento mi boquita vacía.
-Gu-gu –digo, y empiezo a abrir y
cerrar los labios muy despacito, pues casi no tengo fuerzas.
-¿Quieres tu biberoncito, bebé?
Sin esperar respuesta, Mami se
inclina hasta la mesita de noche y coge mi biberón. Inmediatamente siento la
tetina en mis labios, los abro, los cierro en torno a ella, y empiezo a chupar
para beberme la leche.
Aún sin abrir los ojos, me
acurruco más contra Mami y se me escapa un gemidito de bebé.
Mis labios se mueven chupando la
tetina del biberón, succionando la leche, que está más calentita y mucho más
buena que la del restaurante, porque es mi leche de cereales. Es una leche para
bebés, para muy bebés, pero a estas alturas a quién le sorprende ya.
Mami se mece conmigo lentamente,
aferrándome con sus bracitos. Con uno me sujeta la espalda manteniéndome con la
cabeza izada, y con el otro inclina el biberón
hacia mí. Yo con los labios chupo de él y con los brazos le rodeo a Mami la
cintura.
-Me encanta alimentarte, bebé
–dice, y me da un beso en la coronilla.
Yo sigo chupando en silencio,
acurrucándome más contra Mami y disfrutando de ser su bebé. Mami también
disfruta dándole el biberón a su bebé. De vez en cuando me da un besito suave
en la frente, me aparta algún mechón de pelo de la boca o palmea suavemente mi
pañal.
Cuando me acabo la leche, Mami me
lo retira cuidadosamente el biberón y me da unas palmaditas suaves en la espalda
para que expulse los gases.
Tras un par de pequeños eructos, inconscientemente
vuelvo a hacer el gesto de chupar con la boquita. Enseguida recibo mi chupete
entre los labios, y empiezo a chuparlo dócilmente.
-Eso es, mi bebé… A soñar…
Mami sigue tarareando la nana mientras
prepara mi cama para acostarme, conmigo en brazos, dándome de vez en cuando
palmaditas en mi pañal. Enseguida me reposa sobre el colchón y me tapa primero
con las sábanas y después con la pesada manta.
-A gu-gu –digo al sentirme
solito.
Mami pone a Wile a mi lado, y yo
me aferro mucho a mi peluche. Ella termina de arroparme, metiéndome las sábanas
por debajo de mi cuerpecito encogido, dejándome
hecho un ovillo.
-Nunca podré agradecer la suerte
que tengo de poder acostar todas las noches a un bebé… Descansa, mi amor.
Y me da un beso en la nuca y una palmadita en el culete, que suena a pañal.
Como siempre un excelente capitulo, espero el siguiente con ansias.
ResponderEliminarMuchísimas gracias! Espero que el siguiente también te guste ;)
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