Hola!
Ya tenéis el penúltimo capítulo de Lucía quiere biberón. Recordad que aunque el décimo sea el último, habrá también un epílogo :)
Disfrutadlo^^
Lucía quiere biberón
Capítulo 9: El Estreno
Sara se bajó del
coche. Dio la vuelta por delante y fue a abrirle la puerta a Lucía, que
esperaba sentada en el asiento de atrás. La niña se desabrochó el cinturón y se
bajó de un salto, teniendo cuidado de que no se le viese el pañal por debajo de
la falda. Antes de salir, le había pedido a Sara si, por favor, le podía poner
uno, ya que estaba muy nerviosa y el pañal le daría seguridad.
En un principio,
Sara se había negado, pero sabía que la experiencia iba a ser dura para Lucía,
y si con un pañal estaba más segura, ella se lo pondría.
De camino tuvieron
que pasar por una tienda de ropa a comprarle una falda a Lucía, pues el pañal
era tan abultado que se notaba mucho debajo del pantalón.
-¿Seguro que
quieres ir con pañal, Lucía? –le había preguntado Sara mientras la niña se
probaba pantalones intentando que no se notase el pañal.
-No, no quiero –le
había contestado-. Pero estoy muy nerviosa y el pañal hace que vaya más segura.
-Pero no puedes
ponerte un pañal cada vez que estés nerviosa, cariño.
-Ya… Pero será
solo esta vez… Lo prometo.
Al final, Sara
accedió. Sabía que estaba haciendo mal, y no le dejaría salir otra vez con un
pañal, pero sí que era verdad que era una ocasión excepcional.
Todo había
empezado con una llamada varios días después de que Lucía se hiciese caca por
la noche. Sara descolgó el teléfono, y cuando escuchó de donde llamaban, no lo
podía creer. Durante la conversación, pensó si de verdad debería ir y, sobre
todo, si debía llevar a Lucía con ella.
Colgó y se pasó
todo el día pensando en la llamada. Se le olvidó incluso el estreno de La Celestina, que era al día siguiente. Al final decidió que iría para darle una
oportunidad, y que llevaría a Lucía porque le habían asegurado que no correría
ningún peligro.
Intentó quitarse
de la cabeza esos pensamientos de camino al ensayo. Era el último antes del
estreno..
La obra había
mejorado bastante, y el director de la compañía les había asegurado que podrían
quedarse con un setenta por ciento de la taquilla que hiciesen, que a repartir
entre actores, técnicos y director no sería mucho, pero menos era nada.
Cuando entró en el
local de ensayo, Laura les estaba contando a los demás compañeros la noticia.
Todos la felicitaron, algunos efusivamente, sobre todo los técnicos de sonido e
iluminación, pero la mayoría lo hizo cómo Sara la primera vez.
Había aprendido
cuando una expresión era sincera y cuando era falsa. Y en ese momento, Sara
veía rostros que sonreían en los que los ojos no participaban, y muchas
sonrisas demasiado forzadas.
<<Todos los
actores somos unos envidiosos>>.
Se unió al corro,
saludó a todos y se dio un fuerte abrazo con Laura.
-Veo que aquí hay
alguien que ya lo sabía –comentó Almudena.
-Perdona pero
Laura y yo nos lo contamos todo –le contestó Sara, fingiendo retintín.
Almudena se rió.
-Por supuesto
–corroboró Laura-. Es mi sister –y la
besó en la mejilla.
-¡Vale, chicas,
chicos! –Jorge, el director, los empezó a instar para que empezase el ensayo
con su estridente y aguda voz-. Ha pasado el momento de las felicitaciones. Me
alegró por ti, Laura. Enhorabuena de nuevo. Pero tenemos que hacer el ensayo
general antes de mañana… Si es que Rodrigo termina de pintar las puertas
–Rodrigo, que estaba con dos brochas a la vez pintando dos rectángulos de
madera, miró a Jorge-. No es El Jardín de las Delicias, Rodrigo –añadió.
El ensayo era con
vestuario. Sara y el resto de actrices fueron a al baño de chicas a cambiarse,
mientras que los actores hicieron lo propio en el suyo.
-¡A ver! –Jorge se
asomó en el baño-. ¿Dónde están las prostitutas?
Teresa y Silvia,
que interpretaban a Elicia y Areúsa respectivamente, se asomaron desde el
fondo.
-¡Aquí!
-¡Bien! ¡Venid que
hay que probaros otros corsés!
-Jorge, llevamos
semanas probándonos corsés. Ya nos hemos decidido por última vez unas
veintisiete veces. Nos quedamos con éstos que tenemos y punto.
-Vamos a ver,
¿vosotras queréis ser ‘’actrices’’? –dijo haciendo las comillas con los dedos-.
¿O actrices? –dijo entonando mientras se llevaba una mano al pecho y la otra la
levantaba ante un público imaginario.
-Lo que queremos
es respirar con el vestuario.
-¡Pues os jodéis!
–las agarró del brazo y tiró de ellas-. Preguntadle a Keira Knightley si podía
respirar con su corsé en Piratas del
Caribe.
-No, no podía. De
hecho se desmayó, se cayó al agua y casi se ahoga.
Salió del baño con
ellas y las demás rieron.
Cuando terminaron
de caracterizarse de sus respectivos personajes, salieron del baño y vieron en
una esquina del escenario, a Teresa y Silvia abanicándose la una a la otra
intentando no morirse. Jorge, mientras tanto, iba de un lado para otro
solucionando desperfectos que sólo veían sus ojos
-Jorge, tenemos un
problema –el jefe del decorado se acercó a él.
-¿Qué sucede?
-Se nos ha roto
una vela. Ahora solo nos queda esta –dijo enseñándosela.
-Ponla delante de
un espejo.
Y salió disparado a
mover a la izquierda un milímetro un jarrón que había sobre una mesa.
-¡Me avergüenzo de
ti! –le dijo al decorador que lo había puesto previamente-. Ahora –se dirigió a
los actores-, ¡¿podemos empezar el ensayo antes de que me salgan canas?! –gritó
dando una palmada-. Uy, qué músculos tienes, amigo –le dijo a un técnico que
pasaba por allí.
Estaban ya todos
los actores en sus puestos, cuando oyeron de nuevo a Jorge gritando a Isidoro,
el actor que interpretaba a Calisto.
-Dije blusa azul
cobalto, no cian. No zafiro. No azul cielo. No añil.
-Jorge, ¿qué más
da? –le dijo Sara.
-No azul marino.
No azul Francia. No azul majorelle.
-¡¿Podemos empezar
ya?! –preguntó en voz alta Laura.
-Podéis hacer lo
que queráis, como estáis haciendo todo el rato con mi magnífica performance –dijo haciendo aspavientos
con las manos.
Al final, y a pesar
de todas las críticas de Jorge, que se movía todo el rato de un lado a otro de
las butacas, siguiendo la obra con la vista, los labios, el cuerpo entero y
prácticamente repitiendo todos los movimientos de cada actor, el ensayo salió
bastante bien.
Jorge dijo que era
adecuado. Y no usaba esa palabra a la ligera. Eso significaba que estaba
sublime. Así lo sentían todos los actores y así sabían que lo harían al día
siguiente.
Cuando terminaron
el ensayo, fueron a ponerse de nuevo su ropa de calle.
-¡Eh! –Silvia
llamó la atención de todas-. Después del estreno salimos, ¿no? Como siempre.
Hubo un murmullo
de aprobación.
-Y con más razón
esta vez que Laura nos abandona –añadió Almudena, actriz que hacía de Alisa.
-Sí, nos deja para
irse a hacer las américas –dijo Teresa-. Va a ser la próxima Pe.
<<Están que
se mueren de envidia, pensó Sara>>
Cuando salían, se
esperó un momento para hablar con Laura.
-Tú vas a ir, ¿no?–le
preguntó.
-Sí… Supongo
–contestó Laura-. Aunque la verdad no me apetece nada salir con esa panda de
envidiosas. ¿Tú qué vas a hacer?
-Saldré también
–contestó-. No quiero dejarte sola con esos buitres… Además, creo que
necesitaré un buen copazo para afrontar lo que tengo pasado mañana.
Y le contó toda la
llamada.
-¿Y piensas que
deberías ir? –le preguntó Laura cuando terminó.
Seguían las dos de
pie en la puerta del teatro. Se habían ido ya todos, Jorge había cerrado, se despedido
de ellas y marchado en su descapotable de morro infinito.
-Creo que estaría
feo si no fuera.
-Sí… Supongo que
tienes razón… -admitió Laura-. ¿Quieres que te acompañe?
-No –se dio cuenta
inmediatamente de que había sonado muy brusca-. No, no gracias. Es… Es algo que
tengo que hacer sola.
-¿Quieres que me
quede con Lucía?
-Creo que Lucía
también debería ir.
-¿Estás segura?
-Sí, sí. Es… Es
algo en lo que he pensado mucho.
-Está bien –Laura
le dio una palmadita de ánimo en el hombro-. Como todas las madres, haces lo
mejor para tu hija.
-Yo no soy su
madre, Laura –Sara giró la cara para evitar mirarla y que su amiga viese la
expresión que adquiría su rostro cuando recordaba que no era la madre de Lucía.
-Bueno, me refería
a que sabes qué es bueno para ella. ¿Quién te iba a decir a ti que lo del pañal
saldría tan bien?
-Ya… Eso fue un
golpe de suerte –Sara se encogió de hombros.
-No hay golpes de
suerte, cielo –le dio un beso en la mejilla-. Me voy que todavía tengo que
hacerle la cena a Esteban. Si necesitas lo que sea, llámame ¿vale?
-Va-vale… Gracias,
Laura.
-Como me vuelvas a
dar las gracias por ofrecerte mi ayuda, te mataré -Sara rió-. Lo digo en serio
–prosiguió Laura-. Cogeré ese cuerpo precioso que tienes, te pondré unos
zapatos de cemento y te tiraré al Llobregat.
Se despidieron y
Sara puso rumbo a su piso. Se dio cuenta de lo afortunada que era por tener una
amiga como Laura, y lo mucho que la iba a echar de menos cuando se fuera.
Cuando llegó al
piso, Lucía estaba haciendo los deberes en su cuarto.
-¿Cómo lo llevas,
guisantito? –le preguntó desde la puerta.
-Muy bien.
Parecía sincera. Y
no los Muy bien que le soltaba Sara a
su madre para que la dejase en paz.
-¿Necesitas ayuda
con algo?
-No –contestó. Pero
enseguida añadió-. Bueno…
-¿Qué es? –Sara
entró en la habitación, contenta de poder sentirse útil.
-Es que… -Lucía
estaba un poco vergonzosa-. Es que esta tarde te has ido al ensayo y no me has
hecho el bibe.
<<¡Así que
era eso!>>.
-Es verdad, mi
amor –le dijo mientras Lucía apretaba su carita contra la barriga de Sara, un
poquito colorada-. Es tarde ya para merendar, ¿pero quieres te haga un bibe?
-¡Vale, sí! –Lucía
parecía muy contenta.
Sara le dio un
beso.
-Termina antes los
deberes, ¿vale, mi amor?
-¡Vale! –y se giró
hacia su cuaderno y hundió la cabeza en unas cuentas que estaba realizando.
Sara fue hasta la
cocina a prepararle el biberón. Cuando estuvo listo, se dirigió de nuevo hasta
la habitación de Lucía.
-¿Estás ya, cielo?
-¡Un momento!
–contestó de dentro la niña.
-Te espero en el
salón.
-¡Vale!
Sara llegó al
salón, dejó el biberón sobre la mesa y se dejó caer en el sofá. Encendió la
tele a ver que estaban echando.
No le gustaba
mucho ver la televisión, ya que no emitían nada que le pudiese interesar. Sara
se informaba navegando en internet, en páginas que no pertenecían a uno u a
otro medio de comunicación y que no publicaban noticas manipuladas por uno u
otro partido político.
Al final decidió
dejar puesto un canal en el que estaban echando una sitcom que ella había visto ya infinidad veces: Friends.
Lucía llegó
enseguida.
-¡Ya está, Sara!
–exclamó muy contenta.
Y se dejó caer sobre ella.
-¡Ay! ¡Eres una
garrapata! –le dijo Sara cuando le cayó encima.
Lucía se rió.
-¿Qué estás
viendo?
-Nada. Una serie
más vista que el tebeo. ¿Sabías que la palabra tebeo viene de una revista que
se llamaba T B O, como Te veo?
-Aaaah… ¿Me das el
bibe?
-¡Oye! –Sara le
dio un cachete cariñoso en el culete-. ¡Que te estoy contando una cosa
interesante!
-¡Pero yo quiero
mi bibe!
Sara se inclinó
hacia ella.
-Eres una glotona.
-Jijijijijiji ¡Chi!
Sara cogió el
biberón de la mesa y lo inclinó hacia Lucía con la tetina en dirección a su
boca. Lucía no espero a que llegase; estiró el cuello y aferró la tetina con
los labios.
Chopchopchopchopchopchopchopchop.
Lucía se tomaba el
biberón con los bracitos encogidos sobre su pecho. Sara le sostenía la cabecita
y le aguantaba el biberón, mientras veía cómo su sobrina se alimentaba.
Le encantaba darle
el biberón, pero a Lucía le encantaba mucho más que se lo dieran. En los
últimos días, Lucía solo se lo había tomado ella sola un par de veces. Casi
siempre era Sara quien se lo daba. Era un momento íntimo que compartían las
dos. Ese y el ponerle y quitarle el pañal.
Lucía ya había
hecho varias amigas en el colegio. Sara había ido a hablar con sus profesores y
todos coincidían que en Lucía era una chica muy inteligente y muy trabajadora,
y que le esperaba un futuro brillante. Se alegraban todos de que ahora
estuviese a cargo de una persona responsable que pudiese fomentar sus
cualidades.
Sara se alegraba
mucho cuando oía esos comentarios de Lucía; sonreía para sus adentros
recordando que a esa niña tan madura y tan inteligente había que darle el biberón
y ponerle un pañal para dormir.
Lucía ya pasaba
mucho tiempo con sus amigas, tanto en el colegio como cuando iba sus casas o
ellas venían al piso de Sara. Cuando eso pasaba, Lucía escondía todas las
bolsas de pañales y los biberones en la habitación de Sara.
-¡A ver si se van
a pensar que la que lleva pañales y toma biberón soy yo! –le decía Sara bromeando
cuando Lucía metía a toda prisa los biberones y las bolsas de pañales dentro
del armario de Sara momentos antes de que llegasen sus amigas.
Sus amigas se
llamaban Angie, Ashai y Lidia. Eran muy simpáticas y divertidas. Todas sacaban
muy buenas notas, sobre todo Angie, que era una empollona de cuidado, y habían
aceptado totalmente a Lucía en su grupo de amigas. De las tres, era Angie la
que había introducido a Lucía en el grupo, y era con ella con quien mejor se
llevaba.
Sara les parecía
una persona muy guay. Estaban acostumbradas a tratar con madres que no veían
películas de anime con ellas ni les dejaban subir los pies al sofá.
Sara estaba muy,
muy feliz de ver a Lucía tan integrada en el cole y de que hubiera hecho tan
pronto buenas amigas.
Pero a pesar de
eso, Lucía había seguido conservando totalmente su lado más infantil. Seguía
queriendo que le pusiesen un pañal, que le diesen el biberón y que la acostasen
junto a Peppy. Y Sara estaba encantada de que aunque Lucía fuese una niña muy
social y extrovertida de puertas para fuera, todavía pudiese acurrucarse con
ella a darle el biberón o a ponerle su pañal antes de dormir. En definitiva, de
conservar esos momentos que las habían unido tanto a las dos.
Lucía se terminó
el biberón, Sara lo dejó a un lado y la aupó para expulsarle los gases. Después
estuvieron un rato viendo la televisión. Ninguna quería ver Friends pero estaban tan amodorradas que
preferían eso a cambiar de canal. Al final, hicieron acopio de unas fuerzas que
no sabían dónde estaban y, entre las dos, tirándose de los brazos y empujándose
la una a la otra con los pies, consiguieron levantarse e ir a la cocina a hacer
la cena.
A pesar de que
mientras ella quisiera, Sara le iba a poner el pañal y darle el biberón, quería
enseñarle a Lucía poco a poco a ser autosuficiente en lo demás. Esa noche, le
enseñó a hacer un puré de verduras; a lavarlas, cocerlas, aliñarlas y luego
triturarlas.
Lo hicieron entre
las dos y al final no estaba tan bueno como el que preparaba Sara sola, sin
embargo, para ser la primera vez que Lucía cocinaba, no estaba nada mal.
-Vas a ser una
gran esposa, Lucía –le dijo Sara irónicamente mientras cenaban.
-¡Cállate! –Lucía
le tiró una miga de pan.
-¿Qué pasa? –Sara
siguió con la broma-. ¿Es que no quieres pasarte la vida fregando platos,
barriendo la casa, planchando ropa y pariendo a los hijos de tu marido?
-¡Pues no!
–contestó-. Ni siquiera quiero tener hijos.
-¿Por qué?
-Porque no sabría
cómo ponerles el pañal.
Las dos rieron con
ganas.
A Sara le
encantaba el humor de Lucía y su capacidad para seguir las bromas.
Terminaron de
cenar, y como entre el ensayo, el bibe que le había dado más tarde de lo
habitual y la pereza de ambas en el sofá, era demasiado tarde para ponerse una
película. Fueron directamente a la habitación de Lucía a ponerle el pañal y acostarla.
Sara dejó a Lucía
poniéndose el pijama mientras ella iba a prepararle el biberón. Llegó y se
encontró a Lucía tumbada boca arriba en la cama, llevando solo la camiseta del
pijama. También había sacado un pañal y lo había puesto a su lado.
-¡Aquí está el
bibe! –dijo Sara mientras lo agitaba.
-¡Bibeee!
Sara se inclinó
hacia Lucía, ocultado el biberón tras de su espalda.
-¿Qué quieres
antes? ¿Qué te dé el bibe o te ponga el pañal? –le preguntó en tono infantil y cariñoso.
-Ummm… -Lucía pensó
rascándose la barbilla-. ¡Las dos! –contestó con una sonrisa.
-¿Las dos? –Sara
se sorprendió, aún poniendo el tono infantil.
-¡CHI!
-Pero no te puedo
poner el pañal y darte el bibe a la vez, mi amor.
-Ummm… ¡Me tomo el
bibe mientras me pones el pañal! –dijo la niña.
-¡Muy bien, mi
amor!
Sara le tendió el
biberón, que Lucía cogió inmediatamente y se llevó a la boca. Sara empezó
entonces a ponerle el pañal.
Le levantó las
piernecitas con una mano, le pasó el pañal por el culete y las dejó caer
con suavidad. De fondo se oía el chochopchop de Lucía chupando la tetina.
Sara levantó la mirada y la vio. Lucía la miraba mientras se tomaba el biberón
con una sonrisa, lo que hacía que se le cayesen unas gotitas de leche por la
comisura de los labios.
Estaba tan mona…
-Cuidado, mi amor.
Que te estás manchando.
-¡Uy! –Lucía se
dio cuenta y se limpió la boca con el dorso de la manga del pijama. Se volvió a
llevar el biberón a la boca y siguió tomándoselo.
Sara le pasó el
pañal por delante y se lo sujetó al cuerpo fuertemente con las cintas. Se incorporó
y miró a Lucía. Se tomaba el biberón, acostada bocarriba sobre la cama,
llevando solo la parte de arriba del pijama y con un pañal puesto que quedaba
al descubierto.
-¿Puedo hacerte
una foto, mi amor?
Lucía paró de
tomarse el biberón y la miró, recelosa.
-¿Una foto? ¿Una
foto para qué?
-Para imprimirla y
pegarla por todo tu colegio –contestó con sarcasmo-. ¡Para guardarla yo, tonta!
¿Para qué va a ser si no?
-Está bien…
-seguía un poco desconfiada.
-¡Lucía! –Sara
estaba sorprendida-. Que no se la voy a enseñar a nadie, jopé. Que es para
tenerla yo.
-Vaaale.
Sara sacó el
móvil.
-¡Pero sonríe un
poco, hombre! ¡Que estabas muy bonita!
Lucía sonrió pero
le salió forzado.
-No te gusta que
te hagan fotos, ¿verdad?
-Es que no quiero
que alguien me vea con pañal y bibe.
Sara la entendía
pero le fastidiaba un poco que no se fiase de ella.
-Lucía, me molesta
que creas que le voy a enseñar esta foto a alguien –le dijo.
-Jo… No te
enfades, porfi…
-¿Acaso crees que
voy a ir enseñando esta foto por ahí?
-Sé que no…
-Esta foto es para
mí. No tengo ninguna tuya, y estás francamente guapa con tu bibe y el pañal.
-Ya lo sé… Jopé,
lo siento, Sara…
La niña bajó la
cabeza y Sara vio que estaba sollozando. Rodeó la cama y se sentó a su vera.
-Lucía… -le pasó
un brazo-. No llores, cariño.
-Es que… Tú te has
portado tan bien… Y yo… ¡Hip! Y yo creyendo que… ¡Hip! Que le ibas a enseñar la
foto a al... ¡Hip! A alguien…
Sara la abrazó.
Lucía volvió a bajar la cabeza.
-Perdóname, Sara… ¡Hip!
Perdóname, porfi…
-Te perdono, Lucía
–le dio un beso en el pelo.
-¿De verdad?
-De verdad de la
buena.
Lucía levantó la
cabeza. Tenía los ojos enrojecidos.
-Échame una foto
bien ahora –le dijo.
Sara sonrió. Se
levantó y le echó la foto buena. Al verla, veía a una niña con su bibe en la boca
y su pañal al aire. Y esa niña era Lucía. Y esa niña, aún con los ojos rojos,
estaba muy guapa. Quizá se debía a la sonrisa verdadera que lucía en su rostro.
En las últimas horas, Sara había aprendido a distinguir las sonrisas verdaderas
de las falas, y la de Lucía en ese momento era auténtica.
Estuvieron un rato
fotografiándose las dos. Con biberón, sin biberón, viéndose el pañal, ahora que
no se viera... Una de ellas les gustaba mucho, particularmente a Sara. Era un
autofoto en la que salían las dos de cintura para arriba sentadas en la cama,
dejando ver un poquito solamente de la parte de arriba del pañal de Lucía, que
si no sabías que llevaba pañales, no parecía un
pañal. Lucía tenía a Peppy en brazos y salía dándole un beso en la
mejilla a Sara.
Tras acostar a
Lucía, Sara fue hasta el salón, y antes de irse a la cama, estuvo un buen rato
viendo en el móvil todas las fotos que se habían hecho, haciendo zoom a la
carita de Lucía para ver la expresión de felicidad que había en su rostro, y
yéndose a dormir con esa bonita imagen en su mente.
Al día siguiente,
sin embargo, ya no estaba tan relajada. Le entraron todos los nervios previos a
un estreno.
Lucía la notó
distante cuando le estaba dando el biberón. La niña dejó de chupar la tetina y,
aún acurrucada en sus brazos, le preguntó si le pasaba algo.
-No es nada,
Lucía, cielo –le contestó intentando que no se notase su inquietud-. Es que me
pongo un poco nerviosa antes de estrenar una obra.
-No te preocupes,
tía Sara –le contestó Lucía-. Seguro que lo haces súper súper bien. Te he visto
ensayar y me gustaba mucho cómo lo haces –Sara sonrío. Le llevó de nuevo el
biberón a los labios, y Lucía siguió tomándoselo.
Era un amor que
Lucía se diese ánimos. Su sobrina no sabría mucho sobre interpretación, pero la
manera que tenía de animarla, le subió mucho la moral a Sara.
Después de comer,
Sara empezó a prepararse el vestuario para la obra y lo que se pondría después
para salir. Estaba en su habitación doblando ropa y dejándola sobre la cama
cuando entró Lucía. Se acababa de despertar de la siesta y llevaba su pañal
puesto y a Peppy entre sus brazos.
-¿De verdad es
necesario que me quede a dormir en casa de Esteban? –le preguntó.
Sara le había
dicho que esa noche, las compañeras de teatro saldrían a celebrar el estreno y
a despedir a Laura. Lucía no se había tomado bien al principio tener que dormir
en casa de Laura porque no quería que Esteban ni nadie la viese con pañal. Sin
embargo, después de que Sara le prometiese una y otra vez que nadie la iba a
ver con pañal, Lucía se mostró más dispuesta, pero aún no veía el plan con
buenos ojos.
-Sí, cielo –le
contestó Sara-. Esta noche es la despedida de Laura. Además –añadió-, ya te he
dicho que nadie va a verte con pañal. Dormirás en la habitación de Laura y
Esteban en la suya. Te pondré el pañal antes de irte, y mañana por la mañana,
cuando despiertes. Estaré ahí para quitártelo.
Lucía se sentó de
piernas cruzadas sobre la cama de Sara, parecía que todavía seguía dándole
vueltas al plan en su cabeza, intentando buscar algún resquicio o un cabo
suelto.
-¿Y si me hago
caca por la noche?
-No comas hamburguesas
del McDonalds ni bebas batidos de ochocientos litros y eso no pasará –le contestó
con segundas.
-Ja, ja –Lucía rió
sarcásticamente -. Muy graciosa… ¿Pero y si hay que cambiarme el pañal por
algún otro motivo en plena noche?
-¿Qué otro
motivo?-Sara arqueó una ceja.
-No sé… Que me
haga pipí, por ejemplo.
-Lucía, cuando te
haces pipí estás dormida.
-¿Pero y si me
despierto? Cuando no llevaba pañal, me despertaba cada vez que me hacía pipí.
-Pero ahora llevas
pañal –le replicó Sara haciendo hincapié en esa evidencia.
-Jo… Yo no quiero
dormir en casa de Esteban –refunfuñó.
-Yi ni quiri
dirmir en quisi di Istibin –se burló Sara imitando su tono de enfado.
-¡Jum! –Lucía se
acostó boca abajo y enterró la cara en el edredón de Sara-. Yo no quiero ir
–dijo con la boca taponada.
Sara la dejó ahí y
siguió preparándose el vestuario. Salió de la habitación y fue hasta la cocina
a por su infusión de menta y limón, que se tomaba siempre antes de actuar. Se
sentó en la mesa, repasando mentalmente su texto cuando Lucía entró.
-Tía Sara, ¿me
quitas el pañal? –le preguntó con voz tímida.
-Claro, cielo –le
contestó-. ¿Quieres que te lo quite ya?
-Sí, quiero prepararme
la mochila.
-Muy bien, cariño
–Sara dejó la infusión sobre la mesa y se levantó.
Fue detrás de
Lucía hasta su cuarto. La niña se tumbó en la cama boca arriba, como era costumbre,
en la posición de ponerle y quitarle el pañal.
Sara le desabrochó
las cintas y separó el pañal del cuerpecito de su sobrina; le levantó las
piernas y lo extrajo. La limpió y salió con el pañal hecho una bola.
<<Si lo
encesto, es que el estreno nos va a salir bien, pensó cuando llegó a la cocina
y vio el cubo de basura abierto>>
Por si acaso, dio
dos pasos hacia delante. Lanzó y encestó.
Por extraño que
pudiera parecer, eso le dio más confianza, pero ésta se esfumó enseguida. Se
sentó de nuevo a la mesa y se terminó su infusión. Miró la hora en su móvil.
Debía salir en quince minutos. Los nervios crecieron en su estómago como un
enredadera.
<<Tengo que
mear>>
Cuando evacuó, le
entraron ganas de hacer pis otra vez.
<<Al final
me voy a tener que poner un pañal también>>
Meó de nuevo y fue
a ver si Lucía estaba lista.
Se asomó a la
habitación y la vio sentada sobre la cama leyendo Las Lágrimas de Shiva.
-¿Estás lista? –le
preguntó.
-Sí –contestó Lucía
levantando la vista de la lectura un segundo.
-A ver… -Sara fue
hasta su mochila, la misma que tenía cuando llegó a su casa, y miró el
contenido-. Pijama, ropa para mañana, Peppy y dos pañales. Está bien.
Desde luego, Lucía
era muy madura para la edad que tenía.
-He echado dos por
si hay alguna emergencia de cualquier tipo.
-Bien pensado,
guisantito –miró la hora de nuevo-. Pues… Vamos a irnos ya, ¿te parece?
-Sí –contestó-.
Bueno, un momento.
Fue hasta el
escritorio y echó un libro más en la mochilita. Sara lo reconoció como suyo.
-¿Por qué te has
echado mi libro de La Isla del Tesoro?
–le preguntó.
-Porque la
señorita Isabel nos lo ha mandado para que nos lo leamos –contestó.
A Sara le extrañó.
Era un libro para adultos. O juvenil como mínimo. Pero desde luego no infantil.
-¿La profesora os
ha mandado leer La Isla del Tesoro?
-Bueno… Solo a mí
–Lucía pareció un poco avergonzada-. En clase hablamos de Stevenson y le dije
que tú tenías un libro suyo. La profesora me preguntó que cuál era y le dije
que La Isla del Tesoro. Entonces ella
me dijo que si podía que me lo leyese que era un libro de aventuras y me iba a
gustar muchísimo. Me dijo que aunque no fuese para mi edad, yo me lo podría
leer sin problemas.
Sara sonrió. Desde
luego, Lucía podía leer La Isla del
Tesoro sin problemas. Pero le encantaba sobre todo que su profesora recomendase
buena literatura aunque no fuese para su edad.
-Yo nunca te voy a
prohibir leer un libro para muy para mayores que sea –le dijo Sara-. Beber
cerveza teniendo menos de 18 años, sí. Bueno, si veo que eres responsable, te
daré de probar un poquito antes. Pero un libro nunca.
Lucía se rió.
A Sara le vino bien
esta pequeña charla maternal para desconectar, pero enseguida su mente volvió
de nuevo al estreno de esa tarde. Apremió a Lucía para salir y enseguida ambas
estaban en el coche. Sara conducía hasta el teatro en silencio, y Lucía tampoco
decía nada, respetando su concentración.
Cuando llegó al
teatro, vio que el coche de Laura ya estaba en el parking. Entró, con Lucía de
una mano y su vestuario en la otra, y vio a Esteban sentado en el patio de
butacas. Le dijo a Lucía que fuese con él y ella entró al camerino.
Dentro, el
ambiente era de extrema concentración. No había el murmullo habitual de los
ensayos ni el dicharachero tono de cuando ya llevas varias representaciones de
una misma obra.
-He dejado a Lucía
con Esteban –le dijo a Laura.
En ese momento,
Jorge entró en el camerino.
-Desastroso. Atroz.
Terrible. Apocalíptico.
-¿Qué pasa ahora?
–le preguntó Silvia.
-Les dije a los de
la tintorería que quería estas cortinas verde menta. No verde jade. No verde
oliva. No verde chartreuse. No verde esmeralda. Dije verde menta.
-¿Sabes, Jorge? –Sara
le habló con solemnidad-. Vete a la mierda.
Todos rieron en el
camerino.
En el patio de butacas, Lucía y Esteban
hablaban sobre la obra.
-¿Pero tú sabes de qué va? –le preguntó Esteban.
-Tía Sara me dijo que iba de un hombre que se
enamora de una mujer pero ella no le quiere y entonces él recurre a una bruja
que antes era prostituta para que la chica se enamore de él.
-¿Qué es una prostituta?
-¿Cómo, qué? –esa pregunta la pilló desprevenida.
A veces se le olvidaba que Esteban era más pequeño
que ella. Pero claro, cuando llevas pañales y tomas biberón siendo ya mayor
para ambas cosas, es normal que te olvides a veces de tu edad real.
-Pues es… Eh… Una mujer que… Eh… Que se
acuesta con los hombres por dinero.
-¿Pero se acuesta a dormir con ellos? Jo, es
el trabajo más fácil del mundo.
-Nonono –replicó rápidamente Lucía-. Se
acuesta para… ¿Para hacer el amor? –dijo mirándole, sin estar segura de que
Esteban supiera qué era hacer el amor.
-¿Qué es hacer el amor?
-Pues es… Es… Es una cosa que hacen los
mayores... Pregúntale a tu madre –añadió rápidamente.
Suspiró. Que se comiese el marrón Laura. Al
fin y al cabo, era su hijo.
La gente empezó a entrar poco a poco. Lucía
vio al dueño del bar al que fue con tía Sara, Joe, pero no conocía a nadie más.
La obra empezó puntual. Lucía la observó con
atención. Le encantaba la historia, y tía Sara lo hacía muy bien. No sabía si
era porque era su tía, pero le pareció que era la que mejor lo hacía. Laura
tampoco lo hacía nada mal, pero no estaba al nivel de su tía.
Cuando terminó, el público se puso de pie y
aplaudió a rabiar. Los actores volvieron a salir a recibir la ovación. Lucía se
puso de pie sobre la butaca y empezó a aplaudir muy fuerte. Esteban la imitó.
Lucía vio que tía Sara los estaba mirando y les saludaba. Ésta le dio un codazo
a Laura y les señaló donde estaban. Laura los vio y los saludó agitando la
mano.
En ese momento subió al escenario el que
Lucía sabía que era el director. Iba vestido con un traje blanco y una bufanda
rosa, y recibía los aplausos de todos, incluidos los actores, que se acercaban
y le daban palmaditas en la espalda.
Entonces le pasaron un micrófono.
-Damas y caballeros –decía mientras su voz se
amplificaba en los altavoces-. Muchísimas gracias a todas y a todos por venir.
Es un placer haber podido dirigir esta representación, pero cuando un tiene un
texto de, aparentemente Fernando De Rojas, aunque no está confirmada su
verdadera autoría, y unos actores tan maravillosos…
-¡Pelota! –le gritó Sara.
El público se rió. Hasta Jorge también lo
hizo.
-Decía –continuó el director-, que cuando uno
tiene actores tan maravillosos, es más difícil hacerlo mal que bien.
El público aplaudió de nuevo.
-Y hablando de los actores, la piedra angular
de toda obra, quería deciros, aunque sé que ella me va amatar, que nuestra
compañera, Laura Garrick… ¡Va protagonizar en Hollywood una película!
El público se quedó estupefacto, pero
aplaudió con mucha fuerza. Sus compañeros
y Jorge sobre el escenario también.
-¡Máquina! –le gritó uno de los actores.
Todos tenían una sonrisa muy forzada.
-¡Guapa! –le gritó Sara.
Su expresión sí que era de felicidad real.
Al final, Laura tuvo que coger el micrófono.
-Gracias, gracias –dijo, visiblemente
sonrojada-. Bueno, en realidad, soy actriz secundaria –y el público se rió-,
que aquí el dire quería ponerme por las nubes –hizo una pausa-. Nada deciros
solo que os voy a echar de menos a todos –se dirigió al público y a los
actores-, que ha sido un placer actuar
para vosotros y con vosotros. ¡Gracias!
Volvieron a aplaudir. A Lucía ya le dolían
las manos. La ovación duró un rato más, pero finalmente, los actores pasaron de
nuevo detrás del telón.
-¿Cómo me haces
eso, cabronazo? –le dijo Laura a Jorge bromeando.
Sara la oyó
mientras se quitaba la pesada peluca de la cabeza.
-Así ahora todos
sabrán la pedazo actriz que hay aquí –contestó-. Disculpadme, Tico ha venido a
ver la obra y se pone nervioso cuando hay mucha gente. Voy a buscarle.
-¿Quién es Tico?
–preguntó Silvia.
-Su perro
–contestó Teresa.
-Será falso el tío
–dijo Laura cuando Jorge ya se había ido-. Solo lo hace para que todo el mundo
sepa que –y puso una voz de pito imitando a Jorge-, él dirigió a esa actriz que
va a parecer en esa película.
Sara se acercó a
ella.
-Ni te rayes. Ya
sabes cómo es.
-Sí…
-Oye, voy a salir
a saludar a Lucía. ¿Te vienes?
-Sí, sí. Y así veo
a mi Esteban también.
Fueron hasta las butacas
donde los habían dejado sentados. Allí estaban los dos. En cuando las vieron
fueron hacia ellas y las abrazaron. Les empezaron a decir que lo habían hecho
muy bien y que les había encantado la obra.
-Bueno, yo no la
he entendido del todo –dijo Esteban.
Los tres se
rieron.
-¡Bravo! –dijo una
voz conocida por detrás. Sara se dio la vuelta y era Joe-. Oh, morenas, habéis
estado sublimes.
-Vaya, vaya –dijo
Laura mientras recibía el abrazo de Joe-. Mira quien ha aparecido por fin en una
obra nuestra.
-¿Has cerrado el bar
por nosotras? –le preguntó Sara riendo mientras Joe la abrazaba.
-¡Ni hablar!
–contestó-. He dejado a cargo a Alberto. El pobre estaba tan nervioso que creía
que se iba a mear encima.
Sara, Laura y Esteban
se rieron. Lucía también, pero con una risa muy forzada.
Sara la miró
disimuladamente sonriendo y Lucía le dedicó una mirada de pánico. Ninguno de
los demás se dio cuenta.
Joe se puso a
hablar con Laura de su inminente partida a Estados Unidos, diciéndole que si se
enteraba de algún local por Los Ángeles que quedase libre, le informase.
-Pero Joe –le dijo
Laura-, tú no tienes dinero para pagar un local en Los Ángeles.
Se volvieron a reír
todos.
Joe se despidió de
ellas y se fue de nuevo a su bar. Había recibido una llamada de Alberto diciéndole
que no sé qué botella de vino se había roto y Joe puso una cara de horror y
salió corriendo.
Sara y Laura
volvieron dentro a cambiarse, prometiéndoles antes a Esteban y Lucía que
saldrían enseguida e irían los cuatro a por una pizza.
En el camerino,
mientras Sara se estaba cambiando, se acercó Isidoro.
-Sara –la saludó-.
Lo has hecho genial –y le dio un abrazo.
-Gracias, Isidoro.
Tú también has estado sublime, como siempre.
-Uno hace lo que
puede –contestó-. Escucha –bajó un poco la voz-. Un compañero mío de la escuela
de interpretación está haciendo un casting para una serie que van a estrenar el
año que viene en no sé qué cadena –le dio una tarjeta-. Me ha dicho si conozco
a alguna chica morena, particularmente atractiva pero sin pasarse que sepa
actuar bien, así que…
-¿Me estás
llamando fea? –bromeó Sara.
-No, no –Isidoro
rió-. Dios me libre. Es solo que… Bueno, que das el perfil y yo creo que tienes
posibilidades para conseguir el papel. En la tarjeta está la fecha del casting.
Ve y hazlo. No pierdes nada.
-Vaya –Sara estaba
perpleja-. Muchas gracias, Isidoro. Te debo una.
-No me debes nada
hasta que no consigas el papel –le dijo. Y se fue a terminar de quitarse el
vestuario de Calisto.
Sara guardó la
tarjeta en su cartera.
Había hecho muchos
castings para series de televisión a lo largo de su vida y no la habían cogido
en ninguno, por lo que no tenía muchas esperanzas y dudó incluso en si
presentarse a ese. Pero bueno, el no ya lo tenía así que…
Mientras esperaban a tía Sara y Laura, Esteban
empezó a decirle entusiasmado las películas que podrían ver esa noche. Lucía le
dijo que seguramente los acostarían pronto porque se les haría tarde después de
ir a cenar.
En realidad, no sabía si eso iba a ocurrir
pero de lo que sí estaba segura era de que quería que tía Sara le pusiese el
pañal y la acostase cuanto antes.
Ella volvió enseguida, vestida de calle y con
el vestuario de Melibea bajo el brazo.
-Tu mamá sale en seguida, Esteban –le dijo-.
Está recibiendo las últimas felicitaciones.
Esteban contestó con un Vale que a Lucía no
le sonó muy entusiasmado. Sabía que no le hacía mucha gracia tener que dejar el
cole e irse a vivir a otro país. Lucía podía entender perfectamente cómo se
sentía. Había experimentado algo parecido varias veces en su vida, pero ahora
parecía que por fin había conseguido una necesaria estabilidad.
Laura apareció por fin. Iba vestida con ropa
de calle también, pero a diferencia de Sara no llevaba el vestuario colgado del
brazo.
-He dejado la ropa por si le hace falta a la
sustituta –dijo-. Aunque supongo que si tengo éxito Jorge la subastará en
internet.
Fueron todos a cenar una pizza a un
restaurante italiano que había cerca del teatro. Después se dirigieron al piso
de Laura. Ellas iban a acostarlos y luego se irían de fiesta.
-Y vosotros nada de fiesta en casa –les dijo
Laura-. Cada uno a dormir en su habitación. Mañana haremos las fiestas que
tengamos que hacer.
-Mamá –Esteban no parecía muy convencido de
lo último-, cuando sales, al día siguiente no estás para fiestas. Siempre te
duele la cabeza y te molesta cualquier ruido.
-Sí, mamá –le dijo Sara con sorna-. ¿Por qué
al día siguiente de salir te duele la cabeza y te molestan los ruidos?
-Cállate.
El piso de Laura era más grande que el de tía
Sara. Tenía tres habitaciones: la de Esteban, la de Laura y otra llena de
chismes que servía de trastero. Pero por otro lado, parecía mucho más viejo que
en el que vivía Lucía. Tía Sara le había dicho que antes era de los padres de
Laura, pero que se lo dejaron en herencia al morir.
-¿Qué vas a hacer a hora con el piso? –le
preguntó tía Sara al entrar.
-Venderlo no, eso seguro –contestó Laura-. Lo
dejaré como está por si vengo alguna vez. Le tengo mucho cariño como para
venderlo. Si quieres, vente tú a vivir y olvídate de pagar el alquiler.
-Gracias, pero estoy muy a gusto en mi piso
que se limpia en una hora. Además me pilla cerca del trabajo y del cole de
Lucía.
Laura le enseñó la habitación donde iba a
dormir. Era muy grande, con una cama de matrimonio con un cabezal de madera muy
viejo. Los muebles y la decoración también parecían del siglo pasado.
-Siempre digo que en esta habitación debió de
nacer Matusalén –dijo tía Sara al entrar.
-Ja, ja. Muy graciosa –Laura entró detrás de
ellas-. Solo he venido a coger unas mantas para el sofá, que por la mañana me
da mucho frío. Os dejo para que os instaléis.
Salió de la habitación cerrando la puerta
tras de sí.
Lucía se sentó en la cama y se descolgó la
mochila.
-Da un poco de miedo, ¿no?
-Bueno, es antigua, eso sí –tía Sara se sentó
a su vera-. Venga, voy a ponerte el pañal que Laura y yo nos vamos a ir ya.
Sara miró a Lucía.
La niña tenía una expresión de preocupación en el rostro.
-Oye, Lucía… ¿Seguro
que estás bien?
-Sí, es solo que…
-Nadie te va a ver
con pañal –le dijo Sara de nuevo.
-No es solo el
pañal, es que… -Lucía bajó la cabeza. Sara se levantó, se situó frente a ella y
le levantó la carita suavemente cogiéndole la barbilla-. Es la primera noche
que no voy a dormir en el mismo sitio que tú… Y me da miedo que no vuelvas…
-¡Lucía! –Sara la
abrazó-. No te voy a dejar, mi amor.
-Vale… -contestó
la niña mientras sollozaba sobre su pecho-. Tampoco me vas a dar el bibe hoy ni
mañana por la mañana. Y esta tarde tampoco me lo he tomado…
Sara se sintió muy
mal. Iba a salir de fiesta, olvidándose del biberón de Lucía. No había pensado
en ese detalle. El momento de darle el biberón, era muy especial para las dos.
Tanto o más que ponerle el pañal, y ahora ella se iba, despreocupándose
totalmente del bibe de Lucía. Si se hubiera quedado a dormir en su piso, hubiera
sido distinto. Porque podría darle el biberón antes de salir y al día siguiente
por la mañana también. Incluso si no hubiera sido el estreno, podría haberle
dado el biberón de la merienda. Pero no. Había pensado tanto en el estreno de la
obra y en la fiesta de después que se había olvidado de las necesidades de su
sobrina.
-Lucía –le dijo Sara
muy seria-. Lo siento. Lo siento mucho. Te prometo, y una promesa es una
promesa, que voy a darte el biberón todas las noches, y todas las mañanas y
cada vez que me lo pidas. Pero perdóname esta vez. He pensado solo en mí y se
me ha olvidado tu bibe. Te prometo que no volverá a pasar.
-Vale –contestó la
niña frotándose los ojitos.
Sara le dio un
fuerte abrazo y un sonoro beso en la mejilla.
-Venga –dijo
tratando de poner un tono más animado-. Vamos a ponerte el pañal y a acostarte.
Lucía se tumbó
boca arriba sobre la cama, levantando las piernecitas. Sara fue hasta su
mochila, y sacó uno de los pañales. Le quitó los tenis a su sobrina, luego le
bajó el pantalón y las braguitas. Le levantó las piernas y le pasó el pañal por
debajo. Las dejó caer y pasó el pañal entre ellas. Se lo pegó a su cuerpecito y
se lo abrochó fuertemente con las dos cintas, para darle una sensación de
protección y seguridad. Lucía agitó sus extremidades, contenta de llevar su
pañal. Sara la levantó en peso y le dio de nuevo un beso en la mejilla.
-¿Estás lista ya,
Sara? –preguntó Laura desde el otro lado de la puerta.
-Enseguida –le
contestó tía Sara-. Bueno, mi guisantito –se dirigió a Lucía-. Ahora tienes que
acostarte, ¿vale? Si quieres puedes leer un poco, pero enseguida apagas la luz
–la dejó sobre la cama -. Ponte el pijamita que antes de que te des cuenta,
estaré aquí otra vez –le dio un beso en la frente-. Te quiero mucho,
guisantito.
Fue hasta la
puerta, la abrió un poco, salió y cerró con cuidado.
-Ya estoy –le dijo
a Laura, que la estaba esperando en la cocina.
-Por fin –miró su
móvil-. Éstas están ya en Courk. Vámonos.
Cuando salieron,
su amiga se fijó en qué no tenía buena cara.
-¿Te encuentras
bien?
-Sí, es solo que…
Bueno, me pone un poco triste dejar a Lucía sola.
-Es la primera vez
que sales por la noche desde que se vino a vivir contigo?
-Sí, y me siento
un poco mal…
-Eso es normal al
principio –le contestó su amiga-. Con el tiempo verás que no pasa nada y saldrás
sin ese sentimiento de culpabilidad.
-Se me ha olvidado
darle el biberón –las palabras le salieron de la boca como un reproche a sí
misma-. Esta tarde, esta noche y mañana por la mañana tampoco podré dárselo.
-Bueno, mientras
no se te haya olvidado ponerle el pañal y me moje la cama…
-¡Cállate! Eso sí
que lo he hecho –y bajó la cabeza.
-Escúchame –Laura
le levantó la cabeza cogiéndole de la barbilla, como había hecho ella con Lucía
momentos antes-. Lucía va estar bien, y Esteban también. Y esta noche tú y yo
vamos a salir a quemar la ciudad. Es mi despedida y a saber cuándo podemos
salir otra vez de fiesta. Así que sécate esas lágrimas y vamos a por las
primeras cervezas de la noche.
Laura tenía razón.
Sara sonrió y asintió.
Lucía no podía dormir.
Había pagado la luz hace tiempo, pero estaba
inquieta y le costaba conciliar el sueño. Tenía la mente muy activa y pensaba
en muchas cosas a la vez. Los distintos pensamientos se entremezclaban en su
cabeza y se mantenía totalmente activa. Abrazaba la almohada con una mano y con
la otra a Peppy. No le gustaba esa cama. No le gustaba esa habitación.
Se tocó el pañal un momento. Estaba seco.
Ella sabía que estaba seco porque no se había dormido.
Cambió de postura. Soltó la almohada, la puso
paralela al cabezal y se acurrucó abrazando a Peppy con las dos manos. Estaba
muy inquieta. A los bebés les daban para calmarlos un chupete, pero ella no
tenía en ese momento ni una tetina de biberón para chupar. Probó a meterse el
dedo pulgar en la boca, pero tenía que cambiar toda su postura y soltar una
mano de Peppy, y eso sí que no lo quería. Abrió los ojos. Entraba luz por la
ventana y hacía que las sombras de todos objetos sumamente viejos de la decoración
del cuarto, como perros de porcelana y pastores que había por las estanterías
hiciesen unas sombras nada tranquilizadoras en la pared. Volvió a cerrar los
párpados. Se cambió de nuevo de postura y se puso bocarriba, intentado que el
pañal sonase lo mínimo, aunque la habitación de Esteban estaba en la otra punta
de la casa y era imposible que lo oyese. Se palpó el pañal por delante. Le gustaba
el tacto del plástico. Tía Sara le había puesto un pañal de Mulán, y se imaginó
como luciría la guerrera en los dibujos del mismo. No le preocupaba hacerse
pipí, se sentía segura con el pañal puesto. Sabía que si se hacía pipí, podría
volver a dormirse. Lo que le preocupaba era que le viniesen las ganas de hacer
pipí sin haberse dormido aún y que tuviera que hacérselo encima. Y más aún, le
preocupaba que eso pudiese pasar más de una vez.
Se puso de nuevo boca abajo. Tenía que
intentar dormirse. Se puso a contar hacia delante hasta cien a ver si así lo
conseguía, pero su cerebro enseguida empezaba a irse de nuevo a la posibilidad de
tener que hacerse pipí encima y perdía la cuenta.
Se relajó. Si no dejaba de pensar en eso, se
haría pipí seguro.
Sara estaba en la
discoteca Sarao con las demás
compañeras. Estaban todas sentadas en los sofás y con una copa en la mano. Se
habían marchado de Court y seguían
con su particular ruta etílica. Sara ya casi se había acabado su copa, pero Laura
llevaba dos más que ella.
Sus compañeras no
paraban de darle consejos a Laura sobre la que sería su nueva vida y hacían
cábalas sobre a qué famosos podría conocer, y con cuáles podría ligar.
-Ay, tía. Ojalá te
encuentres con Christian Bale –le decía Silvia.
-Pues a mí me
gusta más Tobey Maguire –replicaba
Teresa.
-Oye, ¿Y Hugh
Jackman?
Mientras tanto, Sara
no podía dejar de pensar en Lucía. La había dejado sola. Suponía que estaba
durmiendo pero algo en su cabeza le decía que no. La había visto muy triste
cuando habían salido, y aunque al ponerle el pañal se había mostrado más
alegre, lo cierto es que Sara la notaba muy alicaída.
<<Ella queriendo
su biberón y yo preocupándome solo de que me iba a poner para salir. ¿Así cómo
vas a ser su madre, Sara?>>
-¡TRAGA! ¡TRAGA! ¡TRAGA!
¡TRAGA! –le decían sus compañeras a Laura.
Ésta se iba
tomando la copa de un trago y cuando la vació, la dejó fuertemente sobre la
mesa y eructó. Hasta un grupo de chicos que había en la mesa de al lado le
aplaudieron.
-¡Y ahora otra!
–le dijo Teresa.
-Sí, pero esta vez
me va a acompañar Sara a por ella.
Se levantó y tiró
de su brazo, arrastrándola por todo el bar de la mano.
-Oye, espabila que
estás dormida –le dijo cuando llegaron a la barra.
-Ya, ya lo sé… Es
que no puedo parar de pensar en Lucía.
-Mira, la primera
vez que salí cuando fui madre, Esteban era un bebé. Había que cambiarle los
pañales…
-¡A Lucía también
hay que ponerle pañales! –le cortó Sara.
Laura le hizo un
gesto al camarero para que se acercase y pidió dos copas.
-Cierto, al igual
que a Esteban –prosiguió-. ¿Y sabes qué? No pasó nada. Llegué y Esteban seguía
durmiendo. Por la mañana, le cambié el pañal y como siempre.
Le pusieron las
dos copas. Sara empezó a sacar la cartera.
-Guárdatela. A éstas
invito yo –le dijo Laura-. Pero con una condición –añadió-. Que cuando volvamos
allí cambies la mentalidad de madre…
-No soy madre
–replicó Sara.
-…Por la
mentalidad de fiestera –concluyó Laura-. Había un chico en la mesa de al lado
que te estaba mirando y tú ni siquiera te has percatado. Y no es nada feo,
además.
En ese momento,
alguien que pasaba por detrás golpeó a Sara e hizo que se le cayese la copa
encima, mojándole todo el pantalón.
Lucía sentía como se le escapaba el pipí y
mojaba el pañal. Había intentado aguantarse, pero al final le vinieron las
ganas y no tuvo más remedio que hacérselo encima.
Mientras le salía el pipí, se llevaba las
manos a la parte delantera del pañal y maldecía para sus adentros.
<<Genial, y ahora además tengo pipí en
el pañal>>
Se palpó el pañal, pero no se notó mojada. La
única evidencia de que se hubiera hecho pipí era que el pañal pesaba más. Se
dio cuenta de que en realidad estaba muy cómoda, como si no se hubiese hecho
pipí. Verdaderamente, los pañales que le había comprado tía Sara eran muy
buenos. Ahí estaba la prueba de por qué no se despertaba por las noches cuando
mojaba el pañal pero sí cuando se hacía pipí y no lo llevaba: el pañal era tan
bueno que la mantenía seca, como si no se hubiese mojado.
<<Bueno, ahora sí que debo intentar
dormir. El pañal me ha dado otra oportunidad>>
Se acurrucó de nuevo en la cama, abrazando a
Peppy.
-Peppy –le dijo muy flojito-, me he hecho
pipí encima.
-Vaya, te he
tirado todo el cubata encima –le dijo el chico a Sara.
-Es igual –Sara se
secaba con una servilleta-. No estaba teniendo una noche muy buena tampoco.
-¿Y eso?
-He dejado a mi
hij… A mi sobrina. He dejado a mi sobrina sola.
-Bueno, ahora que
te preocupes por ella no va a servir de mucho. Yo en tu lugar intentaría disfrutar
de la noche –y le echó una mirada que no le habían echado en mucho tiempo y que
Sara sabía perfectamente qué significaba.
-¿Quieres bailar?
–le preguntó.
El chico tenía
razón.
Laura tenía razón.
Era su noche de
salir.
Iba a estar con
Lucía las demás noches, dándole el biberón y poniéndole el pañal. Pero esta
noche, aunque fuese la despedida de Laura, también iba a ser su despedida de
una vida de fiestas y salidas nocturnas continuas.
-Claro –contestó
el chico.
Salió con él a la
pista de baile. Y bailaron. Bailaron mucho.
Sara miraba hacia
sus amigas, que le hacían señas y le animaban a seguir.
Entonces, Sara le
plantó un beso en la boca.
-Esto no me lo esperaba
–dijo el chico cuando Sara lo soltó.
Parecía poco
espabilado, pero no un mal tipo.
No había intentado
propasarse con ella mientras bailan ni tocarla donde no debía. Sara pensó que
si esa era su noche, iba a darse un homenaje, y que ese chico podría tener su
noche de suerte.
-¿Vives cerca? –le
preguntó Sara.
-Tengo un piso a
un par de calles…
-Suficiente.
Vámonos.
-Esto sí que no me
lo esperaba.
-Un momento. Voy a
despedirme de mis amigas.
-Y yo de los míos.
Nos vemos en la puerta de la discoteca en cinco minutos.
-Perfecto.
Sara fue hasta
donde estaban Laura, Teresa, Silvia y Almudena.
-Mírala, que al
final ha pillado a un tontico –le dijo Teresa.
Silvia y Almudena se
rieron, pero Laura no.
Realmente esas
mujeres llevaban la envidia en las venas. Sara no les hizo caso. Se dirigió a
Laura, que simplemente le sonreía. Con una son risa de verdad
-Oye, Laura.
¿Tienes condones?
-Eh, que es la
despedida de Laura, ¡no puedes irte! –le dijo Almudena
-¡Claro que puede!
–le contestó Laura-. Tiene mi permiso. In nomine patris et filii… -empezó a
hacer como que la bendecía-. Córtame que no sé cómo sigue la bendición.
-Prefiero ver cómo
te metes en un jardín del que no sabes salir –le dijo Sara con una sonrisa.
Laura sacó un
paquete de condones de su bolso y se lo dio.
Tres minutos
después, estaba en la puerta con el chico besándose. Y seis minutos después
iban ambos de la mano a su piso.
Realmente, ese tío
había tenido mucha suerte. En cualquier otra situación, Sara le habría dado
calabazas, pero esa noche necesitaba su fiesta particular. Además, llevaba ya demasiado
tiempo sin echar un polvo.
-Oye, ¿cómo te
llamas? –le preguntó el chico.
-Sa… Samantha
–contestó Sara-. ¿Y tú?
-Xavier –le dijo
él.
Llegaron a su casa
y fueron directamente a la habitación. Se tiraron en la cama y empezaron a besarse
y desnudarse. Llevaba tiempo sin follar, pero Sara recordaba perfectamente todo
el procedimiento. Estaba, para qué engañarse, bastante cachonda. Se siguieron
besando con pasión y rodaron por la cama abrazados.
Lucía daba vueltas por la cama abrazada a Peppy.
Seguía sin poder dormir. Tenía muchas ganas de llorar. Echaba de menos a Sara y
quería que le cambiase el pañal. Pensó que si no podía dormir, al menos intentaría
leer. Cogió el libro de La Isla del Tesoro que había
dejado sobre la mesa de al lado de la cama, pero cuando lo abrió, no podía
distinguir las letras a pesar de que entraba luz por la ventana.
Esteban ya debía de estar más que dormido.
Pensó en encender la luz y leer, pero no quería arriesgarse. Además, tía Sara y
Laura podrían aparecer en cualquier momento.
Desesperada, decidió tomárselo con
resignación. Aceptó que no iba a dormir, se relajó y comenzó a pensar en el
sitio al que tenía que ir al día siguiente con tía Sara.
Realmente, no quería ir, pero tía Sara le
había dicho que al menos debería de ir aunque fuera solo una vez. Lucía pensó
que en el fondo tenía razón, pero la perspectiva no le agradaba mucho.
Ese fue su último pensamiento antes de
quedarse dormida…
Sara se despertó
de repente. Estaba brazada a Xavier.
Miró por la
ventana y vio que aún no era de día.
Se serenó. Lucía
aún no se habría despertado. Podría estar allí para cuando lo hiciese.
Sacó su móvil del
pantalón que estaba tirado en el suelo y le mandó un mensaje a Laura. Ella le
contestó enseguida. Le dijo que estaban en un bar cerca del anterior pero que
ya estaban cerrando y se iban. Le dijo también que no había querido llamarla
para no molestarla y añadía un Jeje.
Sara sonrió y le
dijo que iría hacia allá enseguida.
Despertó a Xavier.
Le dijo que lo había pasado muy bien pero que tenía que marcharse. Xavier le
preguntó podía volver a llamarla. Sara le sonrió y le dio como respuesta un
beso en la frente. El chico debía de ser más espabilado de lo que a Sara le
había parecido al principio, porque entendió lo que eso significaba.
-Bueno, siempre
nos quedará Sarao –dijo resignado,
antes de girarse y volver a dormirse.
Sara se sentó en
la cama y comenzó a vestirse deprisa. Se hizo un moño rápido en el pelo y
cuando fue a guardarse el móvil en el bolsillo del pantalón notó algo dentro.
Lo sacó y vio que
era la caja de condones que le había dado Laura.
Estaba sin abrir.
DIOOOOOOOOOOOS, MENUDO FINAL DE EPISODIO... NO PUEDO ESPERAR PARA VER COMO ACABAA
ResponderEliminarMe encanta que te haya gustado tanto, de verdad! Es un placer ver cómo has seguido la historia y empatizado con los personajes^^
EliminarPobre lucia jajaj es tan trágico que sara resulte embarazada.
ResponderEliminarHahaha bueno, espérate a leer el último...
Eliminar