Ya en el piso,
Sara duchó a Lucía y le puso el pijama. La dejó sentada en el sofá viendo
Cartoon Network y salió para el supermercado en el que trabajaba. Tenía que ir
a renovar la baja por asuntos familiares y comprar los pañales para Lucía.
Lo único bueno que
tenía su trabajo era que podía ir andando, por lo que se ahorraba bastante
dinero en gasolina; por lo demás, trabajaba casi 10 horas al día y ganaba unos
míseros 500 euros, aunque quizá ahora que recibiría una pensión familiar de la
inigualable cifra de 150 euros –maldito gobierno, pensó-, podría reducir un
poco su jornada laboral para poder pasar más tiempo con su sobrina.
Llegó al súper y
sus compañeras la saludaron efusivamente. La echaban mucho de menos. En el
fondo, Sara también pero el trabajo no lo echaba para nada de menos. Le preguntaron
cuando se incorporaría y Sara les contestó que mientras su sobrina no empezase
el colegio, tendría que estar a cargo de ella. Les preguntó por la encargada y
sus compañeras le indicaron que se encontraba en su despacho.
Sara subió hasta
la planta de Recursos Humanos, llamó a la puerta del despacho y entró.
Su jefa era una
mujer baja, regordeta, solterona y con aspecto de sapo. Iba siempre vestida de
color rosa y hablaba con una voz falsamente dulce que no hacía sino que todo el
mundo le tuviera más asco.
-Hola, Sra.Toad
–saludó Sara al entrar.
-¡Blanc! –su jefa
levantó la vista de sus papeles y la miró-. ¡Me estaba preguntando si seguías
trabajando aquí!
-Tengo la baja por
asuntos familiares, señora.
-Sí, la baja. Ya.
Pasa, anda, y siéntate.
Sara entró y ocupó
una de las dos sillas vacías que había enfrente de su mesa. La Sra.Toad era una
mujer despiadada y explotadora, siempre intentando hacerle la vida imposible a
los que trabajaban para ella.
-Supongo que has
venido a decirme que te incorporas mañana, ¿verdad? –le preguntó con una falsa
sonrisa.
-Pues no, verá…
-empezó Sara-. La verdad es que mi sobrina aún no ha empezado el colegio… ya le
han dado plaza –se apresuró a aclarar-, pero aún no me han llamado del centro
para que lo empiece.
-Vaya, que
lástima… -dijo Toad suspirando-. ¿Sabe cuánta gente hay por ahí que estaría
deseando ocupar su puesto, Blanc?
-¿Un puesto de 10
horas al días y 500 euros al mes? ¿Quién? –Sara usó toda su ironía.
-No juegues conmigo,
Blanc. Podría despedirte ahora mismo si quisiese.
-Un despido
improcedente que yo denunciaría. Tengo contrato en vigor y la baja en regla.
-Puedo no
renovártela.
-Queda una semana
para que se caduque. Soy previsora.
-Podría no
renovártela en una semana.
-Podría ir a
renovarla a cualquier otro Departamento de Recursos Humanos de la cadena del
Supermercado. Sólo he venido aquí porque me pilla cerca de casa.
Toad sonrió,
aceptando su derrota.
-Eres más lista de
lo que creía, Blanc.
-Ni se lo imagina.
Sara había estado
algo más de un mes distraída en su puesto de trabajo. La perspectiva de tener
que hacerse cargo de su sobrina, unida a la falta de sueño, hacían que no
pudiera concentrase en lo que hacía. Eso le había dado cierta fama de ser una persona
no demasiado inteligente, lo que viéndolo ahora había hecho que la
subestimasen. Y que tu enemigo te subestime es una gran ventaja.
Sara salió del
despacho de la vieja bruja con la baja laboral a buen recaudo en el bolsillo de
su abrigo. Bajó las escaleras y se dirigió al pasillo de los pañales y de las
demás cosas de bebé.
Tenía que ser muy
cuidadosa. Lo que estaba a punto de hacer podría provocar que su sobrina no
volviese a dirigirle la palabra en su vida.
Tenía que elegir
unos pañales bonitos, no importaba si eran más caros. No podía llevarle unos
feos o de marca blanca. A Lucía le gustaba mucho el rosa, así que intentó
buscar en esa dirección. Finalmente encontró unos pañales de las princesas
Disney. Salían en el paquete Jazmín, Blancanieves, Cenicienta… Pero también
otras que le gustaban a Sara como Mulán, Pocahontas o Esmeralda.
Cogió el paquete
de pañales y se fue hasta la caja para pagarlos.
Pero… ¿Qué narices
estaba haciendo? Si la veían sus compañeras comprando pañales, todas sabrían
que eran para Lucía. Por no hablar de que si se encontraba a alguna vecina o a
algún conocido también sabrían que esos pañales eran para su sobrina.
Maldiciendo para
su adentro, dejó los pañales de nuevo en la estantería y salió del supermercado.
Por mucho que le fastidiase, no podría comprar los pañales ahí. También perdía
el descuento para trabajadoras, así que le fastidiaba doble; y esos pañales no
eran precisamente baratos.
Afortunadamente,
llevaba las llaves del coche en el bolso así que pudo conducir hasta el
supermercado más cercano sin tener que subir antes a su casa y tener que
inventarse una excusa para su sobrina de por qué tenía que salir otra vez.
Condujo varios
kilómetros, hasta que supuso que era una distancia sobradamente segura y fue
hasta un pequeño supermercado de barrio que pertenecía a una familia de
inmigrantes ecuatorianos.
-Buenas tardes,
amiga –le saludó amablemente una trabajadora-. Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?
A Sara le
sorprendió ese trato tan familiar y cercano, más acostumbrada a los sitios en
los que los trabajadores trataban a los clientes como simple dinero.
-Verá, me gustaría
comprar unos pañales… Pero no me acuerdo de qué marca eran.
-Sígame, pues. Le
mostraré los que tenemos.
El pasillo de los
pañales era más bien la estantería de los pañales, pues todo en ese sitio era
más pequeño y acogedor que los otros supermercados que había visitado Sara.
Encontró los pañales que buscaba. La marca era Little Owl.
Pequeño búho, que
raro, pensó.
La trabajadora la
acompañó hasta la caja, en la que se encontraba un chico que no tendría más de
14 años.
-Camilo, cóbrale
esto a la señora, por favor.
A juzgar por el
tono que empleaba, la edad del niño y el parecido físico, Sara dedujo que el
niño era hijo de la trabajadora, y que toda la tienda debía pertenecer a la
misma familia.
-A ver… Donde
lleva esto el código de barras…
El chico movía el
paquete de pañales delante suya. A Sara le pareció que era muy inexperto, que
no debía llevar mucho tiempo trabajando ahí.
-No llevas mucho
tiempo trabajando, ¿verdad? –le preguntó Sara amablemente.
El chico le
devolvió la sonrisa.
-No, bueno… Estoy
echándole una mano a mis padres –dijo-. Acabamos de llegar y no tenemos aún
dinero para contratar a nadie.
Encontró el código
de barra, lo pasó por el lector y le dijo el precio. Algo más bajo de lo que
Sara esperaba.
Pagó los pañales,
le dejó un euro de propina al chico y salió de la tienda.
Le había gustado
bastante ir a un sitio tan diferente y cercano a comprar, además de que así
ayudaba al pequeño comercio. Seguro que volvía más veces.
Cuando llegó a
casa, pasó lo más rápido que pudo a su habitación y guardó los pañales en el
armario. Todavía no sabía cómo se lo diría a Lucía, pero de momento era
imprescindible que no los viera.
En ese momento
sonó el teléfono. Sara corrió a contestar y era del colegio Federico García
Lorca. Estaban terminando los últimos documentos, y Lucía empezaría en un par
de días.
Genial, pensó. Lucía
tendría que acostumbrarse a los pañales y a un nuevo colegio a la vez.
A Sara le habría
gustado que empezase el colegio cuando ya se hubiese hecho a dormir con pañal,
pero ahora vendrían las dos cosas de sopetón. Creía que tardarían más tiempo en
confirmarle la plaza, maldita sea.
Preparó para cenar
filetes de lomo y ensalada. Le dijo a Lucía que empezaría en el nuevo cole en
dos días.
-¿Es el mismo cole
que Esteban? –preguntó.
-Sí –contestó
Sara. Al menos algo tenía de bueno-. Pero él estará en el patio de los niños
pequeños y no creo que lo puedas ver mucho.
Vale, en realidad
no era tan bueno.
Terminaron de
cenar y Sara le dijo a Lucía que podía ver un poco la televisión. Eso le daba
el tiempo de ir hasta su habitación y pensar cómo iba a decirle que tenía que
dormir con un pañal.
Sacó el paquete de
su armario y llegó con él a hurtadillas hasta el cuarto de su sobrina. Se sentó
sobre la cama y lo abrió. Los pañales eran de color rosa y tenían dibujadas
sobre la cinta de arriba varias princesas Disney. Por lo demás, eran pañales un
poco más grandes que los de bebés, muy abultados y con dos cintas adhesivas a
los lados. De pronto, Sara se dio cuenta de que nunca en su vida había puesto
un pañal.
No tenía ni idea
cómo se hacía, aunque no parecía muy difícil y la teoría sí se la sabía.
También había visto a Laura alguna vez cambiarle los pañales a Esteban.
Por debajo del
culete, luego por arriba y luego abrocharlos con las cintas.
Joder, estaba
empezando a dudar ahora de si era buena idea ponérselos o no.
Maldita sea, Lucía
tenía 10 años y era mayor para llevar pañales. La pobre niña lo había pasado
fatal y ahora encima le tocaría dormir con un pañal.
Pero lo
necesitaba. Lucía mojaba la cama y no podía dormir bien.
El pañal haría que
estuviese sequita toda la noche.
Se armó de valor.
Suspiró.
Llamó a Lucía.
Su sobrina entró en
la habitación y la vio sobre la cama al lado de un paquete de pañales y
sosteniendo uno en su mano.
-¿Eso para qué es?
–preguntó su sobrina con voz triste.
-Lucía… –empezó Sara
-¿Vas aponerme un
pañal?
-Es sólo
provisional, mientras te haces pipí en la cama…
-¡Pero yo no quiero
llevar pañal! ¡¡No soy un bebé!!
-Ya lo sé… ya sé
que no eres un bebé…
-¡Mentira! ¡Crees
que soy un bebé! ¡Tú misma me llamaste bebé! -Lucía se puso a llorar- ¡Yo no
quiero llevar un pañal!
-Cariño… -Sara se
estaba empezando a sentir muy mal.
Pero sabía que era
lo necesario. Tenía que seguir adelante con eso.
-¡Creía que eras
mi amiga, Sara! –Lucía seguía llorando.
Eso no hizo que se
sintiese mejor. Sabía que la reacción de su sobrina iba a ser esa, pero ella
tenía que seguir adelante. Era lo mejor.
-Creía que eras mi
amiga… -repitió.
Sara no pudo
aguantarse más y también rompió a llorar. Dejó el pañal, se levantó de la cama
y fue hasta Lucía.
-Lucía… -la abrazó
cuidadosamente.
-No quiero llevar
pañales… -decía entre lágrimas.
-Cariño… Lo
siento, lo siento muchísimo… Créeme, por favor, Lucía…
Ella seguía
llorando, y Sara tampoco daba muestras de que fuese parar.
Joder, ¡¿por qué
tenía que hacer pasar por eso a su sobrina?!
Volvió a pensar
que era lo mejor. Que necesitaba dormir y que el pañal conseguiría eso.
Así que trató de
decírselo así. A pesar de que tuviera que ponerle un pañal, su sobrina era
mayor, así que le diría la verdad. Lucía era muy inteligente y acabaría por
comprender.
-Lucía… ¿Cuánto
tiempo llevas sin dormir bien?
La niña no
contestó. Siguió llorando.
-Cariño… -siguió-,
¿de verdad crees que quiero ponerte un pañal? ¿Lo crees en serio? –Lucía siguió
sin responder. Sara podía ver que estaba pensando y reflexionando-. Sabes que
no quiero ponerte un pañal, pero necesitas dormir, mi amor. El pañal hará que
si te haces pipí, no te despiertes… Dormirás tranquilamente toda la noche…
Guisantito.
-Yo… No… ¡Hip!
Quiero… Llevar… ¡Hip! Un pañal…
Su sobrina se
frotaba los ojos, había dejado de llorar pero aún le caían algunas lágrimas por
las mejillas.
Sara esperó a que
se le pasase un poco y fuese asumiendo que ponerse un pañal era lo mejor.
-Snif, snif…
¿Podré dormir toda la noche?
-Sí, cariño. Sí
–le dijo poniendo su cara a la altura de Lucía-. Y no le diremos a nadie que
llevas pañal, ¿vale? –añadió.
-¿A nadie a nadie?
-A nadie a nadie
- ¿Lo prometes?
-Lo prometo
–prometió Sara.
Lucía se serenó
bastante. Sara esperó a que ella le diera el consentimiento para empezar a
poner el pañal.
-Vale –dijo.
Lucía le dedicó la
más enorme de sus sonrisas.
-Ven, cielo –le
dijo con dulzura.
Sara la cogió de
la mano y la llevó hasta la cama.
-Túmbate encima,
cariño. Cuando tú digas, empiezo a ponértelo.
Lucía dejó de
llorar. Cerró los ojos, como si no quisiese verlo.
-Vale -volvió a
decir.
Sara le volvió a
sonreír, aunque Lucía no pudiese verlo.
Empezó a ponerle
el pañal, y todas las dudas volvieron a su cabeza.
-Ehh, sí, veamos…
-Sara estaba realmente en fuera de juego. No sabía cómo proceder.
Tenía una
sensación parecida a cuando descubrió que Lucía se había hecho pipí por la
noche. Ahora su sobrina se había tumbado a lo largo de la cama, pero ella
necesitaba que se tumbara a lo ancho para poder ponerle el pañal.
-A ver, cariño
–dijo mientras le cogía las piernecitas-, vamos a tumbarte de esta otra manera
para que sea más fácil.
Dejó el pañal a un
lado y, lenta y suavemente, cambió a su sobrina de postura, de manera que sus
piernas quedaron colgando por el borde de la cama.
-Voy a ponerte ya el
pañal, cariño –le dijo con dulzura.
Le bajó los pantaloncitos
del pijama y le levantó las piernecitas.
Le empezó a pasar
el pañal por debajo del culete pero le estaba costando bastante hacerlo con una
sola mano. Tampoco sabía a qué altura se debía quedar para luego al pasarlo por
delante que el pañal se quedase bien ajustado.
Cuando consideró una
altura que debía de ser apropiada, le bajó las piernecitas y le pasó el pañal
por delante. Pero se le quedaba demasiado corto.
Maldijo para sus
adentros y volvió a levantarle las piernas. Le bajó un poco el pañal por detrás
y le volvió a bajar las piernas.
Ahora el pañal por
delante quedaba más cerca de la cintura y la misma altura que la parte de
detrás, por lo que podía abrocharle las cintas.
Sabía que las
cintas se abrochaban a la parte de arriba del pañal porque había visto a Esteban
cuando era pequeño llevando pañales de esa manera.
Cogió una de las
cintas y la abrochó por delante. Luego hizo lo propio con la otra.
Pero el pañal
quedaba muy suelto. Sabía que tenía que estar mucho más ajustado al cuerpo.
Le desabrochó las
cintas y las pegó más hacia el centro de la parte delantera del pañal. Ahora si
quedaba bastante ajustado.
Le subió los
pantaloncitos a Lucía y la puso de pie.
-Bueno, ¿qué tal?
-No sé… -respondió
la niña.
-¿Estás cómoda? ¿Te
aprieta?
-No… Estoy bien…
- Si te aprieta
demasiado, puedes decírmelo y te lo suelto un poco…
-Nono… Está bien
así…
-¿Estás cómoda?
-Sí…
Lucía respiró
aliviada. Temía que su sobrina se pusiese a llorar y a berrear una vez tuviese
puesto el pañal, pero no fue para nada así. Su sobrina había hecho que ponerle
el pañal fuese más fácil. No protestó cuando lo llevó puesto ni se incomodó
cuando Sara se lo estuvo poniendo de una manera tan torpe. El siguiente pañal
se lo pondría mejor, estaba segura.
Lucía se había
portado como una campeona. Como una niña mayor que había aprendido que lo mejor
era dormir con pañal. Estaba orgullosa de ella.
Sara la miró. El
pañal le abultaba bastante en el pantalón del pijama y asomaba un poquito por
arriba. Lucía estaba de pie muy quieta.
Había superado la
prueba. Era momento de seguir con la típica rutina de dormir.
-Bueno, guisantito
–le dijo Sara-. Métete en la cama que yo voy a prepararte tu biberón.
Regresó con el
biberón lleno de leche calentita. Lucía estaba dentro de la cama.
-¿Me lo puedes dar
tú? –dijo.
-¡Claro que sí!
Se sentó en la
cama y Lucía se acomodó en su regazo. Sara le puso el biberón en la boca y Lucía
empezó a chupar de la tetina. Se tomaba la leche con mucha ansia. Tenía muchas
ganas de biberón ya que esa tarde no se había tomado el de la merienda. Lucía
se abrazó a su cintura y se pegó a ella mientras se seguía tomando su biberón. Se
aferraba a la tetina con la boquita y movía los labios para tomarse la leche.
Cuando terminó,
Sara la aupó para echarle los gases. Al cogerla del culete, pudo notar el pañal
debajo del pijama. Le dio varios golpecitos en la espalda y Lucía eructó un par
de veces. La dejó cuidadosamente sobre la cama; el pañal sonó cuando tocó el
colchón.
Dejó el biberón
vacío en el mesita de al lado y se sentó en el borde de la cama mientras Lucía
de metía entre las sábanas. El pañal sonó con cada movimiento de su sobrina.
-¿Me lees un
cuento, tía Sara, porfi? –preguntó.
-Por supuesto,
cariño –Sara le sonrío y le revolvió el pelo-. Nos quedamos terminando El Viaje
de Viento Pequeño, ¿no?
-¡Sí! –contestó
Lucía
Sara cogió el
libro, que estaba sobre la mesita, al lado del biberón, y siguió leyendo por
donde lo habían dejado la noche anterior.
-… Poco después
aparece una niña. En la mano lleva una cometa de colores con forma de águila.
La niña comienza a soltar cuerda. Pero en el parque no se mueve ni una hoja, y
el águila no consigue volar. Viento Pequeño mira a su alrededor: ‘¿Dónde está
el viento guardián de este parque?’, piensa. La niña sigue soltando cuerda, y
el águila, con las alas cerradas, va a dar contra la tierra. ‘Si nunca sopla el
viento, no me sirve de nada tener una cometa nueva –exclama la niña. Viento
Pequeño se levanta de un salto y comienza a soplar. La cometa vuela sobre los
árboles. El águila, con las alas abiertas, se convierte en reina de las aves. Y
a la niña se le abre una sonrisa tan ancha y tan brillante como la luna llena.
Era ya el final
del libro, pero no llegó a terminarlo. Lucía se había quedado durmiendo
abrazada a ella.
Sara había pensado
que con el pañal le iba a costar bastante conciliar el sueño, pero de nuevo se
equivocaba con su sobrina; Lucía estaba profundamente dormida.
Sara se separó
cuidadosamente de ella, dejó el libro sobre la mesita y cogió el biberón. Arropó
a su sobrina y le puso a Peppy entre sus brazos. Salió de la habitación no sin
antes lanzarle una última mirada a Lucía.
Estaba muy mona durmiendo
abrazada a su muñeca.
Y el hecho de saber que llevaba puesto un pañal hacía que estuviese aún más linda.
Hola Tony, excelente capitulo, siempre lo mejor, sigue con la historia, Saludos
ResponderEliminarHola Migue, estoy de vuelta y listo para escribir!
EliminarMe esta encantando
ResponderEliminarY espero que te continúe encantando^^
EliminarPública el siguiente, nos haces esperar demaciado
ResponderEliminarHola Ana! Sí, tienes razón, pero ya has visto que me he quedé sin ordenador... Tendrás el capítulo 6 súper pronto!
EliminarLucia no tenia 10 años??, en este capítulo dices que tiene 11 xd
ResponderEliminarPD: muy buena historia sigue así :D
JAJAJAJAJAJAJAJA Joder... Sisi, tienes toda la razón, vaya gamba he metido... Muchas gracias, de verdad :)
Eliminarsigue con la historia esta muy interesante
ResponderEliminarGracias! Ya estoy con ello!
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