Hola a todas y a todos!
Este es el capítulo más largo de Lucía quiere biberón (más incluso que el anterior, que ya era el más largo hasta la fecha). Es más largo incluso que la propia historia de Ady.
Recordaros también que Lucía quiere biberón tendrá 10 capítulos, pero que también voy a escribirle un epílogo :)
Y nada, espero que disfrutéis leyendo tanto este capítulo como yo escribiéndolo^^
Nos leemos!
Lucía quiere biberón
Capítulo 8: El Cambio
Habían pasado ya
varios días desde que Sara le puso por primera vez a Lucía un pañal para
dormir; y estaba bastante satisfecha con el resultado.
No solo había
conseguido que su sobrina pudiese dormir plácidamente sino que el momento de ponerle
y quitarle el pañal las había unido mucho a las dos, y los juegos en el momento
de levantarse se habían convertido en costumbre. A veces, Sara era el pulpo que
no la dejaba escapar; otras, una serpiente que la atacaba por debajo de las
sábanas; y otras, un oso que se abalanzaba encima suya y la atacaba con su
zarpa como si Lucía fuese un salmón.
Su sobrina se lo
pasaba muy bien jugando con ella, y se había adaptado a dormir con pañal mucho
antes de lo que Sara hubiese imaginado.
Aun así, no se
olvidaba de lo que le había dicho Laura; que el pañal era algo provisional. Un
parche mientras solucionaban el verdadero problema, que era que una niña de 10
años aun mojase la cama.
Al principio, Sara
creía que el hecho de que Lucía se hiciese pipí por la noche iba a ser traumático
para la pequeña, y que ponerle un pañal podría ser todavía peor. Sin embargo,
viendo la sonrisa que iluminaba su rostro cada mañana, nadie podría decir que
su sobrina estuviese afectada por dormir con un pañal.
Lucía era una niña
feliz. Se levantaba con pipí en su pañal, se lo quitaban y luego le daban el
biberón. Y por las tardes antes de su siesta, y por las noches antes de irse a
dormir, siempre se acercaba a Sara y le pedía que le pusiese el pañal. Estaba
tan mona… Se acercaba a ella llevándose las manitas a la parte delantera del
pantalón y decía ¿Puedes ponerme el pañal?
Y Sara siempre le
contestaba que sí, que se lo pondría encantada.
Curiosamente,
esperaba oír una voz en su cabeza que le dijera que no estaba bien que una niña
de 10 años llevase pañales y que le gustase, pero de momento esa voz, se debía
de haber quedado muda porque no aparecía por ningún lado.
Muchas veces, su
voz de la razón era Laura, pero su amiga se había ido a Barcelona a hacer el
casting y aún no había vuelto.
El maldito casting.
Sara tenía unos
celos enormes de Laura. Pero aún no había motivos, todavía no le habían dado el
papel.
Pero no debía
sentirse así. Sara se consideraba una buena persona, y una buena amiga…
Entonces, ¿por qué se sentía tan miserable cuando pensaba esas cosas? ¿Sería
que entre los actores siempre había celos y competiciones entre ellos? Pero
antes que actriz, era amiga. Aunque no pudiese controlar esos celos, no le
daría ni un motivo a Laura para que sospechase de que no se alegraba por ella.
Sara estaba
cosiendo mientras ponía en orden los pensamientos en su cabeza. Siempre le
había ayudado coser para relajarse y pensar. Cuando era pequeña y cosía junto a
su madre, Sara utilizaba esas sesiones en silencio para pensar. En esa época
pensaba en juegos y en sus amigas. Años después, pensaba en los problemas que
les daba su hermana, más tarde en si empezar una carrera de actriz, un tiempo
después en el estado de salud de su madre, y ahora pensaba en su sobrina.
Estaba terminando
de coser el vestido de su muñeca Peppy. Le había costado que Lucía no durmiese
con ella esa noche, pero así podría hacerle un vestido nuevo. Había usado una
de sus viejas camisetas de adolescente. Ahora Peppy tenía un vestido que decía
FUCK THE POLICE. A Sara le hacía mucha gracia ver a una muñeca tan mona en
brazos de una personita más mona aún, con su pañal y su biberón, y que se
leyera Fuck the police.
Terminó de darle
los últimos remiendos y cortó el hilo sobrante con los dientes. Peppy había
quedado muy guapa. Sus coletas pelirrojas de lana, su cara blanca de trapo con
los mofletes sonrojados y un vestido negro con un lema punk. Sublime.
Dejó a la muñeca a
un lado del sofá y se levantó para crujirse la espalda.
Crackcrackcrackcrack.
Escuchar sus
huesos crujir siempre le había dado cierto placer, y le gustaba hacerlo a
menudo. Un día se quedaría tirada en medio de la calle con el cuello dislocado
y tetrapléjica.
Miró la hora en su
móvil.
Las once de la mañana.
Hora de levantar a Lucía.
Les esperaba un sábado
ajetreado por delante. Esa tarde iban a ir con Laura y Esteban a merendar y
después al cine.
Fue hasta la
cocina a preparar el biberón. Estaba vertiendo la leche con Cola-Cao cuando
entró Lucía.
-Buenos días –dijo
medio dormida y frotándose los ojos con los puñitos. Iba en pijama y el pañal
le asomaba por encima del pantalón.
Sara se la comería
enterita.
<<Que mona,
por favor>>
-¡Buenos días,
Lucía! Te estaba preparando el bibe. ¿Qué tal has dormido?
-He echado de
menos a Peppy…
<<Pobrecita>>
-Oh, vaya –Sara se
acercó a ella y la cogió en peso-. Lo siento, mi vida. Pero tenía que coserle
el vestido nuevo.
-¿Puedo verla?
–Lucía parecía emocionada.
-¿Ya? ¿No quieres
que te quite antes el pañal? ¿O tomarte el bibe?
-Umm… ¡Vale!
-¿Bibe o pañal?
-¡Bibe!
Sara le pellizcó
cariñosamente su naricita. Terminó de prepararle el biberón y se sentó con ella
en la mesa de la cocina. Acomodó a Lucía en su regazo y le acercó el biberón a
la boca. Lucía, como siempre, se aferró enseguida a él y empezó a tomarse la
leche. La niña cerraba los ojos y disfrutaba del momento.
¿Cómo iba a
quitarle el biberón?
Lucía chupaba la
tetina con sus bracitos encogidos mientras Sara la sujetaba con un brazo y con
la otra mano le daba el biberón.
De pronto se
percató que la ventana de la cocina que daba al patio interior del edificio estaba
abierta y podían verlas. Si algún vecino del sexto se asomaba verían a Sara
dándole un biberón a una niña de 10 años. Y si se fijaban mucho también verían
que esa niña llevaba un pañal. Pensando que algún vecino cotilla podría verlas
y luego empezar con chismorreos, dejó a Lucía en la silla y se apresuró a
correr las cortinas. Regresó y volvió a subirse a Lucía a su regazo. La niña
ahora se estaba tomando el biberón ella sola, así que Sara aprovechó para ver
en el móvil si Laura le había mandado algún mensaje sobre el plan de esa tarde.
Efectivamente. A
las seis llegaría a recogerla con Esteban y los cuatro se irían a Joe’s a
tomarse, los niños un batido, y ellas un par de cervezas. Dejó el móvil de
nuevo en la mesa y abrazó a su sobrina mientras se balanceaba un poquito. De
pronto, le vino a la mente una canción que aparecía en un anuncio de pañales y
empezó a cantársela a Lucía.
-Ni gota, ni gota.
Ni gota ni gota. Con el nuevo pañal, el be…
Se paró al
instante. La siguiente estrofa era El bebé no se moja. Y Sara sabía que no
podía volver a llamar bebé a Lucía porque se enfadaría mucho, así que se vio
obligada a improvisar.
… El be… Él ve lo
bien que le queda –concluyó.
La verdad es que
no fue su mejor improvisación.
Como no se le ocurría
nada para la siguiente estrofa, balanceó a Lucía siguiendo el ritmo de la
canción.
-¿De dónde es esa
canción? –preguntó Lucía separando la boquita de la tetina del biberón.
-Es de un anuncio
de pañales –contestó mientras le limpiaba con el dedo las gotitas de leche que le caían a la niña por la
comisura del labio.
Se preguntó en ese
momento si también era buena idea cantarle una canción de bebés a Lucía, pero
le había salido natural. Aunque de todas formas, su sobrina no había dado
muestras de sentirse molesta.
Lucía se acabó el
biberón. Sara la aupó y le echó los gases.
Un par de eructos,
un pedete, una risita y a quitarle el pañal.
La llevó en
volandas hasta su habitación y la tumbó sobre la cama. Lucía se reía y agitaba
sus extremidades.
-¡Cambio de pañal!
–dijo con una vocecita muy dulce.
-¿Te pongo otro?
–Sara se inclinó hacia ella, sonriendo de una manera muy risueña.
-Umm… -Lucía se
acarició la barbilla mientras pensaba-. No –dijo al final. Y se rió un poco.
¿Qué habría pasado
si le hubiera dicho que sí, qué hubiera querido un cambio de pañal? ¿Le habría
puesto otro? Si lo hacía, era únicamente para jugar, ya que Lucía durante el
día no se hacía pipí. De todas formas, le había dicho que no así que Sara no le
dio más vueltas y empezó a quitarle el pañal a su sobrina.
Le bajó el
pijamita y el pañal que le había puesto la noche anterior quedó al descubierto.
Sobre la tira en la que se sujetaban las cintas adhesivas, Blancanieves bailaba
rodeada de pajaritos.
Sara se acordó de
lo machista que era esa película; una mujer va a una casa en la que viven siete
hombres y se pone a limpiar y cocinar.
En fin, era otra
época.
Pero algo le
seguía molestando de esa película en el subconsciente porque dijo:
-Siempre he
pensado que el nombre de Blancanieves no tiene sentido. Es decir, toda la nieve
es blanca. Si fuera Blancanubes vale, porque las nubes también pueden grises.
Pero Blancanieves… No sé.
Su sobrina se rió.
-Bueno, es una
película de dibujos, no hay que darle tantas vueltas.
-¿Sabes, Lucía?
–le dijo Sara-. Aunque te esté quitando un pañal y te acabes de tomar un
biberón, eres una niña muy, pero que muy madura para tu edad.
-¿A pesar de que
lleve pañal? –Lucía se rió mientras se llevaba las manos hacia la parte
delantera del mismo.
-¡A pesar de que
lleves pañal! –contestó haciéndole cosquillitas en la tripita.
Le desabrochó las
cintas y le separó el pañal del cuerpecito. Le levantó las piernas y la limpió,
con mucha ternura y despacito, como hacía siempre. Luego fue hasta el armario,
cogió unas braguitas y se las puso.
Lucía se incorporó
y se subió el pantalón del pijama. Sara le dio un beso en la frente y salió de
la habitación con el pañal hecho una bola. Fue hasta la cocina y vio que el cubo
de la basura estaba fuera del armario de debajo del fregadero y destapado. Lanzó
el pañal desde la puerta de la cocina y lo encestó.
-¡Tri-tri-triple!
–y levantó los brazos.
-¿Tía Sara?
Lucía estaba
detrás de ella, y la miraba mientras sonreía.
-¿Has visto desde
dónde lo he encestado? –le dijo mientras ponía una pose orgullosa y fingía que
se quitaba algún tipo de polvo del hombro.
Si Lucía creía que
se iba a sentir avergonzada porque la hubiese visto hacer el payaso, lo llevaba
claro.
-Yo puedo
encestarlo desde más lejos que tú –le dijo Lucía.
-¿Ah sí? –Sara la
estaba retando.
-¡Pues claro!
-Vale, pues coge
el pañal de la basura y hazlo.
Lucía hizo una
mueca con la cara.
-Egs, no –hizo una
mueca-. Qué asco.
-¿He oído una
gallina cacarear? –le dijo Sara con sorna-. A lo mejor debería ponerte otro
pañal, no vaya a ser que se te caiga un huevo y manches el suelo.
-Vale. Se acabó.
El pañal te lo vas a tener que poner tú porque te vas a cagar.
Lucía fue hasta el
cubo y metió la mano, con mucho asco y sin mirar en el interior.
-Agh, creo que
acabo de tocar los restos de la cena de anoche.
-Si te hubieras
comido el pescado ahora no estaría allí –le dijo sacándole la lengua.
Lucía estaba
demasiado concentrada en no morirse del asco como para responderle a la pulla.
Finalmente, sacó el pañal cogiéndolo con la puntita de los dedos pulgar e
índice.
-Si así es como
vas a lanzar me parece que no tengo nada de qué preocuparme.
Lucía la miró,
puso cara de decisión y cogió el pañal con las dos manos. Fue hasta donde
estaba Sara, la echó a un lado, miro al cubo, cerró los ojos, los abrió, lanzó…
Y encestó.
-¡¡¡TOOOOOOOMA!!!
–Empezó a saltar levantando los dos brazos en alto.
-Me toca.
Sara fue hasta la
basura y sacó el pañal, al que se le había pegado un trozo de la espina de un
pescado, que finalmente se despegó y cayó al suelo.
Dio un par de
pasos atrás de donde estaba antes (tampoco era cuestión de vacilar mucho),
levantó el pañal por delante de su ojos, visualizando también el cubo, lanzó y
encestó.
-¡Y HAY GOL EN BARCELONA,
PACO! –dijo imitando a un comentarista de radio.
-Ya verás ahora
–dijo Lucía mientras iba a por el pañal al cubo de basura. Al llegar miró su
interior y se dirigió a Sara-. ¿Me lo puedes coger tú?
-No, no. Nada de
eso. Si alguien no quiere coger el pañal, habrá perdido automáticamente.
-Te odio.
Lucía metió la
mano en el cubo y sacó el pañal. Fue con él hasta la mitad del pasillo. Lanzó,
dio en el borde del cubo, pero entró.
-¡Lucía Gasol
vuelve a encestar!
Se pasaron el
resto de la mañana jugando a encestar el pañal en el cubo de basura. Cada vez
se echaban más hacia atrás, y cada vez ensuciaban más la cocina y el pasillo
porque se caían los restos de basura que se pegaban al pañal. A Sara no le
importó. Ya barrerían luego.
Estaban ya casi
pegadas a la pared del final del pasillo. Lucía era una rival fuerte, pero Sara
era mucha Sara. Encestó el último tiro ya con la espalda pegada a la pared, sin
poder echar el brazo hacia atrás.
-¡Tres puntos que
valen un partido! –exclamó.
-No cantes
victoria antes de tiempo –dijo Lucía.
Cuando regresó con
el pañal hasta la posición de tiro, Sara se fijó en que el suelo estaba
literalmente lleno de mierda. Si Lucía encestaba, seguirían tirando hasta que
alguna de las dos fallase.
Pero no lo hizo.
El pañal pasó rozando el cubo.
-NOOOOOOO –Lucía
se dejó caer de rodillas cual Charlton Heston en el final de El Planeta de los Simios.
-¡Y SARA GANA EL
PARTIDO! –gritó, fingiendo que recibía vítores de un público inexistente.
Sara le ofreció la
mano deportivamente a Lucía, quien dijo Revancha, pero ya era la hora de comer
y aún tenían que limpiar todo eso.
Sacaron la fregona,
el cubo y la escoba y se pusieron manos a la obra. Sara puso mientras a cocer
unos espaguetis. Terminaron del limpiar y se fueron con la comida al salón.
Sara le enseñó a la nueva Peppy y a Lucía le encantó. La abrazó y no se separó
de ella durante toda la tarde. Se sentaron sobre el sofá con las piernas
cruzadas y se dispusieron a elegir una película.
Al final,
eligieron Regreso al futuro.
Sara no daba crédito
a que Lucía no la hubiese visto nunca, y a la niña le encantó así que después
se pusieron la segunda.
-¡Ahora la
tercera! ¡Que van a ir al Oeste! –pidió su sobrina.
Sara miró la hora
en su móvil. Faltaba solo poco más de una hora para que Laura y Esteban
llegasen.
-Si quieres dormir
un poco no te va a dar tiempo… Aunque de todas maneras no nos da tiempo a ver
la tercera –añadió.
-Ju, es verdad…
-¿Nos vamos a
dormir? –le preguntó Sara.
-¿Es un plural
mayestático?
-¿Tú sabes lo que
es un plural mayestático? –se sorprendió Sara.
-Sí, lo hemos
visto en clase de Lengua.
-Lucía –Sara la
cogió en peso y se dirigió con ella hasta su habitación-, sé que eres muy inteligente
pero nunca dejas de sorprenderme. Y por favor, nunca dejes de hacerlo.
Dejó a Lucía en el
suelo y fue a por un pañal. Su sobrina comenzó a ponerse el pijama. Cuando
cogió un pañal de la bolsa, Sara se dio cuenta de que solo quedaban tres.
<<Esta tarde
tengo que ir a comprar pañales que mañana están los supermercados cerrados,
pensó>>
Fue con el pañal
hasta la cama y esperó que Lucía estuviese lista. Su sobrina se tumbó boca
arriba y Sara empezó con todo el proceso de ponerle el pañal; lo abrió y lo
dejó a un lado, le levantó las piernas y se lo pasó por el culete. Después le
pasó la parte delantera por la entrepierna y la subió hasta que estuvo a la
altura de la parte de atrás. Finalmente, sujetó ambas partes fuertemente con las
cintas adhesivas.
-Lista.
Lucía gateó por la
cama y se metió debajo de las sábanas. Al darse la vuelta, Sara vio todo lo que
le abultaba el pañal en el culete. Sara cogió a Peppy del escritorio, donde la
había dejado su sobrina cuando entraron en la habitación. Estaba sobre el
cuaderno de Lucía abierto con los deberes del fin de semana hechos.
-Aquí tienes a tu
Peppy Punk.
-Jijijijijiji, me
gusta ese nombre. Peppy Punk.
Sara le dio un
beso en la frente y le dijo que descansase, pero no mucho, que se había
levantado a las once y era una dormilona.
Lucía se rió, se
encogió de piernas haciendo el bicho bola provocando que el pañal hiciese ruido
y se preparó para dormir.
Sara salió del
cuarto y fue hasta el salón a ponerse algún capítulo de alguna serie nueva.
Ayer había terminado la temporada de American
Horror Story, y ya estaba deseando que estrenasen la segunda. Sin embargo, tenía
la sensación de que se le escapaba algo. Algo importante.
No había ni
terminado de elegir la siguiente serie, una llamada Arrow, cuando cayó en la cuenta.
Si Lucía necesitaba
pañales, tenía que ir a comprarlos esta tarde, pues mañana no abrían los
supermercados. Sin embargo, Laura y Esteban llegarían en una hora y poco, así
que ese era el margen de tiempo que tenía para ir al súper, lo que significaba
dejar a Lucía sola. Podría despertarla pero le daba un poquito de tristeza.
Acababa de ponerle el pañal y acostarla..
Se vistió con lo
primero que pilló, cogió el dinero justo y las llaves del coche.
Bajó corriendo las
escaleras del edificio, que tardaba menos que subiéndose al ascensor y condujo
a toda prisa hasta el supermercado de la familia ecuatoriana.
Entró saludando
efusivamente y fue hasta el pasillo de los pañales. Decidió curarse en salud
así que compró tres paquetes. Se preguntó si no se arrepentiría luego si Lucía
dejaba de mojar la cama, pues los pañales no eran nada baratos.
Fue con los tres
paquetes hasta la caja, donde había una mujer bajita con gafas que debía de ser
la esposa del dueño.
-¿Se va usted de
viaje con su hija? –le preguntó amablemente mientras pasaba los paquetes por el
lector del código de barras.
-No exactamente
–contestó efusivamente-. Y tampoco es mi hija, solo es mi sobrina… ¿Puede darse
un poco de prisa, que la he dejado sola?
Se dio cuenta de
que había sonado muy brusca.
-Lo siento –se
disculpó. Es que estoy preocupada.
Pero a la mujer no
pareció importarle.
-No más haría
falta que se excusase –le dijo con una sonrisa-. Es normal que esté preocupada.
Ale, ya terminamos.
-Gracias –dijo
Sara todavía un poco avergonzada por haber tratado mal a una de esas personas
tan amables.
Pagó los pañales y
regresó a casa rápidamente. Nada más entrar, fue hasta la habitación de Lucía
para comprobar que su sobrina seguía bien. Se serenó un poco antes de abrir la
puerta de su cuarto. Al hacerlo, vio que seguía en la misma posición en la que se había
quedado al acostarse, lo que indicaba que se había quedado dormida al instante.
Realmente, Lucía
tenía aún mucho sueño acumulado de cuando mojaba la cama y no podía dormir.
Sara cerró la
puerta con cuidado y regresó al salón.
Pensó en que
podría hacerse un porro pero luego cayó en la cuenta de que se había prometido
que los dejaría, así que fue hasta su habitación y sacó la riñonera del cajón en
la que guardaba el grinder, la yerba, el mechero y el papel para deshacerse de
ellos. Decidió que lo mejor era librarse también de la riñonera así que fue
hasta el cubo de basura de la cocina, que estaba de nuevo debajo del fregadero,
abrió la puerta del armario y tiró la riñonera encima del pañal-balón.
Cuando regresó al
salón fue cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
Ni últimas
palabras, ni recordar viejos tiempos con su riñonera que a tantos conciertos le
había acompañado, ni porros a escondidas en el parque, nada.
<<Bueno, así
es mejor, pensó. Ya no tengo la tentación de volver a recuperarla>>
Recordó que por lo
menos había veinte euros en yerba en esa riñonera y maldijo para sus adentros.
Pasó el resto de
la tarde ensayando su papel de La
Celestina. Estrenarían la obra la semana que viene y, aunque ya la llevaban
bastante mejor, todavía tenían muchos movimientos en escena que mejorar.
Estaba en medio de
una réplica a Celestina cuando entró Lucía en el salón. La niña sostenía su
muñeca entre sus bracitos y la miraba. El pañal le abultaba mucho dentro del
pantalón. Estaba muy adorable.
-¡Sigue! –le dijo
sonriendo.
Sara terminó el texto
y cuando lo hizo su sobrina empezó a aplaudir.
-¡Bravo! Jo, ¡qué
bien lo haces! –le dijo.
-¡Qué va! –Sara se
sonrojó un poco-. A ver cómo nos sale la semana que viene… –añadió.
Lucía fue hasta el
sofá y se recostó.
-¡Seguro que muy
bien!
Sara también fue
hacia él.
-Eso espero –y se
dejó caer-. Oye…
-¿Qué pasa?
-¿Cómo tienes el
pañal? –le preguntó mientras le acariciaba la barriguita.
Lucía se llevó las
manitas hasta la parte delantera del mismo.
-Tengo pipí –dijo.
Y soltó una risita.
-¿Tiene pipí?
–Sara sonrió y se inclinó hacia ella.
-Sí –y se volvió a
reír.
-Pues vamos a
tener que quitarte el pañalito –le hizo cosquillas en la barriguita.
-¡No! –Lucía se
llevó las manitas al pañal-. ¡Quiero mi pañal!
A Sara le
encantaba jugar con Lucía, y la niña siempre sabía seguirle la corriente.
-¿Cómo qué no? –le
dijo haciéndose la ofendida-. Ahora mismo vamos a quitarte ese pañal.
-¡Primero tendrás
que cogerme! –dijo Lucía.
Y acto seguido
pegó un salto del sofá. Sara pudo engancharla de una pata del pantalón justo
antes de que empezase a correr. Lucía cayó al suelo, y empezó a gatear intentado
levantarse zafándose del pantalón. Finalmente lo consiguió y Sara se quedó con
el pantalón en la mano mientras Lucía corría por la casa llevando solo la
camiseta del pijama y el pañal.
Sara se levantó y
empezó a seguirla. Lucía estaba muy mona corriendo de esa manera tan pomposa
con su enorme pañal. Se la veía tan feliz…
-¡Oye, que hay que
quitarte el pañal! -le decía Sara mientras la perseguía.
-¡No! ¡Es mi
pañal! –le decía mientras se llevaba las manos al culete y se apretaba el pañal.
Lucía corría por
el piso esquivando muebles y resbalándose cuando giraba. Sara temía que se
pudiese caer, pero tampoco se haría mucho daño. Además, ¿qué es la vida sin un
poco de riesgo?
Podría haberla
alcanzado al instante ya que corría mucho más que ella, pero perseguirla era
parte del juego. De todas formas, el piso no era muy grande y enseguida se
quedaron sin espacio. Lucía volvió al salón en una estrategia desesperada, pues
ahí sabía que no tenía salida. Al llegar se tiró sobre el sofá, aceptando su
derrota, y Sara se abalanzó sobre ella. Aún en el sofá, Lucía no daba la
batalla por perdida e intentó volver a huir, pero Sara la tenía bien sujeta con
y Lucía no podía zafarse. Sara la tumbó boca arriba y empezó un ataque indiscriminado
y sin piedad de cosquillas. Había aprendido cuáles eran las partes de su cuerpo
en las que Lucía tenía más cosquillas: axilas y costado, y hasta allí que iban
sus dedos. Lucía no podía parar de reír. Reía tanto que le costaba articular
palabra.
-¡No! ¡JijijijijiAAAy!
¡¡Por favor!! ¡JijijijijPARA! ¡Ay! ¡Jijijijijji! ¡Por favor! ¡Pa… Jijijiji! ¡Para!
¡¡Me rindo!! ¡Jijijijji! ¡¡Me rindo!! ¡¡ME RINDO!! ¡Jijijijiji!
-¿Te rindes? –Sara
paró.
-Sí… -Lucía intentaba
recuperar el aliento-.Sí… Sí, me rindo.
-¿Eres consciente
de que llevas dos derrotas hoy?
-Sí… -contestó
Lucía. Seguía sosegándose-. De verdad que casi me vuelvo a hacer pupí.
Sara rió.
Lucía estaba
tumbada boca arriba en el sofá, con el pelo en todas direcciones y llevando
únicamente una camiseta y un pañal.
-¿Te he dicho
alguna vez lo mona que estás con tu pañal? –le preguntó Sara mientras le pasaba
un mechón de pelo detrás de su orejita.
Lucía se sonrojó y
se intentó tapar el pañal con las manitas, lo que era una misión imposible.
-¡Ay, déjame!
–dijo riendo y con la cabeza girada hacia el respaldo del sofá y los ojos
cerrados. Luego los abrió y miró a Sara directamente a los ojos-. ¿De verdad
crees que estoy mona con pañal?
-¡Pues claro! Tú
estás guapa con o sin pañal, por supuesto. ¡Pero cuando llevas uno mucho más
todavía!
-Jo… Gracias… –Lucía
se tapó esta vez la cara, pero Sara pudo ver que estaba muy sonrojada.
-¿Te quitamos el
pañal, que están a punto de venir de Laura y Esteban?
-Vale –contestó
Lucía, y Sara pudo ver que de repente se puso un poco inquieta, como si se
acabase de acordar de que iban a venir.
-En realidad, no
sabía que me fuera a gustar el pañal –le dijo Lucía mientras Sara la llevaba en
brazos a su cuarto.
-¿Eso es una
confesión? –le preguntó Sara mientras la dejaba sobre la cama.
-Un poquito sí
–contestó Lucía.
-Pues ya que te
gusta tanto el pañal, espera un momento –dijo, y salió de la habitación.
Regresó al instante con la bolsa del supermercado con los tres paquetes de
pañales dentro. Los sacó y se los empezó a tirar a Lucía-. Uno… Dos… ¡Y tres! ¡Tres
paquetes de pañales de princesas Disney!
Lucía, que se
había ido incorporando conforme los pañales le golpeaban en la cara, tenía los
ojos abiertos como platos.
-¿Son para mí?
-¡Claro! ¿Para
quién van a ser, si no?
Lucía estaba
visiblemente emocionada. Fue hasta Sara y la abrazó por donde llegaba, a la
altura de la cintura.
-¡Muchas gracias,
Sara!
Sara le acarició
el pelo. En ese momento, sonó el timbre.
Lucía la miró
horrorizada. Llevaba puesto un pañal y había tres paquetes tirados por la
habitación.
-Voy a abrir.
Guarda los pañales en el armario y métete dentro de la cama. No les dejaré
pasar a tu cuarto, los llevaré al salón –le dijo rápidamente, reaccionando a
Lucía, que se había quedado paralizada.
Cuando Sara salió, Lucía se apresuró a
obedecer. Recogió en un santiamén los tres paquetes de pañales, abrió la puerta
del armario y los tiró dentro. No le importó como se quedaron, solo quería guardarlos
lo más rápido posible. Luego se metió en la cama y se cubrió entera con las
sabanas.
El único camino para llegar al salón pasaba
por la puerta de su cuarto, así que los oyó pasar por el otro lado y se encomendó
a Goku para que no entrasen. Aunque su tía le había dicho que no les dejaría
entrar, y Lucía sabía que tía Sara cumpliría su palabra.
-¿Y Lucía? –oyó preguntar a Esteban.
-Está vistiéndose en su habitación -contestó tía Sara-. No vayas a entrar a ver
si la vas a pillar en bragas.
Todos rieron
Lucía los oyó llegar hasta el salón. Se
destapó la cabeza y suspiró. El momento más potencialmente peligroso había
pasado. Se sentía como los visitantes de Jurassic Park cuando el tiranosaurio pasaba por delante de ellos pero se quedaban
totalmente quietos para que no los viese; estaban a salvo, pero sabían que aún
quedaban muchos peligros en el parque. Pues así se sentía Lucía. Estaba a salvo
de momento, pero aún había velocirraptores que podrían entrar y obligarla a
esconderse por las cocinas.
-Voy a ver si Lucía necesita ayuda y
enseguida nos vamos –oyó que tía Sara decía más alto de lo habitual.
Lucía sabía que era para avisarla a ella.
Sara entró en el
cuarto, cerrando la puerta tras de sí, y miró a Lucía.
-Por los pelos –le
dijo.
Por toda respuesta,
Lucía suspiró.
-Bueno, vamos a
quitarte el pañal de una vez. A ver si a la tercera va la vencida.
Como si hubiera
sido activada por un resorte, Lucía se destapó y adoptó la postura de poner y
quitarle el pañal. Sara le desabrochó las cintas y le extrajo el pañal levantándole
las piernecitas. La limpió e hizo una bola con el pañal.
-¿Ahora qué
hacemos con esto? –Sara pensó un momento, sosteniendo el pañal que le había
quitado en una mano-. Vale, vístete y llévalo corriendo a la basura de la
cocina.
-¿Tengo que salir
con él? –le preguntó Lucía horrorizada.
-No te van a ver,
Lucía. Van a estar en el salón conmigo.
-Está bien…
La niña no parecía
muy convencida. Sara lo sentía pero no se le ocurría otra manera. No podían
dejar el pañal en la habitación.
Regresó al salón
con Laura y su hijo.
-¿Dónde está
Lucía? –le preguntó Esteban.
-Terminando de
vestirse –contestó mientras se sentaba y miraba a Laura diciéndole con la
mirada Estaba quitándole el pañal-. Ya le queda poco –añadió para el niño.
-¿Qué película
vamos a ir a ver? –preguntó.
-Es que Esteban
quiere ir a ver la de Tintín –explicó Laura.
-Bueno, Lucía creo
que va a ser más de Rango.
Al poco, entró
Lucía en el salón. Iba ya vestida y peinada, se había vuelto a hacer las dos
trenzas.
-Si tuviera el pelo
rojo sería como Pipi Calzaslargas –dijo Laura.
-Sí, y si tuviera
pecas y los dientes grandes también –añadió Sara-. Vámonos, anda.
Esta vez le tocaba
a Sara llevarse el coche. Joe’s no
estaba lejos pero después iban a ir al cine, y desde que quitaron todos los
cines del centro, solo quedaban los de los centros comerciales. Sara odiaba
aquello. Los cines del centro eran grandes y majestuosos. Cuando entraba, se
respiraba un atmosfera de solemnidad. La gente que iba a esos cines iba
exclusivamente a disfrutar de la película. En cambio, en los cines de los
centros comerciales te encontrabas con un montón de espectadores que solo
habían entrado porque les pillaba cerca de donde hacían las compras. No les
interesaba la película y muchas veces no hacían otra cosa que cuchichear y
molestar.
Joe las recibió
con una sonrisa cuando entraron. Era la primera vez que veía a Lucía y se
mostró muy amable con ella. Lucía estaba un poco recelosa. Joe podía intimidar
un poco cuando no se le conocía bien, pero en cuanto lo tratabas, te dabas
cuenta de que era muy bonachón y una gran persona.
-Dos cervezas para
las dos rubias aunque ninguna es rubia y un batido de fresa para el señor
–añadió refiriéndose a Esteban -. Y para la señorita…
-¿De qué son los
batidos? –preguntó Lucía.
-Fresa, vainilla,
nata, chocolate y menta. Tamaño pequeño, mediano, grande y súper.
-Umm… Uno de fresa
tamaño súper.
-Lucía –Sara se
dirigió a ella-. El súper es muy grande. Luego te dolerá la barriga.
-¿Estás diciendo
que con mis batidos la gente sufre ardores? –preguntó ceñudamente Joe.
-Estoy diciendo
que ese es un batido muy grande para ella. Pero a la gente luego le duele la
barriga cuando viene a comer aquí, Joe, sí –añadió.
-Da igual, yo lo
quiero –dijo Lucía.
-¿Sabes, Lucía?
–dijo Laura-. Hay dos cosas llenas de valientes. El cementerio y el aseo de Joe´s.
-Se acabó, no
tengo por qué escuchar esto. La niña quiere un súper batido. Rediez que voy a
dárselo –y se fue a la barra a buscar las bebidas.
-Déjalo, Laura –le
dijo Sara-. Luego se arrepentirá. Y entonces tendré mi venganza. Otra vez
–añadió.
A continuación les
relataron el duelo que habían tenido esa mañana de enceste de pañal en el cubo
de la basura. Sólo que en vez de pañal, en la versión que estaban contando,
aparecía un periódico estrujado.
Luego, les dieron
dinero para que fuesen al futbolín y Laura y ella pudiesen hablar.
-¿Un periódico
estrujado? ¿Desde cuándo en tu casa hay periódicos?
-Vale, era un
pañal –confesó Sara.
-Já. Lo sabía.
-¿Qué querías que
hiciese? No iba a decir que era un pañal delante de Esteban.
-A propósito, ¿qué
tal Lucía con el pañal?
-Pues… Te va a
resultar curioso –empezó Sara-. Pero no es que lo haya aceptado. Es que le
gusta… No sé… Se la ve feliz con él.
Laura la miró con
una inquisitiva mirada de estupefacción.
-¿Cómo que se la
ve feliz? ¿Qué le gusta el pañal?
-Es parece…
-contestó-. Estoy tan sorprendida como tú.
-Es muy raro que
una niña de 10 años quiera llevar pañal voluntariamente.
-Sí… Pero creo que
se por qué puede ser.
-Dispara.
-Creo que mi
hermana no fue una buena madre…
-¡No me digas!
–dijo Laura sarcásticamente.
-Déjame terminar
–y Sara le dio un golpe a la cerveza de Laura con la suya-. Creo que mi hermana
no la trató con mucho amor y… No sé, yo cuando le pongo y le quito el pañal le
hago muchos mimos… Así que creo que ella se siente querida y que… No sé, su
subconsciente puede anhelar ese amor de madre que le faltó de pequeña y… Eso…
–sentía una punzada de dolor cuando recordaba que ella no era la madre de
Lucía.
-Es una gran
teoría, doctora –dijo Laura.
-¿Tú crees que lo
estoy haciendo mal? -le preguntó Sara.
Laura se tomó un
momento antes de contestar.
-Yo pienso que los
niños deben de estar sanos, por dentro y por fuera. A lo mejor a otro niño de
10 años le podía haber creado un trauma enorme el hecho de tener que llevar
pañales otra vez, pero a Lucía parece que no. Y por lo que me has contado, ella
parece feliz.
-Sí, yo la veo muy
feliz.
-Entonces ya está.
Si ella está feliz y sana de mente, es suficiente. Y además, eso os ha unido
mucho a las dos, ¿no?.
-La verdad es que
sí…
-Entonces no le
des más vueltas. Ya los dejará –dijo Laura.
Sara se sentía
mucho mejor ahora. Una parte de su cerebro seguía pesando que quizá fuese
apropiado que a Lucía le gustase el pañal, pero como decía Laura, si ella
estaba feliz y llevaba una vida sana no había de qué preocuparse.
-Por cierto… -empezó
Laura.
<<El
casting, mierda. Tenía que haberle preguntado>>
-¡El casting! –le
cortó Sara-. Perdona, mujer. Te tenía que haber preguntado.
-Shh –le dijo
Laura-. Baja la voz. Aún no le he dicho nada a Esteban.
Sara pensó que no
quería decírselo a su hijo para no decepcionarlo porque no le habían dado el
papel. O tal vez quisiese pensar eso.
-Me lo han dado
–dijo Laura en tono bajito, y sonriendo mucho-. Me han dado el papel. Voy a
hacer una película en Hollywood.
<<Me cago en
la puta>>
Pero tenía que
alegrarse por su amiga. Su voz no le iba a salir natural. Lo sabía, pero tenía
que tirar de su formación de actriz.
Una mejor formación
de la que tenía Laura.
No. No podía
pensar eso.
Sara no era
arrogante ni envidiosa. Pero en ese momento no sabía qué pensar.
-Vaya –intentó
mostrarse efusiva pero no le salía-. Es genial. Enhorabuena.
<<Vaya
mierda>>.
-Sí, me llamaron
ayer para confirmarme la noticia. Y por lo que se ve no va a ser una simple
figuración con frase. Sino que voy a ser actriz secundaria.
<<La madre
que parió a esta zorra sin talento>>.
-¡Que guay, Laura!
-Estoy en una
nube, tía.
-En serio, es
genial.
-Sí. Cojo un avión
la semana que viene. La productora me paga un hotel hasta que… Bueno, hasta que
encuentre algo más permanente.
-¿Qué quieres
decir?
-Que, en
principio… Me han dicho... Ya sabes cómo funcionan estas cosas –añadió Laura-,
que quieren seguir contando conmigo para futuras películas del estudio.
-¿No estarás
diciendo que…? –Sara intentó no parecer demasiado horrorizada.
-¡Sí! ¡¡Voy a ser
actriz de Hollywood!!
Eso le sonó más
alto de lo habitual.
-Vaya. Me alegro
mucho por ti, tía –dijo Sara, pero le sonó muy rara su voz. Como si la hubiera
pronunciado otra persona.
-¿Estás bien?
–preguntó Laura con extrañeza.
-Sí, sí… Es que…
Son muchas emociones de golpe, y… –no supo que decir así que le pegó un trago a
la cerveza. Un trago demasiado largo.
-Pues imagínate cuando
me lo dijeron a mí. Reí, salté, lloré… Menos mal que Esteban estaba en el
colegio.
<<Y tú
mientras en tu casa vagueando mientras yo me deslomo a trabajar en el súper.
Con una casa que me dejasen en herencia y no tener que pagar alquiler, yo también
podría concentrarme solo en mi carrera de actriz>>
¿De dónde estaba saliendo
esa Mr.Hyde? Se miró en el reflejo del vidrio de la cerveza, esperando encontrase
con un lado de su cara desfigurado, como el malo de Batman, mostrando así a la
luz el lado oscuro que tenía en su interior y que acababa de descubrir.
No, seguro que no
era para tanto.
Tenía envidia de
ella como la tendrían todos los demás compañeros de teatro.
Ya está.
Laura era su mejor
amiga. Su consuelo, la voz de su razón.
Era su hermana.
Había llegado el
momento de aparcar ese lado infantil inherente a todos los actores y comportarse
como una persona adulta.
-Tía –le dijo, muy
seriamente y esta vez sí reconociendo su voz-, los vas a dejar alucinados. Se
les va a caer la baba. Y si puedes enchufarme en alguna peli, no dudes en
hacerlo –añadió medio en broma pero más bien medio en serio.
Laura rió.
-Ni lo dudes que
pienso hacer eso. Les diré Tengo una amiga que es mil veces mejor actriz que yo
y está bien buena.
Las dos se rieron
y se abrazaron. El abrazo duró mucho. Cuando se separaron, ambas tenían
lágrimas en los ojos.
-Tía –empezó a
decir Sara-, me alegro mucho por ti. De verdad.
Ya no tenía dudas.
Esa si era su voz.
-Ay, qué bonica
eres –y se volvieron abrazar.
En ese momento
llegaron Lucía y Esteban.
-¿Qué pasa?
–preguntó el niño-. ¿Por qué estáis llorando?
-Es de la risa
–contestó Sara-. Tu madre me estaba contando un chiste muy gracioso.
Laura se rió
mientras se limpiaba las lágrimas.
-¿Qué chiste era,
mami? –preguntó.
-¿Eh? –Laura estaba
todavía enjuagándose las lágrimas-. Que te lo cuente Sara, que se le da mejor.
Sara sabía
improvisar mucho mejor que Laura.
-Pues veréis
–empezó mientras estrujaba su cerebro buscando algún chiste que pudiesen
entender unos niños, pero al final optó por otro camino-, esto eran un
americano, un francés y un mexicano que estaban discutiendo quien tenía el
padre más alto. Dice el americano Mi padre es tan alto como la Estatua de la
Libertad. Dice el francés Mi padre es tan alto como la torre Eiffel. Y le dice
el mexicano ¿Tu padre levantaba la mano y tocaba una cosa blandita? Pues eran
los huevos del mío –todos estallaron en una carcajada-. Venga, vámonos de una
vez –añadió mientras ella también se reía.
Se despidieron de
Joe, quien les volvió a prometer que iría a verlas cuando representasen la
obra. Se subieron todos al coche de Sara y fueron hacia el centro comercial.
De camino, decidieron
que la película que verían sería Tintín y
El Secreto del Unicornio. Empezaron a decidir por votación. Laura y Sara votaron
en blanco, porque ellas en realidad querían ver El Rito, pero no era para niños. Y Sara acaba de contarles un
chiste que tampoco era para ellos así que pensaron ya habían tenido demasiado
contenido inapropiado para su edad por ese día.
Como Lucía votó Rango y Esteban votó Tintín tuvieron que jugárselo a Piedra,
Papel o Tijera. Y ganó Esteban.
-¿Cuántas derrotas
llevas hoy, Lucía? –le preguntó desde delante Sara.
-Déjame en paz
–contestó Lucía enfurruñada.
Todos en el coche
rieron.
Aparcaron y
subieron hasta la parte de los cines. No compraron palomitas porque de momento
a ninguno de los que estaban ahí les sobraba el dinero.
-Algún día vendremos
a ver tu película aquí –le dijo Sara a Laura en voz baja.
-Y yo vendré con
vosotros –le contestó ella-. Y después veremos la tuya –añadió.
Vieron película, y
para sorpresa de Sara, no fue tan mala como se temía. No le gustaba nada de lo
que había dirigido Spielberg últimamente. Lejos quedaban ya aquellas películas
como E.T., Indiana Jones o Encuentros en
la tercera fase. E incluso Hook,
una película que a ella le encantaba pero que mucha gente parecía odiar.
Después del cine
fueron al McDonalds, para su
disgusto. En ese momento pensó que más pronto que tarde debería hablarle a
Lucía de todas las consecuencias que tenía para el organismo y el planeta consumir
productos de sitios como McDonalds o Burger King. Ya sabía lo buenas que
estaban las hamburguesas, ahora le tocaba saber todo lo que conllevaba fabricar
una. Y que ella decidiera. Sara no quería imponerle nada, solo darle toda la
información y que Lucía decidiese su camino. Era una niña muy inteligente.
-Quiero la
hamburguesa doble –dijo su sobrina.
-¿Qué? –Sara se
extrañó-. No, de eso nada. Te has tomado ya un súper batido. Pídete la normal.
-Pero es que yo
quiero la grande…
-No, Lucía –Sara
adoptó ya un tono serio-. La normal o ninguna.
-Vaaaaale…
Se tomaron ‘’la
cena’’ y regresaron a casa. Durante el trayecto de vuelta, Sara y Laura estaban
en silencio escuchando las ocurrencias que decían esos dos por detrás. De vez
en cuando se miraban y se sonreían. En el fondo, Sara siempre se había sentido
un poco de lado cuando iba al cine con Laura y Esteban, antes de que Lucía
llegase a su vida. Se sentía como si estuviera en medio de una reunión familiar
y muchas veces rechazaba sus invitaciones. Pero ahora con Lucía tenía su propia
familia, y aunque no le gustaba que le recordaran que no era su madre, una
salida con su familia y la de Laura era una de las cosas que más había querido.
Pero ahora Laura
se mudaba a la otra parte del mundo, así que no parecía que fuera a haber otra
salida al cine.
Dejó a Laura y a
Esteban en su piso. Las dos amigas se despidieron con un largo abrazo, a pesar
de que iban a verse al día siguiente para el ensayo de La Celestina.
De vuelta a casa,
Sara miró a Lucía por el retrovisor y notó que no tenía una buena cara.
-¿Estás bien,
cariño? –le preguntó.
-Me duele un
poquito la barriga –contestó llevándose las manos a la tripita.
-Te dije que ese
batido era demasiado grande. Y tú querías pedirte luego la hamburguesa doble
–le reprochó. Luego añadió en un tono más cariñoso-. Ahora cuando lleguemos a
casa te preparo el bibe, que ya verás cómo te sienta mejor.
Entraron en el
piso, Sara le dijo a Lucía que fuese a ponerse el pijama mientras ella le
preparaba el bibe.
Entró en la
habitación con la leche calentita en la mano. Lucía la estaba esperando sobre
la cama.
-¿Te sigue
doliendo la barriga, guisantito?
-Un poquito…
Sara se preocupó
un poco. Pero en realidad, el dolor de barriga de Lucía no tenía nada de
misterioso. Era simplemente una consecuencia de un enorme batido de fresa y la
comida basura de McDonalds.
-Bueno, voy a
darte el bibe que ya verás cómo te sienta bien –se sentó en la cama a su vera-.
Sube –señaló su regazo.
Lucía se sentó
encima enseguida.
-Uy, ¡que ganas de
bibe tienes! –dijo Sara sonriéndole.
A continuación le
acercó el bibe a los labios y Lucía lo recibió en su boca. Los cerró en torno a
la tetina y empezó a chupar.
Chopchopchopchopchopchopchop.
Lucía se estaba tomando
la leche muy deprisa.
-Más despacito,
cielo –le dijo.
Lucía bajó un poco
el ritmo, y empezó a disfrutar más del momento. Se pegó al pecho de Sara y la
abrazó por la cintura, cerró los ojitos y siguió tomándose su biberón. Sara la
contemplaba. Le encantaba ver a Lucía tomarse el biberón. Estaba tan mona…
Cuando se lo
terminó, que de la tetina solo salía aire, Sara dejó el biberón sobre la mesita
de al lado de la cama y aupó a Lucía para echarle los gases. Después del último
eructo la volvió a dejar sobre la cama.
-Ahora el pañal y
a dormir.
Fue hasta el
armario y al abrirlo vio todos los paquetes de pañales que había guardado Lucía
esa tarde apresuradamente. Los sacó y los dejó sobre el suelo. Cogió el
penúltimo pañal que quedaba en el primer paquete que había comprado y fue con
él hasta Lucía.
Le bajó los
pantaloncitos del pijama, le levantó las piernas y le pasó el pañal por el
culete.
-¿Cómo estás,
Lucía? ¿Te sientes mejor?
-Igual… -dijo con
una carita de pena que a Sara le revolvió el corazón.
-Jo, pobrecita…
–le dijo acariciándole la mejilla-. Pero no te preocupes, que termino de
ponerte tu pañal y te vas a dormir, y ya verás cómo mañana estarás mejor.
Le pasó el pañal por
delante, se lo ajustó al cuerpecito y lo abrochó fuertemente con las dos
cintas. Lucía ya tenía puesto su pañal.
-¡Pero qué bonita
estás, cariño! –y le dio un sonoro beso en la mejilla.
Le subió el
pantalón del pijama y Lucía gateó dentro de las sábanas. Buceó un rato debajo y
volvió a asomar la cabeza.
-Peppy no está
–dijo.
<<¡Peppy!>>.
Recordó donde
podía estar y en ese momento se le vino a la mente la imagen de una niña en
pijama con un abultado pañal y que sostenía una muñeca punk en sus bracitos mientras
la contemplaba ensayar.
-Un segundito,
cielo –y salió del cuarto de Lucía.
Fue hasta el salón
y regresó con su muñeca. Lucía la tomó entre sus brazos y se acurrucó. Sara la
arropó.
-Buenas noches, mi
vida –le dijo-. Si te sigue doliendo o tienes algún problema o lo que sea, llámame,
¿vale? Lo que sea –añadió-. Que descanses –y le dio un beso en su cabecita.
-Vale… -dijo Lucía
gimoteando un poquito-. Buenas noch…
Sara le lanzó una
última mirada preocupada a Lucía, apagó la luz y cerró la puerta.
Fue hasta su
habitación, dispuesta a acostarse ipso
facto. Se quitó la blusa y los zapatos, tirando del talón de cada uno con
la punta del otro pie. Se quitó los pantalones vaqueros agitando las piernas y
tirando de cada pata con el pie de la otra pierna. Se puso una camiseta vieja
que usaba de pijama, y se dejó caer sobre la cama.
Y antes de que su
cuerpo tocase el colchón, ya estaba dormida.
Sin embargo, no
tendría un sueño muy largo.
Unos golpecitos en
el hombro la despertaron.
-¿Qué es? –dijo
aún dormida.
-Me he hecho caca
–dijo una vocecita infantil.
-¿Qué? –Sara aún
no se enteraba de nada.
-Tengo caca en el
pañal –dijo la vocecita con un tono de pesadumbre.
Sara se incorporó
un poco y encendió la lamparita de al lado de su cama.
Lucía la estaba
mirando con una enorme expresión de tristeza en su carita.
-Me he hecho caca
encima –dijo y empezó a llorar.
<<Joder,
pensó>>
Se sentó en la
cama y acercó a Lucía a su pecho y la abrazó.
<<Pobrecita>>
-Tranquila –la
intentaba consolar mientras le acariciaba el pelo-. Tranquila… Shh… No pasa
nada, cielo…
-Pero tengo caca
encima –decía entre lágrimas.
Sara la miró y vio
dos cataratas que salían de los ojos de lucía y que caían por sus mejillas, que
estaba muy rojas.
SE imaginaba cómo
se podía sentir su sobrina. Una cosa era que le gustase el pañal y otra hacerse
caca en él. La pobre niña estaba realmente mal.
-Shh… Ya está… -la
seguía abrazando-. Vamos a quitarte ese pañal y ponerte otro.
-¿Vas a cambiarme
el pañal? –le preguntó su sobrina.
-Claro, mi amor
–respondió-. ¿Cómo voy a dejarte así?
-No sé… -Lucía
seguía llorando.
-¡Mi amor! –Sara
la abrazó bien fuerte-. Ahora mismo vamos a cambiarte el pañal para que puedas
dormir otra vez, ¿vale?
Sara no iba a reprocharle
en ningún momento que el hecho de que se hubiera hecho caca encima se debiese a
las enormes cantidades de comida basura que había ingerido ese día. Lucía era
muy lista y seguro que había aprendido para la próxima vez.
Levantó en peso a
su sobrina y se la acomodó sobre su brazo. Al hacerlo, notó todo el contenido
de dentro del pañal.
Lucía también
debió de notarlo cuando le apoyó el culete porque empezó a llorar con más
fuerza.
-Tranquila Lucía,
que enseguida te cambio –le dijo con voz dulce mientras la llevaba a su cuarto.
Entró en la
habitación y la dejó sobre la cama. Lucía se movía inquieta.
-¡Cámbiame, porfi!
–decía agitando sus puñitos y sus piernecitas.
Lucía estaba muy
desvalida. En ese momento, era totalmente dependiente de alguien y no podía
valerse por sí misma.
Parecía un bebé de
verdad.
-¡Cámbiame el
pañal, tía Sara! –repetía sin dejar de llorar-. Cámbiame, porfi. Tengo caca.
-Voy ya, cariño.
-¡Tengo caca en el
pañal! –y volvía a llorar.
Sara fue hasta el
armario y sacó el último pañal que quedaba del primer paquete que compró.
Tiró el paquete
vacío al suelo y fue con él hasta Lucía, que no paraba de agitarse muy inquieta.
-Lucía… -Sara la
intentaba calmar-. Tranquila cielo... Shhh… Ya, mi amor, ya… Si no dejas de
moverte no puedo cambiarte el pañal.
Lucía seguía balbuceando
inquieta pero se tranquilizó un poquito.
-Eso es… –le dijo
Sara en un susurro-. Tranquila, mi amor… Tranquila…
Conforme le decía
esto, le iba acariciando la cabeza. Lucía dejó de respirar tan alterada y poco
a poco se fue serenando. Ahora sí, Sara se dispuso a cambiarle el pañal a su sobrina.
Cuando empezó a bajarle los pantaloncitos del pijama cayó en
la cuenta de que nunca se había enfrentado a un pañal con caca, y no sabía si
estaba preparada. El pipí era una cosa, pero la caca otra muy distinta.
¿Estaba preparada
para hacerlo? Si no era sí, no le quedaba más remedio. Tenía que hacerlo. Era
necesario.
Seguro que no era
tan difícil.
Pero no había
pensado en el asco que podría darle ver la caca de su sobrina.
En vivo y en
directo.
<<Maldito
sea Joe con sus batidos y maldito McDonalds>>
Le desabrochó las
cintas del pañal y se lo separó del cuerpecito. Al hacerlo el contenido de
dentro quedó al descubierto.
Sara pensó qué
cómo era posible que de un cuerpecito tan pequeño como el de Lucía pudiera
salir algo tan grande.
Lucía tenía la
cabecita girada hacia un lado y los ojos fuertemente cerrados mientras restos
de lágrimas se secaban en sus mejillas.
A Sara le empezó a
dar un poquito de asquete la caca de su sobrina. Trató de disimular por Lucía,
pero no debió de hacerlo demasiado bien, porque ésta, a pesar de tener los ojos
cerrados, le dijo con un gran tono de culpa:
-Lo siento.
Sara se sintió muy
mal consigo misma.
-¡Cariño! –se
inclinó sobre Lucía (con cuidado de no mancharse) y la besó en la mejilla-. No
pasa nada, mi amor. Te has hecho caquita, pues yo te cambio. Que para eso
tienes tú tu pañal –y le pellizcó cariñosamente la barriguita.
Sara le levantó las
piernas y le extrajo el pañal completamente.
Tenía que hacerlo
una bola, pero para eso necesitaba las dos manos y no podía soltar las
piernecitas de Lucía, porque si no mancharía la cama. De modo que dejó el pañal
a un lado, y empezó a limpiar a su sobrina, aguantando el olor.
Tampoco echaba
mucha peste, pero era la primera vez que cambiaba un pañal con caca.
Limpió a Luía a consciencia,
pero cuidadosamente y con mucha ternura que no sabía de dónde la estaba
sacando, y se aseguró que estuviese completamente limpia antes de apoyarle de nuevo
el culito sobre el colchón.
A continuación,
hizo una bola con el pañal que acaba de quitarle y lo lanzó al otro extremo del
cuarto.
-Pañal –dijo Lucía
inquieta-. ¡Ponme un pañal!
Su sobrina seguía
muy impaciente.
-Ya voy, cielo.
Shh… Enseguida te lo pongo.
Sara cogió el
pañal limpio y lo abrió. Le volvió a levantar las piernas a Lucía con una mano
y le pasó el pañal por el culete.
<<Ahora ya
es sólo como ponerle un pañal para dormir, pensó>>
Le dejó la parte
de atrás del pañal a la altura apropiada y le pasó la parte delantera por la
entrepierna. Le ajustó ésta, de manera que el pañal se quedase un poco por debajo
de su ombligo, y se lo abrochó fuertemente con las dos cintas adhesivas, para
que Lucía se sintiese segura.
-Ale. Ya está
–dijo cuando terminó.
-Gracias… -dijo
Lucía todavía con voz triste.
Sara la cogió en
peso y le dio un sonoro beso en la mejilla.
-¡No me des las
gracias, cariño! –le dijo-. Yo te cambio tu pañal las veces que te hagan falta
–le dio otro beso-. Te quiero, guisantito.
Lucía aún estaba
un poco triste, pero Sara pensó que eso era normal. No iba a conseguir que
después de hacerse caca encima, pasase de la tristeza a felicidad en un
santiamén.
-Ale, ale, ahora a
dormir –le dijo mientras la balanceaba un poco pegada a su pecho-. ¿Te sigue
doliendo la barriga?
-No… Ya no…
<<Una buena
noticia al menos, pensó Sara>>
Tenía la sensación
de que lo que le había provocado a su sobrina el dolor de barriga estaba en
esos momentos envuelto dentro de un pañal en la esquina del cuarto.
Sara siguió
acunando un ratito a Lucía mientras la apretaba junto a su ella. Iba mientras
chasqueando la lengua al ritmo de una nana.
Al poquito, la
depositó con delicadeza sobre la camita, y la arropó. Le puso a Peppy a su lado
y le dio un suave beso en la mejilla.
Lucía estaba ya
casi dormida.
-Eso es, guisantito.
A soñar.
Cogió el pañal de
la caca del suelo, apagó la luz y salió de la habitación sin hacer ruido
cerrando la puerta con mucho cuidado.
Fue hasta la
cocina y tiró el pañal a la basura. Vio su riñonera debajo de dos pañales y
pensó que era una buena metáfora de cómo había cambiado su vida desde que Lucía
entrase en ella.
Se dirigió ahora
al cuarto de aseo, donde se lavó las manos lo menos treinta veces como una maniática para
quitarse el escaso olor a caca.
Se acordó de la
escena de Ace Ventura, donde el
protagonista interpretado por Jim Carrey traga pasta de dientes, se bebe el
enjuague vocal y quema su ropa tras darse cuenta de que se había acostado con
un transexual, y se dio cuenta de que estaba siendo más exagerada incluso que
el propio Ace Ventura.
Se miró en el
espejo y una chica con ojeras, cansada y despeinada le devolvió la mirada.
Y se dio cuenta de
que no había sido más feliz en su vida.