Sara se levantó y
fue hasta la habitación de Lucía cruzando los dedos, pero nada más abrir la
puerta, ya le vino un olor a pipí. Cruzó la habitación a oscuras y subió un
poco la persiana, dejando entrar poquita luz por los agujeros.
-Puedes subirla
del todo –la voz de su sobrina le llegó desde la cama-. Estoy despierta.
Sara subió la
persiana hasta la mitad de la ventana. No sabía cómo empezar la conversación
con su sobrina. Decidió omitir que había olido el pipí al entrar y fingir que
lo descubría al destaparla. Pero no hizo falta porque ella ya se lo dijo:
-Me he hecho pipí
otra vez.
-¿Sí? –Sara
levantó las mantas-. Vaya… Pero… -realmente no tenía ni idea de qué decir a
continuación-. Pero… ¿No te das cuenta cuando te haces pipí o cómo…? –tenía que
elegir las palabras cuidadosamente, no podía volver a cagarla como ayer.
-No… -contestó
Lucía-. No lo sé… -parecía que fuese a llorar otra vez.
Sara se apresuró a
sentarse en la cama con ella y abrazarla. Lucía pegó la cara a su pecho y
empezó a llorar. Lo que necesitaba era comprensión, no castigo.
-Tranquila…
Tranquila… -le susurraba mientras le acariciaba el pelo-. Verás cómo
encontramos una solución, ¿vale?
Lucía se apartó de
su bata, dejándole un rastro de lágrimas sobre ella y asintió.
-Por lo pronto,
¡vamos a quitarte este pijamita mojado y a prepararte tu bibe! ¿Te parece?
Lucía asintió
restregándose los ojos. Sara la llevó al baño y la duchó. La secó fuertemente,
abrazándola contra ella, para que así se sintiese segura y protegida, y la
vistió con las únicas prendas de ropa que le quedaban. Más pronto que tarde tendría
que ir a comprarle ropa, aunque pensándolo de otra manera, si todos los días
tenía que poner una lavadora con las sábanas de Lucía, no le haría falta
comprarle más ropa.
No. eso era una tontería.
No era sólo que no dispusiese de la lavandería del edificio todos los días,
sino que lo que estaba pensando era más bien una broma.
En fin, necesitaba
serenarse y pensar con claridad.
Lo primero era Lucía.
La llevó hasta el
salón y le dijo que esperase en el sofá mientras ella le preparaba su biberón.
Se lo llevó y se lo tendió, pero lucía
no lo cogió en el acto como hacía siempre.
-¿Me lo puedes dar
tú? –dijo con un hilo de voz.
Eso pilló por
sorpresa a Sara.
-Esto… Sí, claro…
No sabía si era apropiado
darle el biberón a una niña tan mayor. Ni siquiera estaba segura de si era
apropiado que tomase biberón una niña tan mayor. Pero Lucía no necesitaba lo
correcto en ese momento, sino cariño. Y de un modo, el cariño siempre es lo
correcto.
Se sentó en el
sofá y Lucía gateó hasta su regazo. Sara le puso un cojín debajo de la cabeza
para que estuviera cómoda. Cogió el biberón y lo llevó hasta los labios de Lucía,
que abrió la boca y empezó a tomárselo.
Si ya estaba mona
bebiéndose ella sola el biberón, ahora parecía un ser extremadamente adorable.
Lucía parecía una bebita monísima chupando de la tetina. A Sara le creció una
ternura enorme por dentro al ver a su sobrina alimentarse de ella. Era casi
como si le estuviese dando teta. Lucía chupaba del biberón súper concentrada,
con los ojos cerrados y disfrutando de cómo se lo daba Sara. De pronto los
abrió y pilló a Sara embobada mirándola. Lucía sonrió, de una forma traviesa y
avergonzada, y siguió tomándose la leche. Cuando se acabó su bibe, Sara la aupó
par que expulsase los gases. Tras hacerlo, la dejó de nuevo en el sofá, aunque
se sorprendió a sí misma acunándola un poco antes de hacerlo.
Regresó a la
habitación de Lucía, quitó todas las sábanas y las echó en el cesto de la ropa
sucia, que junto con las de ayer estaba ya hasta arriba. Esa tarde debería
bajar a la lavandería y poner una lavadora urgentemente. Pero el problema era
que ahora se había quedado sin sábanas para Lucía. Fue hasta su habitación y
cogió las de repuesto de su cama. Eran más grandes que las de Lucía, pero servirían.
Tras ponérselas a
su cama, regresó con su sobrina al salón. Se puso a ver los dibujos con ella,
pero mentalmente estaba recordando todo lo que tendría que hacer el lunes. No
sólo esperar la visita del asistente social, sino comprar sábanas y ropa para Lucía
y un par de biberones más. Al menos que tuviese uno para cada toma y que por la
noche pudiese ponerlos todos en el lavavajillas.
Pasaron el domingo
entero tiradas ambas en el sofá viendo películas y comiendo palomitas. Cuando
llegó la hora del biberón de la merienda, Lucía quiso tomárselo sin pausar la
película. Esa vez no pidió a Sara que se lo diese.
Cuando llegó la
hora de cenar, ya habían visto La Princesa Mononoke, Wolf Children y Los
Cuentos de Terramar.
Cenaron verdura,
ya que Sara pensó que era momento de que Lucía comiese algo sano. Y para su
sorpresa, ella no protestó y se comió su plato entero.
A la hora de
dormir, Sara apareció en la habitación de Lucía ya con el biberón de leche
caliente listo.
-¡Bibe! –exclamó
Lucía cuando la vio entrar. Y se tumbó bocarriba sobre la cama esperándolo.
-¡Tu bibe!
–exclamó Sara también.
-¿Me lo puedes dar
tú? –dijo otra vez.
-¿Si? ¿Quieres que
te lo de la tita Sara? –le preguntó con emoción.
-¡Sí! –contestó Lucía-.
¡Quiero que me lo de la tita Sara!
Sara se acercó con
el biberón hasta la cama. Se sentó con la espalda apoyada en la pared y Lucía
gateó hasta ella. Se acostó sobre sus piernas e hizo el gesto de tomar bibe con
los labios. Sara sonrió y le tendió el biberón, que inmediatamente Lucía agarró
con la boca y empezó a chupar.
Su sobrina estaba increíblemente
mona, y se la veía muy feliz. Se tomaba el biberón y realmente estaba
disfrutando mucho con él.
A Sara no le
importó que eso no fuera lo apropiado. A Lucía le gustaba el biberón y no le
hacía mal a nadie tomándoselo. Punto.
-¿Te gusta cómo te
da el bibe la tía Sara? –le preguntó
Lucía asintió, y
al hacerlo, unas gotitas de leche se derramaron por la comisura de sus labios.
Sara se las limpió con su dedo.
Se lo terminó y
Sara le hizo expulsar los gases. La dejó de nuevo en la cama, le puso a Peppy a
su lado y la arropó.
-Buenas noches,
guisantito –le dijo.
-Buenas nochzzzzz….
Lucía se había
dormido ya.
A la mañana
siguiente, volvió a amanecer con pipí.
Lucía estaba
alterada, pero no tanto como antes. Sara sí que estaba más preocupada. Una cosa
era que mojara la cama por el cambio radical de su vida y porque se sintiese fuera
de lugar, pero Sara había hecho todo lo posible para que su sobrina estuviese
cómoda; la había tratado muy bien, siempre con una palabra amable.
Comprendiéndola, no castigándola. Había tratado de que su sobrina lo llevase lo
mejor posible. La había cagado una vez, vale. Pero Lucía no parecía una chica
triste. Estaba bien dentro de las circunstancias, es decir, no se pasaba el día
llorando. Entonces, ¿por qué diablos se seguía haciendo pipí por las noches?
Hizo la misma
rutina de siempre. Lavó a Lucía y luego las sábanas.
Lucía volvió a
pedirle que le diese el biberón. Sara aceptó.
Necesitaba comprensión,
no castigo.
Lucía se tomó el
biberón mientras Sara se lo daba. Lugo, la levantó y le dio palmaditas en las
espala hasta que expulsó los gases. La dejó de nuevo sobre el sofá y fue a
vestirse. Esa mañana tenía que ir a comprar varias cosas. Cuando estaba a punto
de salir, se acordó que entonces Lucía se quedaría sola en casa. Su cerebro
todavía no había terminado de asimilar que ahora tenía que contar con una variable
muy importante cada vez que hiciese un plan.
Podía dejarla sola
en casa, no le pasaría nada. Pero pensó que sería mejor llevársela hoy que no
tenía que comprar muchas cosas a otro día donde fuese cargada hasta arriba.
Vistió a su
sobrina y la llevó hasta el centro comercial. Primero pasaron por la sección de
hogar y compraron dos juegos de sábanas nuevos. Sara dejó a Lucía escogerlos y
ella eligió uno rosa de las princesas Disney, que era demasiado caro; y uno de
Las Supernenas, más barato pero aun así valía más de lo que Sara pensaba
gastarse. Se dio cuenta que en algún momento le tendría que decir a su sobrina
que su cuenta de ahorro no era excesivamente grande.
Tras eso, fueron
hasta la zona donde estaba la ropa de niños. De camino, pasaron por el pasillo
de los pañales. Sara los miró fugazmente, pero descartó la idea.
Llegaron a la
sección de ropa de niños. Lucía quería una camiseta de alguna de las películas
que le gustaban, pero no había nada de anime allí, así que se tuvieron que
conformar con unas cuantas de la marca del centro comercial, que además eran
baratas.
A Sara le gustó eso.
Compró también
varios pantaloncitos y salieron de la sección.
Cuando ya tenían
las sábanas y la ropa en su poder, Sara se acordó que tenía que comprar un par
de biberones. Como no quería llevar a Lucía a la sección de bebés porque sabía
que no sería bueno para ella, le dio a su sobrina un euro y le dijo que fuese a
por golosinas y que se verían en la salida.
Sara fue hasta
parte en la que se encontraban los biberones, y de nuevo pasó por el pasillo de
los pañales. Lo pensó, pero volvió a descartarlo al instante.
Compró al final
tres biberones: Uno para cada toma de Lucía y otro de repuesto. Intentó que el
plástico en el que se coloca la tetina fuese de diferente color, pero compró
todos de recipiente transparente, como
el que tenía Lucía. Al final se llevó uno con el plástico de la tetina azul,
otro rojo y otro verde. El de Lucía tenía el plástico de la tetina de color
rosa. Pero Sara pensó que ya había mucho rosa en su vida.
Pagó los biberones
y fue hasta la salida, donde estaba esperándola Lucía con una pequeña bolsa de
chuches. Cuando Sara era pequeña, con un euro podría haberse comprado tres
bolsas más de chuches como esa, pero ahora estaba todo más caro. Le pidió a Lucía
un par de golosinas de fresa, que eran sus favoritas y ella había comprado
muchas. Para su sorpresa, también eran las favoritas de su sobrina. Le dio unas
cuantas y ambas volvieron a casa.
Sara preparó
macarrones para comer. Al terminar, Lucía le dijo que estaba cansada y si podía
echarse una siesta. Sara asintió. Fue hasta la habitación, le puso las sábanas
que acababan de comprar y la arropó. Le pareció raro acostarla sin darle antes
un biberón.
Mientras Lucía
dormía, Sara aprovechó para ensayar un poco de La Celestina. Al día siguiente
tenía ensayo con la compañía de teatro y debía de llevar bien preparado el
personaje.
- ¡Oh,
desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a meterte
entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un
ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá. –iba diciendo,
tampoco muy alto para no despertar a Lucía.
En ese momento,
tocaron el timbre.
Sara abrió y se
encontró con un hombre bajito, con bigote y con sombrero hongo.
-Buenas tardes –la
saludó. Tenía una voz increíblemente aguda.
-Buenas tardes
–contestó.
-Soy el asistente
social de la señorita Lucía Creus. Usted debe de ser su tía y ahora tutora
legal Sara Blanc.
-Así es.
-¿Puedo pasar?
-Por supuesto,
adelante.
Sara se apartó
dejó que el asistente social entrase. Lo llevó hasta el salón. El único camino
para llegar era pasando antes por la cocina. Al entrar, Sara se fijó en que el
biberón que Lucía se había tomado esa mañana estaba sobre la encimera, junto
con los otros 3 que le había comprado. Se apresuró a esconderlos en los cajones
que iba pillando mientras le daba conversación al hombre.
-Entonces… -decía atropelladamente-.
Entonces… ¿Usted es el asistente social de mi hermana?
-En efecto.
-Vaya, que bien
–iba hablando muy deprisa, guardando los biberones donde primero pillaba e
intentando taparlos con su cuerpo-. ¿Qui-quiere comer algo?
-No. No, gracias.
Terminó de
guardarlos. Suspiró aliviada y se giró para seguir hablando con su visitante.
-Bien, en ese
caso, vayamos al salón. Por aquí, por favor.
Le indicó el
camino y dejó que se sentase primero en el sofá. El asistente social abrió su
maletín y empezó a sacar documentos y a ponerlos sobre la mesita que tenía
delante. Sara se dio cuenta de que estaba llena de migas de pan y que aún
estaban ahí los dos cuencos de las palomitas de ayer, en los que sólo quedaba
ya el maíz crudo.
Miró al asistente,
pero él no dijo nada. No había caído en que debía de haber tenido la casa
impoluta para su visita. Sin embargo, no es que fuese a adoptar a alguien. Al
contrario, ella ya la tenía adoptada.
-Aún no me ha
dicho su nombre, señor asistente –le dijo.
-Me llamo Mariano
Alfonso García –dijo sin levantar la vista de sus papeles-. Bien, veamos -ahora
sí la miró-. Como único familiar vivo de Claudia Blanc, ha recaído sobre usted
la tutela de Lucía Creus. Tiene usted 25 años, trabaja cinco días a la semana…
-En turnos de 10
horas –lo cortó.
-Lo sé –continuó
el asistente social-. En turnos de 10 horas, tiene unos ingresos de 500 euros mensuales…
¿Cómo va a poder ocuparse de su sobrina?
¡Espera un momento!
¿Acaso ese tío pensaba quitarle a lucía? Lo llevaba claro.
-Lucía tiene que
empezar ya en algún colegio, que me imagino que usted me ha traído ya asignado…
-Lo he traído.
-Bien, porque no
me gustaría que estuviese más tiempo sin ir a clase. Eso para empezar. Segundo,
mis ingresos constan de un sueldo de 500 euros más pequeños ingresos que recibo
de mi trabajo como actriz que están en torno a los 100 euros mensuales. Tercero,
este Estado putrefacto al que usted representa y que tardó una década en apartar
a mi sobrina de una persona que no se ocupaba de ella, le da ahora una mísera
ayuda de 150 euros al mes –hizo una pausa, disfrutando de su ataque-. En total
hacen unos 750 euros al mes…
-Sé sumar.
-No me corte. En
total hacen unos 750 euros al mes. Mire mi casa. No tengo grandes lujos.
Llevando a mi sobrina a un colegio público creo que podremos vivir
perfectamente. Bueno –añadió-, perfectamente no. Pero es lo que este gobierno
corrupto nos ofrece.
Se produjo una
pausa. Sara no pretendía abrir la boca. Tenía mucho rencor acumulado y el asistente
Mariano Alfredo o como se llamase y la posibilidad de que le pudiesen quitar a
Lucía la había hecho estallar.
-Bien –dijo el
asistente social al cabo de un rato-. Aquí tiene el colegio al que deberá
llevar a su sobrina –le tendió un papel-. Está al lado de esta casa.
Sara cogió el
papel y lo miró. El colegio era el Federico García Lorca. Estaba detrás de su
casa. En realidad, por proximidad, era el colegio que esperaba que le
asignasen.
-De acuerdo –Sara
dejó el papel sobre la mesa-. ¿Algo más?
-Sí –el hombre
sacó otros papeles del maletín y se los tendió-. Aquí tiene los papeles de la
adopción. Su hermana ya los ha rellenado. Deberá rellenarlos usted y
presentarlos en el juzgado.
-Gracias –Sara
dejó los papeles a un lado.
-Pues eso es todo…
¿Ha habido algún problema durante estos días que ha estado la niña con usted?
Sara pensó en el
biberón y en las sábanas mojadas.
-No. Ninguno
–contestó.
Acompañó al
asistente social a la puerta y cuando ya se iba no pudo evitar preguntarle:
-¿Qué tal está mi
hermana?
El asistente
social se giró.
-Está en la Clínica
de Desintoxicación Rivera. Se va recuperando.
-¿Ha preguntado
por su hija? ¿Ha preguntado por mí?
-No –contestó. Y
se fue bajando por las escaleras.
Sara volvió a
dentro para despertar a su sobrina, que ya iba siendo hora. Se percató en ese
momento que el asistente social ni siquiera había preguntado donde se
encontraba Lucía. Eso es lo que debía importarle a ese hombre la niña.