Una semana más tarde
Estoy aquí, en el
parque de juegos que mami me ha comprado y que ha puesto en el salón. Es mejor
jugar aquí que en mi habitación; el suelo es más blandito y estoy más cómodo.
Llevo ya una
semana durmiendo en la cuna. Me he acostumbrado a ella y a todas las demás
cosas de bebé. De hecho, ya soy completamente un bebé. Soy totalmente
dependiente de mami. Ella es la que me levanta, la que me acuesta, la que me
baña, la que me cambia, la que me da el bibe y la comida y la que me lleva en
brazos a los sitios, pues ya he dejado de andar. Ahora voy a gatas todo el
tiempo. A veces, mami me llama desde una punta de una parte de la casa, y yo
voy a gateando hacia ella lo más deprisa que puedo, con mi enorme pañal
abultado y haciendo ruido, y cuando llegó hasta donde está ella, me coge y me
levanta en peso y dice ‘Que bebé tan bueno tengo’.
Yo estoy muy
contento con mi nueva vida, al principio siempre me mostraba receptivo a las
nuevas cosas de bebé que mami introducía en mi vida, pero siempre me iban
viniendo bien.
Menos la leche que
me recetó la Dra.Elisa. No había servido para nada y mami se había deshecho de
ella y comprado una para bebés, aunque me la seguía dando en el biberón.
También había
instalado una trona en la mesa y ahora me sentaba en ella a la hora de comer.
Me ponía encima, me ataba con los enganches que llevaba para que no me cayera, y
bajaba la mesita de plástico. Encima de la trona me sentía muy contento, y
dejaba tranquilamente que mami me diera las comidas.
Yo tampoco hablaba,
solo balbuceaba. Me pasaba todo el día en silencio a no ser que tuviera que
balbucear para pedirle algo a mami o cuando lloraba por cualquier cosa. Era un
completo bebé. Pero yo no era casi consciente de ello. Era consciente de muy
pocas cosas, mi vida se resumía en pasármelo bien jugando con Rhino y los
juguetes nuevos que mami me había comprado y que estaban en el parquecito
conmigo. Cuando yo no estaba comiendo, durmiendo o jugando con mami, siempre
estaba en el parquecito. A no ser que me estuvieran cambiando el pañal. Un
bebecito, eso es lo que era. El bebecito de mami. Dependiente de ella, o de
otra persona, para todo. No podía valerme por mí mismo para nada.
Como he dicho
antes, estaba jugando en mi parquecito. Estaba mojado pero seguía jugando. A no
ser que me hiciera caca, no lloraba llamando a mami para que me cambiara. Iba
vestido únicamente con una camiseta y un pañal.
Mami entró en el
salón. Se acercó hasta el parquecito y me sacó. Yo balbuceé molesto, pues
estaba jugando con mis juguetitos. Mami me levantó y me olió el pañal para ver
si llevaba caca, pero no tenía. También había parado de preguntarme si estaba
mojado, pues ahora me había puesto unas horas para el cambio de pañal y siempre
me lo cambiaba en ese momento, a no ser que tuviera caca, porque lloraba muy
fuerte para que viniera y me cambiara. De todas formas, era la hora del cambio
y mami me llevó a mi habitación. Me tumbó en el cambiador y empezó a cambiarme:
me desabrochó las cintas, extrajo el pañal, me limpió y me volvió a poner otro.
Yo sonreí, contento de estar cambiado. Mami entonces trajo un peto y me lo
puso, primero una piernecita y luego la otra, con mucha delicadeza, como
siempre. Después de abrochó los botoncitos de los tirantes y me puso unos
calcetines del pato Donald y unos zapatitos parecidos a los de bebés que me
había comprado. Me levantó en peso y me llevó escaleras abajo hacia la cochera.
-Chris -me dijo-,
te he comprado una cosita para sacarte a pasear que te va a gustar.
Me dejó en el
suelo al llegar a la cochera, yo no aguanté de pie y me caí, me quedé sentado
sobre él.
Mami fue hasta
donde había un bulto tapado con una de mis viejas sábanas de cama y lo destapó.
Lo que había dentro era un carrito de bebés pero más grande. No era una silla
de ruedas, no. Era un carrito de bebés. Una silleta. Estaba envuelta en un plástico
transparente.
-¿Te gusta, Chris?
-me dijo-. Es para pasearte y no tener que ir contigo cargado en brazos por la
calle. Me ha costado mucho conseguirla, pues ya no las hacen tan grandes. Pero
llamé a la compañía; les conté mi problema; bueno, nuestro problema; y me
mandaron ésta ayer.
Yo estaba
sorprendido, pero no decía nada. Era una silleta para bebés. Por un segundo, se
me pasó por mi cabeza la idea de que era absurdo que eso fuera para mí, pero
desapareció al instante y apenas fui consciente de ella.
-¡Venga, vamos a
probarla! -exclamó mami.
Se puso a
desenvolverla del plástico y enseguida la silleta desprendió un olor a nuevo.
Mami me levantó del suelo, me dio unos cachetes para limpiarme el culito de
haber estado sentado en el suelo y me subió encima. Me ató con las correas que
llevaba para que no me cayese, que eran parecidas a las de la trona, y bajó un
palo horizontal que se quedó en frente de mí como si fuera el sitio donde
agarrarse en una montaña rusa.
De pronto, me di
cuenta que no tenía a Rhino conmigo. Balbuceé y me agité inquieto en la
silleta. Mami enseguida supo lo que quería y fue arriba a buscarlo. Yo mire la
silleta como pude, pues al estar ya atado no me podía mover mucho y pensé en lo
que la gente de la calle pensaría al ver a un niño de 13 años con pañal,
chupete, un peluche y en un carrito. Me quedé haciendo chup chup hasta que mami volvió, con Rhino y la bolsa que llevaba
dentro los pañales y las cosas para cambiarme. Puso a Rhino en mis brazos y la
bolsa en la parte de atrás, colgada de las asas para empujar el carrito.
Me llevó hasta la
puerta de la cochera; yo sentí como mami empujaba la silleta y puse a Rhino en
mí regazo.
Mami abrió la puerta y salimos al mundo exterior.
FIN