20 de julio de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 10: La Conversación

Hola a todas y a todos!
Ya tenéis aquí el último capítulo de Lucía quiere biberón. Me ha costado escribirlo pero ha sido genial hacerlo; espero, como siempre digo, que os lo paséis tan bien leyéndolo como yo escribiéndolo.
Pero aún queda un poquito de Lucía, pues recordad que la historia tiene un epílogo y que será publicado en breve. Ya lo he escrito, así que por mi parte, ya me he despedido de Sara y Lucía de momento, pero a vosotros aún os queda un poquito más!
Muchísimas gracias a todos por acompañarme en esta historia que iba a ser mucho más corta que lo que en realidad ha sido.


Lucía quiere biberón
Capítulo 10: La Conversación

Entraron en casa de Laura cuando ya rayaba el alba. Se respiraba un silencio y una tranquilidad que de los que precedían una tormenta. Sara y Laura estaban cansadas y apestaban a alcohol y tabaco, y en el caso de Sara, también a sudor. Su amiga debió de notarlo porque nada más entrar le dijo:
-Joder, Sara, cómo se te nota que has follado esta noche. Hueles a macho.
-Déjame en paz –le contestó bruscamente.
Sara no estaba para bromas. Había notado como Xavier terminó dentro de ella. Y estaba tan excitada en ese momento que no había reparado en que no llevaban el condón.
Se dejó caer en el sofá de Laura.
-Yo, para la hora que es, no me voy a acostar. Después de comer me echaré una siesta de siete horas y ya luego empezaré a prepararme la maleta.
Sara se sentía muy alejada de Laura y del resto de cosas livianas que la rodeaban. Podía haberse jodido la vida esa noche.
<<Bueno, si estoy embarazada, siempre puedo abortar y se acabó>>
Y tenía que hacerlo pronto.
-Oye, Laura, ¿me acompañas a la farmacia? –le soltó de repente.
-¿A qué?
-Tengo que comprarme la pastilla del día después.
Y le relató todo lo ocurrido.
Minutos después iban las dos escaleras abajo corriendo camino de una farmacia de guardia.
-¿Tú sabes dónde hay una? –le preguntó Sara sin parar de correr.
-Creo que en la calle Cícero pero no me hagas mucho caso.
-¿Es qué estamos en la Prehistoria? ¡Míralo en el móvil!
-¡Oye, pues míralo tú que has sido la que se ha follado a un tío a pelo!
Sara se dio cuenta de que había sonado muy brusca. Paró en un rellano y esperó a Laura, que venía tras ella.
-Perdona, Lau… Estoy muy alterada.
-Ay, mi pequeña –Laura la abrazó-. No pasa nada. No te rayes más. Te tomas ahora la pastilla y ya está.
-Sí, sí… Es que… Joder, quedarme embarazada es lo último que querría ahora.
-Te podría dar un síncope cambiando veintisiete pañales al día… Y los de Lucía.
Laura no perdía nunca el sentido del humor. Sara no sabía cómo lo hacía, pero no lo perdía nunca.
Buscaron en Google Maps y efectivamente vieron que había una farmacia de guardia en la calle Cícero. Pidieron un taxi en el portal y llegaron allí.
No tuvieron ningún problema en pedir la pastilla. Sara había oído que existían algunas farmacias que no la proporcionaban porque consideraban que era asesinato, pero Sara se alegró de esta farmacia no fuera una de ellas. Había oído también que existían otras que ni siquiera vendían preservativos por la misma razón. Agradeciendo que esta farmacia si fuera del siglo XXI y no dirigida por un miembro de la Santa Inquisición, se subió de nuevo en el taxi con Sara y regresaron a su apartamento.
Entraron en la cocina y Sara fue derecha a por un vaso de agua para tomársela cuanto antes.
-¡Espera, espera! –le dijo Laura.
-¿A qué quieres que me espere? ¿A que me esté asomando una cabeza por el coño?
-Tenemos que leer si esto tiene efectos secundarios o si tú eres apta para tomártela.
-Aunque no sea apta me la pienso tomar igualm…
-No seas estúpida –le recriminó Laura.
A continuación, sacó las instrucciones y empezó a leerlas detenidamente.
-¡¿Puedes hacer el favor de darte un poco de prisa?!
-Baja la voz. Tienes setenta y dos horas para tomártela. O hasta ciento veinte, pero a partir de las setenta y dos horas su porcentaje de acierto va bajando.
-Estupendo. Para cuando termines de leerlo, si no he parido, habré muerto por los nervios.
Su amiga volvió a dirigir la mirada al folleto. Al cabo de un rato levantó la vista y apartó el papel a un lado.
-Ya está. A no ser que estés amamantando puedes tomártela.
-Amamantando voy a estar como no me la tome ya.
-Pues hazlo.
Sara sacó el paquete de píldoras rosas. Cogió una, se la metió en la boca y se la tragó con un vaso de agua.
-Ya está.
-¿Aliviada?
-No lo voy a estar hasta que no me venga la regla.
Se hicieron unos cafés y fueron hasta el sofá. Ya era completamente de día.
-Cuando vi la caja de condones sin abrir, creí que estaba embarazada.
-Siempre te pones en lo peor.
-¿Qué habrías creído tú?
-Que a lo mejor podría estar embarazada.
-Fíjate que ha sido solo un poco menos de una hora y ya estaba viendo como la vida me sobrepasaba
-Hombre, la llegada de un segundo hijo es lo que tiene.
-Basta. Lucía no es mi hija.
-¿Y eso te molesta?
-Sí, pero es algo contra lo que no puedo luchar. Lucía ya tiene una madre.
-Una madre que nunca se ocupó de ella y que está metida en un centro de desintoxicación.
-Pero sigue siendo su madre.
-¿Nunca has escuchado a Mägo de Oz, verdad?
-¿Qué tiene que ver eso ahora?
-En uno de sus discos, en el librillo en el que vienen las letras, el batería escribió una cosa que me llegó más que la propia canción. Decía ‘’La diferencia entre una casa y un hogar es que la primera está hecha de ladrillos y la segunda de amor’’ –Laura hizo una pausa-. Eso quiere decir que Lucía siempre ha vivido en una casa, pero tú has sido la primera persona que le ha dado un hogar. No lo olvides.
Sara bajó la cara para que su amiga no le viese las lágrimas.
-De verdad que voy a echarte mucho de menos, Laura.
Siguieron bebiéndose el café en silencio. Las dos juntas. Haciéndose compañía la una a la otra. Eran dos hermanas que se separaban. Y hasta el último momento, no habían dejado de vivir aventuras.
Cuando ya era una hora más que decente, fueron a despertar a los niños.
Sara entró en la habitación de Lucía y la encontró dormida, acurrucada a Peppy.
-Lucía, cielo… -le tocó suavemente el hombro.
Lucía gimió molesta y se dio la vuelta.
-Hay que levantarse, guisantito. ¿Qué tal has dormido?
-Bien –le contestó frotándose los ojitos, que aún no había abierto.
-¿Seguro? Pareces muy cansada…
-No, he dormido bien…
-¿Cómo tienes el pañal?
-Con pipí.
-Bueno, pues voy a cambiarte que vayamos a desayunar con Esteban y luego a la casa, que… Que tengo que darte una noticia.
-¿Qué es lo que pasa?
-Nada. Es que esta tarde tenemos que ir a un sitio…
-¿A dónde?
-En casa te lo digo, ¿vale? Déjame ahora que te cambie el pañal.
Lucía se colocó en posición de cambio, en silencio. Sara le bajó los pantaloncitos del pijama y dejó al descubierto de la mañana el pañal de su sobrina. Cuando le desabrochó las cintas y lo extrajo, Sara notó que pesaba más que de costumbre.
-Sí que te has hecho pipí esta noche, Lucía…
-Sí…
Pero en seguida Sara ató los cabos: lo cansada que estaba Lucía, el pañal con tanto pipí…
-¿Cuántas veces has mojado el pañal esta noche?
Lucía giró la cabecita, cerró los ojos y no contestó.
-Lucía –le dijo Sara con tono enfadado.
-No podía dormirme y me entraron ganas de hacer pipí, así que… Así que me lo tuve que hacer en el pañal.
Salieron a desayunar. Sara guardó el pañal sucio en una bolsa de plástico y la metió dentro de la mochila de Lucía, para tirarlo cuando llegasen a casa.
En la cocina, les estaban esperando Laura y Esteban. Él estaba sentado a la mesa, comiendo cereales de su tazón, y Laura hacía tortitas en la sartén.
-¡Buenos días, Lucía! –saludó su amiga cuando entraron-. ¿Tú que tomas para desayunar?
Sara la miró con cara de sorpresa, Laura se puso roja y Lucía más aún. Bajó la cabeza para contestar pero no le salían las palabras.
-Tengo, galletas de dinosaurios, magdalenas, cereales de Esteban y estoy haciendo tortitas –Laura intentó arreglar la situación.
-Tortitas –dijo Lucía muy bajito.
-¿Qué has dicho, cielo? No te he oído –le preguntó Laura con voz amable.
-Tortitas –contestó Sara por ella.
Se sentó a la mesa y Lucía la siguió.  Laura sirvió las tortitas en un plato al centró y se sentó también. Comieron animadamente mientras hablaban de películas de Estudio Ghibli. Normalmente, ese era un tema que a Lucía le encantaba, pero hoy se mostraba más circunspecta.
A Sara le sorprendió la soltura que tenía Lucía para echarse el Cola Cao en el vaso de leche, removerlo y bebérselo, teniendo en cuenta que siempre había tomado biberón para desayunar.
Cuando terminaron se despidieron de ellos y pusieron rumbo a casa. No fue una despedida muy larga, pues Sara y Laura iban a verse otra vez antes de que esta se fuese.
Llegaron al piso, Sara tiró el pañal mojado a la basura de la cocina y fue hasta la habitación de lucía. Había llegado el momento de que hablasen de la llamada.
-Lucía –Sara llamo antes de entrar-. ¿Podemos hablar un momento?
-Siento haberme hecho pipí dos veces… -la niña bajo la cabeza.
-Oh –Sara se sorprendió de lo tierna que podía llegar a ser Lucía. Todavía se seguía conmoviendo cuando la veía adoptar comportamientos de una niña más pequeña. Y sabía que siempre le iban a seguir emocionando-. No es eso, guisantito –Sara se sentó en la cama, cogió a Lucía de la mano y la atrajo hacia ella-. A mí eso no me molesta para nada –le dio un beso en la mejilla-. No, es otra cosa de la que quiero hablarte. Algo mucho más importante.
Lucía puso cara de preocupación y se sentó al lado de Sara. Esta se giró para mirar a Lucía a los ojos y le contó la llamada.
Cuando terminó, Lucía se quedó en silencio. A juzgar por la expresión de su cara, Sara sabía que era algo que no se esperaba para nada.
-Mira, si no quieres ir, no vayas –dijo Sara rápidamente-. Pero yo creo que, al menos una vez, deberías hacerlo.
-¿Crees que lo mejor es que vaya?
-Sinceramente, no estoy segura cielo. Pero… Pero yo en tu lugar iría. Aunque si no quieres, no voy a obligarte.
-¿Tú vas a ir?
-Creo que yo también debería ir, al menos una vez.
-Tú no has pasado por lo que he pasado yo.
-Lo sé. Y nadie te culpará si no quieres ir. Pero demostrarías una gran madurez yendo.
-Yo no quiero ir.
-Ni yo.
-¿Entonces por qué vamos?
-Aún no hemos ido.
-¿Pero vamos a ir?
-Creo que deberíamos ir.
-¿Es lo correcto?
-No lo sé.
Se quedaron en silencio.
-¿Aunque yo no vaya tú irás? –le preguntó Lucía.
-Sí. Por tu abuela.
-¿La querías mucho?
-Era mi madre, Lucía… -y rompió a llorar.
Lloró como nunca había llorado en su vida. Le caían cascadas de lágrimas de los ojos que empañaban la vista y mojaban su camiseta. Lágrimas que arrastraban restos de maquillaje, alcohol y sudor. Lágrimas de dolor, de tristeza y de culpa.
Lucía la abrazó y lloró también.
-Pase lo que pase, lo vamos a afrontar juntas –le dijo Lucía.
-¿De verdad?
Sara se sentía en ese momento como si ella fuese la niña y Lucía la adulta. Comprendió en ese instante que ninguna estaba por encima de la otra, que se querían y se apoyaban por igual. Como hacía ella con Laura.
Como hacen las buenas amigas.
Como hacen las familias.
-De verdad de la buena –le contestó Lucía.
-Siento mucho no haberte dado el biberón hoy, Lucía –Sara empezó a llorar de nuevo-. Ni ayer por la noche. Ni ayer por la tarde. Perdóname, por favor.
-No pasa nada…
-Sí que pasa. Te he descuidado y es imperdonable. No volverá a pasar.
-Sara –Lucía le levantó la cara por la barbilla como había hecho ella la noche anterior y como Laura hizo con ella también-, te perdono.
-Lucía, te prometo que nunca, no va a haber ninguna noche, ninguna mañana, ni ninguna vez, que tú me pidas el biberón y yo no te lo de. Nunca. Te lo prometo.
Se lo había prometido ya la noche anterior, pero ahora sentía que debía recalcar la importancia de esa promesa.
Se abrazaron y lloraron hasta quedarse sin lágrimas.
-Te he puesto perdida –le dijo Sara al separarse.
-Jijiji. No pasa nada –contestó Lucía.
Sara fue a ducharse para quitarse ese maldito olor. Cuando salió, vio a Lucía en el salón viendo Regreso al futuro III. Sonrió para sus adentros, feliz de que la niña compartiese sus gustos. Fue hasta el salón y se sentó con ella a ver la película.
Estuvieron el resto de la mañana viendo películas. Después de Regreso al Futuro III vieron Ponyo en el acantilado y después El Recuerdo de Marnie.
Cuando terminaron de comer, Sara vio la hora en su móvil y le dijo a Lucía que fuese a vestirse, que tenían que irse pronto.
Estaba abrochándose los pantalones cuando Lucía la llamó desde su habitación.
Cuando entró, la vio llevando solo una camiseta.
-¿Todavía estás así? Venga, cariño, que vamos a llegar tarde.
-Tía Sara –Lucía miraba al suelo-. ¿Puedes ponerme un pañal?
Por un momento, Sara pensó que no había oído bien.
-¿Cómo?
-Que si me puedes poner un pañal –Lucía lo dijo muy flojito.
-¿Cómo que si te puedo poner un pañal? ¿Te has hecho pipí? –Sara empezó a mirar por el suelo, buscando algún charquito.
-No…
-¿Entonces para qué quieres que te ponga un pañal?
-Estoy inquieta…
Sara empezaba a comprender.
-Oh, cariño –la abrazó, la cogió en peso y se sentó en la cama, poniendo a Lucía sobre su regazo-. No va a pasar nada.
-Eso no lo sabes…
Y era verdad. No lo sabía.
-Te prometo que no te va a pasar nada –le dijo entonces Sara.
-Eso tampoco lo sabes –le contestó Lucía.
Sara la miró a los ojos muy fijamente.
-Sí. Esto sí que lo sé.
-¿Es una promesa? –Lucía la miró con un gesto esperanzador en los ojos.
-Sí, es una promesa.
La pequeña guardó silencio un ratito.
-Aún así, ¿puedes ponerme un pañal?
Sara pensó que tendría que llevarse la conversación hacia otro lado.
-¿Pero quieres que te ponga un pañal para salir de casa?
-Sí…
-Pero te verán con pañal.
-Podemos hacer que no se note.
-¿Cómo, Lucía?
-Puedo atarme una chaqueta a la cintura y…
-¿Y por delante? ¿Te vas a atar otra chaqueta por delante?
-Puedo ponerme una falda.
-Lucía, no tienes falda.
-Podemos ir a una tienda a comprar una.
Aquello se le estaba yendo de las manos.
-Lucía… -empezó Sara.
-¡Por favor! –Lucía la abrazó- ¡Por favor, tía Sara! ¡Ponme un pañal! ¡Necesito pañal! ¡Tú no sabes cómo era antes! ¡Por favor, tía Sara, ponme un pañal!
Sara dejó que Lucía llorase contra su pecho mientras la consolaba dándole palmaditas en la espalda. Había creído al principio que Lucía quería un pañal por capricho, pero parecía que verdaderamente lo necesitaba. ¿Cómo de horrible debió ser su vida antes de venirse a vivir con ella?
-Está bien, Lucía –Sara apartó con cuidado su cabecita de su pecho y le limpió las lágrimas con el pulgar-. Te pondré un pañal.
-¡Gracias, tía Sara! –y se volvió a abrazar a ella-. Muchas gracias, de verdad. Te prometo que intentaré hacerme mayor y dejar el pañal.
-Lucía –Sara la miró fijamente. Quería que lo que iba a decirle le quedase claro-, que a mí no me importa ponerte pañales ni darte el bibe.
-¿No? –Lucía parecía extrañada.
-¡Claro que no, mi amor! –ahora le tocaba a Sara abrazarla-. Estás tan mona con tu bibe y tu pañal…
Lucía se rió con su risita mezcla de traviesa y vergüenza.
Sara la cogió en peso y la dejó boca arriba sobre la cama.
-Ahora vamos a ponerte tu pañal –le dijo mientras le apretaba su naricita.
Fue hasta el armario y sacó un pañal de dentro.
-Uno de Esmeralda –le dijo mientras se lo mostraba-. Que es valiente como mi Lucía.
-¡Siii!
Sara le levantó las piernecitas y le pasó el pañal por el culete. Se las bajó y le pasó el pañal por delante. Después se lo ajustó y lo abrochó con las cintas muy fuerte. Quería que Lucía se sintiese muy protegida con él.
La niña se levantó de un salto y la volvió a abrazar.
-Gracias –le dijo con una sonrisa y los ojitos cerrados mientras se apretaba a su cintura.
Sara dejó a Lucía que se vistiese y ella corrió a su cuarto a terminar de hacerlo también. Antes de que se fueran, Sara pasó por la habitación de Lucía, que la estaba esperando en la entrada, y cogió un pañal por si tenía que cambiarla.
Al salir del piso, Lucía se asomó a la puerta y miró hacia un lado y al otro para comprobar que no había nadie. Lo mismo al subir al ascensor y lo mismo al salir al portón. De camino hacía el coche iba andando con las manos tapándose la parte delantera del pantalón, mientras que en la trasera se había atado una chaqueta.
-¿Quieres calmarte, Lucía? –le dijo Sara, divertida-. Nadie se va a fijar en si llevas puesto un pañal pero sí en que andas como un mono disléxico.
Subieron al coche y fueron hasta una tienda de ropa cercana. Sara le compró a Lucía una falda de cuadros rojos y negros y ella se la puso en el coche, cayéndose hacia un lado y al otro mientras Sara conducía.
-¡Ese volantazo lo has hecho adrede! –le dijo Lucía desde el suelo.
-¿Yo? ¡Dios me libre! –le contestó irónicamente Sara.
Llegaron al sitio y Sara se bajó del coche, dio la vuelta por delante y fue a abrirle la puerta a Lucía, que esperaba sentada en el asiento de atrás. La niña se desabrochó el cinturón y se bajó de un salto, teniendo cuidado de que no se le viese el pañal por debajo de la falda.
Estaban en la Cínica de Desintoxicación Rivera.
Entraron en el edificio y preguntaron por Claudia Blanc.
-Ustedes deben de ser su hermana y su hija –les dijo la mujer de recepción-. Les está esperando en la sala de visitas. En la mesa 4. Tercera puerta a la derecha, al final del pasillo.
Sara le dio las gracias y se dirigió al lugar con Lucía. A la niña se le había pasado toda la diversión que tenía en el coche y ahora se encontraba bastante nerviosa. Miraba al infinito y guardaba silencio. Su pañal hacia ruido con cada u o de sus pasos y hacía que Lucía andase con las piernas más abiertas de lo habitual, pero Sara sabía que eso no le importaba.
Entraron a la sala de vistas y se detuvieron frente a la puerta.
-Lucía, si no quieres hacer esto, todavía puedes esperarme en el coche.
-No –a pesar de su mirada y su miedo, la voz de lucía sonó firme-. Entremos.
-¿Juntas? –le preguntó Sara.
-Siempre.
Empujaron la puerta las dos a la vez y entraron en la sala. Era una habitación amplia, de colaor blanco, con mesas a juego y pequeñas ventanas de cristal en lo alto. Había varios internos, todos con la bata blanca de la clínica, sentados en varias mesas, que también recibían una visita.
Sara levantó la cabeza y buscó a su hermana con la mirada. La vio en una mesa en el centro de la sala, mirándolas pero sin hacerles ningún gesto. Sara adoptó una actitud decidida, casi desafiante, al ver a su hermana. Cogió a Lucía de la mano y se dirigió hacia ella.
Cuando vio que se acercaba, su hermana giró la cabeza. Sara no sabía si era por vergüenza o porque no quería que estuviesen allí. En cualquier caso, le daba igual.
-Hola, Claudia –la saludó al llegar. Fríamente y sin sentarse.
Su hermana giró la cabeza para mirarlas. Estaba mucho más delegada que de costumbre, que ya era decir. Tenía unas grandes ojeras y se le notaban mucho los huesos de los pómulos, que hacían que su rostro tuviese rasgos de una calavera. Tenía además el pelo raído y sin brillo.
-Hola, Sara –miró a su hija-. Hola, Lucía.
La niña tenía también una expresión seria en el rostro.
Sara se fijó en que Lucía no se parecía mucho a su madre, pero a lo mejor se debía a que el aspecto de su hermana no es el que tenía normalmente.
-Hola –dijo Lucía.
Claudia volvió a girar la cabeza.
Sara le hizo un gesto a Lucía para que se sentase y ella hizo lo mismo.
-Nos dijeron que ya podías recibir visitas.
-Sí, ya lo sé –contestó Claudia.
-¿No querías que viniésemos?
-Mi médico insistió. Yo no quería que me vieseis así.
-Te he visto mucho pero otras veces, Claudia.
Su hermana volvió a apartar la cabeza.
-Aquí está tu hija –Sara señaló a Lucía con la cabeza-. ¿No vas a decirle nada?
-¿Qué quieres que le diga?
-¿Me lo preguntas a mí? –Claudia no contestó-. Podrías empezar con un Lo siento. Eso nunca está demás.
Claudia bajó la cabeza. Se comportaba con una niña a la que hubiesen pillado haciendo una travesura.
Se hizo un silencio que no parecía que fuera a romper su hermana. Sara miró a lucía. El gesto de su cara era de dolor. Contenía las lágrimas pero miraba a su madre con rabia. Sara sintió un impulso de levantarse y abofetear a su hermana. ¿Cómo era posible que pudiese haber hecho sufrir tanto a Lucía? ¿Cómo era posible que ni teniéndola delante fuera capaz de pedirle perdón?
-¿Cuánto tiempo vas a estar aquí dentro? –le preguntó Sara.
-No lo saben. Hasta que me haya curado del todo.
Sara no sabía por qué habían venido. Era evidente que Claudia no quería verles. Miró a Lucía y veía el esfuerzo que hacía la niña por no llorar, conteniendo las lágrimas. Tenía toda la cara roja pero no dejaba de mirar a su madre. Y ella sin ni siquiera prestarle atención.
Ahí no tenía nada que ver la mariguana, ni la cocaína, ni el speed ni cualquier otra droga que consumiese su hermana. No querer ni mirar a una hija era sinónimo de la clase de persona que era, con independencia de si era una adicta o no.
Le habían dicho siempre que las personas adictas tenían una enfermedad, que no era culpa suya y que no debía enfadarse con ellas. Tenían razón, por supuesto. Pero esto era distinto.
Aquí teníamos a una madre totalmente sobria que no quería ni ver a su hija. A una persona que, colocada o no, nunca le había prestado la menor atención a su hija.
¿Qué haces con una persona así?
Una persona así no se merece ni el peor de tus desprecios.
Y si esa persona es la responsable de que tú no tengas madre, más aún.
Sara miraba a su hermana, que no daba muestras de querer seguir con la conversación.
Pero iban a seguir.
Por el coño de Sara que iban a hablar.
Ya que había ido hasta allí, no se marcharía sin decirle a Claudia todo lo que había tenido guardado dentro tantos años.
Pero antes que nada, era la madre de Lucía.
-Lucía –Sara se dirigió a ella, sin dejar de mirar a Claudia-. ¿Quieres decirle algo a tu madre?
Claudia levantó la cabeza. Miró a Sara y después a Lucía.
-No –contestó firmemente.
Sara la miró y daba la impresión de que la niña no podría soportar eso mucho más.
-Sal y espérame en el coche, ¿vale? –le dio las llaves-. Yo voy a hablar un momento con tu madre.
Lucía se levantó lentamente, se dio la vuelta y empezó a andar muy rápido hasta la salida. Sara sabía que en cuanto cruzarse la puerta se pondría a llorar desconsoladamente.
¿Cómo podía una persona ver que una niña estaba sufriendo de esa manera y no hacer nada, más aún cuando es tu propia hija?
-Estarás contenta –le dijo Sara.
-Yo nunca quise una hija.
Sara tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no saltar sobre ella y molerla a palos.
-Si no querías una hija, no haberla tenido. Existen métodos para no tener hijos. Pero irías tan colocada que un día descubriste que ese mes no te había venido la regla.
-Sara…
-¿Tienes idea de por lo que ha pasado esa niña? –le preguntó sin disimular su rabia-. ¡¿Cómo puedes verla sufrir así y no hacer nada?!
Algunos se giraron para mirlarlas, pues Sara había levantado demasiado el tono de voz.
-Tú no sabes lo que yo he…
-¿Qué? ¿Qué no sé lo que has pasado, dices? ¿Eras tú la que te veía llegar todas las mañanas de vete tú a saber dónde borracha y empastillada o era yo? ¿Eras tú la que tenías que ir  recoger a tu hermana drogada y sin bragas a la puerta de un hospital o era yo? ¡¡¿Eras tú la que veías como tu madre se moría delante de tus narices por los disgustos que le dabas o era yo?!!
-Baja la voz si no quieres que te…
-¡¡¡ME IMPORTA UNA MIERDA QUE ME ECHEN!!! –le gritó-. ¡¡CONTESTA!! ¡¡¿Sabes tú a caso por lo que pasamos mamá y yo por tu culpa?!! ¡Se te decían la cosas una vez, dos, tres, se te daban segundas, terceras, cuartas oportunidades y tú las desperdiciaste todas!!
Claudia no decía nada.
-Por tu culpa, mamá murió –le dijo Sara. Llevaba guardándose eso desde hacía muchos años-. Me quitaste a mamá de mi vida. Y todavía no te he oído ni pedir perdón. Ni por eso ni por todo lo demás –hizo una pausa-. Maltrataste a una niña durante 11 años. No quería ni imaginar todo le hacíais tú y el cabrón hijo de puta que tenías por novio, pero ahora me lo vas a decir. Vas a contármelo todo o te juro por mi madre muerta que te sacaré la verdad a hostias.
-Pero…
-¡Empieza!
-¡Tomás le pegaba! –le gritó su hermana-. Oh, Dios… -rompió a llorar-. Le pegaba mucho, Dios…
Sara no tenía sentimientos que pudiesen hacerla llorar en ese momento. Solo el sentimiento de la rabia.
-Sigue.
-No puedo, joder…
-¡SIGUE!
-Le pegaba, la abofeteaba. Si Lucía entraba en el salón y estábamos los dos, se levantaba y le daba un guantazo para que se largase.
Sara respiraba rápidamente. Tenía que controlarse si no quería buscarse un lío gordo. La mierda que tenía delante y que los demás llamaban persona no iba a hacer que se metiese en problemas.
-Te llamaría hija de puta, pero me parece que ese es el único insulto que no te mereces.
-Sara…
-Casi consigues que me dé igual lo que nos hiciste a mí y a mamá. Pero lo que le hiciste a Lucía, lo que dejaste que le hicieran… No te importaba lo más mínimo.
-Sara…
-¡¡11 años!! ¡¡11 años de malos tratos!! ¡¡Cuando estabas con novio y cuando no!! ¡¡¡¿Cuando tenías un novio la única diferencia es que las hostias a Lucía eran más gordas, no?!!!
Su hermana rompió a llorar.
-Yo no quería una hija…
-¡Pues haber abortado! ¡¡Antes que criar a una hija en un ambiente de mierda, el que te ha rodeado toda tu puta vida, haber abortado, joder!!
-No sabía que estaba…
-¡No sabías que estabas embarazada! ¡Has sido una irresponsable toda tu vida que nunca has dedicado ni un segundo para pensar en los demás! ¡Por tu culpa hay una niña que se siente una desgraciada! –Sara hizo una pausa para intentar serenarse-. ¿Contigo mojaba la cama?
Era una pregunta que tenía en mente mucho tiempo.
-Solo… Solo cuando Tomás le pegaba.
-Eres una cabrona. Una capulla indecente y una mierda de persona y de madre. No te mereces otra cosa que el más profundo de mis desprecios.
Se quedaron en silencio un rato. A Sara le sirvió para tranquilizarse. Había montado un pollo bueno en la sala.
Cuando se notó más relajada, le hizo la otra pregunta que le reconcomía el cerebro desde el primer día que tuvo a Lucía con ella.
-Lo que no entiendo es como una persona como tú, que nunca se ha preocupado por lo que sentía Lucía o lo que le gustaba, ha podido darle el biberón hasta los 11 años.
Su hermana levantó la cabeza.
-¿Qué? Yo no le daba el biberón a Lucía.
¿Qué quieres decir? –esa contestación había pillado a Sara en fuera de juego.
-Lo que oyes. ¿De dónde has sacado que yo le daba el biberón a Lucía?
-De... De ningún sitio. Creía que le dabas biberón para no tener que hacerle más comidas -improvisó.
-Pues no.
-A juzgar por tu historial de madre, podría ser una suposición bastante lógica.
-Sé que no he sido una buena madre.
-Has sido una mierda de madre. No te mereces ni llamarte madre.
-Cuando Lucía llegó, no te imaginas lo que supuso eso para mí. Mi vida se puso patas arriba. Intenté centrarme y durante un tiempo lo conseguí. Pero una niña que lloraba todas las noches, que no me dejaba en paz ni un segundo…
-¡Si te hubieras molestado en conocer a tu hija, te habrías dado cuenta de que es una persona muy especial! –le contestó-. Lista, dulce, cariñosa y no hablo solo de inteligencia mental, sino también emocional. Es una niña fantástica, y creo que habiéndote perdido eso, tienes castigo suficiente.
Echó la silla hacia atrás y se levantó.
-¿Sabes, Claudia? Hoy creía que iba a ser madre –le dijo mientras se colgaba el bolso-. Sí, precisamente hoy. Pero la responsabilidad para con nuestros hijos viene incluso antes de que los tengamos. Si sabes que no vas a poder ocuparte de un hijo, no lo tengas. Es así de sencillo. Ahora, una última pregunta antes de largarme para siempre: ¿querías a Lucía?
-Sara…
-Querías. A. Lucía –le preguntó sin separar los dientes.
-No… No lo sé…
-Adiós, Claudia. Si Lucía quiere venir a verte yo no se lo voy a impedir, pero sinceramente creo que eso nunca va a pasar. Por mi parte, tú eres la persona que mató a mi madre y maltrató a la persona que más quiero, y que luego no ha sido capaz ni de pedir perdón. Así que adiós. Ojalá te recuperes, salgas y rehagas tu vida, pero yo no quiero saber nada más de ti.
Abandonó la sala con la cabeza alta, sintiendo rabia pero a la misma vez satisfacción. Se había quitado una espina que llevaba encima muchos años.
-Su sobrina ha salido corriendo y llorando, no he podido detenerla –le dijo la recepcionista cuando pasó por delante.
-Lo sé –le respondió Sara.
Salió al aparcamiento y fue hasta su coche. Se asomó a la ventana del asiento de atrás y vio a Lucía boca abajo, llorando. Tocó el cristal y la niña se levantó sobresaltada. Sara la saludó con lágrimas en los ojos. Lucía abrió la puerta y ambas se fundieron en un abrazo infinito.
-Has sido muy valiente, Lucía –le dijo Sara.
-Me hecho pipí –contestó la niña.
A Sara le entró una risa. Una risa nerviosa, liberadora. Una risa incontrolable. Se la contagió a Lucía y ambas estuvieron riendo durante un buen rato. Luego le cambió el pañal allí mismo y pusieron rumbo a casa.
Esa tarde, Sara y Lucía la dedicaron a ver películas, jugar al encesta-pañal, correr una detrás de la otra por la casa, comer pizzas en el sofá y a darle  Lucía, según ella, el mejor biberón de su vida.
Llegó la hora de irse a la cama. Lucía había pasado toda la tarde con un pañal, así que Sara la estaba cambiando para irse a dormir. El biberón con leche calentita esperaba sobre la mesita de noche.
Le desabrochó las cintas del pañal mojado, le levantó las piernas y se lo extrajo. La limpió y le volvió a bajar las piernas. Luego abrió el pañal que iba a ponerle, le levantó de nuevo las piernas y se lo pasó por debajo del culito, le bajó las piernas y se lo pasó por delante. Lucía sonreía, contenta de que le estuviesen cambiando el pañal. Sara le sonrió también y le abrochó las cintas muy fuerte, dejándole el pañal bien sujeto.
Lucía se incorporó y abrazó a Sara.
-Ahora, el biberón y a la cama –le dijo.
Sara se sentó en la cama y puso a Lucía sobre su regazo. Cogió el biberón de la mesita.
-Pero antes –continuó-, ¿por qué me dijiste que tu madre te daba el biberón si no era así?
Lucía la miró sorprendida. Se puso muy, muy roja.
Cuando empezó a hablar, le temblaba la voz.
-Porque… Porque…
Sara sonrió y la calmó.
Tenía una idea de por qué se lo había dicho, pero era evidente que el biberón con el que había llegado Lucía no era nuevo, sino que estaba muy usado.
-Tranquila, cariño. No estoy enfada, mi amor –le acarició el bracito-. Pero quiero saber por qué tenías un biberón tan usado si no te lo daban.
-Porque… Porque el biberón sí lo usaba yo… -Lucía bajó la cabecita.
-O sea, que tú sí tomabas biberón.
-Sí, pero en secreto… Mi madre me quería tirar el biberón cuando dejó de dármelo pero yo lo cogí de la basura. Lo limpié y lo escondí en mi cuarto.
-¿Y por qué hiciste eso?
-Porque cuando mi madre me daba el biberón no era la persona que me pegaba y me maltrataba. Era mi madre. Me ponía encima suya y me lo daba. Quería sentirme querida, así que guardé el biberón e imaginaba cuando lo tomaba que era mi madre quien me lo daba.
Sara no pudo hacer otra cosa que abrazar a Lucía con todas sus fuerzas.
-Así que cuando viniste aquí me dijiste que te lo diera porque…
-Porque quería sentirme querida por alguien… Perdón por mentirte, Sara…
Lucía empezó a sollozar contra su pecho. A Sara también se le escapaban algunas lágrimas.
-Bueno –le dijo mientras la separaba-, entonces, vamos a mimarte un poco ¿no? –le dijo en un tono muy animado. Cogió el biberón de la mesita. Lucía se acomodó en su regazo-. Abre la boquita –Lucía la abrió y Sara le llevó el biberón hasta sus labios
Lucía los cerró en torno a la tetina y empezó a tomarse su bibe.
Acurrucada sobre Sara, Lucía se tomaba su biberón llevando un pañal.
Sara le daba el biberón con una mano y con el otro brazo la sujetaba mientras le daba suaves golpecitos en su abultado pañal.
Lucía sonreía de una manera muy risueña y se le resbalaron gotitas de leche por la comisura de los labios. Sara le sonrío y se las limpió.
Lucía siguió disfrutando de su bibe. Cerró los ojitos y se concentró en él. Se cambió de postura para poder abrazarse a la cintura de Sara. Parecía que estuviese tomando teta. Lucía movía los labios al compás de su respiración y chupaba la tetina.
¿Cómo podía ser una persona tan linda?
Siguieron un ratito en esa postura. Lucía disfrutando del biberón y Sara disfrutando dándoselo. La pequeña se había encogido ahora encima de su regazo y seguía chupando la tetina del bibe echa un ovillo.
Cuando se acabó el biberón, Sara se lo apartó muy delicadamente. Se acomodó a Lucía en sus brazos y la aupó. Le echó los gasecitos y la acunó un poco con mientras le iba preparando la cama. Lucía estaba todo el rato con los ojitos cerrados, y parecía que ya se estaba quedando dormidita.
Estaba tan dócil, parecía vulnerable…
Sara la contempló un ratito mientras la tenía en brazos y la dejó con mucha delicadeza sobre la cama. Le puso a Peppy al lado y arropó con suavidad. Le dio un beso en la frente y fue a salir de la habitación cuando Lucía la llamó.
-Tía Sara… ¿Soy tu bebé?
Sara tardó un poquito en responder. La primera vez que le había llamado bebé, Lucía se había enfadado mucho, pero habían pasado muchas cosas desde entonces. Además, Sara tenía la intuición de cuál era la respuesta.
-Sí, guisantito. Eres mi bebé.
Lucía sonrió y se acomodó entre las sábanas. El pañal hizo ruido cuando se cambió de postura.
-Entonces, si yo soy tu bebé, tú eres mi mami –se acurrucó junto a Peppy-. Buenas noches, mami.
Esa noche, Sara lloró de felicidad hasta quedarse dormida.

11 comentarios:

  1. Wuaoooo!!! Tío tremenda historia me encanto demasiado hasta me hizo llorar, sigue así espero que sigas escribiendo historias tan buenas como estas!!! La leeré otra vez completa porque esta muy buena y bueno esperando el epilogo

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    1. Hola!!
      Muchísimas gracias por tus palabras, me has emocionado con ellas, de verdad:)
      Es un gusto escribir para lectores así^^

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  2. me gusto tu historia espero q sigas publicando mas historias

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  3. Encantada de terminar otra historia tuya, me ha echo llorar este ultimo capítulo y otros antes, eres muy buen escritor como ya te lo habia dicho y creo que igual soy muy buena adentrandome en las historias, pero es gracias a tu muy buen contenido, estoy satisfecha y feliz. Gracias por esta historia sigue asi.

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    1. Toda creación (historia, película, cómic, disco) consta de dos partes: la que hace el autor y la otra la que hace el público, o en este caso, los lectores. Adentrándote en las historias de esa manera en la que lo haces, demuestras que tu parte la haces estupendamente. Así que gracias a ti y sigue así!

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    2. Gracias a ti Tony!! Mucha buena suerte para la siguiente historia.

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  4. Ojala algún dia pueda llegar a ser tan buena como tu en mi historia.

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  5. Hola, hace mucho tiempo que no comento (desde La vida Cris) y debo decir que mejoraste mucho como escritor.
    Tu lenguaje es más fluido, sin recurrir a redundancias, además, tus personajes se sienten más vivos, con una gran cantidad de emociones e ideas.
    Esta ha sido tu "mágnum opus" hasta el momento y espero que sigas superandote.

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    1. Hola :)
      Muchísimas gracias por tus palabras. Siempre intento contar una historia diferente y eso creo que se nota en la manera de escribir. Vida de Chris era mi primera historia y estaba como un pulpo en un garaje hahaha Pero le tengo un cariño especial a Vida de Chris^^
      Muchas gracias por haberme leído desde el principio, y espero que sigamos leyéndonos mucho tiempo más :)
      Un saludo!

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