20 de mayo de 2017

Lucía quiere biberón - Capítulo 8: El Cambio

Hola a todas y a todos!
Este es el capítulo más largo de Lucía quiere biberón (más incluso que el anterior, que ya era el más largo hasta la fecha). Es más largo incluso que la propia historia de Ady.
Recordaros también que Lucía quiere biberón tendrá 10 capítulos, pero que también voy a escribirle un epílogo :)
Y nada, espero que disfrutéis leyendo tanto este capítulo como yo escribiéndolo^^
Nos leemos!

Lucía quiere biberón
Capítulo 8: El Cambio

Habían pasado ya varios días desde que Sara le puso por primera vez a Lucía un pañal para dormir; y estaba bastante satisfecha con el resultado.
No solo había conseguido que su sobrina pudiese dormir plácidamente sino que el momento de ponerle y quitarle el pañal las había unido mucho a las dos, y los juegos en el momento de levantarse se habían convertido en costumbre. A veces, Sara era el pulpo que no la dejaba escapar; otras, una serpiente que la atacaba por debajo de las sábanas; y otras, un oso que se abalanzaba encima suya y la atacaba con su zarpa como si Lucía fuese un salmón.
Su sobrina se lo pasaba muy bien jugando con ella, y se había adaptado a dormir con pañal mucho antes de lo que Sara hubiese imaginado.
Aun así, no se olvidaba de lo que le había dicho Laura; que el pañal era algo provisional. Un parche mientras solucionaban el verdadero problema, que era que una niña de 10 años aun mojase la cama.
Al principio, Sara creía que el hecho de que Lucía se hiciese pipí por la noche iba a ser traumático para la pequeña, y que ponerle un pañal podría ser todavía peor. Sin embargo, viendo la sonrisa que iluminaba su rostro cada mañana, nadie podría decir que su sobrina estuviese afectada por dormir con un pañal.
Lucía era una niña feliz. Se levantaba con pipí en su pañal, se lo quitaban y luego le daban el biberón. Y por las tardes antes de su siesta, y por las noches antes de irse a dormir, siempre se acercaba a Sara y le pedía que le pusiese el pañal. Estaba tan mona… Se acercaba a ella llevándose las manitas a la parte delantera del pantalón y decía ¿Puedes ponerme el pañal?
Y Sara siempre le contestaba que sí, que se lo pondría encantada.
Curiosamente, esperaba oír una voz en su cabeza que le dijera que no estaba bien que una niña de 10 años llevase pañales y que le gustase, pero de momento esa voz, se debía de haber quedado muda porque no aparecía por ningún lado.
Muchas veces, su voz de la razón era Laura, pero su amiga se había ido a Barcelona a hacer el casting y aún no había vuelto.
El maldito casting.
Sara tenía unos celos enormes de Laura. Pero aún no había motivos, todavía no le habían dado el papel.
Pero no debía sentirse así. Sara se consideraba una buena persona, y una buena amiga… Entonces, ¿por qué se sentía tan miserable cuando pensaba esas cosas? ¿Sería que entre los actores siempre había celos y competiciones entre ellos? Pero antes que actriz, era amiga. Aunque no pudiese controlar esos celos, no le daría ni un motivo a Laura para que sospechase de que no se alegraba por ella.
Sara estaba cosiendo mientras ponía en orden los pensamientos en su cabeza. Siempre le había ayudado coser para relajarse y pensar. Cuando era pequeña y cosía junto a su madre, Sara utilizaba esas sesiones en silencio para pensar. En esa época pensaba en juegos y en sus amigas. Años después, pensaba en los problemas que les daba su hermana, más tarde en si empezar una carrera de actriz, un tiempo después en el estado de salud de su madre, y ahora pensaba en su sobrina.
Estaba terminando de coser el vestido de su muñeca Peppy. Le había costado que Lucía no durmiese con ella esa noche, pero así podría hacerle un vestido nuevo. Había usado una de sus viejas camisetas de adolescente. Ahora Peppy tenía un vestido que decía FUCK THE POLICE. A Sara le hacía mucha gracia ver a una muñeca tan mona en brazos de una personita más mona aún, con su pañal y su biberón, y que se leyera Fuck the police.
Terminó de darle los últimos remiendos y cortó el hilo sobrante con los dientes. Peppy había quedado muy guapa. Sus coletas pelirrojas de lana, su cara blanca de trapo con los mofletes sonrojados y un vestido negro con un lema punk. Sublime.
Dejó a la muñeca a un lado del sofá y se levantó para crujirse la espalda.
Crackcrackcrackcrack.
Escuchar sus huesos crujir siempre le había dado cierto placer, y le gustaba hacerlo a menudo. Un día se quedaría tirada en medio de la calle con el cuello dislocado y tetrapléjica.
Miró la hora en su móvil.
Las once de la mañana. Hora de levantar a Lucía.
Les esperaba un sábado ajetreado por delante. Esa tarde iban a ir con Laura y Esteban a merendar y después al cine.
Fue hasta la cocina a preparar el biberón. Estaba vertiendo la leche con Cola-Cao cuando entró Lucía.
-Buenos días –dijo medio dormida y frotándose los ojos con los puñitos. Iba en pijama y el pañal le asomaba por encima del pantalón.
Sara se la comería enterita.
<<Que mona, por favor>>
-¡Buenos días, Lucía! Te estaba preparando el bibe. ¿Qué tal has dormido?
-He echado de menos a Peppy…
<<Pobrecita>>
-Oh, vaya –Sara se acercó a ella y la cogió en peso-. Lo siento, mi vida. Pero tenía que coserle el vestido nuevo.
-¿Puedo verla? –Lucía parecía emocionada.
-¿Ya? ¿No quieres que te quite antes el pañal? ¿O tomarte el bibe?
-Umm… ¡Vale!
-¿Bibe o pañal?
-¡Bibe!
Sara le pellizcó cariñosamente su naricita. Terminó de prepararle el biberón y se sentó con ella en la mesa de la cocina. Acomodó a Lucía en su regazo y le acercó el biberón a la boca. Lucía, como siempre, se aferró enseguida a él y empezó a tomarse la leche. La niña cerraba los ojos y disfrutaba del momento.
¿Cómo iba a quitarle el biberón?
Lucía chupaba la tetina con sus bracitos encogidos mientras Sara la sujetaba con un brazo y con la otra mano le daba el biberón.
De pronto se percató que la ventana de la cocina que daba al patio interior del edificio estaba abierta y podían verlas. Si algún vecino del sexto se asomaba verían a Sara dándole un biberón a una niña de 10 años. Y si se fijaban mucho también verían que esa niña llevaba un pañal. Pensando que algún vecino cotilla podría verlas y luego empezar con chismorreos, dejó a Lucía en la silla y se apresuró a correr las cortinas. Regresó y volvió a subirse a Lucía a su regazo. La niña ahora se estaba tomando el biberón ella sola, así que Sara aprovechó para ver en el móvil si Laura le había mandado algún mensaje sobre el plan de esa tarde.
Efectivamente. A las seis llegaría a recogerla con Esteban y los cuatro se irían a Joe’s a tomarse, los niños un batido, y ellas un par de cervezas. Dejó el móvil de nuevo en la mesa y abrazó a su sobrina mientras se balanceaba un poquito. De pronto, le vino a la mente una canción que aparecía en un anuncio de pañales y empezó a cantársela a Lucía.
-Ni gota, ni gota. Ni gota ni gota. Con el nuevo pañal, el be…
Se paró al instante. La siguiente estrofa era El bebé no se moja. Y Sara sabía que no podía volver a llamar bebé a Lucía porque se enfadaría mucho, así que se vio obligada a improvisar.
… El be… Él ve lo bien que le queda –concluyó.
La verdad es que no fue su mejor improvisación.
Como no se le ocurría nada para la siguiente estrofa, balanceó a Lucía siguiendo el ritmo de la canción.
-¿De dónde es esa canción? –preguntó Lucía separando la boquita de la tetina del biberón.
-Es de un anuncio de pañales –contestó mientras le limpiaba con el dedo las gotitas  de leche que le caían a la niña por la comisura del labio.
Se preguntó en ese momento si también era buena idea cantarle una canción de bebés a Lucía, pero le había salido natural. Aunque de todas formas, su sobrina no había dado muestras de sentirse molesta.
Lucía se acabó el biberón. Sara la aupó y le echó los gases.
Un par de eructos, un pedete, una risita y a quitarle el pañal.
La llevó en volandas hasta su habitación y la tumbó sobre la cama. Lucía se reía y agitaba sus extremidades.
-¡Cambio de pañal! –dijo con una vocecita muy dulce.
-¿Te pongo otro? –Sara se inclinó hacia ella, sonriendo de una manera muy risueña.
-Umm… -Lucía se acarició la barbilla mientras pensaba-. No –dijo al final. Y se rió un poco.
¿Qué habría pasado si le hubiera dicho que sí, qué hubiera querido un cambio de pañal? ¿Le habría puesto otro? Si lo hacía, era únicamente para jugar, ya que Lucía durante el día no se hacía pipí. De todas formas, le había dicho que no así que Sara no le dio más vueltas y empezó a quitarle el pañal a su sobrina.
Le bajó el pijamita y el pañal que le había puesto la noche anterior quedó al descubierto. Sobre la tira en la que se sujetaban las cintas adhesivas, Blancanieves bailaba rodeada de pajaritos.
Sara se acordó de lo machista que era esa película; una mujer va a una casa en la que viven siete hombres y se pone a limpiar y cocinar.
En fin, era otra época.
Pero algo le seguía molestando de esa película en el subconsciente porque dijo:
-Siempre he pensado que el nombre de Blancanieves no tiene sentido. Es decir, toda la nieve es blanca. Si fuera Blancanubes vale, porque las nubes también pueden grises. Pero Blancanieves… No sé.
Su sobrina se rió.
-Bueno, es una película de dibujos, no hay que darle tantas vueltas.
-¿Sabes, Lucía? –le dijo Sara-. Aunque te esté quitando un pañal y te acabes de tomar un biberón, eres una niña muy, pero que muy madura para tu edad.
-¿A pesar de que lleve pañal? –Lucía se rió mientras se llevaba las manos hacia la parte delantera del mismo.
-¡A pesar de que lleves pañal! –contestó haciéndole cosquillitas en la tripita.
Le desabrochó las cintas y le separó el pañal del cuerpecito. Le levantó las piernas y la limpió, con mucha ternura y despacito, como hacía siempre. Luego fue hasta el armario, cogió unas braguitas y se las puso.
Lucía se incorporó y se subió el pantalón del pijama. Sara le dio un beso en la frente y salió de la habitación con el pañal hecho una bola. Fue hasta la cocina y vio que el cubo de la basura estaba fuera del armario de debajo del fregadero y destapado. Lanzó el pañal desde la puerta de la cocina y lo encestó.
-¡Tri-tri-triple! –y levantó los brazos.
-¿Tía Sara?
Lucía estaba detrás de ella, y la miraba mientras sonreía.
-¿Has visto desde dónde lo he encestado? –le dijo mientras ponía una pose orgullosa y fingía que se quitaba algún tipo de polvo del hombro.
Si Lucía creía que se iba a sentir avergonzada porque la hubiese visto hacer el payaso, lo llevaba claro.
-Yo puedo encestarlo desde más lejos que tú –le dijo Lucía.
-¿Ah sí? –Sara la estaba retando.
-¡Pues claro!
-Vale, pues coge el pañal de la basura y hazlo.
Lucía hizo una mueca con la cara.
-Egs, no –hizo una mueca-. Qué asco.
-¿He oído una gallina cacarear? –le dijo Sara con sorna-. A lo mejor debería ponerte otro pañal, no vaya a ser que se te caiga un huevo y manches el suelo.
-Vale. Se acabó. El pañal te lo vas a tener que poner tú porque te vas a cagar.
Lucía fue hasta el cubo y metió la mano, con mucho asco y sin mirar en el interior.
-Agh, creo que acabo de tocar los restos de la cena de anoche.
-Si te hubieras comido el pescado ahora no estaría allí –le dijo sacándole la lengua.
Lucía estaba demasiado concentrada en no morirse del asco como para responderle a la pulla. Finalmente, sacó el pañal cogiéndolo con la puntita de los dedos pulgar e índice.
-Si así es como vas a lanzar me parece que no tengo nada de qué preocuparme.
Lucía la miró, puso cara de decisión y cogió el pañal con las dos manos. Fue hasta donde estaba Sara, la echó a un lado, miro al cubo, cerró los ojos, los abrió, lanzó… Y encestó.
-¡¡¡TOOOOOOOMA!!! –Empezó a saltar levantando los dos brazos en alto.
-Me toca.
Sara fue hasta la basura y sacó el pañal, al que se le había pegado un trozo de la espina de un pescado, que finalmente se despegó y cayó al suelo.
Dio un par de pasos atrás de donde estaba antes (tampoco era cuestión de vacilar mucho), levantó el pañal por delante de su ojos, visualizando también el cubo, lanzó y encestó.
-¡Y HAY GOL EN BARCELONA, PACO! –dijo imitando a un comentarista de radio.
-Ya verás ahora –dijo Lucía mientras iba a por el pañal al cubo de basura. Al llegar miró su interior y se dirigió a Sara-. ¿Me lo puedes coger tú?
-No, no. Nada de eso. Si alguien no quiere coger el pañal, habrá perdido automáticamente.
-Te odio.
Lucía metió la mano en el cubo y sacó el pañal. Fue con él hasta la mitad del pasillo. Lanzó, dio en el borde del cubo, pero entró.
-¡Lucía Gasol vuelve a encestar!
Se pasaron el resto de la mañana jugando a encestar el pañal en el cubo de basura. Cada vez se echaban más hacia atrás, y cada vez ensuciaban más la cocina y el pasillo porque se caían los restos de basura que se pegaban al pañal. A Sara no le importó. Ya barrerían luego.
Estaban ya casi pegadas a la pared del final del pasillo. Lucía era una rival fuerte, pero Sara era mucha Sara. Encestó el último tiro ya con la espalda pegada a la pared, sin poder echar el brazo hacia atrás.
-¡Tres puntos que valen un partido! –exclamó.
-No cantes victoria antes de tiempo –dijo Lucía.
Cuando regresó con el pañal hasta la posición de tiro, Sara se fijó en que el suelo estaba literalmente lleno de mierda. Si Lucía encestaba, seguirían tirando hasta que alguna de las dos fallase.
Pero no lo hizo. El pañal pasó rozando el cubo.
-NOOOOOOO –Lucía se dejó caer de rodillas cual Charlton Heston en el final de El Planeta de los Simios.
-¡Y SARA GANA EL PARTIDO! –gritó, fingiendo que recibía vítores de un público inexistente.
Sara le ofreció la mano deportivamente a Lucía, quien dijo Revancha, pero ya era la hora de comer y aún tenían que limpiar todo eso.
Sacaron la fregona, el cubo y la escoba y se pusieron manos a la obra. Sara puso mientras a cocer unos espaguetis. Terminaron del limpiar y se fueron con la comida al salón. Sara le enseñó a la nueva Peppy y a Lucía le encantó. La abrazó y no se separó de ella durante toda la tarde. Se sentaron sobre el sofá con las piernas cruzadas y se dispusieron a elegir una película.
Al final, eligieron Regreso al futuro.
Sara no daba crédito a que Lucía no la hubiese visto nunca, y a la niña le encantó así que después se pusieron la segunda.
-¡Ahora la tercera! ¡Que van a ir al Oeste! –pidió su sobrina.
Sara miró la hora en su móvil. Faltaba solo poco más de una hora para que Laura y Esteban llegasen.
-Si quieres dormir un poco no te va a dar tiempo… Aunque de todas maneras no nos da tiempo a ver la tercera –añadió.
-Ju, es verdad…
-¿Nos vamos a dormir? –le preguntó Sara.
-¿Es un plural mayestático?
-¿Tú sabes lo que es un plural mayestático? –se sorprendió Sara.
-Sí, lo hemos visto en clase de Lengua.
-Lucía –Sara la cogió en peso y se dirigió con ella hasta su habitación-, sé que eres muy inteligente pero nunca dejas de sorprenderme. Y por favor, nunca dejes de hacerlo.
Dejó a Lucía en el suelo y fue a por un pañal. Su sobrina comenzó a ponerse el pijama. Cuando cogió un pañal de la bolsa, Sara se dio cuenta de que solo quedaban tres.
<<Esta tarde tengo que ir a comprar pañales que mañana están los supermercados cerrados, pensó>>
Fue con el pañal hasta la cama y esperó que Lucía estuviese lista. Su sobrina se tumbó boca arriba y Sara empezó con todo el proceso de ponerle el pañal; lo abrió y lo dejó a un lado, le levantó las piernas y se lo pasó por el culete. Después le pasó la parte delantera por la entrepierna y la subió hasta que estuvo a la altura de la parte de atrás. Finalmente, sujetó ambas partes fuertemente con las cintas adhesivas.
-Lista.
Lucía gateó por la cama y se metió debajo de las sábanas. Al darse la vuelta, Sara vio todo lo que le abultaba el pañal en el culete. Sara cogió a Peppy del escritorio, donde la había dejado su sobrina cuando entraron en la habitación. Estaba sobre el cuaderno de Lucía abierto con los deberes del fin de semana hechos.
-Aquí tienes a tu Peppy Punk.
-Jijijijijiji, me gusta ese nombre. Peppy Punk.
Sara le dio un beso en la frente y le dijo que descansase, pero no mucho, que se había levantado a las once y era una dormilona.
Lucía se rió, se encogió de piernas haciendo el bicho bola provocando que el pañal hiciese ruido y se preparó para dormir.
Sara salió del cuarto y fue hasta el salón a ponerse algún capítulo de alguna serie nueva. Ayer había terminado la temporada de American Horror Story, y ya estaba deseando que estrenasen la segunda. Sin embargo, tenía la sensación de que se le escapaba algo. Algo importante.
No había ni terminado de elegir la siguiente serie, una llamada Arrow, cuando cayó en la cuenta.
Si Lucía necesitaba pañales, tenía que ir a comprarlos esta tarde, pues mañana no abrían los supermercados. Sin embargo, Laura y Esteban llegarían en una hora y poco, así que ese era el margen de tiempo que tenía para ir al súper, lo que significaba dejar a Lucía sola. Podría despertarla pero le daba un poquito de tristeza. Acababa de ponerle el pañal y acostarla..
Se vistió con lo primero que pilló, cogió el dinero justo y las llaves del coche.
Bajó corriendo las escaleras del edificio, que tardaba menos que subiéndose al ascensor y condujo a toda prisa hasta el supermercado de la familia ecuatoriana.
Entró saludando efusivamente y fue hasta el pasillo de los pañales. Decidió curarse en salud así que compró tres paquetes. Se preguntó si no se arrepentiría luego si Lucía dejaba de mojar la cama, pues los pañales no eran nada baratos.
Fue con los tres paquetes hasta la caja, donde había una mujer bajita con gafas que debía de ser la esposa del dueño.
-¿Se va usted de viaje con su hija? –le preguntó amablemente mientras pasaba los paquetes por el lector del código de barras.
-No exactamente –contestó efusivamente-. Y tampoco es mi hija, solo es mi sobrina… ¿Puede darse un poco de prisa, que la he dejado sola?
Se dio cuenta de que había sonado muy brusca.
-Lo siento –se disculpó. Es que estoy preocupada.
Pero a la mujer no pareció importarle.
-No más haría falta que se excusase –le dijo con una sonrisa-. Es normal que esté preocupada. Ale, ya terminamos.
-Gracias –dijo Sara todavía un poco avergonzada por haber tratado mal a una de esas personas tan amables.
Pagó los pañales y regresó a casa rápidamente. Nada más entrar, fue hasta la habitación de Lucía para comprobar que su sobrina seguía bien. Se serenó un poco antes de abrir la puerta de su cuarto. Al hacerlo, vio que seguía  en la misma posición en la que se había quedado al acostarse, lo que indicaba que se había quedado dormida al instante.
Realmente, Lucía tenía aún mucho sueño acumulado de cuando mojaba la cama y no podía dormir.
Sara cerró la puerta con cuidado y regresó al salón.
Pensó en que podría hacerse un porro pero luego cayó en la cuenta de que se había prometido que los dejaría, así que fue hasta su habitación y sacó la riñonera del cajón en la que guardaba el grinder, la yerba, el mechero y el papel para deshacerse de ellos. Decidió que lo mejor era librarse también de la riñonera así que fue hasta el cubo de basura de la cocina, que estaba de nuevo debajo del fregadero, abrió la puerta del armario y tiró la riñonera encima del pañal-balón.
Cuando regresó al salón fue cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
Ni últimas palabras, ni recordar viejos tiempos con su riñonera que a tantos conciertos le había acompañado, ni porros a escondidas en el parque, nada.
<<Bueno, así es mejor, pensó. Ya no tengo la tentación de volver a recuperarla>>
Recordó que por lo menos había veinte euros en yerba en esa riñonera y maldijo para sus adentros.
Pasó el resto de la tarde ensayando su papel de La Celestina. Estrenarían la obra la semana que viene y, aunque ya la llevaban bastante mejor, todavía tenían muchos movimientos en escena que mejorar.
Estaba en medio de una réplica a Celestina cuando entró Lucía en el salón. La niña sostenía su muñeca entre sus bracitos y la miraba. El pañal le abultaba mucho dentro del pantalón. Estaba muy adorable.
-¡Sigue! –le dijo sonriendo.
Sara terminó el texto y cuando lo hizo su sobrina empezó a aplaudir.
-¡Bravo! Jo, ¡qué bien lo haces! –le dijo.
-¡Qué va! –Sara se sonrojó un poco-. A ver cómo nos sale la semana que viene… –añadió.
Lucía fue hasta el sofá y se recostó.
-¡Seguro que muy bien!
Sara también fue hacia él.
-Eso espero –y se dejó caer-. Oye…
-¿Qué pasa?
-¿Cómo tienes el pañal? –le preguntó mientras le acariciaba la barriguita.
Lucía se llevó las manitas hasta la parte delantera del mismo.
-Tengo pipí –dijo. Y soltó una risita.
-¿Tiene pipí? –Sara sonrió y se inclinó hacia ella.
-Sí –y se volvió a reír.
-Pues vamos a tener que quitarte el pañalito –le hizo cosquillas en la barriguita.
-¡No! –Lucía se llevó las manitas al pañal-. ¡Quiero mi pañal!
A Sara le encantaba jugar con Lucía, y la niña siempre sabía seguirle la corriente.
-¿Cómo qué no? –le dijo haciéndose la ofendida-. Ahora mismo vamos a quitarte ese pañal.
-¡Primero tendrás que cogerme! –dijo Lucía.
Y acto seguido pegó un salto del sofá. Sara pudo engancharla de una pata del pantalón justo antes de que empezase a correr. Lucía cayó al suelo, y empezó a gatear intentado levantarse zafándose del pantalón. Finalmente lo consiguió y Sara se quedó con el pantalón en la mano mientras Lucía corría por la casa llevando solo la camiseta del pijama y el pañal.
Sara se levantó y empezó a seguirla. Lucía estaba muy mona corriendo de esa manera tan pomposa con su enorme pañal. Se la veía tan feliz…
-¡Oye, que hay que quitarte el pañal! -le decía Sara mientras la perseguía.
-¡No! ¡Es mi pañal! –le decía mientras se llevaba las manos al culete y se apretaba el pañal.
Lucía corría por el piso esquivando muebles y resbalándose cuando giraba. Sara temía que se pudiese caer, pero tampoco se haría mucho daño. Además, ¿qué es la vida sin un poco de riesgo?
Podría haberla alcanzado al instante ya que corría mucho más que ella, pero perseguirla era parte del juego. De todas formas, el piso no era muy grande y enseguida se quedaron sin espacio. Lucía volvió al salón en una estrategia desesperada, pues ahí sabía que no tenía salida. Al llegar se tiró sobre el sofá, aceptando su derrota, y Sara se abalanzó sobre ella. Aún en el sofá, Lucía no daba la batalla por perdida e intentó volver a huir, pero Sara la tenía bien sujeta con y Lucía no podía zafarse. Sara la tumbó boca arriba y empezó un ataque indiscriminado y sin piedad de cosquillas. Había aprendido cuáles eran las partes de su cuerpo en las que Lucía tenía más cosquillas: axilas y costado, y hasta allí que iban sus dedos. Lucía no podía parar de reír. Reía tanto que le costaba articular palabra.
-¡No! ¡JijijijijiAAAy! ¡¡Por favor!! ¡JijijijijPARA! ¡Ay! ¡Jijijijijji! ¡Por favor! ¡Pa… Jijijiji! ¡Para! ¡¡Me rindo!! ¡Jijijijji! ¡¡Me rindo!! ¡¡ME RINDO!! ¡Jijijijiji!
-¿Te rindes? –Sara paró.
-Sí… -Lucía intentaba recuperar el aliento-.Sí… Sí, me rindo.
-¿Eres consciente de que llevas dos derrotas hoy?
-Sí… -contestó Lucía. Seguía sosegándose-. De verdad que casi me vuelvo a hacer pupí.
Sara rió.
Lucía estaba tumbada boca arriba en el sofá, con el pelo en todas direcciones y llevando únicamente una camiseta y un pañal.
-¿Te he dicho alguna vez lo mona que estás con tu pañal? –le preguntó Sara mientras le pasaba un mechón de pelo detrás de su orejita.
Lucía se sonrojó y se intentó tapar el pañal con las manitas, lo que era una misión imposible.
-¡Ay, déjame! –dijo riendo y con la cabeza girada hacia el respaldo del sofá y los ojos cerrados. Luego los abrió y miró a Sara directamente a los ojos-. ¿De verdad crees que estoy mona con pañal?
-¡Pues claro! Tú estás guapa con o sin pañal, por supuesto. ¡Pero cuando llevas uno mucho más todavía!
-Jo… Gracias… –Lucía se tapó esta vez la cara, pero Sara pudo ver que estaba muy sonrojada.
-¿Te quitamos el pañal, que están a punto de venir de Laura y Esteban?
-Vale –contestó Lucía, y Sara pudo ver que de repente se puso un poco inquieta, como si se acabase de acordar de que iban a venir.
-En realidad, no sabía que me fuera a gustar el pañal –le dijo Lucía mientras Sara la llevaba en brazos a su cuarto.
-¿Eso es una confesión? –le preguntó Sara mientras la dejaba sobre la cama.
-Un poquito sí –contestó Lucía.
-Pues ya que te gusta tanto el pañal, espera un momento –dijo, y salió de la habitación. Regresó al instante con la bolsa del supermercado con los tres paquetes de pañales dentro. Los sacó y se los empezó a tirar a Lucía-. Uno… Dos… ¡Y tres! ¡Tres paquetes de pañales de princesas Disney!
Lucía, que se había ido incorporando conforme los pañales le golpeaban en la cara, tenía los ojos abiertos como platos.
-¿Son para mí?
-¡Claro! ¿Para quién van a ser, si no?
Lucía estaba visiblemente emocionada. Fue hasta Sara y la abrazó por donde llegaba, a la altura de la cintura.
-¡Muchas gracias, Sara!
Sara le acarició el pelo. En ese momento, sonó el timbre.
Lucía la miró horrorizada. Llevaba puesto un pañal y había tres paquetes tirados por la habitación.
-Voy a abrir. Guarda los pañales en el armario y métete dentro de la cama. No les dejaré pasar a tu cuarto, los llevaré al salón –le dijo rápidamente, reaccionando a Lucía, que se había quedado paralizada.

Cuando Sara salió, Lucía se apresuró a obedecer. Recogió en un santiamén los tres paquetes de pañales, abrió la puerta del armario y los tiró dentro. No le importó como se quedaron, solo quería guardarlos lo más rápido posible. Luego se metió en la cama y se cubrió entera con las sabanas.
El único camino para llegar al salón pasaba por la puerta de su cuarto, así que los oyó pasar por el otro lado y se encomendó a Goku para que no entrasen. Aunque su tía le había dicho que no les dejaría entrar, y Lucía sabía que tía Sara cumpliría su palabra.
-¿Y Lucía? –oyó preguntar a Esteban.
-Está vistiéndose en su habitación  -contestó tía Sara-. No vayas a entrar a ver si la vas a pillar en bragas.
Todos rieron
Lucía los oyó llegar hasta el salón. Se destapó la cabeza y suspiró. El momento más potencialmente peligroso había pasado. Se sentía como los visitantes de Jurassic Park cuando el tiranosaurio pasaba por delante de ellos pero se quedaban totalmente quietos para que no los viese; estaban a salvo, pero sabían que aún quedaban muchos peligros en el parque. Pues así se sentía Lucía. Estaba a salvo de momento, pero aún había velocirraptores que podrían entrar y obligarla a esconderse por las cocinas.
-Voy a ver si Lucía necesita ayuda y enseguida nos vamos –oyó que tía Sara decía más alto de lo habitual.
Lucía sabía que era para avisarla a ella.

Sara entró en el cuarto, cerrando la puerta tras de sí, y miró a Lucía.
-Por los pelos –le dijo.
Por toda respuesta, Lucía suspiró.
-Bueno, vamos a quitarte el pañal de una vez. A ver si a la tercera va la vencida.
Como si hubiera sido activada por un resorte, Lucía se destapó y adoptó la postura de poner y quitarle el pañal. Sara le desabrochó las cintas y le extrajo el pañal levantándole las piernecitas. La limpió e hizo una bola con el pañal.
-¿Ahora qué hacemos con esto? –Sara pensó un momento, sosteniendo el pañal que le había quitado en una mano-. Vale, vístete y llévalo corriendo a la basura de la cocina.
-¿Tengo que salir con él? –le preguntó Lucía horrorizada.
-No te van a ver, Lucía. Van a estar en el salón conmigo.
-Está bien…
La niña no parecía muy convencida. Sara lo sentía pero no se le ocurría otra manera. No podían dejar el pañal en la habitación.
Regresó al salón con Laura y su hijo.
-¿Dónde está Lucía? –le preguntó Esteban.
-Terminando de vestirse –contestó mientras se sentaba y miraba a Laura diciéndole con la mirada Estaba quitándole el pañal-. Ya le queda poco –añadió para el niño.
-¿Qué película vamos a ir a ver? –preguntó.
-Es que Esteban quiere ir a ver la de Tintín –explicó Laura.
-Bueno, Lucía creo que va a ser más de Rango.
Al poco, entró Lucía en el salón. Iba ya vestida y peinada, se había vuelto a hacer las dos trenzas.
-Si tuviera el pelo rojo sería como Pipi Calzaslargas –dijo Laura.
-Sí, y si tuviera pecas y los dientes grandes también –añadió Sara-. Vámonos, anda.
Esta vez le tocaba a Sara llevarse el coche. Joe’s no estaba lejos pero después iban a ir al cine, y desde que quitaron todos los cines del centro, solo quedaban los de los centros comerciales. Sara odiaba aquello. Los cines del centro eran grandes y majestuosos. Cuando entraba, se respiraba un atmosfera de solemnidad. La gente que iba a esos cines iba exclusivamente a disfrutar de la película. En cambio, en los cines de los centros comerciales te encontrabas con un montón de espectadores que solo habían entrado porque les pillaba cerca de donde hacían las compras. No les interesaba la película y muchas veces no hacían otra cosa que cuchichear y molestar.
Joe las recibió con una sonrisa cuando entraron. Era la primera vez que veía a Lucía y se mostró muy amable con ella. Lucía estaba un poco recelosa. Joe podía intimidar un poco cuando no se le conocía bien, pero en cuanto lo tratabas, te dabas cuenta de que era muy bonachón y una gran persona.
-Dos cervezas para las dos rubias aunque ninguna es rubia y un batido de fresa para el señor –añadió refiriéndose a Esteban -. Y para la señorita…
-¿De qué son los batidos? –preguntó Lucía.
-Fresa, vainilla, nata, chocolate y menta. Tamaño pequeño, mediano, grande y súper.
-Umm… Uno de fresa tamaño súper.
-Lucía –Sara se dirigió a ella-. El súper es muy grande. Luego te dolerá la barriga.
-¿Estás diciendo que con mis batidos la gente sufre ardores? –preguntó ceñudamente Joe.
-Estoy diciendo que ese es un batido muy grande para ella. Pero a la gente luego le duele la barriga cuando viene a comer aquí, Joe, sí –añadió.
-Da igual, yo lo quiero –dijo Lucía.
-¿Sabes, Lucía? –dijo Laura-. Hay dos cosas llenas de valientes. El cementerio y el aseo de Joe´s.
-Se acabó, no tengo por qué escuchar esto. La niña quiere un súper batido. Rediez que voy a dárselo –y se fue a la barra a buscar las bebidas.
-Déjalo, Laura –le dijo Sara-. Luego se arrepentirá. Y entonces tendré mi venganza. Otra vez –añadió.
A continuación les relataron el duelo que habían tenido esa mañana de enceste de pañal en el cubo de la basura. Sólo que en vez de pañal, en la versión que estaban contando, aparecía un periódico estrujado.
Luego, les dieron dinero para que fuesen al futbolín y Laura y ella pudiesen hablar.
-¿Un periódico estrujado? ¿Desde cuándo en tu casa hay periódicos?
-Vale, era un pañal –confesó Sara.
-Já. Lo sabía.
-¿Qué querías que hiciese? No iba a decir que era un pañal delante de Esteban.
-A propósito, ¿qué tal Lucía con el pañal?
-Pues… Te va a resultar curioso –empezó Sara-. Pero no es que lo haya aceptado. Es que le gusta… No sé… Se la ve feliz con él.
Laura la miró con una inquisitiva mirada de estupefacción.
-¿Cómo que se la ve feliz? ¿Qué le gusta el pañal?
-Es parece… -contestó-. Estoy tan sorprendida como tú.
-Es muy raro que una niña de 10 años quiera llevar pañal voluntariamente.
-Sí… Pero creo que se por qué puede ser.
-Dispara.
-Creo que mi hermana no fue una buena madre…
-¡No me digas! –dijo Laura sarcásticamente.
-Déjame terminar –y Sara le dio un golpe a la cerveza de Laura con la suya-. Creo que mi hermana no la trató con mucho amor y… No sé, yo cuando le pongo y le quito el pañal le hago muchos mimos… Así que creo que ella se siente querida y que… No sé, su subconsciente puede anhelar ese amor de madre que le faltó de pequeña y… Eso… –sentía una punzada de dolor cuando recordaba que ella no era la madre de Lucía.
-Es una gran teoría, doctora –dijo Laura.
-¿Tú crees que lo estoy haciendo mal?  -le preguntó Sara.
Laura se tomó un momento antes de contestar.
-Yo pienso que los niños deben de estar sanos, por dentro y por fuera. A lo mejor a otro niño de 10 años le podía haber creado un trauma enorme el hecho de tener que llevar pañales otra vez, pero a Lucía parece que no. Y por lo que me has contado, ella parece feliz.
-Sí, yo la veo muy feliz.
-Entonces ya está. Si ella está feliz y sana de mente, es suficiente. Y además, eso os ha unido mucho a las dos, ¿no?.
-La verdad es que sí…
-Entonces no le des más vueltas. Ya los dejará –dijo Laura.
Sara se sentía mucho mejor ahora. Una parte de su cerebro seguía pesando que quizá fuese apropiado que a Lucía le gustase el pañal, pero como decía Laura, si ella estaba feliz y llevaba una vida sana no había de qué preocuparse.
-Por cierto… -empezó Laura.
<<El casting, mierda. Tenía que haberle preguntado>>
-¡El casting! –le cortó Sara-. Perdona, mujer. Te tenía que haber preguntado.
-Shh –le dijo Laura-. Baja la voz. Aún no le he dicho nada a Esteban.
Sara pensó que no quería decírselo a su hijo para no decepcionarlo porque no le habían dado el papel. O tal vez quisiese pensar eso.
-Me lo han dado –dijo Laura en tono bajito, y sonriendo mucho-. Me han dado el papel. Voy a hacer una película en Hollywood.
<<Me cago en la puta>>
Pero tenía que alegrarse por su amiga. Su voz no le iba a salir natural. Lo sabía, pero tenía que tirar de su formación de actriz.
Una mejor formación de la que tenía Laura.
No. No podía pensar eso.
Sara no era arrogante ni envidiosa. Pero en ese momento no sabía qué pensar.
-Vaya –intentó mostrarse efusiva pero no le salía-. Es genial. Enhorabuena.
<<Vaya mierda>>.
-Sí, me llamaron ayer para confirmarme la noticia. Y por lo que se ve no va a ser una simple figuración con frase. Sino que voy a ser actriz secundaria.
<<La madre que parió a esta zorra sin talento>>.
-¡Que guay, Laura!
-Estoy en una nube, tía.
-En serio, es genial.
-Sí. Cojo un avión la semana que viene. La productora me paga un hotel hasta que… Bueno, hasta que encuentre algo más permanente.
-¿Qué quieres decir?
-Que, en principio… Me han dicho... Ya sabes cómo funcionan estas cosas –añadió Laura-, que quieren seguir contando conmigo para futuras películas del estudio.
-¿No estarás diciendo que…? –Sara intentó no parecer demasiado horrorizada.
-¡Sí! ¡¡Voy a ser actriz de Hollywood!!
Eso le sonó más alto de lo habitual.
-Vaya. Me alegro mucho por ti, tía –dijo Sara, pero le sonó muy rara su voz. Como si la hubiera pronunciado otra persona.
-¿Estás bien? –preguntó Laura con extrañeza.
-Sí, sí… Es que… Son muchas emociones de golpe, y… –no supo que decir así que le pegó un trago a la cerveza. Un trago demasiado largo.
-Pues imagínate cuando me lo dijeron a mí. Reí, salté, lloré… Menos mal que Esteban estaba en el colegio.
<<Y tú mientras en tu casa vagueando mientras yo me deslomo a trabajar en el súper. Con una casa que me dejasen en herencia y no tener que pagar alquiler, yo también podría concentrarme solo en mi carrera de actriz>>
¿De dónde estaba saliendo esa Mr.Hyde? Se miró en el reflejo del vidrio de la cerveza, esperando encontrase con un lado de su cara desfigurado, como el malo de Batman, mostrando así a la luz el lado oscuro que tenía en su interior y que acababa de descubrir.
No, seguro que no era para tanto.
Tenía envidia de ella como la tendrían todos los demás compañeros de teatro.
Ya está.
Laura era su mejor amiga. Su consuelo, la voz de su razón.
Era su hermana.
Había llegado el momento de aparcar ese lado infantil inherente a todos los actores y comportarse como una persona adulta.
-Tía –le dijo, muy seriamente y esta vez sí reconociendo su voz-, los vas a dejar alucinados. Se les va a caer la baba. Y si puedes enchufarme en alguna peli, no dudes en hacerlo –añadió medio en broma pero más bien medio en serio.
Laura rió.
-Ni lo dudes que pienso hacer eso. Les diré Tengo una amiga que es mil veces mejor actriz que yo y está bien buena.
Las dos se rieron y se abrazaron. El abrazo duró mucho. Cuando se separaron, ambas tenían lágrimas en los ojos.
-Tía –empezó a decir Sara-, me alegro mucho por ti. De verdad.
Ya no tenía dudas. Esa si era su voz.
-Ay, qué bonica eres –y se volvieron abrazar.
En ese momento llegaron Lucía y Esteban.
-¿Qué pasa? –preguntó el niño-. ¿Por qué estáis llorando?
-Es de la risa –contestó Sara-. Tu madre me estaba contando un chiste muy gracioso.
Laura se rió mientras se limpiaba las lágrimas.
-¿Qué chiste era, mami? –preguntó.
-¿Eh? –Laura estaba todavía enjuagándose las lágrimas-. Que te lo cuente Sara, que se le da mejor.
Sara sabía improvisar mucho mejor que Laura.
-Pues veréis –empezó mientras estrujaba su cerebro buscando algún chiste que pudiesen entender unos niños, pero al final optó por otro camino-, esto eran un americano, un francés y un mexicano que estaban discutiendo quien tenía el padre más alto. Dice el americano Mi padre es tan alto como la Estatua de la Libertad. Dice el francés Mi padre es tan alto como la torre Eiffel. Y le dice el mexicano ¿Tu padre levantaba la mano y tocaba una cosa blandita? Pues eran los huevos del mío –todos estallaron en una carcajada-. Venga, vámonos de una vez –añadió mientras ella también se reía.
Se despidieron de Joe, quien les volvió a prometer que iría a verlas cuando representasen la obra. Se subieron todos al coche de Sara y fueron hacia el centro comercial.
De camino, decidieron que la película que verían sería Tintín y El Secreto del Unicornio. Empezaron a decidir por votación. Laura y Sara votaron en blanco, porque ellas en realidad querían ver El Rito, pero no era para niños. Y Sara acaba de contarles un chiste que tampoco era para ellos así que pensaron ya habían tenido demasiado contenido inapropiado para su edad por ese día.
Como Lucía votó Rango y Esteban votó Tintín tuvieron que jugárselo a Piedra, Papel o Tijera. Y ganó Esteban.
-¿Cuántas derrotas llevas hoy, Lucía? –le preguntó desde delante Sara.
-Déjame en paz –contestó Lucía enfurruñada.
Todos en el coche rieron.
Aparcaron y subieron hasta la parte de los cines. No compraron palomitas porque de momento a ninguno de los que estaban ahí les sobraba el dinero.
-Algún día vendremos a ver tu película aquí –le dijo Sara a Laura en voz baja.
-Y yo vendré con vosotros –le contestó ella-. Y después veremos la tuya –añadió.
Vieron película, y para sorpresa de Sara, no fue tan mala como se temía. No le gustaba nada de lo que había dirigido Spielberg últimamente. Lejos quedaban ya aquellas películas como E.T., Indiana Jones o Encuentros en la tercera fase. E incluso Hook, una película que a ella le encantaba pero que mucha gente parecía odiar.
Después del cine fueron al McDonalds, para su disgusto. En ese momento pensó que más pronto que tarde debería hablarle a Lucía de todas las consecuencias que tenía para el organismo y el planeta consumir productos de sitios como McDonalds o Burger King. Ya sabía lo buenas que estaban las hamburguesas, ahora le tocaba saber todo lo que conllevaba fabricar una. Y que ella decidiera. Sara no quería imponerle nada, solo darle toda la información y que Lucía decidiese su camino. Era una niña muy inteligente.
-Quiero la hamburguesa doble –dijo su sobrina.
-¿Qué? –Sara se extrañó-. No, de eso nada. Te has tomado ya un súper batido. Pídete la normal.
-Pero es que yo quiero la grande…
-No, Lucía –Sara adoptó ya un tono serio-. La normal o ninguna.
-Vaaaaale…
Se tomaron ‘’la cena’’ y regresaron a casa. Durante el trayecto de vuelta, Sara y Laura estaban en silencio escuchando las ocurrencias que decían esos dos por detrás. De vez en cuando se miraban y se sonreían. En el fondo, Sara siempre se había sentido un poco de lado cuando iba al cine con Laura y Esteban, antes de que Lucía llegase a su vida. Se sentía como si estuviera en medio de una reunión familiar y muchas veces rechazaba sus invitaciones. Pero ahora con Lucía tenía su propia familia, y aunque no le gustaba que le recordaran que no era su madre, una salida con su familia y la de Laura era una de las cosas que más había querido.
Pero ahora Laura se mudaba a la otra parte del mundo, así que no parecía que fuera a haber otra salida al cine.
Dejó a Laura y a Esteban en su piso. Las dos amigas se despidieron con un largo abrazo, a pesar de que iban a verse al día siguiente para el ensayo de La Celestina.
De vuelta a casa, Sara miró a Lucía por el retrovisor y notó que no tenía una buena cara.
-¿Estás bien, cariño? –le preguntó.
-Me duele un poquito la barriga –contestó llevándose las manos a la tripita.
-Te dije que ese batido era demasiado grande. Y tú querías pedirte luego la hamburguesa doble –le reprochó. Luego añadió en un tono más cariñoso-. Ahora cuando lleguemos a casa te preparo el bibe, que ya verás cómo te sienta mejor.
Entraron en el piso, Sara le dijo a Lucía que fuese a ponerse el pijama mientras ella le preparaba el bibe.
Entró en la habitación con la leche calentita en la mano. Lucía la estaba esperando sobre la cama.
-¿Te sigue doliendo la barriga, guisantito?
-Un poquito…
Sara se preocupó un poco. Pero en realidad, el dolor de barriga de Lucía no tenía nada de misterioso. Era simplemente una consecuencia de un enorme batido de fresa y la comida basura de McDonalds.
-Bueno, voy a darte el bibe que ya verás cómo te sienta bien –se sentó en la cama a su vera-. Sube –señaló su regazo.
Lucía se sentó encima enseguida.
-Uy, ¡que ganas de bibe tienes! –dijo Sara sonriéndole.
A continuación le acercó el bibe a los labios y Lucía lo recibió en su boca. Los cerró en torno a la tetina y empezó a chupar.
Chopchopchopchopchopchopchop.
Lucía se estaba tomando la leche muy deprisa.
-Más despacito, cielo –le dijo.
Lucía bajó un poco el ritmo, y empezó a disfrutar más del momento. Se pegó al pecho de Sara y la abrazó por la cintura, cerró los ojitos y siguió tomándose su biberón. Sara la contemplaba. Le encantaba ver a Lucía tomarse el biberón. Estaba tan mona…
Cuando se lo terminó, que de la tetina solo salía aire, Sara dejó el biberón sobre la mesita de al lado de la cama y aupó a Lucía para echarle los gases. Después del último eructo la volvió a dejar sobre la cama.
-Ahora el pañal y a dormir.
Fue hasta el armario y al abrirlo vio todos los paquetes de pañales que había guardado Lucía esa tarde apresuradamente. Los sacó y los dejó sobre el suelo. Cogió el penúltimo pañal que quedaba en el primer paquete que había comprado y fue con él hasta Lucía.
Le bajó los pantaloncitos del pijama, le levantó las piernas y le pasó el pañal por el culete.
-¿Cómo estás, Lucía? ¿Te sientes mejor?
-Igual… -dijo con una carita de pena que a Sara le revolvió el corazón.
-Jo, pobrecita… –le dijo acariciándole la mejilla-. Pero no te preocupes, que termino de ponerte tu pañal y te vas a dormir, y ya verás cómo mañana estarás mejor.
Le pasó el pañal por delante, se lo ajustó al cuerpecito y lo abrochó fuertemente con las dos cintas. Lucía ya tenía puesto su pañal.
-¡Pero qué bonita estás, cariño! –y le dio un sonoro beso en la mejilla.
Le subió el pantalón del pijama y Lucía gateó dentro de las sábanas. Buceó un rato debajo y volvió a asomar la cabeza.
-Peppy no está –dijo.
<<¡Peppy!>>.
Recordó donde podía estar y en ese momento se le vino a la mente la imagen de una niña en pijama con un abultado pañal y que sostenía una muñeca punk en sus bracitos mientras la contemplaba ensayar.
-Un segundito, cielo –y salió del cuarto de Lucía.
Fue hasta el salón y regresó con su muñeca. Lucía la tomó entre sus brazos y se acurrucó. Sara la arropó.
-Buenas noches, mi vida –le dijo-. Si te sigue doliendo o tienes algún problema o lo que sea, llámame, ¿vale? Lo que sea –añadió-. Que descanses –y le dio un beso en su cabecita.
-Vale… -dijo Lucía gimoteando un poquito-. Buenas noch…
Sara le lanzó una última mirada preocupada a Lucía, apagó la luz y cerró la puerta.
Fue hasta su habitación, dispuesta a acostarse ipso facto. Se quitó la blusa y los zapatos, tirando del talón de cada uno con la punta del otro pie. Se quitó los pantalones vaqueros agitando las piernas y tirando de cada pata con el pie de la otra pierna. Se puso una camiseta vieja que usaba de pijama, y se dejó caer sobre la cama.
Y antes de que su cuerpo tocase el colchón, ya estaba dormida.
Sin embargo, no tendría un sueño muy largo.
Unos golpecitos en el hombro la despertaron.
-¿Qué es? –dijo aún dormida.
-Me he hecho caca –dijo una vocecita infantil.
-¿Qué? –Sara aún no se enteraba de nada.
-Tengo caca en el pañal –dijo la vocecita con un tono de pesadumbre.
Sara se incorporó un poco y encendió la lamparita de al lado de su cama.
Lucía la estaba mirando con una enorme expresión de tristeza en su carita.
-Me he hecho caca encima –dijo y empezó a llorar.
<<Joder, pensó>>
Se sentó en la cama y acercó a Lucía a su pecho y la abrazó.
<<Pobrecita>>
-Tranquila –la intentaba consolar mientras le acariciaba el pelo-. Tranquila… Shh… No pasa nada, cielo…
-Pero tengo caca encima –decía entre lágrimas.
Sara la miró y vio dos cataratas que salían de los ojos de lucía y que caían por sus mejillas, que estaba muy rojas.
SE imaginaba cómo se podía sentir su sobrina. Una cosa era que le gustase el pañal y otra hacerse caca en él. La pobre niña estaba realmente mal.
-Shh… Ya está… -la seguía abrazando-. Vamos a quitarte ese pañal y ponerte otro.
-¿Vas a cambiarme el pañal? –le preguntó su sobrina.
-Claro, mi amor –respondió-. ¿Cómo voy a dejarte así?
-No sé… -Lucía seguía llorando.
-¡Mi amor! –Sara la abrazó bien fuerte-. Ahora mismo vamos a cambiarte el pañal para que puedas dormir otra vez, ¿vale?
Sara no iba a reprocharle en ningún momento que el hecho de que se hubiera hecho caca encima se debiese a las enormes cantidades de comida basura que había ingerido ese día. Lucía era muy lista y seguro que había aprendido para la próxima vez.
Levantó en peso a su sobrina y se la acomodó sobre su brazo. Al hacerlo, notó todo el contenido de dentro del pañal.
Lucía también debió de notarlo cuando le apoyó el culete porque empezó a llorar con más fuerza.
-Tranquila Lucía, que enseguida te cambio –le dijo con voz dulce mientras la llevaba a su cuarto.
Entró en la habitación y la dejó sobre la cama. Lucía se movía inquieta.
-¡Cámbiame, porfi! –decía agitando sus puñitos y sus piernecitas.
Lucía estaba muy desvalida. En ese momento, era totalmente dependiente de alguien y no podía valerse por sí misma.
Parecía un bebé de verdad.
-¡Cámbiame el pañal, tía Sara! –repetía sin dejar de llorar-. Cámbiame, porfi. Tengo caca.
-Voy ya, cariño.
-¡Tengo caca en el pañal! –y volvía a llorar.
Sara fue hasta el armario y sacó el último pañal que quedaba del primer paquete que compró.
Tiró el paquete vacío al suelo y fue con él hasta Lucía, que no paraba de agitarse muy inquieta.
-Lucía… -Sara la intentaba calmar-. Tranquila cielo... Shhh… Ya, mi amor, ya… Si no dejas de moverte no puedo cambiarte el pañal.
Lucía seguía balbuceando inquieta pero se tranquilizó un poquito.
-Eso es… –le dijo Sara en un susurro-. Tranquila, mi amor… Tranquila…
Conforme le decía esto, le iba acariciando la cabeza. Lucía dejó de respirar tan alterada y poco a poco se fue serenando. Ahora sí, Sara se dispuso a cambiarle el pañal a su sobrina.
Cuando empezó a  bajarle los pantaloncitos del pijama cayó en la cuenta de que nunca se había enfrentado a un pañal con caca, y no sabía si estaba preparada. El pipí era una cosa, pero la caca otra muy distinta.
¿Estaba preparada para hacerlo? Si no era sí, no le quedaba más remedio. Tenía que hacerlo. Era necesario.
Seguro que no era tan difícil.
Pero no había pensado en el asco que podría darle ver la caca de su sobrina.
En vivo y en directo.
<<Maldito sea Joe con sus batidos y maldito McDonalds>>
Le desabrochó las cintas del pañal y se lo separó del cuerpecito. Al hacerlo el contenido de dentro quedó al descubierto.
Sara pensó qué cómo era posible que de un cuerpecito tan pequeño como el de Lucía pudiera salir algo tan grande.
Lucía tenía la cabecita girada hacia un lado y los ojos fuertemente cerrados mientras restos de lágrimas se secaban en sus mejillas.
A Sara le empezó a dar un poquito de asquete la caca de su sobrina. Trató de disimular por Lucía, pero no debió de hacerlo demasiado bien, porque ésta, a pesar de tener los ojos cerrados, le dijo con un gran tono de culpa:
-Lo siento.
Sara se sintió muy mal consigo misma.
-¡Cariño! –se inclinó sobre Lucía (con cuidado de no mancharse) y la besó en la mejilla-. No pasa nada, mi amor. Te has hecho caquita, pues yo te cambio. Que para eso tienes tú tu pañal –y le pellizcó cariñosamente la barriguita.
Sara le levantó las piernas y le extrajo el pañal completamente.
Tenía que hacerlo una bola, pero para eso necesitaba las dos manos y no podía soltar las piernecitas de Lucía, porque si no mancharía la cama. De modo que dejó el pañal a un lado, y empezó a limpiar a su sobrina, aguantando el olor.
Tampoco echaba mucha peste, pero era la primera vez que cambiaba un pañal con caca.
Limpió a Luía a consciencia, pero cuidadosamente y con mucha ternura que no sabía de dónde la estaba sacando, y se aseguró que estuviese completamente limpia antes de apoyarle de nuevo el culito sobre el colchón.
A continuación, hizo una bola con el pañal que acaba de quitarle y lo lanzó al otro extremo del cuarto.
-Pañal –dijo Lucía inquieta-. ¡Ponme un pañal!
Su sobrina seguía muy impaciente.
-Ya voy, cielo. Shh… Enseguida te lo pongo.
Sara cogió el pañal limpio y lo abrió. Le volvió a levantar las piernas a Lucía con una mano y le pasó el pañal por el culete.
<<Ahora ya es sólo como ponerle un pañal para dormir, pensó>>
Le dejó la parte de atrás del pañal a la altura apropiada y le pasó la parte delantera por la entrepierna. Le ajustó ésta, de manera que el pañal se quedase un poco por debajo de su ombligo, y se lo abrochó fuertemente con las dos cintas adhesivas, para que Lucía se sintiese segura.
-Ale. Ya está –dijo cuando terminó.
-Gracias… -dijo Lucía todavía con voz triste.
Sara la cogió en peso y le dio un sonoro beso en la mejilla.
-¡No me des las gracias, cariño! –le dijo-. Yo te cambio tu pañal las veces que te hagan falta –le dio otro beso-. Te quiero, guisantito.
Lucía aún estaba un poco triste, pero Sara pensó que eso era normal. No iba a conseguir que después de hacerse caca encima, pasase de la tristeza a felicidad en un santiamén.
-Ale, ale, ahora a dormir –le dijo mientras la balanceaba un poco pegada a su pecho-. ¿Te sigue doliendo la barriga?
-No… Ya no…
<<Una buena noticia al menos, pensó Sara>>
Tenía la sensación de que lo que le había provocado a su sobrina el dolor de barriga estaba en esos momentos envuelto dentro de un pañal en la esquina del cuarto.
Sara siguió acunando un ratito a Lucía mientras la apretaba junto a su ella. Iba mientras chasqueando la lengua al ritmo de una nana.
Al poquito, la depositó con delicadeza sobre la camita, y la arropó. Le puso a Peppy a su lado y le dio un suave beso en la mejilla.
Lucía estaba ya casi dormida.
-Eso es, guisantito. A soñar.
Cogió el pañal de la caca del suelo, apagó la luz y salió de la habitación sin hacer ruido cerrando la puerta con mucho cuidado.
Fue hasta la cocina y tiró el pañal a la basura. Vio su riñonera debajo de dos pañales y pensó que era una buena metáfora de cómo había cambiado su vida desde que Lucía entrase en ella.
Se dirigió ahora al cuarto de aseo, donde se lavó las manos  lo menos treinta veces como una maniática para quitarse el escaso olor a caca.
Se acordó de la escena de Ace Ventura, donde el protagonista interpretado por Jim Carrey traga pasta de dientes, se bebe el enjuague vocal y quema su ropa tras darse cuenta de que se había acostado con un transexual, y se dio cuenta de que estaba siendo más exagerada incluso que el propio Ace Ventura.
Se miró en el espejo y una chica con ojeras, cansada y despeinada le devolvió la mirada.
Y se dio cuenta de que no había sido más feliz en su vida.

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